Grant Morrison |
1. ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE COHERENCIA?
Como han remarcado muchos especialistas
en lógica, la coherencia es una noción muy difícil de definir. La filosofía analítica
ha intentado sin éxito alcanzar una definición aceptable de la coherencia. Tal vez
una de las causas de su fracaso radique en tratar de comprender la coherencia como
una relación entre proposiciones independientes. [1] Una perspectiva distinta y
más efectiva nos brinda la hermenéutica, que intuye que el meollo del asunto radica
en la relación del todo y las partes. Proposiciones independientes no son ni pueden
ser coherentes, sino sólo en cuanto constituyen una totalidad.
La concepción de la hermenéutica
sobre la coherencia se encuentra resumida en lo que se denomina “Círculo Hermenéutico”,
una noción que se remonta al filósofo romántico Schleiermacher y a Heidegger y que
luego ha sido desarrollada principalmente por Gadamer. Es justamente en un artículo
temprano de este último, “El círculo de la Comprensión” de 1959, que se encuentra
una de sus formulaciones más claras.
Allí Gadamer explica
que para la hermenéutica “el todo tiene que ser comprendido a partir de lo particular
y lo particular a partir del todo.” (Gadamer, p. 57) La comprensión comienza cuando,
durante la interacción con el texto y en base a sus propias expectativas, el intérprete
constituye un bosquejo de la totalidad de sentido del texto. Las nuevas partes irán
confirmando o poniendo en duda este bosquejo y con ello los prejuicios del intérprete
que generará nuevos bosquejos de totalidad. El movimiento de la comprensión se desliza
constantemente de las partes al todo y del todo a las partes, así como del presente
de la interpretación al pasado del texto y viceversa.
Para Gadamer no hay parte
alguna de un texto que no entre en juego con la totalidad del sentido del mismo.
Si alguna parte parece no encajar en el todo, entonces no puede ser comprendida.
Esto es lo que Gadamer denomina “Anticipación de la perfección”: “solo es comprensible
aquello que verdaderamente representa una totalidad perfecta de sentido.” (ídem,
p. 61) Para Gadamer, entonces, algo solo puede ser comprendido en cuanto es lo que
nosotros denominamos coherente. Si algo no encaja en la totalidad, no puede ser
entendido.
El vínculo entre comprensión
y coherencia es una fuerte constante cultural en occidente (y tal vez no sólo allí).
En algunos momentos, sin embargo, la incoherencia programática se ha alzado como
manera de criticar los límites de esta concepción y de la razón, ya sea en la teología
negativa o en la poesía de las vanguardias.
En este artículo, sin
embargo, no entraremos en la discusión de la función social de la coherencia o los
ataques contra esta, sino que nos limitaremos a señalar un detalle que parece olvidado
por la hermenéutica: la coherencia no es una producción natural o ineludible de
los seres humanos, sino que es siempre un artificio, resultado de un trabajo. La
naturalización de la coherencia por la hermenéutica se aprecia en una cita de Schleiermacher
en el artículo de Gadamer: “Así como la palabra aislada pertenece al contexto de
una oración, de la misma manera pertenece el texto aislado al contexto de la obra
de un escritor y esta a la totalidad del género literario correspondiente y, en
definitiva, a la literatura. Por otro lado, el mismo texto, como manifestación del
momento creador, pertenece a la totalidad de la vivencia del alma de su autor.”
(idem, 57)
Probablemente Gadamer
no expresaría la idea con el mismo ímpetu romántico, pero sin duda sostiene la misma
creencia en la coherencia del mundo, de la historia y del espíritu de los seres
humanos. Más adelante considera que si en un texto algo no tiene sentido dentro
de la totalidad y por lo tanto no es comprensible, “lo ponemos en duda, desconfiamos
de la transmisión textual e intentamos repararlo.” (idem, 62)
Para la hermenéutica
todos los textos son siempre coherentes. No pueden no serlo. En realidad, nuestra
experiencia parece decir lo contrario: la coherencia sólo puede surgir por medio
de un arduo trabajo, que nunca puede llegar a la perfección.
Basta con pensar en nuestra
propia experiencia como productores de textos y de qué manera la escolarización
nos enseñó a construir textos más coherentes. En la escuela (y no solo allí) nos
vemos frente a la necesidad de crear textos que puedan ser “comprendidos” (en el
sentido en que Gadamer usa el término) por otros. Esto implica utilizar una serie
de estrategias lingüísticas que van desde la elección del vocabulario hasta la construcción
de una estructura determinada. Si en este momento uno de los dos co-autores de este
artículo escribiera sin reflexionar, sin discutir, sin luego corregir, estaríamos
frente a un texto probablemente incoherente y difícil de comprender.
Hay teorías de la producción
literaria que contemplan la artificialidad de la coherencia. Ya Aristóteles consideraba
el asunto en la Poética y hacía hincapié en que una buena tragedia debía constituir
una totalidad. Como dice su famosa frase: “yerran al parecer todos cuantos poetas
han compuesto la Heracleida y Teseida, y semejantes poemas; figurándose que, pues
Hércules fue uno, se reputa también una la fábula” (Poética III, 6). Una acumulación
de partes desvinculadas no hacen realmente una obra. Para Aristóteles era evidente
que una obra constituida como unidad coherente no era algo normal, de cualquier
tragedia, sino la característica de una tragedia bien construida.
También Poe hace hincapié
en la producción. Para Poe un buen cuento es aquel donde nada es azaroso, que funciona
como un mecanismo de relojería, pero esto solo puede lograrse a través del trabajo
del autor.
Entonces, de la exigencia
moral y racional de ser coherente se desprenden tanto una hermenéutica como una
poiesis. En general el Autor ha sido uno de los conceptos encargados de garantizar
la coherencia de un texto. Se supone que el Autor como sujeto coherente produciría
textos que expresen esa coherencia. Sin embargo, los seres humanos son complejos,
una “pluralidad”, como gustan decir Deleuze y Guatarí, y por lo tanto los textos
que producen son igual de plurales.
Pero en la práctica no
es sólo el autor quien cumple esta función. En el cine o en la televisión, de hecho
suelen existir profesionales dedicados a ubicar errores en la continuidad (continuity
spoofs). De forma indirecta, esto sucede en la literatura también: tomemos como
punto de partida un ejemplo canónico: el Quijote de Cervantes. En un artículo titulado
“Materialidad del texto, textualidad del libro” Roger Chartier (2007) se detiene
a analizar precisamente un error de continuidad: en el capítulo XXV de la primera
edición, Sancho menciona que le han robado su burro, pero misteriosamente en el
capítulo XLII éste reaparece sin explicación alguna. En la edición de 1607, los
impresores mismos decidieron eliminar este error de continuidad para asegurar la
coherencia de la narración, pero generando al mismo tiempo errores de continuidad
con otros momentos del relato.
No se trata en este artículo,
sin embargo, de realizar un encomio de la escritura incoherente, sino de reconocer
la artificialidad de la coherencia y la necesidad de acercarse a los textos teniendo
en cuenta ese hecho. Reconocemos la utilidad de la coherencia e incluso estamos
tratando de escribir un texto coherente y “comprensible” (o al menos eso esperamos).
Pero entender la construcción de la coherencia como un esfuerzo por dar sentido
y unidad a una discontinuidad puede ayudarnos a acercarnos a nuevos aspectos de
los textos, como esperamos mostrar en el capítulo siguiente.
2. LA MENTE DE BRUCE WAYNE, O LA “APOPHENIA” COMO OPERADOR DE SÍNTESIS
El problema de la continuidad y el de la
coherencia entendida tanto en términos semánticos como culturales tiene un rol particularmente
importante en la industria del cómic, en particular en las series mainstream de
DC y Marvel. Tomaremos como ejemplo el largo arco narrativo de Batman escrito por
Grant Morrison que comenzó en el 2008 con Batman & Son y que finalizó recientemente
con The Return of Bruce Wayne y Batman and Robin #16. En el medio estuvieron algunos
de los principales hits del último período de DC, como la Final Crisis y Blackest
Night.
Para aquellos que no
hayan oído hablar de estos cómics, diremos resumidamente que el asunto central son
las peripecias de Batman frente a un enemigo en apariencia muy superior a sus capacidades:
Darkseid un “Nuevo Dios” con poderes notoriamente sofisticados. La primera gran
secuencia (Batman and Son, The Dark Glove y Batman RIP) no narra este enfrentamiento
directamente, sino que se centra en la contienda entre una organización criminal
llamada The Dark Glove (“el guante negro”) que intenta -oh sorpresa- aniquilar al
hombre murciélago. El punto de contacto entre esta organización y Darkseid es el
Dr. Hurt, un nuevo y prometedor villano que además de liderar la mencionada organización
criminal fue infestado por una de las concept-weapons de Darkseid, el “hyperadapter”.
[2]
Pero no cansaremos al
lector con las peripecias de este largo y complejo relato. Si lo mencionamos aquí
es porque nos ofrece un ejemplo interesante de algunas de las características más
sobresalientes de la industria del cómic moderno y su complejo proceso de creación
de continuidades. Como punto de partida podemos tomar el clásico análisis de Superman
de Umberto Eco en Apocalípticos e integrados. La principal hipótesis de este texto
es que la diferencia entre los mitos clásicos y los superhéroes es que los primeros
presentan mitos cerrados (tienen un principio y un final por todos conocido, como
el nacimiento y la muerte de Hércules por ejemplo) y los segundos instauran, por
el contrario, una temporalidad singular en la que todo sucede sin que se produzca,
de alguna forma, ningún avance significativo. Pasan los años y ni Robin ni Peter
Parker envejecen: la experiencia apenas deja en ellos alguna huella.
Hasta ahí, Eco, a quien
no podemos culpar por no haber anticipado la complejización acelerada que sufriría
esta dinámica desde -por lo menos- la Crisis en Tierras Infinitas de 1985. Ante
la acumulación monstruosa de derivaciones y superposiciones que se había generado
luego de años y años de continuidad errática, los editores de DC decidieron deshacer
las distintas realidades paralelas (el recurso argumentativo con el que a menudo
intentaban justificar estas discontinuidades) y unificar las líneas principales
en una nueva continuidad que tomaría selectivamente ciertos elementos previos, y
descartaría otros (por ejemplo Krypto, el perro con poderes de Superman, quedaba
fuera). Luego, las historias principales fueron narradas una vez más de acuerdo
con esta nueva continuidad. Este procedimiento permitió a una nueva generación de
lectores adquirir un conocimiento de primera mano de sus superhéroes favoritos y
establecer un nuevo canon pre-crisis y post-crisis que permitía explicar el desarrollo
de los acontecimientos de forma más clara que la clásica división entre Golden Age,
Silver Age y Modern Age. En el preciso momento en que este artículo está siendo
redactado DC está relanzando sus series principales y reseteando la numeración,
con lo que por primera vez en casi 70 años habrá un Batman #1 y un Superman #1 en
los anaqueles de las revisterías más comunes, y no solo en los museos o en las casas
de los coleccionistas.
Por todo esto (y muchos
otros fenómenos que no comentaremos, tal como la práctica habitual de los spin offs
que redirigen a los seguidores de un título a otro para completar las historias
narradas) está claro que, al menos en el mundo del cómicmainstream, no podemos separar
los procesos de construcción de coherencia de la actividad editorial que regula
y rige su circulación de acuerdo a proyecciones específicas del (imaginario) deseo
de sus lectores, lo que es decir, del marketing editorial y de la preocupación por
crear un “mundo posible” que pueda ser habitado por una imaginación compartida y
clasificado por una sabiduría enciclopédica. Por cierto, este fenómeno no es exclusivo
de la industria del cómic: sucedía ya, hace muchos siglos, con las novelas de caballerías,
hace algunos menos con el folletín, y actualmente también con series televisivas
de larga duración, como Los Simpsons. El interés particular que sostiene frente
a todos estos géneros el universo del cómic mainstream es que pese a su enorme dispersión
no deja de tener un control claramente centralizado y con plena conciencia de su
control legal sobre su personajes. La existencia de Batmans o Supermans “apócrifos”
es un fenómeno bastante menor del que un aficionado standard a las historietas difìcilmente
llegue a enterarse. Dentro de esta dinámica general, el caso de Grant Morrison no
fue elegido al azar: no se trata solamente de un “escritor” de Batman, sino que
es la persona a la que DC le asignó la función de reconstruir gran parte de su multiverso.
Cuesta imaginar la existencia de semejante rol en condiciones fuera de las del cómic
mainstream.
La serie de Batman a
la que hicimos referencia se caracteriza a grandes rasgos por una fuerte autoconciencia
reflexiva de estos procedimientos y por una férrea voluntad de estar siempre un
paso adelante de sus lectores. Esto último se evidencia en la producción masiva
de artículos explicativos en la web tratando de dar cuenta de los vericuetos argumentativos
de sus cómics siguiendo razonamientos progresivamente más sutiles e inalcanzables
para la mayoría de los mortales, que sólo pueden acceder a la Final Crisis como
a una especie de lisérgico poema del futuro. Morrison mismo “modernizó” a Batman
en lo que a la web se refiere: en sus cómics el Joker se burla de Wikipedia, Jason
Todd abusa de Twitter, Bruce Wayne trollea en foros.
Uno de los principios
con los que Morrison construye su trama va precisamente en contra del intento de
definir una clara continuidad que instauró la mencionada Crisis en tierras infinitas:
en las aventuras de Morrison la continuidad se extiende por fuera de los bordes
tradicionales y modifica el canon post-crisis con plena libertad, incluyendo elementos
de tradiciones olvidadas y habitualmente despreciadas. Morrison va en contra de
la selección impuesta por la lógica reductiva de las continuidades oficiales y postula
un (¿posmoderno?) multiverso en el que todo es cierto, todo es relativo, todo el
pasado, el presente y el futuro está siendo redefinido página a página.
Pero sobre esta dispersión
infinita de realidades y sucesos se impone la lógica unificadora del mito de Batman,
cuya cohesión aparece trabajada insistentemente por Morrison. El carácter mítico
se estructura siguiendo dos movimientos: el enfrentamiento entre el hombre y Dios,
y luego, la transformación del hombre en Dios. Si bien esto último no sucede literalmente
en la serie, la insistencia en la proposición: Batman and Robin will never die (“Batman
y Robin no morirán jamás”) y el apoteótico retorno de Bruce Wayne anunciado como
Bat-god son bastante explícitos al respecto. De esta forma se establece una dialéctica
entre la vida del superhéroe que combina la dinámica histórica de su publicación
con su biografía en el mundo ficcional y que se postula como un infinito hacia atrás,
adelante y hacia los costados (continuidades, spin offs, mundos paralelos o elseworlds)
y el punto en el que su concepto forma una unidad indisociable basada en una serie
estrictamente limitada de elementos simbólicos inmediatamente reconocibles para
cualquier lector de Batman, incluso los menos especializados, y que se reproducen
como un fractal a lo largo de todo su desarrollo.
Un efecto curioso que
produce la lectura del Batman de Morrison (y que nos reconduce directamente al problema
del círculo hermenéutico) es que por comparación, el resto de las versiones de este
superhéroe (por ejemplo los de otros autores, o los de series animadas o películas)
parecen pusilánimes e idiotas, como si no estuvieran a la altura de su mito. El
Batman que venció a un Dios con solo su ingenio no puede ser engañado ni por un
segundo por personajes intrascendentes como el Acertijo, por ejemplo. De esta forma,
la dialéctica entre la expansión horizontal infinita de tramas y subtramas, experiencias
y recuerdos, eras pretéritas o mundos paralelos y la unicidad de un concepto-mito
parece resolverse en favor de este último elemento, que se instaura como el verdadero
significado expresado de forma unánime por todos sus episodios. El Hombre Murciélago
de Morrison, convertido en Dios Murciélago, no es una identidad destruida por las
multiplicidades en fuga: es el proceso mismo de síntesis, de ordenación, no solo
de su propio mito, sino prácticamente -según la simbología hiperbólica de Morrison-
de todo el tiempo humano.
Este último movimiento
se logra mediante un concepto igualmente central que opera de intermediario entre
la fijeza del mito único y la dinámica de la aventura siempre en movimiento: la
apophenia, que literalmente es una enfermedad mental que consiste en encontrar patrones
y lógicas en cualquier grupo de datos insignificante. En uno de sus mejores parlamentos,
el Joker nos explica que Batman padece de esta condición, y que gracias a ella es
capaz de construir siempre un entramado, una lógica y una cárcel donde encerrar
-temporalmente al menos- a cualquiera que se le oponga. En este sentido, el funcionamiento
de la mente de Batman (o quizás deberíamos decir más específicamente de Bruce Wayne)
es el tema central de toda la serie de Morrison, y es precisamente a partir de este
procedimiento, de esta capacidad para darle sentido al flujo de información caótica
que recibe, que Batman es capaz de armar un plan en la situación más desesperada.
Todo el proyecto del Dr.Hurt-Darkseid implica crear un agujero (a hole in things
es quizás la frase más repetida de toda la serie) en esa lógica, pero como anticipa
el Joker, es imposible superar la apophenia de Batman: es la locura que enloquece.
Este es precisamente
el problema de la interpretación y del círculo hermenéutico: siempre podremos reconstruir
la relación entre el todo y la parte si podemos encauzarlas dentro de un plan, de
un proyecto. En ese sentido, frente al caos de las continuidades en fuga y a la
superposición de posibilidades que engendra una historia de más de medio siglo de
publicaciones, Morrison construye un “operador de síntesis” (en el sentido que les
daba Foucault en su Arqueología del saber). La forma en la que Bruce Wayne logra
reconstruir el sentido de su mito es el contenido principal de ese mito: si puede
superar a un Dios oscuro es porque puede siempre planificar un paso más allá: batman
thinks of everything. [3]
En conclusión, el proceso
mediante el cual se trazan los puntos de referencia de un posible círculo hermenéutico
aparece trabajado aquí como un aspecto interno a la trama, o incluso, como la tematización
de la posibilidad misma de una trama. En cierta medida, en nada se diferencia del
principal modelo literario -incluso en sus momentos más delirantes- que le sirve
de apoyo genérico: el relato policial clásico, “de enigma”. De hecho la mentada
Final Crisis se inicia con una clásica investigación forense luego del asesinato
de otro Nuevo Dios (Orion). Pero aquí no se ofrece, como solución, una respuesta
objetiva. La única solución está en el proceso mismo de generarla de entre el caos
de la realidad. El código hermenéutico [4] se cierra sobre sí mismo y se convierte,
en su totalidad, en una tautología que se refleja sobre el propio investigador,
como si al final la única posibilidad consistiera en enunciar: Batman es Batman,
o mejor aun, dada la lógica de la continuidad infinita de la aventura en el mundo
del cómic, Batman seguirá siendo Batman para siempre.
3. CONCLUSIONES
Consideramos entonces, como posibilidad
para encarar un análisis, que situar el problema de la coherencia en una actividad
que exige una cierta energía (social, mental, en un mundo posible o en el nuestro)
y que se tematiza en el uso particular de ciertos recursos (que variarán de acuerdo
al fenómeno en cuestión, naturalmente) puede echar luz sobre aspectos significativos
dentro del proceso general de la interpretación. En este caso concreto, nuestro
análisis siguió la dirección propuesta por el entramado ficcional y sus operadores
de síntesis programados. Hubiera sido posible realizar el camino inverso e intentar
desmontar -o deconstruir- este profusamente delineado círculo que es la existencia
de Batman en la mitología de Morrison: en vez de hablar de la continuidad del mito
construído internamente desde el personaje, podríamos pensar en la trama como un
proceso de dispersión y discontinuidad que secciona cada secuencia narrativa y que
des-centra el aparente núcleo del mito de Batman continuamente fuera de cualquier
operación sintetizadora. La misma trama posibilitaría un análisis así, en tanto
el supuesto “núcleo del mito” podría ser aquello que definimos como lo opuesto a
la síntesis: the hole in things, el agujero por el que Batman nunca puede coincidir
plenamente consigo mismo y siempre es empujado hacia un nuevo desarrollo.
NOTAS
[1] Un análisis de la coherencia desde el punto de vista de la lógica y las
distintas propuestas hasta la actualidad ver Olsson, 2005.
[2] Es un arma especular, hecha a medida para Batman, cuya capacidad de adaptarse
es suprema.
[3] Por cierto, hay todo un aspecto adicional propio de la dinámica del cómic
(mainstream o no) que no desarrollaremos aquí pero que también interviene de forma
decisiva en los procesos de construcción de coherencia: la relación entre texto
e imagen, que en sí misma crea un circuito de significado igualmente susceptible
a los problemas de delineamiento del círculo hermenéutico. La forma en la que en
los cómics de Morrison aparecen articulados paneles de claro peso simbólico (cartas
de Tarot, por ejemplo) y referencias oscuras a otros cómics perdidos en el tiempo
forman una textura densa y polisémica. El último panel de Batman: Last Rites nos muestra a un Batman puramente simbólico parado
sobre una aparentemente inexplicable columna dórica, enfatizando su carácter mitológico.
[4] Tal como lo define Barthes en S/Z,
es decir, la secuencia de desentrañamiento de un enigma
BIBLIOGRAFÍA
Aristóteles, (1992) Poética. Madrid: Gredos.
Chartier, R. (2007). “Materialidad del texto, textualidad del libro.” Orbis Tertius. 11(12). [Disponible online en:http://www.orbistertius.unlp.edu.ar...]
Eco, U. (2003). Apocalipticos e integrados. Buenos Aires, Tusquets.
Foucault, M. (2007). La arqueologia del saber. Buenos Aires, Siglo XXI.
Gadamer, H. G. (1986) “Vom Zirkel des Verstehens. [1959]” En: Gesammelte Werke. Tomo 2. Hermeneutik II. Tübingen: Mohr. [Las citas son traducción nuestra]
Olsson, E. (2005) Against coherence: truth, probability, and justification. Oxford, Clarendon Press.
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Número 140 | Agosto de 2019
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