–Voy a La Habana– en su reciente carta–. Expondré
mis cuadros allá.
Costa Rica y su enorme suma de color, aire y
espacio, la han hecho pintar cosas indecibles; ahora va a mostrarlas. Va en busca
de espectadores que no preguntan para alarmar a sus probables interlocutores; por
lo menos en menor número que el que a mí me ha tocado tener enfrente cada vez que
he visitado una exposición aquí o en Costa Rica.
En días pasados, al concurrir a la exposición
de Carlos Mérida, apenas entrando un buen amigo me preguntó:
–Y esto, ¿qué significa?
Le dije: –No significa sino que es.
Pregunta de nuevo: –¿Qué es?
Todo, menos eso que usted se imagina.
Y luego insiste en que le dé explicaciones del
cielo. Pienso para mis adentros: “Es como demostrarle el aire”. Para demostrar el
aire habrá que pensar en aire. Luego, si fuera capaz de entender en aire, no preguntaría.
Entre tanto el hombre espera. Yo le digo que en materia de aire y cielo, y sobre
todo en este momento preciso, quien tiene la palabra última es Mérida. Yo, cualquiera
otra que todavía no he cazado ni por pienso. Me dice, con cierta timidez que yo
encuentro audaz:
–De todos los cuadros, el único que entiendo
es éste (señala cualquier cuadro con buena intención).
Cabría preguntarle:
–Así ¿que lo entendió qué?
Así es siempre. Va uno a las exposiciones con
cierto miedo de que le pregunten, como cuando allá en la infancia habíamos dejado
de cumplir tareas o acabábamos de quemar el aire de mamá.
No es que piense que en La Habana no me encontraría
con esa clase de riesgos.
Jorge Mañach, al abrir una exposición de Max
Jiménez en esta capital, se refirió muy especialmente a la actitud en que están
ciertos espectadores ante la casi totalidad del arte contemporáneo. “Se sienten
irritados, soliviantados”, nos dice con gran verdad.
En Cuba, pues, también se encontrará Margarita
con buen número de irresponsables; pero también con gran cantidad de gentes que
aman la empresa artística por sí y en virtud de la misma.
–Esto la compensará y no quiero decir por compensación
tener un público consciente; se llega a encontrar la compensación en el propio trabajo,
pero ningún artista puede ni debe guardarse para sí, lo que es y debe ser mensaje.
“Tragarse una locomotora y extraer una pipa”
–dice Cocteau–. Pero ese trabajo de dilución, de alambique y de retorta, a la vez
que es suma de tránsitos dolorosos en el artista, tiene forzosamente destino de
experiencia, validez y asombro para otros. La obra de arte sin espectadores, es
como un paisaje sin hombres. Para serlo necesita que lo miren; que lo utilicen en
su función de paisaje. Por eso Dios hizo al hombre, Necesitaba él que otros se dieran
cuenta…
Mucho tiempo habrá de pasar para que en estos
países los hombres se sensibilicen y vayan al arte de hoy y de siempre, sin necesidad
de pasaportes en forma de pregunta. Es cuestión de labor ardua, paciente y lentísima.
Mucho será lo que hay que trabajar en todo este
istmo para que, al llegar a una exposición, no nos encontremos con que la mayoría
de los espectadores sufren desconcierto crónico, premeditado y alevoso, podríamos
decir, aunque con miedo.
Hace tres años, y por iniciativa de la pintora
Bertheau, empezó a trabajar la Sociedad Cultural Pro–Arte.
Digo que empezó a trabajar porque, gracias al
dinamismo y gran temperamento artístico de la Bertheau y a la ayuda inapreciable
de su gran colaboradora la señora Vera Tinoco de Iglesias, la Sociedad Cultural,
no más fundada, formuló un programa de trabajo que se va cumpliendo punto por punto.
Primer asunto a realizar fue establecer la Escuela
de Ballet Pro-Arte.
Hasta esa fecha se habían hecho otros intentos
muy ponderables, pero imprecisos, en materia de danza. La mayoría de las veces se
escogían temas folklóricos caprichosos, y se montaban caprichosamente con buenas
dosis de sofisticación. Mejor dicho, se inventaban los temas folklóricos, puesto
que los ticos, a fuerza de estereotiparnos con lo importado mal asimilado, hemos
ido perdiendo u olvidando lo que es tradición.
Después de una de esas representaciones los
críticos (¿?) hablaban con profusión de términos como “espiritualidad”, espontaneidad,
bellísimo, estupendísimo” y otros en dad e ísimo que a nadie comprometen, y que
se emplean: o cuando el que habla no sabe de lo que está hablando, o cuando, aunque
sepa de lo que trata, no tiene nada que decir sobre el asunto.
Naturalmente que el hecho de que la danza anduviera
por tan mal camino, tenía su origen. Estaba en manos de señoras que tienen mucho
dinero y muy buena voluntad. “Aman el arte” se las oye decir a cada paso y a propósito
de todo. Pero lo fatal es que el arte no las ama a ellas.
Pero Margarita no es una señora que tienen mucho
dinero; ni una dama que pseudoatiende una escuela de ballet, con el mismo deleite
con que mima a un falderillo traído de Pekín.
Es otro el sentido que tiene de esas cosas.
Sabe que están bien las señoras a quienes les hace falta el arte; que cuando tienen
dinero y buena voluntad son inapreciables, porque lo impulsan con sus medios exteriores
al arte: el dinero. Pero también sabe que al arte no le hacen falta las señoras.
Bien puede desaparecer y él sigue produciéndose. Que no es distracción sino presencia.
Que no es hobby sino necesidad.
Teniendo este criterio y además una excelente
escuela adquirida con profesores de renombre, empezó a trabajar.
Por el momento, el año pasado la Escuela presentó
el ballet “Pigmalión”. La coreografía, escenografía, diseños de vestuarios y su
realización, todo se debió a la Bertheau, repetido, con la ayuda de Vera Tinoco,
de la que no puede prescindirse.
La técnica de ese ballet que se presentó al
público de Costa Rica (muy escaso por cierto), era moderna. Buscaba la línea escultórica.
Decían ellas: Nosotras, en tan apasionada búsqueda,
quizá hemos logrado algo, quizá un paso adelante.
En efecto, fue un paso adelante. Lo importante,
a veces, no es quién ni cómo da el paso. Lo verdaderamente necesario es darlo.
Por lo pronto, fue éste el primer intento que
se hizo en mi país para introducirlo a lo que la danza persigue hoy por hoy. Es
decir: desde un nuevo sentido al movimiento. Revalorizarlo. Usarlo no por sí mismo,
sino por lo que puede expresar más allá de un torso o un brazo flexionados.
Sin embargo, no se paró ahí todo. Acaba de inaugurarse
en San José de Costa Rica, la galería Max Jiménez. Es hija de la Sociedad Cultural
Pro-Arte. Pero lo es más todavía de Margarita Bertheau.
Ella, que es como el esqueleto de todo esto,
venía rumiando el proyecto desde hace tiempo. Y ya está hecho. Lo que Margarita
se propone jamás se queda en plan, según parece.
Hace lo que haya que hacer para no quedarse
en la estacada. Si las lámparas que había de necesitar la galería costaban demasiado
caras, no por eso se quedaba sin ellas; Margarita las hacía. Si los pintores de
brocha gorda pedían demasiado por retocar las paredes del salón, Margarita las pintaba
ella misma.
Así es como un día tuve la noticia de que se
había inaugurado con una exposición de Max Jiménez, la galería que lleva su nombre.
La galería Max Jiménez no será solamente un
lugar donde los pintores nacionales y extranjeros podrán exhibir sus cuadros. La
Sociedad Cultural Pro-Arte aspira a realizar, por medio de ella, una extensa labor
cultural en todos los sentidos.
Conferencias sobre pintura, sobre música, literatura;
recitales poéticos, conciertos, etc; tal el programa para este año.
Con esto, tal vez se consiga algo; tal vez hacer
conciencia; y ya es bastante; sobre todo tomando en cuenta que la inmensa mayoría
del pueblo costarricense tienen el tremendo lastre que le es común a casi todos
los pueblos de América Latina: educación mal orientada desde la escuela primaria,
donde al niño se le convence de que debe aprenderse poemas muy aburridos y muy malos,
cuyo argumento casi siempre es el mismo: un niño muy malo que no se fue al cielo
o no ganó un premio. O un niño que sí se fue al cielo y sí ganó un premio. En fin,
problemas morales que al niño no le interesan. Por otro lado se le muestran cromos
alemanes y almanaques, diciéndole que son “muy lindos”. De este modo, cuando llega
a la adolescencia, los padres y sus profesores han acabado con su imaginación y
estereotipado su sensibilidad. El sujeto así educado, está ya apto para aceptar
a los Julios Flores y Pezas, como la máxima expresión de la poesía, y a los Vargas
y compañía como lo único digno de verse en este mundo.
La labor, pues, de sensibilizar es ardua. Es
labor de reeducación. Está encaminada a hacer olvidar a gentes que ya tienen experiencia,
una serie encadenada de falsos conceptos.
A esto aspira la Sociedad Cultural Pro-Arte,
por medio de la galería Max Jiménez como organismo centralizador de todas estas
actividades. A esto ha contribuido Margarita Bertheau en una medida que la hace
no sólo la pintora más importante con que cuenta Costa Rica, sino también la más
significativa impulsadora de su cultura en este momento.
Ahora se va a La Habana. El recado que lleva
habrá de sorprender a los cubanos. Sobre todo a los que la vieron irse de Cuba,
donde pasó su infancia y adolescencia, con sólo sus trastos de acuarelista, su rostro
juvenil y el pelo casi blanco a los veinte años. Y es que fue en Costa Rica, después
de tener un gran dominio del dibujo y de la técnica de la acuarela, donde Margarita
empezó sus especulaciones con el aceite, y donde por fin lo conquistó plenamente,
logrando en poco tiempo gran finura y calidades de maestro.
Todavía hace dos años la observamos en una exposición
colectiva, con unos cuadros, que no eran promesa, ni mucho menos, de las cosas sorprendentes
que está dando.
Hay una época de todo artista en que éste da
de sí todo aquello que es de esperar. Pero Margarita está dando más, muchísimo más
de lo que esperábamos de ella. Ha dado un salto de saeta, y se ha colocado, de pronto,
donde ya no podemos asirla; sí, solamente contemplar sus cuadros, asombrarnos de
su milagro, que es también nuestro propio milagro, en cuanto la obra de arte, desde
que lo es, empieza a fungir en patrimonio del mayor número de apasionados.
Sin embargo, para los que la conocemos íntimamente,
nada de esto es sorpresa; no puede serlo. La hemos visto pintar incansablemente
y estudiar en todas las otras cosas que hace; sus amigos pensamos que a lo mejor
encontró el secreto para transmutar el tiempo. Que nada se consigue sin ello. Que
se nace pintor o poeta; es decir, se tiene ganado el ciento por ciento; el otro
doscientos por ciento hay que ganárselo a base de esfuerzo y conciencia.
De este modo, Margarita pinta hasta las dos
de la mañana, o dibuja diez horas seguidas.
Así ha conseguido, en tres años de trabajo constante,
lo que otros en diez de trabajo intermitente no pueden obtener.
Margarita quiere pintar a pesar de enormes sacrificios
de todo orden; pasando por encima de todo; porque mucho hay que decir, además de
vivir.
[1947]
*****
Agulha Revista
de Cultura
UMA AGULHA NO
MUNDO INTEIRO
Número 150 | Fevereiro de 2020
Artista convidado: Daniel Cotrina
Rowe (Peru, 1966)
editor geral | FLORIANO MARTINS
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