Como si se tratase de un signo
caligráfico, pocas líneas son necesarias para trazar su perfil: de talante fielmente
vanguardista, participa en la fundación del Grupo Apocalipsis
de tendencia surrealista, en Maracaibo, funda en el diario El Universal la columna “Reseña de la Semana”, dedicada a la actualidad
plástica, luego es miembro fundador de El Techo de la Ballena, grupo de vanguardia
que repercute de manera significativa en la actividad literaria y plástica durante
la década de los ‘60, y es más tarde miembro del movimiento pictórico conocido como
Informalismo. Con todo, Calzadilla tiene una obra poética de más de 20 títulos,
a la fecha. El más reciente de ellos es el que ahora nos ocupa: Vela de armas.
Porque
nada es gratuito (lo que no significa dejar de lado el azar) en poesía, ya desde
el título se nos habla de lo que será un conjunto de textos contemplativos, pero
no pasivos: como caballero medieval, acaso como Don Quijote en su primera salida,
Calzadilla está velando las armas, está quieto y al mismo tiempo cuidando la posibilidad
del combate. Velar las armas es estar alerta, y el poeta lo está. Sin embargo, su
alerta no atiende al orden normal de las cosas. Por ello, declara en el poema que
le sirve de Proemio:
Sólo tengo ojos para lo que no existe
pues lo visible es lo que ya ha sido creado
sin resistencia, sin necesidad de nombrarlo
nuevamente por las palabras…
Lo
velado, las armas, se encuentran más allá de lo que ha sido creado y aceptado sin
resistencia. La batalla potencial es acaso con la realidad misma, pero no en éste
libro. Aquí se cuida lo apetrechado, la munición dispuesta. Es este carácter pre-belicoso
lo que me parece cohesiona los poemas tan diversos de Velar las armas, que lo mismo habla de la creación poética que del mundo,
del poeta en el mundo, de sexo o de la muerte.
Visto
así, Vela de armas es una colección de
poemas y al mismo tiempo un libro integral. Me explico: sus poemas no tienen un
eje temático ni formal, pero los une un carácter proposicional: todos los poemas
toman una postura respecto de aquello a lo que se refieren. Quiero decir que, como
es de esperarse en un artista “total” o “integral”, como él mismo se define haciendo
referencia a su capacidad para pasar de una forma artística a la otra casi sin notarlo,
éste no es un libro de exploración sino de propuestas. El tono poético de Calzadilla
es ya cierto y sólido. Su poesía es, con plena convicción y sin ningún aspaviento
dramático, desencantada, de un pesimismo burlón y desenfadado que empieza y termina
por desdeñar el preciosismo, la floritura. Vela de armas es el libro de un poeta
decano que se sabe en posición de aconsejar, o acaso mal aconsejar, como lo hace
en el segundo poema de su libro, titulado Consejos
a los jóvenes poetas, y que yo cito completo:
Dilo poco a poco.
Manda al diablo
la versificación y la métrica.
La impostación y
la retórica.
Promedia tus necesidades
de verbalización
de modo que tu discurso
no resulte largo ni torpe.
El poema como el
aliento debe ser corto,
y las palabras no
demasiado enfáticas
para que, cuando
te sientes a escribir
digas con exactitud
todo lo que nunca
Llegarás a saber
de las cosas.
Este poema, como los demás del
libro, afirma una postura sin vacilaciones. No estamos frente a un poeta que se
acerca a la poesía para indagar, sino frente a un artista que la usa como medio
para expresar que ha tomado partido, que cree
algo, aunque ese algo sea precisamente no creer, o en burlarse de esa increíble realidad de las cosas que abarca
incluso la imagen propia y la ajena. Por esta disociación del yo salta más de una vez en el libro la imagen
de Rimbaud, disociador de lo mismo hasta volverlo múltiple, que Calzadilla sigue
hasta el extremo de titular un poema Yo es
otro, partiendo hacia la no-comunión con su propia imagen, en el espejo:
Lo que el espejo
dice de mí
no crean que me
reconforta.
Cuando me veo en
él me veo perdido
como si, más que
un espejo,
se tratara de mi
fosa.
Ya quisiera yo verme
en él de cuerpo entero,
libre de edad y
de los estragos del tiempo
sin recibir amenazas
de una sustancia
extraña y lisa
que tomándose atribuciones
y hablando en mi
nombre
se empeña en demostrar
que
ese que veo en el
espejo no es yo
sino otro.
Esta disociación entre el cuerpo
y la energía inmortal que contiene aparece en varios textos de este libro, diseminados
como la intención de no aparentar que se trata de una obsesión recurrente. De modo
novedoso, aparece en esos poemas el nada nuevo tema del tempus figit que el poeta aprovecha para hablar de su propio cuerpo
como algo lejano, no propio. A veces el poema está incluso fuera del yo como hablante lírico. Cito fragmentos
de dos poemas consecutivos en el libro, a Como
espejo de sí mismo:
Examen
de la territorialidad matutina que este sujeto rinde al despertar. Suerte de ceremonia
diaria mediante la cual pasa revista a las propiedades de su cuerpo. Despabila,
se rasca, examina en el espejo el mapa fláccido de su rostro, flexiona una y otra
vez cada uno de sus músculos para verificar si giran en sus cuerpos…
Y de El espécimen dentro del cual momentáneamente quepo:
Mientras
camino me vuelvo real en el espacio que mi cuerpo llena, y me hago evidente como
una interrogante que marcha o, con más exactitud, como una palabra ensamblada a
duras penas sobre el eje junco de mis dos piernas.
Entiéndase
bien, sucede que trato de ser apto, de trata de que existo modelado por las cifras
de mi nombre…
Uno de los poemas más peculiares
por su tema y tratamiento es Asuntos del Trópico,
que no puede leerse sin pensar en los poemas llenos de luz escritos por un poeta
también venezolano, solamente 8 años menor que Calzadilla, aunque mucho más cuidadoso
de la forma del poema, concebido como canto. Hablo por supuesto de Eugenio Montejo,
y de su bello texto Trópico absoluto. Por
la fecha de publicación, es fácil pensar en una influencia directa del texto de
Montejo en el poema de Calzadilla, lo cual es en sí mismo una lección de poesía:
las armas se velan contra la realidad, pero jamás contra poesías distintas, mientras
efectivamente sean poesía. Por ello adquiere especial significado que la colección
en que se publica el libro que ahora reseño se llame precisamente “Alfabeto del
mundo”, en honor a un libro de Montejo. Dejando de lado la retórica onírica, el
poema de Calzadilla asegura:
El
sol
no
hace ruido pero cómo
quema.
esa es su manera
de
dorarnos la píldora
para
recordarnos con saña
que
le debemos la vida.
Esa
es su manera
de
pasarnos la cuenta
y
de decirnos que son
nuestros
cuerpos el papel
donde
más goza escribiendo su recibo…
Así, en Vela de armas no hay un tema permanente, pero sí un carácter afirmador
que termina por ser el elemento aglutinante del libro. Ciertamente, debo decirlo,
en el libro hay una clara reiteración del tema de la muerte y del cuerpo, que no
termina sin embargo por ser su eje central, porque no lo hay. Lo mismo puede decirse
de las reflexiones sobre el cómo escribir, esbozadas en los Consejos a los jóvenes poetas, y retomadas
en el poema Cuando estás cazando caribús/debes
pensar como un caribú, en el que se asegura:
Cuando
estés escribiendo, obsérvate como si
fueras
la escritura
con
el lápiz apuntando hacia el centro de ti
rayándote
el alma.
Desde mi lectura, cada una de estas posturas, cada
poema del libro es una forma de velar las armas, de prevenir el combate que será
frontal contra la realidad paralizada… pero no en este libro que ha decidido apelar
únicamente a lo invisible, desde el Proemio,
dejando afuera lo otro.
Con todos sus aspavientos e ironías, estamos frente
a un libro contemplativo venido de las manos de un guerrero o de un Quijote que
conoce las batallas, que las ha ganado, y que ahora vela y aconseja y que, preocupado
por el tiempo, termina el libro escribiendo su Epitafio, e interpelando con ello a los que vendrán después, a los jóvenes
aconsejados, a esos lectores que lo siguen y a los cuales, generosa pero veladamente,
les anuncia un lugar, una vacante que él mismo heredó:
Todos
los que han muerto, murieron por mí.
Todos
los que mueren, mueren por mí.
Si
no murieron por mí, yo no estaría vivo
ni
estuviera yo llenando por ellos
el
lugar que dejaron vacío para mí.
No
estaría yo ocupado
de
escribir en este momento
el
poema con que termino.
Vela
de armas es,
de inicio a fin, un libro en que puede leerse a un poeta dueño de sí mismo y de
su propuesta, incluso en su anti-técnica de escritura que algunos lectores pueden
leer como escritura simplemente descuidada, pero hay que leer el libro sabiendo
su procedencia: Calzadilla es un decano de batalla y al mismo tiempo el más joven
de todos, el reinventado.
Contrario a la mayoría de los
libros de poesía actuales, Vela de armas no
se dedica a cuestionar ni a deconstruir
nada, sino que, partiendo del rechazo de la realidad como la conocemos, ejerce su
voluntad expresiva señoreándose, lo que lo hace un libro raro y extremadamente valioso
dentro y fuera de la obra de Juan Calzadilla, y de la propia poesía venezolana.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 199 | dezembro de 2021
Artista convidada: Ithell Colquhoun (Índia, 1906-1988)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2021
Visitem também:
Atlas Lírico da América Hispânica
Nenhum comentário:
Postar um comentário