Breton, que escribía en 1937, antes de la aparición del
informalismo, el tachismo o dripping, señalaba el poder evocador de la mancha como
activadora de las analogías invisibles entre las cosas. La mancha es sugerente porque
procede de un lugar más intuitivo que la línea o el contorno. La línea brota de
la parte racional y encierra la forma, inmovilizándola, mientras que la mancha apela
a la inmediatez y al movimiento, espoleando la imaginación. Como el test de Rorschach,
las manchas cargan con las asociaciones latentes del inconsciente.
Bajo la influencia de Sigmund Freud, el interés de los
surrealistas radicaba en abrir el inconsciente como alternativa al orden burgués,
entendido este como sociedad prosaica, utilitaria y carente de imaginación. El surrealismo
buscaba significado a través de la experiencia irracional, pre-analítica, conectando
con el mito y lo primitivo, dislocando esa razón que se pretendía universal y unívoca. Aspiraba a una espontaneidad que se opusiera a la racionalidad
que caracterizaba el arte burgués. En el Manifiesto del surrealismo (1924) Breton enarboló la bandera de la imaginación
como método de conocimiento. [2] Contra el racionalismo
cartesiano de la cultura europea, que había expropiado la imaginación del conocimiento, [3] Breton opone un
mundo interior conformado por pulsiones, imaginación y fantasía.
En una fotografía de Chema Madoz, obra de 1998, el revoque en un muro trasminado de
humedad se ha ido cuarteando. La palabra
atlas atraviesa los desconchones. El espectador contempla los desconchones de la pared e, impulsado por los
vientos que trae esa palabra, ve islas, archipiélagos, países lejanos. Ahí donde va cayendo el revoque se arma un paisaje imaginario, un microcosmos. Madoz nos muestra
un mapa quimérico mediante el cual ha convocado la imaginación no solo como forma
de ver, sino como forma de conocimiento y de orientación, emparentando en este sentido
con Leonardo, Breton y el surrealismo. Como intermediaria entre el individuo y el
mundo, la imaginación es un mapa que guía al individuo. Las manchas estimulan la capacidad
que extraviaron las culturas occidentales que, en su racionalización cartesiana,
desvincularon el conocimiento de la imaginación. Cualquier pared desportillada puede convertirse en un atlas imaginario donde experimentar
la lección legada por Leonardo.
2 | Chema Madoz
(Madrid, 1958), galardonado con el Premio Kodak España en el año 1991 y con el Premio
Nacional de Fotografía en el 2000, empezó a fotografiar y a exponer en la década
de 1980. Su primera etapa es una fase de probaturas y de búsqueda de un estilo propio,
todavía acusando la influencia de grandes fotógrafos como Duane Michals, el primer Ralph Gibson, Abelardo
Morell o Andy Goldsworthy. Epítome de la
fotografía objetual, esa primera etapa artística está centrada, sin embargo, en
el juego constante entre las formas y la figura antropomórfica. El común denominador
en esas primeras fotografías son los juegos analógicos que se establecen
a modo de vasos comunicantes entre el sujeto (o, más bien, las partes del cuerpo
o la vestimenta) y las formas circundantes. Sus obras, compuestas a partir de la
dialéctica entre dos elementos, examinan otras ordenaciones de las cosas, procurando
desvelar un antropomorfismo en la naturaleza. Hay una mudanza del cuerpo a la naturaleza
y de la naturaleza al cuerpo y en esa mudanza algo está ausente o se ha perdido.
En una de sus obras iniciales Madoz pone en relación
unos pájaros que vuelan en la parte superior de la fotografía con las cejas de la
cabeza de una mujer cuyo cuerpo, ubicado en la parte inferior, queda fuera del marco
fotográfico, fuera del lugar de la representación. A través de la forma se crea
un parentesco íntimo entre ambas actividades, entre volar y levantar las cejas.
El movimiento se comunica entre los dos elementos: el vuelo de los pájaros es el
vuelo de las cejas.
En otra fotografía primeriza, realizada en 1984, Madoz
nos muestra las manchas que jalonan una gabardina y las manchas de una pared, activando
las relaciones analógicas entre la gabardina sucia y la pared veteada de humedad.
Hay una vecindad espacial entre esos desconchones, especialmente en el encuadre
que decapita la figura humana (igual que en la fotografía anterior), como si el
hombre fuese parte de la pared o se mimetizase con ella. La causalidad de líneas y volúmenes
no es correlato de un principio de causa y efecto, sino que se despliega el juego de las semejanzas
en pos de un parentesco perdido, esa semejanza que fue, siguiendo la teoría epistémica
que Michel Foucault desarrolla en Las palabras
y las cosas, la piedra angular del saber hasta el siglo XVII, forma y contenido
del conocimiento. Bajo la episteme de la semejanza, en la civilización occidental
el mundo y el lenguaje eran comprendidos a partir de las relaciones analógicas hasta
que la episteme clásica desbanca la semejanza en aras de las oposiciones binarias,
como las del plano cartesiano. La semejanza en Descartes era la hija bastarda de
la imaginación que entorpecía el conocimiento racional.
Al tratarse de fenómenos concomitantes regidos por la
urdimbre de lo similar, entre ambos tipos de manchas no se establece
una concatenación de causa y efecto, sino una relación de convenientia, esa conveniencia entendida como una de las cuatro formas
principales de la semejanza que son, según Foucault, la conveniencia, la emulación,
la analogía y la simpatía. [4] Esos borrones que saltan de la pared a la gabardina y
de la gabardina a la pared impelen el ingenio a través de la función mediadora de
la imaginación. Así como la forma necesita de la formación, la imagen
precisa de la imaginación. Al mirar, imaginamos. Imagen (phantasma) e imaginación (phantasia)
comparten raíz etimológica. La imaginación,
expulsada del conocimiento por la iconoclastia del cristianismo y anulada por el
cogito cartesiano, era en la Antigüedad el médium por excelencia entre el sentido
y el intelecto. [5]
En la obra de Madoz, al poner en entredicho el pensamiento
lógico-causal, descalabra la racionalidad del cogito cartesiano (res cogitans) en aras del pensamiento relacional,
de la semejanza, esa semejanza que, parafraseando a Magritte, es la exteriorización
del misterio que la razón no es capaz de sugerir. [6] Esa mudanza entre
los borrones es una mudanza entre lo real y lo imaginario. Rechazando
el pensamiento causal, Madoz busca la huella de una semejanza perdida o, incluso,
aspira a suturar la fractura entre el sujeto y el mundo que lo rodea. Dotado de
una concepción relacional de la realidad, Madoz hila analogías visuales e indaga
en la relación simpática entre las cosas. El suyo es un pensamiento por analogía
que privilegia el acto de la percepción y, así, dicha puesta en relación atraviesa
toda su obra, de tal forma que Madoz detenta el papel alegórico del poeta.
3 | A la manera del poeta
que busca el otro lado de las cosas, que afina el oído para poder capturar las conexiones
subterráneas de lo disimilar, Madoz va trazando en su obra una intrincada red de
semejanzas entre las cosas, aproximando realidades aparentemente sin ninguna ilación.
Rastrea en los objetos una semejanza perdida pues, como el mismo artista explica
en una entrevista, el propio objeto ya es portador de esa sugerencia. Sus fotografías,
armadas a partir de la elipsis, señalan algo ausente. Así, hace aflorar lo latente
del objeto, lo que lleva adherido en él.
En una fotografía
realizada en 1990, el primer plano lo ocupa la cabeza de una mujer que tiene los
ojos cerrados y un cigarrillo apagado entre los labios. Detrás de ella se abre un
paisaje. Del cigarrillo apagado brota el humo que se enrosca a sus espaldas y se
metamorfosea en el camino que se pierde más allá en la colina. La yuxtaposición
de las líneas del cigarrillo apagado y del camino trazado en la ladera, que se unen
justo donde acaba uno y empieza el otro, origina un trampantojo. El sendero en la parte superior de
la fotografía –que está acentuado por el uso del blanco y negro como valor expresivo,
como abstracción– se transforma en humo en esa relación dialéctica con el cigarrillo.
La línea del cigarrillo, en escorzo, asigna profundidad de campo a la fotografía,
a la par que permite el trampantojo. En la percepción actúa una metamorfosis visual
y conceptual pues, al no existir un ligamen representativo entre el sendero y el
humo, el significado se produce en el espectador a través de una operación de decodificación
visual. No hay una relación indicial entre cigarrillo y sendero, es decir, el sendero
no está producido por el cigarrillo y no lo significa de forma indicial. La imagen
pone entre las cuerdas las relaciones entre el significado y el significante, entre
las apariencias y el significado. Ante la imagen se tambalean las certezas. Es necesario
detener la mirada para volver a mirar.
Ese sendero sinuoso y dinámico contrasta con el elemento
hierático que ocupa el centro óptico, el punto focal de la composición que es la
mujer quien, bañado el rostro por una vaga luminosidad que otorga a la imagen la
textura gelatinosa, granulada, de la película, mantiene los ojos cerrados, en estado
de ensoñación o de éxtasis, o en ese estado entre el sueño y la vigilia (état de veille) cuya continuidad a modo de
vasos comunicantes reclama Breton en el Manifiesto
Surrealista. Al cerrar los ojos se evade del mundo terrenal, tangible, en busca
de una realidad albergada en la profundidad del inconsciente.
La distribución espacial de los elementos
de la imagen es esencial en la escenificación pues sin la escenificación no se produciría
el trampantojo. Así, los tres elementos iconográficos –los ojos cerrados, el cigarrillo
y el sendero– se hallan interconectados como elementos cifrados de una imagen onírica.
Las líneas compositivas de la fotografía, esos elementos morfológicos que dotan
a la imagen de movimiento, señalan asimismo la continuidad entre dos espacios físicos
y mentales distintos. El recorrido visual de la imagen encarrila la mirada desde
los ojos cerrados hasta el final del camino, o donde se pierde el camino, ensamblando
las dos áreas del campo visual que presenta la fotografía: lo inconsciente y lo
real, lo material y lo sensible, lo inanimado y lo animado, lo móvil y lo inmóvil.
La intersección de dos mundos, celestial y terrenal, se materializa en el ojo del
espectador, gracias al ojo mental, ese ojo que, según Breton, existe en estado salvaje.
En el espacio-tiempo de la fotografía el sendero significa
el humo y el humo significa el sendero sin una relación de causalidad. Esta dialéctica
humo-sendero es también una dialéctica entre el mundo real y el mundo imaginario,
entre lo real y lo soñado, lo sensible y lo inteligible, asignando connotaciones
simbólicas al sendero ya que este transporta ópticamente al espectador en una travesía
que encabalga boca, cigarrillo y sendero y lo que hay más allá de este, es decir,
es un encabalgamiento entre lo visible y lo invisible. Ese camino blanco, que es
al mismo tiempo el humo del cigarrillo, deviene el hilo conductor entre la vigilia
y el sueño, como un entre-lugar, remitiendo a ese vínculo que en la Antigüedad el
sueño tenía con la verdad y con el conocimiento eficaz y que aún poseen las culturas
primitivas, lo que evidencia el estatuto de la imaginación como forma de conocimiento.
4 | La analogía entre hilo y humo está
presente en varias obras de Madoz. En este sentido, tres fotografías
de 1987 pueden ser agrupadas entre ellas a pesar de no formar un tríptico, pues se da una continuidad tanto en la composición artística
y la composición conceptual, como en el año de la realización. En la primera de estas fotografías una mano corta el humo que
se desprende de un cigarrillo con unas tijeras de coser. En la siguiente foto un
vaso yace volcado sobre una mesa y junto a él un hilo blanco se extiende como si
fuese agua derramada. En la última fotografía la composición se complejiza, englobando
los elementos de las fotografías previas: en un juego de perspectivas, aparece una
primera mesa, situada en un nivel más bajo, en la que hay un cigarrillo a medio
consumir, mientras que en una segunda mesa, ubicada en un nivel más alto, aparece
un vaso volcado y un hilo blanco como si fuese el agua derramada del vaso que cae
y, al mismo tiempo, como si fuese el humo del cigarrillo que se enroscase en el
aire. Un hilo que quiere
ser agua y un hilo que quiere ser humo. Es ese “como si” del juego del que habla Johan Huizinga. [7]
Observamos de nuevo que en la obra de Madoz se quiebra
la causalidad: la relación entre un cigarrillo, un vaso volcado y un hilo blanco
no es causal, sino una ilusión óptica. El agua-hilo que
se ha vertido deviene en el humo del cigarrillo. El engaño óptico desestabiliza las certezas y pone en solfa el pensamiento lógico-causal en aras de la semejanza.
5 | Los juegos
ópticos son una constante en el universo madoziano, por lo que su obra se caracteriza
por tener su punto focal en el ojo del espectador, haciendo parte y cómplice al
receptor como un juego que se entabla entre dos participantes, como un paso a dos.
La imagen en Madoz
posee una naturaleza lagunar, está henchida de hendiduras por los que ha de colarse
el ojo. La mirada del espectador, visto como parte activa y copartícipe
de la obra, se establece como
el lugar de la enunciación y, en este sentido, es en él
en quien recae la labor de la descodificación, es decir, la compleción de sentido a partir de su
experiencia vital. Es la mirada del receptor la que ha de desenmascarar la
relación soterrada entre las cosas. La mirada es interior.
6 | Una fotografía
de 1986 nos muestra una mano en la acción de descorrer un pesado cortinaje, mostrándonos
el paisaje de detrás. En el paisaje se abre un camino. El primer plano nos descubre
el estampado y festoneado con borlas de la cortina, por lo que podríamos suponer
que se trata de una cortina de teatro, una bambalina que oculta y desvela a un mismo
tiempo un escenario teatral. Las reminiscencias del tópico del theatrum mundi son claras en esta imagen,
esa comparación de la vida con una pieza teatral sobre bases platónicas. Asimismo,
la cortina contiene la herencia de Magritte.
El elemento
iconográfico de la cortina sugiere distintos planos en el espacio. Esa línea perfilada
por la cortina establece dos espacios distintos, realzados por el fondo borroso
que separa y une, o que une separando, dos espacios físicos y mentales, lo visible
y lo invisible. En contraste con la textura aterciopelada de la bambalina, el paisaje
se nos muestra desenfocado. ¿Qué es lo real entonces?
Hay en
la imagen una línea divisoria clara, excepto por esa mano detenida en la acción
de descorrer la cortina –gesto a la vez mostrativo y transgresor– que infringe la
línea y, por tanto, la ilusión. En la composición, que evoca fotografía de Paul Nougé en Subversion des Images (1929-1939) o la fotografía
de Ralph Gibson “Hand through door” (1969), de su serie “The Somnambulist”, la mano,
como punto focal de la composición, es el actante, posee un carácter deíctico y,
en un acto significante, nos traslada de un espacio a otro, de lo real a lo ilusorio,
de la naturaleza al arte. El dispositivo visual de la fotografía desvela el tenor
ilusorio de toda imagen, como el velo de Maya al que aluden Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación y Friedrich Nietzsche
en El nacimiento de la tragedia, el velo
que recubre la mirada del individuo haciéndole tomar ilusión por realidad. El mundo visible es el mundo como representación
(Vorstellung), es decir, ilusión, apariencia
o sueño, lo que el pensamiento hindú llama velo de Maya.
Lo que
revela la imagen de Madoz es que todo arte es artificio. La imagen pone en duda
la verosimilitud de la fotografía, es un alegato contra la fotografía entendida
como mímesis, ese analogismo mimético que lleva a creer a pies y juntillas en la
veracidad y objetividad de la fotografía en cuanto que huella obtenida por un proceso
fotoquímico, como huella reificada o exteriorizada de sus referentes. Entendiendo
la fotografía no solo como objeto de lo pensado, sino como sujeto de lo pensado, ya no es posible interpretarla como el doble o
una mera reproducción, sino como artefacto o como acto icónico. No es posible pensar
la imagen fuera del acto que la hace posible.
Al cuestionar
la ambigüedad de la percepción y de las ideas
preconcebidas, así como la visión
de la fotografía como mera representación de lo real, Madoz no solo reivindica
la duda, sino que la propaga.
7 | En Madoz está enraizada
la idea de que las percepciones son engañosas. Partiendo de la idea de artificio,
sus fotografías ligan el arte con la construcción y la representación en aras de
poner de manifiesto que las experiencias visuales, en contra de la suposición habitual
de su aparente fiabilidad, pueden resultar ilusorias. El trucaje está en la realidad.
El interés del artista radica entonces en la alteración de los mecanismos de la
percepción para mostrarnos que vemos con una mirada que no es neutra ni ecuánime
y que, por tanto, la fotografía, como extensión mecánica de la mirada, tampoco es
un ojo objetivo. Madoz desconfía de una visión de la fotografía como inocente y
desideologizada. La fotografía de Madoz incluso sospecha de sí misma porque la fotografía
miente siempre. De ahí la filiación de Madoz con el surrealismo y con pintores como
René Magritte.
Como los surrealistas, Madoz fuerza
tanto los límites disciplinares como los límites perceptivos para plantear otra
forma de percibir la realidad. Esa nueva manera de captar lo cotidiano es un mapa
que traza caminos alternativos que vienen a quebrar el modo rutinario en que aprehendemos
las cosas que nos rodean. Madoz desarticula la percepción habitual de las relaciones
entre significado, significante y referente, en un ejercicio hermenéutico de sospecha
en torno a ese significante flotante. Dicha óptica desautomatizadora desenmascara
la relación soterrada entre las cosas. Al establecer
un nuevo vínculo entre lo patente y lo latente, entre lo oculto y lo manifiesto,
entrena al espectador a desconfiar de lo que se da por sentado. Confronta al receptor con sus automatismos
y rutinas, haciendo tambalear la mecanización tanto de la mirada como del pensamiento.
Madoz nos pide que desempañemos nuestro ojo salvaje para poner en práctica la lección
surrealista de Leonardo da Vinci. Empezamos a recelar de lo que la imagen nos muestra,
la supuesta objetividad del testimonio fotográfico y, asimismo, a cuestionar nuestros
modos de ver.
NOTAS
1. Leonardo Da Vinci. Tratado de Pintura. Trad. David García López. Madrid: Alianza, 2017.
2. André Breton, Manifestes du surréalisme. París: Gallimard, 1963.
3.
Giorgio Agamben, Infancia e historia. Trad. Silvio Mattoni. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora,
2010.
4. Michel Foucault, Las palabras
y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Trad. Elsa Cecilia Frost. México: Siglo XXI,
1989.
5. Victoria Cirlot, La visión
abierta. Del mito del Grial al surrealismo. Madrid: Siruela, 2010.
6. René Magritte, Les mots et les Images.
Choix d’écrits. Bélgica: Espace Nord, 2012.
7. Johan Huizinga, Homo ludens.
Trad. Eugenio Imaz. 3ª edición. Madrid: Alianza, 1972.
ALICIA FRANCISCO RODÓ | Estudió Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona, Gestión Cultural y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona y Estudios Comparativos de literatura, arte y pensamiento en la Universidad Pompeu Fabra. Ha publicado artículos sobre literatura y arte en revistas como Arte, Individuo y Sociedad, Anagnórisis, Brumal o Estudios de Teoría Literaria.
NELSON DE PAULA (Brasil, 1950) | Poeta, ensayista, cuentista y artista visual. En su obra integral pretende ser un traficante de sueños, y atravesar las fronteras de las dimensiones, con lo ilegal debajo del brazo. Ha publicado alrededor de 60 libros de poesía y arte visual. Entre otros destacamos: O Plasma, Vozes do Aquém, Projeto para uma Revolução Fundamentalista, A Hóstia de Isis, Sete pulos na encruzilhada. Como artista plástico, participó en Bienales, expos individuales y colectivas en Brasil y el resto del mundo. Fue miembro del Grupo Surrealista de São Paulo. Participó en la Exposición Surrealista “Las llaves del deseo”, Costa Rica, Cartago, 2016. Colaborador de la revista Matérika (Costa Rica). Reside en São Paulo.
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 12
Número 211 | junho de 2022
Artista convidado: Nelson de Paula (Brasil, 1950)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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