ANDRÉ BRETON, Manifiestos del surrealismo
La valoración de la palabra en la poesía se acentúa en el
romanticismo, y es Víctor Hugo en el Prefacio de Cromwell quien equipara la belleza
a lo feo y deforme, apartándose de este modo de la estética clásica. Estas ideas
tendrán su continuación en Baudelaire y en Rimbaud hasta llegar a los surrealistas.
Baudelaire representó una poesía que reivindica algunos aspectos del romanticismo
y que expresó la complejidad del hombre, poesía que muestra el interés del poeta
por lo inconsciente y por las experiencias sensuales. En Baudelaire hay una vuelta
a ese conjunto de creencias, sueños y aspiraciones insatisfechas que el romanticismo
liberó y que contribuyeron a reforzar en la poesía francesa las tendencias hacia
lo metafísico y lo mítico. Así es como el arte del poeta se constituyó en una función
sagrada. En Rimbaud encontramos este aspecto del arte cuando señala que la tarea
del poeta es hacerse vidente, esto es, despertar en su espíritu las facultades adormecidas
que lo pondrán en relación con las fuerzas del inconsciente. Así es como nace entonces
una nueva idea poética emparentada íntimamente con lo místico y lo profético, no
como medio de expresión sino de descubrimiento, que es capaz de llegar hasta las
zonas más profundas del yo. Esta nueva concepción poética llega hasta el siglo XX
con el surrealismo.
En efecto, el romanticismo encontró en
lo místico el reemplazo de la religión. Románticos y surrealistas buscaban analogías
e imitaciones del infinito. Para el hombre romántico, el sueño es el estado intermedio
entre este mundo y el más allá. Por su parte, el surrealista hallaba en el sueño
la posibilidad de experimentar el mundo onírico como forma de búsqueda de motivos
artísticos. En este sentido, dice Anna Balakian (1969) “El romántico aspiraba al
infinito, el simbolista creía que podía descubrirlo, el surrealista pensaba que
podía crearlo”. Así puede verse cómo la palabra “infinito” significaba algo distinto
para cada uno de ellos. No obstante, simbolismo, romanticismo y surrealismo son
todos, aunque con destinos literarios diferentes, herederos de los iluministas y
los herméticos.
Los poetas alemanes ahondaron quizá mucho
más que los franceses en el culto del sueño y la evasión al mundo espiritual. En
este caso, puede mencionarse a Novalis, para quien en los abismos del inconsciente
están todas las riquezas de nuestra vida (Béguin 1978). La poesía y la palabra nos
permiten descender a esas profundidades. La realidad interior es la presencia de
un alma divina, como una analogía del Dios invisible y visible, a la vez, en la
naturaleza. Considera que en los orígenes fue perfecta la revelación de lo invisible
por lo sensible, pero la naturaleza no es ya para nosotros más que un poema en desorden;
toca al poeta reunir los fragmentos dispersos y reconstituir la unidad perdida.
La misión de la poesía, pues, para los románticos alemanes es recrear el lenguaje
primitivo, restituir la primera presencia de las cosas. En este aspecto, Rimbaud
manifiesta en Une saison en enfer preocupaciones
similares siendo la lengua poética la clave para renovar el lenguaje que ha perdido
su valor primigenio y poder compartir con todos el universo reconstruido. Para ello,
el vocabulario debe ser violentado, salir de la norma. Además, Rimbaud propone la
desregulación de todos los sentidos modificando una sensibilidad limitada de modo
que permita acercarse a la visión, es decir, se trata del redescubrimiento de un
universo más verdadero. Asimismo, Une saison
en enfer subraya la multiplicidad de las interpretaciones posibles y anuncia
la voluntad de Mallarmé de volver a dar vida al lenguaje.
El poeta Jean-Paul se veía a sí mismo como un espectador
de su yo actuante, estado similar al del sueño por lo cual se vinculan por su semejanza
el acto poético y la acción de soñar. Jean-Paul pensaba que el sueño reunía cielo
y tierra constituyendo ambos la total expresión de la dualidad de la existencia.
Para Baudelaire, la realidad exterior se vincula estrechamente con la vida interior
del poeta cuando irrumpen los sonidos musicales. Desde esta concepción que anticipa
al surrealismo, el poeta organiza el caos en visiones poéticas y se constituye en
el constructor de sus propios sueños. La música tiene dos proyecciones: provocar
la imaginería onírica y sugerir visiones a la mente.
El aspecto onírico de la vida psíquica
está presente desde el Primer Manifiesto de André Bretón. A partir de la definición
del surrealismo se inscribe el mundo onírico. En efecto, en parte de la definición,
Breton (1969) apunta a buscar la expresión real del pensamiento y esto es posible
solo sin la intervención reguladora de la razón. En su oposición a toda actividad
regulada por la razón, el jefe del surrealismo apela al sueño, a la infancia, a
la imaginación, a la locura como fuentes del pensamiento poético.
La importancia de lo onírico para el movimiento
surrealista se evidencia en diversos casos: el manifiesto de Louis Aragon, “Una
ola de sueños”, la propuesta de Roger Vitral para títulos de crónicas como “La moda
es un sueño”, “La vida es un sueño”. Por su parte, André Breton relata cuatro sueños
en la revista Littérature. El relato de
sueños y la escritura automática permiten a los surrealistas no sólo el conocimiento
de sí mismos sino también vislumbrar nuevos paisajes y explorar los caminos sin
término de la escritura. Pero cabe destacar que ya desde el Primer Manifiesto, Breton afirma enérgicamente
la urgencia y la importancia de un examen sistemático del pensamiento onírico puesto
para confirmar la orientación científica del surrealismo. La conmoción que quiere
introducir Breton entonces en la reflexión de su época, con las consideraciones
acerca del sueño es comparable, de hecho, a la aportada por Freud en relación con
la concepción de la conciencia que todavía predominaba a fines del siglo XIX. Pero,
indudablemente, lo más interesante que aporta Breton respecto del sueño es que en
éste todo parece posible para quien duerme, superando así el individuo las limitaciones
de la existencia diaria. En este sentido, expresa:
La raíz onírica de las imágenes y metáforas
en la poesía de Olga Orozco la acercan al surrealismo, pero también la convicción
de hacer de la propia vida un poema, de constituir a la poesía en el eje de la existencia:
“En realidad, todo podría ser un larguísimo poema interrumpido por el cansancio,
por la pereza o por el obstáculo insalvable” (Moscoso). También puede decirse que
la creencia firme en el poder y la eficacia de la palabra poética la hacen continuadora
de la línea abierta por Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y el surrealismo, como así
también el pronunciamiento entre el mundo de lo que llamamos “real” y el mundo invisible,
particularmente en poemas de Cantos a Berenice,
dedicados a su gata,
emisaria de una zona remota…
más acá del recuerdo, más allá del olvido.
Los diversos planos de la realidad, particularmente
los que escapan a nuestras percepciones, pueden estar representados por las figuras
de las máscaras, de los espejos y los sueños. En este último caso, pocas son las
poesías de Olga Orozco en que no esté presente el mundo onírico. Así en “Quienes
rondan la niebla”, el yo poético se enfrenta con sus yo del pasado: Son los seres
que fui los que me aguardan, encarnados en las figuras de la niña que fue, como
la niña de los sueños, con su tierno cansancio de otro cielo recién abandonado.
El otro cielo ¿no puede ser, acaso, otra dimensión de la realidad habitual? Así
podríamos encontrarnos con la perspectiva del mundo onírico como otro plano de lo
real. Otra forma de reaparición del pasado puede verse en el poema “La abuela” donde
los seres familiares del pasado que ya no están reaparecen por medio de los sueños:
De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un sueño
cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo de las cosas
que antaño recobrara de un larguísimo olvido.
Los sueños evocan también gestos que, al
repetirse y ser soñados reiteradamente, dan esperanza a la poetisa de sobrevivir
al destino del olvido y la desaparición:
…como si esos gestos repetidos a lo largo de sueños y desvelos,
guardáramos, también, la esperanzada imagen de todos nuestros gestos,
su lejano destino. (“Lejos, desde mi colina”)
Los objetos más pequeños, aparentemente
insignificantes, le traen la evidencia de un mundo inabordable del que le llegan
sólo algunos atisbos. Quizás, como le ocurre a Gérard de Nerval, es un mundo donde
vivió antes y que reconoce a través de los distantes mensajeros a quienes dice haber
amado bajo otro cielo. En este poema subyace la idea de la trasmigración de las
almas que vienen de un brumoso país.
El sueño violento de la infancia guardado
en la memoria vuelve como vuelven los seres escondidos en el recuerdo, lejanos y
casi irreconocibles, parapetados detrás de las puertas, otra imagen frecuente en
los poemas de Olga Orozco. Las puertas guardan tras de sí un mundo misterioso, desconocido:
un dios olvidado, el silencio, la melancolía, un sagrario de sueños y de polvo.
Hay también puertas olvidadas por el tiempo y que a veces regresan evocadas vaya
a saber por qué vientos de la memoria. Contra esto, contra la desintegración del
ser por el tiempo, los sueños se levantan porque son el tiempo sin tiempo, el antes
y después de la vida, esta pequeña vida entre dos sueños. Ellos pertenecen al no
tiempo de la existencia y a un lugar no-lugar donde los días son recuerdo de algún
sueño.
También los sueños son el arma contra la
destrucción del tiempo pues ellos están poblados por las imágenes de lo que fuimos,
tanta sombra que aún nos sobrevive!, imágenes en un espejo empañado que refleja
los distintos rostros que nos pertenecieron. Como antiguos retratos, nuestro yo
del pasado se abre a otras vidas que viven con nosotros y se descubren de pronto
en otra dimensión: la vida vivida por otros con nosotros, en nosotros, vida de otros
que no conocemos pero que están en nosotros. En Gérard de Nerval las imágenes del
sueño corresponden a otra vida que se aleja de las condiciones de la vida cotidiana.
Es una peculiar existencia cuyas puertas se traspasan para acceder a otra forma
de realidad: Le Rêve est une seconde vie.
Je n’ai pu percer sans
frémir ces portes d’ivoire ou de corne qui nous séparent du monde invisible (Nerval 1965).
Olga Orozco manifiesta algo similar respecto
de la puerta que clausura o abre otra dimensión en “Retrato de la ausente” en que
una existencia humana parece prolongar su presencia entre las cosas:
Acaso sea entonces su larga despedida,
entreabriendo esas puertas cuya clausura misma sostenemos viviendo…
El sueño es también un conjuro contra el
tiempo, una forma de cristalizar la existencia al menos en un instante perdurable:
Un día recogieron el indolente peso de su cuerpo bordeado
por un sueño [...] y así quedó labrada [...] dentro de un corazón como una nervadura
[...] porque allí reina apenas la estéril duración de un momento cumplido.
Pero también tienen algo de lo abandonado,
de lo arrumbado por el tiempo y la incuria del pasado. Ellos parecen no escapar
al aspecto desgastado de cuanto corroe el tiempo, parece decirnos en “Carina” en
que la poetisa se dirige a una joven abandonada y herida por la soledad que le dejara
el amado por quien ahora sólo puede llorar. No sirve el arrepentimiento ni el perdón:
Esos pálidos hijos de los renunciamientos,
esos reyes con ojos de mendigos contando unas monedas
en el desván raído de los sueños,
cuando todo ha caído
y la resignación alza su canto en todos los exilios.
Era la hora exacta en que alcanzaba la música de un sueño
cuando alguien cortó con duro golpe las cuerdas mentirosas del amor…
Jorge Luis Borges en “Las ruinas circulares”
presenta a un forastero que llega hasta el recinto circular porque quería soñar
un hombre y así se sueña a sí mismo enseñando en el anfiteatro a ávidos alumnos,
alumnos fantasmas creados por su inquietud onírica. Finalmente, con alivio y con
terror, comprende que él también era una apariencia, que otro estaba soñando (Borges
1956). Esta idea borgeana de un dios u otro hombre que nos está soñando a todos
está presente en el poema “Lievens”, dedicado a la muerte de una niña, en que el
yo poético recomienda al personaje Charles Lievens que no piense más en la niña
pues en nadie puede morir ella ahora. Somos en otros, vivimos en el pensamiento
de los otros por lo tanto no morimos del todo. Sin embargo, es necesario que dejemos
ir a los que han muerto. No la detengas más, le pide. También en “Desdoblamiento
en máscara de todos” se repite esta idea en los últimos versos:
Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo.
Algo similar encontramos en “Andelprutz”,
nombre tomado de Cuentos de un soñador de Lord Dunsany, en este caso la idea del
sueño está asociada a la del doble la cual aparece en los versos:
Y yo salí de mí siendo yo y siendo ajena lo mismo que las sombras.
Quizás es la muerte la que desdobla al
personaje, el sueño de la muerte, como en “Lievens”: ¿Qué puede profanar un sueño
sin orgullo? No guardáis más que piedras sobre piedras en honor de mi muerte. Se
reitera la figura de la puerta cuando se pregunta dónde está la llave, dónde la
puerta que abre al nuevo nacimiento.
En “Olga Orozco”, último poema de “Las
muertes”, cobran fuerza las figuras del sueño y el espejo. En esta poesía, el yo
poético se despide ante la cercanía de la muerte. Al igual que en el poema anterior,
la imagen del otro, la propia imagen del espejo, se puede encontrar en los siguientes
versos:
aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba
en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
[...] No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza [...]
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
Porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
Que los cambiantes sueños…
Acaso esa otra a la que habla es ella misma,
condenada a una apariencia, tan ajena a sí misma como la imagen de otra que se buscaba
en ella como en un espejo.
En “Los juegos peligrosos” continúan las
imágenes referentes al sueño y al espejo, pero ahora vinculados a la magia la cual
se manifiesta relacionada con la adivinación, el conocimiento del futuro, posible
pero vedado, porque pertenece a otra dimensión: su luz es de otro reino. El destino
está en manos del Cubiletero que echa los dados sobre la mesa y la partida es un
osario de sueños donde vaga el fantasma del amor que nunca muere. Esta vez el sueño
se halla relacionado con el destino humano, destino-rueda que no cesa de girar durante
nuestra vida, destino metaforizado en el juego de naipes, personificado en la figura
de la Muerte hilandera, Parca moderna que teje grandes telarañas. El yo lírico recomienda
al tú cuidarse sobre todo del amor, que es quien se queda y se anuncia con amenazas
de dolor, lágrimas y luto. Así es como en el poema siguiente “No hay puertas”, el
amor da su fruto: la soledad que es cuanto el amado le ha dejado:
La dejaste a mis puertas como quien abandona la heredera de un reino del que
nadie sale y al que jamás se vuelve. Esa soledad creció y ella la ha visto en muchos
enamorados que llevan máscaras o se ha hecho viento que trata de borrar ese adiós
que escribiste con sangre de mis sueños en todos
los cristales
para que hiera todo cuanto miro. La soledad cayó sobre ella en esa despedida.
Allí él la espera hasta un lugar que ahora es el del sueño que se pierde conmigo
y nadie sabe.
Ese lugar es una cárcel de espejos donde
pierde su identidad, ya que en el último verso expresa:
Aunque nada me diga al despertar que yo sea yo misma.
Sin duda, esa cárcel de espejos donde se
diluye el yo es una imagen más de la fragmentación del sujeto que es evidente también
en el poema siguiente “Para ser otra”. En este poema, el yo poético se retrotrae
al tiempo en que las plantas exhalan un veneno semejante al del sueño de un país
donde no estuvo nunca. Con palabras como olvido, nunca, prepara la expresión del
propio destierro porque —dice— mi exilio está conmigo. Es un yo que ya no se reconoce
a sí mismo, un yo que está en fuga de sí mismo y que hurga en su memoria para buscar
retazos del pasado, donde se esconden enigmas, revelaciones encubiertas con ropones
de hiedra, entre restos / de espejos. La parte de sí misma que no duerme, que escarba
los recuerdos la lleva así a su descentramiento pleno: Ya soy ajena a mí. Con ella
emigra el mundo entero y se ve tan ajena que finaliza preguntándose quién es.
Este yo fragmentado llega a su mayor sugerencia
en el poema “Entre perro y lobo” que comienza:
Me clausuran en mí.
Me dividen en dos. [...]
Me recortan después con las tijeras de la pesadilla…
Pasa así de perro a lobo y como uno de
ellos, roe los huesecitos de tantos sueños muertos. Ha perdido su identidad incluso
de animal pues cuando roe lo hace desde debajo de su máscara. Junto con la desintegración
del yo llega la soledad: ¿Quién defiende mi bastión solitario en el desierto, la
sábana del sueño? Así es ese otro animal quien muerde en ella, quien roe sus labios
desde sus propios dientes. En el poema siguiente, “Sol en piscis” la fragmentación
del yo aparece asociada al sueño y las máscaras. Se dirige a sí misma como heroína
de miserias, amenazada por la desintegración de su ser:
…no te detengas,
mientras arde a lo lejos la galería de las apariencias,
las máscaras del sueño que labraste sobre ciegas cortezas para poder vivir.
El yo poético está amenazado de destrucción
y no puede permanecer inmóvil, amenazado de espacios fantasmales,
los espejismos de un perdido país anunciado por el sueño
y la sed,
el miedo y la nostalgia,
y el insaciable tiempo que llevamos de migración en migración…
Sólo puede trasmigrar de máscara en máscara,
de lugar en lugar. Por eso no encontrará espejo de oro que refleje flores de otros
mundos. El yo se despedaza en yo posibles pasados y futuros, a ese que ya fui o
al que no he sido en este y otros mundos. En otros poemas se repite la idea de la
desintegración del yo que lleva a la soledad, pero el yo poético encuentra una salida
a través de la magia, y es este mundo de la hechicería el que puede enfrentarla
pues se adivina el pasado, se lee el pensamiento, se bebe un elixir que transforma
los sueños…con la sangre convertida en oráculo. También la multiplicidad del yo
aparece figurada a través de la máscara, como en “Desdoblamiento en máscara de todos”
en que el interior es un abanico de rostros:
Desde adentro de todos no hay más que una morada bajo un friso de máscaras…
Se pregunta quién se levanta en ella; no
son ni su nombre ni sus manos: abro con otras manos, miro desde otros ojos. Todo
hombre es el Otro, es la versión de un Gran Rey herido en su costado. Esta fragmentación
del yo tiene una dimensión cósmica, divina: Es víspera de Dios. Está uniendo en
nosotros sus pedazos.
Continúa con esta idea en “Mis bestias”
donde los yo asumen la forma de una multiplicidad de bestezuelas en sofocante asamblea.
Ellas son sus vísceras, su naturaleza interior, son sus conjurados en los que no
puede pensar sin volverse ellos, idea que se refuerza en “Lamento de Jonás” cuando
dice soy mi propio rehén. Pero en este último poema hay algo más: la dimensión cósmica
del mundo interior que también aparece en “Desdoblamiento en máscaras de todos”,
concepción fundamental en el romanticismo alemán que constituye la reacción contra
la autosuficiencia del hombre ilustrado. Los hermanos Schlegel y Novalis, entre
otros, tenían como objetivo bucear, por medio del sentimiento, en la totalidad,
el absoluto que la razón no alcanzaba. Para Novalis, el Universo es un todo dinámico
de naturaleza espiritual. Sólo el poeta es capaz de aprehender la fuerza espiritual
que lo mueve. Por eso el poeta es un vidente, el que ve la totalidad de lo real,
un mago quien, por poetizar, engendra —dichten ist zeugen— y un sacerdote, porque
esta transformación que se produce por obra de la poesía es una divinización (Novalis
1975). En el poema de Orozco “Lamento de Jonás”, el fondo del yo lírico es una noche
cerrada donde vienen a dar todos los espejismos de la noche, / unas aguas absortas
donde moja sus pies la esfinge de otro mundo. Y allí encuentra fragmentos, restos,
vestigios y también a los otros:
Alguien simula un foso entre el sueño y la piel para que
me deslice hasta el último abismo de los otros
o me induce a escarbar debajo de mi sombra.
El yo lírico asume a veces la figura baudelaireana
de la cabellera que manifiesta lo oculto del yo poético pues ella es una metamorfosis
del hechizo interior, la indolente enviada de otro mundo, vampiro en la profunda
garganta de los sueños. La cabellera puede alcanzar dimensiones monstruosas y cubrirlo
todo, amenazando incluso con un acoso inesperado como el bosque de Birnam porque
sus hebras son segregadas por la poesía.
Quizá el poema que más profundamente dice
acerca de la unidad cósmica es “Animal que respira” donde predomina la idea de la
comunión con todo el universo. Universo y yo poético comparten el ritmo de la respiración
cósmica: …nos expandemos y contraemos, el universo y yo. Lo absorbo hacia mi lado
en el azul, lo exhalo en un depósito de brumas y lo vuelvo a aspirar. El universo
y el yo poético son un animal cósmico que respira al unísono. Ambos están en mutua
transfusión. Los sueños lo llevan a sentirse parte de ese ser universal:
…y en mis sueños husmea interminablemente un hocico de bestia.
Finalmente, no es posible olvidar la similitud
de pensamiento poético respecto de la idea de la respiración cósmica y la unidad
del universo entre Olga Orozco y quien sostiene también una mirada surrealista:
Julio Cortázar. En La vuelta al día en ochenta mundos sostiene la indivisibilidad
entre lo vital y el acto de escribir y la aspiración a que el viaje desde el exterior
a nuestro propio yo nos lleve a una renovación humanística:
Aludo a un sentimiento de sustancialidad… a que escribir y respirar (en el sentido
indio de la respiración como flujo y reflujo del ser universal) no sean dos ritmos
diferentes. (1967)
Como los eléatas, como San Agustín, Novalis presintió que el mundo de adentro
es la ruta inevitable para llegar de verdad al mundo exterior y descubrir que los
dos serán uno cuando sólo cuando la alquimia de ese viaje dé un hombre nuevo, el
gran reconciliado. (1967)
BIBLIOGRAFÍA
BALAKIAN, Anna (1969).
El movimiento simbolista, Madrid, Guadarrama.
BÉGUIN, Albert (1978).
El alma romántica y el sueño, Madrid, FCE.
BORGES, Jorge Luis (1956). Ficciones, Buenos
Aires, Emecé.
BRETON, André (1969).
Manifiestos del surrealismo, Madrid, Guadarrama.
CIRLOT, Lourdes (1995).
Primeras vanguardias artísticas, Barcelona, Labor.
CORTÁZAR, Julio (1967).
La vuelta al día en ochenta mundos, México, Siglo XXI.
MOSCOSO, Myriam. La
puerta que no abriste.
NERVAL, Gérard de (1965).
Les filles du feu, Paris, Le livre de poche.
NOVALIS (1975). Himnos
a la noche, Madrid, Nacional.
OROZCO, Olga (2005). Obra poética-Orozco, Buenos Aires, Corregidor.
GRACIELA MAYET. Doctora en Letras con la tesis Incidencias de Rimbaud y Mallarmé en la obra de Julio Cortázar en la Universidad Nacional de Córdoba. Participación en diferentes proyectos de investigación de Teoría literaria, Literatura Argentina y sobre el Surrealismo en Hispanoamérica. Participación con ponencias en más de treinta congresos y jornadas nacionales e internacionales de literatura francesa, literatura italiana y literatura comparada. Coordinadora de grupos de lectura de autores europeos: Henry James, Joseph Conrad, Charles Dickens, Gustave Flaubert, Fedor Dostoievski, James Joyce (Ulises y Cuentos) durante cinco años, como actividad de extensión de la cátedra de Literatura Europea. Directora del proyecto de extensión “Encuentro de lectores” dirigido a docentes y alumnos del nivel medio.
PIERRE MOLINIER (França, 1900-1976). Fue pintor, fotógrafo, diseñador y creador de objetos. En 1955, Pierre Molinier se puso en contacto con André Breton y en 1959 se exhibía en la Exposición Surrealista Internacional. En ese momento, definieron el propósito de su arte como para mi propia estimulación, indicando la dirección futura en una de sus exhibiciones en la muestra surrealista de 1965: un consolador. Entre 1965 y su suicidio en 1976, hizo una crónica de la exploración de sus deseos transexuales subconscientes en Cent Photographies Erotiques: imágenes gráficamente detalladas de dolor y placer. Molinier, con la ayuda de un interruptor de control remoto, también comenzó a crear fotografías en las que asumía los roles de dominatriz y súcubo que antes desempeñaban las mujeres de sus cuadros. En estas fotografías en blanco y negro, Molinier, ya sea solo con maniquíes de muñeca o con modelos femeninos, aparece como un travesti, transformado por su vestuario fetiche de medias de rejilla, liguero, tacones de aguja, máscara y corsé. En los montajes, un número improbable de miembros enfundados en medias se entrelazan para crear las mujeres de las pinturas de Molinier. Declaró: En la pintura, pude satisfacer mi fetichismo de piernas y pezones. Su principal interés con respecto a su sexualidad no era ni el cuerpo femenino ni el masculino. Molinier dijo que las piernas de ambos sexos lo excitan por igual, siempre que no tengan pelo y estén vestidas con medias negras. Sobre sus muñecas dijo: Si bien una muñeca puede funcionar como un sustituto de una mujer, no hay movimiento, no hay vida. Esto tiene cierto encanto si se está ante un cadáver hermoso. La muñeca puede, pero no tiene que convertirse en el sustituto de una mujer.
Agulha Revista de Cultura
Número 220 | dezembro de 2022
Artista convidado: Pierre Molinier (França, 1900-1976)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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