quarta-feira, 9 de novembro de 2022

CÉSAR BISSO | Olga Orozco: la niña que soñaba en un lugar llamado Toay

 


Un pueblo llamado Toay, enclavado como un mojón en el centro de la llanura pampeana. Un lugar donde las horas de sol parecían ser más largas que el día y donde la lluvia rara vez humedecía las calles polvorientas. Allí, en una casa antigua como tantas otras, vivió su infancia una niña de grandes ojos verdes. Recorría las amplias habitaciones, la galería, el patio, buscando motivos para alegrar los juegos, para elucubrar misterios o para hacer volar su fantasía. A través de la ventana del dormitorio se conmovía ante la luz grisácea de los atardeceres, pero más aún con los encendidos amaneceres de color naranja intenso que asomaba al borde del horizonte rural. En esos tiempos, la niña comenzó a utilizar su brújula mágica, trazando en un cielo colmado de constelaciones sus primeras parábolas, acompañada de sonidos inarticulados que retumbaban en sus oídos. ¿Qué será esto que dicen las palabras y que yo no digo? Es la poesía, pequeña Olga. Tu voz penetra el más allá y potencia el esfuerzo por decir. Tus ojos giran bajo los párpados cerrados y miran hasta donde no pueden mirar. No te espantes. Aunque seas pequeña y quieras subir a los árboles para estar más cerca de cielo o correr por la única calle que te lleva al afuera del pueblo, ella te esperará en un rincón de la casa o te seguirá adonde quieras ir. Porque te ha elegido y no podrás escapar de su cárcel de imágenes y palabras.

He aquí el primer aprendizaje, la huella que jamás se borrará en la vida de una poeta inconmensurable. Porque la infancia fue un paisaje maravilloso, donde residió la belleza terrenal, pero también otra de dimensiones sobrenaturales. Una, se apreciaba a través de la mirada atenta, la otra se percibía desde adentro como un pastel de colores puros, donde los objetos que rodeaban a la niña se tornaban inmateriales, porque estaban hechos de luces y de sombras. Entonces los árboles comenzaron a ser gigantes andariegos al fondo del patio y las nubes tomaron la apariencia de náyades que nadarían afanosas sobre un mar de trigales. Pero también anidaba allí el temor a la muerte, representada en ráfagas de viento, en noches tormentosas, en sueños horrorosos o en la ausencia inesperada del otro, identificado en el ser más querido: su hermano.

Aquella percepción fue parte de una realidad concreta que no la encegueció. Al contrario, se sostuvo en la frontera, lo que le permitió a la niña de ojos verdes encontrar en su mundo onírico la posibilidad de sentirse atraída por el deseo de escribir, de estar sumida en una sagrada afinidad con ella misma. Pero la niña abandonó el pueblo a los ocho años, envuelta en una nube de polvo, yendo al encuentro de la incertidumbre de lo desconocido. Situada en un mundo extraño, la nueva ciudad resonaba en sus oídos con los estridentes temblores provenientes de un gran tambor de cemento y sal. El viento que azotaba las calles desde el mar poco tenía que ver con la profundidad de la llanura, donde ninguna mirada hubiese alcanzado el horizonte. Era otro viento, nada parecido al soplo de aire caliente de Toay, que le permitía seguir aferrada a esa otra tierra de la infancia, con un sesgo nostálgico que enaltece la decisión irreversible de no abandonar jamás los límites de la belleza y del amor, de la inocencia y la feliz circunstancia de no comprender más allá de su intuitiva emoción:

 

Nadie pudo ver nunca la incesante morada / donde todo repite nuestros nombres más allá de la tierra. Mas nosotros sabemos que ella existe, como nosotros mismos,
por el sólo deseo de volver a vivir, entre el afán del polvo y la tristeza,
aquello que quisimos. (La casa)

 


Hasta los dieciséis años vivió en Bahía Blanca, al amparo de las costumbres y enseñanzas familiares. Nunca dejó de soñar. Para ella, los sueños eran coherentes con la realidad, aferrados a una comprensión consciente de cada momento, pero siempre latentes, con la esperanza de saber cómo sigue la vida. También se filtraba por los intersticios de la memoria esa necesidad de transformarlos en un hecho creativo, haciéndolos funcionar como un caleidoscopio que permitía retener la magia del asombro, que tiempo después significaría encontrarse la originalidad y la destreza que marcaron la esencia de su escritura poética.

Aquellos sueños rememoraban la casa vieja y se repetían convertidos en pequeños animales o frondosos árboles que conversaban con ella sobre las infinitas variaciones del color verde o del recorrido de las estrellas en las noches que sus verdes ojos no podían cerrarse. La joven que dejaba el colegio secundario aún adolecía de nostalgia por su pueblo natal, de los estremecimientos de sus primeros años de vida y el dolor de lo irremediable:

 

Aquí están tus recuerdos:

este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra. (Aquí están tus recuerdos)

 

Muy pronto llegó el nuevo desafío, como fue hacerse mujer en la compulsiva Buenos Aires, una ciudad que la impregnó de nuevos saberes, adquiridos en las aulas universitarias, como así también de un trajinar incesante por las calles y las librerías del centro porteño. Entre los años de magisterio y de licenciatura en Filosofía y Letras, la muchacha de ojos verdes cada vez más luminosos asumía el rol de poeta. O tal vez no haya sido ella, sino el oráculo de palabras e imágenes del recóndito Toay que seguía latiendo en sus sueños recurrentes. O las voces surrealistas que comenzaban a conmoverla desde las páginas de los libros de poesía. Por entonces Baudelaire y Rimbaud la convocaban desde ultramar a un festín onírico, al cual se agregaban Milosz, Rilke y Valéry. Pero, en esa época, la gran urbe no sólo era un torbellino de innovaciones tecnológicas que imponía el progreso: emergía desde la escritura un poderoso y avasallante movimiento lírico, dispuesto a romper con reglas, estereotipos y géneros. Convergían el altruismo, el creacionismo y el surrealismo, junto al vanguardismo de tendencia social, pero sobre todo prevalecía la puja entre los grupos literarios de Florida y Boedo: el centro frente al suburbio, como un designio implacable de la historia argentina.

Innumerables y talentosos poetas impusieron sus distintos estilos románticos, melancólicos, humanistas, todos impuestos por la elocuencia del presente, la textura emotiva del pasado y el devenir de un mundo trágico. Y dentro de ese escenario fascinante y fantasmal, donde desplegaban sus estirpes Oliverio Girondo, Aldo Pellegrini, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Macedonio Fernández, Ricardo Molinari, Raúl González Tuñón, Leopoldo Marechal Marechal, Juan José Ceselli y tantos otros, la joven mujer se inventaba poeta a través de su primer libro. Lo tituló Desde lejos y tenía la firmeza de la autenticidad, aunque guardaba en sus páginas el registro enigmático de sus primeros sueños. Era la mitad de los años cuarenta y alboreaba en el país un nuevo tiempo cultural, de fuerte sesgo político. Y los 40’ fue su generación literaria, acompañada o acompañando a Vicente Barbieri, Alfonso Sola González, Enrique Molina, Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Alejandra Pizarnik y León Benarós, por nombrar a los más cercanos e integrados a la exploración del universo de los sueños, la raíz más pura del lenguaje surrealista. Y entre cada momento creativo, la vida cotidiana se conformaba de labores periodísticas e inestables sentimientos. Hasta que conoció a Valerio, el hombre que nunca imaginó y más amó:

 


Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre. (Mujer en su ventana)

 

Pasaron los años. Nuevos libros. Llegó el reconocimiento nacional e internacional. Obtuvo importantes premios. Recibió agasajos y homenajes. Y ella, sin otro compromiso más allá de sí misma, lo agradecía siempre desde la sobriedad y la exquisitez de una bella dama. A su costado, reposando en el hermetismo y la melancolía, siempre estaba atenta la palabra, con su altivez de corcel indócil, galopando por la llanura infinita de la infancia y sujeta a los temblores del alma. Y el amor, siempre el amor, con más o menos dolor, golpeando el portal de los enigmas:

 

Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno;
camina junto a mí con tu paso vacío,
y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en nunca. (No hay puertas)

 

El oficio de astróloga y tarotista fue un grato pasatiempo para la mujer de ojos verdes y reservada tristeza. Le brindó un acercamiento a la fascinación de lo improbable, al misterio de lo inconfesable. Las cartas siempre dieron alguna respuesta, pero hubo una que la acercó demasiado a la muerte. Entonces las guardó en un cajón, para refugiarse únicamente en la soledad, apoyándose en un austero existencialismo, esperando los días más oscuros. Mientras, escribía poemas, guardando en un puño bien cerrado aquella piedra que le regalaron el día que dijo adiós a Toay. La noche del 15 de agosto, en el último año del siglo pasado, desde la cama de un sanatorio donde fue internada, experimentó la aparición de un animal felino, de color castaño claro, que no dejaba de mirar sus manos. Las escondió debajo de las sábanas y levantó levemente su cabeza para ahuyentarlo, pero seguía allí, estático, observándola. Extrañamente, no sintió miedo. Por lo contrario, imaginó que esa criatura onírica deseaba estar dentro del poema. Entonces, salió corriendo tras de ella hasta el horizonte, de frente al viento, por la calle más larga del pueblo. Luego, cerró los ojos. Quizás, ese instante, haya sido el último atisbo surrealista de la gran poeta para evocar los destellos de aquel tiempo lejano donde una niña soñaba:

 


Serás el mismo viento tormentoso de agosto,
huracanado y redentor como la plegaria de un tiempo arrepentido;
serás, cuando la noche, esa visión luciente que responde en la niebla
a una señal de oscuro desamparo;
tu voz tendrá un sonido humilde y temeroso
porque será el rumor doliente de los cercos que guardaron tu infancia,
al desmoronarse;
y tu color será el color del aire, dulcemente amarillo,
que las hojas de otoño desvanecen para sobrevivir.
(Después de los días)

 

Olga Orozco. Una voz singular, expedita, poderosa. Poéticamente eterna.

 

 


CÉSAR BISSO (Argentina, 1952). Poeta, narrador, ensayista, periodista independiente. Algunos de sus libros de poesía: Poemas de Taller; La agonía del silencio; El límite de días; Isla adentro (primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y retornos; Coronada (poesía recopilada editada en Bogotá, Colombia); Un niño en la orilla; De abajo mira el cielo. Así como los ensayos de Cabeza de Medusa, y la narrativa de Latinoamérica cuenta 2021 (libro de varios autores publicado en Medellín, Colombia). César también publicó ensayos sociológicos en libros colectivos y revistas académicas. Fue invitado a participar en varias ediciones de ferias del libro, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos han sido traducidos a varios idiomas.
 

 


AGNES ARELLANO (Filipinas, 1949). Escultora conocida por sus agrupaciones escultóricas surrealistas. Una tragedia familiar ocurrida en 1981 determinó el rumbo de su carrera y los temas principales de su arte. Sus padres, su hermana Citas y una empleada doméstica murieron en un incendio que arrasó la casa ancestral de los Arellano en San Juan, Metro Manila. Arellano recibió la noticia del incendio mientras estaba de vacaciones en España. En memoria de sus difuntos padres y hermana, decidió establecer las Galerías Pinaglabanan sin fines de lucro en el sitio de la casa ancestral. Allí se exhibirían muchas obras de arte filipinas y extranjeras inusuales, y también se otorgaron subsidios a artistas talentosos. Arellano conmemoró la trágica muerte de sus padres y su hermana 7 años después con un evento multimedia llamado “Fuego y muerte: un laberinto de arte ritual”. Creó una instalación única que consiste en un laberinto de santuarios temáticos en el jardín Arellano, combinando esculturas, poesía, fotografías, esculturas sonoras, plantas y recuerdos familiares. Esto demostró el profundo sentido del precario equilibrio entre la muerte y la vida del que había tomado conciencia después de la tragedia. Este tema también encontraría su camino en muchas de sus otras obras. Agnes Arellano es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura. A ella agradecemos por su cariño y complicidad.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 217 | novembro de 2022

Artista convidada: Agnes Arellano (Filipinas, 1949) 

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS

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