quarta-feira, 6 de maio de 2020

EUNICE ODIO | Algo sobre la pintora Margarita Bertheau


Margarita Bertheau está ahora en La Habana.
–Voy a La Habana– en su reciente carta–. Expondré mis cuadros allá.
Costa Rica y su enorme suma de color, aire y espacio, la han hecho pintar cosas indecibles; ahora va a mostrarlas. Va en busca de espectadores que no preguntan para alarmar a sus probables interlocutores; por lo menos en menor número que el que a mí me ha tocado tener enfrente cada vez que he visitado una exposición aquí o en Costa Rica.
En días pasados, al concurrir a la exposición de Carlos Mérida, apenas entrando un buen amigo me preguntó:
–Y esto, ¿qué significa?
Le dije: –No significa sino que es.
Pregunta de nuevo: –¿Qué es?
Todo, menos eso que usted se imagina.
Y luego insiste en que le dé explicaciones del cielo. Pienso para mis adentros: “Es como demostrarle el aire”. Para demostrar el aire habrá que pensar en aire. Luego, si fuera capaz de entender en aire, no preguntaría. Entre tanto el hombre espera. Yo le digo que en materia de aire y cielo, y sobre todo en este momento preciso, quien tiene la palabra última es Mérida. Yo, cualquiera otra que todavía no he cazado ni por pienso. Me dice, con cierta timidez que yo encuentro audaz:
–De todos los cuadros, el único que entiendo es éste (señala cualquier cuadro con buena intención).
Cabría preguntarle:
–Así ¿que lo entendió qué?
Así es siempre. Va uno a las exposiciones con cierto miedo de que le pregunten, como cuando allá en la infancia habíamos dejado de cumplir tareas o acabábamos de quemar el aire de mamá.
No es que piense que en La Habana no me encontraría con esa clase de riesgos.
Jorge Mañach, al abrir una exposición de Max Jiménez en esta capital, se refirió muy especialmente a la actitud en que están ciertos espectadores ante la casi totalidad del arte contemporáneo. “Se sienten irritados, soliviantados”, nos dice con gran verdad.
En Cuba, pues, también se encontrará Margarita con buen número de irresponsables; pero también con gran cantidad de gentes que aman la empresa artística por sí y en virtud de la misma.
–Esto la compensará y no quiero decir por compensación tener un público consciente; se llega a encontrar la compensación en el propio trabajo, pero ningún artista puede ni debe guardarse para sí, lo que es y debe ser mensaje.
“Tragarse una locomotora y extraer una pipa” –dice Cocteau–. Pero ese trabajo de dilución, de alambique y de retorta, a la vez que es suma de tránsitos dolorosos en el artista, tiene forzosamente destino de experiencia, validez y asombro para otros. La obra de arte sin espectadores, es como un paisaje sin hombres. Para serlo necesita que lo miren; que lo utilicen en su función de paisaje. Por eso Dios hizo al hombre, Necesitaba él que otros se dieran cuenta…
Mucho tiempo habrá de pasar para que en estos países los hombres se sensibilicen y vayan al arte de hoy y de siempre, sin necesidad de pasaportes en forma de pregunta. Es cuestión de labor ardua, paciente y lentísima.
Mucho será lo que hay que trabajar en todo este istmo para que, al llegar a una exposición, no nos encontremos con que la mayoría de los espectadores sufren desconcierto crónico, premeditado y alevoso, podríamos decir, aunque con miedo.
Hace tres años, y por iniciativa de la pintora Bertheau, empezó a trabajar la Sociedad Cultural Pro–Arte.
Digo que empezó a trabajar porque, gracias al dinamismo y gran temperamento artístico de la Bertheau y a la ayuda inapreciable de su gran colaboradora la señora Vera Tinoco de Iglesias, la Sociedad Cultural, no más fundada, formuló un programa de trabajo que se va cumpliendo punto por punto.
Primer asunto a realizar fue establecer la Escuela de Ballet Pro-Arte.
Hasta esa fecha se habían hecho otros intentos muy ponderables, pero imprecisos, en materia de danza. La mayoría de las veces se escogían temas folklóricos caprichosos, y se montaban caprichosamente con buenas dosis de sofisticación. Mejor dicho, se inventaban los temas folklóricos, puesto que los ticos, a fuerza de estereotiparnos con lo importado mal asimilado, hemos ido perdiendo u olvidando lo que es tradición.
Después de una de esas representaciones los críticos (¿?) hablaban con profusión de términos como “espiritualidad”, espontaneidad, bellísimo, estupendísimo” y otros en dad e ísimo que a nadie comprometen, y que se emplean: o cuando el que habla no sabe de lo que está hablando, o cuando, aunque sepa de lo que trata, no tiene nada que decir sobre el asunto.
Naturalmente que el hecho de que la danza anduviera por tan mal camino, tenía su origen. Estaba en manos de señoras que tienen mucho dinero y muy buena voluntad. “Aman el arte” se las oye decir a cada paso y a propósito de todo. Pero lo fatal es que el arte no las ama a ellas.
Pero Margarita no es una señora que tienen mucho dinero; ni una dama que pseudoatiende una escuela de ballet, con el mismo deleite con que mima a un falderillo traído de Pekín.
Es otro el sentido que tiene de esas cosas. Sabe que están bien las señoras a quienes les hace falta el arte; que cuando tienen dinero y buena voluntad son inapreciables, porque lo impulsan con sus medios exteriores al arte: el dinero. Pero también sabe que al arte no le hacen falta las señoras. Bien puede desaparecer y él sigue produciéndose. Que no es distracción sino presencia. Que no es hobby sino necesidad.
Teniendo este criterio y además una excelente escuela adquirida con profesores de renombre, empezó a trabajar.
Por el momento, el año pasado la Escuela presentó el ballet “Pigmalión”. La coreografía, escenografía, diseños de vestuarios y su realización, todo se debió a la Bertheau, repetido, con la ayuda de Vera Tinoco, de la que no puede prescindirse.
La técnica de ese ballet que se presentó al público de Costa Rica (muy escaso por cierto), era moderna. Buscaba la línea escultórica.
Decían ellas: Nosotras, en tan apasionada búsqueda, quizá hemos logrado algo, quizá un paso adelante.
En efecto, fue un paso adelante. Lo importante, a veces, no es quién ni cómo da el paso. Lo verdaderamente necesario es darlo.
Por lo pronto, fue éste el primer intento que se hizo en mi país para introducirlo a lo que la danza persigue hoy por hoy. Es decir: desde un nuevo sentido al movimiento. Revalorizarlo. Usarlo no por sí mismo, sino por lo que puede expresar más allá de un torso o un brazo flexionados.
Sin embargo, no se paró ahí todo. Acaba de inaugurarse en San José de Costa Rica, la galería Max Jiménez. Es hija de la Sociedad Cultural Pro-Arte. Pero lo es más todavía de Margarita Bertheau.
Ella, que es como el esqueleto de todo esto, venía rumiando el proyecto desde hace tiempo. Y ya está hecho. Lo que Margarita se propone jamás se queda en plan, según parece.
Hace lo que haya que hacer para no quedarse en la estacada. Si las lámparas que había de necesitar la galería costaban demasiado caras, no por eso se quedaba sin ellas; Margarita las hacía. Si los pintores de brocha gorda pedían demasiado por retocar las paredes del salón, Margarita las pintaba ella misma.
Así es como un día tuve la noticia de que se había inaugurado con una exposición de Max Jiménez, la galería que lleva su nombre.
La galería Max Jiménez no será solamente un lugar donde los pintores nacionales y extranjeros podrán exhibir sus cuadros. La Sociedad Cultural Pro-Arte aspira a realizar, por medio de ella, una extensa labor cultural en todos los sentidos.
Conferencias sobre pintura, sobre música, literatura; recitales poéticos, conciertos, etc; tal el programa para este año.
Con esto, tal vez se consiga algo; tal vez hacer conciencia; y ya es bastante; sobre todo tomando en cuenta que la inmensa mayoría del pueblo costarricense tienen el tremendo lastre que le es común a casi todos los pueblos de América Latina: educación mal orientada desde la escuela primaria, donde al niño se le convence de que debe aprenderse poemas muy aburridos y muy malos, cuyo argumento casi siempre es el mismo: un niño muy malo que no se fue al cielo o no ganó un premio. O un niño que sí se fue al cielo y sí ganó un premio. En fin, problemas morales que al niño no le interesan. Por otro lado se le muestran cromos alemanes y almanaques, diciéndole que son “muy lindos”. De este modo, cuando llega a la adolescencia, los padres y sus profesores han acabado con su imaginación y estereotipado su sensibilidad. El sujeto así educado, está ya apto para aceptar a los Julios Flores y Pezas, como la máxima expresión de la poesía, y a los Vargas y compañía como lo único digno de verse en este mundo.
La labor, pues, de sensibilizar es ardua. Es labor de reeducación. Está encaminada a hacer olvidar a gentes que ya tienen experiencia, una serie encadenada de falsos conceptos.
A esto aspira la Sociedad Cultural Pro-Arte, por medio de la galería Max Jiménez como organismo centralizador de todas estas actividades. A esto ha contribuido Margarita Bertheau en una medida que la hace no sólo la pintora más importante con que cuenta Costa Rica, sino también la más significativa impulsadora de su cultura en este momento.
Ahora se va a La Habana. El recado que lleva habrá de sorprender a los cubanos. Sobre todo a los que la vieron irse de Cuba, donde pasó su infancia y adolescencia, con sólo sus trastos de acuarelista, su rostro juvenil y el pelo casi blanco a los veinte años. Y es que fue en Costa Rica, después de tener un gran dominio del dibujo y de la técnica de la acuarela, donde Margarita empezó sus especulaciones con el aceite, y donde por fin lo conquistó plenamente, logrando en poco tiempo gran finura y calidades de maestro.
Todavía hace dos años la observamos en una exposición colectiva, con unos cuadros, que no eran promesa, ni mucho menos, de las cosas sorprendentes que está dando.
Hay una época de todo artista en que éste da de sí todo aquello que es de esperar. Pero Margarita está dando más, muchísimo más de lo que esperábamos de ella. Ha dado un salto de saeta, y se ha colocado, de pronto, donde ya no podemos asirla; sí, solamente contemplar sus cuadros, asombrarnos de su milagro, que es también nuestro propio milagro, en cuanto la obra de arte, desde que lo es, empieza a fungir en patrimonio del mayor número de apasionados.
Sin embargo, para los que la conocemos íntimamente, nada de esto es sorpresa; no puede serlo. La hemos visto pintar incansablemente y estudiar en todas las otras cosas que hace; sus amigos pensamos que a lo mejor encontró el secreto para transmutar el tiempo. Que nada se consigue sin ello. Que se nace pintor o poeta; es decir, se tiene ganado el ciento por ciento; el otro doscientos por ciento hay que ganárselo a base de esfuerzo y conciencia.
De este modo, Margarita pinta hasta las dos de la mañana, o dibuja diez horas seguidas.
Así ha conseguido, en tres años de trabajo constante, lo que otros en diez de trabajo intermitente no pueden obtener.
Margarita quiere pintar a pesar de enormes sacrificios de todo orden; pasando por encima de todo; porque mucho hay que decir, además de vivir.
[1947]

  
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 150 | Fevereiro de 2020
Artista convidado: Daniel Cotrina Rowe (Peru, 1966)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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