sábado, 27 de junho de 2020

JOSÉ ANGEL LEYVA | Los libros antes del tsunami


La repentina instalación de las sociedades alfabetizadas en las plataformas de comunicación telemática ha modificado radicalmente la relación con el mundo editorial y con la educación en general. Tengo muy presente la charla de los poetas Lasse Soderberg y Valerio Magrelli en una cervecería-hamburguesería en Malmö, Suecia. Ambos veían con pesar cómo iban desapareciendo a gran velocidad las librerías emblemáticas de sus respectivos países. Al preguntarme a mí sobre mi realidad mexicana, tuve que exponerles un proceso inverso. Acá se abrían nuevas librerías, algunas más con el sentido de cadenas con sus filiales en diversos puntos del territorio mexicano. Me parece que era un fenómeno común a toda América Latina o a buena parte del subcontinente. No sólo librerías como el Sótano, Gandhi, el Péndulo, Porrúa o el Fondo de Cultura Económica ampliaban su presencia, también aparecían otras en el horizonte cultural. Hay que decirlo, en casi todos los negocios se diversificaban y aparecían como cafebrerías o como restaurantes gourmet, como es el caso de Un lugar de la mancha.
La razón es simple, mientras que en Europa los soportes electrónicos y las plataformas de venta y difusión de los E-Books se masificaban, en Latinoamérica, las diferencias sociales tan marcadas impiden que la mayoría posea los equipos necesarios y, por consiguiente, el hábito de la compra o adquisición de libros o revistas electrónicas. Es más fácil aún, y más gozoso, por las propias dinámicas culturales de nuestros países, realizar los rituales colectivos y de espacios públicos, ir al cine, caminar por una plaza, echar a andar por las calles, comer en las calles o los mercadillos y, por supuesto, ir a curiosear a una librería, aunque no se compre nada. Las ferias de libro comenzaron a campear por toda la geografía latinoamericana para convertirse en fiestas populares, y el contacto directo con escritores best seller, que aparecen mucho en la TV o en los medios de comunicación en general, era algo esperado, incluso la presencia de políticos y estrellas de cine y televisión que anuncian su presencia como autores. En Guadalajara, Ciudad de México, Bogotá, Buenos Aires, por mencionar algunas de las ciudades donde se realizan las ferias del libro más representativas, vivir la experiencia de la industria editorial con los programas culturales, son rituales esperados a lo largo del año por importantes sectores de la sociedad. El hecho de que España le otorgue a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el premio Princesa de Asturias es un signo claro de esa relevancia.
Las pequeñas editoriales han sobrevivido entre los intereses colosales de los gigantes de la industria editorial, las trasnacionales y las nacionales. Las políticas del Estado benefician de manera indefectible a las poderosas compañías, que se llevan en general las mayores tajadas, por no decir prácticamente todo el pastel, de los programas gubernamentales de adquisición de libros para bibliotecas y para los planes educativos. El sistema está hecho a la medida de esas maquinarias que cuentan con equipos jurídicos y
administrativos para aprovechar todas las ventajas. Las pequeñas y medianas casas editoriales de vez en cuando atinan o les da tiempo de cumplir con la madeja de requisitos, que deben cubrir en tiempo récord, para ganar alguna de esas oportunidades que les dará oxígeno y sostener sus proyectos a lo largo del año. Pero es poco posible que esa suerte se repita. Hoy, la política gubernamental se ha recrudecido al aplicar recortes despiadados contra la cultura, hablo de México, pero escucho que se presenta en otras realidades latinoamericanas. Si reconocemos que esas pequeñas editoriales forman parte del bagaje cultural de nuestra sociedad, porque realizan una labor que tiene más de servicio social que de negocio, comprenderemos que dichos recortes presupuestales a la cultura las condena prácticamente a la extinción. Lo mismo a las revistas literarias y culturales que han permanecido a pesar de no reconocérseles su utilidad.
Las pequeñas editoriales, también conocidas como independientes o alternativas, hacen una labor que no hace la industria editorial con fines de lucro, y hace también una labor que no hace el Estado o lo hace de manera parcial. Esas casas editoriales, casi siempre iniciativas idealistas de lectores generosos y utópicos, de poetas que se convierten al oficio editorial y muchas veces abandonan la poesía para bien o para mal de la propia poesía, para dar a conocer a los poetas que en verdad consideran deben tener visibilidad, de poetas de otras lenguas, de otras culturas, de otros países. Lo mismo sucede en el cuento y un tanto en el ensayo. Ese segmento editorial, además de representar una tradición editorial, es un dispositivo cultural que publica todo aquello que no tiene un atractivo para el mercado o para las editoriales gubernamentales. Es, sin duda, en el ámbito de la poesía donde se experimenta con mayor profundidad esa sentencia de que la poesía no se vende porque no se vende. No obstante, se lee, sobre todo ahora en las redes sociales y en los flujos de internet. Eso sí, abunda y abruma la mala poesía, que hace pensar a muchos que la poesía es así, mala. Pero lo que ignoran es que la poesía mala no es poesía. Y por cierto, hay editoriales muy reconocidas que no publican poesía porque consideran que la poesía la escribe cualquiera, que se hace en momentos de ocio, mientras se espera cita con el dentista o el peluquero, con motivo del día de la madre o del cartero, del escritor o del escritorio. Aún así, se lee poesía en la red. Pero como dijera Umberto Eco, desde que
aparecieron las redes sociales se abrió la tribuna a los imbéciles, a los que no leen, pero opinan, a los que no piensan pero insultan, a los que no tienen opinión pero despotrican contra todo, a los que carecen de inteligencia pero elaboran su presencia como quien suelta un escupitajo en la pared, es decir, en el muro. El narcisismo es viral.
La gran novedad del Covid-19 no es el virus ni la enfermedad, es la parálisis del planeta. La situación en la que coloca detrás de las pantallas a la sociedad mundial; los vínculos y la comunicación telemática. Las horas de atención y de tensión virtual. La lectura y la presencia a distancia nos han torcido las neuronas. El cierre de librerías y de editoriales nos colocan en la perspectiva de un punto de inflexión. A partir de ahora toda la discusión sobre el libro virtual, sobre el documento electrónico, multimedia, sobre las plataformas de las bibliotecas electrónicas adquirirá una fuerza y una velocidad inusitada, sorprendente. La pandemia ha puesto a la industria editorial en una disyuntiva o en una encrucijada donde las dudas se borran. Mientras que todo lo físico, lo palpable, lo espacial se detiene a causa de un fenómeno natural (o provocado en un caso de guerra u otras calamidades civilizatorias) lo virtual continúa su marcha. Es indudable que también podría darse el caso de que suceda lo contrario, que lo virtual caiga y nos quede lo material, lo tangible, lo básico, el libro de papel, el cuaderno y el lápiz como herramientas de salvación en un escenario distópico, no impredecible.
Lo que podemos atestiguar es que en estos escenarios pandémicos la política hace agua y emergen todas las taras en la superficie, con el impulso del fondo, como tapones de corcho en un estanque. La cultura es lo prescindible, lo incómodo a retirar de los disensos. La extrema derecha con sus odios ancestrales a la inteligencia, a la polémica, a las minorías raciales, a los extranjeros, lo diferente, los movimientos de liberación, lo extraño, lo culto. En México vivimos una situación extraña, por un lado, la esperanza de un cambio que nos aleje de la violencia y la corrupción y por otro los sobresaltos cotidianos de un Ejecutivo que poda sin ton ni son fuertes raíces institucionales que representan lo mejor de nuestra tradición intelectual y cultural. Los recortes brutales al Instituto Nacional de Antropología e Historia, en un país cuyo orgullo es su diversidad no sólo étnica sino museológica, su historia. En un país donde el orgullo de ser mexicano se basa en gran medida por tener una base intelectual de grandes dimensiones y tener una nave insignia no sólo de libros y lecturas de lo más luminoso de la inteligencia y el saber, sino una nave insignia de la cultura en general.
  La pequeña industria editorial de este país, y de otros de América Latina, está en una crisis de sobrevivencia real, inmediata. El cambio de mentalidad de los editores es urgente, es necesario un golpe de timón para ver lo que ya desde hace decenios se anuncia, el desarrollo de una industria editorial alternativa en los corredores virtuales. No se trata de abandonar el papel, sino de complementar su presencia. La mayoría de esas editoriales y revistas, que representan parte del patrimonio cultural de nuestros países, se resisten a transitar hacia lo virtual. Después de la pandemia se abrirán muchos frentes de una realidad hipercompleja, pero es momento de enfocar las acciones que nos pongan a salvo del tsunami civilizatorio que viene, porque lo cultural, visto como ese bagaje del pensar, del leer, del saber, no será prioridad en la mayoría de los casos para los políticos, cuya mentalidad funciona en el cálculo de otros parámetros funcionales o mejor dicho, disfuncionales. Es y será un tiempo de resistencia cultural, de resistencia editorial.


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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 153 | Maio de 2020
Artista convidado: Teresa Sá Couto (Portugal)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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