FLORIANO MARTINS | Breve diálogo con David Cortés Cabán
DCC | Pienso que casi siempre las afinidades estéticas de un escritor hacia otro
(en mi caso, la poesía), ocurren en todo tipo de género. Desde el punto de vista
de la poesía, que es el que a mi caso concierne, las afinidades se dan –creo– más
en cuestión de una actitud hacia la elaboración del lenguaje poético que al de las
temáticas, que universalmente suelen ser las mismas; es decir, el amor o la muerte,
la soledad, el exilio, la patria, el compromiso social, las relaciones amorosas
o la insatisfecha búsqueda del poema perfecto. Cuando leo a los poetas contemporáneos
lo que me provoca un gran entusiasmo en sus obras (y de ahí las afinidades) es hallar
algo que satisfaga lo que yo mismo anhelaba, algo deslumbrante y profundo que no
encuentro en mí en el momento de escribir, algo latente en el lenguaje que no acierto
a descifrar totalmente. Sin embargo, más que hablar de afinidades estéticas podría
señalar mi admiración por un gran número de poetas hispanoamericanos, y de otras
nacionalidades, cuyas obras conocemos, pues son una referencia indispensable a quienes
hemos entrado al vasto dominio de la poesía. Sería ciertamente un gran honor hallar
en mí afinidades con las voces que han contribuido a formar el panorama de la lírica
contemporánea.
FM | ¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen en la poesía que se
hace en tu país que deberían tener repercusión o reconocimiento internacional?
DCC | Cuando hablamos sobre cuáles contribuciones de nuestra literatura deberían
ser reconocidas internacionalmente, hay que señalar algunos aspectos de nuestra
tradición relacionándolos no sólo a la poesía, sino también a posturas ideológicas
y a movimientos poéticos que, aunque de corta duración, trascendieron las fronteras
de mi país. Por ejemplo, el grupo de los poetas Atalayistas de finales del 1929
(Graciany Miranda Archilla, Clemente Soto Vélez, Fernando González Alberty y Alfredo
Margenat, por sólo nombrar los más significativos), buscaban renovar el panorama
de la lírica puertorriqueña; crearon la revista Alma Latina, escribieron
manifiestos y lograron, con sus creaciones y posturas ideológicas, destacarse
dentro de país y, en menor grado, en el extranjero, igual que hicieron algunos poetas
de las vanguardias europeas e hispanoamericanas. Sin embargo, como señala el crítico
Orlando José Hernández, para finales del 1934 ó 1935 ya los Atalayistas habían dejado
de existir como grupo, la vida y la situación política del país los llevaría por
otros rumbos. El Atalayismo fue uno de los movimientos más fecundos e interesantes
de la poesía de vanguardia puertorriqueña de la década del 30. Por otro lado, la
aportación de Luis Palés Matos a la poesía afroantillana con su libro Tuntún
de pasa y grifería (1934), y la creación de importantes revistas como Alma
Latina, Asomante, Sin Nombre, La Torre, Guajana, Ventana, Mairena, Tercer Milenio,
y actualmente las que leemos a través del Internet, han ayudado a establecer puentes
de comunicación y reconocimiento de las obras de autores puertorriqueños en países
de Latinoamérica y España. Hay que subrayar, además, que el aprecio y reconocimiento
de nuestras obras depende no sólo de la calidad del trabajo de éstas, sino también
de las editoriales y librerías, y de algunas agencias culturales, que si intervinieran,
como es debido, crearían un escenario más favorable para la poesía de todos.
FM | ¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas entre los diversos
países que conforman Hispanoamérica?
DCC | Es posible fomentar relaciones culturales más estrechas, que conlleven a
un conocimiento más entrañable y real de nuestra poesía, si existiera voluntad de
propósito de parte de los organismos internacionales. Si se hacen convenios comerciales
que, aunque importantes, nada tienen que ver con la literatura, y especialmente
con la poesía, podríamos también fomentar relaciones que sirvan de estímulo a la
creación poética y a las artes en general. Como es sabido, hay países de Hispanoamérica
y el Caribe que han venido realizando encuentros y festivales internacionales de
poesía. Esto ayuda un poco a erradicar el prejuicio y desconocimiento que comúnmente
existe sobre la literatura de nuestros países. Pero hay que señalar que la mucha
ignorancia que existe hoy día sobre nuestra literatura, se la debemos en parte (obviando
excepciones), a algunos antólogos. Es doloroso decirlo, pero más de una vez he visto
en algunas antologías de la poesía contemporánea ninguna representación, por ejemplo,
de la poesía dominicana o puertorriqueña. En el ámbito de la poesía hispanoamericana
actual ¿quién puede desmerecer a un poeta como don Pedro Mir? Hay que estar muy
seco de cerebro y corazón para olvidarlo; bajo su sombra podríamos cobijarnos todos
y aún daría para cubrir a muchos más. Y que tal del puertorriqueño Hugo Margenat,
entre los mejores poetas del continente podría figurar su nombre, arrebatado en
la juventud como en carroza de fuego hacia una libertad más alta y sonora que hasta
el presente no podemos comprender. Por eso, cuando miro los desaciertos de estos
antólogos duele que desconozcan que la poesía no tiene fronteras. Por último, la
falta de reconocidas editoriales, para distribuir y presentar la literatura de nuestros
países a otras comunidades de lectores, contribuye a perpetuar el desconocimiento
de nuestros autores.
FM | ¿En que circunstancia escribiste
El libro de los regresos y que importancia crees tenga este libro en tu obra
poética?
DCC | Los
poemas que componen El libro de los regresos fueron creándose poco a poco
a través de casi una década, del 1990 al 1999. Son poemas que por sus temáticas
y matices fueron agrupándose bajo el título que me sugirió una noche, en su apartamento
de El Barrio, en Manhattan, el amigo y poeta Juan Manuel Rivera. Aunque no todos
tratan estrictamente sobre el tema del regreso, la mayoría contiene, quizás sin
proponérmelo, la imagen del retorno. Ese retorno encierra las distintas imágenes
que puede ofrecernos el destino en el transcurso de esos viajes físicos o imaginarios
a la Isla. Ahí tal vez reside el sentido que les da vida a estos poemas. En ellos
se proyecta la visión sincera y humana de un regreso definitivo para algunos, esquivo
y lejano para otros, y donde la persistencia de ese regreso parte de uno mismo porque
supone (en mi caso) una memoria aún intacta de la imagen de mi pueblo. La patria
y el cielo, el mar y la naturaleza de estos regresos se corresponden también con
la experiencia de la emigración pues son poemas escritos desde la lejanía –como
toda mi poesía– buscando recobrar lo esencial del ser en el complejo drama de la
vida y el tiempo. Me parece que el libro representa la pasión de quien no renuncia
a su identidad, ni a los recuerdos que confieren un tono nostálgico a las cosas
que posiblemente puedan tener similares significados para el lector que quiera intuir
en ellos su propia realidad.
FM | La
lírica juega un papel esencial en tu poesía. ¿No te parece que la
poesía contemporánea, sobre todo de lengua española, sufra un proceso de desvitalización
gracias a sus excesos formales?
DCC | Para
mí el sentimiento lírico nace de las experiencias que diariamente tenemos del entorno
en que vivimos y nos movemos. La poesía lírica le otorga un sentido profundo y distinto
a las cosas que llegan a nuestra existencia. Creo que el tono lírico de mucha poesía
de nuestra tradición literaria tiene que ver no sólo con las vivencias y el estado
de ánimo del poeta sino también con la forma en que éste trabaja el lenguaje. A
esto hay que añadirle las lecturas y lecciones aprendidas de los grandes poetas
de todos los tiempos que han ido construyendo la gran casa de la poesía, ese espacio
que todos compartimos o buscamos compartir. Tampoco debemos pensar que siempre el
poema lírico tiene que estar traspasado por un sentimiento de dolor o nostalgia,
languidez o lloroso sentimiento por las cosas perdidas. Pienso que en la poesía
lo lírico sin importar el tema que trate debe poseer ese grado de emoción que conmueve
e inquieta el espíritu. El poema lírico contiene ciertas cualidades que contagian
y despiertan en nosotros una emoción que nunca habíamos sentido antes, ese sentimiento
que algunos llaman “inefable”.
En relación a la poesía española contemporánea he leído
que los poetas de la posguerra trataron de apartarse, no siempre lográndolo, de
los excesos formales de un lenguaje que dejaba poco espacio a la imaginación. El
crítico José Olivio Jiménez, quien fuera mi profesor de los cursos graduados de
Hunter College (CUNY) en su artículo “Nueva poesía española (1960-1970)” publicado
en la revista Insula, núm. 288, nov. 1970, hace una reseña de los poetas
y la situación de la poesía de aquel tiempo. Pienso, por mis escasa lecturas, que
hubo que esperar a los poetas novísimos (1970) para estar ante estilos poéticos
más provocadores y novedosos. Los posnovísimos, a finales de los 80, buscaron también,
a su modo, elaborar una “poesía de la experiencia” con un sentido más coloquial
traspasado de humor o de ironía; pero no quiero adelantar juicios sin tener una
base profunda de lo que estos poetas individualmente o como generación literaria
han logrado o de cómo han transcendido la actitud y las posturas literarias de su
tiempo.
FM | Háblame
un poco de tu generación, especialmente en términos de poetas puertorriqueños, los
que viven dentro y fuera del país, lo que te parece sean características de lenguaje
que mejor consideras.
DCC | La
frase “generaciones literarias” ayuda a situar la perspectiva de los nombres más
significativos de un país en un determinado tiempo y espacio, pero puede también
prestarse a juicios poco objetivos sobre situaciones que nada tienen que ver con
el valor de la poesía. En mi caso -un poeta puertorriqueño que reside en Nueva York
por más de treinta años- creo que pertenezco a la diáspora puertorriqueña que comenzó
a publicar sus libros en la década del 80. Debo llamarla también Generación del
80. Soy de los poetas que emigraron a Nueva York a finales de los 70. Creo que otros
poetas emigraron quizás para fines del 60 o ya residían en esta ciudad. Dentro de
esta generación de poetas que escriben en español y que comenzaron a publicar sus
primeros libros en el 80 puedo mencionar los más conocidos y aquellos con los que
mayormente me relaciono. A continuación menciono los nombres, el título y el año
en que aparecen sus primeros libros y dejo fuera las fechas y datos biográficos
de sus vidas: Pedro López Adorno (Hacia el poema invisible, 1981), Carmen
Valle (Un poco de lo no dicho, 1980), Alfredo Villanueva Collado (Las
transformaciones del vidrio, 1985), Juan Manuel Rivera (Poemas de la nieve
negra, 1986), Carlos Rodríguez Matos (Matacán), José Luis Colón Santiago
[1945-2001], (Aquí mi Sur del Bronx), y David Cortés Cabán (Poemas
y otros silencios, 1981). Hay que señalar que algunos de estos poetas también
hacen crítica literaria y han escrito cuentos, memorias y novelas. En el caso del
escritor José Orlando Hernández, aunque no ha publicado hasta ahora libros de poesía,
algunos poemas suyos aparecieron en la antología Herejes y mitificadotes:
Muestra de la poesía puertorriqueña en los Estados Unidos (1980). En Puerto
Rico entre los poetas de la Generación del 80 los críticos han señalado a Rafael
Acevedo, Marcos Reyes Dávila, Edgardo Nieves Mieles, Mario R. Cancel, Daniel Torres,
Zoé Jiménez Corretjer, Alberto Martínez Márquez, Mayra Santos Febres, Daniel del
Valle. Algunos de estos escritores son también críticos y novelistas. Para tener
una mejor percepción de esta generación hay que valorar los temas y propósitos de
sus obras. Para mirar el compromiso que los une y su proyección en el ámbito insular
e hispanoamericano hay que hacer un estudio profundo y extenso de sus libros.
Es posible que haya otros poetas que residan en Nueva
York o Puerto Rico que pertenezcan a la generación del 80, por su exclusión involuntaria
en esta ligera contestación a tus preguntas, pido disculpas.
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