segunda-feira, 6 de dezembro de 2021

PEDRO DELGADO MALAGÓN | Conjeturas de la noche

 


La noche es tiempo vertical, erguido, hincado con fijeza en la nostalgia. Turno obstinado que se oculta en los rituales de la sombra. Tiempo intransferible, encadenado, anudado en sí mismo. Contrapunto de la vida y la muerte. La noche es Europa secuestrada por Zeus. La noche es el fuego descalzo de la memoria.

 

1964

La calle El Conde se queda sin pisadas ni rumores después del aguacero. Sucesivas y limpias, las vidrieras traslucen el asfalto con un algo de noche preterida. Llovió fieramente antes de bajarme del carro. Ahora, desde la acera, noto la mujer que está parada en la esquina. Su cabellera es una urgencia de sombra, un arrebato de agua oscura e incierta.

La puerta del Baitoa está rodeada de faroles rojos. Cuando entro al sitio, en la penumbra distingo a un gozoso y serpenteante negro que toca el piano en el fondo del salón. El lugar es estrecho y apenas caben unas ocho o diez mesas. De repente, la colmena de feligreses amontonados en la barra y en los rincones estalla en coros jubilosos y mordaces, en sátiras festivas y burlonas. Sucede que el pianista ha iniciado su guaracha “El guardia con el tolete”, y la concurrencia se transforma súbitamente en un danzante aquelarre tabernario: estruendoso, erudito de blasfemias, protestativo contra el orden político usurpado. Uno entona la canción, otro acompaña con las maracas, el otro golpea rítmicamente el plato con la cuchara, el de más allá aplaude entre el jolgorio incesante. Por un momento, aquello me parece un universo trepidante y sacrílego, intemporal e irrespirablemente humano. Luego, al finalizar los acentos de “El guardia…” y al emprender el pianista su íntima “Casita de campo”, la atmósfera cambia. Todos, ahora, han de estar como regidos por una piadosa y desusada anarquía.

Yo sólo distingo la silueta, de pie, al fondo de la barra. En sus manos se balancea una copa de fulgor rojizo y evasivo. La cabellera es una sombra que apenas me permite imaginar el cigarrillo colgando de sus labios.

Tiemblo levemente al pensar en la mujer de la esquina.

 

1970


Esas noches que inventaste, y que tuyas y de ellas fueron a la orilla del mar, ¿dónde están? ¿Adónde vagan ellas y tú y aquellos rumores? Ven, después que una de esas madrugadas te escaparas con Maribel al soñado paraíso de tus luases y tus bocós con pañuelos colora’os. Tú, que aprendiste a decir amor a primera vista con la cerrada garganta de unos tumba’os dolorosos, de unos desconcertantes pedales intransitivos. ¿Por qué te has ido del alto árbol de canciones de zumbadores y tamboras, de síncopas más endiabladas que el ají caribe y más ardientes que tus zapatos de fuego naif, y más leves que los campos de pluma de la muerte en esta noche que no cesa? Vuelve, Manuel, amigo. Regresa…

Se escuchan las olas desde la terraza y también, aunque más tenuemente, en el interior de la gran sala del bar con el piano que gira en la plataforma, desde donde Danny y Fausto suavemente rajan y dividen la noche en pedazos dulces y blandos, en gajos transparentes y livianos que no son sino vocablos de garotas y de gracias, de olas y confines, de insensatas quimeras quinceañeras que Tom y Vinicius apresan con las manos del sueño. Y luego llegas tú, Manuel, también con tu enjambre de muchachas y de trinos, de Charitines y Rhinas y Cecilias que te devuelven al delirio cardinal de aquellos días en que hubo una Rosario que nunca te abandonó del todo, que jamás estuvo distante cuando tú gritabas: ¡Ven, no te alejes…!

El bar del Napolitano está lleno. Manuel sentado en el piano. Cantarán, ahora, esas prodigiosas Galateas que él modeló sílaba a sílaba, pétalo a pétalo. Uno por uno, desfilan aquellos cantos adolescentes que el viejo músico trae de la mano. Allí, a modo de testigos, están René, Nandy, Arnulfo y Andresito, envueltos en la noche inconsútil, demorada de júbilo y penumbras.

Pienso que fue Manuel, ese áfrico nigromante, tú, Manuel Sánchez Acosta, quien nos enseñó que aquellas oscuridades, que aquellas noches vacías y con tiznes de madrugada tenían otra razón y otro destino: quizá un inédito albedrío de abismos y pleamares y bordones. Que la luz desolada de la vigilia fugazmente nos aproximaba a la muerte (debiste haberlo dicho) y que la noche no era sino un devolvernos a una cierta eternidad de furtivos paraísos: acaso a la terrible infinitud del cielo ávido y desnudo del deseo.

 

1980

Habrá que bajar por aquella escalera hasta llegar al sótano. Antes de abrir la puerta ya se escuchan los acordes de Rafael cuando toca Days of Wine and Roses, la vieja canción de Henry Mancini con letras de Johnny Mercer. (Al entrar, compruebas que Don Frank siempre llega temprano al lugar y que nadie ocupa su sitio en la barra). A Rafael, como a muy pocos intérpretes, le suena el piano con ensambladuras de silencios y de mieles, con sabias modulaciones de ternura y de pasión.


El lugar se llena desde las nueve. Rafael es un anfitrión solícito, generoso, sereno. Después de él, cantan y tocan Ascanio y Enriquito, y luego se otorga licencia para teclear y entonar, asimismo, a los parroquianos. Son recuerdos quietos y acendrados de unas horas extraviadas en la nostalgia. Alfredo, Milton y la Piky eran parte de aquel paisaje en que la noche nos abandonaba, todavía distraídos prisioneros de una magia incesante e irrepetible.

El bar de Kalaff constituyó la nota más alta y pura de la noche de Santo Domingo en aquel momento. Rafael tocó y vivió mucho tiempo fuera de su tierra. Regresó con el sueño infinito de quedarse. Aquel deseo, sin embargo, no fue cumplido. Algunos años más tarde, deslucido, insatisfecho y triste, hubo de regresar a su exilio involuntario. Pero su presencia amable y sabia, discreta y prudente, matizó de buen gusto y elegancia las urgentes noches de esos años.

 

2010

Busco el vaivén de luz de lámpara que apaga y enciende cual rayo efímero y viscoso en la leve oscuridad de aquella puerta cerrada, exactamente cerrada. En lo alto se mece el cortinaje de un mirador de nubes. Y las estrellas se encienden y se apagan como ciertos sueños.

El bar está casi lleno a las nueve y media, pero eso no te impide mirar los óleos y dibujos que cuelgan de las paredes claras. Carlos Luis está sentado en un taburete, listo para cantar. El público es dueño de una impaciencia controlada. De repente, la guitarra. Unos arpegios heridos de agua y espuma llenan la pequeña habitación. Chorro ardiente de sonoridades repentinas, de inauditos vocablos: “Pienso que va a llover porque tu recuerdo se me puso gris, y oigo a lo lejos palabras mojadas de tiempo”. Entonces uno empieza a entender que no sólo es la noche el abandono de la luz, la deserción de ciertos resplandores, sino más bien otro amago de claridad que nace del temblor primordial de unas cuerdas reclinadas en el miedo, en las soledades extrañas, en los amores hundidos.


Luego sale ella, Mery, quien se pone a cantar y es como si remontara por las ocultas partículas del viento, con una voz fragante de harina recién horneada que invoca el reclamo de María Grever: “Ya no te acuerdas de mí, ya no me quieres…”. Arrobada, la gente del Bar de Teresa es ahora un sosiego deshecho en largas premuras, en viejas sombras aquietadas por la noche y por el humo.

Cuando salgo, la mujer está ahí, en la esquina. Luciérnaga inmóvil y dudosa. La cabellera negra y el vestido negro en la noche negra. Doy unos pasos hacia el automóvil y ella, pienso vagamente, me sigue. Profuso árbol de sangre que se mueve hacia mí. Que me busca, que me persigue. Nave obsesiva y atroz que concurre a un inapelable destino de naufragios.

Ahora recuerdo a André Breton: “Si una mujer de cabellera negra te sigue por las calles, es sólo la noche, que sigue tus pasos”.

 

Cuando amanece

El día se apropia del lento bagaje de los sueños. El día huele a balbuceos que la noche olvida. El día es sordo a las fragancias de alborada. El día es la noche inexplicable y superflua del insomne.

El día es el no imposible camino hacia lo oscuro.

 

NOTA

Tomado del libro Santo Domingo. Visiones de la ciudad (Ministerio de Cultura de la República Dominicana, 2010)

 

PEDRO DELGADO MALAGÓN. Ingeniero civil y escritor. Ministro de Obras Públicas y Comunicaciones (1982-86). Columnista de la revista Rumbo (1994-2004). Desde el 2012 publica en el diario El Caribe la página sabatina Apuntes de infraestructura. De él señala la Antología Mayor de la Literatura Dominicana (siglos XIX-XX): “Con un vasto dominio de la cultura universal desde la antigüedad grecolatina hasta nuestros días, sus conferencias, ensayos y artículos reflejan su erudición en humanidades y ciencias sociales”. Marcio Veloz Maggiolo escribió: “Diría que Pedro Delgado Malagón es uno de los dominicanos con mayor dominio de la cultura de su tiempo y de otras eras, pero además, en él vive un artista pleno, global, con capacidades insólitas de encontrar en lo popular y en lo culto esa raíz universal y simultánea de todo lo que existe”. Publicaciones: Menesteres y otras urgencias (1998): selección de discursos, conferencias y escritos diversos sobre literatura, historia, artes plásticas, música, filosofía, antropología, política y economía; Hitos del bolero dominicano: una visión apasionada (2005), ensayo incorporado a un estudio acerca del bolero, dentro de la serie cultural patrocinada por la empresa Codetel; Cinco noches y una aurora, ensayo incluido en el libro Santo Domingo: Visiones y Perfiles de la ciudad (2010), publicado por el Ministerio de Cultura de la República Dominicana; Turismo dominicano. 30 años a velocidad de crucero (2018): publicación institucional del Banco Popular Dominicano y el Grupo Popular, S. A. En gestación: Creencias de la mirada: compendio de ensayos, conferencias y reflexiones diversas sobre artes plásticas.




*****

 


[A partir de janeiro de 2022]
 

*****

Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 191 | dezembro de 2021

Curadoria: Soledad Alvarez (República Dominicana, 1950)

Artista convidado: José García Cordero (República Dominicana, 1951)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2021

 

Visitem também:

Atlas Lírico da América Hispânica

Conexão Hispânica

Escritura Conquistada

 


 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário