Introducción
Separados por un siglo de distancia temporal y pertenecientes
a contrapuestas y hasta antagónicas vertientes de la cultura de Occidente, nos aventuramos
a establecer, en la medida de nuestras capacidades, los vínculos y separaciones
que puedan existir entre estas dos gigantescas figuras de la literatura universal:
la religiosa y poetisa novohispana de la segunda parte del siglo XVII Sor Juana
Inés de la Cruz, y el poeta y científico alemán Johann Wolfang Goethe, quien vivió
entre los siglos XVIII y XIX. Creo que algo semejante a lo que aquí me propongo
descubrir y establecer entre esta mujer criolla, novohispana y religiosa, y este
hombre mundano y teutón, no existe en los anales de la crítica literaria. Y si existiera
diré: No sufro de la “Angustia de las influencias” de la que nos habla el crítico
literario Harold Bloom.
El método empleado
en este ensayo será básicamente el de comparación, que es uno de los métodos cardinales
de la Ciencia de la Historia. Ella suple una notable carencia del oficio de Clío:
no poder aplicar la experimentación de las Ciencias Naturales a su obra de investigación
del pasado. “La comparación, dice Paul Ricoeur, puede consistir en disponer dos
cosas juntas para permitirles actuar a la vez; también puede consistir en apreciar
su semejanza; o además en captar ciertos aspectos de una de ellas a través de la
presencia simultánea de la otra”. En tal propósito de comparación me ha sido además
muy útil el ensayo de Paul Johnson sobre Picasso y Walt Disney, dos creativos del
siglo XX. En este propósito de comparación hemos evitado en lo posible caer en anacronismo,
el cual es, según Lucien Fevbre, el pecado más imperdonable que pueda cometer un
historiador. Consiste tal pecado en modernizar el pasado, ver el pasado con los
ojos del presente y de tal manera deformarlo, dándole una errónea interpretación.
El lector podrá
notar que no soy crítico literario sino “historiador de oficio”, como decía Marc
Bloch, por ello pido a estos profesionales de aquella disciplina y por quien siento
gran estima y respeto, sepan disculpar mis equivocaciones y yerros, que no son otra
cosa que producto de mi curiosidad y deseo de explorar territorios que hasta hace
poco estaban vedados al interés de los historiadores. En tal sentido me coloco a
tono con la Escuela de Anales, fundada en Francia por Bloch y Fevbre en 1929, quienes
habrían visto con entusiasmo mi propósito. Lucien Fevbre ha realizado un estudio
del escritor humanista del siglo XVI Françoise Rabelais, obra que ha resultado para
mí una formidable inspiración: El problema de la incredulidad en el siglo XVI.
La religión de Rabelais, grandiosa obra publicada en 1942.
La crítica literaria
ha sido débil en la cultura de habla castellana, tenemos pocas figuras que hayan
realizado grandes aportaciones a tal género: Ortega y Gasset y Jorge Luis Borges
son dos casos aislados. Pero de lo que lo que carecemos, dice Octavio Paz, es de
movimientos intelectuales originales. Por esa razón no tenemos crítica, y al carecer
de ella nuestra literatura no es moderna. Lo que hace moderna a la literatura es
precisamente la crítica. Esta dura sentencia del escritor mexicano ha sido no obstante
un acicate muy fuerte para mi persona. En ese sentido comencé a leer y estudiar
crítica literaria de manera autodidacta, solitaria, en mi retiro espiritual caroreño.
Me asomé con cierta timidez, pero con entusiasmo creciente a autores destacados
en la crítica literaria en América Latina: Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes,
a los sureños Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, al propio Octavio Paz, a Mario
Vargas Llosa, a los venezolanos Luis Britto García, Orlando Araujo, Mariano Picón
Salas, así como también a críticos de otras lenguas: los hebreos recientemente fallecidos
Harold Bloom y George Steiner, entre otros.
Así y de esta
manera me he atrevido realizar crítica literaria, un oficio harto exigente, como
pude observar leyendo a Emir Rodríguez Monegal. Una de ellas al escritor, historiador
y crítico literario venezolano y larense Rafael Domingo Silva Uzcátegui (1887-1982)
quien basándose en la polémica obra Degenerados (1892) del médico judío Max
Nordau, la descarga acremente contra los poetas modernistas Rubén Darío y Leopoldo
Lugones, calificándolos duramente como poetas enfermos, neuróticos, galiparlantes
y degenerados; otra al historiador positivista venezolano Laureano Vallenilla Lanz
(1870-1936), creador de la polémica y muy original tesis del “gendarme necesario”,
planteamiento que hasta llega a interesar al dictador italiano Benito Mussolini;
una tercera al médico psiquiatra y novelista caraqueño Francisco Herrera Luque y
su controversial obra de psiquiatría histórica Los viajeros de Indias, quien
introduce las “ciencias del espíritu” del alemán Wilhelm Dilthey a Venezuela para
comprender los elevadísimos índices de violentos y atroces crímenes entre nosotros,
ensayos que me han proporcionado inmensas satisfacciones y alegrías y hasta un premio
literario: la II Bienal Nacional de Literatura, Antonio Crespo Meléndez, por el
primero de ellos. Dejo pues este trabajo a mis lectores y a la crítica literaria
venezolana, siempre en continuo mejoramiento y superación, de la que espero sea
benevolente y comprensiva con este esfuerzo de comprensión entre estas dos figuras
gigantes de la literatura barroca hispanoamericana y la literatura romántica alemana
que acá presento.
Nace el interés
En estos ya prolongados meses de pandemia, he terminado
de leer y releer con notable entusiasmo dos extraordinarios libros referentes a
dos grandes y portentosas figuras de la literatura universal: el primero sobre la
religiosa novohispana, la poetisa Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), y el otro
sobre el sabio, poeta y científico alemán Johann Wolfgang Goethe (1749-1832). El
de sor Juana escrito en 1982 por el poeta, crítico literario y ensayista, premio
Nobel de Literatura, el mexicano Octavio Paz lleva por título Sor Juana Inés
de la Cruz o las trampas de la fe, en tanto que la segunda obra biográfica
sale de la pluma del novelista, historiador y crítico de arte francés Marcel Brion
en el año 1949, con un breve título: Goethe. Una bibliografía afín, que mostramos
al final, nos ha servido de necesario complemento.
Mi interés primero
deviene de una característica común a este par de gigantes de la literatura universal:
el deseo de saberlo todo, de conocer todas las ciencias que ellos estaban al tanto
con un siglo de diferencia y colocados en realidades históricas muy diferentes:
la religiosa en Nueva España del siglo XVII, y el poeta Goethe en la Alemania de
entre los siglos XVIII y XIX. La religiosa vive en la modernidad temprana en un
virreinato alejado intelectualmente de Europa que se encaminaba hacia la modernidad;
y Goethe en la Alemania que comienza a industrializarse y ve el ascenso de la burguesía,
que va decididamente camino a la modernidad. Alemania fue una atmósfera espiritual,
escribe Octavio Paz.
Barroco y Romanticismo
Uno de los Rasgos característicos de la mentalidad barroca
es la combinación de imaginación exacta y efecto sorprendente: agudeza, wit (ingenio),
marinismo, conceptismo. Umberto Eco dice que el barroco es una nueva forma de elocuencia
favorecida por los programas escolares elaborados por los jesuitas inmediatamente
después del Concilio de Trento: la Ratio studiorum de 1586 y 1599. Es el
escritor jesuita español Baltasar Gracián (1601-1658), el “ultrabarroco”, su más
alta expresión, afirman al unísono Umberto Eco y Octavio Paz.
El barroco se
pone al servicio de las dos ortodoxias, dice Octavio Paz, la Iglesia y el Estado
en una época de horribles guerras religiosas. La teología como máscara de la política,
son los años de la Contrarreforma católica y su brazo militar: los sacerdotes jesuitas,
los bolcheviques de la Iglesia Católica.
El tema de la
muerte se halla obsesivamente presente en la mentalidad barroca. “Recuerda que vas
a morir”. Una negación del mundo y de retiro religioso, tensión entre cuerpo y alma,
la fe y la duda, la sensualidad y la conciencia de la muerte, el instante y la eternidad.
Esta mentalidad la pude observar en mis estudios sobre la mentalidad religiosa en
Carora desde el siglo XVI hasta el presente.
Era la edad barroca
tiempos de la crisis del orden católico, las luchas de la Reforma y la Contrarreforma,
la inflación y la crisis económica en España, los descubrimientos de la astronomía
y de la física que hicieron tambalear al tomismo y a la neoescolástica. Al catolicismo
político del Imperio español- escribe Paz- correspondía el catolicismo estético
del arte barroco. No olvidemos la inmensa originalidad del barroco español.
La América hispana- afirma Carlos Fuentes- es continuación
barroca y sincrética en este hemisferio de un mundo multicultural y multirracial,
indio, europeo y negro. Es un arte dominado por el hecho singular e imponente de
que la nueva cultura americana se encontraba capturada entre el mundo indígena destruido
y un nuevo universo, tanto europeo como americano.
Si deseamos darle
fecha de nacimiento al movimiento romántico alemán debemos decir que se inicia con
la publicación de la tragedia Sturng und Drag (Tempestad e impulso) en 1770.
Dice el semiólogo italiano Umberto Eco que es un periodo histórico que presenta
un conjunto de características, actitudes y sentimientos dictados no por la fría
razón del Siglo de las Luces, sino por el sentimiento, la pasión: abarca lo lejano,
mágico, desconocido, incluido lo lúgubre, lo irracional, lo fúnebre. Es característicamente
romántica la aspiración (sehnsucht) a todo esto. Romántico será cualquier
arte que exprese tal aspiración.
El romanticismo
coincide con grandes sucesos históricos: las revoluciones en Francia y en la América
anglosajona y española, el imperio de Napoleón, la Restauración monárquica tras
la derrota del gran corso, el derrumbe del Imperio español, el vertiginoso ascenso
del Imperio británico. El pensamiento se ve dominado por la fría lógica de la Ilustración,
su cúspide será Kant, el pensador acaso más desoladamente intelectualizado, filosofía
contra la que se rebela precisamente el romanticismo.
En América latina
o América hispana, afirma Octavio Paz “Como no tuvimos Ilustración ni revolución
burguesa- ni Crítica ni Guillotina- tampoco tuvimos esa reacción pasional y espiritual
contra la Crítica y sus construcciones que fue el Romanticismo. El nuestro fue declamatorio
y externo. No podía ser de otro modo; nuestros románticos se habían rebelado contra
algo que no habían padecido: la tiranía de la razón”. Este movimiento se inicia
acá hacia los años 1830, cuando ya declina en Europa. Es que casi nunca en hispanoamerica
coincidimos o estamos a tono con las ideas que se construyen en el viejo continente
y en Norteamérica.
Nuestras figuras
románticas serán Echeverría, Goncalves de Magalhaes, José Jacinto Milanés, Sanfuentes,
Caro, Jorge Isaac, los venezolanos Andrés Bello, Fermín Toro, Cecilio Acosta, y
Eduardo Blanco de Venezuela heroica (1888). Las facetas románticas de estos
eclécticos son, según Federico Álvarez Arregui: Libertad formal, valores irracionales,
amores desgraciados, sentimiento patriótico, desazones y dudas vitales, pesimismo,
fracaso personal ante la sociedad, vuelta a las fuentes del pasado, marginalismo.
Octavio Paz realiza
una comparación muy interesante entre barroquismo y romanticismo que nos viene al
dedillo: “son dos manierismos, las semejanzas entre ellos recubren diferencias muy
profundas. Los dos proclaman frente al clasismo una estética de lo irregular y lo
único: los dos se presentan como una transgresión de las normas. Pero en la transgresión
romántica el eje de la acción es el sujeto, mientras que la transgresión barroca
se ejerce sobre el objeto. El romanticismo pone en libertad al sujeto; el barroco
es el arte de la metamorfosis del objeto. El romanticismo es pasional y pasivo;
el barroco es intelectual y activo. La transgresión romántica culmina en la apoteosis
del sujeto o en su caída; la transgresión barroca termina en la aparición de un
objeto insólito. La poética romántica es la negación del objeto por la pasión o
la ironía; el sujeto desaparece en el objeto barroco; el romanticismo es expansión;
el barroco es implosión. El poema romántico es tiempo derramado; el barroco es tiempo
congelado”.
Escenario histórico
Dos mundos muy heterogéneos, distantes en el tiempo
y en el espacio: la Nueva España de sor Juana y la Alemania de Goethe no podían
ser realidades históricas más diferentes. Las separa el tiempo, la geografía y la
historia. Dos elementos básicos de la cultura, lengua y religión, son allí tan distintos
que son casi irreconciliables. La lengua germana y el castellano pertenecen a dos
troncos lingüísticos muy alejados el uno del otro: los troncos indogermánicos y
latinos. La lengua germana se precia de no haber sido modificada nunca y de haberse
conservado en su originalidad, como decía Fitche. El catolicismo del Concilio de
Trento y de la Contrarreforma, su aparato propagandístico barroco domina en España
y su descomunal imperio de ultramar al cual pertenecía Nueva España de sor Juana,
pesado escenario histórico de donde ella nunca se ausentó. El mundo de sor Juana
fue medio mundo, asienta Paz.
Alemania es la
cuna de la imprenta y del gran reformador religioso del siglo XVI, Martín Lutero,
quien con sus ideas propiciará la escisión de Europa en dos culturas: la nórdica
y la mediterránea. La libre interpretación de las Escrituras y el auto examen de
conciencia liberaron a esa Europa noratlántica de la intolerancia y la ortodoxia
fanática que se plantó firmemente en España y sus inmensas posesiones de ultramar.
Nueva España no asimila el racionalismo del siglo XVIII y sería casi imposible que
allí nacieran unas personas como un Voltaire o un Kant. La cultura barroca hispanoamericana
fue en ese sentido un gigantesco fracaso histórico- sostiene Octavio Paz- que no
asume la naciente modernidad. Por eso, agrega Paz, en muchos aspectos fundamentales
México sigue siendo una nación premoderna y lo mismo puede decirse de la América
española. Y nuestro Mariano Picón Salas escribe: “A pesar de dos siglos de enciclopedismo
y de crítica moderna, los hispanoamericanos no nos evadimos enteramente aun del
laberinto barroco. Pesa en nuestra sensibilidad estética y en muchas formas complicadas
de psicología colectiva.”
Sor Juana vive
en una provincia excéntrica de la cultura de occidente, alejada de los grandes centros
del saber que conducirían a la modernidad a Europa noratlántica. Una mentalidad
fundada en los anacrónicos silogismos de la Escolástica, que “tras los claustros
del siglo XVII parecía amurallarse contra la Naturaleza”, como dice el agudo venezolano
Mariano Picón Salas. Pero hubo figuras solitarias como Carlos Sigüenza y Góngora
(1648-1700) que cultivaron las ciencias, pero todavía a medio camino de la modernidad.
La naturaleza del idioma español -dice Octavio Paz- favorece el nacimiento de talentos
extremados, solitarios y excéntricos. Sor Juana estaba atrapada en una sola lengua,
el español, y en una lengua que dejaba de ser universal en el siglo XVII: el latín.
En consecuencia, no conoce lo que por aquellos años se escribía en francés o en
inglés.
La Alemania de
Goethe no existía como tal estado centralizado, pues eran unos 1.700 pequeños y
minúsculos reinos que llegarían a formar una Nación después del fallecimiento del
poeta, muy entrado el siglo XIX. Fue una unidad nacional muy tardía que se produjo
siglos después de la de España y Francia. Sin embargo, esa enorme dispersión política
no fue óbice para que Alemania fuese muy rica culturalmente, fue la cuna de Kepler,
Leibniz, Fitche Humboldt, Kant Novalis, Heine, Schopenhauer, Holderlin, Schelling,
Herder, Beethoven. De habla alemana era el austriaco Mozart. Afirma el gran historiador
de la cultura, el holandés Johan Huizinga que hay que reconocer que el espíritu
alemán y la lengua alemana han ejercido una influencia inmensa en toda la Europa
circundante. Que se siente la inexcusable necesidad de ciertos giros y expresiones
alemanes para dar forma al pensamiento moderno. Es la lengua de inmensos pensadores:
Leibniz, Kant, Marx, Freud, Einstein, Heisenberg.
Lo que resalta
de inmediato es la inmensa figura de sor Juana, quien en un escenario tan adverso,
prisionera de la lengua castellana y del latín, lengua que dejaba de ser una universal
entonces, “nadie pudo predecir que de un convento en un mundo enclaustrado del México
colonial, habría de escucharse la voz de una mujer, una monja, que se convertiría
en uno de los grandes poetas barrocos del siglo XVII y, en opinión de muchos, uno
de los grandes poetas de todos los tiempos”, escribe Carlos Fuentes. Es que “La
naturaleza del idioma (español) favorece el nacimiento de talentos extremados, solitarios
y excéntricos”, escribe Octavio Paz.
El poeta alemán es también una figura portentosa
y descomunal, ¿quién, lo niega?, pero su provecta, infatigable y creativa vida se
despliega en una atmósfera mucho más libre y tolerante que la de sor Juana. Alemania
transita por el “Siglo de la Razón”, la centuria de la tolerancia y del respeto
a los disidentes, por ello Goethe no tuvo perseguidores intolerantes y fanáticos
que finalmente hundieron a sor Juana. No fue jamás obligado a retractarse o a renunciar
a sus escritos. La Alemania de la Reforma protestante es mucho más respetuosa de
la individualidad y del libre albedrío que la Nueva España opresiva de los oprobiosos
y terribles tribunales de la Inquisición, un mundo que no se adaptó a la modernidad,
y que, según Spengler, estaba condenado al desastre.
¿Qué es lo que hermana a Primero sueño con
Fausto? Venciendo la tentación marxista y positivista de ver esos portentos
de la literatura como reflejo del desarrollo de la sociedad y de sus contradicciones,
como escribe Octavio Paz, me coloco al lado del crítico literario estadounidense
recién fallecido, Harold Bloom, quien sostiene en El canon occidental que
se trata de una formidable individualidad que conduce a la originalidad de la creación
literaria. Primero sueño “es lo único que he escrito por mi gusto”, dice
la monja y poetisa, es la búsqueda de un saber que no podía darle la religión, dice
Octavio Paz; en Fausto nunca poeta alguno había volcado tanto de sí en su
creación, contiene todos los aspectos de su personalidad, toda su vida real y toda
su vida soñada, escribe Brion. Fausto consume la mayor parte de la vida de
Goethe: 60 años; Primero sueño es la búsqueda del conocimiento que se despliega
no en una noche sino en la vida. La universalidad de ambos textos reside en un anhelo,
una ambición que ha marcado a Occidente: el deseo de saber y de conocer más, que
es un legado de los griegos, y de Aristóteles en especial. Una aspiración que toca
al sabio renacentista Pico de la Mirándola y al jesuita germano Atanasio Kircher,
el último hombre que quiso saberlo todo. Spengler desplaza a una nación ese deseo:
ensalza la esencia fáustica del alemán, que ya había anunciado Fichte al conferirle
a Alemania el deber de civilizar al resto de la humanidad (Discurso a la
nación alemana).
El romanticismo
alemán proclama la soberanía del espíritu creativo por encima de las circunstancias
que rodean al poeta. Cada individuo tiene la libertad para dar su propia interpretación
de la existencia. Los románticos aprovecharon esta libertad, convirtiéndola en un
culto desenfrenado al “yo”, lo cual condujo a una revalorización del genio artístico.
Pero, ¿y el barroco? En la atmósfera aplastante de la Contrarreforma, el Concilio
de Trento y de la Inquisición, un atolladero histórico, resulta poco menos que sorprendente
que sea sor Juana “la primera mujer de nuestra cultura que no sólo tuvo conciencia
de ser mujer y escritora, sino que defendió su derecho a serlo”, asienta Octavio
Paz.
El hogar
Sor Juana nace el 2 de diciembre de 1648. La fe de bautismo
dice que es “hija de la Iglesia”, para dar a entender que era hija natural. Utiliza
el apellido paterno, un capitán español de ascendencia vasca, Asbaje, por el resto
de su corta vida. Fue un fantasma ausente al que mata simbólicamente, dice Octavio
Paz. Su madre era analfabeta y aun así administraba eficazmente la hacienda familiar
de Panoayán, cercana a ciudad de México. De niña leía los libros de su abuelo, amante
de la lectura, lo que fue para ella iniciación intelectual. El origen bastardo y
la ausencia del padre la llevan a la biblioteca y ésta al convento. Se corta el
pelo y quiere vestirse de hombre para así poder ir a la universidad, un recinto
masculino vedado a la mujer. Siempre resaltó su formación autodidacta, sin maestros.
Vivió casi siempre “arrimada” en casa de parientes ricos. Linda, virgen y desvalida
como era, ingresa al palacio virreinal. Su inteligencia, gracia y desamparo impresionaron
a Leonor Carreto, marquesa de Mancera. Una mutua admiración nace entre ellas. Es
posible que en palacio haya conocido el amor masculino. A los 19 años de edad entra
de novicia en el convento de las carmelitas descalzas, en 1669 al convento de San
Jerónimo. Tenía 21 años de edad.
Goethe nace en
Fráncfort el 28 de agosto de 1749, hijo de un abogado de origen humilde, que se
casa con la hija de un burgomaestre, enlace que le da figuración y prestigio. De
ese matrimonio nacen Johann Wolfang y Cornelia, quien llagaría a adorar a su hermano
menor, que sería como su primera maestra. Será su espejo, su eco. Su padre era de
un temperamento insaciable, que hereda Goethe. Su madre era sensible, imaginativa
y dócil. Ella le trasmite su atracción por los horóscopos y la astrología. Practicaba
la bibliomancia. Su niñez fue enfermiza, casi nace muerto por asfixia, lo que le
impuso un dominio psíquico a su endeble cuerpo. Las cruentas sesiones médicas eran
frecuentes. Sufre de terrores nocturnos que apaciguan tocándole una campanilla de
plata. Los cuentos de hadas lo vincularon a lo sobrenatural. Escribe cuentos infantiles.
Para él todo era mágico. Se vestía completo tres veces al día. Desplumaba pájaros
para observar la disposición de las plumas. De muchacho se forja una poética religiosidad
natural personificada en el Sol. Se decepciona del formalismo luterano, se construye
un Dios a su manera. Todo ello compone desde la tierna infancia una figura extremadamente
compleja, extremadamente fascinante. Tuvo una intuición infantil, un presentimiento:
“Los astros no me olvidarán.”
La salud
Goethe y sor Juana eran de complexión enfermiza. Dos
somas endebles que albergaban portentosas mentes, una como constante constitutiva
de los genios de todas las épocas y lugares. Pico de la Mirándola muere a los 31
años, Novalis apenas vive 29, Schiller 45, Bolívar 47, Kierkegaard, 32. Goethe vive
una vida provecta de 83 años a pesar de sus constantes y rutinarios achaques y dolencias.
La religiosa
y poetisa mexicana, que era hija natural, tuvo una vida muy breve, pues fallece
a los 47 años durante una terrible y larga epidemia que azota a la ciudad de México
en 1695. Tener “corta de salud” es una de sus constantes quejas. Sufrió de tabardillo
(tifo) en sus primeros años conventuales 1671 o 1672. Expira luego de que sus terribles
y despiadados perseguidores de la Iglesia Católica la hacen renunciar a la literatura
y en momentos en que se contagia cuando atendía a sus hermanas enfermas del convento
de San Jerónimo. En su cuerpo debilitado hizo presa fácil la enfermedad, probablemente
tifus exantemático epidémico.
El poeta alemán
nace casi ahogado, con el rostro morado, la comadrona lo salva al sumergirlo en
vino caliente, comienza a entonces a respirar. Durante toda su vida fue de constitución
en extremo enfermiza, pues enfermaba de gravedad durante los gélidos inviernos nórdicos,
le tenía además horror a las enfermedades venéreas; la permanente actividad, así
como sus continuados amoríos, le daban ánimos para prolongar su vida, no perdió
sus facultades mentales, la memoria la conservaría casi intacta con la vejez y murió
a la provecta edad de 83 años, lo que es una excepción para esa época, pidiendo
media hora antes de su muerte luz, más luz.
Religiosidad
Sor Juana era una católica sincera, tenía su confesor,
y evitaba a toda costa “tener ruidos con la Inquisición”. Con habilidad y astucia
pudo ponerse a salvo durante años de tan temible y anacrónica institución hispánica,
que veía con ojeriza y aborrecimiento que una mujer, siendo religiosa, escribiera
poesía amorosa y erótica. Poco escribe sobre teología y resulta una cruel paradoja
del destino el que sea perseguida por la ortodoxia religiosa y obligada a dejar
las letras profanas debido, entre otras cosas, una interpretación que hizo en 1680
de un texto de un religioso portugués, el jesuita Antonio de Vieyra. En 1681 escribe
algo que la acerca a la reforma protestante: “Ojalá que santidad fuera cosa que
se pudiera mandar, que con eso la tuviera yo segura.”
Goethe no simpatizaba con el catolicismo, de niño
lee la Biblia como novela de aventuras más que por su elevada espiritualidad,
durante toda su vida experimentó una aversión ciega por la fe romana y sintió horror
por lo que él llamaba clerigalla y los frailezuelos, se sintió atraído por
la Cábala, la astrología, los horóscopos, el ocultismo, a los 15 años se afilia
a la Logia Arcade de la Filandria, en 1780 entra en la masonería. Escribió poemas
inspirados en la francmasonería. Tres años después se hizo miembro de la Orden de
los Rosacruces (AMORC). Las logias pululaban en Alemania en esa época. Como admirador
de la civilización francesa lee con pasión al filósofo anticlerical Voltaire (1674-1778)
y su grito de batalla “aplastad a la Iglesia”.
La poetisa mexicana
pierde la batalla finalmente ante sus feroces perseguidores eclesiásticos, su preciosa
biblioteca de unos 4.000 ejemplares y sus instrumentos musicales y científicos le
fueron expropiados y vendidos. Algunos de estos textos se encuentran hoy día en
la Universidad de Houston, Texas. Un siglo después y en un ambiente más propicio
para la crítica y el libre examen que abre la Reforma protestante y la Ilustración,
Goethe pudo militar con sosiego y tranquilidad en diferentes asociaciones ocultistas,
lo que hogaño se ha dado en llamar “pensamiento débil”: la “New Age”, la nueva era,
que ha atrapado el entusiasmo y la pasión de jóvenes y viejos en las sociedades
opulentas de Europa y Norteamérica.
Obra literaria
La religiosa mexicana del siglo XVII nos deja una obra
literaria única en su género en la cultura de habla castellana: un largo poema filosófico
que es una búsqueda nocturna del saber que es Primero sueño, y la notable
Respuesta a sor Filotea. El germano es el autor de un grandioso poema que
es de igual manera la búsqueda infatigable del conocimiento y que es su móvil primero:
Fausto, y también la novela de forma epistolar Werther, la novela
pedagógica Wilhelm Meister. Sor Juana vive en la época barroca, en una sociedad
estamental que camina contra la modernidad que vislumbraban los mejores talentos
europeos, Descartes y Galileo a la cabeza de ellos. El tudesco pertenece al movimiento
literario del Romanticismo alemán, una reacción contra la fría racionalidad del
pensamiento de la Ilustración del siglo XVIII y que tiene como enseña el movimiento
literario germano Sturm und drang (Tempestad e impulso), de 1770.
Amistades
Sor Juana, que era muy hermosa, fue en un principio
dama de la corte virreinal novohispana desde los dieciséis a los veinte años de
edad, para luego ingresar la vida monjil. Fue, a diferencia de Goethe, casi completamente
autodidacta, y de esta condición se vanagloriaba: “leer y más leer, estudiar y más
estudiar, sin más maestros que los mismos libros”. Goza de la protección de todos
los virreyes novohispanos, amiga y confidente de dos virreinas: Leonor Carreto y
María Luisa Manrique de Lara. La marquesa Leonor tenía treinta años al llegar a
Nueva España en 1664. Amaba las letras y gozaba de sensibilidad y finura. Sintió
por la joven Juana un afecto compuesto de simpatía y piedad, se asombra ante el
prodigio de inteligencia y saber de la joven criolla, que era bella, agradable,
servicial y discreta. Esta amistad, de exaltado neoplatonismo, contribuyó a que
la joven diera sus primeros pasos en la poesía por los consejos de la joven virreina.
Su marido, el virrey Don Antonio, sintió la misma fascinación por la muchacha. Fue
una relación teñida de mutua admiración, tal como la que sintió Goethe por el poeta
Schiller hasta su prematura muerte en 1805, que se prolongará hasta el fallecimiento
del propio Goethe en 1832. Es una de las amistades más fructíferas para Alemania
en toda su historia, nación que se caracteriza por su afán de darle cultura al resto
de la humanidad, como decía el filósofo Fichte.
En 1680 fue designado
virrey de Nueva España el marqués de La Laguna, esposo de María Luisa, condesa de
Paredes, una mujer de gran energía y decisión. Era muy hermosa, sensible e inteligente,
pues de otra manera sería inexplicable su admiración por sor Juana. Es que lo semejante
comprende lo semejante. Mostró apasionado interés por sus escritos e Inspiró muchos
de sus poemas. La incita escribir una de sus mejores obras El divino narciso
y también se debe a la condesa la publicación en Madrid en 1689 del primer volumen
de sor Juana: Inundación castálida. Es una lástima que no se conozca más
de esta ilustre pareja virreinal- se lamenta Paz- lo que se debe a la escasez de
memorias, una falla de la literatura hispánica.
Esas amistades la protegieron durante años de sus
persecutores agazapados en la jerarquía eclesiástica, una “conspiración misógina”,
argumenta Octavio Paz, de su confesor Antonio Núñez de Miranda, Manuel Fernández
de Santa Cruz y Francisco Aguiar y Seijas, que al final lograron la abjuración a
las letras de la poetisa, su desmedida pasión por el saber profano, con el descuido
y olvido de las letras sagradas, lo que no fue solo una derrota personal de sor
Juana, sino una derrota de la cultura, asienta Octavio Paz.
El poeta alemán
asiste a las universidades de Estrasburgo, donde conoce a Herder, y Leipzig, obteniendo
el título de abogado, profesión que muy poco ejerce. La poetisa fue protegida de
los virreyes novohispanos Fray Payo, el marqués de la Laguna y su esposa María Luisa,
y fue muy amiga del sabio astrólogo, matemático y poeta Carlos de Sigüenza y Góngora,
un “estrellero”, como se decía entonces a los conocedores de los cometas. Fue un
verdadero polígrafo: matemático profesor de astrología en la Universidad de México
desde 1764, cosmógrafo real, poeta, historiador, cronista, elaborador de almanaques.
A la llegada de los marqueses de la Laguna a ciudad de México se encarga a Sigüenza
y sor Juana elaborar sendos Arcos Triunfales. En 1683 publica Triunfo parténico,
obra expresión poética culta de la época en donde aparece, claro está, sor Juana.
Se le considera uno de los precursores de la patria mexicana, y junto a la monja
sanjerónima, la máxima figura del barroco hispanoamericano e iniciadora del giro
anticolonial, como advierte mi amigo Pascual Mora García.
El sabio alemán
fue protegido durante casi toda su vida, unos cincuenta años, por su gran amigo,
el duque de Weimar Carlos Augusto, un joven de 18 años permeable a las ideas enciclopedistas
y que hizo de su minúsculo reino una como evocación de los Médicis. Parecía un déspota
ilustrado que deseaba por sobre todo el bien de su país, una monarquía moderada
y en cierto modo democrática. Tuvo una intensa relación con el escritor Johann Herder
(1744-1803) quien le introduce en el conocimiento de Homero, Rousseau, Shakespeare
y le trasmite la aún vaga noción de pueblo, dice Octavio Paz. Lo conoce en Estrasburgo,
una encrucijada latino-germánica, mundos antitéticos. Herder le había mostrado aquella
Alemania que no había logrado su unidad política, las leyes profundas de su ser
y de su devenir, enseñando un sentido nuevo de la historia, una concepción nueva
de lo divino, la había obligado a volver a sus orígenes, a reconocer el genio de
su lengua, a resucitar los primeros e importantes testimonios de la literatura,
los monumentos de la poesía popular antigua, Herder era el maestro que necesitaba
Goethe en este periodo de su vida; otra fue una amistad profunda con el eminente
poeta Friedich von Schiller, quien moriría muy joven, y para desconsuelo mayor de
Goethe, en 1805. Goethe, según sus propias palabras, se hallaba “privado de la mitad
de sí mismo” ante la muerte de su amigo poeta. Esa amistad impide que Goethe se
encierre en sí mismo y le estimula escribir sus grandes baladas: La novia de
Corinto, El Paria, El Dios y la bayadera, la “epopeya rústica”
Hermann y Dorotea. Cuando Goethe publica Wilhelm Meister en 1796,
envía a Schiller un ejemplar, quien al leerlo responde con una extraordinaria carta
de seis páginas que contiene el enjuiciamiento más profundo sobre el libro y su
autor, como veremos más adelante. Fue esa amistad una lucha común por la poesía
y el arte. Una intimidad de corazón y de mente, dice Marcel Brion. Alemania celebra
esta amistad fecunda como triunfo de la nación germana. Augusto Schlegel (1767-1845),
fundador de la moderna historiografía literaria, considera la historia literaria
de su país como índice de la paulatina maduración de la conciencia nacional alemana.
Sociedad y literatura se condicionan recíprocamente. La literatura es de tal manera
síntoma de la plenitud a la que ha llegado la Nación.
Amoríos
La vida sentimental de Goethe era muy intensa, una desmesura
que aun hoy en el siglo XXI nos asombra, amó con pasión a múltiples mujeres, las
que eran su numen e inspiración a lo largo de su vida longeva. Eran muchachas muy
jóvenes y agraciadas por su belleza. Ellas son la Gretchen de su adolescencia, Federica
Brión, Carlota Buff, inspiradora de Werther, Lili Schonemann, Carlota von
Stein, Magdalena Riggi, la innominada de Roma, Cristina Vulpius, madre de su único
hijo Augusto, Mina Herzlieb, Mariana von Willemer y Ulrica von Levetzow, una muchachita
a la que pide la mano cuando el poeta tiene 72 años. Sin embargo, ya en su vejez,
reconoce que apenas en su larga vida había llegado a conocer ocho días de felicidad.
Octavio Paz dice que sor Juana Inés de la Cruz
seguramente no pudo tener relaciones amorosas cuando era dama de la corte virreinal
y que bien pudo tener experiencias eróticas solitarias (no me atrevo a escribir
la horrible palabra masturbación). Carlos Fuentes afirma que fue compañera sexual
de la virreina María Luisa. Octavio Paz escribe que fue éste un amor mutuo inspirado
en el neoplatonismo renacentista de Marsilio Ficino, filósofo al que poco se le
recuerda, y que es autor de la frase “amor platónico”. La poetisa siempre recordaba
en sus poemas eróticos que las almas no tienen sexo. “Padezco en querer y en ser
querida.” Sus poemas son de un intenso erotismo y a la postre fueron los que determinaron
su abjuración a las letras profanas que instigaron sus perseguidores eclesiásticos
masculinos.
Cualidades
Los dos eran grandes poetas, sin duda. ¿Qué distingue
a un gran poeta? Según T. S. Eliot, tres cualidades: la excelencia, la abundancia
y la diversidad. Como versificadora de exquisita maestría- dice Octavio Paz- a sor
Juana se le puede colocar al lado de Góngora y Quevedo, los grandes poetas barrocos
españoles. En América la poesía empezó a hablar con voz de mujer: sor Juana. Para
encontrar algo semejante- escribe Octavio Paz- habrá que esperar los comienzos del
siglo XX a los poetas modernistas Darío y Leopoldo Lugones. Casi no hubo forma de
versificación que ella no empleara en su copiosa producción.
El poeta alemán
se hizo famoso a los 25 años al publicar Los sufrimientos del joven Werther
en 1774, novela epistolar de su romanticismo juvenil que provoca una ola de suicidios
en Europa. Fausto fue el poema que le ocupa casi toda su vida, unos 60 años.
En 1831, dos años antes de morir termina su segunda y definitiva parte, la primera
la había publicado en 1790. Así como Dante será siempre el autor de la Divina
Comedia, y Cervantes el del Quijote, Goethe es por encima de cualquier
otro título, el autor de Fausto. Esta gigantesca obra lo coloca en la cumbre
de las letras alemanas. Jacques Barzun dice que no solo es emblema de soberbia humana,
es un gran mito occidental. Ninguna otra cultura habrá de producir algo que se le
asemeje, y resulta verdaderamente maravilloso que en una provincia excéntrica de
la cultura de Occidente, en el México colonial, una mujer, una religiosa, haya escrito
algo comparable cuando de la mano de sor Juana aparece Primero sueño, escrito
en verso y no en prosa, pues esta última no goza de prestigio en la cultura de habla
castellana. Su sueño es una visión racional y espiritual…es el vuelo del alma libre
de las cadenas del cuerpo, no del delirio del cuerpo que ha escapado de la censura
de la razón, escribe Paz.
Fausto contiene pasajes
que sor Juana ni siquiera se atreve a mencionar: el atrevimiento a desmentir las
Escrituras al decir que al principio no fue el verbo, sino el acto. El verbo-una
abstracción- viene después. Incluye supersticiones, ritos satánicos que la Ilustración
del siglo XVIII olvida o desatiende; es el lado oscuro de la naturaleza, un componente
dionisiaco y satánico es lo que impulsa. Satán se apropia del alma de Fausto
en su añoranza de lo ilimitado. Fausto- dice Barzun- se convirtió en el espíritu
del romanticismo en un personaje de fama mundial.
El éxito
Sor Juana permanece olvidada por dos largos siglos hasta
que en 1910 la redescubre el poeta Amado Nervo con su libro Juana de Absaje.
México redescubre su pasado en esos años de Revolución, la primera del siglo XX.
En vida fue toda una celebridad que se inicia cuando siendo niña sorprende por sus
conocimientos en examen público que convoca el virrey novohispano Mancera. Unos
cuarenta hombres, españoles, de letras de la Universidad de México convocados a
Palacio la examinan y quedan sorprendidos: “que a la manera de un galeón real se
defendería de pocas chalupas que le embistieran, así se desembarazaba Juana Inés
de las preguntas, argumentos y réplicas que tantos que cada uno en su clase, le
propusieron”, según relata Mancera. Su fama alcanzó los límites del mundo hispánico.
En 1689 es elevada a la categoría de Décima Musa Americana. Sus contemporáneos la
elogiaron por haber seguido el ejemplo de Góngora. Vio impresos sus libros en Sevilla
en dos tomos. “Sus poemas circulaban de mano en mano y nadie se escandalizaba por
el tono acentuadamente erótico de muchos de ellos”. Sus comedias se representaban
en Madrid, los admiradores le escribían desde Madrid, Sevilla, Lima, Quito. Fama
que llega hasta donde se habla castellano, dice Pedro Henríquez Ureña. Su celda,
que no era tal, del convento atraía a muchos personajes eminentes, deseosos de conversar
con sor Juana. Su largo poema “Primero sueño, afirma Octavio Paz, pertenece
a la historia de la poesía universal”, en este sentido me atrevo parangonarlo a
Fausto.
Goethe no ha
sido olvidado jamás desde su muerte en 1832, su fama no ha tenido ni conocido pausas.
Son dos centurias de una fama que no cesa de agigantarse: es el máximo poeta de
lengua alemana. Fausto es un poema que se lee en todas las lenguas modernas,
ha sido inspiración de múltiples obras literarias y musicales. Alemania cree hondamente
que tiene una misión: llevar la cultura a los confines de la ecúmene, a todos
los rincones del planeta, y Goethe es figura principal de esa portentosa y tremenda
misión a la que se ha consagrado la nación teutónica, que quizá sea eco de que ella
ha sido cuna de la invención que hizo posible la inmensa multiplicación y difusión
de la cultura y del saber como nunca antes había conocido la humanidad: la imprenta.
Resulta cruel paradoja de la historia que haya sido ésta muy culta nación europea
principio de uno de los totalitarismos más abyectos del siglo XX: el nazi-fascismo
o nacional-socialismo alemán. George Steiner dice que los empleados de los campos
de concentración oían a Beethoven y leían a Novalis por la tarde luego de laborar
por las mañanas en los hornos de incinerar a los judíos.
los románticos
fueron los primeros poetas y novelistas que alcanzaron una reputación realmente
europea, pronto se les calificó de clásicos: Goethe, Schiller, Pushkin y Mickiewiz
son clásicos en sus respectivas patrias. El siglo XVIII produjo cuatro nombres que
se enfrentaron a tal centuria: Rousseau, Burke, Kant, y Goethe. La petición de Fausto
de “volar entre las estrellas”, y el “quédate” que detiene al tiempo que mata, tuvieron
oídos extraeuropeos. El interés de Goethe no se limitaba al de un simple intelectual
con interés en la ciencia: él era un científico. Su trabajo sobre la metamorfosis
de las plantas había sido aceptado por los botánicos y los anatomistas habían hecho
lo propio con su descubrimiento del hueso intermaxilar en 1783. Es el hueso en forma
de herradura llamado hiodes y que ha cobrado gran interés hogaño y que habría deslumbrado
a Goethe. Los científicos han descubierto que este hueso situado encima de la laringe
tiene una gran responsabilidad en la modulación de las palabras y el vocabulario
en la especie humana. El lenguaje es la casa del alma.
En botánica elabora
Goethe las teorías sobre la Urpflanze, una mística planta original de la
cual derivaría todo el mundo vegetal. Una mística científica que tanto temor infundía
a sus contemporáneos. Se trata de la naturphilosophie, un intento de los
filósofos alemanes, Goethe y Schelling entre otros, de elaborar una imagen de la
naturaleza en todo conforme a los principios del idealismo filosófico, incorporando
los más modernos descubrimientos científicos. Geymonat dice que esa naturalphilosophie
debido a su carácter especulativo y metafísico ha sido considerada un momento incomprensible
de desorientación de la ciencia moderna, un turbio abandono a las fuerzas desenfrenadas
de la fantasía que ha llegado a producir las absurdidades más ridículas, que nos
recuerda la desatinada “genética proletaria” de Lisenko, que provoca una enorme
hambruna en la Rusia Soviética en los años 1930, una genética basada en el enorme
dislate que es Dialéctica de la naturaleza de Federico Engels.
Ideas pedagógicas
Escribe la poetisa novohispana que la inteligencia no
es privilegio de los hombres ni la tontería exclusiva de las mujeres. No sé si Simone
de Beauveoir menciona en Segundo Sexo a sor Juana. Pero Octavio Paz dice
algo sorprendente: Con sor Juana comienza algo que todavía no termina: el feminismo.
Educa con su ejemplo y dedicación también en el presente. Grande y verdadera novedad
histórica y política: pide sor Juana la educación universal para las mujeres, impartida
por ancianas letradas en las casas o en instituciones creadas para tal fin. Se ha
llegado a decir, escribe Pedro Henríquez Ureña, que sor Juana, de haber nacido a
fines de siglo XIX, habría sido feminista y hasta sufragista.
La Alemania de
Goethe experimentaba por aquellos años un renacimiento cultural que se relacionó
con una suerte de fiebre epidémica por la lectura, la llamada Lesewut o Lesesucht.
En 1770, al comienzo del Sturm und Drang, se publicaron 1.600 títulos,
luego 2.600 en 1780, y 5.000 en 1800. Goethe, gran lector, se vio impelido
por este prodigioso movimiento a convertirse en pedagogo, cuando de hecho ya lo
era desde muy joven. Con su febril y constante actuación transmite pedagogía. Su
interés por el conocimiento lo impulsan hacia la literatura, el arte y a la ciencia
natural. Lee Emilio de Rousseau y al suizo Pestalozzi. Al final de su vida,
a los 80 años, escribe Wilhelm Meister, (Wilhelm Maestro) novela que es un
largo viaje del espíritu, novela filosófica de corte educativo, que es como una
Provincia pedagógica, su reino de utopía. “Pensar y obrar, obrar y pensar es la
suma de toda sabiduría”. Schelling se va muy lejos al decir que acepta como novelas
en el más alto sentido estético a Don Quijote y Wilhelm Meister. Con
cierta razón, dice Lukács, puesto que ambas novelas recibieron su máxima expresión
ideológica y artística dos grandes crisis de transición de la humanidad. No menos
conocida es la frase que pone Goethe en boca de Fausto: “Todos los libros
son polvo, no vida”. Es una obra que no tiene equivalente en la literatura europea,
así como Primero sueño de sor Juana tampoco la tuvo en la edad barroca. Es
una obra única en lengua castellana y habría que esperar más de dos siglos -afirma
Octavio Paz- para que se escribiera algo semejante en Europa.
Sed de conocimientos
Lo que en mayor medida me llama la atención de este
par de escritores que vivieron en dos siglos diferentes y en dos realidades históricas
muy distintas y antitéticas, ha sido la intensa e inigualada sed de saber y de conocimientos
que mostraron durante sus vidas. Querían saberlo todo, no había territorio del conocimiento
en donde no depositaran su interés. Nada logra apagar la aspiración a conocerlo
todo e hicieron cualquier cosa por lograr tan desmedido objetivo. Esto los hermana,
establece un vínculo entre ellos: un anhelo fáustico desmedido. Sor Juana, alma
indomable, insaciable en el saber, quiso disfrazarse de hombre para tener acceso
a la universidad en aquella sociedad de marcada cultura masculina como es la cultura
hispanoamericana. “Estudiaba en todas las cosas que Dios crio, sirviéndome ellas
de letras, y de libro toda esa máquina universal.”
Dice Henríquez
Ureña que “Le parecía preciso (a sor Juana), para llegar “a la cumbre de la Sagrada
Teología… subir por los escalones de la Sciencias y Artes Humanas; porque ¿cómo
entenderá el estilo de la Reina de las Sciencias quien aún no sabe el de las ancillas?”
Hoy en día la Reina de las Ciencias de antaño, la Teología, ha sido desplazada de
manera irreversible por una ciencia agresiva y dinámica: la Física, nueva Reina
de las Ciencias Naturales, un proceso que la monja apenas podía avizorar en forma
vaga e imprecisa, pues la nueva ciencia o “filosofía natural” hacía sus primeros
y titubeantes progresos entonces con Bacon, Galileo y Descartes. La Teología se
iba convirtiendo desde entonces en un “caserón vacío”, escribe Paz.
La poetisa novohispana
tenía algún atisbo de lo que en la esfera de las ideas conducía a la modernidad.
No olvidemos que el siglo XVII fue el siglo de la gran revolución científica con
las eminencias que eran Newton, Huygens, Locke, Leibniz y Kepler. Pero había un
serio problema en la comprensión de este proceso gigantesco del conocimiento por
parte de sor Juana. Por un lado, vivía en una cultura que se cierra a tales avances
científicos gracias a la Inquisición y a la prohibición de estos conocimientos por
parte de la Iglesia Católica, pero así y todo se leían subrepticiamente estos libros.
Y por el otro es que recibe estos conocimientos a través del espejo deformante del
jesuita alemán Atanasio Kircher, último representante del hermetismo en el siglo
XVII, quien escribió unos libros que le harán famoso. Se le considera el fundador
de una “ciencia barroca”, a medio camino entre la especulación y el acierto científico.
Sus libros-dice Paz- no solo contenían hipótesis fantásticas apoyadas en una erudición
libresca, sino que eran enciclopedias del saber de la época. Una obsesión le persigue
hasta su muerte: la egiptomanía: quería derivar todas las civilizaciones, China,
México e India, del Egipto antiguo.
En la Carta
a sor Filotea sor Juana habla de una “filosofía de la cocina” y dice que “si
Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.” Ella descubre acontecimientos
naturales en el acto de guisar. “Veo que un huevo se une y fríe en la manteca y
aceite; y, por contrario, se despedaza en el almíbar; veo que, para que el azúcar
se conserve fluida, hasta echarle una mínima parte de agua en que haya estado membrillo
u otra fruta agria…” A mi modo de ver, este acto de aguda observación de la religiosa
bien puede parangonarse a una de las fases del método científico que por aquellos
mismos años construía Galileo Galilei. Es una idea que se le ocurre a ella desde
la experiencia culinaria y no es el resultado de un mero silogismo de la escolástica
medieval aristotélica. Sencillamente genial.
Sor Juana sintió
vivo interés por los fenómenos ópticos y las percepciones engañosas que en el siglo
XX vendrían a llamar la atención de la psicología de la alemana de la Gestalt, según
la cual el acto de ver no es una actividad pasiva, sino fuertemente interpretativa:
“Si veía una figura, estaba combinando la proporción de sus líneas, y mediándola
con el entendimiento, y reduciéndolas a otras diferentes. Paseaba algunas veces
en el testero de un dormitorio nuestro…y estaba observando que, siendo las líneas
de sus dos lados paralelas, y su techo a nivel|, la vista fingía que sus líneas
se inclinaban una a otra, y que infería que las líneas visuales corren rectas, pero
no paralelas, sino que van a formar una figura piramidal. Y discurría si ésta era
la razón que obligó a los antiguos a dudar si el mundo es esférico o no. Porque,
aunque lo parece, podía ser engaño de la vista demostrando concavidades donde pudiera
no haberlas.”
En otra ocasión
relata sor Juana en Carta a sor Filotea: “Nada veo sin segunda consideración.
Estaban en mi presencia dos niñas jugando con un trompo, apenas yo vi el movimiento
y la figura, cuando empecé, con ésta mi locura, a considerar el fácil motu de la
forma esférica, y cómo duraba el impulso, ya impreso e independiente de su causa,
pues distante de la mano de la niña, que era la causa motiva , bailaba el trompillo,
y no contenta con esto, hice traer harina y cernerla, para que, el bailando el trompo
encima, se conociese si eran círculos perfectos o no los que describía con su movimiento;
y hallé que no eran sino unas líneas espirales, que iban perdiendo lo circular cuando
se iba remitiendo el impulso”. Acá debemos hacer dos precisiones. La primera es
que la monja realiza un auténtico experimento, palabra que significa “fuera de la
mente”, es decir probar en los hechos y no con la mente, como hasta entonces se
acostumbraba desde la Antigüedad y que Galileo demostró que era un grave error formular
hipótesis a base de anacrónicos silogismos. Lo segundo es que sor Juana desmiente
la creencia de los pitagóricos de que la geometría gobierna la realidad, y que el
movimiento del trompo en consecuencia debía ser perfectamente circular. El pitagorismo
tuvo larga vida y no fue sino hasta tiempos de Kepler que se demostró que las orbitas
de los planetas no es circular sino elíptica. Si la religiosa hubiese contado con
un telescopio mucho habría descubierto entonces al observar estrellas y planetas
en las noches de ciudad de México.
No menos sorprendente
en la monja es su estrategia de estudios, la misma que emplearía siglos después
Charles Darwin al descubrir las leyes de la evolución de las especies al leer al
economista Adán Smith: “Yo de mi puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor
de una facultad, lo suelo entender de otra, que parece muy distante…”. Ella era,
dice Henríquez Ureña, ante todo intelectual: la facultad predominante en ella no
era la facultad de creación poética sino la inteligencia como razón, como facultad
de entender y juzgar.
Goethe realiza
un controvertido viaje a Italia para conocer in situ la Antigüedad clásica,
así como el grandioso movimiento cultural del Renacimiento de los siglos XV y XVI.
Arriesga su vida para conseguir una muestra de rocas que le interesan al borde de
un peligroso peñasco. Es poeta, es científico, hombre de mundo, curioso en extremo:
el “hombre fáustico” que se lamenta: “mucho sé, pero saber quisiera el todo.” La
ciencia no calma el ansia humana por un saber integral, escribe Ignacio Burk. Al
hombre apasionado por saber, le ha asediado en todo tiempo la tentación de acudir
a recursos divinos y demoniacos para obtener verdad y poder. Es la tentación de
Fausto:
He estudiado, ay, toda la filosofía,
También medicina y juristería
Y, lamentablemente, la teología.
Todo lo estudié con ardiente afán.
Pues, cual pobre necio me tienes aquí.
Pues ahora más ignorante me hallo,
Me dicen “Magister” y hasta “Doctor”
Y hace más de diez años que en verdad lo soy
Y con mis discípulos errante y cruzando los caminos voy
Engañándolos, porque yo mismo no sé en donde estoy.
Y al comprender que nada podemos saber
Mi corazón está a punto de fallecer.
He aquí que a la magia me entregué:
A ver si la boca de algún espíritu con poder
Me revele el misterio de un secreto saber
Y me libere de que, tras amargo sudor,
Tenga que decir que no lo sé, que nada sé.
Que yo pueda descubrir lo que al mundo
Contiene en lo más íntimo de su ser,
Y pueda mirar todo su poder creador y su honda raíz.
Y con palabras huecas no tenga que contestar.
La pasión de
Fausto es sed de saber intelectual; y es sed de poder a fuerza de saber,
escribe el eminente maestro germano-venezolano Ignacio Burk, quien ha sido uno de
mis guías espirituales al enseñarme amar la cultura de habla alemana: Mann, Brecht,
Durero, Einstein, Leibniz, Kepler, Heisenberg, Novalis, Beethoven, Bach, Marx, Kant,
Goethe, y difundirla con entrega sincera y ardorosa pasión a mis discípulos y colegas
en distintos niveles de la educación venezolana.
Es famosa la
teoría de los colores o Zur Farbenlehre, elaborada por Goethe en 1810, teoría
que no tiene como objetivo esencial un hecho real y preciso, sino una enseñanza
esotérica sobre el origen místico de los colores, la unión de la luz y las tinieblas.
En esta teoría Goethe se aparta de las ideas de Newton y de la Ilustración con respecto
al color. Funda una suerte de psicología de los colores, atribuyendo un color específico
a cada una de las personalidades humanas. En este curioso empeño lo acompaña el
poeta Schiller y fue novedad que no compartieron los científicos de entonces. Hogaño
ha despertado renovado interés esta heteróclita teoría.
El poeta alemán
era un polígrafo excepcional, se interesa por la anatomía comparada, la explotación
de las minas, la construcción de aeronaves, el neptunismo, teoría que sostiene que
las rocas se forman en el fondo marino, matemáticas, galvanismo, frenología, química,
mineralogía, las nubes, zootomía, plantas exóticas, fauna y flora americanas, los
cuerpos simples, la aurora boreal, las primeras locomotoras, recoge todos los datos
a su alcance sobre la isla de Malta. Goethe sacó de la ciencia el principio de una
inagotable juventud. Era una genialidad, noción elaborada por primera vez por los
románticos. Más tarde, el positivismo establece una sutil equiparación entre locura
y genialidad, verdad científica de la frenología del criminalista italiano
Cesare Lombroso, quien analiza los casos de locura creativa de Cellini, Goethe,
Vico, Tasso, Newton y Rousseau.
Reflexiones finales
De haber vivido en el siglo XXI sor Juana y Goethe,
estas dos cumbres de la literatura universal que buscaban infatigablemente una explicación
a todos los fenómenos, habrían sentido que lo que para ellos era una intuición aún
informe, que no tenía contornos precisos y que seguramente ellos no disponían de
las palabras necesarias y precisas para nombrarlas, como dice Lucien Fevbre. Arguye
que el conocimiento humano está todo conectado, que todo guarda relación, tal como
expuso en 1665 Atanasio Kircher en su “Cadena del ser”. Les habría resultado entonces
maravilloso lo que se llama hoy día Teoría de la Complejidad, la cual asume que
la separación de ciencias de las humanidades hace daño, es perjudicial a la cultura
humana. Es desde allí como podremos comprender la sorprendente, asombrosa analogía
entre ciencias y artes, la profunda analogía entre creatividad científica y la artística
de la que nos habla el Premio Nobel de Química Ilya Prigogine.
Se trata de superar
lo que el científico y novelista estadounidense C. P. Snow llamaría en 1959 “las
dos culturas”, la bifurcación de las artes y las ciencias. Los artistas-científicos
siempre han existido. Paul Johnson destaca al sabio egipcio Imhotep, al visionario
Arquímedes, el ejemplo superlativo de Leonardo da Vinci. En la Florencia del Renacimiento
destacan Verrocchio, Leonardo, Della Robbia, quienes podían ocuparse de cualquier
cosa. El alemán Durero, Bramante, Miguel Ángel y Cellini eran artistas que sabían
mucho sobre el mundo físico y su funcionamiento. Son los creadores polifacéticos,
escribe Paul Johnson. Este escritor británico agrega otros polifacéticos: al “padre
fundador” de los Estados Unidos Benjamín Franklin, los poetas románticos Wordsworth
y Coleridge, quienes se vincularon a la química de entonces.
Paul Johnson dice que lo que hermana a la ciencia
y la literatura es un recurso extraordinario que emplean ambos discursos: la metáfora.
En el relato científico, en la formulación de una hipótesis, se recurre mucho al
recurso literario de la metáfora, cuyo propósito primario es mostrar un significado
de forma más clara y llamativa , mientras que el secundario es permitir que los
pensadores (o los escritores) extiendan y abran procesos mentales a una variedad
de caminos que amplían el asunto en discusión, relacionando ideas aparentemente
dispares o distantes de una manera creativa y saltando de la física a la metafísica
y viceversa.
No se puede dudar
de una percepción metafórica de la realidad, escribe Ricoeur, quien agrega que existe
una relación entre metáfora y comparación. En las ciencias avanzadas la metáfora
es esencial y todos los diagramas son metáforas. Las palabras “estructura” y “enlace”
son en sí mismas unas metáforas, afirma Paul Johnson. La metáfora es puente de la
ciencia y el arte. Los creativos usan más metáforas que los de limitada imaginación,
dice este escritor británico.
Es por todo ello
que me atrevo sostener que la creatividad de sor Juana y de Goethe tiene como uno
de sus fundamentos básicos la metáfora. La misión de la poesía y la prosa elevada,
dice Ricoeur, es establecer nuevas formas de implicaciones, y en estos discursos
la contribución de la metáfora a la lógica de la invención será decisiva. La metáfora,
que es poema en miniatura, contribuyó a que estas dos mentes en extremo curiosas
a establecer vínculos entre lo que hogaño nos parecen dos realidades disociadas:
el arte y la ciencia. Este divorcio está llegando a su final y será unos de los
grandes triunfos del pensamiento en los inicios del tercer milenio.
Sin embargo,
quiero destacar la grandeza espiritual de sor Juana sobre la de Goethe, pues ella
debió de vencer obstáculos casi insalvables para su época, y que el sabio germano
no sufrió. El primero es de orden cultural: la religiosa mexicana vive en una cultura
como la barroca que estaba hecha, dice Octavio Paz, para enfrentar la modernidad.
Goethe se nutre del Siglo de la Razón y de la duda, sor Juana fallece cuando está
por iniciarse este descomunal proceso intelectual que perfila la modernidad: el
pensamiento de la Ilustración. La edad barroca en Hispanoamérica era una anacrónica
y pesada losa.
Sor Juana nunca
salió de la Nueva España y era prisionera, por así decir, de la lengua española
y de un idioma que estaba llegando entonces al ocaso de su universalidad, el latín.
El poeta germano en cambio hablaba varias lenguas, latinas y germánicas. Estudia
en Estrasburgo, una ciudad de espíritu francés y alemán, una encrucijada de la cultura
en Europa. Hace un viaje de dos años a Italia. La lengua materna de Goethe es el
alemán, la lengua de la supremacía del pueblo alemán, un país que secularmente ha
tenido la misión y el deber de culturizar al resto de la humanidad. En alemán se
escribe lo más destacado del pensamiento moderno con Emmanuel Kant a la cabeza.
La lengua española de la Contrarreforma católica no asimila la revolución científica
del siglo XVII y se cierra a las Luces del siglo XVIII, al Siglo de la Razón. “No
tuvimos Ilustración”, sentencia con cierta amargura Octavio Paz.
El sexo de sor
Juana es otro difícil, grave impedimento constitucional, pues vivió en una cultura
destacadamente “machista”, para emplear una expresión de hogaño. Se trata de la
“razón patriarcal” que domina la sociedad novohispana y sobre todo a la Iglesia
Católica, una ortodoxia que termina por hundirla y la hace abjurar a las letras.
Todavía en el siglo que corre esta conducta carcome, no solo a México, sino a todos
los pueblos hispánicos. El poeta germano hizo gala de su virilidad sin tapujos,
pues se hizo acompañar de diez amantes platónicas o intimas a lo largo de su provecta
existencia de 83 años, una cifra que aun hoy nos sorprende y que fueron una inagotable
fuente de inspiración. Fue un Emperador del erotismo. Me dice mi amigo Pascual Mora
que el genio alemán no pudo escapar, lamentablemente, a un falogocentrismo, en palabras
de Jacques Derrida.
Para finalizar,
un aspecto que apenas menciona Octavio Paz en Sor Juana Inés de la
Cruz o las trampas de la fe. Tiene que ver con el color de la piel
de la religiosa novohispana: ella era criolla y morena, es decir que por sus venas
corría sangre vasca española y sangre aborigen azteca o de cualquier otro pueblo
de la antigua Mesoamérica. Se trata de la nueva realidad mestiza del continente
bajo dominación hispano- lusa que no fue posible realizar en la América sajona ni
en la India bajo dominación británica. Esta mezcla racial que hoy nos enorgullece
y distingue fue anatematizada en el siglo XIX por Arthur de Gobienau quien la hizo
responsable de la decadencia de las naciones al perder la pureza racial. ¿Qué pensaría
este supremacista francés de haber conocido a sor Juana? ¿Qué habría pensado de
su indiscutido y enorme talento y entendimiento? ¿Cuál sería su juicio sobre la
deslumbrante belleza física y donaire de la religiosa novohispana?
El poeta germano
es conocido por su olímpico desprecio por África negra que hubiera desagradado en
extremo al antropólogo Jack Goody. En su infancia, dice Marcel Brión, abandona la
escuela porque a ella asistía un niño de rostro atezado y cabello oscuro que lo
disgustaba: “¡Llevaos al niño negro!”, gritaba “¡Llevaos al niño negro!” Es bueno
decirlo todo: Goethe era además antisemita y forma parte de la corriente “idealista”
alemana junto a Fichte, Hegel y Bauer, en cada uno de los cuales los elementos antijudíos
se acentuaban cada vez más, afirma el británico Paul Johnson.
En la actualidad
la figura de Goethe es mucho más conocida que la de sor Juana. El crítico literario
estadounidense Harold Bloom la menciona de pasada en su controversial El canon
occidental (2009) al referirse al libro de Octavio Paz referido a la religiosa
mexicana. Es una omisión que pudo ser enmendada, tal como la que reconoció este
autor hebreo estadounidense cuando tardíamente descubre a Alejo Carpentier como
una gigantesca figura de las letras hispanoamericanas.
El país germano tiene enormes recursos e influencias para promocionar a su poeta científico, pero es bien sabido que la lengua alemana se ha estancado en su crecimiento e influencia planetaria, no así el español una lengua que tiene su futuro asegurado y es una de las más habladas del mundo. En la lengua de Cervantes ha escrito Gabriel García Márquez su obra maestra Cien años de soledad, hoy reconocida como la primera novela verdaderamente global. No sería mucho pedir que las obras de sor Juana sean traducidas al chino, persa, hebreo, japonés o al esperanto, notable obra de enaltecimiento de la cultura hispanoamericana y de la mujer que encontró en las letras profanas su inmortalidad laica. Por ello me atrevo decir que la obra de sor Juana se asemeja en originalidad y densidad a la de Goethe, y que si ella hubiese tenido las condiciones más favorables de la que disfrutó el poeta tudesco, quizá habría llegado a igualar y hasta superarlo en más de un aspecto. La posteridad tiene la palabra.
Bibliografía
Barzun, Jacques. Del amanecer de la decadencia. 500 años de vida cultural de Occidente. (De
1500 hasta nuestros días). Taurus Historia. Editorial Santillana, México,
2005.
Bloom, Harold. El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas. Editorial Anagrama.
Barcelona, España, 2009.
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Autor de Ocho pecados capitales del historiador,
Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal
Carora, 1890-1937. Sor Juana y Goethe:
del barroco al romanticismo. Miembro de la Fundación Buría.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 199 | dezembro de 2021
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