sexta-feira, 14 de maio de 2021

DAVID CORTÉS CABÁN | Juan Calzadilla: el poeta y las palabras

 


Yo no creo que el poeta sea injusto con sus emociones

porque las explote. Más bien

frente a éstas actúa con miedo y pudor,

celoso y confiado en que las palabras harán el resto,

sabiendo que más allá del limitado poder del lenguaje

querer abarcar lo imposible conlleva

derrota y humillación.

Juan Canzadilla

 

No es de extrañar para los que se acerquen a la poesía de Juan Calzadilla (1931), enfrentar un lenguaje que transgrede el sentido de lo nombrado para conducirnos a una expresión que va más allá de lo que implica el acto creativo. No ya en el sentido absoluto de las cosas, sino en el del doble sentido o el sentido que podríamos atribuirle a las cosas que se ven a la luz del humor y la ironía, elementos de una visión de mundo que parece cuestionar nuestro modo de acercarnos a la lectura de este autor. Su libro más reciente, Poesía por mandato, Antología personal (1978-2012) [1] recoge composiciones inéditas y poemas de libros publicados entre 1962 y 2013. Más de cincuenta años de infatigable e ininterrumpida creación de un imaginario que genera siempre una postura novedosa y un modo muy particular de escribir y sentir la poesía.

Dividida en cinco apartados, y con textos que provienen de veintidós libros, esta antología nos ofrece un panorama total de la magnífica obra que ha elaborado Juan Calzadilla a través de los años. Refleja la lucidez y profundidad de un poeta que nos hace reflexionar sobre el sentido de la realidad y de la poesía misma, incluso de los valores que condicionan nuestra actitud ante el mundo. Es decir, lo que sentimos y responde a nuestra relación con el entorno, lo que germina en nuestro interior. La percepción de una realidad que se multiplica en infinitas y sorprendentes posibilidades interpretativas. Y es que la obra de Juan Calzadilla nunca nos deja al margen, sino al centro de una visión de mundo cuyos valores éticos y estéticos implican otra mirada, otra actitud ante el lenguaje y las cosas que sostienen el mundo del poeta. Y su mundo nos conmueve porque en cierta forma nos sentimos íntimamente ligados a lo que proclama sin regodeos su palabra. La dimensión de una escritura que se resiste a aceptar las apariencias de lo que vemos descartando todo hermetismo para proyectar la condición del escritor y su obra. Por eso, muchas de las referencias de esta escritura las hallamos en el ámbito de la cotidianidad y en los contrastes del espacio que las refleja. Esto es lo que demarca los límites entre lo que siente el poeta y lo que sucede en esta visión sujeta al sentido de las palabras. La imagen que nace de la mirada acabará siempre por hacernos reflexionar sobre lo que ocurre en el diario vivir y adquiere su particular expresión en el lenguaje. Creo que para Juan Calzadilla alma noble consagrada a la pintura y la escritura la poesía parece una esfera de múltiples referencias en las que se cuestionan todos los aspectos de la vida comenzando, sin duda, por la suya como paradigma de su propia realidad.

Hay en la obra de Juan Calzadilla toda una dimensión que nos indica un movimiento, una concepción del acto poético que parece esperar del yo lírico mucho más de lo que implica su mirada. Algo que aunque se dice en un tono bastante directo, proyecta una voz que impacta como un boomerang al sujeto que la formula. En otras palabras, una mirada que refleja la identidad del yo como reflexión, pero también como continuidad e incertidumbre:

 

[…]

Mi movilidad es lo que hace que viva.

Es, así pues, mi carta de triunfo.

Pero ¿por qué tengo yo que ir más de prisa

y dar cuenta de los frutos de mi rápida incursión

en esta vida, de las ganancias y las pérdidas

que en el trayecto hice?

 

La movilidad es, en cierto modo, la revelación de esa continuidad que nos transmite la intimidad del yo lírico, y lo que nace como exteriorización de esa experiencia: las ganancias y las pérdidas en el sentido estético y espiritual de la palabra. Todo acontece bajo el ímpetu creativo de la imaginación del poeta: “Deberíamos atrevernos a narrar con lujo / de detalles todo lo que nos pasa por la mente / en una especie de diario donde nada real sucede” (7). Pero ciertamente, no todo lo que pasa por la mente del poeta culmina en un hecho poético asociado a la cotidianidad lo refleje. Por eso hallamos textos en esta escritura marcados por la angustia, también por una ironía y un humor que otorgan al poeta una salida que le permite proyectar su propia insatisfacción de la realidad (entendemos por realidad todo aquello que lo rodea):

 

Yo tenía como ocupación habitual pasar de largo.

Dejaba atrás las ciudades, las multitudes,

las plazas, la campiña y la recta que conduce

al horizonte y su curvatura plana.

Lo cierto es que dejaba bien atrás al tiempo

como si ya no me perteneciera.

Y además, el presente, el porvenir, los buenos

y malos augurios, los muertos en sus parcelas,

las máscaras, los trajes, el exilio,

los huesos frotados por el timbre de las lluvias,

el temor, el éxito y las calamidades,

los claros entre la maleza y la muralla,

quién duda de que eran un recuerdo bien lejano.

Memoria, te nombraré de última,

ah viejo reloj estropeado.

 

Quién mejor que yo sabía que mi programa

era pasar de largo

y que si algo llevaba conmigo

era mi deseo de pasar de largo.

 

El sentir de ese “pasar de largo” apunta hacia un sentimiento que sitúa al sujeto dentro de una visión recelosa de la vida. ¿Qué es lo que retiene ese pasar de largo en la dimensión del tiempo? Una imagen, un recuerdo, un paisaje que hace tangible lo que perece. La visión inconfundible de un yo que depende de las palabras para precisar su presencia en el mundo. Por lo demás, la memoria ha sentido la vastedad del tiempo. Lo nombrado transcurre como algo que pasa de largo como si evitara ser objeto de atención. Pero ese modo de “pasar” responde a una referencia de quien contempla y proyecta la imagen que existe más allá de las apariencias de la realidad. De modo que lo que existe, lo que se desprende de esa visión y se fragmenta en el lenguaje es también lo que constituye su presencia. Una realidad mucho más compleja de la que percibimos. Por eso el poeta no busca asumir una actitud que transforme el sentido de la vida o su cotidianidad:

 

El horizonte solo es accesible

a las lejanías.

Pone siempre entre él y nosotros

las distancias.

De nada vale que te precipites

a darle alcance.

Cuando llegues, ya se habrá

mudado a otro horizonte

que como tú es también voluble y errático.

 


El horizonte infinito es aquí una imagen que sostiene la presencia del hablante en diálogo continuo con lo íntimo y lejano. Representa la fugacidad de aquello que busca iluminar ese horizonte que revela la condición temporal del hablante en el transcurso de su realidad: “El camino se recorre a sí mismo. / No eres tú el que lo recorre. / Tú te recorres a ti mismo” (p. 56) En lo íntimo de ese “recorrer” late indudablemente la reflexión de su condición pasajera, y del horizonte cambiante y movedizo donde se desplaza su presencia. Por eso el poeta no puede permanecer inmutable, indiferente al tiempo y al entorno. Escribe no para sustituir una realidad por otra, sino para expresar la sustancia de su vida en conformidad con el tiempo que le ha tocado vivir.

 

Tú que celebras, ¿has notado alguna diferencia

de ayer a hoy? ¿Por qué tanto alboroto?

Asómate, observa la calle y dime

si en este día de año nuevo todo no continúa igual.

Tu mirada y las cosas que ves permanecen

a la misma distancia de ayer, unidas por una línea recta

a través de la cual tus ojos dan por conocido

todo lo que encuentran en esa dirección.

El cielo sigue siendo de un austero azul neutral.

No hay nada nuevo en la forma en que

el sol lame la pared de enfrente. De eso mismo

se ocupaba ayer. ¿Y acaso ha adelantado en su tarea?

¿Qué te hace pensar

que flota en el ambiente un matiz especial

de cuya condición efímera se desprenda

un estado de ánimo más optimista y diferente

al de ayer? ¿Qué es eso de salir a dar gritos

por la calle? Esta mañana los acontecimientos

sin presentarse duermen a pierna suelta.

El azar mantiene en secreto su próximo paso.

Dependemos mucho más de él que de nosotros.

Voltea y observa en tu cuarto la pared

donde el almanaque cuelga en su sitio, sin moverse,

a la par del tiempo que con su ir y venir

hace que las cosas, inmóviles también,

se resistan a cambiar, cubriéndolas

con su manto polvoriento.

El espacio que habitas es el mismo.

Tú también.

 

¿Qué es lo que notamos en este poema en el que el tiempo toma dominio absoluto de lo que vemos como si lo nombrado negara el sentido de la realidad? ¿Quién está en esa habitación y quién es el que mira a través de esa ventana? ¿Qué sugiere esa mirada que parece aceptar lo permanente como una consecuencia del azar?: “Asómate, observa la calle y dime / si en este día del año nuevo todo no continúa igual”. Lo que el hablante recoge al mirar por la ventana es un paisaje retenido en la mirada: el ruido, la celebración del nuevo año, el cielo azul, la mañana, los mismos acontecimientos. Toda esa realidad exterior es un espacio en el que las cosas proyectan su condición intransferible. El pasado y el presente fundidos en una misma imagen que se desliza en un tiempo indiferentemente y lineal. Esto es precisamente lo que sugiere el poema. Una condición donde la materia parece resistirse al tiempo. Un tiempo ordenado por un azar insoslayable como si lo desconocido alternara con nuestro paso por el mundo y como si lo inanimado fuera parte de ese caminar por el mundo: “El azar mantiene en secreto su próximo paso. / Dependemos mucho más de él que de nosotros”. El azar representa el territorio desconocido del acontecer humano. Un modo de reflexionar sobre el tiempo y las consecuencias de su negación. La vida es representada aquí como incertidumbre y cuestionamiento de una realidad en donde la certeza de lo visto se ha convertido en algo lejano, como si no existiera un antes ni un después y todo permaneciera estático en un mismo lugar:

 

Voltea y observa en tu cuarto la pared

donde el almanaque cuelga en su sitio, sin moverse,

a la par del tiempo que con su ir y venir

hace que las cosas, inmóviles también,

se resistan a cambiar, cubriéndolas

con su manto polvoriento.

El espacio que habitas es el mismo.

Tú también.

 

Este sentimiento revela la realidad del sujeto poético, su vida frente al tiempo. Esto no constituye, por supuesto, la negación de su temporalidad. Hay más de una perspectiva que caracteriza la relación y la atmósfera de estos poemas. En ellos el conocimiento de lo que vemos refleja un sentido impersonal que paradójicamente alude al vivir del poeta y a su escritura. El lenguaje es lo que sostiene su presencia dentro de esa visión de mundo, la imagen que conlleva esta escritura: “Desconfía de lo que brota repentinamente / pero también, y aún más, de lo que necesita / mucho tiempo para madurar”, dicen estos versos (p. 76). Y más adelante: “No escribo sobre aquello que pasa por mi cabeza. / Más bien escribo sobre aquello / por lo que mi cabeza pasa. / Vivo solo encerrado en mi cuerpo. / Yo soy mi universo y mi solo firmamento”. (p. 85) Ese pasar sobre las cosas es precisamente lo que manifiesta el poema como una respuesta a lo permanente. Una idea que también rechaza el concepto de perfección que se expone de un modo irónico. La misma experiencia y conocimiento de la realidad nos sitúa frente a una imagen poética que se adelanta a la razón que la sostiene y admite más de un modo de interpretarla. De un lado está la distancia: la mirada objetiva que retiene lo contemplado; y, del otro, la imagen que proyecta la aceptación o negación de esa experiencia. No es que exista una contradicción entre la imagen y lo observado, lo que importa es lo que arroja esa mirada como referencia de esa realidad:

 

Cuando salgo de casa llevo conmigo a las palabras.

Entonces comienzo a descubrir las cosas,

veo esto y aquello con asombro de neófito en una ventana.

O quizás no veo ni descubro nada nuevo y asombroso

sino que nombro y nombro.

Por eso fue bueno traer conmigo a las palabras.

Fue útil tenerlas a mano, conmigo, en alguna parte

de mi mente

para comprobar

que todo lo que descubro se reduce a ellas.

 

II

 

Muy hermoso debe ser el paisaje

que elogias tomándote el trabajo de señalármelo

con la mano para que lo vea. Pero

yo sólo estoy viendo

aquello en lo cual pienso.

Bastante ocupado me tiene mi propio paisaje.

No un paisaje propiamente

sino un lugar en mi mente.

 

El asunto del poema configura otra perspectiva, demanda mayor atención por la intensidad de la imagen que incorpora. No de la imagen que nace de la voluntad del poeta, sino de la mirada que como un espejismo impregna de otro sentido la percepción:

 

¿Es que volaron antes de que nos diéramos cuenta

de que podían hacerlo sin necesidad de tener alas?

¿O fue que nuestras miradas se las prestaron?

Así el poema.

 

El juego intuitivo entre el vuelo del pájaro y el poema despliega una imagen que representa el proceso poético. El cuestionamiento que orienta el trasfondo del poema refleja su estremecida realidad. Lo que aspira poseer el hablante en el plano estético del lenguaje se funde en la fugacidad de ese “vuelo” cuya naturaleza sintetiza el acto poético. El sentido de la escritura se desdibuja hasta trazar la ilusión de otro paisaje como sugieren los siguientes versos: “Que se oponga pero que deje ver / Como la verja, no como la pared.” (“La realidad”), y también el próximo: “Que refleje pero que deje ver / Como el cristal, no como el espejo.” (“El poema”). Precisamente este reflejar retiene el sentido que presenta la realidad: las cosas que vemos o imaginamos a nuestro alrededor, lo que pasa por nuestros ojos ante la sostenida contemplación de un paisaje que busca plasmar la esencia de lo contemplado, pero contiene solo las apariencias:

 

Sentados en el barranco vemos la cascada

cayendo como sílabas blancas

fija sobre las grandes lajas

tal si una lengua oscura recobrara en el chorro

el uso de la palabra.

Y si enmudecemos nosotros es sólo para percibir mejor

cómo en la columna de agua una voz sin descanso

repite nuestros nombres,

insistentemente. ¿O será que la naturaleza, acaso oscuramente,

sin obtener respuesta, nos habla?

 


Esta visión enriquece el sentido de esa contemplación. Nos comunica lo que el hablante descubre en la “cascada”. Lo que se percibe sugiere una realidad mucho más profunda. Y en efecto, esto es lo que busca comunicarnos la poesía de Juan Calzadilla. Este modo de percibir la realidad lo ha advertido también el poeta Luis Alberto Crespo al señalar de Calzadilla que: “Desde sus orígenes, dicha obra se ha orientado hacia esa determinación: convencernos de que somos unos ilusos en nuestro afán por atribuirle a las formas y a sus sombras, a lo visible y lo impalpable, a la vida misma y su tránsito metafísico, una propiedad personal que no nos merecemos y que, lo que es peor, usurpamos”. [2] Por eso, todo lo que rodea al sujeto poético proyectará una sensación ambigua como si la naturaleza misma reclamara ser abordada desde esa pasajera condición que constituye su esencia y su levedad. Pero la ambigüedad que opera sobre esta concepción poética vuelve sobre sí misma para cuestionar la humanidad del hablante en relación a la escritura y a la función que ésta realiza. Ambas se funden en una visión cuya claridad queda flotando sobre las referencias que cruzan su camino. En cierto modo, esto es lo que parece proyectar esta poesía y sugiere como expresión de vida:

 

La poesía solicita de mí mucho más

espacio del que puedo dispensarle,

y también mucho tiempo de mi vida.

Mucho más del que me queda.

Y yo no hallo qué acordarle.

Ni qué primero y qué después.

No sé si tiene sentido preguntárselo.

O si está bien que sepa

que no tener qué darle

es ya darle.

 

La demanda de ese espacio creativo refleja un examen de conciencia. Una conciencia que no oculta la profunda generosidad de la palabra. Por eso la poesía impondrá sus propias exigencias para presentar la condición humana del hablante ante el mundo:

 

Un día te encontraré en la escritura.

Y ya no será un camino torcido

sino sencillamente el que conduce a ti.

Yo confío en que por ese sendero

llegue a rozar un día la posteridad.

Sé que no será un viaje corto

que garantizará después de todo

que el prodigio que me negó esta vida

será recompensado en la otra.

Puesto que como ya se ha dicho

sólo se es poeta después de morir.

 

La poesía es la más honda expresión del ser en su transitoriedad. En el proceso de la escritura el poeta dejará ver sus circunstancias en afanoso diálogo con las cosas que lo rodean, con la realidad que personaliza su paso por el mundo. En un mundo donde la vanidad parece triunfar sobre los verdaderos valores de la vida, el poeta permanecerá fiel a la palabra. La intensidad de su palabra será un encuentro conmovedor consigo mismo, reflexión y reconocimiento de su aventura poética: “Yo confío en que por ese sendero / llegue a rozar un día la posteridad”. La ironía de este verso responde a la percepción de la imagen que sostiene el acontecer del poeta allí donde el silencio lo habita y lo retiene:

 

No puedo imaginar el tiempo,

ni el tuyo ni el mío.

Mucho menos podría definirlo

para adecuarlo a una situación

que entretanto ya habrá pasado.

Basta de pedirme que dé la cara

a fin de que la gente sepa a qué atenerse

respecto a lo que soy o no soy.

Basta de corporizarme

en cuanta ocasión se presenta

con la consabida frase:

“Soy fulanito de tal”

para que obviamente el otro

pueda formarse su opinión:

“Sí, es un bípedo, vale decir, un animal”.

Solo si trato de definirme

creo poder encerrar el tiempo

en mi idea de la medida del tiempo.

Vana ilusión. Con eso únicamente

estaré construyendo una frase.

Pero si ensayo vivir a tiempo

entonces ¿qué sentido tiene

ocuparme de la definición?

 

El tiempo, “la medida del tiempo” como un acto de reflexión actuará cada vez sobre el hablante como una exploración del yo. Esto caracterizará su presencia y su ironía de la vida. Pero en este caso el poema no está escrito para enfatizar la noción del tiempo, sino para burlarse de cómo definirlo. Tampoco busca despojarlo de su significado, sino más bien contradecir la ironía de esa mirada que cree reconocer lo recóndito del ser: “Solo si trato de definirme / creo poder encerrar el tiempo / en mi idea de la medida del tiempo”. Esta reflexión no intenta personalizar cada acto de la vida (“Vana ilusión”) ni distraerse con la inutilidad de un pensamiento que se reconoce inmerso en el tiempo. De ahí que el presente y el pasado encierren una continuidad: la idea de una palabra que garantice no sólo el deseo de decir lo que el yo siente, sino también un modo para manifestarse tal como es:

 

Tengo que suministrarme un origen. Un origen

que no sea aquel del cual provengo y al que aspiro.

Ni siquiera el que merezco. Un origen que como el futuro

esté adelante, silencioso y desconocido.

Un origen no consagrado por las leyes ni condicionado

por los dioses. Un origen que no mire hacia atrás.

Que no sea la fachada de un templo ni un agujero negro.

Un origen que me garantice que por fin admito

que he llegado a ser lo que soy.

 

En la poesía el poeta encontrará una visión de mundo que será una forma, un método de interrogar su propia existencia: la conducta humana, las acciones de sus semejantes, la historia y la memoria, las relaciones sociales, el sentimiento y las circunstancias que dominan los actos de la vida. Su origen nacerá del centro y continuidad de esa palabra que reflejará la hondura de su voz en el tiempo. Por ello recurrirá una y otra vez a la palabra para formular una poética del mundo que lo habita. Pero en el ámbito de esa intimidad siempre habrá un misterio interior, algo que traspasa los límites de la razón y persiste como un sueño inconcluso. Por eso estos poemas proporcionan una óptica que se adhieren a las situaciones personales de cada ser, y a las formas y valores del lenguaje como una crítica de la condición humana. En cierto modo, esto lo había expresado el poeta: “…la poesía no puede quedarse exclusivamente en el plano de las imágenes, la metáfora, o el deslumbramiento por la palabra, sino que debía realizar un movimiento al interior de ella para hacer una crítica. Crítica doble: una al lenguaje y sus mecanismos y, otra, a la poesía misma.” [3] Y es que la poesía exige una entrega total y debe ofrecer mucho más de lo que aparentemente revela sobre su superficie. No basta, para el lector, con detenerse aquí o allá buscando escudriñar sus valores formales o lo que media entre lo que pensamos y incorpora la visión del poeta. Siempre hay un sentido más profundo que nos sitúa frente a otra realidad. La que mediante la ironía o el humor se convertiste en una especie de crítica y cuestionamiento de los temas y motivos que la sostienen:

 

¡Ah, si me hubiese hecho alguna ilusión

hoy me sentiría defraudado!

Pero a la ilusión, como a un tercero,

la traté cortésmente,

sin tomarle confianza

ni rendirle pleitesía.

Jamás de tú a tú,

sino como a la bella desconocida

que, habiéndonos sido presentada un día,

nunca más vimos.

 

¿A qué se parece la ilusión que el poema presenta? ¿Qué es lo que queda en el poema como una forma inaprensible? La vida pasa igual que la realidad que gira hacia la muerte. A solas con esa ilusión el poeta comprende que la historia de todo ser se deshace en el tiempo. No puede idealizar lo que ocurre en el ámbito de su cotidianidad, ni aferrarse a la vanagloria de ese mundo que contiene las máscaras de un futuro irrisorio y desconocido. Por eso el hablante poético ha asumido una actitud recelosa distanciándose de aquello que provocaría su ruina y relación con la poesía. Ha desarrollado una conciencia poética que no permite confundir lo que verdaderamente vale de la vida con la nefasta visión de la realidad. Ya desde el comienzo del poema ha expresado: (“¡Ah, si me hubiese hecho alguna ilusión / hoy me sentiría defraudado!”). Comprende que hubiera sido un error sugestionarse con lo que acabaría colocándolo frente al engaño. De ahí su reacción con el lenguaje y su cuidadosa percepción del mundo. De ahí también su actitud ante las cosas que estimulan su mirada. Si las cosas contienen un sentido de desconfianza es porque la poesía misma repudia las vanas conquistas que el lenguaje pudiera proponerle, pues el hablante reconoce que tampoco está exonerado de la ironía que marca las experiencias de su vida:

 

Solían decirme

Con esa fachada no vas a ninguna parte

Vístete bien, arréglate

el nudo de la corbata

camina derecho,

domínate

¡ten compostura!

Y nada de sentarte a la mesa y sacar

un palillo de dientes antes de sentare a comer

cuando escuches permanece de pie

y cuando hables también

Con los zapatos sucios y como un mandril

con esa fachada no vas a ninguna parte

Ni siquiera a un burdel.

 


En este poema los convencionalismos sociales actúan sobre un lenguaje que sustituye el significado real de las relaciones humanas. El sentido de convivencia queda reducido a mezquinas apariencias. En ese contexto el sujeto lírico será llevado y traído por una imagen errónea de la vida que lo podría convertir en una víctima de la falsa moral. Desde el primer verso, el texto irá incorporando toda una serie de mandatos que particularizan las acciones humanas: “vístete”, “arréglate”, “camina derecho”, “domínate”, “¡ten compostura!”. Estas acciones manifiestan no solo la realidad de un mundo de falsas apariencias, sino también la superficialidad que refleja la vida allí como una fachada que pretende cubrir los prejuicios y la frivolidad de las clases sociales.

Otro será el sentido que hallamos en poemas que rasgan la piel de la palabra hasta hallar una presencia iluminadora. La mirada de Juan Calzadilla busca lo auténtico de la vida en el vasto universo de la poesía: “Piensa en una poesía que, aun estando escrita, / no necesitara de palabras”, dice en este verso, y, en otro: “La tragedia del poeta consiste en que estuvo / siempre demasiado consciente de sí”. Esta paradoja es parte del juego irónico con que el poeta intuye su mundo: ironía y humor de una experiencia creativa que desemboca en una poesía siempre distinta, transformadora del sentido de la realidad. Lo que pasa sobre el corazón como el vuelo de un ave nocturna, y al alejarse olvida que “todo arte verdadero lo es porque habita en los límites extremos de lo real y lo irreal”, como justamente ha señalado el poeta Gustavo Pereira. [4]

 

Mi obra (si pudiera considerarse poesía)

puede entenderse en última instancia

como un ejercicio de emborronamiento reactivo.

Y no porque me empeñe en borrarla

una vez que la escribo, buscando proporcionarle

con esto patente de invisibilidad, sino porque al

reescribir lo ya escrito

me he dado cuenta de que lo que

he hecho con ella

es engendrar un nuevo borrón.

 

He aquí el esfuerzo de esa experiencia creadora cuya burla se vierte sobre sí misma no para mofarse de lo que ennoblece, sino de la imagen que acusa su ironía de la realidad. Poesía de angustia existencial que busca fijar los diversos planos de esa realidad volátil. Por un lado, la que el texto particulariza y refiere y, por otro, la que reviste de humor el lenguaje:

 

Nunca tuvo bastante amor propio para pensar que su

suerte pudiera llegar a ser la escritura. Por el contrario,

fue la duda lo que alimentó en todo momento las

expectativas que, respecto a su posibilidad de triunfo, se

hacía. Y así fue siempre. A tal punto que se aplicó a su

tarea con demasiado realismo, sin ninguna esperanza,

y alcanzó a ser lo que esperaba de sí: un desconocido.

 

La poesía no oculta lo que el poeta conoce por experiencia: la imagen agobiante del mundo impregnada de un humor punzante que se burla de todo. Humor que nos coloca ante la percepción de una realidad llena de paradojas y conflictos. Por eso: “Es difícil apreciar las cosas sin que nos reflejemos en lo que pensamos de ellas. / ¡Cómo que ellas también nos sirven de espejo! Igual que la capa de aire interpuesta cuando miramos por el vidrio de una ventana!”. [5] Pero al poeta no le es dado aceptar su destino tal como es y reclama otro sentido del mundo, allí donde posa su mirada, “allí donde el tiempo no ha podido vencer”. [6]

 

NOTAS

1. Juan Calzadilla. Poesía por mandato, Antología personal, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A., 2014. En esta antología hallamos también tres poemas, cuyas estructuras fueron modificadas y poemas que permanecían inéditos hasta el momento de esta publicación.

2. Vela de armas, para navegar en el viento. Juan-calzadilla.blogspot.com/search/label/Luis%20Alberto%20Crespo

3. Véase, David Lara Ramos, “Juan Calzadilla: La poesía habita en el individuo antes de que empiece a escribirla”. [Entrevista: David Lara Ramos]. http://escribedavid.blogspot.com/2007/10/juan-calzdilla-la-poesia-habita-en-el.htm1#!

4. Véase, La poesía es un caballo luminoso, Caracas, Fundación Editorial El perro y la rana, 1913.

5. Juan Calzadilla, Editor de crepúsculos, Caracas, Fundación Editorial El perro y la rana, 2014.

6. Ramón Palomares, Antología poética, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A., 2004.

 



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Número 170 | maio de 2021

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