GARY DAHER | Matilde Casazola y los pétalos del tiempo
mañana no la quiero
mañana no la quiero, que ya
será invierno.
MATILDE CASAZOLA
Los poetas griegos cantaban
sus poemas. La primitiva música de los griegos estaba siembre estrechamente
vinculada con la poesía. No había otra poesía que la cantada. Sabemos que
Arquíloco y Simónides eran poetas a la par que músicos; sus poemas eran cantados.
La música sin canto fue un arte muy posterior. Las leyes de la melodía eran
dictadas por la voz humana según afirma el musicólogo alemán Hermann Abert.
Claro
que la melodía que utilizaban nos es desconocida, y también sabemos que el
ritmo dominaba sobre la melodía. Tan grande es el sentido que el ritmo y la
melodía tienen dentro de estos antiguos que Platón en sus diálogos copia las
palabras de Gorgias[i]
cuando pregunta:“…si se quita de toda clase de poesía la
melodía, el ritmo y la medida, ¿no quedan solamente palabras?”
Matilde Casazola lleva acaso el sentido de
los antiguos griegos, pues es una poeta que canta. Así los tiempos han corrido
junto con su canto, y, a esta altura, no nos cabe duda que Matilde Casazola es para
nuestro país, lo que Chabuca Granda para Perú o si tomamos cómo llega a su
gente, lo que Chavela Vargas para México, en la medida en que su voz, sus
originales melodías, sus letras y sus ritmos nos tocan en tal profundidad que
no sabemos sentir otra cosa que Bolivia en nuestros corazones.
En esta línea, Matilde Casazola ha
escrito una obra poética que obedece a su mirada cotidiana del mundo, y a los
diferentes estados emocionales de las circunstancias que el tiempo trae como el
oleaje de un mar que no cesa. Allí Matilde Casazola ha dejado registrada su
actividad poética en múltiples poemas, según un latir musical más que un rigor
poético. Esas maneras nos dicen de un espíritu vital cuyas joyas debemos
rescatar de las hermosas conchas marinas, en el sentido del mar de la vida, o
poemas que sin detenerse marcan su reloj poético.
Así, sus poemas abarcan una gran
cantidad de panoramas, tales el canto, las diversas miradas sobre sí misma, la
impenitente caminante que refleja su trashumancia, su cualidad de poeta, el
deterioro humano, el mal, la muerte y el amor, los siempre preocupantes temas
sociales, los oficios de la gente y los otros, la casa y sus habitantes, es
decir, la familia, los objetos, la espiritualidad y la aparentemente
perturbadora divinidad, la filosofía, su sensibilidad con la naturaleza, y el
tiempo, como no, el tiempo como una rosa que aroma sus obras.
Muy natural es, entonces, que empecemos
hablando de su obra con los versos que hacen a sus canciones. Aquí, habrá que
hacer una separación, entre lo que se habla desde la poesía para ver, para
sentir en imágenes, y lo que se escribe para la canción, es decir para oír,
porque lo primero que se viene a la memoria, cuando de Matilde Casazola se
habla, pertenecen a un género que se aviene muy bien a lo que se canta.
Y si estamos ante una poetisa que canta,
en este punto que nos ocupa, muchos de sus versos se deslizarán como letras de
canciones, queriendo decir con esto que la letra y la música han tenido que
gozar un maridaje que conmueve no porque suene hermoso, que sí lo hace, sino
que la letra, o el verso, se aviene como el esposo a la esposa en una especie
de felicidad de la palabra, si esto es posible, establecido en cada corazón que
la escucha.
Serían entonces poemas más escritos para
oír que para ver, que los poemas para ver son de reciente factura, si reciente
se limita al espacio de un siglo. En cambio la costumbre del poema para oír se
pierde en los recovecos del pasado. Vale además afirmar, que en estos tiempos,
la poesía para oír especialmente en lengua castellana ha tomado nuevo impulso,
hipnotizando a todos. Baste nombrar a la trova cubana con Silvio Rodríguez y
otros, Joaquin Sabina, o Luis Eduardo Auté.
Todos sabemos que la cultura libresca es
de por sí minoritaria y hemos observado, durante el siglo XX, que el poema se
enclaustró entre las páginas de las bibliotecas, renunciando a su transmisión
oral. El poema escrito para ver, no para oír, es reciente. Desde la invención
de la escritura, es cierto, existe el lector silencioso de poemas.
En cambio la costumbre del poema para
oír se pierde en los recovecos del pasado. Y hasta el siglo XIX la poesía
ocupaba el tiempo de los ocios latinoamericanos. Escribe Carlos Monsiváis: “Una
herencia (una definición) del XIX: la religión de la Poesía. Durante más de un
largo siglo latinoamericano la poesía es, masivamente, instrumento de uso
cotidiano, prueba irrefutable de la calidad cultural (el alcance social) de una
velada hogareña, de modo principal, el mayor acervo ideológico para medirse con
el amor, la adversidad, la vida interior. Los analfabetos retienen piadosa y
cuantiosamente los versos y los ‘absolutamente ajenos a las Musas’ suelen vivir
bajo el influjo de poemas y Actitudes Poéticas que casi de seguro jamás hayan
oído comentar. (...) En el XIX la poesía y la enseñanza de la historia patria
son los dos ordenamientos sustanciales de la experiencia, el sufrimiento, la
desazón, la turbiedad del ánimo, la desesperanza, la alegría que se refleja en
sí misma”.
¿Qué sucedió durante todo el siglo XX?
Rafael Cadenas señala: “La poesía moderna tiende a convertirse en un corpus
hermético. Se hace para un círculo de iniciados; por los poetas para los
poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los poetas, al decir de Cocteau, son
mandarines que se susurran secretos al oído”. Con el cambio de siglo, pues, la
poesía perdió su papel de formadora de la sensibilidad latinoamericana.
Hoy, en la aurora del siglo XXI,
amanecemos a un nuevo día, donde la poesía vuelve a recuperar el espacio de las
calles a través de las canciones que la gente repite y donde el poeta se hace
anónimo. Nos acordamos de los nombres de los cantantes famosos, y en su gran
mayoría desconocemos el nombre del que compuso la letra. Aquí la poesía se
universaliza.
Matilde Casazola nos regresa a ese
espacio, pero como tiene que ser en este siglo, sin ignorar la poesía que
conmueve con las grandes preguntas, y traslada imágenes, como se puede leer en
los poemas de su vasta obra poética, mientras en paralelo desgrana letras de
canciones, cuya música también vive en la poetisa y compositora como un ave
capaz de transitar nuestros más íntimos afectos.
De esta manera la obra penetra en los
huesos utilizando la lanza del canto, recuperando para la poesía el espacio de
la música sin perder la virtud de la palabra.
Los versos en las letras de sus
canciones son las alas del Pegaso que nos arrebata con sus melodías muy
particulares, muy propias, las melodías de Matilde Casazola.
¿Quién oyéndola cantar no termina
amándola? Matilde, la que se transforma, a quien el canto, cual hechicera de
luz, le sirve de fuente de la juventud. ¿No es siempre una muchacha llena de
fuego mientras canta? Esto digo, claro, como testigo de sus días para dejar
constancia de lo que se puede conocer en forma directa, no a través solamente de
los textos, privilegio de ser su contemporáneo.
Decir además que en los poemas, en los
versos, ella carga con el canto, pues canto y poema son uno en Matilde
Casazola. Tu solamente bordas / con
gorjeos de luz, una esperanza[ii],
nos dice. Transformándose el canto de lo cotidiano, la tierra, el
amor, la melancolía, en el material con el que se teje las vestiduras de lo
esperado, siendo lo esperado el conocimiento de los misterios de la naturaleza.
Todo en línea con su vitalidad Eso nada más soy: latido exacto.[iii],
nos dice. Y esa vitalidad está íntimamente relacionada con una manera
simple de estar en el mundo, una manera que quiere estar en armonía con eso que
la rodea, como se puede constatar en los poemas que a manera de auto retratos,
aparecen en su obra poética. Tal el poema Los
cuerpos[iv]
del libro del mismo nombre, pero muy lejos de Walt Whitman, pues en Matilde
Casazola no es suficiente nombrarse sino equipararse con lo mínimo, con lo
maravillosamente mínimo como son los insectos.
Hay en la obra de Matilde un llamado a
lo esencial, esencialidad que reside en la tierra, en la tierra madre, se
siente una con la ternura de lo vegetal que emerge de lo mineral, pero que a la
vez son la génesis de su procedencia ancestral, como leemos en el poema Raíces de Poesía y Naturaleza datado en 1993, donde nos dirá bellamente,
acaso haciéndonos recordar a Edmundo Camargo:
Obscuras raíces
brotan de la
tierra
y me llaman.
Obscuras raíces
sabias
de esencias
vitales,
me cercan y me
enlazan.
Regresándonos siempre al sentido de la
música, porque música en ella también son las manos, con las que acaricia,
araña y toma la guitarra.
Cuando yo muera
y mis huesos
cal sumisa ya
sean,
no confiéis ni
en mis ojos
ni en mis
labios
pétalos de
rosas secas
ni en mi cuerpo
de esfinge,
ni siquiera
en mis
cabellos, lianas,
algas de largas
hebras.
Confiad sólo en
mis manos
sobre el viento
ligeras,
definitivamente
libres y solitarias
cuando yo me
muera.[v]
Esta poetisa trashumante, que ha viajado
como peregrina del canto tal como nos revela cuando entona Madre, me voy. / me llama el viento / y la canción del mar.[vi]
Sintiéndose a su vez, por el motivo del canto y la poesía que la arroja a
un mundo inestable, llena de faltas.
En ese estado reconocido en que los
versos revelan emociones, los poemas sufren una traslación, y se advierten como
imágenes oníricas, hechos de la misma materia en que están hechos los sueños;
pero no los sueños shakespearianos, sino los sueños sueños de Calderón.
Se develan así algunos de los ojos de ese
Argos Panoptes que es toda obra poética que obedece no solamente a la mirada
cotidiana del mundo, sino a los diferentes estados emocionales de las
circunstancias. Tal en los momentos duros de la mala hora, o aquellas
condiciones en las que nos enfrentamos al mal.
En este carrusel de inseguridades que
son los días, en la mirada de Matilde Casazola, solamente los muertos, es
decir, los cadáveres, de alguna manera objetos sagrados, tienen un porvenir
seguro.
Hablamos entonces del tiempo, que
involucra vida y muerte. Y si es tiempo, para Matilde Casazola será aquello que
da frutos, pero antes de frutos flores, y la flor por excelencia, para Matilde,
es la rosa. Pues, en estos tan cotidianos pero complejos y contradictorios
hechos, es decir entre la vida y la muerte, Matilde advierte a la rosa. La rosa,
símbolo fundamental en la poesía de Matilde Casazola, pues simboliza una
florescencia del tiempo, que también es ella misma, haciéndonos inevitable el recordar
a Jorge Luis Borges cuando nos dice El
tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; / es un tigre que me
destroza, pero yo soy el tigre[vii].
Aquí, en la poética de Matilde Casazola, el tiempo en lugar de felino es
una planta, extraño híbrido de rosal y cronos, que produce, como la tierra,
flores y frutos, de esta extraña manera en Matilde el tigre es la rosa.
La rosa
entregaba su secreto
en llamaradas
luminosas.
Era la rosa,
amor, tras la ventana
como brillante
talismán de fuego.[viii]
Entonces sentimos como si se tejieran
referencias con otras poéticas armando una suerte de señales de predecesores,
como es el caso de William Blake y su The Rose, cuando escribe:
Un gusano buscó
su centro.
(¡Mi cristal
encantado se rompió!)
Hizo su reino
allá adentro
(todo acabó,
todo acabó)[ix]
Aunque en este poema hable de la
felicidad, cuyo sabor tiene la maravilla de lo ácido De color amarillo claro / era, señor, la felicidad. / Como un limón
perfumado; / ¡ay! no podía durar. No deja de ser ontológicamente la Rosa de
Blake, mostrándonos que los elementos
poéticos se repiten como si una red invisible escribiese un mismo poema, Borges
dixit.
Pero Matilde Casazola es más un alma
reflexiva que dialoga con su mundo interior, que una poetisa que se conecta con
los otros poetas. Así, se podría decir también que a través de su obra poética
conocemos a Matilde en su intimidad, como si la poesía fuese una necesidad
vital para sentirse menos sola, y así intentar conseguir su soledad perfecta[x].
Desde esa soledad nos aproxima a un
universo que muestra lo más íntimo de los otros tan nuestros, la casa, ese
edificio testigo de los días, descrito íntima y mágicamente en su obra, como en
el poema La Memoria de las Casas.[xi]
En ella la casa es un ser vivo, y como todo ser vivo cambia, se transforma,
tanto y de tal manera que inclusive se resiste a sacar a sus muertos.
La casa, que en estos entretejidos
poéticos se nombra como un milagro. El inconmensurable planeta de lo
maravilloso. Lo que nos es más cercano, pero también mágico y deslumbrante.
Así, el universo de la casa y sus otros,
que transitan y ocupan los espacios. Dejando huellas, y esas huellan en Matilde
Casazola son los objetos íntimos. Objetos que han permanecido en un espacio
emocional que intenta recuperar la vida de los que lo usaron, así la ropa, los
zapatos, los libros, los pañuelos. En este espacio verbal, los objetos
representan a los otros, a los amados ausentes. Esos otros que circulan a pesar
de nuestro estar en el mundo, y para los cuales nuestra presencia
circunstancial, por más íntima que sea, al pasar del tiempo no solamente será
olvidada, sino abandonada, como corresponde a esa crítica de lo desaprensivo
que leemos en su poética. De esta manera la soledad se
transmuta, en Matilde, gracias a los objetos, en una soledad acompañada, que se
bendice naturalmente.
Si bien hay una metáfora (consciente o
inconsciente) donde los objetos representan a los otros, existe también una
notable y perceptiva atención sobre el universo de los objetos que la rodean,
no metafórica; sino neutral. Mostrándonos la relación que cualquier persona
puede tener con los objetos, que se entienden siempre dependientes de nuestra
acción. Transformados estos objetos en seres que no interfieren, no actúan.
Simplemente esperan nuestro capricho. El caso es que una vez activados, ellos
estarán listos para acariciarnos, para amarnos.
Aunque abandonando este sentido, es
decir, también en la manera, hay una bella aproximación a las cosas mínimas,
donde la poetisa es capaz de despertar nuestra sensibilidad a un universo
cotidiano que generalmente se ignora, aunque hace parte de nuestro día a día.
Finalmente, la obra de Matilde Casazola
se revela con una consciencia del mundo y su génesis.
La semilla
es pequeñita
pero todo es
arcano dentro de ella.[xii]
La semilla guarda quizá todo el secreto
que Matilde Casazola ha guardado de sí misma, es una gran metáfora de todo lo
que el artista, el poeta, guarda dentro de sí, y trabaja para que reviente en
vida, para que fructifique. De ahí, de la demora de ese acto mágico, el
desasosiego, acaso de ahí, el mirarse con el ala rota.[xiii]
Para encontrarse en el mundo, y al
mirarlo pintarlo, tal cual Aristóteles ministraba, en un poema al que también le
ha puesto música, y se ha hecho una bella canción.
-¿De qué color
es el mundo?-
Con asombro
preguntó.[xiv]
Imaginando también otro mundo, un mundo
donde la verdad ha sido acallada, acaso una verdad que nos haría libres.
Camina
Sidaharta, camina
llévame por
esos mundos
de las verdades
prohibidas.[xv]
Y si leemos atentamente, nos lleva a
pensar en un sitio donde las almas de los que conocen esas verdades son flores,
estrellas que iluminan la noche.
Oh flores
que ilumináis
la noche
sin pensar en
vosotras
y tranquilas os
dais[xvi]
De esa manera se ha ido abriendo la obra
de Matilde Casazola como rosa del tiempo.
¿Quién es el
dueño de tanto tesoro?
¿quién gritará
el: “Ábrete Sésamo?
Somos cómplices
del tiempo.
y seguimos
girando
asombrados,
mirándonos noche y día
en su hipnótico espejo.[xvii]
§§§§§
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
[i]Según Gorgias, el género dentro del cual cae la poesía, como
sólo una parte suya es, entonces, el Lógos. El Lógos "infunde en los oyentes un estremecimiento preñado de temor,
una compasión llena de lágrimas y una añoranza cercana al dolor, de
forma que el alma experimenta mediante la palabra (Lógos) una pasión propia con
motivo de la felicidad y la adversidad en asuntos y personas ajenas""
[ii] Los Ojos Abiertos (1967).
Parte 1. Poema 10
[iii] Los Ojos Abiertos (1967).
Parte 2. Poema 13
[iv] Los Cuerpos, 1967.
[v] Los Cuerpos, 1967, Poema
XII.
[vi] Y
siguen los caminos. Poema 37
[vii] Nueva Refutación del Tiempo.
Ensayo. Jorge Luis Borges. 1946
[viii] Poesía y Naturaleza (1993).
Rosa (frag.)
[ix] La Noche Abrupta (1996).
Poema 35
[x] ver el verso final del poema
44 de Y siguen los caminos (1990);
[xi] Estampas, Meditaciones,
Cánticos (1990): Poema 6
[xii] … Y siguen los caminos
(1990); (1969-1970) Parte I: Poema 19
[xiii] Leer el poema Y el cuerpo
encorvas de El espejo del Ángel (1991)
[xiv] Tierra de estatuas
desteñidas (1992) Producción entre 1973 y 1975. Canción: Poema 35
[xv] A veces un poco de sol
(1994): Poema 3. Camina, Sidharta.
[xvi] Y siguen los caminos (1990);
(1969-1970) Canciones: Poema 38
[xvii] Los ojos abiertos (1967).
Canciones, consejas y cansancios. Poema 16
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