quinta-feira, 29 de dezembro de 2022

ARMANDO ROMERO (Colombia, 1944)

LA CREACIÓN POÉTICA & SUS ESPEJOS


 


FM | Como creador, ¿eres un perseguidor de imágenes o simplemente mantienes abiertas las puertas de la percepción para que entren?

 

AR | Creo que las imágenes lo persiguen a uno. Son animales extraños que revolotean por la tierra y por el cielo, por los mares y sus islas, y entran por nuestras ventanas, no importa que estén cerradas o que no tengan huecos que las contengan. Pasan raudas frente a nuestros ojos esperando que una página en blanco las detenga, y para así, desde allí, volver a salir hacia otros ojos que las recreen, que las conviertan en algo diferente, y así poder seguir transformándose, sin sosiego.

 

FM | ¿Tienes una esperanza de vida ideal? ¿Cuál? ¿De qué modo tu creación hace parte de ella?

 

AR | La vida ideal es un invento de la publicidad. El poeta Aurelio Arturo decía, “los días que uno tras otro son la vida”. La vida no es eso que se detiene en una idea. Es un continuo saltar sin saber qué hay al fondo. Por eso los surrealistas fueron precisos cuando proclamaron el “azar fortuito”. Y el proceso creador nos debe llevar a eso, es decir, a ese interrogante que convertido en gancho nos permite comprender, al asirlo, que no vamos a caer en el vacío, que otra realidad, otro ver la vida, nos espera.

 

FM | ¿Cómo percibes las diferencias entre lo que pretendías crear y lo que realmente creas? ¿Te molesta este abismo sutil de vez en cuando? Si se ha reducido (o incluso desaparecido) con el tiempo, ¿a qué atribuyes tal evidencia?

 

AR | No. Para mí no existe tal diferencia, porque no entiendo la idea de pretender crear y menos la de que sea real lo que creo. No es que el abismo exista de antemano, es que las palabras lo forman, y son ellas las que deciden qué hay en el fondo. Entonces, lo que emerge deviene una realidad que no puedo poner a dialogar con la realidad de lo cotidiano, porque aquella, al encontrarse en el espejo de sí misma, es metáfora de lo que toma formas diferentes a cada instante. Volvemos entonces a lo que te decía antes cuando hablábamos de las imágenes.

 

FM | Al visitar el templo de Zoroastro, Ítalo Calvino descubre que el fuego real es el fuego oculto. ¿Cómo alimentas el fuego de la creación en tu escritura? ¿Podríamos hablar de la existencia de algún rito?

 

AR | Antes de seguir adelante debo dejar constancia de mi admiración por Ítalo Calvino. Sus palabras nos llevan a pensar que hay templos que tienen ese fuego oculto y otros que no lo tienen. Yo sentí la combustión profunda de milenios en los templos del Monte Athos en Grecia, pero también sentí lo gélido que emanaba de los templos mormones en Utah. El fuego oculto es oración no simples creencias. Y la oración es un rito disfrazado en palabras, porque todo poema para mí lleva dentro de sí, oculto, su propio fuego ritual.

 

FM | ¿Crees que hay un exceso de ideas en el mundo y que hay una especie de mal uso de esas ideas? ¿Es necesario minar constantemente nuevas ideas o lo que falta en el mundo es orden y perseverancia en las ideas existentes?

 

AR | Borges decía que la cuenta de las ideas era muy reducida, no más de diez, según él. Si es así, entonces no vale la pena enumerarlas. El problema hoy en día es que una gran mayoría de los habitantes de este planeta no tiene sino una sola neurona, por lo tanto, en ella no les cabe sino una sola idea. Y lo terrible es que esa sola idea nos puede llevar a la hecatombe. Piensa en los diminutos seres del poder hoy en día, con armas nucleares en sus manos como posibles calmantes para sus rabietas. ¿Cómo puede la poesía, el arte, enseñarles lo maravilloso que es ver una hormiga escalando un árbol?

Si al menos tuvieran en los huecos de sus cabezas la mitad de las ideas que señalaba Borges, tal vez tendríamos algo de esperanza.

 

FM | ¿Cómo has contribuido a mejorar el mundo?

 

AR | Creo en mis hijos, en mi esposa, en la calidad de mis amigos, en los viejos escritores y artistas que han acompañado mi vida. Ojalá mi presencia sirva para hacer visible la importancia que todos ellos tienen al hacer un mundo mejor. Debo decir que nunca creí en las ideologías, esos pegostes de reglas de conducta que lo alejan a uno del sentido común.

 

FM | ¿Existe una realidad hispanoamericana o el conjunto de sus 19 países aún no ha descubierto sus verdaderas perspectivas culturales para la acción conjunta? ¿Cómo cree que debería funcionar esa América tan deseada y a veces imposible?

 

AR | El mejor cuento de ficción en nuestros países es el ensayo Nuestra América de José Martí. Si incluimos a Brasil en esta sopa de 20 países podemos afirmar que la idea de América Latina, que fue un invento de los franceses en el siglo XIX, lo sigue siendo hoy en día como invento de las universidades. Por otro lado, hablar español, creer en un Dios cristiano, tener sistemas políticos caóticos dependientes de los poderes extranjeros, no nos une. La única novela que nos ha unido es Cien años de soledad de García Márquez, y eso porque es una novela escrita con mentalidad de criollo, de hijo de los españoles. La paradoja es que sutilmente nos unimos por lo que despreciamos o sentimos que hemos superado. Y esta es la máscara que nos debemos quitar, no importa nuestra hipocresía y el justificado grito de dolor de los negros y de los indios.

 

FM | ¿Qué sueles leer fuera del español? No me refiero sólo a la literatura, porque aquí me interesa evocar tu entorno de lectura. ¿O crees que leer poetas es el único material imprescindible para tu creación?

 

AR | Leo en inglés mucho sobre Grecia, los escritores viajeros, y los cuentos de Hemingway y otros autores norteamericanos y europeos, Richard Ford, Thomas Bernhard, Uwe Timm. Sobre Grecia leo y releo a Henry Miller, Lawrence Durrell y a Patrick Leah Fermor y ahora leo de nuevo La Odisea. Soy un buen lector de viejos libros, por eso vuelvo sobre Proust, Joyce, Gide, Cendrars, Celine, y por supuesto los surrealistas, Bretón, Aragon, Artaud, Desnos, éluard. Esto es sólo un ejemplo porque tengo más lecturas. A veces me aventuro a leer en francés, pero no me es tan fácil como el inglés. Leo poetas mucho pero no creo que sólo ellos deban ser lectura para los que pretendemos ser poetas. Los poetas deben leer todo lo que les apetezca, lo que les abra el apetito. Álvaro Mutis leía avisos de publicidad y los encontraba estimulantes. Yo comprobé esto, pero sólo en México donde los avisos son de una innegable creación.

 

FM | ¿Crees en la existencia de la sociedad?

 

AR | Sí, yo me considero un ser social y lo compruebo no sólo con mi familia sino por el hecho de que no puedo beber un licor sin la presencia de otros. Como escritor uno existe para los otros. Yo he sido en cierta forma un ser un poco retraído, no muy dado a la vida social activa. Hace años, mi gran amigo el poeta Gonzalo Rojas me dijo que yo debía hacer un poco más visible mi obra. Y tenía razón. Pero no frecuento los medios sociales, y si bien publico mis libros y asisto a presentaciones y a congresos, no estoy en eso del Instagram o el twitter y sus etcéteras. Hace poco leí algo, gracias a un buen amigo, de Pier Paolo Pasolini que me parece digno de citar: “Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero.” Qué simple y sabio es esto: “El valor de la derrota”. Rafael Cadenas tiene un hermoso poema que tituló “Derrota”. Es eso.

 

FM | ¿Quién eres de todos modos?

 

AR | Qué lindo sería poder decir como quería Homero, “soy nadie”, pero no, uno es uno más dos y tres y trás.

 

FM | ¿Qué te parece la idea de incluir un poema propio, comentando algo que motivó su creación?

 

AEDO, HOY

 

¿Quién tan pequeño

entra en una hormiga?

El que a tu lado

se sienta

y escribe el poema.

No tiene ojos,

sólo antenas,

y muchos pies

para vacilar

por los abismos.

Carga los muebles

de la casa

como si fuesen

palabras,

y hace de la miel

una trampa.

El que escribe

el poema

es una hormiga,

negra.

 

De niño siempre jugué con hormigas, así que ellas han estado siempre a mi lado. Son mis juguetes, así como las palabras son hormigas con las que juego siempre. Creo que este poema se puede entender, hasta lo que es posible según mi interpretación, con mucho de lo que dije antes en esta entrevista. Sin embargo, también juego con los rinocerontes, un poco más grandes en verdad, pero ya ese es otro poema.

 

 


ARMANDO ROMERO (Cali, Colombia, 1944). Poeta, narrador y crítico literario, perteneció al grupo inicial del nadaísmo, movimiento vanguardista literario de la década del 60 en Colombia. Doctorado en Pittsburgh, actualmente vive en los Estados Unidos. Ha publicado numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo. En el 2008 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Atenas, Grecia. En 2011 ganó el Premio de Novela Corta Pola de Siero (España) con su novela Cajambre (Bogotá, Valladolid, 2012. Traducida al francés, turco, italiano y danés). Su libro de poemas, Amanece aquella oscuridad, fue publicado en 2012, Sevilla, España. En 2016, se publicó en España y en Colombia su libro de poemas El color del Egeo. Su obra literaria ha sido traducida a varios idiomas. Ese mismo año 2016, la editorial l’Harmattan (Paris) publicó una edición bilingüe antológica de su poesía, y en 2017 se publicó en Bulgaria una antología de su obra poética. En 2018 la Editorial Difácil de España publicó una extensa antología de su poesía y la Editorial Sinopia de Venecia su libro de cuentos cortos, La radice delle bestie. Este mismo año, 2018, es homenajeado como poeta nacional en el Festival de Poesía de Bogotá.
 

 


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