Nacida en Buenos Aires en 1936, se acoge
al suicidio en 1972. Treinta y seis años de lenguaje. Una deslumbrante aparición
(que ella adivina atrapada en la pared) de muchas niñas de papel que hablan con
la inocencia perdida de la muñeca casi artificial y un poco monstruosamente humana
que convoca para mostrarnos un poco de ella y otro poco de ellos (los otros).
Alejandra Pizarnik, poeta. No puede definirse
de otra forma a quien configurando un espacio sin igual se interna por los caminos
de la imagen inocencia versus muerte. La locura, que aparenta venir, no es dueña
de esta trama y es apenas un espectador que nunca acompaña y solo mira.
Presencia. Con esta definición ha querido
Silvia Baron Supervielle conceptuar a la obra y a través de ella a la creadora.
Una presencia semejante “a la fantasma en carne y hueso que toma posesión del papel
y las palabras, de las líneas y entrelíneas, de la resonancia y el color, del espacio
blanco, los signos de puntuación y el cuerpo de las letras, y que, a la vez, como
un ser viviente invisible, casi tangible, roza al lector, repite a su oído lo que
está escrito, pero de una manera distinta, da la clave de lo que se dice pero jamás
podría enunciarse, guía en la noche con el proyector de su mirada”.
Escribe en francés. Había dicho: La lengua
natal castra, y en otra
ocasión, la lengua es un órgano de conocimiento/ del fracaso de todo poema/ castrado
por su propia lengua. Esta relación
con la palabra, con el lenguaje hacen de esta mujer un poeta de la expresión.
Una expresión que se busca con tal sufrimiento y tal celo que para decir su vida
opta como signo la muerte. Su propia muerte, voluntaria, una osada puerta final.
Los textos fundamentales de Alejandra Pizarnik
son: Árbol de Diana (1962), Los Trabajos y las Noches (1965), Extracción
de la piedra de la locura (1968), y El infierno Musical (1971).
En Bolivia, en un ensayo que ha denominado
Nacimiento de la Muerte, Juan Carlos Ramiro Quiroga reconociendo en Alejandra Pizarnik
la encarnación de la muerte, nos dice: “En esos márgenes de la imaginación, la muerte
lo es todo. Sin embargo, no es un reino macabro sino altamente espléndido, pues
en él hay un embelesamiento errático que tiende morbosamente hacia una abstracción.
Una imagen de la ensoñación. En ese sentido, la descripción de ese mundo es inusitada
y de una intimidad alucinante, pocas veces con un sello personal que cautiva y emociona”.
Alucinante intimidad, transformadora de la
oscuridad en un negro diamante o presencia que deslumbra, Alejandra Pizarnik ha
convocado al mundo de lo oscuro para decir. Un decir que no es decir:
(…) ¿Qué estoy diciendo? Está oscuro y quiero entrar.
No sé qué más decir. (Yo no quiero decir, yo quiero entrar) (…)
(…) Le prometía que amándome iba a serle accesible a
un lugar de justicia perfecta. Esto le decía sin estar yo misma enamorada, habiendo
solo en mí la voluntad de ser amada por él y no por otro. Es tan difícil hablar
de esto (…)
La búsqueda de la orilla del silencio. Un
decir el lenguaje como pretexto para el silencio. El trauma brutal de la muerte,
de la muerte del padre que queda enraizado para siempre en su alma y no la dejará
jamás. Escuchémosla en el poema “Infancia”:
Hora en que la yerba crece
en la memoria del caballo.
El viento pronuncia discursos ingenuos
en honor de las lilas,
y alguien entra en la muerte
con los ojos abiertos
como Alicia en el país de lo ya visto.
O en “Los Muertos y la Lluvia” en los que descubre ese velado terror:
(…) Todos los muertos están ebrios de lluvia sucia y
desconocida en el cementerio extraño y judío. Solo en el resonar de la lluvia sobre
las tumbas puedo saber algo de lo que me aterroriza saber. Ojos azules, ojos incrustados
en la tierra fresca de las fosas vacías del cementerio judío. (…)
Y estos cuadros son de una belleza intangible
sobre una tensa calma donde lo abominable, lo terrible, lo inocente, lo que crece,
se sientan a tomar el té como si se tratara de una intrascendente tarde inglesa.
Una genial maestría hace que los textos nos lleven maravillados a visitar un mundo
macabro, oscuro, duro y solitario que tocados por el lenguaje aparece bello.
(…) Entretanto, la muerte cerró los ojos, y tuvieron
que reconocer que dormida quedaba hermosa.
Un desdoblamiento
la acosa. Ella y su sombra. Esta posesión casi demoníaca aparece en muchos de sus
textos.
¿Qué máscara usará cuando emerja de la sombra?
Durante la lectura de su obra se puede advertir
ese amor indefinible a la palabra. Una conciencia plena de su voz diferente y el
temor constante a ese lado oscuro que tanto buscó:
Que me dejen con mi voz nueva, desconocida. No, no me
dejen. Sombría como un golem la
infancia se ha ido, y la gracia y la disipación de mis dones.
La sensación de abandono es de tal tamaño
que desborda como un aluvión incontenible. Así Los Trabajos y las Noches
escrita en 1965 concluye con:
Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.
En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.
Esta lila se deshoja.
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.
Pero quizás la obra más difundida haya sido
el libro publicado en 1971 bajo el título de El infierno musical, poemas
en prosa de una fuerza abismal que deja en el lector la sensación de que más allá
de las paredes lo cotidiano esconde como en los antiguos
hechizos, por el poder de la palabra, un
mundo inagotable que puede ser tenebroso o voraz. Este manejo mágico del lenguaje,
en el que la palabra debe ocupar el sitio del “otro”, un lenguaje devorador de horas,
constructor de fantasmas, es también lugar de refugio:
y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo
Ha creado la atmósfera del terror y cree
(como Borges) que vive en el umbral del sueño. En este trámite las palabras invaden
el mundo onírico y a través de ellas, lo onírico invade el mundo real. Una mancha
tenebrosa ya ha transgredido la frontera. Se forja el poeta, se destruye la mujer.
Pasos y voces del lado sombrío del jardín. Risas en el
interior de las paredes. No vayas a creer que están vivos. No vayas a creer que
no están vivos. En cualquier momento la fisura en la pared y el súbito desbandarse
de las niñas que fui.
Caen niñas de papel de variados colores. ¿Hablan los
colores? ¿Hablan las imágenes de papel? Solamente hablan las doradas y de asas no
hay ninguna aquí
Estas imágenes surrealistas nos acercan a
su mundo. El mundo de lo oscuro interpretado como el mundo de lo desconocido, el
necesario eslabón para alcanzar la definitiva nota del lenguaje.
La
soledad del que no puede decir (decir la soledad), no poder darle un rostro o no poder hacerla sinónimo de un paisaje.
El desencuentro que produce la desazón. Al otro lado no hay nadie. Entonces no hay
playa y así se duda hasta de tener la barca.
Luego una melodía. Es una melodía plañidera, una luz
lila, la inminencia sin destinatario. Veo la melodía. Presencia de una luz anaranjada.
Sin tu mirada no voy a saber vivir, también esto es seguro. Te suscito, te resucito.
Y me dijo que saliera al viento y fuera de casa preguntando si estaba.
Los sortilegios emanan del nuevo centro de un poema a
nadie dirigido. Hablo con la voz que está detrás de la voz y emito los mágicos sonidos
de la endechadora. Una mirada azul aureolaba mi poema. Vida, mi vida, ¿qué has hecho
de mi vida?
En septiembre de 1972 (mes de su muerte)
publica un poema… AL ALBA VENID…
dedicado a Silvina Ocampo. En él pronuncia un desafío final, un desafío a nadie
y a todos, un desafío a la historia, un desafío que nos llega como un grito desgarrado
del dolor de ser finalmente reconocida. De hacer del cuerpo (inmolado) un negro
poema eterno:
Al viento no lo escucháis,
al viento.
toco la noche,
a la noche no la toquéis,
al alba
voy a partir,
al alba no partáis, al alba
voy a partir.
La noche soy y hemos perdido.
hablo yo, cobardes.
La noche ha caído y ya se ha pensado en todo.
La muerte, la reina loca, la mueca, la palabra,
la niña, la niña, la niña. Alejandra y su vastedad incomunicada. Un padre muerto
temprano, una inalcanzable raíz rusa, el vértigo ante lo desconocido, el temor al
idioma primario, sus contadísimas amistades, la infancia ácida atormentándola con
sus memorias, usted y yo: sus lectores, construimos el jardín sin flores que Alejandra
Pizarnik intuye con una vida entregada al silencio buscado a través de la palabra.
Su final voluntario forma parte de su expresividad; muy pocas veces alguien pudo
expresar con su vida (incluyendo su propia muerte), su vida. Todo ha sido armado
como un salón de torturas. Moverse, decir, abrir los ojos, callar, o morir, duele.
Una suave llovizna invernal cae en el cementerio. Quizás existe un hombre que vive
al lado.
GARY DAHER (Bolivia, 1956). Poeta, narrador, ensaísta. Autor de catorce libros de poesía, tres novelas, un ensayo sobre poesía boliviana y un libro con poemas de autores clásicos, frutos de su traducción. Actualmente, es coeditor, junto a Magela Baudoin, Giovanna Rivero, Paura Rodríguez Leitón, Juan Murillo y Gabriel Chávez Casazola de La Máquina de Escribir que produce la revista anual El Ansia, así como curador y fundador, junto a Gabriel Chávez Casazola, del Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de los Anillos, que sucede en el mes de junio, propiciado por la Cámara del Libro de Santa Cruz. Como traductor podemos mencionar una serie de artículos semanales publicados en el periódico Hoy de La Paz entre 1995 y 1996 y en los que se incluía un ensayo y la traducción de un poema de poesía brasileña, columna a su cargo que salía con el nombre de “Poesía brasileña actual”. Es traductor de Catulo y Safo. Su obra se inscribe dentro de la nueva producción literaria boliviana.
AGNES ARELLANO (Filipinas, 1949). Escultora conocida por sus agrupaciones escultóricas surrealistas. Una tragedia familiar ocurrida en 1981 determinó el rumbo de su carrera y los temas principales de su arte. Sus padres, su hermana Citas y una empleada doméstica murieron en un incendio que arrasó la casa ancestral de los Arellano en San Juan, Metro Manila. Arellano recibió la noticia del incendio mientras estaba de vacaciones en España. En memoria de sus difuntos padres y hermana, decidió establecer las Galerías Pinaglabanan sin fines de lucro en el sitio de la casa ancestral. Allí se exhibirían muchas obras de arte filipinas y extranjeras inusuales, y también se otorgaron subsidios a artistas talentosos. Arellano conmemoró la trágica muerte de sus padres y su hermana 7 años después con un evento multimedia llamado “Fuego y muerte: un laberinto de arte ritual”. Creó una instalación única que consiste en un laberinto de santuarios temáticos en el jardín Arellano, combinando esculturas, poesía, fotografías, esculturas sonoras, plantas y recuerdos familiares. Esto demostró el profundo sentido del precario equilibrio entre la muerte y la vida del que había tomado conciencia después de la tragedia. Este tema también encontraría su camino en muchas de sus otras obras. Agnes Arellano es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura. A ella agradecemos por su cariño y complicidad.
Agulha Revista de Cultura
Número 217 | novembro de 2022
Artista convidada: Agnes Arellano (Filipinas, 1949)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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