Ese
film me ha motivado revisar una celebrada obra del sociólogo judío-polaco Norbert
Elias (1897-1990) que lleva por título Mozart:
Sociología de un genio (Península, Barcelona, 2002). Se trata de una investigación
realizada como una sociología histórica, que va tras la búsqueda y la comprensión
de la breve y desgraciada vida de este genio musical que nace en Salzburgo en 1756
y fallece en Viena en 1791, a la corta edad de 35 años, 10 meses y ocho días. Fue
un hombre del siglo XVIII racionalista, que empero ve nacer el romanticismo como
su contrapartida vital y emotiva.
Es
el libro de Norbert Elias un ensayo de restitución de Mozart a toda su riqueza humana
y creativa, en una sociedad cortesana, aristocrática, en período de transición durante
el Siglo de las Luces, que ve la irrupción de la Gran Revolución francesa de 1789,
sociedad que le es adversa y que no le comprende. Chocó Mozart con las estructuras
sociales de la época, entre ellas, las del gusto y las del arte. La aristocracia
cortesana era dueña y señora de los gustos musicales y ella decidía qué es arte
y qué no lo es. Por ello una animosidad hacia la corte imperial de José II del decadente
Imperio Austro-húngaro y todas las cortes europeas le acompañó siempre.
El
proceso de “individuación musical” será obra del siglo XIX, una vez muerto Mozart,
proceso que sí alcanzó a Beethoven, que era 15 años menor que Amadeus. Los clientes
privados de obras musicales casi no existían y el “buen gusto musical” bajaba desde
la Corte. A lo que debemos agregar el carácter controvertido y polémico del joven
genio musical que le impide adaptarse a las maneras cortesanas. En una ocasión rompe
con el mecenazgo de la corte de su ciudad natal de Salzburgo y decide marcharse
a Viena, capital imperial.
En
lo personal, Mozart tenía una difícil relación con su progenitor, Leopold Mozart.
Era una relación amor-odio que nos recuerda la a la de Kafka con su papá. Con su
padre, que era buen violinista, hizo giras por buena parte de Europa donde impresiona
su calidad musical de niño prodigio. A los cinco años empezó a componer. Escribió
su primera ópera cuando apenas tenía 12 años. Sin embargo, era un niño enfermizo
y delicado de salud. Las giras con su padre y su hermana llegarían a su fin cuando
las cortes alemanas y francesas no les dan contratos, los ven como unos pedigüeños.
Ese estrecho vínculo con su padre termina rompiéndose definitivamente cuando Wolfgang
contrae matrimonio con una joven llamada Constanze.
Su
vida, breve, amarga y pródiga, llegará a su dramático fin, dice Norbert Elias, por
la concurrencia de dos factores terribles: el menoscabo de la estimación de su público
y el debilitamiento del afecto de su esposa. El desastre profesional y la miseria
familiar lo conducen, desmoralizado, al sepulcro. En la soledad más abyecta sucumbe
ante la muerte. Buscaba el éxito en vida y poco le atraía la posteridad. Era un
hombre con una gran necesidad de afecto y era de una constitución emocional muy
endeble, lejos de las graníticas figuras de Goethe o Beethoven, como los retrata
magistralmente el biógrafo judío-alemán Emil Ludwig.
Recordemos
que el instrumento musical de su predilección y para el cual compuso lo mejor de
su obra Mozart fue el piano. El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) afirma que
es el piano el instrumento moderno y burgués por autonomasia. Alrededor de este
mueble musical complejo se echarán las bases de los fundamentos racionales de la
música, una tradición que venía del lejano Pitágoras. Este elemento racional le
faltó a los constructores de violines y violas. El órgano y el piano permiten la
medición racional del tono en Occidente y fue invención de monjes medievales. El
siglo XVIII verá la aparición de una literatura pianística, sobre todo en los países
nórdicos donde se desarrollará una cultura del “home” burgués. La cultura pianística
necesita para su desarrollo países de cultura musical organizada y en los territorios
de habla germánica es Mozart y su virtuosismo internacional máximo exponente.
Como
dato curioso y discutible, Max Weber, afirma que el piano es instrumento que no
tiene cabida en los países del trópico, pues requiere de un local moderadamente
grande para el despliegue de sus posibilidades. Por esa razón, digo yo, se han impuesto
entre nosotros los venezolanos los instrumentos musicales de la calle y de la plaza
pública: el Cuatro, la guitarra y el arpa. De ahí que los portadores de la cultura
pianística sean los pueblos nórdicos, cuya vida, aunque solo sea por razones de
clima, se centra alrededor del hogar, en contraste con el Sur, remata Weber (Economía y sociedad, págs. 1118-1183)
Gracias
a Norbert Elias hemos dado cuenta del indomable espíritu de independencia que gobernó
la efímera, pero fructífera en extremo existencia del genio de Salzburgo. Mozart
fracasa en vida, pero hogaño su triunfo es rutilantemente indiscutible.
Luis Eduardo Cortés Riera (Venezuela, 1952). Ensayista,
doctor en Historia, docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña,
UPEL, Barquisimeto. Ganador Bienal Nacional de Literatura, 2014, con el ensayo “Psiquiatría
y literatura modernista”. Cronista Oficial del Municipio Torres, Carora, Venezuela.
Autor de Ocho pecados capitales del historiador,
Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal
Carora, 1890-1937. Sor Juana y Goethe:
del barroco al romanticismo. Miembro de la Fundación Buría.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 198 | dezembro de 2021
Artista convidada: Evelyne Axell (Bélgica, 1935-1972)
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