Introducción
Es habitual caracterizar la producción de Bataille como múltiple y dispersa o
asistemática. Sin embargo, desde sus primeros escritos cuando ejercía de secretario
general de Documents, se puede seguir
el trazo de ciertas preocupaciones recurrentes a lo largo de su vida. Su labor intelectual
comenzó en los agitados años veinte parisinos en un ambiente donde el surrealismo
acaparaba la atención junto con las expectativas teóricas y estéticas. Bataille
construyó la revista en un espacio donde articuló a un grupo de disidentes de este
movimiento y elaboró una férrea crítica a sus posturas. No obstante, es menester
evitar un lugar común en el que el debate con el surrealismo se presenta como un
enfrentamiento personal entre el autor de El
erotismo contra Breton, pues se enmarca en una toma de posición acorde a los
conflictos políticos y sociales del momento. Ambos buscaban el camino para poner
las fuerzas de la vanguardia estética al servicio de la revolución y militaban en
contra del fascismo. En este contexto, desde las páginas de Documents, Bataille, inició su participación
pública como intelectual y publicó sus primeros artículos a la vez que entabló una
intensa polémica cuyo resultado será el ordenamiento de ciertos intereses y preocupaciones,
que se condensaron en la categoría de “bajo materialismo”. Llamativamente, luego
del cierre de la revista y junto con el ascenso del fascismo, quien fuera su secretario,
reorganizó los elementos presentes en el bajo materialismo y dio a luz tres artículos
que explicaban la realidad política: “La noción de gasto”, “El problema del Estado”
y “La estructura psicológica del fascismo”.
En el presente artículo
se busca describir tanto los pasos iniciales de la formación de Bataille, como las
condiciones de emergencia del bajo materialismo. A continuación, se ahonda en las
particularidades de éste, en tanto doble movimiento por el cual critica al idealismo,
al tiempo que se diferencia de él y denuncia otras versiones de materialismo.
Primeras lecturas y acercamiento
al surrealismo
Es en 1923 cuando se puede establecer el
final de su compromiso religioso y el comienzo de una serie de lecturas (Freud –principalmente
Tótem y tabú–, Dostoievski, Kierkegaard,
Sade, Pascal, Platón, Hegel y Lautréamont) y amistades. Sabemos lo peligroso que
puede resultar establecer relaciones directas entre la vida de un escritor y sus
textos, sin embargo en el caso de Bataille resulta indispensable mencionar quiénes
fueron sus amigos y sus enemigos, ya que también ellos fueron sus interlocutores.
Buena parte de su obra nació en diálogo (amistoso o en disputa) con ellos. Tal es
el caso de Alfred Métreaux (con quien compartió unos años en la École des Chartes,
antes de cambiar su rumbo académico y decidirse por la antropología), quien lo introdujo
en la historia de las religiones y la antropología. A él debe su lectura de Marcel
Mauss y la posibilidad de sentirse seguro al momento de hablar sobre el tabú y la
transgresión. Así como Métreaux fue el puente entre Bataille y Mauss, Lev Shestov
lo fue entre él y Dostoievsky, Tolstoi, Pascal y Nietzsche. Ya había tenido un primer
contacto con los textos de Nietzsche, pero esto había sido en un marco de cercanía
con la fe católica. Shestov fue el responsable de que abandonara una lectura poética
(idealizada) de Nietzsche y se convirtiera en un ferviente militante del anti idealismo.
Para él el idealismo no era más que evasión ilusoria de aquello inexorable en la
vida de los individuos: la muerte. Después de haber emigrado de la Unión Soviética,
Shestov no creía que algo así como una “buena sociedad” existiera; Bataille aprendería
de él que “la violencia del pensamiento humano no es nada sin su cumplimiento” (Kendall,
2007: 41). Años después, Bataille dirá de Sade aquello que Shestov había predicado
sobre Dostoievsky: “era el único en todo el universo en envidiar la majestuosa moral
del criminal” (Surya, 2002: 60).
El año 1924 fue importante
por dos motivos: conoció a Michel Leiris –uno de sus amigos más cercanos a lo largo
de toda su vida– y comenzó su ambivalente relación con el surrealismo y los surrealistas.
Quien los presentó fue Jacques Lavaud (colega de Bataille en la Biblioteca Nacional
de París y viejo amigo de Leiris) y el primer sentimiento fue de admiración mutua:
“admiraba su cultura, su espíritu inconformista signado por lo que todavía no se
había convenido en llamar humor negro. Me atraía la apariencia exterior del personaje,
más bien delgado y de aspecto a la vez moderno y romántico” (Bataille-Leiris, 2008:15).
Lo que Leiris pensaba en un primer momento de Bataille no era muy distinto de lo
que había pensado Métreaux al conocerlo: una mente inconformista, nada bohemio,
con la elegancia propia de un dandy, un dandy cínico.
Los tres tuvieron la
intención de fundar un movimiento literario y una revista sobre los cuales, en palabras
del propio Bataille, nunca tuvieron “más que ideas bastante vanas” (Bataille-Leiris,
2008: 48). El movimiento se llamaría “Oui” en oposición al “Non” de los dadaístas.
Según Leiris, Paul Valéry, a quien Bataille juzgaba como el representante más perfecto
del academicismo, era para él –en virtud de esa misma perfección– el enemigo número
uno. Tampoco el espíritu de Dadá resultaba de su agrado y hablaba de la oportunidad
que habría para lanzar un movimiento “Sí”, que implicaría un perpetuo consentimiento
a todas las cosas y que tendría sobre el movimiento “No” que había sido Dadá la
superioridad de escapar de lo pueril que tiene una negación sistemáticamente provocativa
(Bataille-Leiris, 2008: 16).
Donde ellos decían “no”,
Bataille decía “sí”; sí a la existencia de todas las posibilidades, incluso las
imposibles de imaginar. Habían decidido establecer como sede de redacción un burdel
del viejo barrio de Saint-Denis con la intención de asociar al personal femenino
a la redacción de la misma. Pero la imaginada revista nunca vio la luz.
En octubre de ese mismo
año, André Breton publica el Primer Manifiesto
Surrealista. Un texto mayormente expositivo en el que se presentan los principios
del movimiento. Aquí no sólo se define al surrealismo como una escuela literaria,
sino como una concepción del mundo.[1]
En esa concepción se jerarquizan valores tales como la imaginación, la belleza,
lo maravilloso, lo elevado, la acción creadora y el amor. La importancia concedida
a estos valores se ve claramente plasmada en las páginas del Primer Manifiesto, donde aquello que es rescatado
positivamente por el surrealismo es lo que más se aleja de lo material (lo bajo)
para acercarse a una forma pura e ideal (lo alto). Al discutir con aquellos que
pretendían ridiculizar lo maravilloso, Breton dirá: “terminemos de una vez: lo maravilloso
es siempre bello, cualquier especie de maravilloso es bello, y no hay nada fuera
de lo maravilloso que sea bello” (Breton, 2001: 31). Bataille percibe con preocupación
la búsqueda de formas idealizadas o puras, y es allí donde se emplazará su crítica
al surrealismo y el punto de partida para el desarrollo del concepto de bajo materialismo.
Tan sólo un mes después
Leiris se unió al movimiento y Bataille se sintió traicionado: “Leiris ingresó en
el grupo surrealista y dejamos de hablar al respecto: creo que la amplitud y la
dureza del movimiento naciente le produjeron un shock” (Bataille-Leiris, 2008: 49).
El amigo realizó insistentes esfuerzos por acercarlo al surrealismo, especialmente
a las reuniones que tenían lugar en el taller del pintor André Masson en la calle
Blomet. Junto con estos surrealistas, Bataille discutía textos de Dostoievsky, Nietzsche
y Sade, pero su relación con quien fuera el líder del movimiento fue ambivalente.
Su actitud desconfiada del principio se volvería, poco tiempo después, abiertamente
hostil. “Rápidamente pensaba que la atmósfera del surrealismo me paralizaría y me
ahogaría. No podía respirar dentro de esa atmósfera de ostentación” (Bataille-Leiris,
2008: 49). Dos meses después del Primer Manifiesto
se publicó el primer número de La Révolution
Surréaliste. Los primeros números juntaron a intelectuales y artistas con trayectorias
muy disímiles alrededor de la figura de Breton. El grupo de la calle Blomet (un
grupo sin líder ni revista, el grupo disidente, como lo denominaría Masson), se
unió al liderado por Breton. Ambos diferían en cuanto a sus opiniones acerca de
Dostoievsky y Nietzsche, pero –quizás más importante– disentían en los medios con
los cuales lograr ciertas metas. En el grupo de la calle Blomet la cuestión moral
no era un tema relevante y no se juzgaba a nadie por algo más allá de su trabajo.
Por el contrario, la lucha por la afirmación de una moral era para Breton un objetivo
torturante, ya que no podía tolerar la bohemia y el exceso, el libertinaje y la
poligamia. La única contribución de Bataille a La Révolution Surréaliste consistió en la presentación de una selección
de fratasies,[2]
que se publicó en el número 6 con una nota suya que no está firmada, ni siquiera
con sus iniciales. Si bien el texto recibió los elogios de Breton, la relación siguió
siendo de mutua hostilidad. Aquello por lo cual el grupo de la calle Blomet disentía
con el líder, en Bataille constituía un verdadero obstáculo para acercarse al movimiento.
El “contagio” del surrealismo lo dejó cada vez más solo, alejándolo, incluso, de
quienes eran sus amigos más cercanos. En sus propias palabras:
Aquello que la actitud, el cambio que se había producido en
Leiris me hacía saber, lo percibí primero de manera oscura, pero muy pronto iba
a tener una sensación clara al respecto: era un terror moral que surgía de la brutalidad
y de la habilidad de un conductor (…) Estaba de pronto ante personas que habían
asumido el tono de la autoridad, que habían encontrado en sí mismas –¿por cansancio?, por tedio, ¡pero sin actuar!–,
que habían incluso deseado esa voz tajante, ajena a todo (Bataille-Leiris, 2008:50).
Durante esos primeros
años del movimiento, Bataille trató de alejar a Leiris del surrealismo, Leiris trató
de acercarlo. Gracias a su relación con algunos de los miembros del movimiento surrealista,
llega a conocer al Dr. Adrien Borel quien le mostrará unas imágenes que desempeñarán
un papel decisivo en su vida. Borel le facilita una fotografía de Louis Carpeaux,
tomada en 1905 y reproducida en el Tratado
de psicología de Georges Dumas. En ella se veía el suplicio de un chino, acusado
de haber asesinado al príncipe y condenado por el emperador a ser despedazado en
cien trozos. Lo que Bataille veía materializarse súbitamente en esa fotografía “era
la identidad de esos perfectos contrarios que oponen al éxtasis divino un horror
extremo” (Roudinesco, 2012: 186); descubrió en el tormento de los cien trozos el
enigma del dolor y el gozo. Luego de su estadía en el monasterio de Quarr Abbey
se había vuelto devoto lector de Le latin
mystique de Rémy de Gourmont. El libro compilaba las historias de los más importantes
mártires de la Edad Media con el objetivo de empujar a las almas impías a renunciar
a la carne (no tanto porque fuera odiosa, sino porque era atemorizante). La carne
no era más que enfermedad y dolor, y estaba condenada a pudrirse. La carne cristiana
era una carne mortal. Si Bataille había retenido algo de sus años de cristianismo
era ese sentimiento ambivalente que despierta la carne, que no puede ser amada sin
generar repugnancia, sin ver en ella la muerte a la que está destinada. El terror
que ella inspira es tan grande como su belleza. Aquello que despertó su interés
en 1919 con el libro de Gourmont reaparece en 1925 con la fascinación por el horror
de la foto de Carpeaux.
Tal como lo manifestara
Leiris, Bataille aún no se había revelado como escritor, sólo podía jactarse de
un buen artículo aparecido en Cahiers de la
République des Lettres de Sciences et Arts bajo el título de “América desaparecida”[3]
(Bataille, 1928) motivado para publicitar la exposición “Las artes antiguas de América”
organizada por Alfred Métraux y George Riviere,[4]
y algunas colaboraciones sobre numismática para la revista de arte y arqueología
Aréthuse. Es durante este año, 1926, que
comienza a escribir su primer libro: W.C.
Aunque nunca fue publicado como tal, fue el primero del que quiso hablar y reconocería
como propio. Leiris comenta al respecto: “me habló de una novela donde se representaba
bajo la apariencia del famoso asesino Georges Tropmann (su homónimo parcial), pero
que luego tomó la forma de un relato en primera persona” (Bataille-Leiris, 2008:
17). Resulta un poco confuso saber qué fue lo que finalmente sucedió con este manuscrito.
Él mismo aseveró haberlo destruido por considerarlo “demasiada literatura de loco”,
pero luego “reapareció” en 1945 como introducción de otro de sus libros: El azul del cielo.
Uno de sus amigos, el
Dr. Dausse, encuentra sus escritos obsesivos y perturbadores y lo anima a empezar
terapia con Borel, quien alentó a Bataille a escribir y, según comenta Roudinesco,
la Historia del ojo fue comentado en cada
sesión. “El primer libro que escribí no pude escribirlo más que psicoanalizado”,
dijo en la mentada entrevista. Por el resto de su vida mantuvo con Borel una relación
amistosa, a punto tal que le dirigió el primer ejemplar numerado de cada uno de
los libros que publicó.
Ni una sola línea de
sus textos menciona su primer encuentro ni su relación con Sylvia Maklès. Se conocieron
en 1927 (probablemente en el taller de Raymond Queneau) y se casaron al año siguiente.
En su círculo de amigos se preguntaban si la vida conyugal haría a Bataille renunciar
a las orgías y los burdeles. Uno estaría autorizado a creer que no, a juzgar por
lo que varios coinciden en identificar como la única alusión específica en El azul del cielo: “me he portado como un
cobarde con toda la gente que he amado. Mi mujer fue abnegada conmigo. Se volvía
loca por mí, mientras yo la engañaba” (Roudinesco, 2012: 192). En el año de su casamiento,
finalmente publicó su primera novela, Historia
del ojo, aunque lo hizo bajo el seudónimo de Lord Auch.[5]
La novela tuvo dos versiones. La primera fue publicada en 1928 (aunque recién le
será atribuida años después de su muerte, en 1967), con ocho litografías de André
Masson. La segunda, de 1944, fue ilustrada con seis aguafuertes de Hans Bellmer.
Historia del ojo dejó atónitos a varios
surrealistas, entre ellos a Breton que en ese mismo año había publicado una novela
que él mismo calificara como de “amor loco”,
Nadja. Sendas novelas ponen de manifiesto las concepciones completamente distintas que uno y otro tenía del amor y el erotismo. Breton narra una verdadera historia de amor donde las fotografías y los dibujos muestran lo que el autor no podría decir en palabras. Es ese amor monógamo, exclusivo, singular y electivo el que justifica el erotismo; en ese esquema la existencia de un tercero resulta inconcebible para Breton. Bataille, en cambio, considera el “libertinaje” (debauchery) como suficiente justificación; el amor aviva el exceso. Historia del ojo es una novela sobre el “eros negro” cuyo eje no es el amor sino el exceso, la angustia y la muerte (Assandri, 2007).
Nadja. Sendas novelas ponen de manifiesto las concepciones completamente distintas que uno y otro tenía del amor y el erotismo. Breton narra una verdadera historia de amor donde las fotografías y los dibujos muestran lo que el autor no podría decir en palabras. Es ese amor monógamo, exclusivo, singular y electivo el que justifica el erotismo; en ese esquema la existencia de un tercero resulta inconcebible para Breton. Bataille, en cambio, considera el “libertinaje” (debauchery) como suficiente justificación; el amor aviva el exceso. Historia del ojo es una novela sobre el “eros negro” cuyo eje no es el amor sino el exceso, la angustia y la muerte (Assandri, 2007).
Las divergencias entre
ambos podrían sintetizarse en las lecturas que cada uno de ellos hace del marqués
de Sade. Bataille veía el prestigio del que gozaba entre los surrealistas como un
fraude. Creía que éstos no estaban autorizados a reivindicarse sadeanos, ya que
lo colocaban en un altar y hacían de él una figura inmaculada. Le resultaba imposible
conciliar el discurso libertino de Sade, para el cual los seres humanos son presa
de los deseos físicos, con un hombre como Breton a quien consideraba un mojigato
que odiaba el libertinaje, que encontraba los burdeles repulsivos, que defendía
la monogamia, el amor más puro y el erotismo menos degenerado.
No es casual que en esos
años Bataille haya estado trabajando en un texto que nunca llegó a publicar en vida,
“El valor de uso de d.a.f. de Sade”. Originalmente pensado como pieza fundamental
de un almanaque erótico en el que trabajaría junto con André Masson (que tampoco
vio la luz), se constituyó en un programa de estudio de la materia baja que denominó
heterología. Aquí realiza una crítica del uso que los surrealistas hacen del escritor
maldito. Al ubicarlo en un pedestal y apartarlo de su propia obra, le dan el tratamiento
que se le da a algo ajeno que es vivenciado como un cuerpo extraño. En contrapartida,
la propuesta batailleana es apropiárselo, realizar el valor de uso del marqués,
hacerlo parte de su propia escritura. Apropiación por un lado, excreción, por el
otro. Ambas categorías dividen el mundo de los hechos sociales y fundamentan el
programa de la heterología. Una dicotomía que comenzó a forjarse en las páginas
de su primera aventura editorial.
El nacimiento de Documents
La labor desarrollada en Documents será el primer escalón de relevancia
en la trayectoria intelectual de Bataille. No sólo porque, designado formalmente
secretario general, en los hechos actuó como editor de la revista en la que contribuyeron
personajes importantes.[6]
Sino porque además fue en estas páginas donde aparecieron, si bien en estado embrionario,
los temas y problemáticas que desarrollaría a lo largo de su vida. El proyecto nació
de los editores de Aréthuse, Jean Babelon
y Pierre d’Espézel, como una propuesta para el coleccionista y comerciante de obras
de arte, George Wildenstein, de reemplazar la vieja publicación. Aunque la idea
original no provino de Bataille, al poco tiempo le imprimiría su sello distintivo.
La propuesta también incluía extender a la etnografía su campo de interés. En la
revista participarán un amplio abanico de disciplinas y tradiciones. Habitarán en
sus páginas curadores, artistas, etnógrafos, historiadores, con el objetivo de lograr
una revista científica seria. Es menester aclarar que la asociación entre etnología
y arte no era ni pretendió ser una innovación, pues esa combinación no era rara
en los años veinte. El aporte de Documents
fue que confrontaba por primera vez etnólogos profesionales con artistas modernos.
El comité editorial trató de garantizar la seriedad convocando a George H. Riviere
(quien por el momento ostentaba el puesto de subdirector del Museo de Etnografía
del Trocadero) para el cargo de director. También merece ser destacada la participación
de Carl Einstein[7] cuyo rol
ha quedado sin precisar. Bataille, en una nota que le dirige a Breton, lo menciona
como editor, aunque en varios números no aparece como tal. Recientemente llegado
de Berlín y con una destacada trayectoria intelectual en Alemania como historiador
del arte, se puede encontrar un indicio de la importancia de su función en el incremento
que fueron teniendo las colaboraciones alemanas, de las que él fue el principal
promotor.[8]
De esta manera comenzó a tomar forma. En el clásico artículo sobre la revista, publicado
como introducción a la versión facsimilar, Denis Hollier (2005) afirma que fue Bataille
quien sugirió el título, que para sus fundadores cobraba el estatus de un programa,
casi de un contrato. La palabra “document” había aparecido en la presentación de
L’odre de chevalerie, su tesis de 1922
en la École des Chartes. Pero aquello que se planeó como una revista formal sobre
arte y etnografía, rápidamente bajo la impronta de Bataille cobraría otra fisonomía.
Quizá el observador atento
podría haber previsto el rumbo que tomaría la empresa al examinar cuidadosamente
los nombres de los colaboradores y su procedencia. En torno a Bataille, se habían
reunido un grupo de surrealistas disidentes como Georges Limbour, Jacques-André
Boiffard, Roger Vitrac y Robert Desnos. Estos jóvenes que ingresaron al comité editorial
generaron una tensión al interior de éste, porque enfrente se encontraban los miembros
más antiguos y conservadores. Sin planearlo, denodadamente se reunió el mundo de
la vida del día y de la noche de Bataille. Juntó radicales y reaccionarios, viejos
respetados y jóvenes impertinentes, también exponentes de diferentes disciplinas
hostiles entre sí. Y aunque al principio primó la cautela, ya convergían los ingredientes
para obtener, según la calificó Leiris, una revista “imposible” pues sus:
(…) colaboradores provenían de los horizontes más diferentes
puesto que algunos escritores situados en un punto extremo –la mayoría, tránsfugas
del surrealismo reunidos en torno a Bataille– se codeaban con representantes de
disciplinas muy variadas (historia del arte, musicología, arqueología, etnología
etc.), algunos de los cuales eran miembros del Instituto o bien pertenecían al personal
jerárquico de museos y bibliotecas. Una mixtura precisamente imposible (Bataille-Leiris,
2008: 19).
Otra característica de
Documents, que merece ser destacada, fue
el particular método puesto en práctica para analizar las obras de arte. Sustentado
en el heteróclito conjunto de disciplinas que la integraban, se apartó de la tendencia
clásica de análisis, la cual se centraba en la forma del objeto aislándolo del contexto
de creación, y recurrió a un ejercicio interdisciplinario donde, la etnografía se
encargaba de poner el valor de la obra de arte en relación con su propia cultura.
Documents tendría como plataforma la resistencia
hacia el punto de vista estético, una resistencia que es la primera connotación
de su título. Un documento es un objeto desprovisto de valor artístico. Desprovisto
o despojado dependiendo de si alguna vez tuvo o no valor artístico alguno. El resultado
fue que ambas perspectivas se complementaban mutuamente en las páginas. Pero la
etnología no tenía la última palabra, pues ésta quedaba sometida al juicio crítico
de la historia, logrando así, un análisis científico riguroso.
Documents también dejó su huella por su prolífico
estilo en el uso de las imágenes. Desde el inicio, las fotografías de objetos de
arte de museos o étnicos adquirieron un rol central, no sólo por cantidad sino porque
se presentaban como el complemento necesario del texto. La organización de los artículos
acompañados por fotografías perseguía una comprensión en conjunto que difícilmente
se lograría aislando los elementos. Un claro ejemplo de esto se puede encontrar
en la intervención del propio Bataille en el primer número (Año I) que apareció
en abril de 1929, donde toma figuras de caballos acuñados en monedas por dos culturas
distintas, unas griegas y otras galas. “El caballo académico” no respondía a un
pacato interés por comparar la forma de representación del caballo en dos culturas
distintas, sino que el núcleo central consistía en poner en evidencia la noción
de belleza ideal que proveniente de Grecia que irradia y domina el imaginario artístico
de esos años, incluido el surrealismo. La argumentación batailleana se apoya en
las imágenes que acompañan la nota otorgándole un valor extra. A las siluetas de
los caballos griegos esbeltos se le oponen como una burla de mal gusto la imagen
de los caballos creada por los galos. A partir del contrapunto, Bataille detecta
dos tipos de formas que permean la vida social: la académica, por un lado, a la
que se oponen las formas barrocas, dementes o bárbaras, por otro. Estas figuras
equinas deformes transgreden el estereotipo:
Desde el siglo IV a. C., los galos, que habían utilizado para
sus intercambios comerciales algunas monedas importadas, comenzaron a acuñar las
propias copiando ciertos modelos griegos, en particular unos diseños que tenían
en el reverso la representación de un caballo (como las estatuas de oro macedónicas).
Pero sus imitaciones no sólo presentan las deformaciones bárbaras habituales que
derivan de la torpeza del grabador. Los caballos dementes imaginados por las diversas
tribus no dependen tanto de una falla técnica como de una extravagancia positiva,
llevando siempre hasta sus consecuencias más absurdas una primera interpretación
esquemática (Bataille, 2003: 14-15).
En estas líneas, Bataille
comienza a desarrollar una idea que no sólo caracterizará a Documents, sino a su futura producción. Aludimos
a su ataque contra el idealismo en sí mismo y, contra el idealismo que subyace en
los diversos materialismos. De allí que Documents
actuara como máquina de guerra contra las ideas preconcebidas y, contra aquello
que Bataille identificaba como la tendencia idealista a caracterizar lo excesivo
y lo defectuoso en términos de carencia o como una desmesura negativa. Apoyado por
el grupo de disidentes que lo acompañaban, sumado al estímulo de jóvenes artistas,
su anti idealismo se enardeció. Luego del primer número, uno de los fundadores (Pierre
d’Espézel), manifiesta por carta a Bataille su completo desacuerdo con la publicación:
“Después de lo que he visto hasta ahora, el título que he elegido para esta revista
apenas se justifica, excepto en el sentido que nos da Documents acerca de su estado mental” (Surya, 2002: 118). Es un claro
ejemplo del raro clima que se vivía en la revista, que aun así se mantuvo (o empeoró)
en esa línea.
El bajo materialismo: un materialismo a la Bataille
Tanto Breton como Bataille prestaron especial
atención al concepto de materialismo. Uno de los principales puntos de divergencia
lo constituyó la relación que cada uno de ellos estableció con la interpretación
de la dialéctica hegeliana. Mientras que el primero la concebía como un movimiento
ascendente de reconciliación de los contrarios, el segundo proponía un materialismo
desdialectizado donde las oposiciones (ya no contradicciones) no se resolvían de
manera definitiva. Frente al afán surrealista por idealizar el materialismo, Bataille
proponía rematerializarlo. Pero, siguiendo la pregunta de Macherey (2003) ¿cómo
podría revalorizar la materia/lo bajo sin recaer en una nueva idealización? ¿Cómo
darle relevancia a la materia sin colocarla en el lugar que los surrealistas le
asignaban a la idea?
Bataille desarrolla un
esbozo de tesis propia sobre el materialismo. Su objetivo es desprenderse del materialismo
ontológico,[9] que ubica
a la materia como la cosa en sí, “pues ante todo se trata de no someterse, ni uno
mismo ni su razón, a algo que sería más elevado” (Bataille, 2003: 62). Los materialismos
(el dialéctico, el mecánico, el ontológico) se encuentran preñados de idealismo
y por tal motivo, limitados por la razón que los engendra. De allí que la búsqueda
por un materialismo distinto derive en una apelación de aquello que venía insinuando,
es decir: la “materia baja”. La cual es “exterior y extraña a las aspiraciones ideales
humanas y se niega a dejarse reducir a las grandes máquinas ontológicas que resultan
de esas aspiraciones” (Ibíd., 2003: 62). El objetivo es hallar una materia que no
limite. En esto fundamenta su ataque al surrealismo, a pesar de no nombrarlo: “las
representaciones plásticas son la expresión de un materialismo intransigente que
recurre a todo lo que compromete a los poderes establecidos en materia de forma,
ridiculiza las entidades tradicionales, rivaliza ingenuamente con esperpentos que
causan estupor” (Ibíd., 2003: 63).
La operación de Bataille
no es un simple intercambio, sino que resulta más adecuada la descripción del bajo
materialismo como un “tercer término”, pero más nietzscheano que hegeliano. Es una
fuerza disruptiva más que un operador dialéctico. Bataille no busca invertir, sino
que invita a volver desde lo alto a revolcarse en el lodo; rechaza el materialismo
mecánico y el dialéctico. Al primero, porque ubica a la materia en la cúspide de
la jerarquía, confinándola al ámbito de la investigación científica. Al segundo,
porque la materia ingresa y pasa a formar parte de la dialéctica. Aunque según Benjamin
Noys, Bataille alberga una esperanza de conectar el bajo materialismo con el dialéctico,
que con gran esfuerzo intenta poner a funcionar en “La crítica de los fundamentos
de la dialéctica hegeliana”. Sin embargo, el autor señala que es un punto que sobrevuela
rápidamente: el bajo materialismo amenaza al dialéctico.
Lo que resulta irónico es que Bataille no percibiera que su
bajo materialismo amenazaba la dialéctica (tanto la hegeliana cuanto la marxista)
con un límite interno que lo dañaba desde el principio; y que ya había demostrado
que la dialéctica depende de una base material que no permanece fija en el interior
del esquema dialéctico. De allí que lo que el bajo materialismo produce es lo que
Machery llama un materialismo desdialectizado (Noys, 1998: 502).
La crítica al idealismo
del primer escrito se profundiza en “El lenguaje de las flores” (1929, número 3,
año I), pero sin llegar a la hostilidad con el surrealismo. Aquí Bataille ofrece
un primer esbozo de la filosofía agresivamente anti idealista que lo caracterizó.
Bajo la apariencia de una prosa poética que busca dar con las emociones que nos
trasmiten las flores (“egoísmo, amargura, expansión”), Bataille lanza sus dardos
por sobre los pétalos e intenta dar en el núcleo de la belleza de las flores. Así,
rápidamente sentencia: “Sin embargo, no deja de ser interesante observar que cuando
se dice que las flores son bellas es porque parecen conformes a lo que debe ser,
es decir, porque representan, porque son el ideal humano” (Bataille, 2003: 24).
La belleza de las rosas es también producto de una perspectiva idílica que recorta
la totalidad de la rosa y fija su atención sólo en los pétalos. Por un lado, esta
operación invisibiliza que “el interior de una rosa no se corresponde para nada
con su belleza exterior, y si uno arranca hasta el último de los pétalos de la corola,
no queda más que una mata de aspecto sórdido” (Ibíd., 2003: 25). Para ilustrar esta
idea, Bataille utiliza una foto de Karl Blossfeldt[10]
cuyo epígrafe indica que los pétalos de la flor fueron arrancados. Por el otro,
esconde lo bajo: las raíces inmundas, embarradas y con insectos responsables de
animar a la rosa en su belleza:
En efecto, las raíces representan la contrapartida perfecta
de las partes visibles de la planta. Mientras que éstas se elevan noblemente, aquéllas,
innobles y viscosas, se revuelcan en el interior del suelo, enamoradas de la podredumbre
como las hojas de la luz (Ibíd., 2003: 27).
El recorrido no demuestra
únicamente el anti idealismo que Bataille comienza a cultivar por esos años. Además,
nos presenta el nacimiento de su interés por lo abyecto, lo maldito, aquello moralmente
excluido.
Un proyecto singular
desarrollado al interior de Documents
es el “Diccionario crítico”. Como su nombre indica que el objetivo era dar los significados
no aceptados formalmente de las palabras o mostrar su trasfondo idealista. Precisamente
en el artículo “Informe” puede leerse: “Un diccionario comenzaría en el momento
en que ya no suministra el sentido sino el trabajo de las palabras” (Ibíd., 2003:
55). Ocuparse del trabajo de las palabras implica una posición donde “informe no
es solamente un adjetivo con determinado sentido sino también un término que sirve
para descalificar, exigiendo generalmente que cada cosa tenga su forma” (Ibíd.,
2003: 55). Para Hollier la palabra sería entonces un lugar de acontecimiento, explosión
de un potencial afectivo y no medio de expresión de sentido. Así también esta sección
se convirtió en un vehículo de la lucha contra el idealismo y nos permite sumergirnos
de lleno en el segundo eje de reflexión que caracterizó a la revista y en particular
a Bataille: el materialismo.
El “Diccionario crítico”
debutó en el segundo número con la entrada “architecture” que llevaba la firma de
Bataille. La arquitectura hace patente que: “el ser ideal de la sociedad, aquel
que ordena y prohíbe con autoridad, se expresa en las composiciones arquitectónicas
propiamente dichas” (Bataille, 2003: 19). Denis Hollier (2005) escribe al respecto,
que en un edificio su arquitectura no se reduce a la obra, a eso por lo que una
construcción escapa al espacio puramente utilitario, eso que habría en él de estético.
Damos aquí con una incipiente preocupación sobre la contradicción entre el exceso
y la utilidad. Porque la arquitectura no es sólo la construcción de un espacio habitable
para la reproducción humana, sino además una manifestación excesiva, estética y
de gasto con respecto a esa función: las catedrales, los coliseos, los monumentos.
Pero para Bataille, no sólo la Iglesia y el Estado imponen silencio a las multitudes
con catedrales y palacios, no sólo inspiran temor y sabiduría social, sino que la
fisonomía, el vestido, la música, la pintura, todo eso que exige una cierta composición,
también es una arquitectura. Otra de las entradas sumamente significativas del diccionario
es la de “Ojo”, al punto que hay cuatro textos de distintos autores dedicados a
esta palabra. La primera fue escrita por Robert Desnos, la segunda por Bataille,
la tercera por Marcel Griaule y la cuarta apareció sin firma. El texto de Bataille
explora el temor y la fascinación por esa parte del cuerpo que es además una figura
de la conciencia moral y una imagen de la represión (Bataille-Leiris, 2008). Para
ilustrar la extrema ambigüedad que suscita el ojo para las sociedades occidentales,
Bataille recupera la expresión “golosina caníbal” de un texto de Stevenson. Y en
virtud de ese deslizamiento entre sensaciones ambiguas que la concepción de esta
palabra permite, Bataille la emparenta con lo filoso. Algo que él mismo señala que
había hecho el surrealismo de Buñuel y Dalí en Un perro andaluz, en una escena donde con una navaja filosa se le corta
el ojo a la protagonista. El “ojo” será tematizado por Bataille no sólo en esta
entrada del diccionario crítico, sino también en varias de sus novelas:[11]
El ano solar, El ojo pineal y, fundamentalmente, en Historia del ojo. Esta última es verdaderamente la historia de un ojo.
Pero lo es, tal como enfatiza Barthes, como composición metafórica (doble)[12]
y metonímica.[13]
Según entiende Barthes,
podemos encontrar en este texto la ley de la imagen surrealista que utilizara Breton:
la imagen será tanto más intensa cuanto más alejadas y exactas sean las relaciones
entre las dos realidades presentadas:
Un término, el Ojo, se varía a través de un cierto número
de objetos sustitutivos, que tienen con él la estricta relación de objetos afines
(…) y sin embargo desemejantes (…); esta doble propiedad es la condición necesaria
y suficiente de todo paradigma: los sustitutos del Ojo son déclinés (declinados) en todos los sentidos del término:
recitados como las formas flexionales de una misma palabra; revelados como los estados
de una misma identidad (Barthes, 2003: 326-327).
La osadía de Bataille
es máxima, porque al lanzar sus dardos contra el idealismo no se recuesta sobre
las versiones establecidas del materialismo, sino que se dedica a criticarlas, advirtiendo
los peligros que aquellas concepciones que proclamándose como tales, en realidad
se limitan a cambiar al dios idea por el dios materia abstracta, reproduciendo aquello
que critican. En la entrada “Materialismo” podemos leer: “La mayoría de los materialistas
(…) han situado la materia muerta en la cúspide de una jerarquía convencional de
hechos de diverso orden, sin percibir que así cedían a la obsesión de una forma
ideal de la materia” (Bataille, 2003: 29). Esta concepción arraigada de la materia
no hace más que reproducir el interrogante de la problemática idealista en clave
materialista, dejando intacto su trasfondo: “la pregunta por la esencia de las cosas”.
Para Bataille, un materialismo auténtico debería desidealizar la materia y buscarla
en su manifestación social espontánea sin preconceptos. La solución que encontró
para la pregunta que nos hacíamos más arriba, es apuntar hacia lo bajo, a la materia
embarrada, sucia, los excrementos (algo de lo que lo acusará Breton). La bajeza
de la materia muchas veces coincide con su topografía: el piso sucio, el barro,
los pies, la desnudez oculta. Aquello que ya había anunciado en “El lenguaje de
las flores”, mirar las raíces fétidas que nutren la belleza de la flor. Pero el
nombre no proviene de allí, sino que apunta al desprestigio social que carga. Allí,
también se encuentra la materia no idealizada. De esta manera resuelve la aporía
tomando el camino de la materia abyecta.
Dos textos radicalizan
esta línea de pensamiento en pos de un materialismo no idealizado, que aparecían
con tibieza en los artículos referidos. En “El dedo gordo” repite el esquema de
razonamiento, sin olvidar que la cabeza humana apunta hacia el cielo, origen de
lo bueno y lo bello, dirige su mirada al sostén de esa cabeza erguida y orgullosa,
donde aparecen los pies, que son el apoyo en la tierra para la cabeza. El dedo gordo
es la condición necesaria para buscar el cielo. El texto es acompañado por fotos
a página completa de dedos gordos en primer plano. Esta mirada batailleana, que
busca lo bajo y lo alto (la cabeza, pero también el arte de museos) alternativamente
es el motivo por el cual Michel Leiris calificara de “Jano” a Bataille y a su revista.
Para acabar con la jerarquía
implícita del materialismo, Bataille trae a escena todo aquello que hasta el momento
había sido excluido alternativamente por el idealismo y el materialismo. De allí
que su vocabulario se pueble por la reflexión por el luto, el lujo, la muerte, la
sexualidad perversa, la guerra. Lo bajo es lo abyecto, lo despreciable, Bataille
trae al recuerdo la descalificación que traducida a nuestra cultura sería “pata
sucia” (“pied dans la boue”), para demostrar la asociación. Esta condición dota
al pie de un carácter de tabú en diversas culturas que son ejemplificadas en el
texto. El pie también es símbolo de la prohibición y su contrapartida, la transgresión.
Por eso lo extendido del fetiche con los pies: del placer que se obtiene al violar
la regla y establecer contacto. Placer emanado de su bajeza y fealdad. Es menester
aclarar que el uso transgresor de la imagen de un pie desnudo no fue exclusivo del
autor aquí considerado. En el filme La edad
de oro, Buñuel y Dalí lograron plasmarla magistralmente. Durante una fiesta
para las clases aristocráticas, los dos amantes que buscan consumar su deseo (interrumpido
a lo largo de toda la película), se ven impedidos producto del efecto cautivador
que el robusto pie de una estatua genera sobre el protagonista que no puede apartarle
la vista. Momentos después será ella quien chupe apasionadamente uno de los pies
cuando su compañero se ve obligado a atender un llamado.
Debemos retener una característica,
sobre la que volveremos enseguida, que Bataille menciona y nos proporciona una clave
de su bajo materialismo. El dedo gordo es ambiguo: es lo bajo, pero también, es
evolutiva y anatómicamente lo que distingue al hombre de los monos, de su origen
animal y bruto. El dedo gordo establece el primer contacto con la cultura: “es la
parte más humana del cuerpo humano en el sentido de que ningún otro elemento del
cuerpo se diferencia tanto del elemento correspondiente del mono antropoide” (Bataille,
2003: 44).
“El bajo materialismo
y la gnosis”, publicado en el número 8 (1930, número 1, año II,) consistió en una
respuesta pensada y severa contra el Segundo
Manifiesto aparecido poco tiempo antes. Aquí arremete (nuevamente) contra lo
que se proponía como una reconciliación dialéctica de los opuestos,[14]
porque continuaba con la búsqueda de una síntesis para la falsa disputa entre idealismo
y materialismo, pues lo que se lograba era hacerlos trepar en una dudosa jerarquía
filosófica.[15] El verdadero
problema, según Bataille, se encontraba al interior del materialismo, como ya hemos
señalado. Ante un materialismo metafísico que se apoya en formas idealizadas, la
alternativa es construir un materialismo bajo que restituya la materia abyecta,
pero como se indica claramente en el ejemplo del dedo gordo, que no pierda la mirada
hacia lo alto. Por tal motivo, esta teorización trasciende la mera inversión de
términos. La reconciliación sólo es posible si no se soslayan las divisiones existentes
y todos los términos pasan a formar parte de la dialéctica. Los ataques al surrealismo
no fueron producto de una obsesión personal de Bataille, sino que se enmarcaron
en un clima de época. Las posiciones encontradas entre él y Breton, fueron acicateadas
de ambos lados, incluso el tono del Segundo
Manifiesto Surrealista se tornó abiertamente agresivo contra Bataille.[16]
Con motivo de su publicación dirá: “André Breton me cuestionaba en él, y particularmente,
me acusaba de estar reuniendo en su contra a los disidentes y a los excluidos del
surrealismo” (Bataille-Leiris, 2008: 67). Con la publicación de Documents, Bataille se encontró por primera
vez como líder de opinión, frente a las críticas que le hiciera en virtud de su
autoritarismo y su vigilancia moral. Breton responde que le “divierte pensar que
no se puede salir del surrealismo sin caer en el señor Bataille, tan cierto es que
la aversión al rigor sólo se traduce por una nueva sumisión al rigor” (Breton, 2001:
149). Desde el rol en la revista operó como aglutinador de un grupo que, estrictamente,
no existía como tal. Esta no era la primera vez que el líder surrealista había demostrado
que necesitaba individualizar a sus enemigos externos, anteriormente había hecho
algo similar con el grupo filosófico de Morhange, Politzer y Lefebvre. Ahora era
el turno del “señor Bataille” al que acusaba de “filosóficamente vago”, “pascaliano”,
“poéticamente vacío”, “filósofo excremental”, “obsesionado con la degradación y
la decadencia”, y de “no querer considerar en el mundo sino lo más vil, lo más desalentador
y lo más corrompido” (Breton, 2001: 147).
La ofensiva lanzada por
Breton para galvanizar a los miembros del movimiento y vengarse de los disidentes
empujó a Bataille a asociarse con gente con la que no compartía ni metas ni motivos.
Los firmantes del panfleto anti-Breton, Un
cadáver,[17] “nunca estuvieron
unidos más que por la hostilidad” (Bataille-Leiris, 2008: 68). De los doce firmantes,
él era el único que nunca había sido surrealista de modo tal que no tenía necesidad
de lamentar una verdad y un compromiso que nunca había sido suyos. Si Bataille había
lanzado su crítica a Breton por ser el paladín de la idealización ciega, por levantar
barricadas de flores, por ser un falso revolucionario, un Papa, un león castrado
(en el texto de Un cadáver Leiris escribe
“El ramo sin flores” y Bataille colabora con “El león castrado”), un cura y un policía;
Breton no se había quedado atrás al burlarse de su doble vida: la diurna, paseando
“sus cuidadosos dedos de bibliotecario sobre antiguos y a menudo seductores manuscritos”;
la nocturna, atiborrándose “de inmundicias con las que le gustaría ver cargados
esos textos igual que lo está él” (Breton, 2001: 151). Antes de los cruces que tuvieron
lugar en el año treinta, Bataille tuvo más de una posibilidad de acercarse al surrealismo.
Su negativa quedó sintetizada en una frase que Breton sería incapaz de perdonarle
durante muchos años: “No me hagan perder el tiempo con el idealismo”. El idealismo
era el enemigo y el surrealismo representaba la enfermedad infantil del materialismo
(Surya entiende que la crítica de Bataille al surrealismo retoma la terminología
leninista), el reemplazo de unos valores (los del capitalismo) por otros pretendidamente
superiores, pero valores al fin. Y esta fe que Breton pregonaba hacia ciertas “virtudes
morales” era lo que, para Bataille, constituía su debilidad y su cobardía. Consideraba
que los surrealistas no estaban yendo lo suficientemente a fondo con la crítica
y que estaban proponiendo una revuelta que hallaba su justificación en el mundo
que condenaba y del que al mismo tiempo dependía.
A esta altura, cabe preguntarse
si Bataille cesó alguna vez su hostilidad hacia el surrealismo. Es difícil decirlo.
Lo que sí podemos suponer es que al menos él y Breton se propusieron una tregua
durante el breve período de Contre-Attaque.
Éste era –una vez más– un grupo verdaderamente heterogéneo que reunía a antiguos
compañeros de Bataille en el Círculo Democrático Comunista, a los más importantes
surrealistas del momento (Breton, Éluard y Péret entre otros) y a algunos independientes.
A todos ellos les ofrecía una vía de activismo político de izquierda que se autodefinía
como revolucionario y crítico del comunismo. La originalidad de Contre-Attaque reside en que: “planteaba
problemas sintomáticamente ausentes en todas las ideologías revolucionarias. Proponía
reemplazar los mitos del fascismo por otros mitos. Era bajo el signo de Sade, Fourier
y Nietzsche que Bataille ubicaba la revolución prometida de Contre-Attaque” (Surya, 2002: 222).
Sin embargo la tregua
duró poco. En mayo de 1936 apareció el primer y único número de Cahiers de Contre-Attaque; para ese momento
el grupo ya estaba fracturado. Lo que precipitó la ruptura entre las dos facciones
(una liderada por Bataille y la otra por Breton) fue la publicación de un panfleto
de una sola hoja titulado Sous le Feu des
Canons Française. Bataille había colocado a Breton en la lista de los firmantes
sin haberle consultado previamente. El texto comenzaba con una condena a la Unión
Soviética a propósito del tratado que recientemente había firmado con los ganadores
de 1918, las democracias burguesas. “Estamos en contra de los pedazos de papel,
en contra de la prosa esclavista de los ministros (…) Frente a ellos preferimos,
pase lo que pase, la brutalidad antidiplomática de Hitler” (Bataille, 1970: 398).
Para entonces, la desavenencia entre los seguidores de Bataille y los de Breton
era total. Mientras Breton hizo del surrealismo un instrumento de lo maravilloso, Bataille hizo de Documents un instrumento de lo monstruoso.
Conclusión
Independientemente del enfrentamiento personal,
se busca destacar el bajo materialismo que cobró forma y contenido en las páginas
de Documents al calor del debate con el
surrealismo y no sólo contra éste. Esta nueva categoría no se limita a la crítica,
sino que adquiere relevancia al constituirse como posición superadora (no en clave
hegeliana, sino como un tercer término que es condición de posibilidad de los otros
dos) tanto del idealismo como de otras formas de materialismo. La lógica del bajo
materialismo entiende que todo lo alto o ideal depende de la materia baja, y que
esa dependencia implica que la pureza del ideal está siempre contaminada. Esa dependencia
sistemáticamente negada por el ideal, que al separarse de aquello que es desagradable,
vil, subhumano intenta mantener lo bajo en su lugar. Pero esta separación nunca
es del todo completa porque lo bajo constituye la base, al tiempo que funciona como
un recordatorio perpetuo de todo aquello que amenaza con arrastrar y arruinar el
ideal.
Documents condensa los temas principales de la futura
filosofía y estética batailleanas. Las ideas allí elaboradas constituyen la espina
dorsal de su pensamiento. La fascinación por lo bajo y lo abyecto; el deslumbramiento
por el derroche y el exceso con su crítica al utilitarismo y al moralismo idealista
nunca saldrán de la órbita de sus preocupaciones. A él le debemos la creación o
resignificación de nociones tales como heterología, soberanía, imposible, homogéneo,
heterogéneo, y de aquellas más sociológicas como prohibición y transgresión.
A pesar que la experiencia
de Documents finalizó a principios de
1931, Bataille continuó reflexionando sobre ellos, pero esta vez motorizado por
la necesidad de encontrar respuestas al apoyo masivo que lograron los dos procesos
políticos que se gestaban en ese momento: el fascismo y el estalinismo. El resultado
de esas reflexiones se plasmó en tres artículos (“La noción de gasto”, “El problema
del Estado” y “La estructura psicológica del fascismo”), publicados en 1933 en La critique sociale. En éstos, se delinean
más nítidamente las categorías sobre las cuales había comenzado a trabajar pero
alcanzan ahora un mayor grado de madurez y elaboración. Sumado a que allí Bataille
ensaya el uso de esos conceptos para intentar dar una explicación a lo que él veía
como el problema político del momento: los totalitarismos y sus efectos en las masas.
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[1] También
se definen sus enemigos, “la actitud realista inspirada en el positivismo de Anatole
France se me revela con un aspecto hostil hacia todo vuelo intelectual y ético.
Me causa repulsión porque está constituida por una mezcla de mediocridad, odio y
chata suficiencia” (Breton, 2001: 22).
[2] “Género
poético basado en los juegos de palabras que floreció en el siglo XII en los ambientes
cortesanos franceses” (Surya, 2002: 18).
[3] Ensayo
en el que compara al Estado “burocrático” incaico con el “exceso monstruoso” de
la cultura azteca.
[4] “La luz,
el sol, la broma, la sangre, el sacrificio, la muerte fueron temas presentes en
El ano solar y El ojo pineal. Los aztecas le dieron la oportunidad de considerarlos
de otra manera, desde otro ángulo, legitimados por la etnografía. Los dioses mexicanos
lo abrumaban: religiosos al punto del horror preferían lo amargo de sus dioses crueles
a la dulzura del dios de los cristianos. Para ellos la muerte no era nada, o mejor
que nada algo por lo que tenían una avidez tentadora. Una religión que recurre al
amor a la muerte tiene una inconmensurable ventaja sobre el cristianismo que se
doblega, juzga, llora y aterroriza. La antropología no contradiría estas ideas;
Bataille estaba adelantado a su tiempo” (Surya, 2002: 138).
[5] El seudónimo
elegido para este libro resulta tan provocador como el texto mismo. “Lord”, que
significa “señor” o “dios”, y “auch” que remite a la frase “aux chiottes” que podría
ser traducida como “al inodoro” o “a la mierda”. “A la mierda con dios” sería la
traducción literal (Mattoni, 2011).
[6] Algunos
de sus participantes fueron: Jean Babelon y Pierre D’Espezel, Georges Henri Rivière
y Paul Rivet, Marcel Griaule, André Schaeffner y, en un número, un joven Claude
Lévi Strauss (bajo el seudónimo de G. Monnet). Gradualmente, otro grupo de escritores
y fotógrafos comenzarán a aparecer en las páginas de la revista con cada vez mayor
frecuencia: disidentes surrealistas en su mayor parte, muchos de los cuales habían
sido excluidos del movimiento y atacados en el Segundo Manifiesto. Tal es el caso de Pierre d’Espezel y Jean Babelon,
que también eran amigos de Bataille (Kendall, 2007: 70-71).
[7] Junto
con Bataille y Leiris, fue quien más contribuciones realizó.
[8] Para mayor
detalle del vínculo de Carl Einstein con Documents,
véase: Joyce (2002).
[9] Cabe aclarar
que más que tendencias establecidas o que se reconocieran como tales, corresponden
más bien a la lectura que el propio Bataille hiciera de ciertos discursos.
[10] Las tomas
de este fotógrafo alemán que mediante una cámara diseñada por él lograba obtener
ampliaciones unas treinta veces mayores al tamaño normal, fueron elegidas personalmente
por Bataille.
[11] Leiris
(2008) sugiere que en esta época (la de Historia
del Ojo y Documents) Bataille se empezó
a interesar por una pequeña glándula que alberga el cerebro, cuyas funciones no
están del todo definidas. Efectivamente, tanto en El ojo pineal como en El ano solar,
Bataille explora la idea de la existencia de un ojo que habría estado destinado
a contemplar al sol cara a cara. Al punto que la glándula pineal es presentada como
una suerte de ojo fallido.
[12] Barthes
identifica dos cadenas metafóricas en este texto de Bataille. La primera variación
(aquella que apela a la blancura y la rotundidad) es la del ojo y el huevo; la segunda
(la que hace uso de los “avatares de lo líquido”) la del ojo y las lágrimas.
[13] “Una vez
manifestada la doble metáfora, Bataille hace intervenir una nueva técnica: intercambia
las dos cadenas” (Barthes, 2003: 331). “Si llamamos metonimia a esta traslación
de sentido operada de una cadena a la otra, en peldaños distintos de la metáfora
(ojo chupado como un seno, beber mi ojo entre sus labios), sin duda reconocemos
que el erotismo de Bataille es esencialmente metonímico” (Ibíd., 2003: 333).
[14] “Todo
nos induce a creer que existe un punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo
real y lo imaginario, lo pasado y lo futuro, lo comunicable y lo incomunicable,
lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos como contradictorios. Sería vano buscar
en la actividad surrealista otro móvil que la esperanza de determinar ese punto.
De aquí se desprende claramente cuán absurdo resultaría adjudicarle una orientación
exclusivamente destructora o constructora: el punto en cuestión es a fortiori aquel en que la construcción y
la destrucción dejan de ser blandidas la una contra la otra” (Breton, 2001: 84).
[15] “Se forman
así dos entidades verbales que se explican únicamente por su valor constructivo
en el orden social: Dios abstracto (o simplemente idea) y materia abstracta” (Bataille,
2003: 62).
[16] Es llamativo
que jamás mencionó a Breton –al menos por su nombre propio– en ninguno de los quince
números que se extendió Documents.
[17] La respuesta
al Segundo Manifiesto Surrealista fue
inicialmente concebida por Robert Desnos. De modo irónico tomó prestado la forma
y el título de aquel panfleto que en 1924 publicaran los surrealistas con motivo
de la muerte de Anatole France.
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