VANESSA DROZ (Puerto Rico, 1952) es actualmente una
de las poetas más importantes de su país. Es graduada de la Universidad de Puerto
Rico (UPR), donde estudió Literatura Comparada e Historia del Arte. Tiene en su
haber los poemarios La cicatriz a medias (1982, Mejor libro de poesía de
1982 según el rotativo El Nuevo Día), Vicios de ángeles y otras
pasiones privadas (1996, Primer Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña),
Estrategias de la catedral (2009, finalista del Primer Certamen del Instituto
de Cultura Puertorriqueña), Las cuatro estaciones - Suite caribeña (2016,
que incluye xilografías y fotografías de la autora), Bambú y otros horizontes
(2016, una colección de más de 100 haikus) y Permanencia en puerto (2019,
colección de poemas provocados por fotografías de Doel Vázquez)); además del libro
infantil Oller pinta para nosotros (comisionado para la Campechada 2012)
y la plaquette La dama de los dados (2014, sonetos inspirados en la obra
plástica de la pintora y grabadora Myrna Báez).
Durante la década del setenta fue integrante
de las principales revistas literarias (Zona Carga y Descarga y
Penélope o el otro mundo)
y en los ochenta fundó la revista cultural Reintegro.
Ha sido presidenta del PEN Puerto Rico,
integrante de la junta asesora de la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña
y de la junta del Museo-Biblioteca La Casa del Libro, dirigido el Taller de poesía de la Universidad del
Sagrado Corazón (USC), ha presentado numerosos libros de sus contemporáneos y de
escritores más jóvenes, ha fungido como jurado en certámenes literarios e iniciado
y producido programas radiales de contenido y promoción cultural. Desde 2008 es
integrante del Comité Asesor del Museo de las Américas para la realización de sus
exposiciones.
A partir de la década del setenta, su
producción literaria ha sido incluida en innumerables revistas y antologías nacionales
y del extranjero, ha representado a Puerto Rico en múltiples congresos literarios
internacionales y dado conferencias y participado en foros, jornadas y encuentros
sobre poesía, artes plásticas y vida comunitaria. También ha sido invitada a exposiciones
para presentar sus grabados y collages, convocada a entrevistas en los medios de
comunicación sobre literatura y sobre el Viejo San Juan —zona histórica en la que
reside— y ha publicado ensayos de crítica de arte en libros, catálogos de exposiciones
y revistas, además de columnas de opinión en la prensa. Su producción literaria
ha sido incluida en importantes libros de texto para enseñanza, tanto universitaria
como de escuela superior.
A lo largo de toda su trayectoria, Vanessa
Droz ha trabajado, además, de mesera, maestra, fotógrafa, directora ejecutiva de
centros de estudios culturales integrados, periodista, columnista literaria y líder
comunitaria, entre otros. Actualmente, se dedica a la edición de textos, diseño
gráfico y producción de publicaciones.
IVONNE GORDON CARRERA ANDRADE (Ecuador, 1958). Realizó su tesis doctoral: La femineidad como máscara. Un estudio innovador sobre la obra poética de Gabriela Mistral. Es poeta, crítica literaria, traductora, ensayista y ejerce como profesora titular de poesía y literatura latinoamericana en la U. de Redlands, EEUU. Entre los galardones el más reciente el prestigioso Premio Poeta en Nueva York, Valparaíso Edtions, USA por Casa de agua; finalista del Premio Internacional de poesía Francisco de Aldana por Diosas prestadas; Premio Internacional de Poesía Hespérides por Ocurrencias del porvenir; finalista Premio Andrés Bello; Premio de poesía, Jorge Carrera Andrade por Manzanilla del insomnio; finalista del Premio Extraordinario Casa de las Américas por Colibríes en el exilio. Ha publicado más de una decena de libros, Nuestrario (México, 1987); Bajo nuestra piel (México, 1989); Colibriíes en el exilio (Ecuador, 1997); Manzanilla del insomnio (Ecuador, 2002); Barro blasfemo (España, 2009); Meditar de sirenas (Suecia, 2013, 3era Ed. Chile, 2019); Danza inoportuna (Ecuador, 2016); Las ocurrencias del porvenir (Argentina, 2018); El tórax de tus ojos (España, 2018); Diosas prestadas (España, 2019); Casa de Agua (Estados Unidos, 2021). Su obra ha sido incluída en más de cuarenta antologías a nivel internacional. Ha sido traducida al inglés, rumano, griego y polaco. Como crítica literaria e investigadora ha publicado en rnumerosas revistas académicas de gran divulgación internacional. Ha sido invitada a festivales de poesía a más de veinte países. Entre otras distinciones, su poesía está grabada en la Biblioteca del Congreso en Estados Unidos, y obtuvo la Beca Fulbright para investigación: The Trouble of Travel: Converse Jews in Ecuador. Conferencista magistral en varias universidades de Estados Unidos. Su obra es de gran interés para destacados académicos, existen estudios académicos sobre su trabajo poético. En 2018 fue conferencista magistral en la Universidad de Louisville, y un panel de la Conferencia Internacional Anual de Literatura y Cultura se dedicó a su obra, en el mismo año la Conferencia Internacional Anual de Ecuatorianistas dedicó un panel a su trayectoria.
§ 1 | VANESSA DROZ
FANTASÍA: EL LUGAR DE EURÍDICE
Del
viento fue la mordedura, pero en la mirada,
del
mar y sí en la carne. Del delirio fue el instinto,
el
enojo, la certidumbre de que los ojos, en tanto suspiros,
son
destinos para siempre. La mordedura fue del tiempo.
Y
es sabido que la de un pájaro sella con garantías
el
sordo rumor de crimen que emite este lugar a todas horas.
Una
paloma en un dintel de San Juan
es
una gárgola sin ambición de eternidad
y
esta ciudad, el laberinto que me ha sido dado,
el
más arduo, el excelente, el más viciado, la catedral buscada,
una
torre de Babel para mis juegos.
Mi
voluntad de permanecer nunca ha triunfado en mejor prueba
pues
este arrojo por mí fue decidido y todo rescate es innecesario.
¿Quién
lo ha pedido? ¿Qué alarde es más risible que el de aquél
que
se vanagloria de su intento de salvarme?
¿Quién
es más pretencioso que aquél que, sin haberme visto nunca,
se
atribuye un recorrido que sólo yo he podido hacer?
Por
mí es que siete cuerdas tiene la cítara
y
si la rueda de Itxión y la piedra de Sísifo se detuvieron
fue
por mí, como por mi mandato fue que las sirenas
no
cantaran. Quien no puede imitar a Alcestis
no
osará entrar en la cuadrícula que he escogido,
perfecta
para los crucigramas de la muerte.
En
sus portentos he sido yo misma cientos, miles de veces;
cientos,
miles de veces, he dejado de serlo,
del
mismo modo que esta ciudad es todos los infiernos
deseados
cientos, miles de veces.
¿Qué
casa pone sus muertos a mirar al mar?
¿Qué
infierno nos pone el mar de abrevadero?
¿Qué
mar me ha dado mi legítimo reclamo de suspiros,
como
del olvido una constelación?
A
los habitantes les pregunto, ¿por qué tanta algazara
por
alguien que terminará despedazado
cuando
soy yo la que está en todas partes?
Los
suspiros, que son un anticipo del desvarío,
son
más poderosos que la envidia de Orfeo.
Esa
mordedura fue lo que vieron mis ojos en sus ojos
cuando
intentó asesinarme de nuevo.
LAS INSULTADAS MUJERES DE CARIA
Cuando tenía 10 años supe que, como mujer, podría soportar el
peso del mundo.
Tomaba la clase de español con la maestra que definiría mi futuro
en las letras: la Sra. Ramos, quien, además, nos enseñaba cultura general. En su
salón, yo me sentaba cerca de una hilera de enormes ventanas que me permitían observar
las nubes en el cielo y divagar. Era en sexto grado y 1962. Un día, la Sra. Ramos
comenzó a hablarnos de los héroes, dioses, mitos y edificaciones de la Grecia antigua,
de Aquiles y Briseida, de Afrodita y Paris, Ulises y Penélope, de Dédalo e Ícaro,
de la Acrópolis, del Partenón, del Erecteion y de unas figuras llamadas cariátides.
Las ventanas dejaron de interesarme y esos nombres e “historias” resonaron como
magia.
Como era costumbre, nos pasaba los libros de la enciclopedia
para que pudiéramos apreciar de qué nos estaba hablando. Cuando a mis manos llegaron
las imágenes, quedé entre conmovida y desconcertada. ¿Cómo era posible que aquellas
mujeres sostuvieran ese techo? ¿Cómo era posible que fueran, ellas mismas,
columnas? ¿Acaso podíamos serlo las mujeres? ¿Qué era eso que tomaba el lugar de
los capiteles y que ornaba sus cabezas, alejándonos de nociones tan básicas plásticamente
como los órdenes dórico y jónico, pero que se acercaba más al orden corintio —aunque
convexamente—, pero con un mayor rebuscamiento y ornamentación que no atinábamos
a identificar pues la foto era relativamente pequeña?
En mi cabeza preadolescente se quedaron fijadas esas mujeres
poderosas porque podían sostener un techo —por lo tanto, el entero mundo—.
Tres años más tarde, Grecia se paró de nuevo ante mí pues encontré
en la biblioteca de mis padres un libro con todas las tragedias de Esquilo, Sófocles
y Eurípides. Las devoré y, cuando terminaba cada una, preparaba un informe que entregaba
a la profesora. Admito que, si por un lado este “exceso” de lectura por mi parte
ocasionaba la molestia de algunas compañeras de clase (algunas) y también envidia
(otras), reconozco ahora (precisamente al escribir estas líneas) que el sentido
de drama y de pasión que siempre me acompañan —y que busco en todas las artes— tuvo
su génesis en esas lecturas; dejaron su marca en mí —su impresión, su sello— como
la madre que el polluelo (en este caso, yo) ve por primera vez al salir del cascarón
y de la cual no se despegará sino hasta mucho tiempo después o quizás nunca.
Paralelamente, al pequeño pueblo donde yo vivía comenzaron a
llegar todos los martes unos comics o paquines con historias por entregas titulados
Joyas de la mitología y que costaban 12 centavos de dólar, una fortuna para
mi dosificado bolsillo. El primero fue de La Ilíada. Me lo “bebí”, al igual
que el subsiguiente (La Odisea). Los dibujos eran detallados, coloridos.
Por primera vez veía en imágenes lo que mi imaginación había caracterizado y vestido
de otra manera. ¡Qué guapos eran los héroes y los dioses, sin importar si eran buenos
o malos! Los martes se convirtieron en días mágicos de espera con un gozo de lectura
y mirada garantizado.
En 1968 comencé mis grados universitarios en la recién creada
(1964) Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, que era de muy
difícil entrada. No obstante, el salto de un pueblo pequeño y provinciano a la capital
del país —y ello a los 15 años— marcó un quiebre que me mantuvo extraviada por casi
un año, indecisa sobre lo que quería realmente estudiar. El curso de historia del
arte que estaba tomando y las actividades literarias a las que asistía habían comenzado
a trazarme otra ruta. Además, tomé, a los 17 años, una decisión inesperada para
el tercer año de estudios: me fui a España un año completo. Desde allí pude viajar
a Francia e Italia. Al mirar los mapas, vi esa Grecia archipélagica, como mi país,
Puerto Rico (que, en realidad, es un archipiélago), como las Antillas (Mayores y
Menores), nuestro archipiélago mayor; esa Grecia casi rodeada de agua por todas
partes… e imaginaba que el Mar Egeo y el Mar Jónico eran los equivalentes de nuestro
Océano Atlántico y nuestro Mar Caribe. En un viaje en barco desde Génova a Barcelona
en 1970, pude alucinarme, desde la proa, con el “negro ponto” de Homero, aunque
estuvieran esas aguas del Mar Mediterráneo más hacia occidente. El mar —siempre—más
como fluido que une que como elemento que separa. Sin embargo, no pude visitar Grecia:
se me quedó en el tintero y regresé a Puerto Rico con un hueco en el corazón que
todavía no he podido llenar.
Al regreso, decidí concentrarme en literatura e historia del
arte, que es, de todos modos, un modo de seguir estudiando arquitectura. Eran los
años setenta y ochenta, y mi vida se había convertido en una vorágine interminable:
terminar los estudios universitarios, las lecturas inacabables de los maestros de
la poesía latinoamericana, la escritura de los primeros poemas, la avidez por conocer
nuestra tradición plástica y nuestros artistas, los encuentros con colegas escritores
y la creación de publicaciones para divulgar lo que trabajábamos, la búsqueda de
poetas vivos que me interesaba tener de modelos (Nimia Vicéns, Juan Antonio Corretjer,
los integrantes de la revista Guajana…), las distintas luchas políticas (estudiantiles
—la autonomía universitaria—, los derechos de las mujeres, la independencia de Puerto
Rico y el rechazo a la anexión a los Estados Unidos, entre otras), el primer trabajo
asalariado…
Fueron los intensos años de ver, entre una extensa lista de películas
“de arte”, Zorba el griego y La última tentación de Cristo, de leer
fragmentada y desorganizadamente la poesía griega (Safo, Elitis, a Kavafis, a Kiki
Dimoula, a la que he vuelto ocasionalmente). Desde entonces, Grecia fue, también
y siempre, Irene Papas. También el sirtaki de Kazantzakis la coreografía ideal para
bailar las calles de mi ciudad tomada de los brazos de mis amigas; y Creta la isla
del luto y la aspereza, una isla en blanco y negro. También la isla de la misteriosa
Diosa de las serpientes.
Con sus pechos al descubierto y brazos extendidos (que sostienen,
dominándolas, serpientes), esta diosa parecería pariente o, al menos —así lo quiero
pensar yo—, deidad con una inclinación redentora por las cariátides. Poderosa, frontal,
resoluta, quiere prestarles a aquéllas los brazos que el tiempo hizo que perdieran,
quizás librarlas de su “castigo”. Según se cuenta, estas mujeres de Caria habían
sido motivo de regocijo para Artemisa, pues, “en su baile redondo y extático cargaban
en sus cabezas canastas de juncos vivos, como si fueran plantas danzantes” (C. Kerénvi).
No obstante, por haberse aliado su ciudad con los persas durante las Guerras Médicas,
las mujeres de Caria “fueron convertidas en esclavas y condenadas a llevar las más
pesadas cargas”. Como tantas veces se repite en la
historia, la ciudad y sus hombres incurren en falta y las mujeres pagan culpa. Pesada
carga se supone que sea ese entablamento del Erecteion. Ignorante de que se trataba
del símbolo de un castigo, a mis 10 años suponía que esas seis mujeres eran casi
hermanas de la Mujer Maravilla, recias, fuertes, omnipotentes, tan bien plantadas
frontalmente y con vestidos tan sinuosos; además, gustosas del trabajo en equipo
y, por lo tanto, cargadoras del peso del mundo. A pesar de conocer más tarde su
mítica historia, prefiero ignorarla y quedarme con esa mi mirada de niña de hace
58 años.
He preferido también remontarme a Grecia a través de las minucias
y cotidianeidades de una vida que comenzó muy provinciana y con productos de la
“subcultura” (como son los comics), con la Sra. Ramos y esas clases de sexto grado
que superaban los límites de un colegio católico retrógrado y fundamentalista, con
libros perdidos en una biblioteca, con películas que me lanzaron al cine de arte
y con lugares comunes (¡Ay, Anthony Quinn y Alan Bates, cuánto los he amado!) que,
aunque ideológicos, conmueven y marcan.
Grecia —no “Dios”— está en todas partes. Encuentro a Grecia y
su arquitectura cuando acudo a actividades en el Archivo General de Puerto Rico,
en el Teatro Tapia, en el Instituto de Cultura Puertorriqueña o en el Centro de
Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. La enuentro cuando voy a exposiciones
en el Museo de Arte de Puerto Rico o en el Antiguo Arsenal de la Marina Española
y en esas iglesias que solo visito para honrar a un fallecido y cuya disposición
honra el patrón de naves que establecieron los templos de la Grecia antigua.
Grecia —no “Dios”— está en todas partes. Se cuela en el friso
que adorna la fachada de mi casa en el Viejo San Juan, en el ribete que culmina
—cerca del techo— los gabinetes de mi cocina, en el fuste de los pilares de la cama
de madera en que duermo, en las pilastras que sostienen los libreros de la biblioteca
y en la cornisa que los corona...
§ 2 | IVONNE GORDON CARRERA ANDRADE
MEDUSA SIN VESTIMENTAS
Todo mito es la bebida tibia de
la herencia.
Medusa aparece en la
copa de cáliz
sus cabellos señalan el sentido
del viento
y son el navío itinerante de las
ballenas.
Su mirada puede convertir a los
hombres
en piedra. El mundo no es visible
así lo prefieren los dioses.
Sus cabellos revelan los cantos
de los arrecifes
es bella y escueta como el silbido
de Melteme.
Medusa dispersa las
ondulaciones
de mil culebras. En su vientre
se cocen las galerías de los ecos.
El río corre. La piedra inmutable
del bosque
se convierte en mil cabezas tatuadas
en la belleza del sonido del amanecer.
SIRENA SIN TIERRA
Aletea el sol entre las
canteras del mar.
En el alcantarillado
del sueño
se desnuda de telarañas en las rocas de la
tierra.
Viaja la hondonada para hacer desvanecer los mitos del engaño.
La historia es un mito
sin cola, el mito es una historia sin origen.
La historia descree los
mitos, y los mitos descreen el tiempo de la historia.
El tiempo de la sirena
sin tierra
es inmarchitable.
La línea que divide su
canto, es la línea
que atraviesa el corazón
en ocasos cilíndricos.
Saborea besos de sal,
degusta la vid del sueño
en mejillas ardientes.
Vive el amor en el cántaro
de los sueños
y canta quimeras en medio
de abecedarios navegantes.
Aletea sin cesar, aletea
el viento
nada al lado de caballos de mar.
Apuesta a las cartas
que saben de mar
y los versos lúcidos
de los sueños marcan el reloj.
Siente la mirada ciega
de luz, siente
el revoloteo de la sangre,
en la cadena de su ser.
Sueña con madrugadas
amanecidas al ras del bosque
y con maravillas perfectas
en el contraluz de la espalda.
Una noche azul
se aleja de la tierra
y a los lejos
escucha el canto de su
propia letanía.
ESTRELLAS SALPICADAS
La aureola de las diosas
irradia un fértil desconcierto.
El esplendor y el destino
se encuentran a los pies
de Hera. Su mano
es la ofrenda de las rojas granadas.
Hera se enamora del mar
al sentir las estrellas
salpicar su cabello.
Hera es la diosa que conoce los caminos del Olimpo.
Cronos la embelleció con salamandras doradas
Hera es la otra madre de Dionisio.
Tanta belleza eclipsó
a las otras diosas.
Recibe coquetamente a
las olas
como augurios divinos.
Con el movimiento fijo
marca en la arena los
intentos
diáfanos de la respiración.
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 169 | abril de 2021
artista convidada: Elsa María Meléndez (Puerto Rico, 1974)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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BOLÍVAR, ERES BELLO COMO UN GRIEGO: Hermoso proyecto el que está llevando a cabo la poeta, letrista y traductora Agathi Dimitrouka; en este número hay dos trabajos de dos grandes poetas: Vanessa Droz e Ivonne Gordon. Felicitaciones a las tres y a las revistas Hartis (Grecia) y Agulha (Brasil).
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