Es verdad que el retorno a una situación
del arte hiperdeterminada ética y políticamente como fue la de las vanguardias no
resulta hoy cultural ni históricamente viable. Pero más allá de la repetición y
el “simulacro” estético, surgidos de la fusión o disolución del arte en los canales
de comunicación y consumo del mundo de hoy, más allá de la conservación de toda
imagen en espectáculo, la continuidad de la idea vanguardista del arte como proyecto
permite mantener una tensión, una distancia, entre el arte y lo existente, no reducible
sin más al simulacro.
Desde el ocaso de las vanguardias, el arte
ha tenido que reinventarse a sí mismo sin tener que matar al padre, porque el padre
ya está muerto. No quedaban más academias que derrumbar ni tradiciones que combatir.
El rey estaba desnudo y el posmodernismo no ha hecho otra cosa que evidenciarlo,
porque los intentos por encontrarle nuevas vestimentas al arte incluso recosiendo
las viejas sólo ha conseguido provocar mucho ruido mediático y pocas sorpresas.
A lo largo de los últimos cincuenta años
se ha ido contra la belleza, contra el objeto artístico, contra el museo, contra
la galería y contra el valor mercantil del arte. Sin embargo, después de tanta negación,
la creación insustancial en el sentido literal y figurativo de la palabra ha sido
recuperada por el sistema, como podemos observar en obras de medios no tradicionales.
Ni la apertura hacia el multiculturalismo,
ni el derroche tecnológico, ni los movimientos contraculturales, ni la potencia
de los media han conseguido hasta hoy
sacar al arte del atolladero. Lo único cierto es que habría que volver a recuperar
la lucidez, el sentido crítico e incluso, diría yo, el sentido común, sin temor
a que le tachen a uno de conservador o reaccionario. Todos sabemos que la innovación
en las artes exige forzar las fronteras de las normas estéticas y sociales, al reconfigurar
lo que vemos y lo que sabemos. Pero como sugiere Arthur C. Danto en su libro El
abuso de la belleza. La estética y el concepto de arte, la estética transgresora
está ya agotándose y ahora mismo ocupa su lugar, sólo como ocupante ilegal, el pseudovanguardismo
de cierto tipo de artista que únicamente busca llamar la atención.
Y así es como se confunde cada vez más lo
auténticamente transgresor con la provocación gratuita y la nulidad legitimadas
por un mercado enloquecido. La presencia estratégica del arte no tradicional, resulta
bastante reveladora de dos síntomas que afectan al arte de nuestro tiempo: por una
parte, la agonía de cierto concepto de la creación plástica, con la pérdida de su
valor estético a favor de otros intereses, y, por otra parte, su radicalización
hasta destruir su capacidad de comunicación. Estas prácticas tienen sus precedentes
en los “ready mades” (objetos encontrados) que Marcel Duchamp realizara a principios
del siglo pasado (ver el Urinario, Un ruido secreto, entre otros), y que han propiciado,
durante los últimos años, el desarrollo del llamado arte efímero, el cual busca
la desacralización del arte a través de la consagración del objeto.
En estos espacios se consume, en todos los
sentidos del término consumir, una producción industrial de las obras y de las experiencias
que desemboca, también, en la desaparición de la obra. Esta experiencia se extiende
a los objetos del arte y a la naturaleza de la creación: el creador de obras es
cada vez más productor de experiencias, ilusionista, mago, ingeniero de efectos,
y los objetos pierden sus características artísticas establecidas. La mayor parte
del arte contemporáneo se dedica exactamente a esto: apropiarse de la banalidad,
el despojo y la mediocridad como valor y como ideología, se quejaba el sociólogo
Jean Baudrillard, en su ensayo El complot del arte.
La pregunta sobre el fin del arte no es nueva.
Y se la planteó Hegel hace casi dos siglos cuando escribió: “El arte ya no proporciona
esta satisfacción de las necesidades espirituales que en otros tiempos los pueblos
buscaron y encontraron en sus manifestaciones. La hermosa época del arte griego
así como la edad de oro de finales de la Edad Media ya han pasado. El arte ha perdido
para nosotros su verdad y su vida”.
Es cierto que el arte ha cambiado de significado
conforme iba despojándose de todas las tradiciones. Pero si analizamos las artes
dominicanas de los últimos años, parecería que se ha perdido el sentido del auténtico
valor estético, sobre todo en el campo de las artes visuales. Algunos piensan que
se ha tocado fondo y hablan de las imposturas de la creación actual, que consideran
vacía de contenidos y manipulada por el mercado. Otros sostienen que la modernidad
no es solamente hacer tabla rasa de todo lo anterior, sino un impulso para descubrir
nuevos aspectos de la realidad.
En ese contexto, uno se pregunta si el arte,
en lugar de ir a remolque del mercado y de la tecnología para reproducir los aspectos
más obtusos de la realidad, no debería ser un espacio para la reflexión y para el
distanciamiento y, por qué no decirlo, también para la evasión. Después de tantos
años de negarse a sí mismo o de confundirse con otras disciplinas, el arte quizás
podría intentar su autonomía, convirtiéndose en ese lugar privilegiado desde el
que podemos ver el mundo con una óptica distinta a la de la sociedad mercantilista
e hipertecnológica en la que vivimos.
Para comprender el secreto de la justificación
del arte actual hay que comprender su empuje hacia el vacío. Esta corriente permanente
de acercarse a la nada, es la escondida fuerza motriz de su florecimiento creativo.
El darse, la contemplación, ya crea siempre este espíritu del desierto que describe,
desde hace casi un siglo, en la forma del cubrimiento, un deseo de tapar lenta pero
totalmente aquella actividad del cuadro que ya no puede salvarse en el futuro ni
por la pintura de la acción ni por la expresión geométrica, ni por los arreglos
estructurales. Este proceso nihilista de hundirse en una nada imaginaria parece
ser el futuro de una casi bendición, que por manifiestos no puede ser forzada, pero
eventualmente aclarada.
Un mundo de miles de posibilidades se abre
con estas concepciones distintas del artista. El ininterrumpido afán de experimentar,
hasta ahora aparece, sin que podamos afirmarlo categóricamente, un novedoso camino
“positivo” que intentan emprender los artistas que quieren “salvar” el arte. Sin
embargo, en estas visiones ya no puede sostenerse el término “pintura” o “escultura”.
Parece que todos los medios son buenos y válidos dentro del arte de hoy día. Tampoco
es aceptable para estos creadores el concepto de la glorificación del artista a
través de su obra aislada en una época que devora al individuo para integrarlo dentro
de la vida comunal. El arte, en el sentido individualista, ha alcanzado su punto
cero.
En la República Dominicana, estas experiencias
artísticas, de medios no tradicionales, “performance”, “happenings”, instalaciones
o arte efímero, surgen en los años ochenta, como producto de un período de apertura
que se inicia, según Jeannette Miller, con la desaparición de la dictadura de Trujillo
en 1961, lo que va creando una actitud desacralizante que borra los límites entre
las disciplinas y los géneros uniendo pintura, literatura, teatro, etc.; actitud
que se desarrolla abarcando otras propuestas como los móviles, penetrables, ambientes,
“happenings” y “performance” en las décadas del 70 y el 80,llegándose a trabajar
en la década del 90, arte digital.
De acuerdo al análisis de Jeannette Miller,
ya en la década del 40 la escultura dominicana había conocido los resultados de
la modernidad en la obra de Manolo Pascual, el escultor español que vivió once años
en el país (1940-1951) y utilizó y mezcló materiales como madera, metales, piedra,
yeso, cemento… En 1952, Paul Giudicelli mostraba un trabajo que tendía al expresionismo
abstracto solucionando sus esqueletos geométricos a base de un material que creaba
protuberancias en la superficie del canvas y que él fabricaba, denominándolo óleo-temple
plastílico. En 1962, Antonio Toribio presentaba sus esculturas concebidas como cuadro
y realizadas a base de cemento sobre bastidores. En 1969, Fernando Peña Defilló
exhibió La tierra, esculto-pintura a base de desechos mecánicos que él pintaba y
colocaba sobre un canvas circular creando efectos definitivamente escultóricos;
La infanta y El Dictador, de 1970 y 1971, respectivamente, fueron trabajados con
telas manchadas y accesorios. En 1971, su cuadro Los Inocentes, con muñecas de plástico
pintadas y pegadas sobre la tela, proponen definitivamente el “collage” y los recursos
extrapictóricos como medios válidos para lograr obras de arte.
En los años setenta, tanto Geo Ripley, como
Jorge Severino (con su collage Baquiní, del año 1975), y también, Soucy de Pellerano,
quien fue discípula del maestro de la abstracción Paul Giudicelli, presenta su Maquinotrón,
un enorme móvil realizado con desechos de automóviles que revoluciona el ambiente
dominicano, cambiando el concepto escultórico y ampliando las ideas sobre los móviles.
En los años ochenta, Freddy Rodríguez monta Mil imágenes plus en Casa de Teatro,
una exposición en la que incluía grabaciones de la Lotería, discos de salsa, noticieros,
estampas populares, aromas, espejitos y papeles que creaban un ambiente con estímulos
visuales de movimiento, luz y color, auditivos y olfativos, entre muchas otras experiencias
de rupturas, como el conjunto de obras de Mirna Guerrero, titulada Ramificación
digital, un conjunto de obras con una museografía sin la cual sus pinturas no podían
ser “leídas”, ha dicho Jeannette Miller.
La presencia del instalador argentino Leopoldo
Mahler como Director de la Escuela de Arte y Diseño de Altos de Chavón (1983-1985)
y la participación de los artistas dominicanos en la Bienal de La Habana, la Bienal
de Sao Paulo, la Bienal de Cuenca, etc., dan forma definitiva a las inquietudes
que se habían manifestado desde los años sesenta.
A partir de los años ochenta la instalación
se convierte en una tendencia y en una moda. Pintores de renombre como Cándido Bidó
incursionan en esta categoría. Son muchos los artistas que han utilizado el recurso;
entre ellos, han logrado resultados de calidad: Tony Capellán (1955), Belkis Ramírez
(1957), Jorge Pineda (1961), Marcos Lora Read (1965), Raquel Paiewonsky (1969),
Luis Alberto Rodríguez (LARS) (¡958), Fernando Varela (1951), Persio Checo (1958),
Leonardo Durán (1957), Yi-Yoh Robles (1960), Thelma Leonor Espinal (¡976), Quisqueya
Henríquez (1966), Miguelina Rivera (1973), Miguel Ramírez (1972), entre otros.
También durante los noventa, artistas emergentes
y consagrados, en especial fotógrafos, utilizan la computadora para intervenir sus
imágenes e incluso para realizarlas, introduciendo los recursos del arte digital
y logrando óptimos resultados. Tales son los casos de Domingo Batista, Pascal Meccariello,
entre otros.
El arte contemporáneo dominicano parece haber
llegado a ser, en esencia, una búsqueda por resolver problemas más fundamentales
que los estéticos. Su finalidad última radicaría en su intervención en la vida de
un modo directo o palpable, o como simple influencia indirecta, en ser el inspirador
constante en los amplios problemas de la arquitectura, la ciencia, la tecnología
y la industria de consumo masivo. Su meta decisiva estribaría, en última instancia,
en recuperar el sentido que tuvo en sus épocas de grandeza siendo el sostén de la
filosofía, la mística y la magia del porvenir.
Con el arte contemporáneo se introduce en
el arte la dinámica de la multiplicidad de su polisemia o la pluralidad de sentidos,
en la que expresa una concepción laica, específicamente moderna de la vida y del
proceso histórico. El gran cambio del actuar humano, también en el arte, es precisamente
este paso de la contemplación -representación de la naturaleza- modelo a la acción
que incide sobre la realidad social y la modifica, y que es recíproca, y obliga
al individuo a enfrentar situaciones siempre diversas, a regular el propio comportamiento
según las circunstancias que se presentan cada vez. Esto es lo que se plantea: la
necesidad de proyectar, de garantizarse a sí y a los otros respecto a un destino
que ya no es providencia.
En la gran pluralidad del arte contemporáneo
dominicano aparece siempre esa constante, en todas ellas se formulan proyectos de
arte con los que se pretende cambiar la vida. Lo que, por un lado, es algo sumamente
enriquecedor en un sentido antropológico: la comprensión del arte como un proyecto
humano formulable, entraña a la vez la peor ingenuidad de la vanguardia: pretender
que el impulso artístico por sí mismo pueda conducir a la mejora, o incluso a la
plenitud de la condición humana.
A partir de las ideas antes expuestas, podemos preguntarnos: ¿dónde tenemos los enfoques más logrados, los que darán la pauta para un futuro menos caótico y más constructivo del arte contemporáneo dominicano? ¿Es difícil prever el futuro del arte contemporáneo dominicano? Lo que parece ser una certeza es que se acabó la pintura sin función y el fenómeno del arte por el arte, y que una era de experimentos quizás saludables sin pretensión de ser arte y alegremente hechos conducen a ambientar la comunidad social. El no conformismo de los artistas dominicanos tiende a desaparecer y el grito individual, ¡aquí estoy yo!, también. Al artista, convertido en diseñador de ideas, corresponde el papel de encontrar, a través de la sensibilidad y de los experimentos con formas y materiales, el estilo y lenguaje de la época, siempre que esté dispuesto a colaborar armónicamente con sus compañeros de otros campos e instancias artísticas.
__________
PLINIO CHAHÍN. Poeta, crítico y ensayista dominicano,
nacido en Santo Domingo, en el año 1959. Con una Licenciatura en Letras, estudios
y diplomas de Postgrado en Lengua y Literatura Hispanoamericana, así como una Maestría
en Artes Visuales, enseña en la Facultad de Artes y la Facultad de Humanidades de
la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Es miembro de número de La Academia Dominicana
de Ciencias, de la Comisión de Lingüística y Literatura. Ha publicado los libros:
Presente intacto, Editorial Amargord,
Madrid, 2021; Efímero, 2018; Pensar las formas, 2017; Fantasmas de otros, 2017; Sin remedios, seguido de Consumación de la carne, Amargord, Madrid, 2015; Narración de un cuerpo, poesía reunida,1986-2011, el cual reúne los libros publicados
y los inéditos: Narración de un cuerpo,
Ragazza incógnita y Ojos de penitente; Pasión en el oficio de escribir, 2007; Cabaret místico, 2007; ¿Literatura
sin lenguaje? Escritos sobre el silencio
y otros textos, Premio Nacional de Ensayo 2005; Hechizos de la hybris, 1999, Premio de Poesía de Casa de Teatro del año
1998; Oficios de un celebrante, 1999; Solemnidades de la muerte,
1991; Consumación de la carne, 1986. En
el año 2002, publicó el libro de cuentos Salvo
el Insomnio.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 191 | dezembro de 2021
Curadoria: Soledad Alvarez (República Dominicana, 1950)
Artista convidado: José García Cordero (República Dominicana, 1951)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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