Entre tres
Los cuatro textos
objeto de nuestra consideración presentan sendos relatos en tercera persona, en
los que el narrador, omnisciente y extradiegético, no renuncia sin embargo (como
tampoco lo hará con frecuencia en los relatos breves) a mostrar su presencia, tanto
a través del uso de la calificación y la ironía, como mediante la filtración de
su opinión en comentarios breves pero directos (Cfr. Leroy, 1984).
En las dos primeras novelas publicadas por el autor, la mujer aparece como protagonista
principal y punto de focalización de la historia: en Le lis de mer, Vanina Mari,
una joven italiana que pasa unas vacaciones en Cerdeña en compañía de Juliette,
su compañera francesa de pensionado en Suiza, escoge a un joven desconocido como
aquél que deberá poner fin a su virginidad mediante el cumplimiento estricto de
un ceremonial trazado por ella misma.
En La motocyclette, Rébecca, joven
suiza, recorre en una potente Harley Davidson los kilómetros que separan el hogar
conyugal en Hagueneau de la casa de su amante en Heildeberg, reconstruyendo mentalmente
durante su viaje la historia de la secreta relación entre ambos.
En ambos casos, la figura femenina principal aparece como elemento dominador
del relato, sirviendo de eje en la articulación de una estructura triangular, en
la que uno de los vértices (masculino) aparece desdibujado, pese a ser elemento
fundamental de dicha estructura.
Así, en el triángulo Vanina-Juliette-Desconocido, la segunda no es sino el contrapunto
de la primera: su carácter simple y primario, la admiración y la sumisión que manifiesta
hacia su compañera, ponen de manifiesto el carácter firme y dominador de ésta, que
la utiliza para sus fines, sintiendo por ella una mezcla de compasión y desprecio.
En el otro extremo, el joven desconocido, anónimo y silencioso, se limita a cumplir
las órdenes recibidas, convertido en instrumento para el placer, cuya condición
en nada difiere de la de un objeto (mar, sol, vino o café).
La motocyclette presenta igualmente un esquema triangular,
aunque, en este caso, tan sólo el vértice principal es femenino. De nuevo uno de
los personajes masculinos permanece borroso: Raymond, el marido de Rébecca, no es
anónimo, pero su significativo apellido es Nul; la debilidad de su carácter justifica
(a la vez que condena) la actitud de Rébecca, lanzada a una desenfrenada búsqueda
del placer en el sometimiento a la voluntad de Daniel, el admirado amante, quien
dicta en esta ocasión los rituales del placer.
La marge, tercera de las novelas de Mandiargues y sin
duda su texto más completo, presenta nuevamente una composición triangular de los
personajes, aunque con la significativa variante de que el protagonismo corresponde
en esta ocasión al personaje masculino. Sigismond Pons es un hombre de mediana edad
que, sustituyendo por unos días a su primo en su trabajo de representante de vinos,
llega a Barcelona con la intención de descubrir y disfrutar los placeres que la
ciudad oculta. Una carta, anuncio de la trágica muerte de su esposa y su hijo en
la casa familiar de Montpellier, permanecerá cerrada en la habitación de su hotel,
mientras el protagonista, intuyendo la desgracia, decide ignorarla y concederse
los días previstos como margen antes de asumir la desintegración de su vida. Durante
tres días, Pons recorre Barcelona, fundamentalmente el Barrio Chino, y establece
relación con una prostituta joven, casi niña, que le recuerda a la Maja Desnuda
de Goya. El recuerdo de su esposa Sergine (cuya muerte intuye) le acompaña en todo
momento, condicionando cada uno de sus movimientos, al tiempo que la imagen del
padre odiado es evocada por algunos de los elementos visuales que encuentra en la
ciudad.
El caso de Tout disparaîtra es sensiblemente
distinto, por cuanto, como “récit”, se encuentra a medio camino entre la novela
y el relato breve. Al margen de consideraciones teóricas sobre los géneros, esta
calificación es importante ya que, dentro de la producción de Mandiargues, la distinción
genérica lleva aparejadas significativas diferencias temáticas: la novela implica
la ausencia del componente fantástico, al tiempo que un menor desarrollo de la carga
erótica. En los relatos breves, la realidad es subvertida con frecuencia, y los
elementos fantásticos son asumidos sin cuestionamiento dentro de la diégesis. En
las novelas, la verosimilitud es regla estricta, hasta el punto de que la escritura
se acerca en ocasiones a técnicas propias del “nouveau roman”, en lo que a la minuciosidad
descriptiva se refiere. En los “récits”, [2]
sin embargo, la realidad se transforma en una especie de ensoñación. No se trata
de “fantastique” puro, sino de la percepción de un ambiente extraño, con aspectos
difícilmente explicables, cercano al decorado de un sueño, hasta el punto de que
el propio protagonista duda en ocasiones sobre el carácter real o soñado de lo que
le está ocurriendo. Pero, como ocurre efectivamente en los sueños, esa duda queda
sin despejar de forma clara, ya que no existe conciencia del despertar, de la vuelta
a la realidad, así como tampoco de que ésta haya sido realmente abandonada.
Así, en Tout disparaîtra, Hugo Arnold
encuentra en el metro parisino a una extraña joven que coquetea con él y por la
que se sentirá irremisiblemente atraído, hasta el punto de aceptar hasta sus últimas
consecuencias el extraño juego erótico que ésta le propone. Tras la ejecución de
un ritual en que placer y crueldad se combinan para desposeer al hombre de su dignidad,
arrojado de nuevo a las calles de París, Arnold encuentra otra mujer, encarnación
del eterno femenino, que, salida de las aguas del Sena, pondrá fin a la historia
apuñalándose (o apuñalada por él) con una daga antigua.
La estructura es nuevamente triangular, aunque es ahora el protagonista el que
se diluye y pierde su identidad, llevado por la autoritaria seducción de la misteriosa
Miriam, quien dice ejecutar las consignas de una no menos misteriosa Sarah Sand,
sacerdotisa de una curiosa orden femenina consagrada al placer. La figura de Mériem
(contrapunto árabe de la joven hebrea) se erige en encarnación de la femineidad,
introduciendo una mayor dosis de irrealidad en la cotidianeidad parisina y arrastrando
definitivamente al protagonista a ese espacio surreal del que no desea volver.
Estructuras triangulares, por tanto, en las que un vértice sirve de punto de
focalización y de único nexo de relación entre los otros dos, absolutamente ajenos
entre sí. Las posiciones ocupadas por los personajes femeninos en dicha estructura
variarán de unos textos a otros, como también lo harán su carácter y su función
dentro de los mismos. Son las múltiples caras de la femineidad que, sin embargo,
presentan aspectos comunes como reflejo de una condición única, cuyo rasgo fundamental
es la ambigüedad. Porque ambiguo es también el placer, objetivo último de los cuatro
protagonistas que consideramos.
En busca del placer
Cada uno de los textos
que venimos considerando traza un itinerario en busca del placer, un recorrido físico
a la par que simbólico, cuyas etapas, estrictamente marcadas, suponen el cumplimiento
de un ritual. El placer implica abandono, de sí mismo y de las reglas de la conveniencia
diaria, pero, al mismo tiempo, el sometimiento a una estricta y particular disciplina,
en la que la espera desempeña una función esencial. [3]
Durante unas apacibles vacaciones, aparentemente anodinas, Vanina se traza como
objetivo la pérdida de su virginidad y, por tanto, el descubrimiento del placer
carnal, experiencia fundamental en su existencia, que concibe como rito iniciático
en el que el incumplimiento de la menor de sus normas implicaría la destrucción
del proceso y, por tanto, la no consecución del objetivo. Los sentimientos quedan
completamente al margen de un itinerario guiado por las sensaciones –fundamentalmente
visuales y olfativas en primera instancia, antes de la intervención del tacto– en
cuya determinación intervienen de forma decisiva el ambiente marítimo, el juego
con los colores (especialmente el blanco) y la alternancia sol/luna. La decisión
y la voluntad de la protagonista son implacables y a ellas se somete sin réplica
el joven escogido como instrumento, silencioso y sumiso, sin que su presencia tenga
otro valor que el de servir al fin a que ha sido destinado. Sin embargo, el dominio
femenino no es sino aparente. Es ella quien dirige la situación, quien escoge al
hombre, quien establece los pasos a seguir y quien lo abandona finalmente con la
mayor indiferencia. Pero, al mismo tiempo, la “maitresse” se convierte en ser sometido:
el placer no podrá ser alcanzado sino mediante la sumisión, la entrega incondicional
al hombre que lo administra; éste será el dominador absoluto en una relación que
no excluye cierta dosis de violencia, una especie de sacrificio ancestral ligado
directamente a los ritos de la naturaleza.
Determinación y sumisión definen igualmente el carácter de la protagonista de
La motocyclette, aunque, en esta ocasión,
cada uno de estos aspectos esté relacionado con un hombre diferente. Rébecca es
un personaje ambiguo incluso en su propia imagen física, con cabellos muy cortos,
escasos volúmenes y vellosidad abundante, que le confieren cierto aire andrógino,
acentuado aún más por el traje de motorista, que disimula su identidad. Joven enérgica
e independiente, su actitud hacia su marido está regida por la indiferencia, cuando
no por un abierto desprecio: su avidez de placer parece no encontrar en el débil
Raymond más que la insuficiente satisfacción de sentirlo dominado y burlado. [4] Por el contrario, su relación con Daniel
está regida por el principio de la sumisión total: él es el dominador absoluto de
sus actos, una especie de sacerdote-dios ante el que la propia voluntad se anula
para, mediante el sometimiento, alcanzar el máximo placer. Es el deseo, y en ningún
modo la afectividad, el motor que la impulsa a entregarse a sus dictados, a abandonar
todo por encontrarse con él y someterse a su voluntad, complaciéndose en la satisfacción
de sus deseos, aún de los más crueles y humillantes. Rendida y entregada a este
culto del placer, la joven cumplirá escrupulosamente con el particular ceremonial
que éste implica, y encontrará la muerte a escasos kilómetros de su ansiado destino,
sacrificada a la fuerza de su deseo y a la velocidad que ésta impone a la máquina
en que se desplaza.
La mujer sumisa, sin embargo, tiene en este caso un carácter bien distinto:
Juanita no es una joven moderna e independiente, dispuesta a entregar su voluntad
a cambio de placer, sino una prostituta de aire desvalido que consentirá a los dictados
del hombre sólo por dinero. Los prometidos placeres de la noche se revelan como
un repertorio de imágenes tristes y grotescas, donde todo es falso y nada es auténtico,
tampoco el placer. Mujeres naranja y rosa, marinos ávidos de hembra, burgueses de
doble moral, homosexuales... componen un teatro de las apariencias en el que Sigismond
se sentirá atraído por el aspecto infantil y desvalido, no exento de ternura, de
Juanita, de la que más que amo se siente casi protector.
El intento de transgresión queda, pues, finalmente frustrado por el doble e
involuntario triunfo de Sergine. Por una parte, la infidelidad no es tal, por cuanto
Sigismond es ya viudo –y así lo intuye, aunque no quiera confirmarlo– cuando sale
a recorrer la ciudad. Pero además, el recuerdo de la esposa, presente en cada momento,
condiciona la percepción que el personaje tiene de cuanto le rodea: la existencia
de la carta, pese a renunciar a su lectura, crea en torno a él una burbuja imaginaria
que lo aisla del mundo, colocándolo en posición de mero observador, e impidiéndole
un contacto real y sensible con el mismo. La esposa, como el padre, se erige en
super-yo, en presencia permanente que condiciona cada uno de sus actos y cuyo juicio
es reclamado y evocado tras cada decisión por el propio Sigismond, incapaz de escapar
a lo que ya es parte de sí mismo.
Nuevamente, por tanto, la mujer se somete y domina, aunque de forma distinta,
convertida en esta ocasión en objeto en venta y en conciencia, en la desdibujada
figura de la prostituta y en la imagen hecha de recuerdos de la esposa, imagen de
la que se ha excluido toda noción de placer sexual, pero que, sin embargo, ejerce
un dominio ineludible sobre el individuo.
El control femenino sobre el hombre se hace si cabe más evidente en el último
de los textos que consideramos: Tout disparaîtra.
Miriam, mujer real o producto de la ensoñación de Arnold, se define, citando a Baudelaire,
como una mezcla de actriz y prostituta. Surgida inesperadamente de la multitud en
el metro, espacio subterráneo cargado de misterios, despierta, con su belleza y
su falta de pudor, un deseo irrefrenable en el protagonista, que se abandona completamente
a su juego, ante las promesas de placeres no lejanos. Manejando hábilmente sus recursos,
la joven arrastra a Arnold a un recorrido por la “Rive Gauche” durante el cual habrá
de cumplir con los requisitos de un ritual con mucho de espectáculo y no pocas sorpresas,
establecido por la singular hermandad femenina a la que ésta dice pertenecer. Llegados
al santuario de la misma, auténtico escenario cargado de elementos simbólicos, las
promesas se cumplen y el protagonista goza de los placeres que le proporciona la
absoluta sumisión a sus deseos de la atractiva joven.
Sin embargo, las reglas de este particular culto del placer exigen, una vez
más, un carácter dual de la femineidad: la mujer ha de someterse a la voluntad masculina
como medio para la satisfacción de su propio deseo, pero, al mismo tiempo, ha de
dominar esa voluntad, hasta el punto de anularla. Tras ser satisfecho, Arnold es
doblegado y humillado, y, vencido, se arrastra por la orilla del Sena hasta que
otra mujer, la Mujer, introduce el elemento de muerte que lo arrastra definitiva
y voluntariamente a su completa anulación:
Fais done de toi, fais de moi,
tout ce que tu voudras, tout ensemble comme tu en as décidé (Pieyre de Mandiargues, 1989)
La mujer doble
Siempre jóvenes, siempre
bellas, las mujeres mandiarguianas aparecen y se desenvuelven en los textos exclusivamente
como objetos y sujetos de placer. El deseo es el motor de la diégesis: la historia
se inicia cuando éste surge, siempre a partir de la percepción visual, y termina
cuando alcanza su cumplimiento.
Así, el minucioso relato del baño de Vanina y Juliette no es más que el necesario
marco introductorio al encuentro que desencadenará los acontecimientos posteriores:
la visión del desconocido que la observa mientras juega en la arena transforma inmediatamente
el pudor inicial de la joven en firme decisión de satisfacer el deseo que le inspira.
Rébecca se lanza a su desenfrenada carrera hacia el amante tras abandonar las imágenes
de un sueño que ha despertado su libido. También soñaba con placeres prohibidos
Sigismond, quien observa el teatro de los mismos desplegado ante sus ojos antes
de fijar su mirada, y su deseo, en la frágil Juanita. Por último, es la imagen cuidadosamente
retocada de Miriam la que convierte a Hugo Arnold en su único observador y ferviente
seguidor, espectador y actor al mismo tiempo de su particular “performance”.
El deseo surge de la visión y, por eso, la figura femenina, siempre atractiva,
es esencialmente bella. Una belleza que, lejos de responder a los cánones de un
modelo único, se adapta a la particular estética del observador masculino. Es la
imagen la que provoca el deseo, pero también es éste el que hace percibir dicha
imagen como bella. Joven virginal, adolescente aniñada, inquietante andrógina, exótica
mulata o experta meretriz, la mujer es deseable bajo sus múltiples formas, porque
todas ellas incluyen un componente esencial: el misterio.
La selección de los colores, de los tejidos y de las formas de las prendas que
cubrirán (para luego descubrir) la belleza desnuda es todo un arte, que la mujer
domina con loable maestría: Vanina calcula hasta el mínimo detalle los elementos
de su arreglo personal, tanto para facilitar la labor de su amante, como para incentivar
su deseo; igual sentido tiene el arriesgado juego de Rébecca consistente en no cubrir
su cuerpo sino con el traje de motorista y los accesorios indispensables para su
viaje; no menos estudiada es la imagen de Miriam, continuamente retocada con los
elementos extraídos de su inseparable e inagotable neceser. En contraste, Mériem
oculta la belleza de su desnudez con lo que es la negación de una vestimenta, y
Juanita revela su torpeza al escoger un jersey que dificulta su trabajo. [5]
El cuerpo se oculta bajo la máscara que lo realza, insinuándose y despertando
así la ferviente curiosidad del observador, que se siente movido a descubrir esos
encantos velados. Pero, al mismo tiempo, ese ocultamiento provoca cierta inquietud,
cierto desasosiego ante lo desconocido, que se desea al tiempo que se teme. Porque
el irresistible atractivo de la mujer es promesa de placeres al tiempo que augurio
de sufrimiento. Placer y dolor son dos caras de una misma moneda, y la Bella es
siempre fatal.
Miriam, como Vanina, como la bella desconocida de “Le passage Pommeraye” (Le
musée noir), como Miranda (Sous la lame), como tantas otras, encarna esa imagen
femenina de extraño magnetismo, que hipnotiza al hombre con su belleza y lo arrastra
tras de sí en un singular recorrido hacia el placer, que desembocará, inevitablemente,
en la aniquilación: la destrucción (pérdida de la identidad), la mutilación o la
muerte.
Sin embargo, la mujer no es simple verdugo de la masculinidad. Diosa del placer,
Venus terrible, su devoción la transforma también en sumisa servidora, en víctima
de las perversiones masculinas. En el ceremonial del deseo, el control corresponde
inicialmente a la mujer, pero éste no es más que el preludio de la renuncia a su
voluntad y a su dignidad, de su absoluta entrega en sacrificio al dios del placer.
La maldad no es por tanto la esencia de la femineidad, como tampoco lo es la
bondad. Los juicios morales permanecen ausentes de una literatura que pretende,
a través del erotismo, superar los límites de la realidad cotidiana. La mujer es
ambigua porque el placer lo es. Si la satisfacción del deseo masculino conduce inevitablemente
a la destrucción, es porque tras él no hay sino la nada. El placer es finalidad,
pero también fin, por ello su realización conduce a la muerte. No hay otra salida:
Tout doit disparaître, como reza premonitoriamente
el cartel situado detrás de Miriam en el andén del metro.
Verdugo y víctima, Venus y Diana, animal y diosa, objeto de deseo y agente de
muerte, la mujer se presenta como un ser finalmente inaprensible en su dualidad,
atractivo e inquietante. Y es que la representación que de ella ofrecen las narraciones
de Mandiargues no deja de ser una visión estrictamente masculina de la misma. Es
la ensoñación masculina la que crea esta figura de tintes míticos, con múltiples
rostros, pero sin identidad, ligada exclusivamente al principio de placer.
La mujer mandiarguiana no es “real”, sino soñada. No tiene una existencia al
margen de la anécdota representada en el texto, no tiene pasado anterior al despertar
del deseo, ni futuro posterior a su satisfacción. Su función es siempre la misma,
su existencia no tiene otro objeto que el placer y por eso los sentimientos no tienen
cabida en un espacio dominado de forma absoluta por las sensaciones.
Por ello, la mujer es siempre joven y bella. Por ello, no es nunca amiga, hija,
esposa, madre, anciana, trabajadora, o cualquiera de las figuras que puede asumir
en el universo cotidiano. [6] Sencillamente,
porque los personajes de Mandiargues no son “personas”, ni siquiera tipos, sino
tan sólo imágenes, representaciones nacidas de los fantasmas masculinos. La mujer
es soñada ambigua, misteriosa e inquietante: irresistiblemente atractiva porque
incontrolable es la fuerza del deseo, y, al mismo tiempo, terrible, inaccesible
e implacable, porque la rendición ante el dios Placer se realiza con plena conciencia
de la propia debilidad ante su omnipotencia devastadora.
El erotismo se convierte, por tanto, en el motor fundamental del individuo en
una escritura que se sitúa voluntariamente al margen de la realidad, para inscribirse
de lleno en el universo del sueño. Y del mismo modo que, según el psicoanálisis,
las pulsiones del deseo originan las imágenes que pueblan el espacio onírico, distinto
del real, también serán ellas las que permitan crear un nuevo espacio literario,
capaz de superar los límites de la realidad:
Or, l’érotisme a ceci de merveilleux
que plus aisément qu’aucun ressort il est capable de pousser la littérature, c’est-à-dire
une forme d’artifice, vers un certain absolu, ou tout au moins, ce qui est presque
équivalent, vers un certain au-delà par rapport à l’univers volontairement restreint
auquel se limitent les narrateurs de la banalité quotidienne (Pieyre de Mandiargues, 1971)
Las reglas que regirán la composición de los textos serán, por tanto, similares
a las que rigen los sueños. El realismo en la descripción de escenas y situaciones
no responde a un intento de verosimilitud, sino que supone la transposición de la
minuciosidad de los detalles en el sueño. El punto de partida es el universo cotidiano,
pero sus elementos son reelaborados para, a través del artificio, crear un nuevo
universo, regido por leyes bien distintas.
La creación artística -literaria en este caso- se convierte así en sustituto
de la actividad onírica. A través de una escritura calificada de “hyper-surréaliste”,
Mandiargues nos propone el abandono de la realidad en favor de un espacio impreciso,
y por ello inquietante, pero que, como la mujer, encierra promesas interesantes:
C’est quand on n’est plus sûr
de rien, dit-elle encore, que l’on est en bonne voie sur le chemin de la certitude
(Pieyre de Mandiargues, 1989:192)
NOTAS
1. René Garguillo (1988) no considera Le lis de mer como novela por cuanto la consistencia
del personaje principal es, a su juicio, mucho menor que la de los protagonistas
de La motocyclette y La marge.
2. Incluimos en esta categoría textos como “Marbre
ou les mystères” de l’Italie o L’Anglais décrit dans le château fermé, que,
sin embargo, no forman parte del corpus básico seleccionado para nuestro estudio
por cuanto, por su extensión y carácter, se hallan más cercanos de los relatos breves
del autor.
3. La función de la espera en dicho ritual, así como
otros interesantes aspectos del mismo han sido analizados por Elena Real en el texto
citado en la bibliografía.
4. Este sentimiento es el único que podría explicar
su matrimonio con Raymond, al que no parece unirla ningún afecto, al que engañaba
antes de casarse y al que está dispuesta a engañar con otros después de Daniel.
5. Sensualidad, fantasía y exotismo serán llevados
al límite en los vestuarios, así como en los escenarios, de relatos como “Le tombeau
d’Arthur Breadsley” (Le musée noir) o L’Anglais décrit dans le château fermé, en
los que se desarrolla un auténtico theatrum
eroticum de tintes surrealistas.
6. La pertenencia a alguna de estas categorías de determinados personajes (como Sergine, esposa de Sigismond y madre del pequeño Élie) es meramente anecdótica y no modifica de modo significativo su carácter y su función.
Referencias bibliográficas
GARGUILLO, R. (1988) “La thématique des formes et des
couleurs dans les contes et les nouvelles d’André Pieyre de Mandiargues” in: ABLAMOWICZ,
A. (ed.) Contes et nouvelles d’une fin de
siècle à l’autre, Katowice, Université Slaski.
LEROY, C. (1984) “Eros palimpseste”, Revue des Sciences
Humaines.
PIEYRE DE MANDIARGUES, A. (1956) Le lis de mer, Paris, Robert Laffont, (Gallimard,
1972).
___. (1963) La
motocyclette, Paris, Gallimard.
___. (1967) La
marge, Paris, Gallimard.
___. (1971) Troisième
belvédère, Paris, Gallimard.
___. (1989) Tout
disparaîtra, Paris, Gallimard.
REAL, E. (1986) “Attente et désir dans les romans d’André Pieyre de Mandiargues” in: BERMUDEZ, D. (ed.) Dada-Surrealismo: precursores, marginales y heterodoxos, Servicio de Publicaciones Universidad de Cádiz.
INMACULADA ILLANES ORTEGA | Doctora por la Universidad de Sevilla con la tesis Valery Larbaud y Paul Morand (1996). Ha participado de la organización de Paisajes Personales, Primera Antología Narrativa del Mundo Francófono Contemporáneo (Universidad de Sevilla. 1996).
HÉLIO ROLA | (Brasil, 1936). Pintor, desenhista, escultor, gravador. Estudou na Sociedade Cearense de Artes Plásticas em 1949. Formado em medicina em 1961, cinco anos depois finaliza curso de pós-graduação em Bioquímica pela USP. Entre 1967 e 1970, estuda pintura com Joseph Tobin e Agnes Hart no Art Student’s League, em Nova Iorque (Estados Unidos), período em que aproveita para frequentar a Liga de Estudantes de Arte da cidade e trabalhar como pesquisador no The Public Health Research Institute. Como membro do Grupo Aranha realiza diversos painéis de pintura mural coletiva em Fortaleza e São Paulo. Artista inventivo e destacado no panorama da Arte Postal, que soube transpor para o ambiente digital. Entre suas mais importantes exposições, encontram-se as retrospectivas “Cidades” (Centro Dragão do Mar de Arte e Cultura, Fortaleza, 2005) e “Um Atlas para Hélio Rôla” (Museu de Arte Contemporânea, Fortaleza, 2021), sob a curadoria, respectivamente de Floriano Martins e Flávia Muluc.
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 14
Número 213 | julho de 2022
Artista convidado: Hélio Rola (Brasil, 1936)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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