Otro punto en
cuestión es que André Breton y Mário de Andrade –este último el gran pensador
de nuestro Modernismo– tenían pensamientos opuestos sobre la analogía, por
ejemplo. Lo que en uno era el ejercicio pleno de la libertad, en el otro era un
mero reemplazo de lo visto por la imagen
evocada, constituyendo así la analogía, según Mário, en uno de los mayores peligros de la poesía
modernista. Él, Mário, habló de la belleza sólo entendiendo la distinción
existente entre la belleza artística
y la belleza de la naturaleza, sin
darse cuenta del estado convulsivo que le había indicado Breton. En general,
hubo cierta timidez en nuestra ruptura, en nuestra transgresión.
Uno de nuestros
poetas más cercanos al surrealismo, no solo en el sentido estético, sino
también en contacto con algunos surrealistas europeos, Murilo Mendes, en 1940,
recuerda una curiosidad por los escritores brasileños en los inicios del
Modernismo, al decir que los
intelectuales eran, en su mayor parte, agnósticos, comunistas o simpatizantes.
Incluso muchos con tendencias espirituales lo disfrazaron, por respeto humano.
La religión nos pareció algo obsoleto, definitivamente anticuado. El
catolicismo era sinónimo de oscurantismo, y solo servía como base para la
reacción. No era posible, especialmente para una persona de buen gusto, ser
católico. Todos éramos delirantemente modernos, queríamos borrar los viejos
procesos de pensamiento y también instalar una especie de nueva ética
anarquista (como comunistas solo teníamos una aversión al espíritu burgués y
una vaga idea de que se estaba creando una nueva sociedad, la proletaria). En
esta indecisión de los valores, está claro que damos la bienvenida al surrealismo
como el evangelio de la nueva era, el puente de la liberación.
Lo que hace que esta declaración sea curiosa es que no hubo una adhesión
abierta al surrealismo por parte de ningún poeta o artista brasileño de esa
época. Por más afinidades, desde la presencia de Jorge de Lima, quizás la mayor
expresión poética brasileña de todos los tiempos, pasando por nombres como Raúl
Bopp, Aníbal Machado, Rosário Fusco, Campos de Carvalho, Cícero Dias, Maria
Martins, Flávio de Carvalho, Ismael Nery, ninguno de ellos se ha considerado
nunca surrealista. El propio João Cabral de Melo Neto, cuyos primeros escritos,
la ponencia Consideraciones sobre el
poeta dormido (1941) y el libro Piedra
del sueño (1942), trazaban un ineludible diálogo con el surrealismo en su
aspecto onírico, acabó por descartar esos vínculos de su bibliografía. Nunca
fue una cuestión estética, sino un rechazo a la tormenta existencial que impuso
el surrealismo y que nuestros escritores no consideraron decisiva en su
creación. O simplemente el miedo a comprometerse con algo más vertiginoso.
Murilo Mendes era amigo de muchos surrealistas, especialmente artistas
plásticos, y, al escribir sobre algunos de ellos, nunca dejaba de afirmar sus
ideas sobre el surrealismo. Además del espíritu duro de Breton, para el
brasileño menos tolerante y ecléctico que el suyo, otros dos aspectos del
movimiento francés inquietaron al autor de Mundo
enigma. El primero de ellos se encuentra en el recuerdo que tiene de su
encuentro con Max Ernst: orientada la
conversación hacia el surrealismo y su misión de vanguardia entre los años 20 y
30, el pintor resume las dificultades que tuvo con el grupo, hasta la ruptura
definitiva, en 1938, cuando alguien acreditado lo buscó para informarle de que,
por razones políticas, todo surrealista debería comprometerse a sabotear por
todos los medios la poesía de Paul Éluard. El segundo aspecto se encuentra
en un texto sobre René Magritte:
El surrealismo, teóricamente
contrario a la cultura, se convirtió más tarde en un hecho cultural; y muchos
surrealistas, superando la técnica del automatismo, se propusieron trabajar con
un método de planificación. Por ello, cuando hace unos veinte años Breton
realizó una revisión analítica del movimiento en Nueva York, incluyó a
regañadientes a Magritte entre los pintores surrealistas, insinuando que su
proceso de composición no era automático, sino plenamente deliberado.
Este tipo de reserva encontramos en muchos casos en
varios países. Curiosamente ahí están inmensos surrealistas como la escultora
portuguesa Isabel Meyrelles y la poeta argentina Olga Orozco. Ahí también se
encuentra el tema de las expulsiones de artistas de los grupos surrealistas,
especialmente en aquellas décadas en las que el movimiento fue liderado por
Breton. El tema hasta hoy está tomado por contradicciones y reacciones
adversas, en especial cuando los acólitos de Breton –mejor diría sus viudas–
repiten los errores, negándose a aceptar nuevos desarrollos estéticos que no se
subordinan a los austeros dictados de los manifiestos del surrealismo o mejor,
de su comprensión. Ciertamente se trata de una debilidad espiritual, incluso de
una insuficiencia estética, de quienes no proyectaron el surrealismo en un
fluir expansivo, esa dosis siempre renovada de más realidad de la que el
movimiento siempre pretendió correctamente.
El primero de los grandes poetas brasileños en el que encontramos
afinidades con el surrealismo es Jorge de Lima. Él mismo defendió la creación
como algo espontáneo e inconsciente. Sobre su libro de 1952, Invenção de Orfeu, que el poeta dijo que
fue hecho como una creación onírica,
escrito de manera predominantemente inconsciente, debido a su entrega a la
creación, incluso declaró: El poema es un
momento de eternidad perdida que el poeta busca conquistar. Y todo este despojo
del espacio, el tiempo y el cuerpo hacia la concepción del espíritu puro capaz
de sentir la tragedia de la Caída y comprender la tragedia del mundo.
Murilo Mendes, quien a pedido del autor eligió el título de este libro, se
refiere a él como la máxima expresión del barroco en Brasil, aún atento a su
dominio anárquico, ya sea en el humor a veces negro, en la fusión de los
tiempos, en la subversión de valores y el uso de numerosos trucos de lenguaje,
entre ellos lo que Murilo llama episodios
surrealistas, lo que hace con que este libro ha dejado desconcertada a la
crítica.
La idea de una
escritura suntuosa, de una exuberancia esencial, que no sea una escritura de
exceso retórico, siempre me ha cautivado. Hay casos en los que esta exuberancia
tiene un carácter tan concentrado que puede parecer una paradoja. Este es el
caso del poeta Raúl Bopp, cuya síntesis de imagen y metáfora explora el poder
del verbo y le da una gama de registros. Es el poeta que explora los símbolos
salvajes, descifra los misterios del viaje por el interior del mito. Otros dos
brasileños que siempre me han fascinado son Jorge de Lima y Gerardo Mello
Mourão, dos visiones diferentes desde esta perspectiva de entender la relación
entre barroco y surrealismo. Cobra Norato,
de Raul Bopp; Invenção de Orfeu, de
Jorge de Lima; e Invenção do Mar, de
Gerardo Mello Mourão, son tres expresiones de un paisaje exuberante de nuestra
tradición poética, tres aspectos de esta alquimia épica que abarca el
surrealismo y el barroco.
Como nos dice uno
de ellos, Gerardo Mello Mourão, el poema
épico de nuestros días puede y debe estar hecho también de collages. Cada obra
de arte está hecha de collages. Las formas se repiten y las nuevas formas que
hacemos son un espejo, un contrapunto a formas anteriores. Creamos una nueva
forma de operar la resurrección de formas fallecidas. Este es el poeta: el
taumaturgo de las resurrecciones. Este es el ámbito de la imagen en el que,
en el ámbito hispanoamericano, otros dos poetas realmente me atrajeron: el
cubano José Lezama Lima y el chileno Ludwig Zeller. El primero con esta
opulenta declaración de principios que es la suma de todas las cosas, una
voracidad de rasgos tan singulares que, como un collage concentrado, conforma
una de las poéticas más ricas del siglo XX. Lezama es inmenso en este telar de
resurrecciones, es también el taumaturgo
de las resurrecciones. Él mismo dice que la palabra trae la poesía a la
resurrección. Y esa naturaleza humana es la suma de lo visible y lo invisible: es bueno ver y no ver: este es precisamente
el estado de la naturaleza.
Otra tensión
valiosa y reveladora, según el poeta: lo
que se oculta es lo que nos completa y es la plenitud en la longitud de la
onda. El saber que no
nos pertenece y el desconocimiento que nos pertenece forman para mí la
verdadera sabiduría. Cuando Lezama nos dice que si la naturaleza se pierde
entonces todo puede ser naturaleza, recordamos la comprensión de Gerardo Mello
Mourão cuando dijo que como los dioses
están muertos, el mundo ya no encaja en las expresiones mágicas del
conocimiento órfico. Este es el mundo en el que se aventuró otro poeta,
Jorge de Lima, al escribir su Invenção de
Orfeu. El poeta recuerda: Durante dos
años estuve escribiendo el poema sin saber a dónde iba a llegar, cuántos versos
contendría, ni qué pretendía. El resultado espléndido es el de una epopeya
despojada de tiempo y espacio. Una epopeya del inconsciente, mientras que,
en palabras del propio poeta, un momento
de eternidad perdida que el poeta busca conquistar.
Esta epopeya del
inconsciente es otro aspecto que recuerda Raúl Bopp durante la creación de su
libro Cobra Norato –uno de los más
importantes de nuestra lírica– destacando la forma en que se estaba organizando
el poema, cuando dice que poco a poco se
fue formando una oscura impresión de las cosas, para la composición de un
paisaje surrealista. Cobra Norato
es el relato de una inmersión en los círculos
de un infierno forestal. Murilo Mendes también diría que el escenario del fabuloso poema Cobra
Norato es la naturaleza domesticada por
la palabra que admite dar la vuelta al mundo. La técnica boppeana introduce la
libertad surrealista en la antigua selva amazónica.
Una vez más nos
encontramos con los fundamentos del collage a los que se refiere Gerardo Mello
Mourão. Y la intensidad de estos inmensos paneles de suntuosa belleza, en su
síntesis, en la forma en que se cortan la imagen y la metáfora, se encuentran
en otros tres poetas: Ludwig Zeller y los argentinos Olga Orozco y Enrique
Molina, nuevamente un mapa abismal de collages que recogen superposiciones y
suspensiones, donde sus componentes se mezclan como en un caldero enriquecido
por visiones de lo posible y lo imposible. Palabra y silencio, como dos
organismos que se entrelazan, en busca de una nueva y perenne resurrección.
Cuando un poeta crea su poema y dice que esta es su compañía, sabe muy bien que
esta compañía es la suma de todos los mundos, por lo tanto, un collage de
innumerables perspectivas del ser.
Otros dos nombres
que me gustaría recordar aquí son Flávio de Carvalho y Cícero Dias. Flávio
estaba poseído por una voracidad creativa que lo llevó a diversas actividades,
entre ellas la pintura y el teatro. De sus viajes al exterior recogió una breve
serie de entrevistas con algunos surrealistas, entre ellos André Breton, en
cuya presentación el brasileño nos cuenta lo siguiente: Los surrealistas están vinculados a dos fantasmas del pasado, el
literato Rimbaud y el Conde. de Lautréamont, este último uruguayo, antepasados comunes del
grupo, espantapájaros
derrotistas que mueven las locuras actuales del grupo. El surrealismo es uno de
los movimientos más interesantes y sugerentes que ha habido en la historia del
arte. Flávio también comparte con Raúl Bopp el entendimiento de que la
Antropofagia, un movimiento que surgió en Brasil en la época del Modernismo,
encabezado por Oswald de Andrade, carecía de densidad. Según Flávio, Oswald nunca exploró las importantes raíces
del hambre y sus consecuencias para la formación y desarrollo del alma. El
otro nombre, el del artista Cícero Dias, uno de los grandes nombres de la
pintura en Brasil, dejó una autobiografía llena de historias fascinantes. Una
de ellas recuerda el encuentro de varios amigos en el bar del Hotel Glória, en
Río de Janeiro, en la década de 1920, entre ellos Murilo Mendes. Según Cícero, en el libro de oro Murilo Mendes firmó Conde
de Lautréamont y como tal fue llamado y recibió los cumplidos. Su pintura,
que, según él, no cultivaba el crepúsculo
sino la luminosidad, fue expuesta en París en la Galería Jeanne Castel,
rápidamente aceptada por su espíritu que, en palabras de la señora Castel, le recordaba a los surrealistas. Y el
crítico Benjamin Crémieux diría de ella que su
surrealismo era lírico, no se encuentra en otros artistas. Sin embargo,
Cícero Dias siempre fue consciente de los aspectos negativos del surrealismo.
En un momento recuerda: Asistí a André
Breton por un corto tiempo, a través de Benjamin Péret, a quien conocía desde
su estadía en Brasil. Al contrario de lo que pensaba Éluard, no aprecié muchas
de las actitudes de Breton. Encontré en Breton una especie de guía del
movimiento surrealista. Dando órdenes. Éluard dijo de la pintura de Cícero
que era un híbrido de cubismo y
surrealismo. El brasileño observó con pesar que el surrealismo fue un movimiento disperso en la mayor violencia. Pura
desunión tanto en sus ideas plásticas como políticas.
Así podemos pasar
la hora recordando historias que llevan siempre a cierta cautela de parte de
los brasileños en relación al Surrealismo. El crítico Daniel Faria, al leer un
poema de Manuel Bandeira, observa que allí se
trata el accidente como un hecho productor y no como una mera fisura en el
tiempo, lo que me hace pensar en otro brasileño que dedicó su creación a
esta alegoría de lo inesperado, Aníbal Machado. En su arraigado –aunque
lamentablemente poco recordado hoy– ABC
de las catástrofes, de 1951, encontramos esta astuta reflexión: Lo que ocurre dentro de la aparente unidad
de un cuerpo sólido es impredecible. Las moléculas a veces dejan de apoyarse
mutuamente. Desde lejos parecen pacíficas, de cerca hay escándalos y fracturas.
Es la revuelta contra el tedio de la inmovilidad. No solo hay simpatías y
afinidades mutuas entre ellas; también hay alergias intramoleculares, reveladas
en análisis de laboratorio y en algunos momentos muy especiales de nuestra
percepción.
Lo que acabó
pasando con la presencia del surrealismo en Brasil tiene mucho que ver con
cierta sumisión al tedio de la
inmovilidad que menciona Aníbal Machado. Incluso cuando apareció la primera
formación grupal entre nosotros en la década de 1960, hubo una tendencia a
repetir los argumentos originales del surrealismo, sin considerar sus
desarrollos o convulsiones a lo largo de cuatro décadas. Debido al barajado de
información inconexa hasta el día de hoy, se piensa, por ejemplo, que los
poetas Claudio Willer y Roberto Piva formaron parte del grupo que, en 1967,
realizaría una exposición surrealista en Brasil, con la publicación paralela de
la revista A Phala. Los dos poetas
mencionados no aceptaron la invitación, porque ya había un programa decidido al
que no les interesaba someterse. El grupo estaba entonces encabezado por Sérgio
Lima, junto a Paulo Antonio Paranaguá, Leila Ferraz y Raul Fiker. Un cuarteto
que una vez concluidas esas primeras actividades se rompió como las moléculas
observadas por Aníbal Machado que dejaron de apoyarse entre sí. Si no hubo
verdaderos escándalos, las fracturas siguieron siendo un rasgo característico de
los otros pocos momentos en los que Sérgio Lima quiso dar al tedio de la inmovilidad la falsa
característica de una revuelta.
En una reciente
entrevista publicada en Agulha Revista de
Cultura, Claudio Willer comenta que Sergio
Lima siempre habla o escribe sobre un movimiento surrealista en Brasil, pero
los integrantes nunca son las mismas personas. Yo mismo participé en una de
estas formaciones grupales, de la que terminé alejándome porque entendí que
allí se estaba escribiendo un surrealismo condicional. Paralelamente a estos
momentos, nombres como Eliane Robert de Moraes, Maria Lúcia Dal Farra, Contador
Borges y Maura Baiocchi desarrollaron una obra relevante. Dal Farra, una poeta
excepcional, me dijo en una entrevista: Aprendí
con el surrealismo a ver todo por primera vez, de manera inaugural, aunque el
objeto en cuestión ha sido capturado por mi verbo cien veces antes. Él me
enseñó (¡el surrealismo no estaría de acuerdo con el verbo “enseñar”!) casi
todo lo que sé. […] El ideal estético del surrealismo es, creo firmemente, un
humanismo: nos urge a retomar, a nuestra existencia, nuestras fuerzas vitales,
haciendo habitable el universo, muy diferente al nuestro hoy.
Esta
concepción del surrealismo como humanismo
poético, que tan acertadamente mencionó el poeta argentino Enrique Molina,
faltaba entre nosotros. El patrón formalista de nuestra creación artística –no
solo literaria– tiene que ver directamente con un endurecimiento del espíritu,
y no exactamente con la técnica reiterada hasta el desgaste de su médula. En
otras palabras, no está en la forma en que debilitamos la creación, sino en la
forma en que enfrentamos a nuestros fantasmas. Más vale hablar de la falta de
atrevimiento que de la buena construcción del lenguaje artístico. De modo que
lo que se imagina como un deliberado desconocimiento del surrealismo en Brasil
fue una reacción a la falta de iniciativa y decisión de carácter de nuestros
surrealistas. Incluso en un plano más
amplio, siguió aplicándose la metáfora de Aníbal Machado, la certeza de que lo que ocurre dentro de la aparente unidad de un cuerpo
sólido es impredecible. Hasta hoy Brasil carece de
lo que Magritte llamó la voluntad
de actuar contra ese mundo y la búsqueda de los medios para cambiarlo.
Esto hizo del surrealismo entre nosotros una paradoja, un maquillaje del
individual y no una esencia del colectivo. Por eso reafirmo, como decía al
principio, que nuestros grandes surrealistas –y
aquí incluso he mencionado algunos– nunca fueron surrealistas.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 199 | dezembro de 2021
Artista convidada: Ithell Colquhoun (Índia, 1906-1988)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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Celebro las palabras de Estela Guedes y me uno a ellas. Aplausos, miles de aplausos Floriano Martins, y que Agulha Revista de Cultura siga viviendo al menos otros veinte años.
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