1. La compleja ubicación de la poesía de Cirlot
Tal vez Juan-Eduardo Cirlot siga aguardando, tras su muerte
en 1973, que el lector capte el verdadero sentido del apresurado juicio de raro:
raro, sí, por la formación libérrima y la fidelidad a su propio gusto, en una estética
difícil de clasificar. Y en consecuencia, a veces previsible, un raro en el sentido
editorial.
La libertad de la que Cirlot disfrutó con
sus frecuentes autoediciones conllevaba la difusión minoritaria de sus reducidas
tiradas, y el efecto de predicar a convencidos,
sus amigos vanguardistas. A cambio pudo explayar un cuidado exquisito de la materialidad
de los libros, aprendido con la artesanal Dau
al Set, cuyas tiradas entre los cien y ciento cincuenta ejemplares se distribuían
incluso con dificultad.
Fue quizás su faceta ensayística y de estudioso
del arte la que permitió a Cirlot ser conocido y reconocido tempranamente. Pero
si repasamos el número de obras poéticas editadas a sus expensas, se comprueba que
la situación permaneció invariable durante años. Por no citar más que algunos ejemplos:
del libro Susan Lenox se editaron 50 ejemplares en 1947, y la serie de los “Cantos
a la vida muerta” fue editada por él mismo entre 1945 y 1954. No varió mucho la
situación en los años 1961 y 1962, cuando los poemarios Blanco y Los espejos constituyeron
un voluntarioso empeño bibliográfico, con tirada de 110 ejemplares. Con alcance
también mínimo y siempre desde Barcelona, vieron la luz en 1967 La doncella de las cicatrices y Anahit, en 1968; Los restos negros y Orfeo,
en 1970; en 1971, los 44 Sonetos de amor.
Incluso en el más famoso “Ciclo de Bronwyn”, que abarca un total de catorce libritos
publicados entre 1967 y 1971, ninguno de ellos rompe el gusto o la necesidad de
la autoedición.
Los círculos especializados y amistosos
de la autoedición, entre otras razones, pueden explicar el escaso perímetro, en
su momento, de los circuitos de difusión del Cirlot poeta. Por otro lado, no está
de más recordar el habitual desfase entre las fechas de redacción y de edición de
las obras, distancia que profundiza la impresión de un movimiento siempre contra corriente y ensimismado. Pensamos
por ejemplo en casos como el de La quête de
Bronwyn, en los que la fecha de edición, por supuesto a sus expensas, ya a las
alturas de 1971 desenfoca el momento real de la escritura, y puede llevar a error
en cuanto al proceso creativo y la evolución del poeta.
Pero la aparición de poemas en revistas,
soporte bastante usual para este género, permite siempre un radio algo más abarcador,
y hay que recordar que en algunas revistas el autor fue asiduo. Singularmente, la
palmesana Papeles de Son Armadans lo albergó entre sus páginas a menudo y durante
décadas: desde las Oraciones a Mitra y a Marte en diciembre de 1957 hasta sus Once
poemas romanos en abril de 1967. Poemarios completos pudieron así reproducirse unitariamente,
dada su escasa extensión.
Suele considerarse que Cirlot comenzó hacia
1960 una nueva etapa poética, parte de la cual quedó recogida en la edición que
Leopoldo Azancot realizó, recopilando textos de 1966 a 1972. De 1960 es la polémica
y archiconocida antología Veinte años de poesía española preparada por Castellet
para Seix Barral. Lo más vivo de la vanguardia surrealista de la posguerra quedaba
fuera de ella, como si la esencia de la poesía española del período acotado sólo
pudiera definirse por el realismo y su evolución. Poco después, en 1963, apareció
la antología de Ribes Poesía última con textos de una escueta nómina de cinco poetas:
Eladio Cabañero, Ángel González, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún y José Ángel
Valente. De nuevo Cirlot parecía inclasificable, en una recopilación que, como bien
apreció Félix Grande, tiene una ambición de
análisis generacional [1]. Pese a
ello, el afán pedagógico ha inducido a algunos críticos a incluir a Cirlot en una
supuesta primera generación de posguerra,
donde compartiría foto con Carlos Bousoño, José Luis Hidalgo, Miguel Labordeta,
Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro. [2]
Salvo algunos puntos secantes con Labordeta
e Hidalgo, la posición de Cirlot en el grupo resulta sorprendente, pero sin duda
acercaba una gavilla de sus poemas a un público lector algo más numeroso, el que
frecuenta antologías. Más ajustada nos parece, sin embargo, su presencia dos años
después de su muerte (y ya como maestro recuperado) al lado de los entonces jóvenes
experimentalistas Brossa y Ullán, en la influyente recopilación La escritura en libertad. [3]
La mixtura terminológica ya se encontraba
en el famoso monográfico de la revista Verbo que en febrero de 1952 prepararon José
Albi y Joan Fuster, con un ancho criterio acerca de qué podía considerarse como
surrealismo: aparecían en él textos de
Miguel Labordeta, Ory, Chicharro y Cirlot; pero también de Gerardo Diego y Manuel
Segalá.
Modernamente, no faltan los estudios que
incluyen nuevamente a Cirlot como parte de la vanguardia surrealista de posguerra,
[4] a lo que se añaden otras conexiones.
A. Palacios observa contactos de Cirlot con el ultraísmo y creacionismo de anteguerra,
[5] por ejemplo en La doncella de las cicatrices (1967), en
fechas en las que no sólo Gerardo Diego mantenía ciertas prácticas ultraístas, sino
también poetas como Gabino Alejandro Carriedo o Julio Garcés. A favor de esta idea
aducimos por nuestra parte la poética creacionista que a modo de manifiesto aportó
Cirlot en Dau al Set defendiendo como
única realidad la creada mediante la imagen sintética en el poema:
El número siete es la suma del tres y del cuatro, de lo incompleto que aspira
hacia lo alto el triángulo y de lo total que se muere de dolor por estar acabado
en su propia limitación exasperada el cuadrado o el círculo […] La poesía es solamente
el arma con la que miramos los asuntos más diversos. Como realidad, no nos interesa.
Concebimos la imagen como la reunión enloquecida de lo que se ha decretado en separación
esencial. [6]
No nos pasa por alto el gesto entre provocador
y convencional con que poco después asomaría Cirlot en las páginas de la revista
Espadaña, de estética tan radicalmente
distinta a la vanguardista Dau al Set,
en la que más tarde asumió una importante función. La revista leonesa acogió con
generosidad los poemas de Cirlot y reseñó con cierta condescendencia sus libros,
alentando lo que en ellos pudiera leerse de rehumanizado.
Así, de Cordero del abismo se estima en
el n.º 24 de 1946, el que sea libro de dolor
(…) estremecido de angustia, tremante como los libros de los profetas. Del poemario
Diariamente aprecian la expresión sencilla
del poeta ante las cosas que le rozan, e igualmente es objeto de elogio el supuesto
desprendimiento de algunas resonancias surrealistas
(n.º 42, 1949). Las vacilaciones del poeta aún joven se perciben muy bien en Espadaña,
y se pueden ejemplificar con tres poemas muy distintos de 1945: un convencional
poema amoroso de tono casi adolescente aportado como homenaje en el tricentenario
de la muerte de Quevedo, su “Elegía a Miguel Hernández” en tercetos encadenados,
y unos breves textos oníricos que ejercitan tópicos surrealistas.
Pese a ciertas coincidencias, propias de
las vicisitudes de la búsqueda de una voz propia, fue tarea imposible encontrar
cómodo asiento para Cirlot tanto entre los tremendistas
o rehumanizadores, como entre los garcilasistas,
o entre los neorrománticos, ya que otras
tendencias de la década de los cuarenta parecían inclasificables ejercicios privados,
por así decir. Cirlot recibió en Espadaña una aceptación condescendiente, tratado
como un joven original y prometedor al que había que orientar y, sobre todo, alejar
de sus tendencias surrealistas. Resultan sorprendentes las reconvenciones amistosas
de A. González de Lama ante los deslices
surrealistas que su joven amigo debía evitar, defectos que fácilmente pueden ser corregidos para liberar la emoción
diluida en el fárrago de palabras enlazadas
por grises cables subconscientes. [7]
Sin embargo, ajeno a sugerencias centralizadoras que llegaban como en sordina a
Cataluña, fue como Cirlot publicó en 1943 su primer libro, La muerte de Gerión, terminada ya una primera asimilación del surrealismo.
Cirlot supo alejarse de las tendencias
poéticas imperantes del primer momento de posguerra, aunque en un poema como “Susan
Lenox” de 1947, pueda rastrearse un cierto
compromiso con la postura estética del neo rromanticismo espadañista, avanzando
la línea intimista que la llamada poesía social y de la experiencia esgrimirían
en abundancia, a juicio de Amador Palacios. [8]
Por otro lado, y como su amigo Ory, Cirlot
no renegó nunca de los moldes métricos tradicionales, que servían a ambos como fuente
posibilidades rítmicas e inventivas. No en vano, aparte del cultivo ocasional del
soneto, ambos son autores de dos libros con la unidad de esta forma: el de Ory,
de 1963, llega a ser incluso uno de sus mejores poemarios, en nuestra opinión. Y
siete años después, Cirlot edita sus 44 Sonetos de amor. [9] Nadie podría llevarse a engaño, sin embargo, ya que estas prácticas
distaban mucho de la invasión sonetista
fomentada en las revistas poéticas en las décadas de los cuarenta y los cincuenta,
de la que son buena prueba los 220 sonetos editados en la revista Escorial, o los más de 300 de Garcilaso.
2. Postismo y surrealismo
Postismo, surrealismo, han sido dos de los marbetes que han
incluido también a Cirlot, aunque no siempre ha aparecido clara la distinción entre
ambos ismos, asunto que por otra parte no pareció preocupar mucho al poeta. De cualquier
forma, la relación de Cirlot con ciertas modalidades poéticas más o menos oficialistas
de las décadas de los cuarenta y los cincuenta es bien distinta de su vinculación
intensa con la agitación postista surgida
casi paralelamente en el tiempo.
La afinidad de intenciones con Carlos Edmundo
de Ory se desenvolvió paralela a una amistad entrañable y a un mutuo apoyo sin reconvenciones,
incluso cuando Cirlot ponía al surrealismo francés por encima del postismo español.
Según testimonio de Ory, Cirlot no llegó a considerarse surrealista, pero animaba
a los fundadores de La Cerbatana a que se declarasen surrealistas por encima de
cualquier otra denominación, incluida la de Postismo. A pesar de todo, Carriedo
incluyó a Cirlot en octubre del 49 en la nómina postista. [10]
Si por encima de declaraciones teóricas
nos atenemos a la estética y a los procedimientos, todavía reconocemos en un Cirlot
maduro lo que los postistas llamaban enderezamiento o reescritura de textos ajenos
mediante sistemas como las variaciones por paronomasias, permutaciones sintácticas
etc. Cirlot comenzó sus experimentos permutatorios en 1954, a partir de la lectura
del famoso poema de “Las golondrinas” de Bécquer, aunque hasta 1971 no se atrevió
a publicar el texto, ya modificado, en su “Homenaje a Bécquer i y ii”. Dos años
después, en fecha aún más lejana de la eclosión postista, Carlos Edmundo de Ory
por su parte siguió practicando el enderezamiento en su poema “Superestructuras”,
sobre versos de Rubén Darío.
Cirlot desarrolló las posibilidades inventivas
del enderezamiento experimentando todo tipo de permutaciones, léxicas, fónicas,
o sintácticas. Estas últimas convergen en frecuentes estructuras anafóricas asociadas
a unos ritmos especialmente musicales. Casos extremos de creación mediante la permutación
son sin duda Visio smaragdina o Inger. Permutaciones
(1971), aunque mucho antes Cirlot ya había iniciado su “serie permutatoria” con
El palacio de plata en 1955. La propia
serie de Bronwyn comenzada en 1969 responde a estos modos constructivos, cuya coincidencia
con la música, en especial con la dodecafónica, es evidente, ya que como ha subrayado
J.A. Sarmiento, la permutación conlleva procedimientos musicales como el de la variación.
[11] Como es bien sabido, no se pueden
excluir los referentes musicales, en especial de Wagner, Schöenberg y otros maestros
germánicos, tanto en Cirlot como en otros vanguardistas catalanes. [12] Las disciplinas tan diversas que Juan-Eduardo
Cirlot tanteó desde muy joven [13] con
una mezcla de diletantismo y convicción, fluyeron hacia la poesía, de tal modo que
el destino de sus estudios de música con el maestro Ardévol, o sus experimentos
de tipo atonal presentados en el Círculo Falla de Barcelona contribuyeron a forjar
un poeta originalísimo, que incorporaría a su obra para siempre sus intuiciones
y experimentos musicales. Algún estudioso llega a explicar —muy convincentemente,
a nuestro juicio— cómo la música se convirtió en el elemento ordenador de una producción
que presenta facetas muy diversas. [14]
Hombres, sombras, nombres.
Claridad, caridad, cantidad.
Cruz, cruces, cruceros.
En poemas no predicativos, enigmáticos
y nominales, nombradores, como el citado, el protagonismo creador puede entregarse
a veces a las sugerencias de la propia palabra, que progresa como en letanía. En
el prólogo de El palacio de plata, cuya primera edición corresponde a 1955, [15] aclaraba Cirlot que el poema se articula
sobre la analogía y el paralelismo. Los diez primeros versos son, según sus palabras,
el acorde germinal, y la sustancia poética
crece de sí misma. Y en el mismo lugar
afirma que crea este sistema inspirado por el letrismo cabalístico de Abraham Abulafa
y la música dodecafónica de Schöenberg, pero también por un desprecio cada vez mayor hacia el asunto.
Muy iluminador es también el prólogo a
la primera edición de Bronwyn, permutaciones, de 1970, donde parece asociar un contenido
o forma interna a este recurso: la poesía permutatoria es cinética, y el movimiento y traslación de sus elementos acompaña a un movimiento creciente de vértigo hacia la Shekinah.
La mitificación de la doncella medieval Bronwyn aparece así enmarcada en los experimentos
letristas, adoptados por Cirlot no en el sentido más lúdico del letrismo francés,
sino con otro profundo que lo asimila al letrismo cabalístico y la magia.
En otras ocasiones se recombinan letras,
palabras, versos, hasta extraer una interesante retribución creativa, que puede
ser contemplada con perplejidad por el mismo autor/combinador, en una búsqueda del
conocimiento mediante el azar, muy propia de los primeros surrealistas. [16]
Por otra parte, los experimentos de la
moda estructuralista en literatura llegaron también, aunque por otra vía, a la creación
literaria mediante la permutación, como explicó el propio Cirlot en diversos lugares.
[17] Y a juicio de Clara Janés, la permutación
sirvió de base al poeta para expresar su búsqueda casi mística de lo que renace eternamente. Concordamos con
Janés en que esa búsqueda es esencial en la obra de Cirlot: el tema obsesionante
de la destrucción que opera el tiempo —al que el poeta pretende negar o fundir—
se advierte desde las obras primeras, La muerte
de Gerión, de 1943, y Elegía sumeria, de 1945. Y persiste claramente en poemarios
como Blanco y Los espejos, donde la destrucción queda sugerida por un clima de desastre,
pero del que puede surgir nueva vida: evocaciones apocalípticas, sombra, brumas
o tinieblas que no logran borrar la certeza de que están escondiendo vida; lo arquitectónico
medieval, a veces ruinoso y corroído, como correlato del envejecimiento del mundo;
la soledad y silencio de un contemplador dotado de extraña sabiduría, situado en
un tiempo impreciso. Sin embargo, la esperanza de renacer deja oír su voz siempre.
Para Janés, la poesía permutativa y la
surrealista conforman las dos trayectorias más importantes de Cirlot, pero sus preocupaciones
simbólicas y místicas, y su interés por el mundo esotérico, distancian al poeta
de otros surrealistas. [18]
En efecto, Cirlot añade un componente espiritualista
y simbólico al resultado de sus búsquedas estéticas, aunque su dirección creativa
vaya tantas veces de la palabra a la idea,
por encima de la creación que parte de una idea y luego busca la palabra y forma
exactas. No son raras, en este sentido, las alusiones bíblicas formando parte del
tejido de sus textos: de las diversas religiones, el poeta amalgama las propuestas
que apuntan a la resurrección o a diversas posibilidades de renacimiento. [19] Por otra parte, la circularidad de la
escritura de Cirlot prueba una necesidad de crear ciclos armónicos, que durante
largos períodos de tiempo abordasen temas centrales obsesivos. Parece subyacer una
preocupación tan estética como metafísica en su tensión hacia la síntesis, hacia
una sabiduría integradora de fuentes, mitos, religiones, artes, filosofías y teosofías
orientales y occidentales, etapas de la historia del hombre… El mismo poeta sugirió
a su amigo y editor Leopoldo Azancot la posibilidad de incluir en el Ciclo de Bronwyn
cinco libros más, entre ellos La sola virgen
la y 44 Sonetos de amor, por corresponder
al mismo tema y espíritu, independientemente de los experimentos o ismos que pudiesen
confluir en ellos.
3. Dau al Set y surrealismo
Acomodo natural halló Cirlot también en el vivo vanguardismo
catalán [20] representado por el grupo
plástico-literario-musical de Dau al Set.
[21] El primer número de la revista del
grupo probaba ya una libertad y una alerta a la vanguardia europea infrecuentes
en la España de 1948, y coincidió para Cirlot con un momento de mayor profundización
en las técnicas del surrealismo.
Tres meses después de la creación de la
revista, Cirlot era en enero de 1949 uno más de Dau al Set, e incluso fue el encargado de elaborar el manifiesto, compartiendo
el espíritu de ese dado de siete puntos, valoración
de lo imposible, de lo irracional, según su propia interpretación en 1967. Con
el poeta en catalán Joan Brossa y los artistas plásticos Juan José Tarrats, Joan
Ponç, Antoni Tàpies y Modest Cuixart, [22]
entre otros, prosiguió su trayectoria, sin abandonar los contactos con el grupo
surrealista de París, la correspondencia con Breton y las aportaciones en revistas
surrealistas francesas dirigidas por éste.
Con el heterogéneo grupo catalán, alguno
de cuyos componentes era filósofo, compartió lecturas de Nietzsche, Heidegger o
Kant, y muchos años después aún percibimos la influencia de ciertos textos nietzscheanos
en la obrita de aforismos Del no mundo editada en Barcelona en 1969, especie de
filosofía asistemática, expresada de modo fragmentario e intuitivo a modo de iluminaciones.
Cirlot convergía también en la pasión por
el cine —otro de los variadísimos intereses del grupo— hasta convertirse en el principal
mitómano, a juzgar por las bromas de sus compañeros ante su coleccionismo compulsivo
de fotos de Silvana Mangano, elevada por él a la categoría de una Lilith rediviva.
[23] Como Cirlot tendía a fundir mitos
provenientes de fuentes muy distintas, cuyas fronteras borra, también desrealiza
a la actriz italiana, la extrae de su tiempo y le atribuye la fuerza de la rebelde
mujer que abandonó a su esposo Adam, según las leyendas del Talmud que tanto le
conmovieron. Es explicable entonces que uno de los mitos de mayor desarrollo literario
en Cirlot germine desde la fascinación por una película y una actriz, aunque su
propensión a mitificar a la mujer es una recurrencia en su obra. No otro es el caso
de la obsesión, mantenida/explotada durante décadas, por la actriz Rosemary Forsyth,
transformada en la Bronwyn cirlotiana, tras quedar el escritor subyugado por su
interpretación en la película El señor de
la guerra de F. J. Shaffner.
Es indudable igualmente que el sincretismo
vanguardista de posguerra se apropió del mundo medieval, actualizado e integrado
en diversos ismos, [24] y en este aspecto
Cirlot fue durante décadas el vanguardista más fiel al estudio de la literatura,
música y plástica medievales europeas. Hasta la práctica de la aliteración, según
declara él mismo, se deriva de la belleza sonora que encontró en las traducciones
inglesas de obras celtas y escandinavas.
La mujer amada sólo evocaba a una persona
de carne y hueso en los primeros libros, como en Donde las lilas crecen. Posteriormente,
lo femenino tiende a convertirse en una construcción mental situada en un punto
remoto del pasado (siglo XI en el caso de Bronwyn) al que intenta asimilarse el
poeta para fundir los siglos. Bronwyn, fantástica doncella medieval, permite al
poeta vencer al tiempo, abolirlo mediante la voluntad de reunirse con su criatura
mental en un espacio y un tiempo desde los cuales ella lo reclama. El poeta se objetiva
en caballero medieval, en una automitificación poética muy relevante sobre todo
en el Ciclo de Bronwyn. De nuevo, se combaten así los límites entre los siglos,
a veces con extrañamientos y anacronismos que fingen ignorar las diferentes épocas.
La mujer, surgida siempre de otro arte
(el cine, la literatura) o de la especulación esotérica (de la Cábala tomó Cirlot
el nombre de Shekinah que aplica a Bronwyn en los últimos poemas) parece un claro
emblema del esfuerzo de Cirlot por el sincretismo.
El número 7 de Dau al Set, correspondiente a junio de 1949, se dedicó íntegramente
a Cirlot. Tanto la portada como la viñeta que acompaña a los textos en prosa de
Cirlot los realizó Cuixart alrededor de elementos muy frecuentes en el surrealismo
que cultivó la Generación del 27: un desnudo masculino de brazos mutilados, con
dibujos de índole sexual en torno, y la repetición muy obvia de la palabra “Sueños”
formando parte del dibujo onírico. La colaboración en prosa de Cirlot consiste en
un conjunto de breves relatos oníricos que recuerdan, pese a su extensión tan distinta,
los de José María Hinojosa de 1928 “La flor de Californía”. Por ejemplo, el breve
relato de Cirlot numerado como 3:
Voy por una calle estrecha y a ambos lados hay mujeres que hablan en un idioma
que desconozco. Una de ellas tiene los ojos verdes. Me acerco y me dejo conducir
por ella hasta una habitación que, en el fondo, tiene una pequeña ventana abierta
por la que se ve el desierto. Entonces, ella desnuda sus senos y me los ofrece.
O bien el siguiente:
Estos bretonianos “Sueños” publicados en
Dau al Set en 1949, parecen tener continuidad,
en la forma de breve relato onírico en presente y en primera persona muchos años
después, como en este texto de 1961, del poemario Blanco:
Me acerco a la iglesia de piedra mientras el sol brilla
a través de la lluvia. Otro campo, negro y nevado, se
extiende detrás de mí, pero el infierno ensordecedor
llamea sobre mi cabeza.
Y sin prejuicios métricos, una escena onírica
semejante puede verterse también en el ritmo de los endecasílabos en “Detrás de
las cortinas del cristal” del mismo libro:
Detrás de las cortinas del cristal
las paredes preciosas se reparten,
mientras sobre los restos incendiados
crecen, ¡oh! cómo crecen todavía…
Como es bien sabido, en las conexiones
vanguardistas entre las artes, un impulso creativo frecuente es el de la obra que
nace como homenaje, con el pie forzado
de la glosa, de la dedicatoria, de la admiración al amigo o al artista maestro,
de la recreación mediante un arte de la obra realizada mediante otro arte. Es consecuente
entonces —y descontamos el género del ensayo e interpretación crítica— el intercambio
epistolar en verso, testimonio de conexiones vitales y estéticas, de complicidades,
de alusiones privadas. La pintura acompaña los textos poéticos, los poemas homenajean
al pintor, al escultor amigo, o evocan su obra. No hay más que leer por ejemplo
“Darío Suro y yo sin programa”, o “Poema mental bajo el paraíso de Tàpies”, de Ory.
O el desprejuiciado soneto que Cirlot dedica a Max Ernst, o el texto más libre con
el que encauza su glosa de las esculturas de los amigos Ferrant, Oteyza, entre otros,
que Dau al Set publicó en sus números
de marzo y mayo de 1951.
Pues bien, en el número 15, de julio agosto
de 1950, monográfico dedicado a Paul Klee en el décimo aniversario de su muerte,
Cirlot aporta una breve prosa de homenaje, vinculada con los correspondientes dibujos
de Tarrats. En la ilustración que abre el volumen, larvas en amarillo destacan sobre
fondo negro. Sobre el pie forzado del homenaje a Klee y la vinculación a la parte
gráfica de la revista, Cirlot crea un breve texto onírico de clara retórica surrealista.
En él convierte al pintor que tan bien supo «pintar los sueños», en protagonista
a su vez de un sueño que sin embargo excluye el colorido que Klee incorporaba a
su obra desde 1915:
Con dentadura de oro, Paul Klee surge de las cloacas negras. En la mano derecha
lleva un ramo de ortigas y, en el pensamiento, varias mujeres bellísimas que han
olvidado la forma de su cuerpo.
En el número 17 de Dau al Set, de octubre de 1950, “La nueva
parábola” reproduce primero un fragmento bíblico (Génesis, IV, 116) con la historia de Caín y Abel, [25] tras lo cual aparece un nuevo relato,
ahora de estirpe surrealista y en verso libre. Dos dibujos leonardescos, uno de
un hombre con caracteres de reptil, pez y ave de tres cabezas, el otro de un varón
desnudo semejante al famoso “Hombre de Vitruvio”, portan los dos nombres del poeta:
“Juan” y “Eduardo” respectivamente. El texto bíblico y su reinterpretación, conjuntamente
con los dibujos, desarrollan uno de los más conocidos topoi surrealistas: el de la esquizofrenia o la división del individuo
en figuras antagónicas y complementarias; en este caso, el “Caín” y “Abel” (Juan/Eduardo)
que componen la personalidad. Merece la pena transcribir el texto poético completo,
que en nuestra opinión podría compararse a algunos de los poemas de desdoblamiento
de Sobre los ángeles de Alberti, anteriores en más de dos décadas:
Abel era una fuente de números azules y amarillos,
era el dueño del espacio y de la música,
era el espíritu que escribía poesía en el aire con el humo
de sus sacrificios.
Caín era una piedra llena de sangre,
un árbol con tres cabezas y todas las escamas de los peces
y de los cocodrilos.
Pero los dos hermanos, separados entre sí,
como la rosa y los excrementos,
como los pies y los ojos,
eran un solo hombre, una sola alma, un solo ser, de cuyas
dos mitades
nacieron el cielo y el infierno
para volver a reunirse en la eternidad de un momento
cualquiera
cuando se oye una canción y la ginebra baila sobre la mesa.
El lector encuentra en los poemarios de
1961 y 1962, Blanco y Los espejos, claros ecos de una larga trayectoria de absorción
surrealista: prosas poéticas breves de carácter onírico, que narran en presente
y con total contundencia visualizadora una escena en la que el poeta se incluye
como protagonista; despreocupación por los límites del verso, desde el versolibrismo
total hasta la simetría de unas pseudo-estrofas, al uso perfecto de heptasílabos
y endecasílabos, entre otros aspectos. Cirlot ha depurado mucho la práctica de este
tipo de prosa, cuyo germen puede encontrar el lector curioso, por ejemplo, en los
“Paisajes” publicados por Espadaña en su número 13 de 1945.
Es una prueba más de la coherencia de la
búsqueda personal, sólo aparentemente dispersa, de Juan-Eduardo Cirlot. Y también,
a nuestro juicio, de que el surrealismo debe considerarse una de las corrientes
que de manera más fecunda subyacen en toda su trayectoria, eventualmente por encima
o bien subyaciendo en los muy diversos experimentos de este autor en permanente
búsqueda.
NOTAS
1. Félix Grande, Apuntes sobre poesía española de posguerra,
Madrid, Taurus, 1970.
2. I.e. Poesía española contemporánea (1939-1980),
Madrid, Alhambra, 1981, y las propuestas de los antólogos Fanny Rubio y José Luis
Falcó en pág. 38. Muy accesible resultó la antología de Cirlot Obra poética preparada por Clara Janés en
1981 para Editorial Cátedra.
3. La obra, preparada
por Fernando Millán y Jesús García Sánchez, con el subtítulo “Antología internacional
de poesía experimental”, fue editada por Alianza Editorial en 1975.
4. Pensamos, por ejemplo,
en el interesante enfoque de Raquel Medina Bañón en Surrealismo en la poesía española de posguerra (1939-1950): Ory, Cirlot,
Labordeta y Cela, Madrid, Visor, 1996. O en la convicción del poeta y estudioso
José Antonio Sarmiento, para quien sólo Ory, Joan Brossa, Cirlot y Miguel Labordeta
mantuvieron viva en la posguerra la transgresión de la realidad por la vía del surrealismo
(La otra escritura: la poesía experimental
española, 1960-1973, Cuenca, Servicio de Publicaciones de la Universidad de
Castilla-La Mancha, 1990).
5. Amador Palacios,
“Esquema de la forma poética en Cirlot”, Espéculo.
Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid, 2004.
6. Dau al Set, n.º 13, mayo de 1950.
7. Pueden leerse estas
opiniones en el n.º 17 de la revista leonesa, de 1945, donde González de Lama reseña
el libro de Cirlot En la llama.
8. Amador Palacios,
ibidem.
9. La forma del soneto
no fue en absoluto ajena a los experimentos vanguardistas. Recordemos como curiosidad
que los únicos poemas del número inaugural de Dau al Set en septiembre de 1948 fueron dos sonetos de Joan Brossa.
10. En Carlos Edmundo
de Ory, Poesía 1945-1969, ed. de Félix
Grande, Barcelona, Edhasa, 1970.
11. José Antonio Sarmiento,
La otra escritura: la poesía experimental
española, 1960-1973, op. cit.
12. Recuérdese que a
la muerte de Schöenberg en 1951, la revista Dau
al Set le dedicó enseguida un número de homenaje, al que contribuyó Cirlot con
un poema elegíaco que expresa bien la conexión sentimental del catalán con la obra
musical del homenajeado.
13. Los encuentros afortunados,
y la curiosidad con que se sumergió en aprendizajes diversos fueron una constante
en su vida: en 1940, con sólo veinticuatro años, disfrutó el privilegio de la iniciación
al surrealismo con Alfonso Buñuel. Marius Schneider lo introdujo en la simbología
entre 1949 y 1952, y en 1953 tomó el relevo iniciático José Gudiol, en este caso
su mentor en cuanto al arte medieval.
14. Jaime D. Parra es
uno de los expertos que sostienen el papel central de la música en una obra tan
variada y dispersa como la de Cirlot. Cf. El
poeta y sus símbolos. Juan-Eduardo Cirlot,
Barcelona, Ediciones del Bronce, 2001.
15. La segunda edición
de la obra apareció junto con Cristo Cristal, en Barcelona, 1968.
16. Las revistas catalanas
de vanguardia, como es sabido, asumieron una función imprescindible para la difusión
de las novedades europeas. Así, D’ací i d’allà
en su número de invierno de 1934 ya había dedicado sus páginas al arte contemporáneo,
con artículos sobre el fauvismo, entre otras corrientes, e ilustraciones compuestas
por dibujos infantiles, obras prehistóricas, esculturas primitivas, etcétera.
17. I.e. “Estructuralismo
y permutación analógica”, La Vanguardia Española,
12 de julio de 1968, donde el autor recorre las distintas áreas en las que ha mostrado
su validez el método estructuralista, inicialmente aplicado para cuestiones lingüísticas.
Para él, son también estructuralistas los experimentos de Schöenberg al componer
mediante series de doce notas distintas.
18 Cf. Clara Janés,
Cirlot, el no mundo y la poesía imaginal,
Madrid, Huerga y Fierro, 1996.
19 En Blanco, no sólo se representa una cruz en
uno de los frontis. También una de las dos menciones a la “mano mutilada” de la
tópica surrealista parece atribuirse a Cristo en este poemario: hay un círculo blanco que recuerda la luz/como
una mano rota entre cuatro maderos.
20, De sus conocimientos
como experto dan prueba sus monografías Introducción
al surrealismo, Madrid, Revista de Occidente, 1953 y El mundo del objeto a la luz del surrealismo, Barcelona, 1953. Otras
muestras de su tarea como ensayista y crítico las constituyen su Diccionario de los ismos en 1948, Del expresionismo a la abstracción en 1955
o El arte del siglo XX en 1972, entre
otros ensayos muy conocidos.
21. En fechas cercanas,
la figura de Cirlot fue incluida en la exposición dedicada a los artistas de Dau al Set en conmemoración de los setenta
años de creación de la revista que, organizada por Concepción Gómez, se vio en diversas
capitales españolas, desde su inauguración en Barcelona en 2009. La exposición,
que incluyó obras de Tàpies, Cuixart, Tharrats, Brossa y Joan Ponç, llegó a Madrid
en febrero de 2010, al Centro Cultural Conde Duque.
22 Los frontis con los
que Cirlot acompaña sus obras son otra prueba de la comunidad estética mantenida
durante años por los animadores de la vanguardia catalana. En la portada de Anahit,
de 1968, Cirlot hace imprimir una escueta nota de homenaje y filiación respecto
al movimiento vanguardista con el que colaboró: dau al set: 1948-1968. Barcelona. Otras muchas obras contaron con dibujos
o frontis de pintores. Entre ellas, el libro de poemas en prosa Eros, editado en Barcelona en 1949 con dibujos
de Mathias Goeritz; Amor, publicado en
Barcelona en 1951, que incluye dibujos de Tàpies y de Cuixart; Regina tenebrarum, con frontis de Miró; Blanco y Los espejos, de 1961 y 1962 respectivamente, con la aportación gráfica
de Cuixart, cuya pintura había sido estudiada por Cirlot en una obra editada por
Seix Barral en 1958; Las hojas del fuego
y Cosmogonía, de 1967 y 1969, con dibujos
de Salvador Bru, etcétera.
23. No es extraño que
Cirlot fuese objeto de bromas privadas sobre su mitomanía, alusiones que aparecen,
entre otros lugares, en el número de Dau al
Set de octubre del 1951, especie de revista-catálogo de la única exposición
colectiva del grupo, en la Sala Caralt de Barcelona.
24. El n.º 4 de Dau al Set, de diciembre de 1948, además
de reproducir una imagen del profeta Jeremías en un mosaico bizantino del siglo
XI, incluye el ensayo “Sobre el arte románico” redactado por Arnald Puig, quien
distingue cómo al arte románico sólo le preocupaba la expresión de la religiosidad,
mientras que los ismos contemporáneos se orientan a inquietudes genuinamente artísticas.
25. No es la única inspiración
bíblica en esta revista, ya que en su n.º 15, de julio-agosto de 1950, aparece el
muy vanguardista relato “Tamar i Amnon i Absalon”, en molde muy distinto del tradicionalismo
formal de la versión lorquiana sobre el mismo asunto, en el Romancero gitano (1924-1927).
ISABEL ROMÁN ROMÁN. Profesora de Literatura Española Contemporánea de la Universidad de Extremadura, recientemente ha publicado el libro Galdós periodista. Artículos completos en La Prensa de Buenos Aires (2020).
PIERRE MOLINIER (França, 1900-1976). Fue pintor, fotógrafo, diseñador y creador de objetos. En 1955, Pierre Molinier se puso en contacto con André Breton y en 1959 se exhibía en la Exposición Surrealista Internacional. En ese momento, definieron el propósito de su arte como para mi propia estimulación, indicando la dirección futura en una de sus exhibiciones en la muestra surrealista de 1965: un consolador. Entre 1965 y su suicidio en 1976, hizo una crónica de la exploración de sus deseos transexuales subconscientes en Cent Photographies Erotiques: imágenes gráficamente detalladas de dolor y placer. Molinier, con la ayuda de un interruptor de control remoto, también comenzó a crear fotografías en las que asumía los roles de dominatriz y súcubo que antes desempeñaban las mujeres de sus cuadros. En estas fotografías en blanco y negro, Molinier, ya sea solo con maniquíes de muñeca o con modelos femeninos, aparece como un travesti, transformado por su vestuario fetiche de medias de rejilla, liguero, tacones de aguja, máscara y corsé. En los montajes, un número improbable de miembros enfundados en medias se entrelazan para crear las mujeres de las pinturas de Molinier. Declaró: En la pintura, pude satisfacer mi fetichismo de piernas y pezones. Su principal interés con respecto a su sexualidad no era ni el cuerpo femenino ni el masculino. Molinier dijo que las piernas de ambos sexos lo excitan por igual, siempre que no tengan pelo y estén vestidas con medias negras. Sobre sus muñecas dijo: Si bien una muñeca puede funcionar como un sustituto de una mujer, no hay movimiento, no hay vida. Esto tiene cierto encanto si se está ante un cadáver hermoso. La muñeca puede, pero no tiene que convertirse en el sustituto de una mujer.
Agulha Revista de Cultura
Número 220 | dezembro de 2022
Artista convidado: Pierre Molinier (França, 1900-1976)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
ARC Edições © 2022
∞ contatos
Rua Poeta Sidney Neto 143 Fortaleza CE 60811-480 BRASIL
https://www.instagram.com/floriano.agulha/
https://www.linkedin.com/in/floriano-martins-23b8b611b/
Nenhum comentário:
Postar um comentário