Pensaba que, como pintor, valía más que me influyera un escritor antes que otro pintor.1
M. D.
Sabed que la hermosura de
un hombre le es el objeto más indiferente. Nadie se podría imaginar hasta qué punto
la desdeña e igualmente a la riqueza y las otras ventajas que envidia el vulgo.
Para Sócrates, carecen de todo valor, y a nosotros mismos nos considera como nada;
su vida entera transcurre burlándose de todo el mundo y divirtiéndose en hacerle
servir de juguete para distraerse. Pero cuando habla en serio y se abre, no sé si
otros habrán visto las bellezas que guarda en su interior; yo sí las he visto y
me han parecido tan divinas, tan grandes, tan preciosas y tan seductoras, que creo
es imposible resistirse a Sócrates.
PLATÓN (El Banquete, o del
Amor)
1. Duchamp, Kierkegaard y el concepto de ironía como generador de lo posible
No es un secreto que el giro definitivo y la desestabilización de
los cimientos en el modo de concebir el arte se los debemos a Marcel Duchamp. Es
a partir de su gesto madurado que sus posibilidades y su expansión hacia terrenos
hasta entonces desconocidos redefinen los límites de lo artístico; o si lo artístico,
finalmente, no es una proyección de la actividad cotidiana de cualquier individuo,
de su más original pensamiento, en su quehacer diario. Así, tajante con la esencia
heredada, dependiendo de la actitud, la existencia podría ser superficial, anodina
o, por el contrario, poética y profunda, mientras la elección de una forma u otra
a la hora de afrontarla sería cuestión personal. Sin duda, Duchamp eligió esta última,
y a partir de ella quiso desde sí (y para sí) comenzar una aventura en la que, pese
a la imagen de aparente soledad, fueron muchas, en su conjunto, las influencias
que confluyeron en él y que han dado pie para hablar sobre relaciones más generales.
En esa compañía en donde asoma la heterogénea lista de nombres manidos, amén de
aquella iconografía popular que rondaba entre sus coetáneos, entre las filas de
los modernos, pero que al mismo tiempo había que saber hallar, manejar, mientras
se conformaba el nuevo lenguaje, científicos y matemáticos de la cuarta dimensión
como Pawlowski, Poincaré; escritores y poetas –extraordinarios por “raros”– como
Roussel, Jarry, Allais, Laforgue, Ducasse o Brisset; o filósofos particulares y
tan dispares como Stirner, Bergson y Lafargue, iban supliendo un carácter en espera,
alerta, lo mismo que abastecían un “cementerio de ideas” muy vivo, “capaz de cualquier
tipo de excentricidad”. A cuestas, pues, con esa biblioteca de no más de seis volúmenes2
–fácil de portar, difícil de tomar al pie de la letra–, la mezcla de lo aprendido
bajo la facultad de estos nombres (añadamos los de Mallarmé y Leonardo), sumada
a la amistad liberadora con los Picabia y al ambiente circundante de cubistas y
futuristas, hicieron que el joven Marcel se constituyese como artista al margen,
desechando, de un lado, la seriedad de estos movimientos cuya programática los hacían
caducos y temporales, y, de otro, la consideración de artista en cuanto a tal, como
estereotipo y convención, al igual que se había completado su rechazo, por legado
“patafísico”, ante el espejismo de la ciencia y su idea unívoca de verdad.
Ante esta nueva situación, debió de ser en esa atmósfera de rigor
e investigación positiva que extrañara Duchamp un ingrediente en el arte plástico
de vanguardia, que, integrado a menudo en la correncia experimental literaria, acabaría
siendo fundamental en sus operaciones futuras: el humor por ironía, tanto para su
obra como en su comportamiento vital (“lo que me decidía a llevar a cabo las cosas
era la idea divertida”3), como única opción desacreditadora de lo canónico
que dirigía a aquel mundo exaltado con paso firme y alegre hacia los años más convulsos
de la humanidad. Para ello necesitó, claro está, del apoyo intelectual y de la desenvoltura
de algunos de los personajes arriba señalados, y, en cierto modo, de un filósofo,
poeta, teólogo, cuya tesis doctoral versó, precisamente, “sobre el concepto de ironía”,
y cuyo proceder recuerda, en ocasiones, al de nuestro artista. Así, la importancia
de este tema aparece por escrito en Duchamp, pues él mismo diferenciaba en sus “notas”
entre dos clases de “ironismo”, el “negador que sólo depende de la Risa”, el habitual
(proclive al desencanto en su negación del mundo), y el “de afirmación”4,
leve, suave, que se ha de percibir finamente y se cuela en la premisa haciendo compatible
aquel entorno excesivamente racional con la afirmación de lo “posible”; una convivencia,
y no una confrontación de incompatibilidades, que perfumaría la obra haciéndose
apenas distinguible en su apariencia, como en El gran vidrio la exactitud de la perspectiva científica en combinación
con su funcionamiento “hilarante”. Søren Kierkegaard, el autor de Sobre el concepto de ironía en constante referencia
a Sócrates y predecesor suyo, otorgaría, empero, y revestiría a esta categoría
de una trascendencia existencial y de un lugar teórico que a primera vista, sólo
a primera vista, no lo tendría en Duchamp, como veremos. Para el filósofo, sin profundizar
todavía más allá de su presentación, “la forma más común de la ironía consiste en
decir seriamente algo que, sin embargo, no es pensado como algo serio. La otra forma,
que lo que es pensado como algo serio sea dicho en broma. Bromeando –sentencia–,
se da con menos frecuencia”5… Es decir, si bien ambas formas se captan,
la segunda requerirá de un mayor esfuerzo y un estar atentos si queremos que el
interlocutor no termine jugando con nosotros, pero ambas, por lo general, son reconocibles
en la indecisión, en la ambigüedad. A falta de un sentido claro en las palabras,
acertaremos al menos a sabernos sometidos a su influjo, no siendo complicado emparentar
la variante inicial propuesta con la versión negativa del artista, mientras la segunda,
asimismo, pudiera ser correspondencia lógica de su vertiente de afirmación. Pero
en Duchamp, pareciendo más sofisticado, frío o artero, la ironía, en su objetivo
artístico-vital, llega a amalgamar la seriedad y la broma hasta tal punto (como
explicara muy certeramente Louise Norton al defender su “urinario”6)
que resultarían irreconocibles en su coexistencia, dejándonos vía libre y con la
interrogación sobre nuestras capacidades en un “no saberse”, y, por tanto, en un
no acabarse ante un objeto o un sujeto bajo sospecha siempre. Como ha recogido Michel
Sanouillet desde Marchand du Sel: “mi
ironía” –dice Duchamp– “es la de la indiferencia: metaironía”. Con todo, será Kierkegaard
el encargado de desarrollar su recorrido a través de la historia y sus consecuencias.
Muy abreviada, su tesis repasa e interpreta desde los tiempos de
los sofistas hasta los días de su Europa los peligros de un principio que por costumbre
y por error había sido comúnmente hermanado con la burla, con lo jocoso, y eso a
pesar de la imagen que nos legara Alcibíades de su máximo exponente, su más que
maestro Sócrates, cuando lo tilda de “erotista”, así su actividad, y poseedor de
todos los dones de seducción de espíritu. Sócrates, seductor que engaña a todos
en la suficiencia de la superioridad, en el saber alcanzado, y que cuando lo tiende
al otro lo hace a modo de entretenimiento travieso, casi perverso. La ironía, así
vista por Kierkegaard, en su desventaja seductora, sería por consiguiente egoísta,
no expresando jamás la idea como tal, pues, a fin de cuentas, ésta “consiste en
tener una personalidad efectiva sobre la cual se da uno el lujo de armar otra ficticia,
inventada por uno mismo”7.
Sin embargo, conscientes de su picardía, la ironía también puede
ser “dominada”. Kierkegaard nos indica que el propio Solger, en sus Lecciones de estética, coherente con su pensamiento,
la había hecho condición de toda producción artística y requisito de todo creador.
De este modo, su uso pondría límites como un vigía que alarma ante la salida de
la realidad, cuando prevalece en el campo objetivo pero lo altera a la vez. Al no
perder el control ampliaría sus relaciones con ésta, y la obra o el poema tendrían
su sitio dentro de un conjunto mayor siendo parte de un “momento” dominado por el
artista. Una sensación idéntica –diríase– a la que nos procuran las conceptualizaciones
de Duchamp: en gran número rebosantes de “ironismo”, todas ellas se ordenan e interrelacionan
entre sí como momentos entreverados dentro de una evolución. Pues como Kierkegaard
argumentara, separar la existencia individual de la obra particular y que al tiempo
la convivencia entre ambas sea perfecta, de mutuo reconocimiento, requería altas
dosis de reflexión y no poca conciencia de vivir. La ironía, así, “causal”, haría
que la posibilidad fuera contenido de la realidad misma, resultando guía, camino
y freno en oposición a la confianza instalada en una visión científica cada vez
más abarcadora, y que ya él mismo, siguiendo cierta tradición, y después aquel insigne
y honorable grupo de escépticos –y con ellos su más fino representante independiente–
cuestionaran y arremetieran sin piedad, primando la posibilidad de la imaginación
y del arte frente a la posibilidad excluyente más positivista.
Ahora bien, la agudeza de Kierkegaard tiene una traba, un condicionante
de su época que es solución, superación, incluso para esta ironía útil de la que
no volveremos a saber apenas nada; pues todo pensamiento, tarde o temprano, no importan
las barreras venidas abajo, se adecua a lo religioso inquebrantable: resignación
proveída y de adaptación que justificaría la metafísica indubitable haciendo de
ella infinitud interior en la realidad dada, y que, en este caso, funcionaría como
un contrapunto del ironista desbocado que goza inversamente de poéticas de exterior
infinitud, no gozando de sí mismo en sentido religioso sino fuera de sí. Una conclusión
que nos adentraría en los años venideros y que nos haría especular que si en el
filósofo es confín, la ironía, entre la esfera estética y la religiosa (además de
la ética) permitiendo descubrir la subjetividad frente a la realidad externa (a
través, por ejemplo, del canal del arte y paliar así el desconcierto y la desesperación
antes del “salto” ante lo inaccesible al conocimiento), en el artista –y filósofo
sin discusión, pues sobresale como uno de los teóricos del arte más destacados del
pasado siglo– permite actuar más bien como punto de partida de una secuencia mental
que mantuvo desde el inicio, llevándonos inevitablemente al “Principio de Contradicción”,
en sus palabras “cointeligencia de contrarios [abstractos]”, para acto seguido desembocar
en la “belleza” o “libertad de indiferencia” indispensable en sus ready-mades, y que lo vinculan, por lo menos,
al estadio estético de Kierkegaard como creador. Por consiguiente, a falta de la
religión, y ante una moral insatisfactoria, tal concepto no sería el eslabón entre
la presunción de habitar el mundo de la forma más inteligente posible, en el descreimiento
del ironista (forzado creador esteta), y el “mejoramiento” progresivo en la ética
y en la fe, sino que se transforma en una oportunidad de elección infinita en la
que la imaginación no es incompatible con ciertos principios sólidos, morales también,
pero de cuño propio, ya que sería impensable ser ironista a tiempo completo. En
resumen: la experiencia de libertad que aquí se nos presenta no es “negativa” como
el pensador danés depara, sino de indiferencia, pues nada hay que contrarrestar,
nada se ha de elegir con obligatoriedad y todo puede ser apropiado en ese estado
de perpetua relatividad y eterna “disponibilidad”. Se diría que la vivencia de la
humanidad estética y ética consecutivas, como pretende Kierkegaard, no puede ser
llevada a la práctica, siendo indisociables y capaces de mezclarse ambas; de lo
que se deduce que el “ser esteta” pudiera estar perfectamente habituado a conjugar
la más alambicada reflexión con su correspondiente reproducción poética, y cuyo
situarse responsable (por qué no) tampoco estaría al alcance de una mayoría de individuos
ausentes de volición. Esa ironía que en Kierkegaard constituye seres disgregados,
harto terrenales por muy refinados que estos sean y casi amorales, en Duchamp se
recicla aprovechando sin dramatismo, al no plantearse la existencia de Dios, una
superioridad de pensamiento que en la intimidad crea el yo antojado, a bien de “trabajar
por una moral nueva”.
Por tanto, no serían ya sino nuevas concepciones de vida las que
puede producir el artista en su libertad adquirida, pues de la ironía en Kierkegaard
nace la “posibilidad”, y ambas a su vez se embarbillan en la categoría de lo “interesante”,
pretextando una obra siempre abierta como la de Marcel Duchamp, y pudiéndose sintetizar
como la opción de vivir el mundo de manera completamente distinta a lo que la realidad
nos propone. Es decir, la experiencia de lo real como despliegue de todos los posibles
(fig. 1), siendo la imaginación y
la capacidad poética las que permitirían inventar un entorno en el que lo posible
–unido a la “necesidad”–, lo (verdaderamente) real, existiese a “nuestra” elección8.
Pero lo que para uno es renuncia de sentido en cuanto a su permanencia y duración,
estado de desesperación a solventar a través de la ética y de la religión, para
el otro es relatividad positiva y alible. De ahí que Duchamp, como animado por Kierkegaard,
fuese capaz de recrear un universo tan propio, aunando estética (digamos arte) y
vida (pongamos lo cotidiano, el paso de los días), mediante un lenguaje único, abrigando
concepciones tan amplias y extensibles que repercutieron, y aún repercuten, la idea
misma de lo que el arte es o puede llegar a ser9.
El mayor placer que existe
después del amor, es hablar de él.
LOUISE LABÉ (Debate de Locura
y Amor)
2. Del tránsito de la virgen
a la novia en el Diario de un seductor,
y otros préstamos
Esta filosofía de vida que impregna el comportamiento artístico y las obras de Marcel Duchamp, esa relatividad consecuente de los grandes patafísicos10 que alienta el descrédito y dispara la imaginación, sería, como ha sido razonado, reflejo de nuestra capacidad de elección. Pero, entonces, ¿constituye Kierkegaard para el artista solamente un apoyo ideológico en el que desarrollar su estética de la designación, o, por lo demás, le proporciona inspiración, fulcro, planteamiento en lo que se refiere a temas populares cuyo paralelismo hace que tengamos que detenernos aún con mayor atención por lo peculiar de la coincidencia? En efecto; tanto uno como otro –y aquí nos internamos en la cuestión principal– se “preocuparon”, desde su expresión íntima, de las relaciones entre sexos, siendo lo fundamental que en no pocos aspectos se complementan. Porque, por de pronto, por medio de la lectura de Diario de un Seductor de Søren Kierkegaard, el conocido monólogo epistolar en el que su protagonista, el taimado y diestro Johannes, trata de seducir a la aniñada y cándida Cordelia, atisbamos el irónico dandi, el esteta al fin que fue Duchamp sin siquiera pretenderlo.
Dicen –ha sido harto comentado– que a pesar de tener un carácter
complejo, falto de competitividad, algo reservado y concentrado, fue una persona
franca y de modales elegantes y exquisitos11. Pues como Gabrielle Buffet-Picabia
advirtiera, Duchamp, ya en su juventud, era un consumado seductor. En uno de sus
relatos de memorias, la que fuera esposa de Francis Picabia, hablaba de él en estos
términos refiriéndose a su labor “educadora” como profesor de francés en Nueva York:
Como es natural, todas sus alumnas caían en sus brazos, y él, que
solía ser tímido con las mujeres, que no sabía cómo tratarlas, había adquirido bastante
experiencia y sabía cómo portarse en cualquier situación, si había que aprovecharla
o dejarla pasar. En otras palabras, había florecido, ya no era el mismo, (…) Era
muy distinto, muy seductor12.
Y así, del mismo modo, absolutamente a su merced y en igual tesitura,
lo describía también años después el poeta Pierre de Massot:
Enseguida admiré su rostro, ese admirable perfil de una pureza inigualable,
esa elegancia soberana en el vestir, los gestos, el modo de hablar, esa especie
de dandismo altivo que él temperaba con la gentileza más exquisita. Y esa risa silenciosa
que además cortaba la respiración de los pedantes13.
Bello de no creer, dotado de un don de seducción extremo que usa
sin abusar jamás y sobre todo sin saberlo, cortés como ya nadie lo es, indulgente
con todas las debilidades, pero sin ninguna debilidad por los brutos e imbéciles…14
Recuerdos que, aun siendo muy ricos en detalles y sugerentes, no
lograrían esclarecer, como es lógico, si su encanto llegó a echar mano de Kierkegaard
en lo concerniente al arte de la seducción. No obstante, leyendo con atención el
mencionado Diario, no sería difícil encontrar
puntos de colación con sus obras y línea de pensamiento, siendo esencial el comportamiento
que se puede destilar. Veamos: Si un tema en su trayectoria predomina en cuanto
a tema, y no en cuanto a consecuencia de su tratamiento, resultado de la proyección
o gesto referido a la idea de lo que es el arte, es el argumento erótico: la relación
entre sexos, el sexo, la organización de los polos opuestos y complementarios y
su posicionamiento en los jardines del “amor” y la seducción. Ejemplos de ello son
sin duda La mariée mise à nu par ses célibataires,
même [La novia desnudada por sus solteros, incluso] –Le grand verre [El gran vidrio]–
(fig.
2) o Étant donnés: 1. la chute d'eau, 2. le gaz d'éclaire [Dados:
1. la cascada, 2. el gas de alumbrado] (fig. 3), artefactos primordiales
en los que activamente hombre y mujer ocupan su papel correspondiente en las transacciones
amorosas, sexuales, de forma radical. (Relaciones de conquista, no de posesión,
que advertiría Kierkegaard...)
Por otro lado, la inteligencia de Duchamp, su consciencia presente
del análisis y del estudio de los artistas por parte de la Historia del Arte (véase,
como muestra, aquella carta dirigida a su cuñado Jean Crotti y a su hermana Suzanne15),
acabaría por conferirle la certeza y el aprendizaje, en esa preferencia por “someterse”
más bien a la influencia de un escritor, de los mecanismos de encumbramiento del
creador a través de la obra homogénea y unida por el hilo invisible de las concomitancias
en el campo de la indeterminación. Algo que nos llevaría incidentalmente, casi por
casualidad, a uno de esos lugares de paso importante del mismo para su comprensión.
Es más, su famosa Rrose Sélavy, como personaje, nace, se podría decir, de la teoría
estética kierkegaardiana de concebir la vida como cúmulo de posibilidades poéticas,
y, por ende, artísticas a la manera romántica, pero serían algunos de sus derivados
idiomáticos (“Arroser/Rose/Eros. C’est la
vie”, “Regar/Rosa/Amor es la vida”)16 los que tendrían una conexión
realmente próxima con la llamativa reflexión hecha en las siguientes líneas que
resumen la idea principal del Diario,
y que fuera utilizada casi a pies juntillas, a su estilo frío y distanciado, por
Duchamp:
Pese a todo, el dios del amor es ciego y cuando se tiene cuidado, no es difícil engañarlo. El verdadero arte reside en adquirir la perceptividad emotiva mayor que se pueda, saber qué impresión se causa y cuál es la que se percibe de una muchacha. De este modo, se puede estar enamorado de muchas mujeres a la vez, puesto que se ama en grado distinto las distintas cualidades que cada una posee. Es muy poco amar a una sola, amarlas a todas se considera superficial, pero conocerse a uno mismo y amar a todas las que se pueda, de tal manera que el alma se alimente, mientras que la conciencia lo abarca todo, ¡ese es el placer, esa es la vida!17
Ese es el placer, esa es la vida. ¿Acaso no reconocemos aquí, pues,
al soltero o a los solteros (“matriz de eros”18) del Vidrio (acaso menos exotéricos)?, ¿el lema
“Eros. C’est la vie”? En última instancia,
¿no se reduce la vida a Eros, el dios de vendados ojos, en la vida-obra de Marcel
Duchamp, en la vida-obra de cualquiera? ¿No hemos de pensar desde la experiencia,
al igual que Freud, “que no es posible dejar de considerar el principio del placer
como guardián de la vida”? El placer. El placer de/en uno mismo. Los individuos
química, psíquicamente en busca de lo que nos agrada, de la ilusión, de la felicidad
aplazada en el acontecimiento capaz de proporcionar goce cualquiera que sea su causa.
Sin duda Duchamp, como es sabido, leyó también a Max Stirner, ese epicúreo amoral.
Con todo, hemos de aclarar que el artista debió de sacar únicamente
provecho de la parte que pudo interesarle de un tomo completo, ya que Diario de un Seductor era contenido electivo
de Lo uno o lo otro, publicado en 1843,
en el que se incluía, entre otras, Estética
del matrimonio: carta a un joven esteta, escrito en el que Kierkegaard fundamentaba
la superioridad ética y estética de la imperecedera unión –desde el amor auténtico–
frente a la voluptuosidad del instante perseguido por el seductor19.
Optando por un claro sentido, el del soltero20, y relegando entonces
la dirección conyugal, parece que Duchamp tomara nota y se decidiera por aplicar
sutilmente las “enseñanzas” que se desprendían de este olvidado “manual”. ¿Cómo
lo hizo? Antes, y a modo de introducción, debiéramos interrogarnos por el asunto
sobre el que se estructura este comentario y del que pocas veces, curiosamente,
se han percatado los historiadores y especialistas al interpretar su obra en su
primer periodo: ¿De dónde surgen y por qué se llevan a la práctica temas y títulos
tan “extraños” (fondo y forma) como el de “las vírgenes”, la transformación de ésta
en La mariée [La novia o (recién) casada –desposada en el día de la boda (en
Kierkegaard, “muchacha en el altar”)–]21,
o su desnudamiento por anónimos e insistentes solteros? Y en lugar de conformarnos
con su mera enunciación, habremos de profundizar en esta relación más allá de todas
aquellas combinaciones y cábalas que se han ido sucediendo con la disposición de
los caracteres en sus nombres, ya que en absoluto es anecdótica y articula desde
el inicio la mayor parte de su producción posterior: desde la “inocente” niña de
Apolinère Enameled [Apolinère Esmaltado] a La (“turbada y pudorosa”) mariée mise à nu... [La novia desnudada...] de 1968.
Así es, y si bien es cierto
que estos temas no eran tan excesivamente raros en un ambiente literario y artístico
como el de la época, cuyo respeto por la virginidad y el interés por los tránsitos
eróticos, en el sexo femenino sobre todo, contaba con precedentes manifiestos (pinturas
de novias en la celebración de su boda, Balzac, por ejemplo, en La mujer de treinta años, algunos poemas
y textos de Jules Laforgue22, etc.), el principal incentivo para que
Duchamp comenzase a trabajar en esta serie, que lo mantuvo afanado durante el mítico
verano alemán de 1912, pudo ser –como decimos– este moderno “arte de amar”; pues
en él se daban las bases sobre las que asentar varios de los conceptos sobre el
erotismo y la seducción tanto para su obra como para su futura vida privada. En
la efervescente Múnich de Vasili Kandinsky quizá encontrase el clima apropiado para
ello23.
Invitado por Max Bergmann, un amigo pintor, nuestro artista se dedicó
a explorar el medio cultural y nocturno de la ciudad como observador concentrado.
Por aquel entonces, entre tantos, actuaba un escritor y provocador expresionista,
de nombre Frank Wedekind, que hacía de la sexualidad el motivo principal de sus
funciones teatrales24. Entre sus irreverencias, gustaba de asaltar a
las chicas presentes inquiriendo sobre su intimidad –“¿Aún estás virgen?”–, llegando
a orinarse y masturbarse en escena25 (lo que no terminaría de explicar,
por otro lado, de haber asistido a alguna representación Duchamp, la fijación por
el arquetipo de la “virgen” y, menos, su traspaso a la “Novia”)26. En
ese intervalo tan prolífico, que en sus propias palabras fue el escenario de su
total liberación, el momento en que estableció el plan general de una obra de gran
envergadura que lo iba a tener ocupado mucho tiempo27, el joven Marcel
se involucró en soledad y con empeño en lo que serían sus últimas realizaciones
sobre caballete –a partir de dibujos preparatorios– dispuesto a no ser ya más un
artista al uso. Dos de estos dibujos fueron Vierge,
n.º 1 [Virgen, n.º 1] (fig.
4) y Vierge, n.º 2 [Virgen, n.º
2] (fig.
5), los cuales dieron paso al óleo Le passage de la vierge à la mariée [El tránsito de la virgen a la novia]
(fig.
6) y, acto seguido, a La mariée [La novia] (fig. 7) definitva –óleo también–
que colocara más tarde, como una de aquellas Venus electrifcata(s)28, en el retablo transparente de El gran vidrio. Un conjunto de obras que,
no obstante su nivel de abstracción y presunto simbolismo, suele comentarse desde
una óptica exclusivamente formal, resaltándose, en la tercera y cuarta, además de
la paleta de tonos ocres, rosas, verdes o pardos deudores del cubismo o de las calidades
de Lucas Cranach y Arnold Böcklin, las características de unas imágenes “cuatridimensionales”
en las que a los colores sensuales acompañan y se contraponen una suerte de trazos
y volúmenes entre lo orgánico y lo mecánico. Con el fin de profundizar en diferentes
estados psicológicos de la mujer y, en cualquier caso, todavía herederas en parte
de pinturas como Nu descendant un escalier,
n.º 229 o Le Roi et la Reine
entourés de nus vites [El rey y la reina rodeados de desnudos veloces], la sucesión
de estas composiciones, ausentes de todo tipo de lirismo y altamente inquietantes,
tendría –en nuestra opinión– una importancia en el universo erótico-mental de su
creador que aún no habría sido reconocida completamente pese al giro temático y
lo aislado de su procedencia. Básicamente, esta serie de ejecuciones es tenida como
la evolución necesaria para la consecución del Vidrio, desechándose una exposición lógica sobre los orígenes ocultos
de estas misteriosas figuraciones, que, por lo demás, parece ser, tendrían su antecedente
en la literatura como tantas veces sucede. Serían, entonces, trasuntos pictóricos
que parten de concepciones que el artista aceptara desde la orientación sobre el
comportamiento de la seducción en el Diario
de Kierkegaard, y todo ello en unión de un maquinismo exacerbado y “absurdo” alentado
por el inclasificable Raymond Roussel.
De este modo, como eje vertebrador de esta analogía, se ha de comenzar señalando que para el filósofo (o para su alter ego aquí, su cómplice Johannes/don Juan) la conducta femenina se divide irremediablemente en dos momentos sólo separados por un acontecimiento transcendental: la pérdida de la virginidad30. Por un lado, la muchacha “inocente e ingenua”, aún virgen, pero extremadamente cruel, y, por otro, “la consciente y enterada”31, la que ha alcanzado “el fin de ser ‘transfigurada’ en otro ser”32. En este sentido, Duchamp, seductor nato, o, mejor dicho, hombre cautivador, encantador33, cuya conceptuación erótica había cobrado ya suficiente relevancia desde las viñetas humorísticas para los periódicos de París, se hace eco y empieza interpretando, desde su estética personal (mixtura de otros tantos influjos, como vemos), las enseñanzas del seductor (del soltero) y de la reacción femenina (de todas las “puras” Cordelias) ante sus incesantes acometidas. Muestra de ello sería el mencionado primer estudio para La novia desnudada por sus solteros, incluso, Mecanismo del pudor o Pudor mecánico, cuyo dibujo dinámico –pero no demasiado sutil en comparación al de El gran vidrio– presenta a los célibes “mecanomorfos” en un intento por acceder a los placenteros e intensos favores de la Novia venciendo su recato. Es decir, en julio de 1912, mes de su realización, intuyó la idea, pero, en lugar de continuar investigando en su entera complejidad (desde entonces hasta 1915 en sus notas para la Caja verde y desde este año hasta 1923 con su materialización inacabada), parece como si el propio artista se hubiera dado cuenta de que al proceso le faltaba un engranaje: la explicación de cómo “la virgen” llegaba al estado de máxima excitación (y seducción implícita) –más tarde, como sabemos, reflejadas también en sus pretendientes– o, lo que es equivalente, “el tránsito de la virgen a la novia”34, la muchacha desposada y anhelante en el altar (“estado de la pura virginidad”), antes de la “caída”35, antes de su postergada y definitiva “transfiguración”.
De esta manera, cuando nos situamos ante la Mariée en elevación pintada por Duchamp en agosto (August se aprecia en alemán bajo su firma),
“esa virgen llegada al término de su deseo”, “es decir[,] el deseo ignorante, el
deseo blanco (con una pizca de malicia)”36, se hace ya difícil concederle
su elucubración en solitario, como el de su “pasaje” o transición, máxime cuando
Kierkegaard había dejado escrito al respecto:
En mis reflexiones, me pregunto a menudo en qué instante puede parecer
más seductora una muchacha. (...) Creo que nunca es tan seductora como en el día
de la boda. (...) cuando el esposo ya espera, ese instante es aquel en que la muchacha
está más seductora37.
Por tanto, taxativamente, lo que ambos expondrían ante nuestro pensamiento
sugestionado serían “momentos”, “instantes” incluso, dentro de una secuencia perfectamente
planificada que escenifica, desde el punto de vista masculino, etapas cruciales,
por irreversibles, en la vida erótica de la mujer38.
Así, siendo la virginidad la primera fase de esta existencia, no
perderían –filósofo y artista– la oportunidad de comentarla participando de la misma
visión. Porque si, como han advertido varios autores, entre las formas veladas de
la Virgen, n.º 2 se esconde la angustiosa
faz de una mantis religiosa39, identificando Duchamp la idea de la doncellez
femenina o del “amor devorador” con el comportamiento rutinario de algunos insectos40,
también en Kierkegaard puede leerse sobre la “entrega absoluta” y el “desprecio
absoluto” lo siguiente:
Un hombre no puede ser nunca tan cruel como una mujer. Basta con
pensar en las distintas mitologías, en los cuentos y leyendas para confirmarlo.
Si se quiere dar la imagen de una fuerza de la naturaleza cuya crueldad no conozca
límites, hay que buscar un ser virginal. Nos impresiona leer la historia de una
muchacha que hizo que le quitaran la vida a sus adoradores sin la menor emoción41.
En este sentido, las correspondencias son tan evidentes, y creyendo
natural que un soltero convencido como aquel Marcel (en seguida acude a la mente
su temprano dibujo Dimanches [Domingos]
de influencia laforguiana) se sirviese de este “manual” que pareciera especialmente
destinado para alguien como él (pues por su carácter curioso y divertido es fácil
imaginárnoslo disfrutando entre sus páginas)42, sorprende, no obstante,
que a la larga llegase a contraer matrimonio en dos ocasiones: transitando así del
seductor desapegado al marido afable aunque renuente. Digamos que en la juventud
y en la madurez la impresión es la de abrazar la provocación del Diario, mientras en la vejez todo lo contrario,
“la validez estética del matrimonio”. Cuestión de elección –otra vez– y prioridad
entre lo sentimental, lo racional y lo económico.
Pero las conexiones Duchamp-Kierkegaard
no terminan aquí, expanden su campo más allá del erotismo, pero vinculado a él,
coincidiendo, por ejemplo, en la importancia conferida al azar (“Azar. Voy a consagrarme
a tu servicio”43), en la integración de elementos domésticos afines (“las
muchachas jamás están en la ventana sin una razón y puede que en este caso haya
una muy particular”44), o, también, en el manejo de un lenguaje capaz
de seducir con elegante ambigüedad a los que circundan al protagonista del libro
–incluidos los lectores–, de un lado, y a los que tratan de aprehender las obras
de arte, los espectadores, de otro (“Mantener a los oyentes en tensión anímica e
irme asegurando, con divergencias de carácter episódico, del resultado que esperan
de la historia y engañarles constantemente con respecto a la dirección que tomarán
los acontecimientos, es una gran satisfacción mía. (…) Emplear dobles sentidos,
de manera que los oyentes sólo comprendan uno de los dos y luego, de repente, adviertan
que mis palabras tienen o pueden tener otro, es mi arte mejor”45).
Dicho esto, todas estas semejanzas revisadas no harían sino propiciar
el momento oportuno para abordar, probablemente, una de las más llamativas. En 1968,
Duchamp, antes de fallecer ese mismo año, realizó un grabado ya mentado, en apariencia
modesto, cuyo interés se lo imprime, sobre todo, la combinación entre imagen y título,
ya que representa y se titula, como el inicio del Vidrio, La mariée mise à nu...
(fig. 9). Este “trozo –al parecer–
escogido” (intentamos demostrar que lo fuera a partir de una fuente escrita, no
solamente gráfica, cuando sin precisar su origen Arturo Schwarz la atribuyó a un
anuncio fotográfico46) delinea a una joven desnuda en actitud de recogimiento,
arrodillada sobre un reclinatorio, y rodeada de un halo fantástico. Una penitente
que nos recuerda a la pobre catequista o comulgante en vísperas de “Las primeras
comuniones” de Arthur Rimbaud y que, además, nos hace dudar ante su presencia, interrogarnos:
¿se trata de la Novia postrada, avergonzada tras su desnudamiento por los solteros,
o es más bien la figuración de un tránsito, esta vez no ya de la virgen a la Novia,
sino de la desposada a su “transfiguración” o pérdida de la virginidad? Es decir,
¿es otro instante de la secuencia que arranca desde “las vírgenes”, continuando
con el pasaje a la novia, su transferencia a El gran vidrio (expectación y circuitería de un anhelo no consumado),
para yacer posteriormente en Étant donnés,
con la Novia “caída” y desnudada al fin por y para todos, y concluir, como apuntamos,
en su arrepentimiento de 1968? Lo único que puede aseverarse es que “la novia ha
sido finalmente desnudada aquí”, como comentó el artista al examinar con una sonrisa
de satisfacción las pruebas del grabado47. Pero quizá parte de la respuesta,
o el genuino antecedente de esta estampa, los encontremos de nuevo en un extraño
fragmento proveniente de Diario de un Seductor:
Hay un grabado en cobre que representa a una niña antes de su confesión.
Es todavía tan tierna, tan inocente, que por ella y por el confesor se experimenta
una verdadera perplejidad, pensando de qué puede tener que confesarse. Se ha quitado
el velo de la cara y mira en el mundo, ante sí misma, como si buscara algo que usar
en la próxima confesión. Naturalmente, es un deber que tiene para con el confesor.
La situación es realmente fascinadora y nada tendría en contra para colocarme a
mí mismo en el fondo de la escena. Pero entonces esa situación llegaría tal vez
a ser comprometida, porque es una niña aún y debe pasar mucho tiempo antes de que
haya llegado el instante preciso48.
Mezcla de pureza y latente erotismo en la imaginación de un seductor
desaprensivo, Johannes, de igual modo, basa su anécdota en un grabado original –o
ficticio– desconocido, de cuya interpretación en el siglo XX, casi puede admitirse,
se encargaría Duchamp ya sin el confesor49, pues hasta el fondo de la
reproducción es de color cobrizo50. Leyendo el texto la sensación es
de identificación, y esa niña que no entendemos bien “de qué puede tener que confesarse”
(a no ser de “malos” pensamientos), puede ser la misma muchacha de hinojos que el
artista convierte intencionadamente en La
mariée mise à nu...51 En la Novia envuelta por el halo que la transfigura
y que hace las veces de escenario trascendente –en esta ocasión parece ser que sí–
tras “el instante preciso”52; la pecadora en el altar en la Estética del matrimonio.
Sin embargo, no sería el único momento en el que Duchamp utilizara la imagen del aura como “necesidad de lo milagroso”53. Prueba de ello son el Retrato del Dr. R. Dumouchel, la Vía Láctea en El gran vidrio o Le buisson [El matorral] (fig. 10), pintura de entre 1910 y 1911 en la que, como han señalado algunos autores, al igual que en Baptême [Bautismo], podría representarse por vez primera un rito de iniciación sexual, de tránsito virginal, en el cual los dos tipos de mujer, la virgen y la casada (la “transfigurada”), harían temprana aparición54. El matorral… “El ser femenino” –en todos los casos– definido como “un ser cuya finalidad está en otro ser”55. Pero ese “ser” que despierta a la plenitud, que florece (épanouissement, en terminología duchampiana), ¿quién o qué es en realidad?, ¿existe bajo la experiencia de Duchamp lo que podría denominarse amor auténtico entre dos polos sin intromisión de un tercero?... Quizá, aunque él mismo no fuera muy dado a utopías o al menos supiera diferenciar sin traumas ni penas entre amor y sexo; bastantes triángulos amorosos llegó a conocer para no terminar en el descreimiento. Él mismo no se comprometía, y, por lo general, como el seductor que ama sólo hasta la culminación del acto (el seductor del Diario), jamás le interesaría, hasta pasados los años, una “vida en familia”. La erótica predestinada del Vidrio se recrea en ello; una Novia a punto de desposarse es observada y cortejada por varios hombres, un conjunto de onanistas que atendiendo a sus instintos desea un acercamiento procaz, y ésta, aún virgen, pero “ansiosa”, que ha de elegir y casi siempre tiene donde elegir, no aborrece en absoluto esta persistencia o impulso que roza lo patético. Como en una de las “notas”, “en lugar de ser solamente un témpano asensual, rechaza cálidamente (no castamente) la atropellada oferta de los solteros”56. Esos solteros que inmediatamente nos recuerdan, ni más ni menos, su convención reflexiva en torno In vino veritas57… De nuevo Kierkegaard.
Se ha tachado alguna vez a la Novia, a la ready maid, de prostituta58, pero en realidad puede que sólo
se trate de una pieza más en la estratégica y simple disposición de ambos sexos
y de su mecanismo de seducción para proyectar un “estado de deseo permanente” en
el espectador59. Una representación natural, veraz a lo último, y por
ello aceptada. “Eros es la vida”. En El gran
vidrio a través de los “testigos oculistas”, en Étant donnés a través del orificio de la puerta.
Finalmente –concluimos con Kierkegaard–:
En todas estas relaciones se oculta una profunda ironía. El ser que
existe tan sólo para los demás es el que domina: el hombre “libera”, pero la mujer
elige. La mujer cree que la conquistan y el hombre quien vence; sin embargo, el
vencedor se inclina ante la vencida60.
Por lo demás, “no se tiene más que: por ‘hembra’ el urinario público y de eso vivimos”61.
NOTAS
En memoria del profesor Francisco Javier San Martín, quien supo mostrarnos
del modo más singular, desde la erudición, la afabilidad y la elocuencia, el admirable
universo y el “punto de inflexión” que significó M. D.
El siguiente texto es una versión corregida y actualizada de: Renart
González, D.: “Marcel Duchamp, Diario de un
Seductor = Marcel Duchamp, Diary of a
Seducer”. Ars Bilduma, n.º 7, junio
de 2017, pp. 167-185, https://ojs.ehu.eus/index.php/ars_bilduma/article/view/15583.
1. JOHNSON SWEENEY, J.: “Eleven Europeans
in America: Marcel Duchamp”, The Museum of
Modern Art Bulletin, vol. XIII, n.º 4-5, 1946, p. 21. Cit. en: DUCHAMP, M.: Escritos. Duchamp del signo, seguido de Notas (Escritos reunidos y presentados
por Michel Sanouillet y Paul Matisse; edición en español dirigida por José Jiménez).
Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2012, p. 223. Como paradigma de este débito literario,
Le rayon vert [El rayo verde], instalación
que presentara en París en la Exposition Internationale du Surréalisme de 1947,
es guiño intencionado a la novela homónima de su compatriota Jules Verne, tal y
como indicara Herbert Molderings por varias y convincentes razones. Puede verse RADRIZZANI, D.: “‘The lake changes its dress
every hour’. Marcel Duchamp in Vevey”, en BANZ, S. (ed.): Marcel Duchamp and the Forestay Waterfall. Cully and Bellevue-Chexbres,
JRP|Ringier, 2010, pp. 64-69.
2. Confesión realizada a Yvonne Chastel en carta fechada en París
el 8 o el 9 de diciembre de 1946. DUCHAMP, M.: Affectionately, Marcel / The Selected Correspondence
of Marcel Duchamp. Ghent-Amsterdam, Ludion Press, 2000, p. 258.
3. CABANNE, P.: Conversaciones
con Marcel Duchamp. Barcelona, Anagrama, 1984 (1967), p 70. Lo “divertido”,
como se observará más adelante, enlaza también con el erotismo: “De hecho me di
cuenta de que la única excusa para hacer algo era simplemente introducir el erotismo,
que está mucho más cerca de la vida, más cerca que la filosofía o que cualquier
otra cosa de ese orden. Es una cosa animal que tiene numerosas facetas y que es
muy divertido usar como un pomo de color, para inyectarlo, por así decir, en la
producción”. Entrevista de M. D. con George Heard Hamilton y Richard Hamilton [BBC,
septiembre de 1959], Archivos Marcel Duchamp, Villiers-sous-Grez. Cit. por: MARCADÉ,
B.: Duchamp. La vida a crédito. Buenos
Aires, Libros del Zorzal, 2008, p. 397.
4. DUCHAMP,
M.: Escritos. Duchamp du Signe. Barcelona, Gustavo Gili, 1978,
(“Caja verde”), p. 40.
5. KIERKEGAARD, S.: Escritos.
Sobre el concepto de ironía (en constante referencia a Sócrates). Madrid, Trotta, 2000, vol. 1, p. 276.
6.
“Then again, there are those who anxiously ask, ‘Is he serious or is he joking?’
Perhaps he is both! Is it not possible?” NORTON, L.: “Buddha of the Bathroom”, The Blind Man, n.º 2, mayo 1917, p. 6. El fundamento filosófico de
esta disyuntiva irónica puede remontarse a K. W. F. Solger (1780-1819), cuando desde
un sentido trágico-platónico, evocando lejanamente el “coeficiente artístico” duchampiano
en The Creative Act, escribió sobre la
“transferencia” de la idea (“intención” en Duchamp): “Por tanto, cuando la idea
pasa a lo particular mediante el entendimiento artístico, no sólo se imprime en
ello, no sólo aparece como temporal o caduca, sino que se hace además lo real actual.
Puesto que no hay nada fuera de la idea, ella pasa a ser la nulidad y el perecer
mismo, y una tristeza inmensa tiene que apoderarse de nosotros cuando vemos que
lo más glorioso se disipa en la nada por su necesaria existencia temporal. (…) Este
momento de la transición, en el cual se anodada necesariamente la idea misma, tiene
que ser la verdadera sede del arte; y allí el chiste y la contemplación, cada uno
de los cuales crea y aniquila con una tendencia opuesta, han de ser una sola y misma
cosa. Por tanto, aquí el espíritu del artista tiene que resumir todas las direcciones
en una mirada que lo abarca todo; y a esta mirada, que flota sobre todo y todo lo
aniquila, le damos el nombre de ironía”. SOLGER,
K. W. F.: Erwin. Vier Gespräche über das Schöne
und die Kunst (Erwin. Cuatro diálogos sobre lo bello y el arte). Munich, W. von Henckmann (ed.), 1971, p. 387. Cit. por: HENCKMANN,
W.: “El concepto de ironía en K. W. F. Solger”, Enrahonar, n.º 14, 1988, p. 23. Una ironía trágica y existencial, como
sintetiza Henckmann, que para Solger sería “único y supremo principio del arte en
general”. Ídem.
7. ORTEGA Y GASSET, J.: “Diálogo sobre el arte nuevo”, El Sol, 26 octubre 1924. Reeditado en La deshumanización del arte. Y otros ensayos
de estética (incorpora España invertebrada).
Barcelona, Planeta DeAgostini, 2010, pp. 268-269.
8. Aparte de la esencialidad de la “posibilidad” en Leibniz, “la
imaginación es la reina de lo verdadero, y lo ‘posible’ es una de las provincias
de lo verdadero. Está positivamente emparentada con el infinito”
(Baudelaire, Salón de 1859); “O Source
du possible, alimente à jamais / Des pollens des soleils d’exil, et de l’engrais”
(Laforgue, “Complainte du temps et de sa commère l’espace” –Les Complaintes, 1885–)
o “–Ces chantiers du Possible ululent / À l’Iconcevable, pourtant !” (Laforgue, “Dialogue avant
le lever de la lune” –L’Imitation de Notre-Dame
la Lune, 1886–); y Píndaro, tantos siglos antes… “Oh, alma mía, no aspires a
la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible” (III Pítica). Revisados estos precedentes, transcribimos dos ejemplos
de la importancia de este concepto para Duchamp: “Lo posible es un infra leve –
La posibilidad de que varios tubos de colores lleguen a ser un Seurat es ‘la explicación’
concreta de lo Posible como infraleve. Al implicar lo Posible el llegar a ser –
el paso de lo uno al otro tiene lugar en lo infraleve”; o “Posible / La figuración
de un posible. / (no como contrario de imposible / ni como relativo a probable /
ni como subordinado a verosímil) / Lo posible es únicamente / un ‘mordiente’
físico [género vitriolo] / que quema cualquier estética o calística” (1913).
DUCHAMP, M.: Notas (Trad. al español de
Mª Dolores Díaz Villagou, intr. de Gloria Moure a partir de la ed. de Paul Matisse).
Madrid, Tecnos, 1998 (1989), pp. 21 y 88. Lo “posible”, también, definido con esmerilada
precisión como argumento ácido contra lo establecido, y que Norton expresara a la
perfección durante la controversia con el “mingitorio”. Para
André Breton, “La question de la réalité, dans ses rapports avec la possibilité,
question qui demeure la grande source d'angoisse, est ici résolue de la manière
la plus hardie [par Duchamp]: ‘La réalité possible (s’obtient) en distendant un
peu les lois physiques et chimiques’”. BRETON, A.: Anthologie de l’humour noir. Paris, Sagittaire, 1940, p. 468.
9. Entre los autores que de alguna manera han relacionado a Duchamp
con Kierkegaard, encontramos a Lawrence D. Steefel, Jr., Thomas B. Hess, Robert
Motherwell, Harold Rosenberg, Boris Groys, Ernesto de Sousa o Simón Marchán Fiz,
a quien, entre ellos, en parte le recuerda también su posicionamiento estético:
“Una indiferencia que, exenta de trascendencia y angustia, recuerda la actitud estética
de S. Kierkegaard, en la que nada se resuelve o todo pudiera ser de otro modo: o bien o bien, desembocando así en la relatividad”.
MARCHÁN FIZ, S.: “Marcel Duchamp. La ‘fuente’ y la transfiguración artística de
los objetos”, Arte y Parte, n.º 29, oct.-nov.
2000, p. 84.
10. Zenón de Elea, Leonardo da Vinci, el mismo Duchamp, Lobatchewsky
o el inimitable Alfred Jarry, entre otros muchos “humoristas”...
11. TOMKINS, C.: Duchamp. Barcelona, Anagrama, 1999, p. 184.
12. BUFFET-PICABIA, G.: “Un peu d’histoire”,
en VV. AA.: Paris-New York. Paris, Centre Georges Pompidou,
1974, p. 97. Cit. por: Ibid. p. 185. Amada
por Duchamp con romanticismo juvenil, no fue correspondido, al menos físicamente,
hasta mucho más tarde. En su día, una intensa historia que debió de marcarlo, pues
la tensa circunstancia (casada con su díscolo amigo) pudo ser uno de los motivos
que lo llevaran a desconfiar del amor en adelante.
13. MASSOT, P. de: “Esquisse pour un portrait
à venir de Marcel Duchamp”, Journal des Poètes,
1948. Cit. por: MARCADÉ, B.: Op. cit.,
p. 222.
14. MASSOT, P. de: Marcel Duchamp, Propos et souvenirs. Milan,
Galleria Schwarz, 1965, p. 160. Cit. por: Ídem.
15. DUCHAMP, M.: Affectionately, Marcel / The Selected Correspondence of Marcel Duchamp.
Op. cit.,
pp. 318-320.
16. ¿Tendrá que ver ese/a R(r)ose con el célebre Roman de la Rose medieval? Recordemos que
en él la Rosa alude a la amada, y quizá pudo interesarle por cuanto sus dos autores
confrontaron las dos formas de amor clásicas: el “amor cortés”, defendido por Guillaume
de Lorris, y el amor sensual, esgrimido por Jean de Meung; antigua división de las
dos Afroditas, la celestial y la popular.
17. KIERKEGAARD, S.: Diario
de un Seductor. Barcelona, Río Nuevo, 2000, p. 64.
18. Solteros o matriz de eros, moldes máchicos, cementerio de los
uniformes o libreas,... DUCHAMP, M.: Escritos.
Duchamp del signo, seguido de Notas. Op.
cit., (“Caja verde”), pp. 120 y 121.
19. Se suele afirmar que la
motivación de Lo uno o lo otro fue mostrar
a Regina Olsen, la prometida de Kierkegaard, los dos caminos posibles a transitar
en el ámbito amoroso: el camino estético y fugaz que culmina en la angustia, el
del seductor, y el ético, el del matrimonio con su impronta de amor eterno en la
existencia histórica. Dos vías vedadas finalmente para Kierkegaard, pues su vivencia
de la religión, o, también, su exigente dedicación al pensamiento y a sus otras
aficiones algo más mundanas en libertad, le impidieron, en su caso, tomar a Regina
como esposa. En suma, vías o estadios –el estético, el ético y el religioso– cuyo
eco semejaría rebotar de las tres formas de vida que Aristóteles jerarquizara, análogamente,
en su Ética a Nicómaco: la sensual, la
civil y, aún por encima, la contemplativa.
20. Son conocidas las razones por las cuales Duchamp se inclinó de
joven por la soltería. Al preguntarle Pierre Cabanne sobre ésta “...intervenía una
cuestión de presupuesto, y un razonamiento totalmente lógico: era preciso escoger
entre pintar u otra cosa. Ser el hombre de arte o casarse, tener hijos, una casa
en el campo…” CABANNE, P.: Op. cit., p.
47.
21. Indistintamente se suele traducir La mariée como la novia o
la casada, entendiéndose a menudo en castellano
–si no acudimos a su definición en francés: “personne dont on célèbre l'union, le
jour même”– que o bien nos hallamos ante una “prometida” (virgen) o bien ante una
“esposa”. Continuando nuestro comentario desde esta posición, se hace necesario
distinguir entre estos dos “momentos” y puntualizar el “instante” preciso (“coincidente”
con Kierkegaard), el cual Duchamp situara también al hablar del Vidrio –en cuyo panel superior ostenta La mariée su dominio– en la misma ceremonia:
“Even though I tried in that Big Glass
to find a completely personal and new expression, the final product was to be a
wedding of mental and visual reactions. In
other words the ideas in the Glass are
more important than the actual visual realization”. HAMILTON, G. H. y HAMILTON,
R.: “Marcel Duchamp Speaks”. (“An interview by George Heard Hamilton in 1959”, entrevista
realizada para la serie de la BBC “Art, AntiArt”), en Marcel Duchamp, The Creative Act.
Brussels,
Sub Rosa, 2005, [CD].
22. “Cuya literatura tuvo un gran influjo en Duchamp en cuanto al
uso de los conceptos de celibato o virginidad”. CLAIRE,
J.: Sur Marcel Duchamp et la fin de l’art.
Paris, Gallimard,
2000, p. 143 (entre otros autores). Cit. por: PARCERISAS, P.: Duchamp en España. Madrid,
Siruela, 2009, p. 98. Por caso, poemas como “Célibat, célibat, tout n’est que célibat”
o “Complaintes des crépuscules célibataires” (Des fleurs de bonne volonté, 1890), éste último con versos reminiscentes
a El gran vidrio como “La vitrine allume
son gaz, / Toujours de nouvelles figures...” o “Un amour pour moi tout exprès /
En un chez nous de chrysalide !...”. Reminiscente a Étant donnés, en ese poemario, pudiera ser “Signalement”. Es también
relevante aquella respuesta, llena de intención en 1966, del artista a Cabanne:
“Laforgue me gustó mucho y todavía me gusta mucho aun cuando haya sido muy desacreditado”.
CABANNE, P.: Op. cit., p. 41.
Lo que no ha quedado todavía explicado, sin embargo, refiriéndose
a la conceptualización duchampiana, es el origen de estos mismos asuntos (de estos
estados y tránsitos eróticos) en la literatura y en el arte en aquel tiempo. Creemos
que aún no se han vinculado, en conexión suya, con el discurso médico y la atmósfera
filosófica que se respiraba en aquel entonces en torno al estudio de la mujer. Ensayos
como Système physique et moral de la femme
(1775) del doctor y filósofo Pierre Roussel, con múltples ediciones durante todo
el siglo XIX, Histoire naturelle de la femme
(1803) de Jacques-Louis Moreau, De la femme,
sous ses raports physiologique, moral et littéraire (1825) de Julien-Joseph
Virey, o posteriores como Histoire pittoresque
des passions chez l’homme et chez la femme et partculièrement de l’amoure (1846)
de Jules Boll, Higiene et physiologie du mariage
(1857) de Auguste Debay, o La Femme. Essai de sociologie physiologique (1885) de Henri Thulié, son
claros exponentes del auge de la/s ciencia/s en este siglo, y, en concreto, en esta
materia.
23. Como advierte Calvin Tomkins en su biografía, apenas nada se
sabe de su paso por la antigua capital de Baviera. Silencio sobre cualquier detalle
personal alrededor de sus trabajos y pensamientos durante el estío que supuso un
punto de inflexión en su expresión. De pronto, la temática erótica (más allá de
todos sus desnudos anteriores) cristalizó en una secuencia intelectual que, hipotéticamente,
provendría de Kierkegaard, y cuya evolución continuó hasta su instalación póstuma.
Si bien en Francia el filósofo no había sido objeto de tantas atenciones, y, por
tanto, no había sido traducido hasta ahora, en Alemania, en cambio, ya se conocía
el Diario en su versión germánica, desde
1885, en sucesivas reediciones (SCHULZ, H.: “A Modest Head Start: The German Reception
of Kierkegaard”, en STEWART, J. (ed.): Kierkegaard’s
Internacional Reception: Northern and Western Europe. Surrey, Ashgate, 2009,
tomo I, p. 389). De este modo, Duchamp, que estudió alemán en el Lycée Corneille
de Ruan, y que leyó en Múnich Über das Geistige
in der Kunst (De lo espiritual en el arte) de Kandinsky, bien pudo tener acceso
a su lectura en esa su primera estancia en el extranjero. (Recuérdese que poco después,
al menos desde 1913, asumió lo “posible”, más que probablemente, desde el concepto
de ironía en el danés.)
24. LEE GOLDBERG, R.: Performance - Live Art 1909 to the Present.
New York, H. N. Abrams, 1979, p. 34. Cit. por: MINK, J.: Marcel Duchamp 1887-1968. El arte
contra el arte. Colonia, Taschen, 2002, p. 34.
25. LEE GOLDBERG, R.: Op. cit.,
p. 34. Cit. por: Ídem.
26. Sin embargo, como hecho reseñable, en referencia a El gran vidrio, Mink apunta, basándose en
el catálogo de la exposición del Palacio Grassi en Venecia (GOUGH-COOPER, J. and
CAUMONT, J.: Ephemerides on and about Marcel
Duchamp and Rrose Sélavy, 1887-1968. London, Thames and Hudson, 1993), que el
artista, en su viaje, también “visitó paisajes campestres, entre ellos la región
de Neufahrn, donde se encuentra la iglesia consagrada a S. Wilgeforte, princesa
virgen de los comienzos del Cristianismo que se negó a casarse y le creció milagrosamente
la barba cuando, como Cristo, fue desnudada por sus verdugos”. Ídem.
27. DUCHAMP, M.: Apropos of myself (notes for a lecture). St. Louis, City Art Museum
of St. Louis, 1964. Cit. por: TOMKINS, C.: Op.
cit., p. 11.
28. Entre los primeros experimentos desarrollados con electricidad,
no deja de ser curiosa la Venus electrificata
–descendiente de la Botella de Leyden–, pero, sobre todo, la significación que la
acompañó desde la segunda mitad del siglo XVIII. Se llamaba así aquel maniquí o
mujer mecánica, cargada de electricidad estática, con la que burgueses de la época
se entretenían comprobando lo que una corriente moderada era capaz de hacer sentir
en sus propios cuerpos. También llamado The
Electric Kiss, este juego de emanaciones luminosas consistía en arrimarse al
simulacro y propinarle un beso con las consecuencias que se pueden adivinar. Así,
pronto se asociaron las sacudidas y respingos que producían las más tempranas descargas
controladas con la atracción sexual, parangonando estados de excitación con el estimulante
calambre que recorría a los “pretendientes” desde los labios hasta la punta de los
dígitos. En esta dirección, la voz inglesa usada para describir la reacción causada
por las chispas del beso eléctrico, stung,
podría traducirse como “picado”, “herido”, “atormentado” o incluso “aguijoneado”
por la diosa del amor, efecto muy en consonancia, por tanto, con la Novia / Avispa
(Cilindro-sexo) que nos revelara Duchamp en sus “notas” –muchas de ellas origen “literario” y semántico de El gran vidrio–, en las que también proyectara
una “fiesta eléctrica” como “fondo” del mismo “que rec[ordase] el decorado luminoso
de Luna Park” con “lámparas de arco” y “fuegos artificiales en sentido figurado”.
Más explícita, la nota siguiente dice:
Novia .. Esqueleto – / árbol tipo – / aparato de relojería / Motor
con cilindros muy débiles: / Magneto deseo (chispas de vida constante) / Depósito
de gasolina [esencia] de amor.
Puesta al desnudo eléctrica. / Chispas artificiales
Expansión. / Efecto doble de los 2 tipos de chispas
De tal manera, sería difícil no relacionar ya esta “puesta al desnudo
eléctrica” de la Novia con la Venus electrificata,
y es que, ambos, artilugio dieciochesco y artista, en un hecho coincidente, viajaron
del continente europeo al americano, y de alguna forma sus escritos hacen sospechar
que lo integrara veladamente por sus connotaciones, pues, como en la nota, sus usuarios distinguían entre “dos
tipos de chispas”, las masculinas frente a las femeninas. A su vez, sorprende descubrir
que fuera Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos
y el inventor del pararrayos, el encargado de poner en práctica todos estos experimentos
en Norteamérica, en concreto en Filadelfia, ciudad en la que hoy día “reposa” en
su Museo de Arte (Benjamin Franklin Parkway, por cierto) este “desnudamiento eléctrico”
que también es El gran vidrio.
Sobre las notas relativas,
véase DUCHAMP, M.: Notas. Op. cit., pp.
43 (notas 50 y 52), 53 (nota 74), 57 (nota 80) y 131 (nota 155).
En lo concerniente, es obligado mencionar, rastreando esta tradición que llega hasta
Duchamp, la exaltación del “cuerpo eléctrico” que hiciera Walt Whitman, L'Ève future [La Eva futura] de Villiers
de L’Isle Adam (1886) y todos los demás casos destacados en RAMÍREZ, J. A.: Duchamp. El amor y la muerte, incluso. Madrid,
Editorial Siruela, 2000, pp. 123 y 151-157 que dan cuenta de un panorama entrelazado
que, como indica Bernard Marcadé, derivaría en atracciones de feria como el “Desnudamiento
de la novia”, donde el espectador era invitado a quitarle la ropa, o, quizá desde
aquí, en películas eróticas ya clásicas como Le coucher de la mariée [El acostarse de la novia], dirigida por Albert
Kirchner y producida por Eugène Pirou en 1896, y su réplica de idéntico título,
rodada tres años después, de Georges Méliès (en ellas la novia se desviste poco
a poco en su noche nupcial, generando “chispas” tanto en la imaginación y en la
mirada voyeur de su impaciente y excitado
marido como en nosotros mismos). Tampoco se puede olvidar –al contrario, hay que
rescatar decididamente– la anécdota entre el artista y el futuro galerista Julien
Levy cuando se conocieron: pues, divertidos, planeaban componer medio en broma medio
en serio un “aparato mecánico femenino”, a modo de “máquina onanista”, “equipad[o]
de un mecanismo que activara la parte baja del cuerpo a través de una lengua que
se introdujera en la boca para un beso”. LEVY,
J.: Memoir of an Art Gallery. New York,
G. P. Putman’s Sons, 1977, p. 20. Cit. por: MARCADÉ, B.: Op.
cit., p. 283. Por último, la calificación de Venus la hallamos cabalmente en
Pilar Parcerisas, cuando piensa en Nu descendant
un escalier, n.º 2 [Desnudo bajando una escalera, n.º 2] como en “un desnudo
femenino que potencialmente podía erigirse en ídolo pagano de carácter mecanicista,
en una Venus maquinista para un modelo de belleza alternativo al modelo naturalista”.
PARCERISAS, P.: Op. cit., p. 20.
29. ¿Algo que ver con la expresión l'esprit de l'escalier? Nótese que ante esa confusión deliberada, que
puede aportarnos un pensamiento ingenioso no delante del cuadro sino, inoportunamente
y a nuestro pesar, cuando ya no estamos frente a él, Fernand Léger observó una boda
(¿una novia o un matrimonio bajando una escalera?) donde toda sentimentalidad había
sido borrada. VV. AA.: Le futurisme à Paris. Une avant-garde explosive (Dossiers pédagogiques
- Parcours exposition, 15 octobre 2008 - 26 janvier 2009). Paris, Centre Pompidou
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30. Además de escindir estos dos “momentos”, según el estado de cada
cual (soltera, novia o casada), habría que contar también con otras “mudanzas psíquicas
y sociales” de la mujer dependiendo de otros estatus o etapas: la amante, la viuda,
la divorciada,... (Y comprender, ayudados por esta cita que analiza la obra de Kierkegaard
y que nos aproxima tanto a la de Duchamp, que, en esta distinción, “la muchacha
es bella ‘a distancia’ y ‘para todos’[, mientras] la esposa no tiene ya tras sí
un cortejo de pretendientes; no [siendo] bella ‘en general’, [sino] sólo a los ojos
de su marido”. LÓPEZ ARANGUREN, J. L.: “Amor humano, noviciado cristiano”, Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 26, 1952,
p. 306.)
31. “¿En quién es más grande el pudor, estéticamente hablando: en
una muchacha o en una mujer joven? ¿En la inocente e ingenua o en la consciente
y enterada? ¿Y a cuál de ambas hay que conceder mayor libertad?”. KIERKEGAARD, S.:
Diario de un Seductor. Op. cit., p. 130.
Traigamos a colación, sobre el pudor (el pudor de la virgen, de la Novia), la Première recherche pour La mariée mise à nu par
ses célibataires [Primera investigación para La novia desnudada por sus solteros],
también conocida como Mécanisme de la pudeur
/ Pudeur mécanique [Mecanismo del pudor / Pudor mecánico] (fig. 8), puesto/a en relación, y
cuya composición semeja, a modo de anécdota, una de las pinturas rupestres de Kolu,
en Kondoa Irangi, Tanzania, datada entre los años 3500 y 1500 a. C.
32. Por el contrario, obviamente,... “El estado en el que el ser
femenino, aún no ha alcanzado lo que constituye su finalidad, es decir, el fin de
ser ‘transfigurada’ en otro ser, es el estado de la pura virginidad.” Ibid. p.
128.
33. Citando a Ninon de Lenclos,... “Rien de
si aimable à mes yeux qu'un homme séduisant, mais rien de plus odieux qu'un séducteur.”
LENCLOS, N. de: Lettres de Ninon de Lenclos
au marquis de Sévigné, avec sa vie. Amsterdam, François Joly, 1757, Tome second, Lettre
XLIV, p. 29.
34. Por eso El tránsito...
“no se trata de una referencia a la iniciación sexual. Se supone que la pérdida
de la virginidad se produce en el tránsito del estado de mujer al de esposa, así
que el pasaje ‘al’ estado de novia no es más que un requisito previo para esta segunda
transformación”. SEIGEL, J.: The Private Worlds of Marcel Duchamp: Desire, Liberation, and the Self in
Modern Culture. Berkeley and Los Angeles, University of California Press, 1995,
p. 73. Cit. por: TOMKINS, C.: Op. cit.,
p. 112.
35. También Tomkins, aludiendo a las notas de la Caja verde, lo corrobora: “En una de ellas
se refiere a la novia como al ‘apoteosis de la virginidad’, en otra describe su
‘florecimiento’ como ‘el último estadio de esta novia desnuda previo al orgasmo
que puede (podría) propiciar su caída’. En otras palabras [(en el límite y contradiciendo
a André Breton en Le Phare de la Mariée)],
el estado de novia es un estado de expectación y de inocencia en suspenso, un breve
momento de éxtasis previo a las desconocidas bendiciones del conocimiento carnal”.
Ibid. pp. 112-113.
36. DUCHAMP, M.: Escritos. Duchamp del signo, seguido de Notas.
Op. cit., (“Caja verde”), pp. 107 y 110.
37. Reproducimos el texto completo: “En mis reflexiones, me pregunto
a menudo en qué instante puede parecer más seductora una muchacha. La respuesta,
naturalmente, varía de acuerdo con lo que se desea, con la medida de lo deseado
y con el estado de perfección espiritual al que se ha llegado.
»Creo que nunca es tan seductora como en el día de la boda. Cuando
la muchacha se ha puesto ya su vestido de esponsales y el esplendor de las ropas
palidece ante el esplendor de su belleza y ella misma se muestra pálida; cuando
en ella se detiene la sangre, el pecho permanece inmóvil, la mirada se torna insegura,
el pie titubea, la virgen tiembla, el fruto madura; cuando el cielo la levanta,
la seriedad la robustece, la promesa la sostiene, el ruego la bendice, el mirto
la corona; cuando el corazón palpita y ella abate la vista al suelo y se oculta
en sí misma; cuando su pecho se ensancha en el suspiro, la voz languidece, la lágrima
tiembla; cuando el enigma está por resolverse y la antorcha por encenderse; cuando
el esposo ya espera, ese instante es aquel en que la muchacha está más seductora”.
KIERKEGAARD, S.: Diario de un Seductor.
Op. cit., pp. 132-133.
Ahondando en el soliloquio de Johannes, ¿qué extraer entonces de
la espera del esposo, el enigma por resolverse o la antorcha por encender? La indefinición
inherente a las obras de Duchamp hace que podamos asociar, debida o indebidamente,
imágenes que, en este caso, nos trasladan a la paciencia frente al portalón, la
incógnita “dada” a descifrar, o la lámpara de gas prendida en Étant donnés.
38. El que en una de sus “notas” se refiera a El gran vidrio como ese “cuadro-momento de
la vida de la novia”, debería ser suficientemente significativo. DUCHAMP, M.: Escritos. Duchamp du Signe. Op cit. p. 52.
39. Insecto que ocasionalmente devora al macho tras la cópula, posteriormente
se encarnaría en El mito trágico de “El Ángelus”
de Millet de Salvador Dalí y, en general, rondaría siempre el ambiente surrealista.
40. Las abejas, las mantis, etc., apareciendo en el Vidrio, como en las colmenas de observación,
la reina o Novia arriba, los zánganos o solteros abajo. Como se recordará, las abejas
macho mueren tras la unión sexual o “vuelo nupcial” con su reina.
41. KIERKEGAARD, S.: Diario
de un Seductor. Op. cit., p. 128. A la sazón, contaba Robert Lebel que “una
noche[, Duchamp], al regresar a su habitación amueblada después de haber bebido
demasiado en una cervecería, se quedó dormido y soñó que su Novia ‘se había convertido en un insecto
enorme, parecido a un escarabajo, que me torturaba con atrocidad con sus élitros’”.
LEBEL, R.: Sur Marcel Duchamp. France,
Trianon Press, 1959, p. 73. Cit. por: TOMKINS, C.: Op. cit., p. 115.
42. A raíz de este comentario
sobre el artista, para refrendar aún más el concepto del soltero, el del seductor
o seductores (más o menos torpes) de El gran
vidrio, pero así mismo el de la “víctima” “seleccionada” para su cortejo, el
de la virgen-novia, rescatemos este fragmento ambiguo pero iluminador del Diario: “Elijo mis víctimas entre las muchachas
y no entre las jóvenes casadas. Una mujer casada resulta menos espontánea y tiene
menos coquetería y, con esas mujeres, el amor no es hermoso ni interesante. Apenas
resulta excitante y lo excitante es siempre lo que menos interesa…” KIERKEGAARD,
S.: Diario de un Seductor. Op. cit., p.
28.
43. Ibid. pp. 31-32. Obra
en relación, 3 stoppages étalon [3 patrones
zurcidos].
44. Ibid. p. 83. Obras
en relación, Fresh Widow [Viuda alegre]
o La bagarre d’Austerlitz [La trifulca de
Austerlitz]. Dentro de lo más personal, si las hubo, nos intrigan sus experiencias
con/en las ventanas. Afortunados o desgraciados quienes hayan tenido una experiencia
de ventanas.
45. Ibid. p. 73. Además: “Entre todas sus cualidades, un libro tiene la
muy rara de dejarse interpretar como se quiera. Hablando como un libro, es posible
precisamente llegar a este fin. (…) Mi Cordelia: ¿Un abrazo es una batalla? Tu Johannes”.
Ibid. pp. 76-77 y 117.
La analogía con las estrategias de ocultamiento y de desaparición
de Duchamp sería patente, y ensamblajes como With My Tongue in My Cheek [Con la lengua en la mejilla] (expresión
idiomática inglesa que significa estar hablando disimulada, solapadamente, sin la
intención de ser claros o sinceros escondiendo cierto sarcasmo o ironía sutil en
lo que se dice), declaraciones y escritos así lo corroboran. Algo
que también sugiriera su admirado Odilon Redon en su diario (1902), apelando, como
él, a la contribución e importancia del espectador en el proceso creativo: “Le sens
du mystère, c'est d'être tout le temps dans l'équivoque, dans les double, triple
aspects, des soupçons d'aspect (images dans images), formes qui vont être, ou qui
le seront selon l'état d'esprit du regardeur”. REDON, O.: A soi-même: Journal (1867-1915): Notes sur la vie, l'art et les artistes.
Paris, Henry Floury (ed.), 1922, p. 97. Luz de gas, por tanto, à tous les étages.
46. SCHWARZ, A.: The Complete Works of Marcel Duchamp. New
York, Delano Greenidge Editions, 2000, p. 880.
47. “‘The bride has finally been stripped
bare here’, Duchamp commented, with a satisfied smile on looking at the proofs of
this etching.” M. Duchamp a A. Schwarz, entrevistas sin publicar, 1959-68. Ídem. El grabado en cuestión es uno de los
nueve Morceaux choisis (número a tener
en cuenta) que se apropiara, retocara o diseñara el anciano maestro para la serie
Los amantes, dentro del volumen II de
The Large Glass and Related Works publicado
por el mismo Schwarz. Con el objetivo de sorprendernos postreramente con su Étant donnés, tiene lógica preludiar la desnudez
de la Novia con esta ambivalente imagen. Cabe preguntarse entonces, ¿cuál sería
su última Novia u obra? ¿La que ejecutara lentamente durante veinte años, solo descubierta
de manera póstuma, o la que imprimiera el año de su fallecimiento, estando todavía
vivo? (Nuestra opinión ya ha sido avanzada en la redacción principal.)
48. KIERKEGAARD, S.: Diario
de un Seductor. Op. cit., p. 133.
49. Un confesor o “sacerdote” que comparece, en cambio, como aviesamente
en el poema de Rimbaud, entre los solteros del Vidrio.
50. Otras representaciones similares en apariencia, en línea con
la popular pieza musical para piano La Prière
d'une vierge (1856), de Tekla Bądarzewska-Baranowska (citada con hastío por Laforgue en su poema
XII “Dimanches” –Des fleurs de bonne volonté–),
son La Prière [La oración] de Charles
Filiger (1889) o aquel autorretrato de Matisse reflejado en el espejo dibujando
a su modelo afectada. En escultura, con el mismo título, La Prière de Brancusi (1907) o La
primera comunión de Josep Llimona (1897); en óleo, The Bride [La novia] de Johannes Thorn Prikker (1892-93) y, a cierta
distancia, la ensimismada y entretenida con su alianza The Child Bride [La niña novia] de John Collier (1883); en fotografía,
mucho después, Puta o Santa de los Ángeles
Negros (1979). La transmutación o movimiento interno que implica la “transfiguración”
de la Novia, pudiéramos compararlo con La
mariée à double face [La novia de las dos caras] de Marc Chagall, de 1927, y,
por tanto, posterior. Un acopio de obras, no muy lejanas en el tiempo, que refieren
una inclinación por idénticos asuntos y cuyo tratamiento ambiguo une, en la mayoría
de los casos, como en el pasaje de Kierkegaard o en la poesía irónica de Laforgue,
erotismo y santidad. (Véase también, al respecto, el tomo de H. Thulié La Femme. Essai de sociologie physiologique,
en su segunda parte.)
51. De alguna manera, esta
adolescente ya se ha expuesto; pero, aunque evidentemente se nos presenta desnuda,
esta desnudez, al exhibirse en un templo, acaece como si de una visión interior
se tratase: desde su propia conciencia reconcentrada o, mejor, desde el magín desbordado
de un mirón malicioso, como en Portrait (Dulcinea)
[Retrato (Dulcinea)] de 1911. Asimismo, puede desconcertar el elemento religioso
en Duchamp, materializado en el reclinatorio (de confesionario), que, no obstante,
actúa de conector entre el grabado y el texto.
52. A propósito del halo o
aura, la zona que más se aproxima a La mariée
mise à nu… tiene la característica de asemejarse al perfil silueteado del rostro
del artista, un autorretrato de tres cuartos de espaldas, con el sombrero que acostumbrara
a llevar. No sería de extrañar, pues, entre otros ejemplos de su afición por las
composiciones de perfil, hallamos Yvonne et
Magdeleine déchiquetées [Yvonne y Magdeleine
desmenuzadas], Self-Portrait in Profile
[Autorretrato de perfil], Genre Allegory (George Washington) [Alegoría de género (George Washington)],
además de algún que otro retrato fotográfico clave en dicha posición. En éste en
concreto, sería como si Duchamp, al contrario que Johannes, no tuviera reparo en
colocarse “en el fondo de la escena”, desnudando a la penitente con la mirada (no
tan niña como en el Diario) y haciendo
ocupar su mente, literalmente (gráficamente), con el tema universal.
53. TOMKINS, C.: Op. cit.,
p. 61. Alusión que haría a su amigo y mecenas Walter Arensberg en una misiva de
1951. Sobre la relación entre la manifestación plástica de la energía y el concepto
de infraleve, su posible origen teosófico y los comentarios de Guillaume Apollinaire,
véase PARCERISAS, P.: Op. cit., p. 21.
54. Como decíamos al mencionar los poemas de Jules Laforgue (1860-1887)
y en la nota veintidós, el análisis de la feminidad, los tránsitos eróticos o la
separación entre “la Femme mûre” y “la jeune fille” (del mismo poeta, véase el primer
verso de “Esthétique” –Des fleurs de bonne
volonté– o Notes sur la femme, 1903)
impregnaron el aire que respiró la sociedad francesa en el siglo XIX y parte del
XX. En cambio, y esto es lo fundamental, no se ha encontrado hasta ahora ningún
rastro del tránsito especial que nos atañe, el “de la virgen a la novia”, y que
nos hace asociar inevitablemente a Duchamp con Kierkegaard.
55. KIERKEGAARD, S.: Diario
de un Seductor. Op. cit., p. 126.
56. DUCHAMP, M.: Escritos.
Duchamp del signo, seguido de Notas. Op.
cit., (“Caja verde”), p. 103.
57. En el último monólogo de esta obra integrada en Etapas en el camino de la vida, publicada
en 1845, que recoge los comentarios de cinco estetas solteros, uno sobre el amor
(contradictorio, cómico, inexplicable) y cuatro sobre la mujer (ser dentro de la
categoría de la broma, idealizado, con el que se establece una relación negativa),
Johannes –curiosamente el protagonista del Diario–
concibe la existencia única de un tipo de hombre, puesto que éstos responderían
a una idea fija del mismo, mientras la mujer, por el contrario, obedecería a una
generalidad que no se agota en ningún tipo particular, encerrando en sí, la mujer
única, a todas las demás. De igual modo –pensamos– ocurre en el Vidrio, en Étant donnés: los hombres, pese a ganar en número y poder ser clasificados
por sus oficios individuales, tanto los representados en el cristal como los que
hacen fila ante el portalón, forman un engrudo indiferenciado, pueden ser cualquiera;
la mujer, en cambio, es una y abstracta, siempre sin un rostro innecesario, con
lo que quedaría su identidad al resguardo de la amplitud inagotable que la caracteriza.
Sin embargo, se da una paradoja: la mujer es la que elige, la que selecciona entre
la masa informe masculina, mientras el hombre, contradictoriamente, y no acertamos
a saber si estos cinco solteros también, ejerce un rol más bien “pasivo” entre las
innúmeras particularidades femeninas (“Vous n'ête que de braves mâles, / Je suis
l'Éternel Féminin!...”, escribe Laforgue en Le
Concile féerique, 1886). Otro texto muy provechoso, en sintonía con nuestro
discurso, y cuya lectura recomendamos. Por ejemplo, La mariée mise à nu par ses célibataires, même vista por Duchamp como una original “simetría comanditada”, nos
trae enseguida a la memoria la pregunta que se hiciera Víctor Eremita al reflexionar
sobre el matrimonio: “¿Es un deber, o una sociedad en comandita?” KIERKEGAARD, S.:
In vino veritas. Madrid, Alianza Editorial,
2009, p. 126.
58. “I sentimenti ambivalenti di Duchamp a proposito di questa Vergine
–che sta per diventare una Sposa intoccabile e contesa dai suoi numerosi scapoli–
sono ben espressi nel titolo di due disegni; infatti, in francese e in tedesco,
termini di ‘ragazza’ o ‘vergine’ sono talvolta usati come eufemismo di prostituta”.
DURAND, G.: Les structures
anthropologiques de l’imaginaire. Paris, Presses Universitaires de France, 1963,
p. 116. Cit. por: SCHWARZ, A.: Marcel Duchamp, la Sposa… e i Readymade. Milano, Electa, 1988, p. 18.
59. TOMKINS, C.: Op. cit.,
p. 20. Para una ampliación del punto de vista, extraemos la siguiente cita de los
Ensayos sobre la vida sexual y la teoría de
las neurosis, de Sigmund Freud, en la que parecen asomar de lejos aspectos del
Vidrio, como el porqué o la relevancia
de los oficios de los solteros: “La relación entre la sublimación posible y la actividad
sexual necesaria oscila, naturalmente, mucho, según el individuo e incluso según
la profesión”. FREUD, S.: Ensayos... Madrid,
Alianza Editorial, 1995, p. 36.
60. KIERKEGAARD, S.: Diario
de un Seductor. Op. cit., p. 128.
61. DUCHAMP, M.: Escritos. Duchamp du Signe. Op. cit., (“Caja de 1914”), p. 33. O bien, “tenemos
cola: por ‘hembra’ el urinario público y tenemos ganas”. Pues del original “–on
n'a que: pour ‘femelle’ la pissotière et on en vit–” puede leerse, debido a su homofonía,
como en esta segunda versión: “on a queue: pour ‘femelle’ la pissotière et on envie”.
En este comentario, por cercanía y amistad, seguimos las indicaciones y la traducción
del artista franco-español Pierre Valls, dejando a un lado, por similares, traducciones
previas. Ambas versiones de este calambur fonético, de “este darse cuenta” soltero,
remitrían de manera más o menos directa al sexo masturbatorio, el mismo que pese
a ser operación mental acaba en el desagüe. Así, si la primera de ellas es lacónica
pero realista, la segunda es activa y consecuente, trasladándonos inmediatamente
las dos a su Fuente. Con todo, podría
quedar un tercer acercamiento. Aparte de ese “tener” cola o tener que “hacer” cola,
requisitos indispensables ambos tanto para la utilización del urinario como para
la satisfacción de la mujer, siguiendo de nuevo a Valls, creemos que puede ser acertada
su propuesta (o al menos una propuesta), cuando, de modo sugerido y penetrante,
lee “pour ‘femelle’ la pissotière” como “por ‘hembra’ la meadora”, la que mea, en símil claro de toda aquella corriente innata
de personas que encuentra la excitación en el derramamiento del orín femenino desde
su abrupto manantial. Imagen que lo lleva rápidamente a relacionar la cascada en
Étant donnés con la abertura genital de
la mujer (una cascada rubia, por tanto).
Sobre este tema, véase el capítulo de B. Marcadé en el que explica
desde el argot francés el término “fuente” como órgano sexual femenino, con la aportación
de alguna nota más de Duchamp, y que ilustra con algunos ejemplos de la historia
del arte: las pisseuses de Rembrandt,
Picasso y Bernard Picart, las fuentes o manantiales de Ingres y Courbet, o la caricatura
anónima titulada Femme fontaine (mujer
que eyacula durante el orgasmo), de 1847, en la que una fuente, a modo de mujer
clásica, asperja desde su sexo su chorro parabólico sobre dos individuos que chapotean
emocionados. MARCADÉ, B.: “Water Leaking on All Floors”,
en BANZ, S. (ed.): Op. cit., pp. 98-107.
(Por último,
bajo este epígrafe, pudiera incluirse aquella estampa de André Masson, ilustrando
la Histoire de l’œil de Georges Bataille,
en la que una mujer dirige su vertido anónimo –pues se oculta su cara–, desde su
explícita esclusa de nuevo, esta vez sobre la boca de una mujer emperifollada que
justo pasaba por allí.)
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DIEGO RENART | Doctor en Historia del Arte por la Universidad del País Vasco, España, realizó su investigación sobre la juventud artística de Silvano Lora (1931-2003) hasta su primer exilio. Actualmente es investigador postdoctoral en la Facultad de Arte y Diseño de la Yildiz Technical University de Estambul, dentro del programa Türkiye Scholarships – Presidency of Turks Abroad and Related Communities, dedicándose a profundizar, además de en la historia del arte contemporáneo turco, en la resistencia intelectual antitrujillista y en las relaciones culturales entre la diáspora de artistas dominicanos y la vanguardia internacional.
NELSON DE PAULA (Brasil, 1950) | Poeta, ensayista, cuentista y artista visual. En su obra integral pretende ser un traficante de sueños, y atravesar las fronteras de las dimensiones, con lo ilegal debajo del brazo. Ha publicado alrededor de 60 libros de poesía y arte visual. Entre otros destacamos: O Plasma, Vozes do Aquém, Projeto para uma Revolução Fundamentalista, A Hóstia de Isis, Sete pulos na encruzilhada. Como artista plástico, participó en Bienales, expos individuales y colectivas en Brasil y el resto del mundo. Fue miembro del Grupo Surrealista de São Paulo. Participó en la Exposición Surrealista “Las llaves del deseo”, Costa Rica, Cartago, 2016. Colaborador de la revista Matérika (Costa Rica). Reside en São Paulo.
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