Los Estudios literarios (1885) de
Francisco Bauzá podrían iniciar la historiografía de la “literatura nacional”.
Sin embargo, al decir del propio autor, “Nuestra literatura no es todavía lo
que puede llamarse una literatura nacional”; es cierto que la afirmación
aparece en el capítulo dedicado a Francisco Acuña de Figueroa –a quien Bauzá
llama “el fundador de nuestra literatura”– y que el texto no se presenta
como una “historia” sino que de hecho es una serie de capítulos de “estudios
literarios”. No será hasta la publicación de los siete volúmenes de la Historia
crítica de la literatura uruguaya (1912-1916) que se inicie realmente lo que
podría constituir el discurso historiográfico literario en Uruguay. [1]
Muchos otros, luego
de Carlos Roxlo, se sumarán a la lista: Zum Felde, Gustavo Gallinal, Reyles,
Capítulo Oriental, Benedetti, Ángel Rama, Real de Azúa, Rodríguez Monegal,
Heber Raviolo y Pablo Rocca, y otros más recientes, [2] han intentado y reiterado el desafío o la aventura de lidiar con
historia, letras, escritura, literatura, cultura, nación, procesos, índices,
balances, diccionarios, miradas e interpretaciones. Ha habido también algún
trabajo que dio cuenta de períodos o momentos de la historia de las letras o la
cultura con cortes o miradas de género o estéticas u otros clivajes
sociológicos o culturales que suman al intento de leer o dar cuenta de la
producción simbólica escritural de Uruguay.
Tal parece que, al
decir de Stathis Gourgouris, cada tanto una comunidad intenta actualizar el
sueño de la nación sin nunca agotar ese núcleo duro, o mejor, esa trama que
tiene por definición la imposibilidad de ser narrada o explicitada de una vez y
para siempre. La nación se cuenta y se recuenta de modo incesante hasta que
quevedianamente los años devoran los muros de la patria mía / si un tiempo
fuertes…
Si algo parece
claro o indudable a esta altura es la imposibilidad de un relato único o
definitivo de una vez y para siempre; todos los intentos son y serán,
irremediablemente, parciales y abiertos a enmiendas, ampliaciones y revisiones.
En este 2011,
pensar la posibilidad de escribir o de armar un relato sobre la escritura, la
literatura o la cultura nacional se me aparece como un ejercicio que tienta el
desafío de una suerte de canonización “bicentenaria” o como una excusa para
pensar el futuro a partir de las tensiones del presente. Huyo despavorido ante
cualquier posibilidad de ejercitar la construcción de parnasos, incluso de
aquellas máquinas que recuperan lo olvidado, lo despreciado, lo invisibilizado
o lo que debería ser políticamente correcto haber tenido en cuenta.
Más aun, creo que
es una tarea fútil, aunque no por ello deba dejar de ser emprendida, el
construir genealogías, relatos, filiaciones respecto de lo que los sucesivos
habitantes de nuestro país han vivido desde antes incluso de que la escritura o
la simbolización –pienso, entre otros, junto con Mignolo que hay otras formas
de simbolización además de la escritura– se inscribieran en el papel o la
piedra. Fútil pues implica o conlleva discusiones acerca del “corpus” a tener
en cuenta. Ni que hablar de las lenguas o los idiomas a tener en cuenta. ¿Solo
debemos considerar el español? ¿Por qué no el portugués, el inglés, el francés,
el portuñol, el cocoliche, el lunfardo y otras formas o modalidades
lingüísticas? ¿El cerca de un siglo de escritura en portugués de Colonia del
Sacramento no debe integrar la historia de nuestra escritura? ¿Debemos
centrarnos en la escritura y dejar afuera la oralidad; la consignada y
preservada tanto como la que no encontró nunca su fijación en el papel? ¿Los
manuscritos que duermen inconsultos en el Archivo General de la Nación, en la
Biblioteca Nacional o en el Archivo de Indias no forman parte de nuestra
escritura? ¿Cuándo comenzar, en qué siglo? ¿La obra de Cristina Rodríguez
Cabral o la de su abuelo Elemo Cabral forma parte de nuestra historia aun
cuando no aparezca mencionada prácticamente en ninguna de las historias
“oficiales” o “legitimadas” pero sí sea estudiada fuera de la academia
uruguaya? ¿Laforgue debe quedar afuera, Hudson, los viajeros, los cronistas, la
diáspora que escribe en sueco, en inglés, en tantos idiomas de los que no
tenemos noticia? ¿Qué es lo nacional que deberíamos tener en cuenta o considerar?
¿Debe historiarse solo aquello que se considera “buena escritura” o “literatura
de calidad”? [3]
Demasiadas
preguntas y escasa o ninguna respuesta. A no ser que en las propias preguntas
se pueda vislumbrar líneas de trabajo o de investigación.
Algo hay que proponer, pero ¿qué?
Sostener que no es posible un único
relato consensuado es algo en lo que creo con absoluta convicción. [4] Al menos hasta que nuestra sociedad
no haya alcanzado un consenso acerca de sí misma, un único espejo donde
mirarse. Quizás por la simple y feliz razón de que no sería bueno que hubiera
un único espejo. Quizás porque un único espejo nos reduce y nos habla más de
quien o quienes construyen el espejo que de lo que se aspira representar. [5]
Porque de eso se
trata, de representar y de representarnos. Todo relato, toda historia, toda
construcción argumentativa o interpretativa nos habla de representaciones; es
decir, de construcciones surgidas de intereses, aspiraciones y voluntades que
tienen nombre y apellido, presupuestos ideológicos y estéticos, programas,
manifiestos y estructuras de sentimiento (en el sentido de Raymond Williams) y
no de impolutas ecuaciones científicas intersubjetivamente acordadas o
universalmente válidas.
¿Cómo representar
entonces el campo cultural o escritural o la simbolización artística de la
sociedad uruguaya sin tener en cuenta tensiones y estrategias en la lucha por
el poder? ¿Cómo hacerlo sin tener en cuenta los grupos de poder y todo eso otro
que acompaña la representación escritural, cultural, simbólica y se expresa en
el aparato crítico, en la distribución o circulación de las obras y en el
otorgamiento de premios o en el “boca a boca” de los distintos grupos
hegemónicos o subordinados, legitimados o silenciados?
No es posible ni
tendría mucho sentido someterlo a votación o a una suerte de “constituyente o
asamblea de la cultura” donde la ciudadanía estableciera valores o
premiaciones. Los “aparatos de canonización literaria” [6] por otra parte tienen actores nacionales e internacionales,
académicos, pero también comerciales, y al igual que el amplio campo cultural
albergan luchas y tensiones por establecer hegemonías. Ni que decir que varían
históricamente o que coexisten diversos cánones en un mismo momento. De hecho,
se puede sostener –como propone Melva Persico [7] – la existencia de “una pluralidad de cánones basada en el
concepto de esferas públicas plurales/contra públicos” desarrollado por Nancy
Fraser y Michael Warner.
La posibilidad de
plantearse una coexistencia de múltiples cánones o incluso la incorporación en
el proyecto de una historia de la literatura, de la escritura o de la
producción simbólica, pasa por discutir o lograr un acuerdo –si es que ese
objetivo pudiera ser posible– sobre qué significa o qué constituye lo “nacional
uruguayo” o simplemente “lo uruguayo”.
Esto nos devuelve a
Gourgouris; es decir, establecer qué constituye la nación o lo nacional es una
actividad de actualización del sueño o del imaginario que cada sociedad en un
determinado momento histórico realiza. La revisión de la bibliografía –tanto la
“estricta y puramente” literaria, como la sociológica, la política, la cultural
y el ensayismo periodístico– evidencia que “lo uruguayo” es una categoría que
ha variado y continúa variando. De hecho, en la propia definición de cualquier
nacionalismo se parte siempre de la “excepcionalidad” de la comunidad en
cuestión. La excepcionalidad o la diferencia se define o se describe –en un
sentido saussureano– por lo que no es; ser uruguayo significa “no ser”
argentino, europeo, brasileño, haitiano, iraní, chino, malayo, cubano,
neozelandés, etcétera. Del mismo modo, ser argentino o malayo implica no ser
todo un campo de exclusiones o negaciones.
Somos excepcionales
pues no somos iguales a ninguno de los otros. La diferencia nos constituye y
las diferencias varían históricamente. ¿Cómo describirnos no argentinos o no
brasileños o no caribeños o no europeos si lo que acentuamos o destacamos
implica identidades suprauruguayas? En ese sentido, por ejemplo, Emir Rodríguez
Monegal planteaba, respecto de la vanguardia histórica, que se debía hablar de
una vanguardia literaria rioplatense y no de una vanguardia uruguaya o
argentina.
De hecho, la
pregunta formula o contiene la respuesta. Plantearnos ¿qué constituye o qué
incluye la historia de la literatura o de las letras uruguayas?, parte de la
hipótesis de que existe lo uruguayo como una entidad única y diferenciada.
Uruguay como problema
Alberto Methol Ferré sostenía en 1967:
El Uruguay es la llave de la cuenca del Plata y el
Atlántico sur y la incertidumbre de su destino afecta y contamina de modo
inexorable y radical al sistema de relaciones establecido entre Argentina,
Brasil, Paraguay y Bolivia.
La metáfora
geopolítica de la “llave” es ejemplar en el sentido de la diferencia y la
excepcionalidad del país. En este sentido, si bien el autor establece el
peligro de la “incertidumbre de su destino”, el dramatismo del incierto futuro
afecta a la región e incrementa el carácter distintivo del país. Pero mi
interés en esta oportunidad no es revisar o discutir la tesis de Methol Ferré
–eso queda para otra oportunidad–, lo que me interesa es la propia escritura
del ensayista, la formulación de “Uruguay como problema” y la metáfora de la
llave como forma de proponer la excepcionalidad.
El problema aquí
presentado es decidir si es posible, o necesario incluso, escribir una historia
de la escritura nacional o la historia nacional de la escritura. Es decir, el problema
o los problemas radican en lo nacional como categoría válida y, por otro lado,
en el carácter problemático de Estado-nación que es, o constituye, Uruguay. Uno
de los riesgos lo avizora Methol Ferré cuando afirma: “El Uruguay separado de
su contexto renunciaría a comprenderse y caería en la irrealidad tentadora del
solipsismo político”.
El contexto para el
autor citado lo constituye la región de la cuenca del Plata y el Atlántico sur,
pero al encarar una historia de la escritura o la historia nacional de la
escritura ¿sigue siendo válido ese contexto? Evidentemente no.
La irrealidad
tentadora del solipsismo es impensable en el ámbito de la producción simbólica.
La escritura o la producción simbólica existe o se constituye en diálogo con
otros espacios, más aun, el relacionamiento o la falta de relacionamiento de
autores, prácticas, poéticas, intertextualidades con otras escrituras en el
ámbito occidental o no, contemporáneo o no, en español o en otras lenguas, es
algo ineludible, tanto para el caso de Uruguay como para otras realidades, no
solo las llamadas poscoloniales sino incluso para las centrales o, para
recordar a Edward Said, practicantes de diversos orientalismos. Por eso mismo,
la escritura uruguaya o de Uruguay no puede ser descrita en términos de
excepcionalidad regional o de llave para entender la región.
Pero, ¿cuenca del
Plata/Atlántico sur o macrorregión latino o hispanoamericana? En ambos casos,
la producción simbólica uruguaya suma a lo regional, micro o macro; sin que
ello suponga una excepcionalidad sostenida en la dimensión nacional. ¿Significa
esto que no existen individualidades o escrituras que establezcan una “marca” o
una “distinción”? Para nada, autores como Florencio Sánchez, Felisberto
Hernández, Juan Carlos Onetti, Armonía Somers, Marosa di Giorgio, entre muchos
otros –poetas, narradores y dramaturgos–, constituyen hitos indispensables en
el conjunto inmediato o más amplio de lo escrito o imaginado a nivel regional.
Planteando de otro
modo, lo que parecería determinante es el campo, sistema o sitio de observación
desde donde se propone o se piensa la singularidad o excepcionalidad de lo
uruguayo o de la “nación” uruguaya. Mejor todavía, la pregunta sobre una
posible historia de la escritura o de la producción simbólica de/en/por/sobre
Uruguay supone no cuestionar o dar por resuelta la propia cuestión del lugar
simbólico, teórico, social e histórico desde donde se la formula y, obviamente,
de la circunstancia histórica en que se realiza.
Si parto de la
situación clave o “llave” respecto de la cuenca del Plata, la respuesta
implicará una excepcionalidad indiscutible y por lo mismo guiará la
argumentación. Lo mismo si se decide partir de la “ciudad letrada” o de una
publicación como ésta de la Biblioteca Nacional, podríamos terminar con otro
guión u otro relato. La posibilidad de los múltiples cánones que sugiere Melva
Persico –con el propósito de permitir el ingreso a uno de los dichos múltiples
cánones a poetas como Cristina Rodríguez Cabral– abre un guión o relato que la
mayor parte de las historias de la literatura escritas en Uruguay ignora o no
considera. Pero además, cabría reiterar algunas de las preguntas ya formuladas
respecto de lengua, lugar de nacimiento o de escritura, género, etcétera.
Los estudios
convocados en este volumen de la Revista de la Biblioteca Nacional suponían un
amplio registro, pero el “espacio” disciplinario intersectado con el de la
“nación” refuerza el carácter polifónico y la multiplicidad de cánones que la
pregunta sobre una o la historia de la literatura uruguaya abre. En ese
sentido, el espacio definido como “la idea de lugar, tierra, nación” se conjuga
con la propuesta, planteada en la convocatoria, de una periodización
histórico-cultural de la modernidad según lo argumentado por George Steiner:
Y por otro la coincidencia con una tendencia histórica y
al mismo tiempo epistemológica de lo que George Steiner llamó
desterritorialización [subrayado en el original, H. A.] para referirse
específicamente a los escritores de una modernidad que para él estuvo signada
por ser “el siglo del refugiado”. Uruguay a través de su historia fue tierra de
migración y de emigración. [10]
La modernidad –ese
esquivo e impreciso término– se combina, en la argumentación de Steiner, con la
“desterritorialización” entendida como expresión de los flujos migratorios. Es
una posibilidad; también están la “modernidad líquida” de Zygmunt Bauman y la
“modernidad desbordada” (Modernity at large) de Arjun Appadurai, quien además
de los flujos migratorios habla de los flujos financieros y los informáticos.
En este sentido, la “desterritorialización” se ha convertido en un lugar común
que, junto con las teorías del posnacionalismo, caracterizaría según algunos
autores los tiempos presentes o la contemporaneidad.
Todo esto supondría
que la dupla “espacio-tiempo” tal como fue pensada durante un muy largo período
habría sufrido una transformación radical que habría acarreado consecuencias
centrales a la hora de pensar la historia de la producción simbólica. Pero,
¿implicaría esto la disolución de lo uruguayo? ¿No sería posible pensar algún
tipo de modernidad excepcional para Uruguay? ¿No se podría hablar de la
modernidad uruguaya como una “modernidad en ralentí” y con ello reintroducir la
melodía de “como el Uruguay no hay”, restituyendo nuestra excepcionalidad?
Más que posible
parecería ser necesario, pues si no nos consideráramos excepcionales –no
tenemos población indígena significativa, tenemos más afrodescendientes que
Argentina, somos “más cultos” que otros países latinoamericanos, etcétera– no
seríamos. Es decir, estaría en juego nuestra identidad, y ¿cómo se puede
soportar ser un “pequeño” país de la periferia occidental si no tenemos algo
“nuestro”, “propio”, “único”? ¿Cómo se soporta ser sin apoyaturas o ilusiones
que le den sentido a una vida que muchos consideran gris o sin futuros grandiosos
a lo Cecil B. DeMille? Por suerte tenemos las “ceibalitas” que sostienen en la
global desterritorialización nuestro narcisismo nacional, o los triunfos
“históricos” y presentes de “la celeste” en la global reafirmación
contemporánea de lo nacional. Por suerte nuestros escritores más jóvenes
escriben blogs y crean digitalmente su arte. Por suerte sabemos que somos
diferentes, aunque territorio y lengua no sean variables excepcionales. Nuestra
ubicación fronteriza nos salva. Somos un “entre lugar”.
Mentira.
Ese es el final que
poéticamente –es un decir– me hubiera habilitado a cerrar estas páginas. La
verdad es que miento, Rashomon no es el guión de nuestra historia de la
literatura ni de nuestra escritura, pero al menos y de algún modo es una
historia “oriental” como la de Uruguay. Una historia “oriental” que nos tienta
a “orientalizar” nuestra existencia sitiada; es decir, nuestro “entre sitio”,
nuestro cercado, acechado, desafío de estar condenados a no ser ya nunca más
–si es que alguna vez lo fuimos– una sociedad hiperintegrada. [11]
NOTAS
1. No puedo en esta ocasión analizar las razones que llevan a Bauzá a
escribir lo que se suele llamar –o algunos consideran– la historiografía
nacional pero que en el caso de la cultura o la literatura el discurso historiográfico
se demore en aparecer hasta 1912 con Roxlo; queda para otra oportunidad. No se
considera en esta serie discursiva de la historiografía literaria la labor de
Montero Bustamente ni la de Luciano Lira, por integrar lo que llamo el ámbito
de los parnasos o antologías.
2. Toda lista de nombres es siempre injusta, cabría agregar muchos otros
que de forma parcial o por géneros o períodos pueden sumarse a los mencionados.
Sin embargo hacerlo seguramente siempre olvidaría otros autores con aportes de
interés.
3. No cabe –no quiero ni deseo– entrar en esta oportunidad a discutir qué
significa “buena” ni quién determina la “calidad”. Es sabido que el valor de lo
bueno y aquello que tiene calidad varía con el tiempo y además presupone
hegemonías, centros de poder, etcétera. Aclaro que esto no implica el “todo
vale”. La cuestión del valor es un tema o un “problema” que sigue abierto y
sangrando desde el comienzo de los siglos, o por lo menos desde que en
Occidente se intentó elaborar la primera antología; la de la “Corona de
Meleagro” o “Antología Palatina”, fechada entre el siglo II y I antes de
Cristo. De hecho, la discusión teórica comenzó siglos antes.
4. Me remito a mi ensayo “La nación entre el olvido y la memoria. Hacia una
narración democrática de la nación”, donde argumento que la nación es un lugar
de negociación y conversación en el que participan diferentes sectores
sociales, construyéndose de ese modo una “memoria democrática” múltiple y
contradictoria; algo que es válido para el relato referido a la historia de la
literatura, de la escritura o de la producción simbólica.
5. No estoy reiterando el argumento de Bauzá. Mi trama apunta en otro
sentido.
6. Véase al respecto mi ensayo “Sobre los aparatos de canonización
literaria” (2008), donde desarrollo esta noción o concepto. En dicho ensayo
sostengo: “La incidencia del mercado en este proceso supone que eso que
llamamos literatura o institución literaria no solo necesita de autores, obras
y lectores sino también de un aparato de circulación, de distribución y –de
hecho el punto central de esta presentación– de legitimación. En este sentido,
la literatura, la institución literaria o el fenómeno literario moderno supone
un sistema que además de las seis funciones descritas por Roman Jakobson
incluye la circulación, distribución y legitimación o canonización. La
circulación y distribución podrían ser incluidas dentro de lo que se podría
llamar ‘aparatos de consumo literario’, mientras que la legitimación o
canonización podrían ser entendidos como los ‘aparatos de canonización
literaria’ (acl)”.
7. Véase Persico, Melva M., Counterpublics and Aesthetics: Afro-Hispanic
and Belizean Women Writers. La cita completa del resumen de su tesis dice: “I
examine the works of Cristina Rodríguez Cabral (Uruguay), Shirley Campbell
Barr, and Delia McDonald Woolery (Costa Rica), and Zee Edgell, and Zoila Ellis
(Belize). The project records the varying degrees of legitimation these writers
have received and the factors that have had an impact on their recognition. It
also shows that literary interculturality is possible in Spanish America and
the Anglophone Caribbean through the aesthetics some writers employ and the
activities of legitimizing agencies. Further I propose a plurality of canons
based on the concept of plural public spheres/counterpublics as outlined by
Nancy Fraser and Michael Warner”.
8. Cité a William Blake para mostrar que la cuestión no es única de
Uruguay, pero podría incluir a escritores y artistas visuales como Dani Umpi,
entre muchos otros.
9. Véase respecto a los letristas de murgas el ensayo de Marita Fornaro en
el sitio web http://www.
sibetrans.com/trans/a230/los-cantos-inmigrantes-se-mezclaron-la-murga-uruguayaencuentro-de-origenes-y-lenguajes
10. Este texto pertenece a la convocatoria realizada por Ana Inés Larre
Borges para participar en este volumen de la Revista de la Biblioteca Nacional.
11. Quiero dejar constancia de que le pedí a Juana Caballero que leyera
este trabajo y que, de acuerdo a su visión personal, no había suficiente
conciencia de género en el ensayo y debería reescribirlo. Por otra parte,
consulté con los asesores de la Dirección Nacional de Cultura del mec y con el
personal de la cancillería, quienes declinaron pronunciarse ya que hubiera
tenido que iniciar un expediente, consultar a la Asesoría Jurídica, y ello
(además de no corresponder y de ser impertinente) hubiera redundado en no haber
podido cumplir con los plazos establecidos para la entrega de este ensayo. Me
indicaron, además, que al no tratarse de un asunto de Estado sino privado
estaría violando lo establecido en el tofup (instrumento que registra aquello
que está permitido y aquello que está prohibido a los funcionarios públicos).
Aclaro todo esto pues, al parecer, lo aquí expresado solo puede y debe ser
atribuido a un profesor de literatura latinoamericana que suele firmar Hugo
Achugar sin tilde en la u.
Bibliografía
ACHUGAR, Hugo, “La nación entre el olvido y la memoria. Hacia una narración
democrática de la nación”, en Uruguay: cuentas pendientes. Dictadura, memorias
y desmemorias, Álvaro Rico (ed.). Montevideo: Trilce, 1995.
Appadurai, Arjun, La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la
globalización. Montevideo-Buenos Aires: Trilce-Fondo de Cultura Económica,
2001. Traducción Gustavo Remedi.
Bauman, Zygmunt, La modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 1999. Bauzá, Francisco, Estudios literarios. Montevideo: Barreiro y
Ramos, 1885.
Fornaro, Marita, “Los cantos inmigrantes se mezclaron: la-murga uruguaya
encuentro de orígenes y lenguajes”, en el sitio web: http://www.
sibetrans.com/trans/a230/los-cantos-inmigrantes-se-mezclaron-la-murgauruguaya-encuentro-de-origenes-y-lenguajes
Gourgouris, Stathis, Dream Nation. Enlightenment, Colonization, and
the Institution of Modern Greece. Stanford: Stanford University Press, 1996.
Methol Ferré, Alberto,
Uruguay como problema. ¿Cuáles son las posibilidades de independencia real, si
es que existen, de un país como el Uruguay? Montevideo: Editorial Diálogo,
primera edición, diciembre de 1967.
Mignolo, Walter D., “La lengua, la letra, el territorio: o la crisis de los
estudios literarios coloniales”, en Dispositio, University of
Michigan-Department of Romance Language, vol. 11, n° 28/29, 1986.
Persico, Melva M., Counterpublics and Aesthetics. Afro-Hispanic and
Belizean Women Writers. Tesis de doctorado, University of Miami. (Publicada:
2011-05-03 en http://scholarlyrepository.miami.edu/oa_dissertations/539/)
Rodríguez Monegal, Emir, “El olvidado ultraísmo uruguayo”, en Revista
Iberoamericana, n° 118-119, enero-junio, 1982.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 196 | dezembro de 2021
Curadoria: Floriano Martins (Brasil, 1957)
Artista convidada: Cecilia Vignolo (Uruguai, 1971)
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