sábado, 27 de junho de 2020

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Pandemia: ¿el coronavirus llegó para quedarse?


La vertiginosa velocidad con la que se propagó el covid-19 fue un signo de los tiempos; la parálisis del mundo, el punto de inflexión de la historia. La ciencia médica y la política económica miden fuerzas para definir los objetivos de sus estrategias y sus metas humanas, de sus respectivos poderes y saberes. Si hay algo global es la comunicación. El turismo y el comercio de armas, el flujo de la tecnología y ahora los coronavirus son parte de la presencia planetaria.
Se comunica lo que vende, solía decir el recientemente desaparecido filósofo de la ciencia Michel Serres. Hélio Rola, artista plástico brasileño, investigador en el departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de Fortaleza, Ceará, afirma que para los mass media sólo la muerte es noticia, sobrevivir al virus no. Sabemos mucho y poco de los virus, entendemos muy bien su naturaleza, incluso cuando se viraliza la cultura y la información, cuando hablamos de informática. Vivimos bajo el régimen de una sociedad viral. Hélio Rola piensa que el hombre es globalizante por naturaleza y tiende a esparcir, además de modos de vivir, virus y bacterias por donde pasa. Entonces, la pregunta ante las novedades expuestas por la pandemia es: ¿El virus es creador de lo nuevo?
En un intercambio epistolar, Francisco González-Crussi, escritor mexicano y patólogo radicado en Chicago, me escribía a propósito de los virus.

Son cosas extraordinarias, dignas de reflexión y rebosantes de incógnitas. Su misma definición es problemática. Son agentes infecciosos diminutos, tan pequeños que no pueden verse con un microscopio ordinario, sólo con un microscopio electrónico, y están compuestos de material genómico: ácido nucleico (ADN o ARN) envuelto en una capa de proteína. Ni siquiera podemos decir que están vivos, en el sentido tradicional de vida, es decir con capacidad de nutrirse, crecer y reproducirse por sí mismos. Para ejecutar estas funciones, los virus tienen que entrar en una célula y apoderarse de su metabolismo, usurpando su maquinaria reproductora. Al decir agentes infecciosos nos acordamos de personajes como Pasteur y tantos otros, cuyas inspiradoras historias muchos de nosotros leímos hace años en el magnífico libro de divulgación científica Los cazadores de microbios, de Paul de Kruif.
En los años del optimismo generado por Los cazadores de microbios se vaticinaba que las enfermedades infecciosas iban a ser enteramente dominadas por la ciencia. El descubrimiento de los agentes causales de la peste bubónica, la tuberculosis, el cólera etc., prometían una era de total liberación de los padecimientos infecciosos. Pero cuando apareció el libro de Paul de Kruif nadie sabía que la influenza es causada por un virus. Y de entonces para acá venimos sufriendo repetidas embestidas de diversas cepas virales. A medida que los seres humanos invadimos más territorios, antes vírgenes, ecosistemas de especies animales antes no disturbadas, los virus de esas especies entrarán en contacto con nosotros, se adaptarán a vivir en nuestras células mediante las mutaciones requeridas y tendremos nuevas enfermedades infecciosas que antes no conocíamos. Recientemente tuve la oportunidad de referirme a este problema en un artículo de la Revista de la Universidad, Zoonosis.

A contrapelo de la afirmación hecha por el premio Nobel de química, Michael Levitt, de que el confinamiento no salvó vida alguna, la mayoría de los médicos invitados a este coloquio virtual coinciden en afirmar que desde la Guerra del Peloponeso, narrada por Tucídides, donde una epidemia mató aproximadamente a 100 mil personas, un tercio de la población griega, pasando por las pestes de la Edad Media, que causaron la muerte de más de cuarenta millones de personas, y los más recientes flagelos epidemiológicos, como el consignado en La peste, de Albert Camus, los de la influenza H1N1, conocida en algún momento como la influenza mexicana, y la del covid-19, tienen en común la ignorancia y, por supuesto —en eso comulgan con Leviit, investigador de origen israelí en la Escuela de Medicina de Stanford—, el pánico que genera dicha ignorancia, la impotencia ante la carencia de una vacuna y de medicamentos efectivos contra sus efectos letales.
Orlando Mejía, médico internista y tanatólogo, profesor en la Universidad de Caldas, Colombia, autor de tres volúmenes de historia de la medicina —y dos en proceso de escritura—, además de novelas, ensayos, es tajante: el confinamiento evitó, por lo menos, la muerte de 60 millones de personas. No hay de otra, ante el brote de una nueva epidemia la solución inmediata es la cuarentena, el confinamiento; nada ha cambiado en ese sentido desde la antigüedad, la fragilidad humana es semejante.
En una entrevista con Nadim Cassir, miembro del equipo de investigación de Didier Raoult, el famoso virólogo marsellés y asesor del gobierno de Manuel Macron, cuenta cómo el debate se salió muy rápido de la esfera científica para instalarse en otra dirección. La razón era clara, los poderes financieros vieron una amenaza en la propuesta de Raoult; el uso de la hidroxicloroquina (antimalaria) combinada con azitromicina (antibiótico) era un tratamiento cuyos antecedentes y protocolos estaban ya sustentados en experiencias en China, con un precio irrisorio comparado con el de los antivirales de dos grandes empresas que querían imponer otras sustancias: kaletra y remdesivir.

Se trata de antivirales —la hidroxicloroquina y azitromicina— con una eficacia solamente en la fase inicial de la enfermedad y con un impacto sobre la replicación viral. Hubo debates sobre la toxicidad y sobre la no eficacia, pero al final se ha comprobado que es, de momento, el único tratamiento inocuo (con las precauciones de receta habituales) que funciona a precio bajo.

Por lo pronto, Europa asegura casi 400 millones de vacunas contra el covid-19 con la empresa AstraZeneca, que pretende tener las primeras muestras para inicios del año próximo. Mientras tanto, China sigue en la mira de la culpabilidad y la sospecha.
Nadim Cassir, violinista, infectólogo, proveniente de una familia francolibanesa y argentina de intelectuales, científicos y artistas, considera que el impacto de esta pandemia, comparada con otras enfermedades infecciosas como tuberculosis, malaria, VIH, gastroenteritis, es, en términos de mortandad, irrisoria. Invertir en sistemas de prevención de enfermedades implica proteger a la ciudadanía, a ricos y a pobres, pero eso no es redituable. La enfermedad es un gran negocio. Una salud integral comprendería el reconocimiento del papel de la cultura, del arte como vínculo sensible y sincero entre las personas y como una de las mayores fuentes vitales.
José Juan Sánchez Báez, psiquiatra mexicano, especialista en medicina psicosomática, apunta la hipercomplejidad cultural que nos agobia, la ausencia de referentes sólidos que nos permitan tener una perspectiva vital para recuperar la valoración del sujeto antes que la del objeto. Porque lo tecnológico se ha interpuesto entre nuestras necesidades afectivas y efectivas sin mirar y sin escuchar al otro, sin intentar comprendernos nosotros mismos.
En este aislamiento de tres meses, de exposición telemática permanente, Sánchez Báez ve la necesidad de trabajar dentro de esa hipercomplejidad cultural para encontrar los sentidos esenciales de la vida. Mara La Madrid, psicoanalista lacaniana (argentina radicada en México), halla difícil la transferencia psicoanalítica si no hay un contacto directo, si no hay una puesta en escena; ella, afirma, actúa en cada sesión. Sánchez Báez coincide, y reconoce que él mismo ha debido tomar cursos de voz, de actuación, para comunicarse a distancia con sus pacientes.
Jussara Teixeira, médico psicoanalista, artista plástica de origen brasileño, naturalizada mexicana, ha practicado ya este tipo de sesiones telemáticas, por e-mail, por WhatsApp y por chat, pues el ejercicio de la palabra escrita es también un recurso profundo y útil para el psicoanálisis en tiempos de confinamiento y circunstancias similares.
En la ciencia no hay verdades inmutables, el conocimiento va transformándose y actualizándose, afirma Jesús Fernando Guerrero, Jefe de la Unidad de Investigación Biomédica del IMSS, en Durango. Piensa que las conductas sociales y las acciones ante las catástrofes han buscado siempre explicaciones a conveniencia, han convertido la fragilidad y el desamparo en armas temibles, sobre todo cuando no hay remedio específico contra determinado mal que nos aqueja. La cacería de brujas es una acción reiterada para encontrar culpables.
Su campo de estudio se relaciona con aspectos genéticos de enfermedades crónico degenerativas y problemas derivados como la obesidad, la diabetes y la hipertensión. Es decir, tres causas de riesgo mortal ante el contagio de covid-19.
El tema se despliega desde otra óptica, ¿a quién le interesa impulsar una política sanitaria para mejorar la alimentación de los mexicanos, sobre todo de esa enorme franja que consume alimentos chatarra, rebosantes de hidratos de carbono? Se dice que los indígenas tienen un gen que los predispone a la diabetes y a la obesidad. Estudios en las comunidades indígenas de la región evidencian dos cosas, no hay gordos y no hay diabetes, comen lo que cultivan, pescan, cazan o recolectan, pero no consumen los productos de una industria alimenticia que sí engorda. Hay una valoración sesgada en torno a esas comunidades. En medio de la confusión y los estigmas, lo que debe regir es la bioética y la bioseguridad, antes que la manipulación ideológica o política.
Octavio Escobar Giraldo, médico y narrador, profesor de literatura en la Universidad de Caldas, Colombia, no ve un apocalipsis, sino muchos micro o miniapocalipsis en distintos ámbitos de la vida moderna. Se dice testigo de un relato distópico de mala calidad, porque no hay héroes al estilo Bruce Willis, Sylvester Stallone o Arnold Schwarzenegger, quienes, por edad, se encuentran confinados en sus mansiones. Experimentamos la inestabilidad informativa, la confusión, la experiencia cercana de la muerte; no hay remedio ni solución mágica, quedan los estragos, los pronósticos de crisis. Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y neuropsiquiatra, cree que la situación es grave, pero hay, incluso entre la comunidad médica, una idea de asistir al Apocalipsis Zombi, y por otro lado hay quienes menosprecian su letalidad, sobre todo si son jóvenes.
En ese sentido abona el doctor Álvaro Lomelí, jefe de la Unidad de Medicina de Rehabilitación del hospital Médica Sur.

El coronavirus llegó para quedarse, y llegarán otros. Es posible que la mayoría se infecte y adquiera inmunidad, pero el covid-19 va a mutar, y se calcula que la inmunidad adquirida sólo dura entre tres y seis meses. Desafortunadamente seguirá cobrando vidas entre la población más vulnerable.

Para los psiquiatras y escritores mexicanos Jesús Ramírez Bermúdez, Alfredo Espinosa y José Juan Sánchez Báez, los traumas provocados por la desaparición fulminante de los seres queridos, la imposibilidad de los rituales de duelo, el pánico y el encierro, las pérdidas de empleo, la soledad, la violencia intrafamiliar, la sensación de muerte, las depresiones, el alcoholismo y la drogadicción, la inseguridad, la frustración van a requerir de programas nacionales muy intensos de psicoterapia. El problema, coinciden los tres, es que no habrá suficientes psicoterapeutas para responder a las necesidades, pues la salud mental en México ha carecido tradicionalmente de relevancia.
Para Espinosa y Ramírez Bermúdez, la cultura y el arte siguen siendo esas grandes ventanas por donde respira la sociedad. La poesía viene del corazón, trae una verdad terapéutica que no engaña, se ciñe a este juego de palabras: la locura lo cura, dice el también artista plástico chihuahuense Alfredo Espinosa, quien afirma aprendió a pintar entre los enfermos mentales.


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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 153 | Maio de 2020
Artista convidado: Teresa Sá Couto (Portugal)
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