Bello como el encuentro fortuito
de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección.
Pierre
Reverdy que no perteneció al grupo surrealista, pero que fue muy admirado por éstos,
expresó lo siguiente en 1918:
La imagen es una creación pura
del espíritu. No puede nacer de una comparación sino del acercamiento de dos realidades más o
menos distantes. Mientras más distantes y justas sean las relaciones entre las dos
realidades aproximadas, la imagen será más fuerte: tendrá mayor potencia emotiva
y mayor realidad poética. (1)
Ambos
poetas sentaron las bases para una reinterpretación de la belleza, que el surrealismo
habría de transformar en convulsiva.
Años
más tarde, en 1930, André Bretón publicó el Segundo
Manifiesto del Surrealismo y en sus páginas preliminares le dio un giro inesperado
al pensamiento surrealista cuando afirmó:
Todo induce a creer que en
el espíritu humano existe un cierto punto desde el que la vida y la muerte, lo real
y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable o lo incomunicable, lo alto
y lo bajo, dejan de ser visto como contradicciones. De nada servirá intentar hallar en la actividad surrealista un móvil
que no sea el de la esperanza de hallar este punto. (2)
Sobre
la tríada que forman estos textos es como se elabora el collage o la alquimia del
collage tal y como Max Ernst lo concibiera. Pero demos un paso más para definir
algunos de los semblantes fundamentales de la alquimia en su relación con el mundo
pictórico de Max Ernst. René Alleau uno de los autores más calificados para hablarnos
de este arte nos dice:
Parece que la alquimia corresponde
menos a una ciencia física que a un conocimiento estético de la materia situándola a mitad del camino entre
la poesía y las matemáticas. (3)
La
alquimia, entonces, se manifiesta simultáneamente como una praxis y una gnosis que,
si por una parte, actúa sobre la materia con la finalidad de transformarla, realiza
esa operación simultáneamente a otro nivel espiritual. Es durante ese proceso que
el alquimista, en su búsqueda de la transmutación áurea, entra en contacto con una
poesía como la surrealista, cuya operación sobre el verbo intenta emular el trabajo
de los adeptos. André Breton tuvo la razón cuando vió en la alquimia, un lenguaje
que abría infinitas posibilidades para entrar en el camino de esa oposición de los contrarios. En la raíz del pensamiento hermético y
de la poesía surrealista, se mueven las analogías aludidas por Breton en su Segundo
Manifiesto:
… tan sólo pretendo que se
observen las notables analogías que, en cuanto a finalidad, presentan las investigaciones
surrealistas con las investigaciones de los alquimistas; la piedra filosofal no
es más que aquello que ha de permitir que la imaginación del hombre se vengue aplastantemente
de todo. (4)
Al
mismo tiempo que el hermetismo quiso alcanzar ese punto supremo, los poetas y los
pintores intentaron hacer lo mismo con la palabra o la imagen. Esto último, la imagen,
que conciliaba en un espacio dos o más realidades contrarias, fue el objetivo de
los collages de Max Ernst.
Los
contactos de Max Ernst con el pensamiento hermético (así como con Freud: uno de
sus óleos lleva como título “Tótem y Tabú” en homenaje al famoso estudio del creador
del psicoanálisis), fueron tempranos y continuaron durante toda su vida. La creación
del collage (y seguidamente la del frottage y la decalcomanía técnica que tomara
de Oscar Domínguez), tuvo para él un efecto hipnótico. Max Ernst vivió durante toda
su vida dentro de un mundo plagado de alucinaciones, alimentado por el atavismo
romántico de su país natal. Los paisajes de Gaspar David Friedrich, las apariciones
oníricas de Fusseli, los espectáculos de Caron, así como las visiones de William
Blake y de Víctor Hugo, encontraron un espacio propicio en su imaginación.
De
acuerdo con su mítica autobiografía:
El segundo de abril de 1891
a las 9.45 am. ocurrió su primer contacto con el mundo sensible, cuando salió de
un huevo que su madre había depositado en el nido de un águila y que el pájaro había
empollado durante siete años. (5)
Tres
elementos entran en juego en este relato: Primero, el águila, nombre con el cual los filósofos herméticos denominan al
mercurio después de su sublimación. El águila forma parte de la iconografía de muchos
de los collages de la “Femme 100 Tetes” (1929), “Une Semaine de Bonté” (1934) y
“Reve D’Une Petite Fille Qui Voulut Entrer Au Carmel” (1930), como también de sus
cuadros. En la mitología de los indios americanos el águila aparece como un animal
totémico. Segundo, el huevo, que es el vaso o recipiente donde el alquimista
encierra su materia para cocerla. El llamado huevo de los filósofos según Dom Pernety no es tanto el continente sino el contenido que es propiamente el vaso de
la naturaleza (6). También el huevo
entra a formar parte esencial de sus collages, sus cuadros y esculturas. Por último, estuvo empollado durante siete años. El número siete posee un profundo significado en todo el pensamiento
hermético: siete son las operaciones de la obra, siete los metales, siete fueron
los días de la creación etc. El número siete está compuesto por la suma del tres
(símbolo espiritual, síntesis de los dualismos) y el cuatro (símbolo de la tierra
y de los cuatro puntos cardinales). Su libro de collages Une Semaine de Bonté, donde Max Ernst reprodujo numerosas figuras asociadas
con la alquimia, está dividido en siete capítulos, uno para cada día de la semana.
Por último, el relato de su nacimiento publicado en la revista View en 1942, que dirigía Charles Henri Ford
in New York, comienza con la letra T combinada con la imagen de una lechuza, pájaro
relacionado con la sabiduría, pero también según los egipcios, con la muerte.
Muchos
de los cuadros, frottages y decalcomanías de Max Ernst, reproducen como figura central
diversos tipos de aves. Mencionemos a dos: las palomas y al gallo. La paloma alcanza
significados diversos. En una de las ilustraciones del “Splendor Solis” encarna
la parte volátil de la materia, mientras que en el “Rosarium Philosophorum” de Arnaldo
de Villanova, simboliza el espíritu que desciende sobre el Sol y la Luna para unificarlos.
En la antigua Creta la paloma es la primera ave representada cerca de la diosa madre.
La paloma –según M. Glotz– es el espíritu que santifica todos los seres
y los objetos sobres los cuales ella se posa. (7) Para el Cristianismo, la paloma
encarna la tercera persona de la Trinidad: El Espíritu Santo, de ahí que a los brujos
y a los magos les esté prohibida su transformación en esa ave. De acuerdo con otras
creencias, las almas adquieren forma de paloma después de la muerte.
El
gallo es otro ejemplo de aves integradas a su iconografía. El gallo estuvo consagrado
desde la antigüedad a Minerva y a Mercurio símbolos del fuego y del sol. Los hermetistas
lo identifican con el fuego comparándolo con el azufre. El canto del gallo anuncia
la llegada de ese astro. Aurelio Prudencio en su “Himno al Canto del Gallo” lo saluda
como una figuración del Cristo. En el emblema LIX de la “Atalanta Fugiens” aparece
al pie de Mercurio. El gallo es temido por los brujos porque disipa las tinieblas
nocturnas. En uno de los collages de su libro Une Semaine de Bonté, el día Jueves está dedicado al gallo, al mismo
tiempo que en otros óleos suyos representan a Loplop con la cabeza de esa ave. Júpiter
es el dios a quien este día está consagrado, y aunque el metal que lo rige es el
estaño, algunos alquimistas lo identifican con el mercurio. En otro de sus collages
un enorme gallo (con pies humanos) se acerca con un bisturí en la mano a una mesa
de disección, donde se encuentra una joven mujer yaciente. Detrás se ve un alambique
sobre un horno encendido con evidentes referencias al trabajo alquímico, pero también
con un indiscutible significado psicológico, debido a la relación del pintor con
su hermana.
La
importancia de los animales en la imaginería de los alquimistas es conocida, y Max
Ernst hace amplio uso de un variado bestiario algunos de carácter mítico como los
grifos y los dragones. En los emblemas alquimistas el grifo (animal con la cabeza
y el pecho de un águila y el resto del cuerpo como un león) reproduce la lucha entre
lo fijo y lo volátil. El dragón por su parte, se encuentra presente en casi todas
las antiguas culturas. En el Apocalipsis aparece como una bestia de siete cabezas
y diez cuernos. El cristianismo lo identificó con el diablo, confiándoles a los
arcángeles San Miguel y San Rafael su exterminio. En el cuadro de Bruegel “La Caída
de los Ángeles Rebeldes” el arcángel San Miguel lucha contra ellos. San Jorge es
otro personaje que aparece lanceando al dragón. En cuadros como los de Rafael o
Gustave Moreau lo vemos atravesando al monstruo con su lanza. En muchos cuentos
de hadas, el dragón es el guardián de los tesoros que impide la entrada en la gruta
donde se encuentran escondidos. En su obra “De Lapide Philosophico”, Lambsprinck
lo alegoriza como la fase alquímica de la putrefacción. En el emblema XXV de la
“Atalanta Fugiens” un dragón volando representa el mercurio nacido de la putrefacción.
Las alegorías de los alquimistas, por su parte, ven en la lucha entre dos dragones
la representación de las materias de la gran obra (Dom Pernety). Para los chinos
el dragón poseía un significado positivo, mientras que en el Antiguo Testamento
(Daniel 14:23,27) o en el Apocalipsis (12:7,13) poseía un sentido terrorífico.
Otros
animales se encuentran a menudo en la obra de Max Ernst como el caballo, las serpientes
y las salamandras. El caballo posee distintos significados simbólicos. Para los
adeptos el caballo era el símbolo de las partes volátiles de la materia. Las serpientes
junto al dragón son comunes en todas las culturas. Su función es diversa: desde
jugar el papel de la gran tentadora hasta llevar el nombre de Mercurio para los
alquimistas. Los antiguos creían que las salamandras podían subsistir en el fuego
de ahí que los hermetistas las asemejaban con la piedra fijada al rojo vivo. La
Manta Religiosa fue también para Max Ernst un animal totémico. Breton proyectó poner
una manta religiosa concebida por el pintor, como divisa de una editorial que pensó
fundar. El bestiario de Max Ernst es pues variado, reflejando no sólo su conocimiento
de la tradición hermética, sino una herencia pictórica que se remonta a los pueblos
primitivos y que encuentra en la Edad Media, donde la imaginación del pintor no
cesó de abrevar, una rica variedad de manifestaciones.
Los
alquimistas simbolizaron la transmutación con la representación de una serie de
seres híbridos entre distintos animales y los hombres, de la misma manera que Max
Ernst lo hiciera a través de casi toda su obra. Por otra parte, numerosas culturas
han inventado esos mismos seres en las representaciones visuales de sus mitos como
los egipcios, los aztecas, los melanesios o los pobladores de la Columbia Británica.
La Edad Media produjo una diversidad de seres grotescos tanto en sus iluminaciones
como en las fachadas de sus catedrales. Max Ernst estuvo influido por la presencia
de esos seres traspasándolos a numerosos cuadros y collages. En uno de sus cuadros
más conocidos, “The Robbing of the Bride” (1940) (La novia era el nombre que los
alquimistas le daban a la piedra una vez tratada en el horno), una serie de diversas
figuras crean un espectáculo desconcertante. El cuadro está pintado con la ayuda
de la decalcomanía, técnica que Max Ernst supo aplicar a sus óleos con indiscutible
éxito. La figura central del cuadro (femenina o posiblemente bisexual), se encuentra
en parte vestida de rojo aludiendo al azufre de los filósofos, o a la sangre del
menstruo. El psicoanálisis por su parte, estudió la relación de ciertos cuentos
infantiles como “La Caperucita Roja” con la menstruación y el significado mágico
que posee para muchos pueblos primitivos. La figura de la novia en este cuadro,
está coronada con la cabeza de una lechuza, animal nocturno asociado con Pallas
Atenea diosa de la sabiduría. Hay dos seres híbridos que componen el cuadro: el
primero a la izquierda es una composición entre pájaro y hombre sujetando una lanza
partida apuntada hacia los genitales de la figura central. Esa lanza, de innegable
significado psicológico, guarda relación con la que aparece en la escultura de Bernini,
“El Éxtasis de Santa Teresa”. Al pie del cuadro, hacia la izquierda, encontramos
a un homúnculo hermafrodita llorando. En otros de sus cuadros “A L’Interieur de
la vue: l’oeuf” cuatro híbridos semejantes a gárgolas, están pintados en cada esquina
del cuadro, como reminiscencia de los innumerables seres diabólicos reproducidos
durante toda la Edad Media hasta bien entrado el Renacimiento. La relación entre
Max Ernst y la teratología medieval es indicativa de las raíces herméticas que sustentaron
su pintura.
El
collage aparece en la obra de Max Ernst como una de las más radicales invenciones
poéticas del surrealismo y de la poesía moderna. En primer lugar, crea en un breve
espacio la coincidencia de los contrarios que Lautréamont y Reverdy habían vislumbrado.
Este proceso permitió la hibridación de pájaros, animales o plantas con seres humanos,
escenificando la unión de los opuestos. La idea de la lucha entre los opuestos se
remonta a la Grecia de los Presocráticos. Empédocles en su “Poema” nos habla de
la discordia como parte del choque entre
las fuerzas polares, añadiendo: Que ya Yo
mismo/doncella y doncel fui una vez/ave y arbusto/ (8). Jacobo Boheme mencionaba
la lucha entre el sí y el no de todas las cosas que mueve el proceso de la vida.
En su Opus Magnum esto corresponde al solve y coagula (a la destilación y condensación). Los
alquimistas árabes prosiguieron por esa misma vía: la de lograr la conjunción de
los dos principios masculino y femenino como un clímax de la obra. En las ilustraciones
al manuscrito de la Aurora Consurgens
de finales del siglo XIV, el matrimonio místico aparece representado como un combate
entre el Sol (masculino) y la Luna (femenina). Ambas figuras van protegidas con
un escudo que lleva el emblema del otro acentuando la unión de los contrarios. En
el frontispicio del libro de E.A. Grillot de Givry, Le Musées des Sorciers, Mages et Alchimistes, la fusión sexual entre
el Rey y la Reina nos provee una buena ilustración del Andrógino Primordial. La
manifestación de esos elementos desemejantes en los collages de Max Ernst, crea
una nueva iconografía no ajena a la que los alquimistas utilizaban en sus ilustraciones.
En su primer libro de collages, La Femme 100
Tetes, el pájaro mítico “Loplop” hace su entrada (conjuntamente con otros animales
y seres híbridos), provocando una reacción de carácter perturbador. Los artistas
medievales y del Renacimiento como Bosch o Brueghel también introdujeron en sus
obras esos seres de apariencia grotesca, poseídos en la mayoría de los casos, de
un evidente contenido erótico. En el “Jardín de las Delicias” de Bosch sorprendemos
a una serie de figuras en posiciones eróticas que significan al mismo tiempo la
personificación de los contrarios. En el caso de ambos pintores (que ejercieron
fuerte influencia en Max Ernst como lo demuestra, por ejemplo, su óleo “Las Tentaciones
de San Antonio” de 1945,) su iconografía reflejaba el conocimiento que poseían de
la alquimia.
Las
imágenes eróticas se encuentran presentes en muchas de las ilustraciones de los
alquimistas. Algunas de las mejores se hallan reproducidas en las magníficas estampas
del “Rosario de los Filósofos” donde la pareja filosofal (el sol y la luna o el
azufre y el mercurio) practica la conjoctio
sive Coitus después de bañarse en la fuente
alquímica. El autor anónimo de esta obra insiste en que ambos amantes son en
realidad hermano y hermana, violando en ese caso uno de los tabúes más persistentes
en todas las culturas antiguas: el del incesto. Esa misma unión esta reproducida
en el emblema número cuatro de la “Atalanta Fugiens” de Michael Maier cuyo epigrama
reza: une al hermano y a la hermana y ofrécele
la copa del amor. En la alquimia la unión de sus dos principios podía adquirir
la forma de un incesto que corresponde a la conjunción. En un collage del libro de Max Ernst, La Femme 100 Tetes, hay uno titulado “Perturbation, ma soeur, la femme
100 tetes” donde una figura híbrida (entre simio y ser humano) se encuentra dentro
de una recámara conjuntamente con una figura femenina desnuda. El collage posee
asociaciones sexuales y reminiscencias de la compleja relación del pintor con sus
hermanas. Pero al crearse una situación donde el causalismo tradicional queda interrumpido,
Max Ernst prosigue un camino relacionado con la función de la alquimia. En ese sentido
René Alleau nos dice:
La perturbación del equilibrio
del mecanismo lógico de la conciencia profana en estado de alerta parece constituir
el principio didáctico de la alquimia. (9)
En
otro óleo sobre tela de Max Ernst, titulado “Men Shall Know Nothing of This’’ pintado
en 1923, se encuentran proyectadas las ambiguas relaciones sexuales que según Freud,
los niños captan desde temprana fecha en su relación traumática con sus padres.
Por otra parte, el cuadro contiene numerosas alusiones a las operaciones alquímicas
utilizando imágenes eróticas. La alquimia, como nos recuerda J. Van Lennep:
Está orquestada bajo el ritmo
binario del coito, frecuentemente simbolizado por la unión del Rey y la Reina. Esos
esposos reales deberían engendrar un hijo: el hijo de la filosofía símbolo del oro
filosófico o de la piedra… el fuego que transformaba los productos está también
sexualizado. Los alquimistas hablaban de la “verga” del fuego… en uno de sus textos
se lee “Verga de fuego mágico, de donde brota, una clara fuente… (10)
Aunque
el estrecho vínculo de Max Ernst con las artes herméticas se estableció antes de
su militancia surrealista, fue esa militancia (André Breton lo comparó con Cornelio
Agrippa), la que le permitió enriquecer el repertorio de sus imágenes. En 1948 época
donde los surrealistas se encontraban envueltos en las corrientes herméticas a partir
del retorno de André Breton de los Estados Unidos, Max Ernst pintó “Las Bodas Alquímicas”
o las nupcias entre el azufre y el mercurio. La obra se refiere a la escrita por
Jean-Valentin Andreae en 1616 bajo el título de Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz, cuyo tema central es el
proceso de iniciación, que el pintor conocía bien. Dos de los emblemas del libro
emplean imágenes que se encuentran reproducidas en sus cuadros. En la Segunda Clave
de Basilius al pie de la novia, una doble ala sugiere las piernas unidas entre sí
representadas en su cuadro “Les Hommes n’en sauront rien”. En otro de los emblemas
dedicado a San Alberto el Magno el santo-alquimista señala a una figura hermafrodita.
La figura del rey, en el cuadro de Max Ernst, aparece bajo rasgos estilizados, su
rostro semejándose a las máscaras africanas, o quizás al de las muñecas Kachinas,
que el pintor coleccionaba. La reina en un segundo plano, se une a él mediante un
panel cuadriculado, a sus pies se encuentra otro de sus animales híbridos mitad
dragón, mitad tortuga. El cuadro reúne las dos corrientes, la hermética y la surrealista,
para subrayar la importancia de ambas en la obra de este pintor. A pesar de ello,
un autor dedicado al estudio de su obra: Werner Spies, no insiste tanto en esa influencia
dejando un vacío que ha venido a llenar recientemente M. E. Warlick en su bello
libro sobre Max Ernst y la Alquimia. (11)
HACIA UNA POETICA DEL COLLAGE | Novalis, un poeta predilecto de Max Ernst, había
afirmado en uno de sus pensamientos:
Quien sabe qué maravillosas
uniones, qué nuevos y maravillosos desarrollos nos esperan todavía dentro de nosotros
mismos.
Para
darle un acabado compacto a sus collages, Max Ernst preferió la impre-sión de éstos
lo cual le permitió retocar los contornos que el collage original dejaba al descubierto.
La finalidad de Max Ernst era clara: no dejar trazos de un trabajo artesanal para
dejar al desnudo una imagen aleatoria de distintas realidades transformadas en una
sola. Levi Strauss citado por Werner Spies en el catálogo de la retrospectiva que
el Centro Pompidou le dedicara a Max Ernst, mencionó la transposición del bricolage
al espacio del collage con fines contemplativos. Por otra parte, Max Ernst pensaba
que existía una equivalencia entre sus collages y la escritura automática. El mecanismo
psíquico puro que induce a la práctica de la escritura automática, deja al descubierto
una operación alquímica sobre el verbo, de la misma manera que
la selección de diferentes realidades (muchas obtenidas mediante el azar), que entran
en juego en el collage, nos revela ese mismo tipo de operación esta vez sobre la
imagen.
La
proyección o la transferencia de figuras
hacia un plano imaginario, preña poéticamente el espacio de lo maravilloso, espacio
que el surrealismo intentó llevar al plano de la realidad. Los cadáveres exquisitos fueron un medio de elaborar
lúdicamente una reconstrucción de la realidad utilizando el azar. Ese espacio, que
descubrimos también en el mundo de los sueños, constituye la dimensión habitable
de los collages de Max Ernst. En ese mundo suyo existe un estado de videncia que
como pensaba Novalis, hacía las cosas más verdaderas al asumir una naturaleza poética.
La alquimia, por otra parte, no está divorciada del mundo onírico. Albert Beguin
en su clásico libro El Alma Romántica y el
Sueño, cita un pasaje del extraño filósofo Ignaz Troxler inspirado posiblemente
por su conocimiento de la Alquimia y del Gnosticismo:
Lo que sueña es el Espíritu
en el instante en que baja a la materia, y la Materia en el instante en que se eleva
hasta el espíritu… (11)
En
el collage, definido por Max Ernst como una alquimia de la imagen visual, los mensajes
crípticos se suceden en una constante sintaxis sorpresiva. En su libro de collages
más emblemático, Une Semaine de Bonté ou Les
Sept Elements Capitaux, el pintor hace despliegue de su imaginación y al mismo
tiempo la controla a través de una estructura basada en un lenguaje tomado de los
alquimistas. En ese libro la proyección espiritual que significa crear con la materia
una combinatoria que sublime sus diversas partes heterogéneas, hace que a su vez
se eleve al espíritu en una especie de eterno retorno. El proceso del collage se
cumple una vez que las distintas partes que lo componen ocupan su lugar creando
una sublimación mediante el trabajo imaginativo del artista. En realidad, lo que ocurre
es la apertura de lo maravilloso cuya cohesión interna está dada por la poesía que
Max Ernst despliega en su obra.
NOTAS
1. Pierre Reverdy: Escritos
para una poética. Monte Ávila Editores, Caracas.
2. André Breton: Segundo
Manifiesto del Surrealismo, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1969.
3. René Alleau: Aspects
de l’alchimie traditionelle, Editions du Minuit, Paris, 1953.
4. André Breton: Segundo
Manifiesto del Surrealismo. Id.
5. Las notas autobiográficas de Max Ernst pueden encontrarse
en estas dos ediciones: Beyond Painting,
Wittenborn Editions, New York, 1948 y Ecritures,
NRF, Le Point du Jour, Paris, 1970.
6. Dom Pernety: Dictionnaire
mito-Hermetique, Biblioteca Hermética, Ed, Denoel, Paris, 1972.
7. René Alleau: Id.
8. Tomado de Juan D. García Bacca, Fragmentos Filosóficos de los Presocráticos, Ediciones del Ministerio
de Educación Caracas, 1963.
9. Citado en Henri La Croix-Haute: Du Bestiaire des Alchimistes, Editions Le Mercure Dauphinois, Grenoble,
France, 2003.
10. J. Van Lennep: Art
& Alchimie, Editions Meddens, Bruxelles, 1966.
11. M.E. Warlick: Max
Ernst and Alchimie, University of Texas Press, Austin, 2001.
12. Albert Beguin: El Alma Romántica y el Sueño, traducción de Mario Monteforte Toledo. Ediciones del Fondo de Cultura Económica, México, 1954.
CARLOS M. LUIS | (1932-2013) Escritor, crítico de arte e curador cubano atuante na cena artística de seu país, tanto na ilha quanto no exílio. Durante as décadas de 1940 e 1950, Luis foi uma figura notável do mundo da arte cubana, colaborando com contemporâneos como Jorge Camacho. Seus trabalhos posteriores no exílio são caracterizados por pinturas abstratas, muitas vezes incorporando texto em suas peças. Deixou Cuba em 1962 e se estabeleceu em Nova York, onde trabalhou na editora Doubleday e fundou a revista Exilio, com artistas e escritores cubanos Julián Orbón, Alfredo Lozano, Jesse Fernández e Eugenio Florit. Em 1974, mudou-se para Miami, onde fundou o Museu Cubano de Artes e Cultura, sendo seu diretor até o fechamento do museu em 1999. Luis é autor de um livro sobre cultura e arte cubana, El oficio de la mirada (1998), e escreveu extensivamente sobre surrealismo.
AGNES ARELLANO (Filipinas, 1949). Escultora conocida por sus agrupaciones escultóricas surrealistas. Una tragedia familiar ocurrida en 1981 determinó el rumbo de su carrera y los temas principales de su arte. Sus padres, su hermana Citas y una empleada doméstica murieron en un incendio que arrasó la casa ancestral de los Arellano en San Juan, Metro Manila. Arellano recibió la noticia del incendio mientras estaba de vacaciones en España. En memoria de sus difuntos padres y hermana, decidió establecer las Galerías Pinaglabanan sin fines de lucro en el sitio de la casa ancestral. Allí se exhibirían muchas obras de arte filipinas y extranjeras inusuales, y también se otorgaron subsidios a artistas talentosos. Arellano conmemoró la trágica muerte de sus padres y su hermana 7 años después con un evento multimedia llamado “Fuego y muerte: un laberinto de arte ritual”. Creó una instalación única que consiste en un laberinto de santuarios temáticos en el jardín Arellano, combinando esculturas, poesía, fotografías, esculturas sonoras, plantas y recuerdos familiares. Esto demostró el profundo sentido del precario equilibrio entre la muerte y la vida del que había tomado conciencia después de la tragedia. Este tema también encontraría su camino en muchas de sus otras obras. Agnes Arellano es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura. A ella agradecemos por su cariño y complicidad.
Agulha Revista de Cultura
Número 217 | novembro de 2022
Artista convidada: Agnes Arellano (Filipinas, 1949)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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