Ese
sin igual film salido del genio de Visconti en 1971 me recuerda los alocados amores
del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung con una de sus pacientes, la joven e inteligente
Toni Wolff, muchacha suiza víctima de intensas depresiones, relación que pone en
peligro la salud mental y el matrimonio del psicoanalista discípulo de Freud. La
llamada “psicología analítica” de su creación no pudo contra las embestidas erótico
místicas de tan ardorosa paciente, y sucumbe. Esta turbadora relación a tres fue
llevada al cine.
El
film del director italiano, uno de los más felices encuentros entre literatura y
cine, relata la vida de un austero y disciplinado escritor germano -como Tomas Mann-
que ya estaba consagrado en su país. Gustav von Aschenbach es un hombre atrapado
por los fríos e impersonales conceptos del racionalismo del siglo XVIII, pero que
alberga en su alma una bestia irracional que destapa el demonio del romanticismo.
Como Goethe un siglo atrás, quien descubre el calor y el frenesí erótico en las
cálidas aguas del Mediterráneo, este flemático y apolíneo profesor Gustav Aschenbach
(Dirk Bogarde) ve como en pocas semanas y en el escenario mortecino de Venecia de
principios del siglo XX, se derrumban las coordenadas de su civilización de la brumosa
Europa del norte, sus convencionalismos y rígidas etiquetas sociales que habrán
de causar hilaridad en los militantes del orgullo LGTB de hogaño. Nosotros, que
en Hispanoamérica apenas tuvimos filosofía de la Ilustración, escasamente podemos
comprender el impacto de lo irracional romántico en las mentes europeas de ese entonces.
El
flemático profesor germánico se instala en un hotel de la vieja urbe del Adriático,
escenario breve en donde se desarrolla casi todo el film. Como en los días que corren,
tiempos de la Covid19, la peste se abalanza silenciosamente sobre la ciudad y pareciera
que nadie lo advierte. Las calles se van vaciando paulatinamente. Es en ese alojamiento
cuando el alemán pone su vista en el bello joven polaco Tadzio que parece un mármol
de la antigüedad griega y que refleja una fisonomía cercana al ideal caucásico,
un mito creado en el racionalista siglo XVIII. Se enamora repentina y arrolladoramente
de él. Pero, ¿por qué razón es súbdito polaco este efebo de 15 años? Pienso que
este desgraciado país, que ha sido repartido en tres ocasiones por los imperios
que le rodean, tiene algo que ver en la elección que hace Thomas Mann del lugar
de nacimiento del jovencito encarnado por el sueco Björn Andrésen en la cinta franco
italiana.
Es
amor platónico o espiritual, tal como lo plantea en el siglo XVI Marsilio Ficino,
filósofo neoplatónico italiano quien inventa el término, nos aclara Octavio Paz.
Es por esta razón que el profesor germano apenas mira al efebo y que, de haberlo
tocado o acariciado, el film y la novela habrían caído en la más simplona y ruin
pornografía. Habría sido una enorme torpeza y liviandad que no le habríamos perdonado
a Mann y Visconti. Tadzio no se da cuenta de que el profesor le sigue con la vista,
y si el efebo le devuelve la mirada nos queda la duda de que sea la imaginación
lo que crea esa esa breve ilusión en el alemán enamorado de tan apolíneo mozalbete.
A
quien escribe le ha sucedido algo digno de mencionar con respecto a la novela que
nos ocupa. Pregunté a un amigo quién era el personaje central de la novela y el
filme, me respondió de inmediato: el joven Tadzio. Me llama la atención porque desde
un principio he considerado que es Aschenbach el hegemón de la trama novelesca.
Sucede que en estas elecciones gravitan las inclinaciones personales, sexualidad
y formación académica. Tadzio regresa a su Polonia natal como si nada hubiese sucedido,
en cambio el germánico escritor se derrumba espiritual y físicamente, sentado en
una silla de extensión mirando al efebo polaco en la playa.
Visconti,
como Pasolini era católico y comunista, descendiente de una familia aristocrática
de Milán. Era homosexual y filma La muerte
en Venecia cinco años de su deceso en 1976. El actor británico Dirk Bogarde
tenía también esas inclinaciones gays, pero era muy reservado, a tal punto que quema
sus cartas y fotografías antes de su muerte. Muy mal parado después del film termina
el joven sueco que hizo de Tadzio. En efecto, Björn Andrésen ha tenido que defender
en varios sonados juicios su masculinidad puesta en duda en Suecia y otros países.
El film lo marca indeleblemente por el resto de su vida, tal como a María Schneider,
protagonista con Marlon Brando de El último
tango en París. Lo persigue una suerte de maldición por haber sido el chico
más bello del orbe y cae en depresión y el alcohol.
Thomas
Mann vive en un mundo que se derrumba, en lo personal vive la terrible experiencia
de una sexualidad reprimida y el ascenso del nazismo en su patria. Es esta pesadumbre
vital, como la que sufrió también el T. S. Eliot de Tierra baldía (1922), la que le permite narrar la decadencia europea,
la muerte y la enfermedad en La montaña mágica
y La muerte en Venecia, novelas que
son la culminación de una forma de escribir. Este escritor, que debió huir de su
patria perseguido por los nazis, quienes inspirados en Gobineau le acusaban de no
ser ario puro, pues en sus venas corría sangre de madre brasileña, escribió el tema
de la pasión como desequilibrio y degradación, disciplina vital y anarquía del sentimiento
como ningún otro autor.
En tiempos de la universal y espantosa pandemia del Covid19 es necesario releer la novela o volver a ver el film La muerte en Venecia, pues ella nos revela ese trasfondo íntimo de la humanidad que aparece descarnado y palpitante, el miedo, cuando la vida terrena está en peligro.
Referencias
Bloom.
Harold. El canon occidental. Anagrama.
Barcelona, España, 2006.
González Pérez, César Octavio. identidad en tensión. Una forma para comprender
el mundo de los homosexuales. Desacatos.
Delumeau, Jean.
El miedo en Occidente. Taurus. Alfaguara.
Buenos Aires, Argentina, 1989.
Mann, Thomas. La muerte en Venecia. Editorial Planeta, Madrid, España, 1980.
Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Seix Barral Editores.
Barcelona, España, 1984.
Paz, Octavio. La llama doble. Amor y erotismo. Seix Barral. Barcelona, España, 1998.
Vargas Llosa, Mario. La verdad de las mentiras. Alfaguara. Madrid,
España, 2002.
Luis Eduardo Cortés Riera (Venezuela,
1952). Ensayista, doctor en Historia, docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana
y Caribeña, UPEL, Barquisimeto. Ganador Bienal Nacional de Literatura, 2014, con
el ensayo “Psiquiatría y literatura modernista”. Cronista Oficial del Municipio
Torres, Carora, Venezuela. Autor de Ocho pecados
capitales del historiador, Del Colegio
La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937. Sor Juana y Goethe: del barroco al romanticismo. Miembro de la Fundación
Buría.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 198 | dezembro de 2021
Artista convidada: Evelyne Axell (Bélgica, 1935-1972)
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