JAL | ¿Qué fue primero: la imagen, la línea o el verso?
JC | Supongo que la imagen fue lo primero
que se instaló en mi mente, antes que las palabras o las líneas, si considero
que nací y crecí en una población campestre, asentada en un fértil valle
rodeado de altas montañas y cruzado por veloces ríos. Nombrar los árboles o
construir oraciones verbales fue secundario y una necesidad posterior surgida
de la lectura y del aprendizaje del mundo, incluso antes de que madurara el
verso.
JAL | Nacer y vivir en un país, hablar un idioma específico, ¿qué nociones
del mundo te dio con respecto a cierta idea de pertenencia e identidad?
JC | Dos cosas son fundamentales o
deberían serlo para un poeta: la naturaleza y la lengua. Por la primera uno se
reconoce en el sitio del nacimiento, anudado a la noción de pertenecer al lar,
a la madre tierra y al concepto simbólico de país o, si quieres, de patria. La
lengua proporciona la noción misma del ser. Te aherroja a la identidad de lo
que has llegado a ser a través del ejercicio de la palabra. ¡Qué maravillosa la
lengua madre que poseemos, hecha de cuanto en ella nos ha hecho crecer y de
cuanto le hemos dado!
JAL | ¿Cómo era el medio cultural venezolano cuando
tuviste conciencia de tu vocación artística y poética?
JC | Cuando llegue a la capital, en 1953,
la ciudad era otra cosa. No era tan grande ni tan amorfa como la de hoy. Más
vivible, más visible, más tuteable, con menos habitantes y más hospitalaria. Si
venías, como yo, de un pueblito de provincia, la comunidad de poetas te recibía
con los brazos abiertos; te halagaba y aplaudía si publicabas un primer
poemario. La prensa se ocupaba de tu libro, lo reseñaba, lo publicitaba.
Curiosamente, como contrapartida, se vivía en
Caracas bajo un régimen de terror, ejercido por una dictadura militar. Luchar
contra ella era tan imperioso como subsistir o escribir versos. Y exigía de ti
comprometerte políticamente. La ciudad de hoy ya no es como la de entonces.
Alcanzar éxito en ella ya no es tan fácil. Pero ¿quién nos exime de pensar,
como entonces, que vivimos en la ciudad ideal, en la que espera por nosotros,
en la ciudad como es, en la ciudad que nos ha sido prometida para vivir y hasta
para morir por ella?
JAL | ¿Elegiste o te eligió la poesía?
JC | En general no se sé si en verdad soy
poeta. Ya lo dijo Kafka: nadie es escritor antes de morir. Así que esperemos.
Entretanto, yo lucho para merecerme la poesía, sin que deje de ocuparme de
todos los oficios posibles. Como Drummond, ocupé cargos en la administración
pública, fui contabilista y empedernido viajero, cronista de arte, dibujante y
narrador de atrocidades. Dediqué más tiempo a la lectura que a la creación
poética hasta encontrarme desarmado de prejuicios frente a la gran duda de si
fui yo el que la elegí o si fue ella la que me ayudó a remontar vuelo cuando
sentí, como Ícaro, que ya había caído.
JAL | ¿Había en tu familia o tu ascendencia condiciones propicias para el
arte, la literatura y la poesía?
JC | Yo provengo de una familia de
labriegos, modesta y pragmática, ocupada más que todo en cómo sobrevivir y
desprovista del abolengo que se atribuye para sí el privilegio de la buena
educación, el refinamiento y esa fortuna a través de la cual, desde tiempos de
la Colonia, se disfruta del poder. Las condiciones para la literatura, como
para cualquier oficio intelectual o científico, no existían allí, en un medio
salvaje, tan apartado, además, del claustro y la universidad. De modo que la
perspectiva que tuve para mí, desde que gocé de uso de razón, fue el
autodidactismo. De tal forma que tengo pegado a mi puerta un carteloncito que
dice “Todo lo que yo hice no lo hice sin mí”. Para contrarrestar al
que tenía pegado en su puerta Samuel Beckett: “Todo se hizo sin mí”.
JAL | El Techo de la ballena ¿Cómo se inició ese viaje en el cetáceo
literario?
JC | El techo de la ballena fue una de
esas aventuras absurdas de las cuales, al momento de fundarse, lo que menos se
espera de ellas es que tengan éxito debido a lo abigarrado de sus integrantes,
venidos de varios bandos, y por su propósito poco claro de cantarle las verdades
al terrorismo de Estado practicado por el gobierno de turno, en los años 60.
Hoy, pasados casi sesenta años, El Techo es
famoso, sobre todo por la cantidad de manifiestos políticos que lanzó y por la
habilidad que tuvo, cuando menos se esperaba, de publicar dos libros de versos memorables.
Nació como un experimento de la pintura, pero también como una alianza de
poetas metidos a políticos. Su mayor logro: demostrar que se puede que
literatura y política marchen juntas, agarradas de las manos, para
producir un frente común contra la inopia y los estados de fuerza. Puesto que,
solas, son débiles e infértiles poesía y política.
JAL | ¿Qué
sucedió en realidad en el grupo Sardio, en el que entiendo militaste y luego
abandonaste para incorporarte al Techo de la Ballena? Me refiero a los motivos
políticos, estéticos y de orden personal que llevaron a la ruptura y escisión
de Sardio. ¿Qué significó para ti en el orden afectivo e intelectual?
JC | Sardio fue una consecuencia de la apertura política que se abrió tras el
triunfo de una colisión de partidos que sacó del gobierno a la dictadura de
Pérez Jiménez, en 1958. Era un grupo de jóvenes, poetas, narradores y pintores,
que se valió de esta circunstancia política para fortalecer a la agrupación que
ya había fundado con el nombre de Sardio y la cual les servía de plataforma
para lanzar una revista de la que circularon ocho números y para publicarle a
tres de sus integrantes, como fueron Garmendia, González León y Palomares,
sendos libros que resultaron, en aquel momento, paradigmáticos. Pero Sardio no
pudo evitar la división interna cuando el nuevo Presidente del país,
Betancourt, traicionó el pacto de unidad que hizo posible la salida de la
dictadura y fue así como una parte importante de los miembros de Sardio,
solidarizados con la revolución cubana y contrarios al ideario social-demócrata
del nuevo gobierno y su política anti-comunista, se separó del grupo para
fundar un nuevo movimiento, de talante subversivo, universal, anti-sistema y
asociado a las ideas del Hombre nuevo que circulaban por todo el continente.
Era El techo de la ballena.
JAL | ¿Cómo era la relación con otros movimientos o aparición de vanguardias
sudamericanas a finales de los años cincuenta y a lo largo de los sesenta, como
los nadaístas en Colombia, los tzántzicos en Ecuador, Mufados en Argentina y Zona
Franca de la misma Venezuela?
JC | Relacionarnos con otros movimientos y grupos estaba en los planes del
Techo. Y fue así, de modo natural y espontáneo. En esa época era más fácil
comunicarse con colegas que estaban en otros países en momentos en que el
correo era mucho más eficaz que hoy. Los poetas constituían, gracias a las
dictaduras, una especie en perpetuo exilio, ambulante, de país en país, en
busca de oficio y hogares. El transporte aéreo era más amable y diligente.
Podías hacer una gira por varias ciudades con el mismo boleto, se viajaba mucho
y por cualquier cosa y aunque no existía ese programa turístico conocido como
festivales de poesía (éstos aparecieron mucho después), circulaban invitaciones
para congresos y otras eventos, como cuando Margaret Randall y Sergio Mondragón
invitaron para una asamblea de solidaridad con la revista bilingüe El Corno
Emplumado, de México DF, en la cual se suponía iban a estar los poetas del
grupo Beat de San Francisco, Ferlinguetti y Corso, aunque no se apareciera
ninguno. Allí estuvimos, en nombre de El techo de la ballena, Edmundo Aray y
yo, presentando un performance político en el auditorio del Colegio de
Periodistas. Recuerdo, entre las caras, a Philip Lamantia y Miguel Grinberg de
la revista Eco Contemporáneo, de Buenos Aires, patrocinante del aquel
evento light, que no condujo a
ninguna parte, salvo a unas borracheras.
JAL | A diferencia de otros movimientos donde las motivaciones eran
esencialmente de orden estético o de carácter social, como los nadaístas, que reconocen
que no enarbolaban banderas de ruptura estética sino de alteración del orden
social, de la moral dominante a través del escándalo y la provocación, pero al
fin y al cabo una sacudida de conciencias que debía incidir en el arte y la
literatura, en la poesía. ¿Qué buscaba el Techo de la Ballena?
JC | Eso es verdad, el nadaísmo no abrigaba intención política. Era un grupo
anarquista y disoluto, cuyo método, lejos de todo propósito estético, consistía
en el escándalo y la provocación, especialmente contra la iglesia y el
militarismo, pero condescendiente con la burguesía y el Estado en la medida en
que podía aprovecharse de estos. Fueron más coherentes que El techo porque
constituían una generación que hacía armas en la poesía y el panfleto por primera
vez, sin la menor voluntad de estilo y como ejercicio de iniciación en la
literatura. Era un grupo ambulante, con cabezas de puente en cada ciudad donde
contara con acólitos. De allí que subsistiera como grupo literario, a lo largo
del tiempo hasta hoy.
En cambio,
El Techo estaba formado por intelectuales y pintores con obra ya realizada y provenientes
de agrupaciones anteriores. Su cohesión se debía a su carácter desenfadado,
hilarante y a veces casi festivo, aunque dramatizado a conciencia para producir
efectos contrarios a los que se buscaban, para lo cual se valía indistintamente
de la instalación, las exposiciones y una especie de acción que se adelanta al
performance del artista de hoy, resuelto a menudo de forma discursiva o
panfletaria o mediante el manifiesto leído en público.
JAL | ¿Qué mantenía cohesionado a los integrantes del Techo de la Ballena,
grupo y revista? ¿Qué dejaron para la historia literaria y artística?
JC | Es difícil precisar lo que mantenía cohesionados a los balleneros. Así
como también llegar a saber si realmente estaban cohesionados en sí mismos. ¿El
espectáculo? ¿Las exposiciones, los libros de poesía y las revistas o las
noticias de política y la intransigencia de la policía? ¿El clima invariable de
la controversia ideológica o los asesinatos en serie al descampado, conocidos
como masacres?
¿No era más
bien la cohesión de los lectores frente a los hechos de que se ocupaba la
agrupación lo que los mantenía cohesionados a una idea, o acaso no fue
simplemente la política? En todas las preguntas hay una presunción de verdad.
Pero si partimos del hecho de que la política, en aquella etapa de terrorismo
de Estado en que nos encontrábamos, era el asunto del que más se hablaba en
público en los recintos cerrados y en la calle, hay que convenir en que fue el
tema político lo que indiscutiblemente más contribuyó a la cohesión de un grupo
en el que no todos pensaban de la misma manera.
JAL | En general los artistas y los poetas suelen ser incómodos para los
regímenes políticos cuando ejercen su albedrío y su espíritu natural de
inconformidad, de imaginación, de preguntas. Una vez más Platón y su República.
¿Cómo puede un poeta y un artista, sobre todo vanguardista, ser consecuente con
sus búsquedas estéticas sin contradecir el carácter regulador de la política,
sin riesgo de volverse oficialista y oficioso?
JC | Esa situación que pintas se presenta en el poeta y el
artista doctrinarios, anudados a una tendencia ideológica en que prevalece una
idea política dogmáticamente determinada por la sumisión a los poderes de un
Estado autoritario o a un partido y a la razón de ser de éstos. No ocurre lo
mismo con el intelectual crítico, comprometido con una causa, e incluso
afiliado a un movimiento, a una misión o a un partido político. Es el
intelectual orgánico de que hablaba Foucault y el cual en el momento indicado
sabe deponer su individualismo pequeñobugués para no irse sin oír o atender al
otro. Y me parece que ese era el caso de nosotros. Si es que soy optimista al
decirlo, puesto que no llegamos a nada.
JAL | ¿Por qué terminó el Techo de la Ballena?
JC | De acuerdo con Ángel Rama en su ensayo sobre El techo de
la ballena la explicación se encuentra no sólo en la extenuación de los
ideales, sino también en una necesidad estética que impulsa al intelectual a
realizarse individualmente, llegado el momento, a consagrarse a su propio
camino, cumplido el cual debe prepararse para otras aventuras. Según una visión
más pragmática, se explicaría por la pérdida de impulso idealista ante el
fracaso de la insurrección armada y la rendición de la guerrilla. El recorrido,
en términos políticos, ya estaba cumplido sólo faltaba abandonarlo a otras necesidades
éticas. Vendrán tiempos nuevos, un reacomodo de las fuerzas vivas tras la
entrega de las armas debido a un dictado de amnistía ofrecido por el gobierno
con el propósito de desarmar a la guerrilla. Andábamos en eso. Pero no puedo
asegurarte que el espíritu de la ballena volverá. O reencarnaría.
JAL | Octavio
Paz afirmaba que la era cibernética traía consigo la era de Mallarmé, la fusión de la imagen, el juego
de la tipografía y el dibujo, el movimiento visual de la poesía o la poesía
visual, pero sobre todo que es la voz de la calle la que se hace presente en el
ámbito de la poesía. ¿Qué ha significado para ti, como poeta y artista visual,
la cultura virtual?
JAL | Has recibido reconocimientos nacionales e
internacionales como poeta y como artista plástico ¿cómo dialogan esos dos
lenguajes y quehaceres en tu vida? ¿Cómo conviven el artista y el poeta ante
los premios y los reconocimientos?
JC | Muchas personas en Caracas me preguntan por qué tardaron tanto en darme
el Premio Nacional de Literatura (2017). Yo les explico que se debe, entre
otras razones, a que casi nunca, en mi larga carrera, fui apreciado como un
hombre de letras y en cambio si fui reconocido como crítico de arte. Esa es la
verdad. Porque se me estimaba en función del rol que más cumplía en la
sociedad, ocupado como estaba, en sobrevivir, en escribir sobre la poética de
las obras de arte, de su análisis y contenido histórico y semántico, en
periódicos, catálogos revistas y libros. Escribía mucho, hasta llegar a hacer
del comentario, la crítica y la museografía un oficio esclavizado y doméstico,
como el de zapatero remendón. Incluso perdí mucho tiempo preparando monografías
y biografías mamotréticas sobre el universo de nuestros artistas resaltantes.
No obstante, subrepticiamente, desde muchacho y de modo autodidacta fui armando
mi silabario de ficción, en verso y prosa, una obra recogida en varios libros y
opúsculos que muy pocos valoraban o leían. Y que por supuesto apenas si daba
para comer. Incluso, mientras vacilaba en mis dudas para dedicarme a un solo
menester, fui nombrado en tres ocasiones sub-director y director de museos, la
última vez en 2012. Eso predispuso las condiciones para llegar a ser, en
literatura, un gran desconocido, como tantos otros. Tampoco se me reconocía
como artista plástico, a pesar de que había mostrado mis obras en varios
museos, de Venezuela y del extranjero. O esto o lo otro, como el título del
libro de Kierkegaard. Tenías que dedicarte a asar un solo conejo o serás un
desconocido. Se hablaba de la integración de las artes, pero solo en los muros,
desde un punto de vista puramente formal o teórico. No había eso que ahora
llaman el artista integral, capacitado para expresarse en varios géneros
simultáneamente. Sobre todo, en un individuo azorado, hiperquinético, sin
título: que no había egresado de una universidad ni de una escuela de arte,
como era mi caso. En 1993, una exposición que tuve en el Museo de Bellas Artes
de Caracas cambió el curso del anonimato. Comencé a ser más estimado por mi
obra creativa que por lo que había escrito para favorecer a los artistas
plásticos con la crítica.
Fui a Bogotá, invitado por un congreso de poesía, y
luego a varios festivales, por todo el continente. Poco después, en el 2004 me
enviaron a la Bienal de São Paulo, y hace poco a la de Venecia, combinando
plástica y poesía. Pero, juro que nunca solicité subsidio alguno del estado, ni
recibí becas, ni concurrí por premios a salón alguno, ni pedí que me mandaron a
las bienales. Todo me cogió por sorpresa después, ya viejo.
JAL | Comenzaste con una conciencia política tu
militancia artística y poética en el Techo de la Ballena. En esta etapa de tu
vida y de la historia de tu país ¿qué enseñanza te deja la política y cuál la
convicción estética?
JC | Tengo que confesarte, a propósito de la pregunta, que El techo de la
ballena no fue la única agrupación de izquierda que en la Venezuela de los
sesenta incursionó en el compromiso político, a la par que ponía en tela de
juicio valores vigentes en la poesía y la plástica o incursionaba en la práctica
de lenguajes de vanguardia. Además de El techo estaba el grupo Tabla
Redonda, que recibía instrucciones del partido comunista, y que era más
radical, pero de lenguaje moderado y cuanto más atrabiliario y polémico
pretendía ser más confusa era su posición. Había también los afectos al
surrealismo, al letrismo y al concretismo brasileño, que jugaban a la moda en
los bares de Maracaibo redactando cadáveres exquisitos, como fuera el caso de
Apocalipsis, grupo de suicidas donde militaba Miyó Vestrini. El techo de la
ballena no escapó a estas modas con sus primeros manifiestos redactados en
estricta clave surrealista y con su aspaviento.
De toda esa
experiencia marginal venía yo de regreso, rezagado o en primera fila, cuando
entré a formar parte de El Techo en 1961. Porque yo no provenía de ésta
agrupación ni salí de ella, sino que fui uno de sus afluentes, que aportaba a
aquel caudal iconoclasta un talante crítico intransigente y una posición
polémica frente al realismo en pintura y a la hegemonía del abstraccionismo
geométrico. Fue así que tomaba partido por el informalismo o arte de la
materia, una muestra del cual, integrada por obras de artistas nuevos, llevé en
un avión de Avensa a La Habana en enero de 1960.
A mis tantos años, mirando hacia atrás,
descubro que ese tiempo de caos y confusión pudiera ser la etapa fundamental de
mi vida, con la cual sigo agónicamente en deuda, como del aljibe del cual se
extrae agua amansada. Política y estética incluidas en ese cuerpo raigal,
formando un solo apasionado bosque de preguntas.
JAL | Dice la poeta
Yolanda Pantín que además de que Venezuela se ha partido en dos, también las
amistades y la complicidad poética se han perdido. Muchos amigos se apartaron
por la ideología y la filiación a causas o ideas específicas, incluso intereses
de grupo o personales ¿Cómo has vivido tú esta etapa en tu país?
JC | “No hace
bien partir de las palabras para definir las cosas”, como dijo el creador de la
lingüística, Ferdinand de Sausure. Y más cuando se trata de definir algo tan
inmaterial como el concepto de país. Así que no comparto eso de que Venezuela
esté dividida en dos, y toda esa monserga que los medios nos han metido en la
cabeza. Venezuela está dividida, eso sí, entre todos los que la comparten y
entre todos y cada uno de nosotros cuando pensamos libre y soberanamente. Es
cierto que han tratado de dividirla, no en dos sino en mil trozos unas fuerzas
oscuras y misteriosas que acechan desde afuera y dentro del país para dar el
zarpazo. Lo que sí hay en este momento es una gran masa de gente convencida de
que para Venezuela y los países que están en las condiciones de ésta, la salida
a la crisis es la resistencia pacífica y almada a los que le ponen
cerco, la vejan, la calumnian y atemorizan desde todas partes e incluso desde
dentro del país mismo. Esos que dicen
pero nos faltó
poblarnos
En cambio las poblamos
a ellas
en ceremonia
perfectamente externa
episódica
periférica
estéril
Y
hay otra masa de gente, enorme, amorfa, indiferente a lo que pasa más allá de
sus narices, manipulada a su antojo y que se deja conducir al matadero con los
ojos cerrados, sin lograr entender por qué lo hace ni para qué.
De
lo que estoy convencido, cuando te refieres a lo que se dice de Venezuela en los
medios, o por boca de turistas cómodos, es que la amistad y la solidaridad no
han desaparecido en la cultura venezolana de hoy. La cultura es donde hemos
sido más productivos los venezolanos, y eso abona mucho a la conciencia y a la
fortaleza de ánimo que encuentras en todo el país de hoy día, a diario en la
calle, en la ciudad y el campo, más allá de que se pase hambre o no se
encuentren los medicamentos porque los han escondido. Es decir, una insurgencia
densa, sustancial, de poderes salvajes que se adentran en cada uno de nosotros
convertidos en poesía. Y que no tiene color político, pertenece a todos y está
en todas partes, construyendo su día a día pacíficamente.
Después
de todo no vamos para el fin de la historia como quisieran. Las aguas continúan
serenándose y vuelven a su cauce. Shakespeare hace decir al rey Lear: “No hay
un grado por debajo de lo peor.” O lo que es lo mismo: No hay un grado más
abajo del horror, tal como lo hemos vivido.
JAL | José Emilio Pacheco en su poema “Alta traición”, dice esto: No amo mi patria. /Su fulgor abstracto /es inasible.
/Pero (aunque suene mal) /daría la vida /por diez lugares suyos, /cierta gente,
/puertos, bosques de pinos, /fortalezas, /una ciudad deshecha, /gris,
monstruosa, /varias figuras de su historia, /montañas /–y tres o cuatro ríos. ¿Qué dirías tú de Venezuela?
JC | En Venezuela
contamos con muchos espacios de la estirpe de los que describe José Emilio en
su poema: bosques de pinos, radas, ríos veloces, tepuyes, montañas, gente
buena, mujeres bellas. ¡Demasiado pedirle a un país geográficamente pequeño!
¿Pero de qué sirve que se piense así cuando se experimenta un tremendo desasosiego
por la desesperación a que nos somete la ambición imperial que intenta por
todos los medios desterritorizarnos, destrozar el país, descuartizarlo para
apoderarse de las riquezas de nuestro subsuelo y acabar con sus pobladores? E
incluso con esos paisajes en abstracto que pinta José Emilio. Es para pensarlo
dos veces, viniendo de un intelectual mexicano tan relevante. Simón Rodríguez,
a quien tenemos como a nuestro máximo filósofo, si estuviera vivo, le
aconsejaría: “piensa en los demás para que los demás piensen en ti”.
Somos libres de desear lo que queramos, pero
esto no obsta para estar de acuerdo en que la mejor solución a esta crisis
inducida sea la explosión de un misil que venga a destruir el paisaje que más
amas y que tanto le costó a la naturaleza. Y es lo que pasaría con estos nuevos
demonios que lo quieren todo para ellos.
JAL | ¿Cómo eran las décadas pasadas de la cultura
venezolana cuando aparecieron ustedes?
JC | En mi país,
los nacidos a lomo de los años treinta del Siglo XX, tuvimos que calarnos dos
dictaduras seguidas en un lapso relativamente breve: una militar, entre 1950 y
1957, y otra dictadura sedicentemente democrática, desde 1961 hacia adelante,
hasta el fin del milenio.
No
fue muy edificante que se diga este período, pues los de mi generación que
habitábamos las barriadas pasábamos las de Caín entre la cárcel y el mitin
relámpago. Entre salir a tirar piedras a la policía y arrojar volantines en los
mítines. Cuando entramos a la universidad, la poesía del régimen la cerró, de
modo que yo no tuve tiempo, con la premura en que se vivía, de diferenciar,
como no fuera a través de la acción, la política de la estética; aunque leí en
un pensador marxista que “la estética es una moral”. Y eso tuvo que ver con mis
comienzos de emborronador de papeles para afirmarme en las dos categorías,
fundiéndolas en una sola mediante la acción: política y práctica del arte y la
poesía, en la seguridad de que en el fondo todo lo que uno aprende no es
conocimiento necesario, hasta en tanto no se sepa qué hacer con él. También
todo lo que uno aprende, practica o ejecuta en materia cultural, es útil para
algo y puede llegar a tener un fin moral.
JAL | ¿Cómo
hacer para revivir la experiencia de El techo de la ballena?
JC | Si te
refieres a cómo hacer para crear grupos creativos como El techo de la ballena
en su momento, y basados en el ejemplo de éste, pienso que las condiciones son
diferentes a cómo eran a comienzos de los sesentas. Por entonces había una
situación política nefasta para la izquierda y la poesía y el arte estaban
estancados, en el marco de una élite privilegiada que decidía todo a su favor.
Actualmente existen condiciones para dedicarse a hacer obra creativa, en
cualquier género de arte o literatura sin que se corra el riesgo de que te
metan preso o te maten. ¿Entonces por qué no se agrupan y hacen toda la crítica
que les venga en gana y luchan por los cambios que se necesitan? No porque ya
lo hicieron otros no necesitamos hacerlo nosotros. Ni es tarde. En todo momento
vivimos en presente. Eso lo dijo Antonio Machado.
JAL | En tu extensa trayectoria de poeta y artista
plástico, ¿sabes de algo importante que no hayas podido realizar y te gustaría
hacer en el tiempo que te queda?
JC | Sí. Me
hubiera gustado decirle a Miyó Vestrini en el momento en que ponía fin a su
vida cortándose las venas en una bañera que pensara en los lectores que, como
yo, consideraban que su poesía era necesaria en estos tiempos de crisis y que,
por favor, desistiera…
Me
hubiera gustado presenciar en 1930 el momento en que Reverón ejecutaba con el
cuerpo una gesticulación parecida a una danza ritual mientras pintaba
exitosamente su cuadro, arrojando brochazos al lienzo. Fue un momento estelar
en la historia de la pintura moderna. Sucedió apenas en el año en que yo nacía.
Me
hubiera gustado también presenciar el momento en que el pelotón de
fusilamiento, listo para disparar, recibió la orden de parar la ejecución del
valiente joven Fedor Dostoievski, condenado a muerte por haber participado en
un complot para asesinar al zar. De lo contrario nos hubiéramos quedado sin
leer Los hermanos Karamazov.
Y
también me hubiera gustado seguirle los pasos al poeta Pablo de Rokha cuando atravesaba,
pobre y desconsolado, un pueblito de la Patagonia vendiendo a los parroquianos electrodomésticos
usados a tiempo que les recitaba su “Oda a la gastronomía chilena”. Algo que
tanto faltaba en su propia mesa.
JAL | Por último, poeta
Calzadilla, ¿cuál es el sueño recurrente que mantendrías vivo para el futuro de
la poesía y el arte?
JC | En preguntas sobre el futuro, en verdad has agarrado fuera de base a un escéptico. Lo que tengo frente al porvenir son preguntas y preguntas... al punto de que eso que puedo expresar en esta materia depende demasiado de las respuestas a esas preguntas para poder dar una opinión. Espero que los sondeos de las encuestadoras en esta materia sean optimistas.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta, narrador, ensayista, editor y promotor cultural. Realizó estudios de maestría en Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue codirector de la revista Alforja, es coordinador general de Publicaciones de la Universidad Intercontinental y director general de la revista La Otra. Fue subdirector de Literatura, Artes Plásticas y Artes Escénicas, Director de Vinculación Cultural y Coordinador de Vinculación Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México, de 2001 a diciembre de 2005. Ha sido jurado de numerosos concursos nacionales e internacionales de literatura, y de las becas que otorga el Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes y la Fundación para las Letras Mexicanas, en diversas ediciones (2004, 2006).
AGNES ARELLANO (Filipinas, 1949). Escultora conocida por sus agrupaciones escultóricas surrealistas. Una tragedia familiar ocurrida en 1981 determinó el rumbo de su carrera y los temas principales de su arte. Sus padres, su hermana Citas y una empleada doméstica murieron en un incendio que arrasó la casa ancestral de los Arellano en San Juan, Metro Manila. Arellano recibió la noticia del incendio mientras estaba de vacaciones en España. En memoria de sus difuntos padres y hermana, decidió establecer las Galerías Pinaglabanan sin fines de lucro en el sitio de la casa ancestral. Allí se exhibirían muchas obras de arte filipinas y extranjeras inusuales, y también se otorgaron subsidios a artistas talentosos. Arellano conmemoró la trágica muerte de sus padres y su hermana 7 años después con un evento multimedia llamado “Fuego y muerte: un laberinto de arte ritual”. Creó una instalación única que consiste en un laberinto de santuarios temáticos en el jardín Arellano, combinando esculturas, poesía, fotografías, esculturas sonoras, plantas y recuerdos familiares. Esto demostró el profundo sentido del precario equilibrio entre la muerte y la vida del que había tomado conciencia después de la tragedia. Este tema también encontraría su camino en muchas de sus otras obras. Agnes Arellano es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura. A ella agradecemos por su cariño y complicidad.
Agulha Revista de Cultura
Número 217 | novembro de 2022
Artista convidada: Agnes Arellano (Filipinas, 1949)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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