Entre
las estilizadas figuras de los ciervos y los jabalíes, dibujados para espejo de
muerte, brilla la más remota poesía del hombre, casi independiente de las
formas animales, leve como una aurora.
Por
entre los ejidos del inconsciente y los contornos de la primitiva obra manual,
asoma su destello en un hilo de hierba sanguínea.
Es el
impulso de la conciencia más elemental en reciente vecindad con la materia y
que al ascender, chisporrotea sobre sus obras, pero es incapaz aún de
reconocerse sobre la oscuridad de su primer espejo.
Entre
los primeros remolinos del espíritu parece girar el de la imaginación, como una
virtualidad en la que se gestan las titubeantes criaturas por las que la vida
circundante se torna en sueño interior y se alimenta de lo más cálido de la
sangre. Es un telar en forma de vértice, dotado de una gran complejidad porque
su trama extraordinariamente móvil teje los hilos de la existencia turbia con
las hebras más luminosas de la cascada espiritual. Así, su producto es dual a cada
instante; y conforme asciende el ser y se polarizan sus secretas elecciones,
toda la textura se vuelve imprognosticable.
Es en
este punto de la libertad creadora preconsciente en donde se insinúa la
semejanza del hombre con los dioses. Constantemente, aunque lo ignore, es él un
creador de imágenes que le afectan en forma sutil y sin embargo, decisivamente.
Acaso bordeando este sentido, Pierre Reverdy concibió aquella frase suya: “La
imagen es una creación pura del espíritu. No puede nacer de una comparación,
sino que es el resultado de la aproximación o reconciliación de dos realidades
alejadas entre sí... cuyas relaciones sólo el espíritu ha aprehendido”.
Esta
aprehensión de dos realidades o dos sustancias por parte del espíritu,
establece el nudo germinal de la imagen con sus formidables consecuencias, pues
coexisten en él los elementos antagónicos que se encuentran en todos los puntos
de la eterna y circular batalla del universo.
Si
consideramos que nuestro vocablo “imagen”, nos viene de la “imago” latina,
habremos descubierto la vía filológica de un nuevo esclarecimiento, porque
sabremos al mismo tiempo que la “imago” es la obra del “mago”, del operador de
magia, en su campo natural, la imaginación.
En este
territorio tan real como huidizo, modela el mago sus formas de evocación y de
muerte; ejercita con ellas recursos deletéreos y amatorios. A su vez, el
imaginativo asienta en ella su mundo, y el círculo de sus representaciones
tornase el inventario de su soledad. En el poeta, estas entrañables criaturas
de la imaginación surgen más allá de la conciencia y emergen en el plano propio
de ésta, de una manera imperceptible. La emoción que desencadena su aparición
exige un reconocimiento caluroso del sentimiento y la mente entrefundidos: esta
co-vibración constituye el modo más eficaz de reconocer el mundo de que dispone
el poeta. Puede ser obscuro o enigmático al principio, y puede, muchas veces
ignorarse a sí mismo este conocer, sin que deje de ser conocimiento, aunque sea
diametralmente opuesto al modo conceptual ejercido por el espíritu en su plano.
Su
tonalidad emocional y su vibración en las capas más profundas del sentimiento,
enturbian su intelección y sus resonancias; pero, conforme ocurre el
despertamiento del espíritu, sus mensajes primarios, teñidos de euforia
visceral y oscuridad subjetiva, decrecen o se clarifican; y en las cimas, el
universo se entrega al contemplador en la más alquitarada visión. Eliot señala
lúcidamente este dominio cuando afirma que “el fin del goce de la poesía es una
pura contemplación de la que quedan eliminados todos los accidentes de la
emoción personal”. Sin embargo, la emoción personal subsiste sutilmente
trasmutada, y la transmutación tiene lugar en contacto con el fuego de la
emoción creadora universal, fuente y receptáculo de la primera. Pero, en estas
difíciles alturas, irradian sólo los más acendrados diagramas de la intuición
poética y los destellos del ser espiritual. Para encontrar las relaciones con
la magia en poesía, no debemos abandonar el clima en que éstas se dan,
correspondiendo en el poeta a sus más secretas uniones con el plástico limo de
las emociones primarias y sus vínculos con la materia hechizada, las tendencias
viscerales y las voces telúricas. No sin razón, en piedra, arcilla y hueso,
fueron modeladas las primeras figuras de uso mágico que conoce la historia.
II.
La magia, aún colindando
con la superstición y la impostura, las rebasa victoriosamente, porque en los
más hondos senos del alma humana alienta su virtud operativa. En su inocencia,
se hace visible aún a través de las mallas de los embusteros. Es mucho más que
un mecanismo de la irremediable duplicidad del género humano, y aunque se la
encuentre articulada “en una serie de asociaciones de ideas, razonamientos
analógicos, o aplicaciones falsas del principio de causalidad”, es anterior a
estos tipos de pensamiento.
La
magia es un estado de conciencia sumamente remoto, y la delegación y
manifestaciones de su existencia, no tienen nada de pueriles, aunque sean
primitivas. Aparece en la aurora más inverosímil del mundo; en los primeros
contactos de modelación de la materia por las fuerzas conformadoras del
espíritu. Aparece al día siguiente de la pronunciación de las palabras “Hagamos
al Hombre”, por la boca del Imaginífico.
El
poder mágico tiene un prestigio semejante en todas las sociedades y grupos
humanos, desde el brujo infra-amazónico, hasta el moderno fabricante de
talismanes religiosos de Roma o de Ceilán. A un mismo tiempo, su noción crece y
se diversifica; llega a consistir “a la vez, en un poder, una fuerza, una
causa, una cualidad, una sustancia y un medio”. Es sustantivo, adjetivo y
verbo. En poesía, su fascinación, evocada conscientemente por el creador, se
hace perceptible como un halo reflejado. Los sensitivos experimentan la sutil atracción
de los elementos constitutivos del planeta y la de los reinos elementales,
entre los que eligen sus aceites, sus resinas, sus cuarzos y metales. Pero la
clave maestra, se halla únicamente en la íntima y, a veces desconocida para sí
misma, actitud de artífice, del poeta o del pintor.
Es un
bien alejarse de los inextricables setos de la nomenclatura y de las
construcciones de los teóricos en el trato con esta materia escurridiza y
proteica. Encontrándola en todos los ámbitos geográficos, culturales y religiosos,
desde la India védica hasta la jungla polinesia; desde el recetario de magia
sexual, hasta las más esclarecidas concepciones de Frazer, Gevons o Hubert; y
desde su intromisión en el rito y la liturgia, hasta su ajusticiamiento en la
plaza pública; preferimos su noción dinámica situada en la primera invasión de
la materia por el espíritu, en trance arquetípico, en función de Imaginero
apasionado. (Por cierto que su existencia adjetiva, como la que corre en las
copiosísimas clasificaciones literarias, en las etiquetas: “poesía mágica”,
“realismo mágico”, esa, no cuenta aquí).
Absorbiendo,
evocando, “aspirando a” esta subterránea cualidad para la obra de arte, el
artífice consigue superficies mágicas, y el poeta carga sus creaciones con la
fascinación de lo mágico; en tanto que, a fuerza de estas íntimas ceremonias de
la personalidad, uno u otro se tornan acumuladores y transformadores de esta
energía.
Así
como hay objetos, utensilios, joyas o huesos cargados de este fluido, existen
también cuadros, esculturas y poemas en los que parece haberse concretado este
iris subterráneo, que no por pertenecer al mundo sumergido, es menos bello.
Cuando
Rimbaud profirió su inquietante grito: “Yo es otro”, aceptó, “se abrió a una
suerte de posesión de su yo, de su propio ser invadido y habitado por todas las
cosas, por todos los misteriosos poderes errantes del mundo, por el ánima
mundi”.
Y,
cuando Lautréamont escribió en su paroxismo ateo ese verso: “si existo, no soy
otro”, declaró el terror y la rebelión de todo su ser ante tal invasión, y echó
la culpa en Dios, su viejo y personal enemigo.
Cuando
Neruda ejecuta el “ritual de sus piernas”, reconoce a través de sus raíces
biológicas la existencia de ese mundo en el que se mueven los efluvios y los
depósitos de la magia terrestre, que después elaborará tan variadamente.
En
cambio, Vicente Gerbasi, aunque su voz se halle imantada por el polo de los
reinos naturales, no ha pactado nunca con ellos hasta comprometer su identidad.
El poeta venezolano los refleja en su poesía de espejos deslumbrados ante el
día, pero una condición de perpetua inocencia le preserva de la temida
identificación.
En variadísimas proporciones, los poetas de todos los tiempos, han experimentado la punzante vecindad y la llamada de este centro de fascinación elemental que no se halla lejos de ningún hombre viviente.
En
todos aquellos poetas en los que predomina el hombre claroscuro, apegado a la
noche genésica, con la mitad de su alma, por lo menos, se constata una marcada
tendencia a penetrar y dominar el alma de las cosas, como creadores. La
tentación de transmutar los cuerpos y las sustancias, es poderosa en ellos, y
continuamente, se valen de la evocación instintiva, de desórdenes provocados,
de fuerza ejercida sobre el lado oculto de las cosas.
En otro
lugar están los que de algún modo saben. Baudelaire preconizó con la lucidez
que le era característica: “Es menester querer soñar y saber soñar. Evocación
de la inspiración. Arte mágico”, apunta en su Diario Íntimo. Rimbaud, en su aprendizaje de mago o de brujo, a
través del “Desorden de los Sentidos”, escogió un sendero espúreo, y su empresa
de creador se alimentó de la agonía y del desastre vital del hombre.
Más
allá de la superficial alquimia del verbo, que proclamó, puede escucharse el
clamor desgarrado de su sinceridad tardía: “He tratado de inventar nuevas flores,
nuevos astros, nuevas carnes, nuevos idiomas. He creído adquirir poderes
sobrenaturales. Bella gloria de artista y de narrador, arrebatada ¡Yo! que me
he dicho mago o ángel, que me he dispensado de toda moral, vuelvo a la tierra
con un deber que buscar...”
El
choque del creador que equivoca el camino, con las formaciones de una época
superada por la conciencia de la humanidad, como es la magia por sí misma,
tiene graves repercusiones en el devenir individual, y muchas desintegraciones
lamentables, sin aparente explicación, la han tenido por causa. Y es que, en el
fondo, aquellos que han alcanzado los niveles de la percepción sumergida, no
juegan con literatura, sino con vida, con vida elemental, tumultuosa, sedienta
de formas que colmar. Pero, sería falso el temor de usar las preciosas
cristalizaciones subterráneas en la cinceladura de un cáliz, siempre que su
distribución no corrompa la forma típica, ni desvirtúe la función esencial del
orfebre.
En lo
concerniente a las áreas de la poesía mágica, o de la magia en poesía, es
curioso observar que es Europa, y Francia particularmente, la logia geográfica
de este movimiento intencional hacia lo preconsciente. De allá partió la “buena
nueva de la condenación” que decía Bloy. En ella se organizaron los extravíos
estetizantes polarizados por esta búsqueda hacia abajo, entre los que se puede
incluir tanto la llamada escritura automática, como las elaboraciones
mediúmnicas del surrealismo.
En
Indoamérica, desde la Península de Yucatán hasta el Estrecho de Magallanes, se
ha hecho, más bien, una honda poesía telúrica, cuyos cables raigales se hunden
en limos más profundos que los del actual Continente Americano.
III
Si no el fin, por lo
menos el límite de esa senda hacia el abismo de la magia, fue precisado por
Rimbaud, en las siguientes líneas: “El primer estudio del hombre que quiere ser
poeta, es el de su propio conocimiento, de un modo total. Comienza por buscar
su alma... Una vez que la conoce tiene que cultivarla: esto parece una cosa
sencilla... Pero, es que se trata de hacer que su alma se vuelva monstruosa...
Digo que tiene que ser un vidente, que tiene que hacerse vidente. El poeta se
convierte en vidente, en virtud de un largo, inmenso, y razonado trastorno de
todos los sentidos... De aquí que se convierta entre todos los otros hombres,
en el gran enfermo, en el gran criminal, en el gran maldito”.
Lo que
pretendía el autor de “Las Iluminaciones” era forzar las puertas del
conocimiento superior con armas tenebrosas. Su obsesión por la evidencia y el
conocimiento mágico le condujeron a la tragedia, a la desesperación y a la
fuga. Ahora quería sólo llenarse los ojos y los sentidos con la “rugosa
realidad” de la tierra, y partió hacia África.
Pero,
este apetito desenfrenado de conocer y poseer aquello que es más allá de los
límites del conocimiento poético, por medios turbios e irregulares, sigue
conduciendo al desequilibrio a muchas almas singulares. Aquellos que no se han
anquilosado, han caído en estados crepusculares de conciencia, han enloquecido,
o se han desterrado a la estupefacción.
Refiriéndose
a este lamentable aspecto de la vida interior de los creadores, ha escrito
Jacques Maritain, en su libro “La Poesía y el Arte”: “No se trata aquí de la
tragedia de la poesía y del arte moderno, sino en un pequeño grupo de poetas y
amantes de la poesía, de una tragedia del espíritu humano”.
Contemporáneamente,
esclarecidas personalidades de la literatura occidental, han sentido la aguda
incitación de una vía nueva para la realización del ser a través de la poesía
como experiencia del conocimiento.
Con
significante simultaneidad en la labor, ha sido expresado su anhelo. Sobre los
hombres más representativos y cultos del mundo literario de nuestros días, ha
pasado el soplo milenario del más excelso Yoga d la India, el contenido de los
Aforismos de Patanjali, en el texto radiante del Baghavad Gita y los himnos de
los Upanishads.
Romain
Rolland penetró en los antiquísimos monasterios hindúes de Yoga, y encontró la
presencia luminosa de Ramakríshna y de Vivekananda; departió con los discípulos
actuales de estos “mahatmas”, y escribió sus biografías, en las que consignó,
en capítulos reveladores, los pasos de la ascesis psico-fisiológica de la
iluminación.
Eliot, reconoció el campo de batalla de Krishna con el Señor del Universo y realizó, en poemas de estupendo equilibrio, la tensión de los antagonismos esenciales.
Hermann
Hesse, reconoció las huellas de la “ruta interior” hacia el conocimiento
supremo y escuchó las vibraciones de la Palabra Sagrada en el transonido de los
elementos, las bestias y los seres.
Aldous
Huxley, llegó hasta los umbrales de las “puertas de la percepción” y creyó
vislumbrar las inmensas llamaradas del fuego cósmico que reducen a cenizas las
más refinadas obras de las manos humanas.
Por
otra parte, Henry Michaux se ha esforzado durante toda su vida en “ahondar las
raíces del misterio poético, rasgar el velo de Hermes, agitar y exorcizar en su
propio corazón, a sus monstruos”. Ha llegado a usar la vieja droga de los
misteriosos tributarios del Sol de los Aztecas, a fin de obtener ese estado del
alma cuyo sentido “rebasa toda comprensión”. La experiencia poética ha sido
ensanchada así, por un crecimiento espiritual orientado hacia los confines del
universo y hacia el centro del ser en el conocedor del mundo y sus formas.
En
cierta medida, ha sido escuchada, con intensidad que varía según el hombre, la
vocación de infinito y de absoluto, y la necesidad de integrar los ritmos
inmediatos de la obra personal con el Verbo que sostiene y revela el Universo.
Marginando
de algún modo esta fecunda dirección, Reverdy, escribía: “El valor de una obra
es proporcional al punzante contacto del poeta con su propio destino”. La
conciencia de un destino trascendental ha sido conseguida por los mejores, y
sus señalamientos son múltiples, aunque todos se nos aparecen como diluidos en
los textos, quizás porque la sensibilidad y la facultad de captación modernas,
carecen todavía de una vivificación especial, relacionada con esas esferas de
maravillosa tenuidad.
Pero,
aparte de la toma de este tipo de conciencia, le es menester al poeta -creo
yo-, obtener en su vida -a lo largo de toda su vida- la oportunidad de estos
contactos con el destino vislumbrado; pues, sólo la ilación ascendente de esta
clase de experiencias puede guiar su percepción interna y articularla con la
realidad, en destellos que sobrepasan el espacio y el tiempo.
T. S.
Eliot, en su estilo flexible y consistente, que nos recuerda la trama del mejor
casimir inglés, al referirse a estos niveles de la experiencia poética
consciente, nos informa: “que en tales momentos, caracterizados por una
repentina cesación de las cargas de ansiedad y temor que pesan sobre nosotros,
en nuestra vida diaria, lo que ocurre es algo negativo; es decir, no se trata
de la inspiración tal como se la entiende corrientemente, sino de un
derrumbamiento de barreras o impedimentos habituales... El sentimiento que
acompaña a esto, se asemeja... a un repentino alivio debido a la desaparición
de un peso intolerable”.
En
estos instantes, que duran una fulguración de tiempo, el espíritu del poeta
hace contacto silente con el Espíritu, más allá del tiempo. Pero, como esta
clase de accesos pueden conducir a imprevisibles estados colindantes con la
mística y el esoterismo; algunos poetas contemporáneos, buscadores de una
realización poética superior, han polarizado su sensibilidad y su conciencia en
un esfuerzo común, hacia los milenarios procedimientos del Yoga. Y así,
algunos, parecen haber bordeado, por una extrema tensión de todo ser, los
primeros repliegues de ese ignoto Continente de lo incondicionado, dándonos
después en forma sensible, la noticia poética más cercana posible, de esas
lúcidas exploraciones.
Michaux,
nos da una muestra -si bien, muy imprecisa y desorientada aún- de una fórmula
yogui, en el siguiente poema titulado “Magia”: “Antes era yo muy nervioso. Mas
heme aquí en una nueva senda. Coloco una manzana sobre mi mesa. Luego, me
introduzco en esa manzana. Qué tranquilidad... Los pensamientos de la capa de
abajo, rara vez son bellos... Vuelvo a mi manzana... Sufrir es la palabra.
Cuando llegué dentro de la manzana estaba yo helado”.
Aunque
este poema constituye un alarde de fantasía, subyace en el poeta, en medio de
su fracaso, una voluntad de internación en la esencia del objeto, propia de
cierto procedimiento de identificación Yoguístico, cuyas características
podemos reconocer en el siguiente Aforismo de Patanjali: “Mediante el proceso
de meditación en la Unión, se reconocen los dos aspectos de todo objeto; se
llega a conocer y realizar en conciencia las características morfológicas de
los mismos, su naturaleza simbólica en el universo y su utilidad específica en
la condición temporaria, dentro del devenir”. Muchos poetas han realizado
únicamente borrosas transposiciones intelectuales y literarias, de la germinal
posibilidad que ofrece a la conciencia del conocedor, el cabal cumplimiento de
esta disciplina; pero, aunque no hayan obtenido el éxito real de su interior
tentativa, la belleza de algunos de los poemas emparentados con este sistema,
es suficiente resarcimiento a su empeño.
Considerando
en esta dimensión extra literaria, y sin disminuir el alcance de su excepcional
poesía, es Neruda quien ha conseguido en este aspecto singulares aproximaciones
a la experiencia secreta, y creemos que las debe a su constitución elemental y
a la profunda imantación de telurismo de que es capaz.
Es
oportuno recordar aquí sus “cantos materiales” titulados: Entrada a la Madera,
Apogeo del Apio, y Estatuto del Vino; y constatar su clarividente exploración
del objeto elegido, así como la aprehensión de los símbolos y de los vagos
tesoros suspensos en la atmósfera interior de cada uno de ellos.
Inmerso
en la madera, oigámosle decir:
“Dulce
materia, o rosa de alas secas,/ en mi hundimiento tus pétalos subo/ con pies
pesados de roja fatiga/ y en tu dura catedral me arrodillo/ golpeándome los
labios con un ángel./ Pozos, vetas, círculos de dulzura,/ peso, temperatura
silenciosa,/ flechas pegadas a tu alma caída,/ seres dormidos en tu boca
espesa,/ polvo de dulce pulpa consumida,/ ceniza llena de apagadas almas,/
venid a mí, a mi sueño sin medida”.
Se vuelve impronosticable lo que el poeta y el hombre en general, puedan alcanzar por estas vías que, en último término conducen a una visión suprasensual del mundo, libre de los elementos de la personalidad y del espejismo del tiempo. Debemos únicamente reconocer que el movimiento de auto-conciencia en poesía está en pleno desenvolvimiento, y que todo lo que se consiga en este sentido será para esclarecimiento de la visión de los auténticos investigadores, y no es difícil que sus mismas obras reciban el toque de un sortilegio hoy apenas discernible.
[1961]
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 161 | dezembro de
2020
Artista convidado: Zdzisław
Beksiński (Polônia, 1929-2005)
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