Nacida Katalin Deutsch Blause e iniciada a la fotografía
en el taller de József Pécsi, en los primeros años treinta vivió por un breve periodo
en Berlín, donde también tuvo contacto con Bertold Brecht, y luego en París, donde
trabajó para la compañía francesa Agence Photo, para la cual produjo sus primeros
relatos surrealistas, mostrando su agudeza en reportar el encanto de lo cotidiano
junto con un incipiente gusto lumpen,
con El mercado de las pulgas (1933) y
Los cafés de París (1934). A otra agencia,
la Cnt-Fai se debe la siguiente, y fundamental, estadía española de la fotógrafa,
que ya para 1937 se encontraba en la Ciudad Condal como redactora gráfica para la
revista El Umbral, contexto en el cual
conoció a su futuro esposo José Horna. En España Horna se convirtió en una de las
primeras reporteras de guerra junto con Gerda Taro, formando parte de aquel ilustre
grupo de fotógrafos que documentaron la guerra Civil Española, al lado de artistas
del calibro de Robert Capa, Chim (Dawid Szymin) y Hans Nahmuth.
En continuidad con las series parisinas pero ya con una
mayor madurez, la Horna española confirma su predilección para las situaciones cotidianas
marginales al conflicto, empleadas en ocasiones para retratar, en los que se podrían
definir como monumentos fotográficos, la resiliencia del pueblo español, y en otras
aprovechando escorzos de paisaje urbano para unos primeros vuelos propiamente surrealistas
logrados mediante el fotomontaje – técnica que será característica de su producción
madura – y un uso dramático del claroscuro, manifestando su gusto por las composiciones
inesperadas que alteran el significado originado del sujeto, que cobra vida en una
visión onírica y perturbadora.
Ya para 1939, los Horna se resolvieron a dejar la Europa
de los totalitarismos para establecerse en México, que gracias a la favorable política
migratoria del gobierno Cárdenas, se había convertido en meta de un gran número
de refugiados europeos, muchos de los cuales permanecerán en el país a conflicto
terminado. Es este el caso también de la pareja de fotógrafos, que hicieron de la
Ciudad de México su hogar adoptivo, trabajando intensamente como fotoperiodistas
para diferentes revistas y agencias y, más concretamente para el caso de Kati, para
Nosotros (1944-1946), Mujeres (1958- 1968), México This Month (entre 1958 y 1965), S.nob (1962), Diseño (1968-1970), y colaborando temporalmente con otras como la Revista de la Universidad de México (entre
1958 y 1964), Revista de Revistas (1963),
Arquitectos de México (1967) y Obras (1973), entre otras. Asimismo, su casa,
como mencionado, se convirtió en un punto de encuentro cosmopolita frecuentado por
artistas y escritores, y especialmente por la comunidad surrealista establecida
en México, siendo huéspedes recurrentes Remedios Varo, Leonora Carrington, Lilia
Carrillo, Wolfgang Paalen, y Alice Rahon, recibiendo por un periodo incluso a Benjamin
Péret y Edward James. la casa de los Horna ha sido descrita por numerosas fuentes
como un lugar sumamente íntimo y surreal. Estas frecuentaciones incidieron inevitablemente
en el estilo de la fotógrafa sin que se deba necesariamente definirla como integrante
del movimiento surrealista, del cual por su misma admisión nunca se consideró parte,
manteniendo más bien un contacto constante con algunos de sus exponentes por razones
de amistad y de afinidad estética, en un intercambio de soluciones que representó
una parte de las sugestiones del panorama de las vanguardias europeas al cual Horna
se refería al moldear sus relatos visuales pues, si la visión perturbadora (en el
sentido de unheimlich freudiano) y el
humor negro en su trabajo bien se pueden asimilar a la influencia del movimiento,
en la obra de Horna también se pueden reconocer tintes característicos del expresionismo
cinematográfico, como las atmósferas góticas de fuertes claroscuros, y la recurrencia
técnicas fotográficas de vanguardia como el fotomontaje que no son exclusivas del
surrealismo. A lo largo de su trayectoria Kati dialoga de manera muy versatil con
las vanguardias europeas con las cuales estuvo en contacto en su periodo formativo,
mostrando el esfuerzo, común en muchos artistas europeos de entreguerras, para trascender
un difícil contexto histórico a través de su arte en series tanto diferentes como
aquella de la Guerra Civil en España (1937-1938) o como aquella dedicada al manicomio
“la Castañeda” en México (1944).
El artefacto de esta estación creativa es representado
por las tomas, realizadas entre 1958 y 1973, en las que Horna retrató a las personalidades
más destacadas del medio artístico y cultural mexicano, como David Alfaro Siqueiros,
Gunther Gerzso, Mathias Goeritz, “Chucho” Reyes, Pedro Friedeberg, Manuel Felguérez,
Sebastián, Lilia Carrillo y Rosario Castellanos, Remedios Varo y Leonora Carrington,
producción que la acomuna a los trabajos tempranos de otra gran fotógrafa del México
de aquellos años, Lola Álvarez Bravo, quién también gozaba de la confianza que le
brindaron muchos artistas plásticos. En estos retratos reconocemos la introspección
psicológica y la aflicción para los contrastes claroscurales propios de su trabajo:
estrategias que la artista empleará en la evolución que comportarán los reportajes
para S.nob de los años siguientes. De
hecho, si las tomas de las primeras series realizadas por Horna en Europa fueron
elaboradas como composiciones poéticas aisladas – tal vez con la excepción de Hitlerei (1937) – en los años sesenta estos
poemas se transformaron en cuentos, es decir en series fotográficas definidas por
una secuencia lógica de tomas interdependientes, como en el caso de la mencionada
colaboración con S.nob (1962), la publicación
que más espacio brindó a la creatividad de Kati: revista advocada a abrir a sus
lectores “las puertas de lo insólito”, como la fotógrafa misma recordó: “S.nob era mi felicidad (…) con la facilidad
que me dio Salvador (Elizondo, ndr) y
el equipo (…) de mí salió mucha creatividad”. [1] De hecho, a pesar de su breve existencia, de junio a octubre de 1962,
S.nob constituyó un relevante espacio
de colaboración artística y de libertad expresiva en el medio artístico mexicano
de aquella década: en su editorial se reunieron artistas y escritores de gran poder
imaginativo como Remedios Varo, Alberto Gironella, Leonora Carrington, y Alejandro
Jodorowsky, acomunados por un acercamiento revolucionario y muy personal a la estética
surrealista, que para la revista realizaron historietas, reportajes y entrevistas
ficticias con fines irónicos y satíricos, y sin límite formal alguno. Justamente
para la revista Kati realizó sus series más experimentales, Fetiches, articuladas en tres cuentos fotográficos
– Oda a la Necrofilia, Impromptu con Arpa, y Paraísos artificiales – surgidas de la interpretación
libre de Kati de temas preestablecidos por la publicación, en la cual destaca una
oscilación ambigua y constante entre sujeto–objeto, interior–exterior, e una perspectiva
voyerista asignada al observador, proponiendo tomas oblicuas de un sujeto femenino
de espaldas retratado en actitudes dramáticas, reflexivas o frívolas, con el uso
recurrente del desnudo y de fuerte contrastes claroscurales que, junto con la composición
de la escena, nos restituyen un dramatismo tragicómico. Por ejemplo, en Oda a la Necrofilia, Horna retrató a una
modelo cubierta enigmáticamente por un manto negro y con el rostro ocultado, identificada
con Leonora Carrington, desplazándose de un punto a otro de una habitación y manifestando
su padecimiento a través de gestos y posturas dramáticas que la relacionan con una
cama desecha, en la cual, sobre un cojín, se encuentra una máscara blanca, entre
los objetos clave de la parca escenografía, completada por un libro abierto y algunas
velas que remiten a una dimensión ritual, del duelo sutilmente erótico al cual se
refiere el título de la serie, interpretación que parece confirmada por acerca de
este último objeto, es interesante notar la posible relación, señalada por Pelizzon
que señala a las velas como símbolo de esperanza en la resurrección en la cultura
judía, cultura familiar a Horna, que junto con las numerosas leyendas judías que
entrelazan eros y thanatos, noviazgo y muerte, parece indicar para la serie la escenificación
patética del deseo imposible de devolver a la vida el ser querido, el amante evocado
por la máscara mortuoria, en asonancia con la iconografía luctuosa producida por
el largo disfraz negro llevado por la modelo-viuda. [2] Puede ser relevante señalar que el fallecimiento de José Horna ocurre
un año después de esta serie, de tal manera que se podría suponer que las precarias
condiciones de salud del esposo, ya evidentes, hayan influenciado la elaboración
de dicho trabajo.
En Paraísos artificiales, el juego por oposiciones
se duplica, mostrando contraposición entre la modelo y los objetos de su entorno,
así como entre los dos principales tipos de objetos utilizados, vidrios y muñecas,
distorsionando nuevamente la realidad para crear así una historia paralela y alternativa.
El trabajo le permitía a Horna pasar buena parte del día
por las calles de la Ciudad de México, y en muchas ocasiones, sus cuentos fotográficos
surgieron del encuentro casual con determinados espacios: terminado su trabajo,
en los que amaba definir sus “momentos robados”, la fotógrafa aprovechaba dichos
espacios para convertirlos en escenografía de historias fantásticas. Es de este
tipo de experiencias que surge otro relato visual de los primeros años sesenta independiente
a S.nob: Historia de un vampiro… sucedió en Coyoacán (1962), para el cual la
imaginación de Kati transformó un taller de escultura al cual había dedicado un
reportaje para la ambientación de una fábula de veinticuatro tomas acerca de un
vampiro interpretado por la actriz Beatriz Sheridan envuelta en una capa negra,
disponiendo de los bustos de yeso del taller a su gusto y los amontonándolos cerca
de una chimenea en la cual quiso prender una fogata que intensificaba el vibrante
claroscuro requerido por la atmósfera gótica y expresionista del relato, afín a
aquella de la Oda a la necrofilia. La
serie representa un homenaje indirecto al cinema mudo cinema mudo expresionista,
recordando famosas películas alemanas de este género como El gabinete del Doctor Caligari (1920) o Nosferatu (1922), que la fotógrafa debió haber conocido, además de ser
ocasión para confirmar la capacidad de Horna para crear composiciones emocionalmente
impactantes sirviéndose de muy pocos recursos.
La muñecas, fetiches por excelencia, han representado una
constante en las composiciones de la artista desde su etapa parisina y pasando por
Muñecas del miedo (1939), realizado en
colaboración con su esposo: animadas por Katia través de expedientes compositivos
y juegos de claroscuro, las muñecas se convierten en el elemento de mediación en
el dialogo plástico que la fotógrafa instaura con el observador, estrategia que
recurre en los años cincuenta en la colaboración con la Carrington Mujer con máscara (1961-63), entre las primeras
de la etapa mexicana, para la cual Leonora realizó algunas muñecas de cabeza romboidal
con un largo vestido de terciopelo, aparato efímero en la escenografía única de
casa Horna, que constituyen el sujeto de algunas fotografías tomadas en casa Horna,
solitarias en algunas tomas, e interactuando con Beatriz Sheridan en otras, en un
juego irónico e inquietante, como en Cabeza
de muñeca en el suelo, donde las nervaduras diagonales de las tablas del suelo
se dirigen, junto con la mirada de la muñeca, hacia el observador buscando una relación
emocional tanto directa cuanto incómoda. En otra toma de la misma serie, Espejo en el suelo, la cabeza de muñeca es
sustituida por un pequeño espejo, elemento perturbador por excelencia, aumentando
la sensación de inestabilidad e inquietud por medio de su característico empleo
de tomas oblicuas, contrapicadas y levemente descentradas.
La sutil ironía que permea las tomas de Horna nunca se
estanca a un nivel superficial, de reportaje frívolo y juguetón – aunque afortunadamente
conserve este sabor – para tocar las cuerdas más íntimas de una reflexión sobre
el ser que halla su definición en una negociación constante entre extremos: interior
y exterior, naturaleza y cultura, amor y muerte, arte y oficio. Es una negociación
sin tiempo llevada con maestría narrativa, recurriendo a al espíritu libertario
de las vanguardias históricas con ironía para narrar una realidad compleja sin que
nunca nos perdamos su encanto: la fotografía de Kati Horna defiende sistemáticamente
esta capacidad de asombro, con resiliencia y gracia, invitándonos a vivir la cotidianidad
en estado de encantamiento y descubrimiento constante. Esta vocación de la obra
de Horna es bien representada por los casos brevemente propuestos en esta contribución,
casos destacados porqué permiten ahundar en la vertiente más experimental, en su
fotografía de mayor vocación artística, sin los límites impuestos por el oficio:
la etepa mexicana de Horna nos restituye la imagen de una artista madura e autónoma,
siempre receptiva, en dialogo consciente y constante con las principales tendencias
artísticas de su época y con sus protagonistas, interprete cautivadora de lo individual
y lo colectivo.
NOTAS
El presente artículo retoma la reflexión propuesta por la autora
en la contribución: Poder a la imaginación:
la colaboración de Kati Horna con la revista S.nob (1962). Quiroga. Revista
de Patrimonio Iberoamericano, 8, 2015.
1. Entrevista a Kati Horna por Emilio Cárdenas Elorduy, en: Cárdenas Elorduy,
Emilio. Kati Horna: una maestra de la fotografía.
Los creadores del siglo xx: serie documental del Archivo Histórico del INBA. México:
Archivo Privado de Fotografía y gráfica Kati y José Horna, Filmoteca de la Universidad
Nacional Autónoma de México, 1993.
2. Pelizzon, Lisa, Más allá de la foto:
la mirada de Kati Horna. Venecia: Università Ca’Foscari, 2011, pág. 267.
3. Peniche Montfort, Elva. “Fetiches de Kati Horna. Fotografía y surrealismo”.
Nueva época (México), 18 (2013).
4. La exposición fue curada por Ángeles Alonso Espinosa y José Antonio Rodríguez. Tuvo lugar en Puebla de los Ángeles, México, del 7 de diciembre de 2013 al 28 de abril de 2014, y en París del 3 de junio al 21 de septiembre de 2014. La exposición fue dividida en cinco periodos siguiendo los desplazamientos de la fotógrafa a lo largo de su trayectoria: desde sus inicios en Budapest, a sus estadías en Berlín y París (1933-1937), en España (1937-1939), y su vuelta a París (1939), hasta México (1939-2000). Alonso Espinosa, Ángeles, Rodríguez, José Antonio (coord.). Kati Horna. Puebla: Museo Amparo/ París: Jeu de Paume, 2013.
GIULIA DEGANO. Historiadora del arte. Magíster en Historia del arte y conservación de los bienes artísticos y arquitectónicos por la Universidad de Udine, Italia. Diplomada en Museografía y Museología por la Universidad Complutense de Madrid, España. Ha sido docente del Departamento de humanidades de la Universidad del Pacífico, Lima. Es doctoranda en Historia y Teoría de las Artes del programa Societat i Cultura: Història, Antropologia, Art i Patrimoni de la Universitat de Barcelona, España. Ha publicado en Costa Rica, España, Estados Unidos y México.
PIERRE MOLINIER (França, 1900-1976). Fue pintor, fotógrafo, diseñador y creador de objetos. En 1955, Pierre Molinier se puso en contacto con André Breton y en 1959 se exhibía en la Exposición Surrealista Internacional. En ese momento, definieron el propósito de su arte como para mi propia estimulación, indicando la dirección futura en una de sus exhibiciones en la muestra surrealista de 1965: un consolador. Entre 1965 y su suicidio en 1976, hizo una crónica de la exploración de sus deseos transexuales subconscientes en Cent Photographies Erotiques: imágenes gráficamente detalladas de dolor y placer. Molinier, con la ayuda de un interruptor de control remoto, también comenzó a crear fotografías en las que asumía los roles de dominatriz y súcubo que antes desempeñaban las mujeres de sus cuadros. En estas fotografías en blanco y negro, Molinier, ya sea solo con maniquíes de muñeca o con modelos femeninos, aparece como un travesti, transformado por su vestuario fetiche de medias de rejilla, liguero, tacones de aguja, máscara y corsé. En los montajes, un número improbable de miembros enfundados en medias se entrelazan para crear las mujeres de las pinturas de Molinier. Declaró: En la pintura, pude satisfacer mi fetichismo de piernas y pezones. Su principal interés con respecto a su sexualidad no era ni el cuerpo femenino ni el masculino. Molinier dijo que las piernas de ambos sexos lo excitan por igual, siempre que no tengan pelo y estén vestidas con medias negras. Sobre sus muñecas dijo: Si bien una muñeca puede funcionar como un sustituto de una mujer, no hay movimiento, no hay vida. Esto tiene cierto encanto si se está ante un cadáver hermoso. La muñeca puede, pero no tiene que convertirse en el sustituto de una mujer.
Agulha Revista de Cultura
Número 220 | dezembro de 2022
Artista convidado: Pierre Molinier (França, 1900-1976)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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