quinta-feira, 15 de outubro de 2020

FLAVIA FALQUEZ | Los símbolos en la obra de Federico García Lorca



A
dentrarse en la obra de Federico García Lorca es sumergirse en un mundo telúrico que remite a unas fuerzas profundas ancladas en el mito y hablan desde lo más profundo de la tierra. Con su palabra no nos da simplemente una visión de su Andalucía, sino de una tierra trascendental y, por lo tanto, universal. Él encarna en sí al “ser” español (no en vano ha llegado a ser el poeta hispano más conocido y leído en el mundo) y logra analizarlo, sintetizarlo y explicarlo en una de sus conferencias magistrales en la que resume toda su poética: “Teoría y magia del duende”. En ella, no solo entendió e hizo comprender a los neófitos que el camino en el arte consiste en volver a andar por senderos antiguos en busca del paraíso perdido, que en realidad corresponde a la armonía con el cosmos, sino que brindó una estructura temporal de gran importancia que en pocas palabras corresponde al tiempo vital: la intensidad.

Tanto para los que lo conocieron como para los que hoy podemos degustar su obra, Lorca se nos presenta enarbolado con el carácter mágico de la intensidad. Era un poseedor del duende, del presente hecho acto, que sin embargo reposaba sobre raíces antiguas que se pierden en el tiempo. Es un poeta milenario del corazón de Andalucía. En ella encontró su destino perfilado de luces y sombras y como ella cobijó dentro de sí, la alegría y la desorbitada fantasía, pero también lo nocturno y lo oscuro que le da la tristeza y el vagar de la pena. Es también un hijo de “la Andalucía del llanto”.

Y es este duende del instante y su fuerza mágica el que logra el impuso creador de toda su obra, se manifiesta en sus temas, en sus símbolos, en los objetos que toca, en el lenguaje, en las imágenes y en las metáforas, en sus propios personajes. Toda su poesía es la expresión de estas fuerzas escondidas y profundas; y se mueve a través de una profunda dualidad: el amor y la muerte. El amor que es generador de vida y una actitud que se transforma en centro y eje, no puede desprenderse de la muerte que es una enamorada que le ronda y seduce. Es una presencia de fuerzas desconocidas, algo que se manifiesta, incluso, en la premonición mágica del destino trágico del propio poeta.

Y la obsesión de estos dos temas es la que está presente en los símbolos que utiliza frecuentemente Lorca en su poesía, aunque dependiendo del contexto los matices varían bastante. Los símbolos más repetidos en su obra son por ejemplo:

 

-El Agua: La presencia de este elemento transcurre por toda su obra -incluido el teatro-, desde los poemas de juventud hasta el último de sus poemarios publicados. Para García Lorca, hijo de la vega granadina, el agua es un símbolo expresivo de su tierra, ella se derrama en sus ríos, en las acequias, en las fuentes, en los estanques y surtidores; y también en los pozos, en los bueyes de agua detenida. En su obra cuando el agua corre y transcurre es símbolo de vida:

 

Desde mi cuarto

oigo el surtidor,

un dedo en la parra

y un rayo de sol

señalan hacia el sitio

de mi corazón

 

O este otro:

 

El agua de la acequia

iba llena de sol,

en el olivarito

cantaba un gorrión.

¡Ay amor,

bajo el naranjo en flor!

 


Pero si el agua está detenida, estancada, es símbolo de muerte:

 

Al estanque se le ha muerto

hoy una niña de agua

Está fuera del estanque,

sobre el suelo amortajada

 

O como aparece la muerte en el famoso “Romance sonámbulo”

 

Sobre el rostro del aljibe,

Se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,

Con ojos de fría plata.

 

-La Luna es otro de los símbolos más frecuentes en la poesía lorquiana. En muchas ocasiones su presencia va asociada a la del agua. Su significación más frecuente es la de la muerte, pero también puede simbolizar el erotismo, la fecundidad o la belleza. En el “Romance de la Luna, Luna” muestra su cara más lúbrica y femenina:

 

La luna vino a la fragua

Con su polisón de nardos (…)

En el aire conmovido

mueve la luna sus brazos

y enseña lúbrica y pura,

sus senos de duro estaño

 

Y también en el “Romance de Thamar y Amnon”

 

Amnon estaba mirando

la luna redonda y baja,

y vio en la luna los pechos

durísimos de su hermana

 

Pero como hemos dicho anteriormente, la luna es en la obra de Lorca, la mayoría de las veces una presencia sombría, nocturna, que anuncia malos presagios y ronda la muerte:

 

Dile a la luna que venga,

que no quiero ver la sangre

de Ignacio sobre la arena. (…)

La luna de par en par.

Caballo de nubes quietas

y la plaza gris del sueño

con sauces en las barreras.

 

Otro ejemplo es la triste y premonitoria “Casida de las palomas oscuras”

 

Por las ramas del laurel

Vi dos palomas oscuras.

La una era el sol,

la otra la luna.

Vecinitas, les dije

¿dónde está mi sepultura?

En mi cola, dijo el sol

En mi garganta, dijo la luna.

 

O el poema “Luna negra”

 

Y en el suelo de la copla

hay unos yunques negros que aguardan

poner al rojo la luna

 


La luna es un símbolo tan importante en la obra lorquiana que se convierte en personaje en la obra de teatro “Bodas de sangre” y va pregonando la tragedia que le espera a los amantes fugitivos: “La luna deja un cuchillo/ abandonado en el aire, / que siendo acecho de plomo/ quiere ser dolor de sangre”.

 

-El caballo, muchas veces acompañado de su jinete, componen la gran tríada de los símbolos empleados por García Lorca en el desarrollo de su obra para representar la gran dualidad vida- muerte de la que se compone su obra. Este animal está muy presente en su obra simbolizando -una vez más- la muerte y otras, la vida y la virilidad masculina. Desde el “Libro de poemas” hasta sus últimas obras de teatro, el caballo es una presencia tenebrosa o es también, la pasión masculina desbocada.

Es muerte y presagio oscuro en la “Canción del jinete”:

 

En la luna negra

de los bandoleros

cantan las espuelas.

Caballito negro

¿Dónde llevas tu jinete muerto?

 

O en “Córdoba lejana y sola”

 

Por el llano, por el viento,

jaca negra, luna roja.

La muerte me está mirando

desde las torres de Córdoba

 

Hay que anotar que en estos poemas, la luna es muchas veces inseparable de ese paisaje nocturno y sombrío en el que se mueven caballo y jinete. En cuanto a la evocación sensual del caballo también aparece desde los poemas tempranos y está presente en el “Romancero gitano” cuando en “La casada infiel”, Lorca dice:

 

Aquella noche corrí

El mejor de los caminos,

Montado en potra de nácar

Sin bridas y sin estribos.

 

O cuando en el citado “Romance de Thamar y Amnon”, durante la violación de éste a su hermana, dice el poeta:

 

Los cien caballos del rey

en el patio relinchaban.

 

En “Bodas de sangre”, el caballo es un símbolo tremendo de la pasión, contra la cual nada puede la voluntad “Porque montaba a caballo/ y el caballo iba a tu puerta/ con alfileres de plata/ mi sangre se puso negra/ y el sueño me fue llenando/ las carnes de mala hierba” y en “La casa de Bernarda Alba” un caballo, un eterno garañón nunca visible, da coces contra los muros del corral como simbolismo de la pasión ahogada, soterrada, escondida y furiosa de esas siete mujeres sin amor.

Es en el “Diván del Tamarit” donde aparece una imagen del caballo referido al amor y a la ternura:

 

Mil caballitos persas se dormían

en la plaza con luna de tu frente,

mientras que yo enlazaba cuatro noches

tu cintura, enemiga de la nieve.

 


El agua, la luna y el caballo y su jinete son tres de los símbolos más recurrentes y potentes que aparecen en la obra de Federico García Lorca y, como se ha visto, muchas veces aparecen juntos o mezclados con otros símbolos menos repetidos como la sangre que también es la vida, lo fecundo y sexual, mientras que derramada es la muerte; o los metales bajo la forma de armas blancas que conllevan muerte y tragedia.

Estos símbolos aparecen reflejados con metáforas muy arriesgadas: la distancia entre el término real y el imaginario suele ser considerable. En ocasiones, Lorca usa directamente la metáfora pura, por lo que puede decirse que es un poeta conceptista, en el sentido de que su poesía se caracteriza por una gran condensación expresiva y de contenidos, utilizando frecuentemente la elipsis. Las metáforas hechas a partir de los símbolos lorquianos relacionan elementos opuestos de la realidad, transmiten efectos entremezclados que producen en el lector que vuelve de la lectura de su obra, la sensación de haber estado en un paisaje onírico, especular y nocturno poseído por unas fuerzas telúricas que esconden, según las propias palabras del poeta: “la oscura raíz del grito”.

La llama de García Lorca alumbrará por siempre la posteridad. La fascinación por su vida y el perfil de su muerte se prolongarán por los siglos de los siglos. Y mucho tiempo habrá de transcurrir hasta que vuelva a nacer otro poeta que apague en los oídos de los vivos la voz, llena de oscuros destellos, de este poeta del milenario corazón de Andalucía. Y mientras tanto, seguirán sonando y resonando esos versos mágicos:

 

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,

un andaluz tan claro, tan rico de aventura.

Yo canto su elegancia con palabras que gimen

y recuerdo una brisa triste por los olivos


 
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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 159 | outubro de 2020

Artista convidada: Mariana Palova (México, 1990)

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