El abrupto ingreso al siglo XXI está marcado por múltiples acontecimientos, entre ellos la caída del socialismo real, la transformación de la guerra fría y la globalización bajo esquema neoliberal. Emergerán nuevos bloques de poder, en especial la vigorosa economía china con un capitalismo de estado regido por un “partido comunista” que pronto desplaza a la estadounidense y sus afanes imperiales, así como el resurgimiento capitalista de Rusia y de los BRICS. Todo esto plantea un sistema/mundo multipolar y un nuevo mapa geopolítico con el enfrentamiento de las grandes potencias occidentales con las orientales en invasiones y guerras localizadas, sobre todo, en el medio oriente y el este de Europa.
El capitalismo, a pesar de su crisis sistémica y, por ende, civilizatoria,
se expande por todo el planeta de manera violenta, provocando colosales migraciones
y agudas contradicciones en todos los ámbitos y rincones. Millones de seres humanos
se convierten en desechables mientras una minoría se enriquece cada vez más. Los
desequilibrios ecológicos corren parejos a los socioculturales y económicos. La
realidad, en sus múltiples facetas, se muestra fracturada y en precario equilibrio,
como si estuviésemos al borde de un verdadero holocausto. La virtualidad nos muestra
un mundo simulado donde el paraíso se objetiva en mercancías mientras las nuevas
religiones cantan hosannas al nuevo dios: el mercado total. La consigna es: ¡sálvese
quien pueda, no importan los medios! Y, en tanto lo logre, ¡disfrute del espectáculo!
Esa irrupción agresiva y deshumanizada propicia el surgimiento de estados totalitarios y de “dictadores democráticos” que buscan el desmantelamiento del Estado Social de Derecho o Estado Benefactor, lo cual incide de manera drástica en los presupuestos destinados a la promoción cultural y artística, a la educación y a la protección del patrimonio en buena parte de Europa y América Latina, para no hablar del resto del mundo. La ofensiva neoliberal y totalitaria esgrime un fundamentalismo anti ciencia y anti humanidades rayano en la esquizofrenia fascista, tal y como antes nunca lo habíamos visto, parangonable, quizás, con el oscurantismo medieval de la reforma y la contrarreforma, verdadera guerra fría de aquella época. La iconoclasia neoliberal solamente admite las ciencias y las tecnologías al servicio del gran capital y de su reconfiguración totalitaria, es decir, para los “buenos negocios” - léase evasión y elusión fiscales o migración y legitimación de capitales, entre muchos otros-, aparatos de control para la vigilancia y el castigo tales como fraudes mediáticos y electorales, golpes de estado blandos, bloqueos comerciales, etc., en una palabra, para la guerra; lo demás es prescindible.
La literatura, las artes escénicas y audiovisuales tampoco se salvan de ese
cernido neoliberal; se privilegia lo liviano, lo que divierte y entretiene; por
ello los “nuevos” poetas, escritores, actores, bailarines, realizadores, entre otros,
bien pueden prescindir de una formación integral o de una estructura de pensamiento
para expresarse. Muchos poetas y escritores, por ejemplo, no necesitan ya leer porque
eso le resta tiempo a su “creación”; mucho menos pensar, meditar, investigar o interrogarse
por su razón de ser en el mundo junto o frente a los otros. Lo que importa, para
el éxito inmediato, es la técnica per se, aunque la misma sea unilateral,
endeble, mediocre, en fin, diletante. ¡Pero el espectáculo no puede detenerse, la
función debe continuar!
Me apresuro a aclarar que cuando hablo de arte, mejor dicho, de las artes, lo hago desde el amplio sentido de la poiesis. No me refiero en sentido estricto a las artes visuales, sino al amplio universo de la creación artística. Entiendo que la Poesía (así, con mayúscula) es la sustancia, la argamasa, que unifica el quehacer artístico en su conjunto. La teoría estética, en ese sentido, debe revalorizarse y decolonizarse para comprender que el arte sin poesía no es arte; será una expresión bella e incluso sublime, pero sin ese halo vital trascendente que conocemos como poesía, acción o hecho poético, se torna en divertimento o artefacto para la decoración y el “buen gusto” burgués, en especial para esa novísima fauna de la legitimación y el fraude, conocida como “nuevos ricos” y su decadente gusto naif o ecléctico, rayano en una suerte de lumpenart. La poiesis, en su sentido originario, debe comprenderse como la fascinación provocada por el proceso que, mediante múltiples fenómenos asociativos aportados por la percepción, permite que los diversos elementos de un conjunto se interrelacionen e integren para generar una entidad nueva, denominada estética, o mejor, aiesthesis. En palabras decoloniales, se trata de la metáfora en su acción pluriversa e intensa, es decir de las formas de relacionarnos con el mundo y de hacer mundo a través de los sentidos. Se trata de la expresión de sentidos, emociones, reflexiones y elementos simbólicos que permitan la emergencia de nuevas formas de ver y entender el mundo fuera del patrón de poder colonial. [1] Así, la aiesthesis decolonial se distingue de los principios del arte contemporáneo y en particular de su sujeción a la temporalidad moderna, abriéndose hacia temporalidades relacionales. Dispone ejercer una temporalidad distinta que permita, no sólo una crítica radical al orden de la representación y de la visualidad modernas, sino que ofrezca la posibilidad de entender la decolonialidad como un movimiento cargado de esperanza y de posibilidades de nombrar y vivenciar los espacios interculturales negados por la modernidad.
Es desde estas realidades desiguales y neuróticas, en términos de procedencia
e identidades, donde se produce un arte que, hasta el siglo XX, ha seguido las pautas
del arte europeo, más tarde usamericano, como un juego de espejos cóncavos invertido.
La búsqueda de las razones o justificaciones identitarias, que nos permitan ser
y estar para re/encontrarnos en nuestra compleja diversidad diferenciados del resto
del mundo, nos ha llevado por senderos conceptuales y proyectos sociopolíticos y
culturales como los de una “raza cósmica”, un mestizaje mágico y folclorizante o
una hibridación cultural fantástica, que siempre terminan difuminando aquellas mismas
búsquedas.
Se nos dice que el arte latinoamericano no ha existido ni existe como tal,
y si lo hay es un constructo que se moviliza a mediados del siglo XX por medio de
intelectuales, críticos y agentes como Marta Traba y José Gómez Sicre. [3]
Ciertamente la labor de Traba fue muy fructífera en tanto logró desactivar el discurso
de un arte derivativo del europeo, para enraizarlo en un contexto propio con cualidades
también propias. Pero, probablemente, sesgó mucho esa identidad artística al proponer
un “arte de la resistencia” ante un “arte entregado” o una “estética del deterioro”
permeado por las pos y transvanguardias abstractas usamericanas. No supo valorar,
quizás, que el artista latinoamericano también podía apropiarse de esos lenguajes
para expresarse desde su propia interioridad y desde su propia historia.
Es claro
que a finales del siglo XX y a principios del XXI, el arte latinoamericano inició
un giro en esa dirección, respondiendo a los nuevos tiempos de internacionalización
globalizantes para participar de un metalenguaje artístico multinacional desde la
diferencia. Los contenidos culturales y de procedencia tienden a expresarse de manera
más interna, tamizados por las subjetividades de los artistas que arriesgan conceptualmente
aunque ya sin la militancia de la objetividad sociocultural. Muchos de ellos se
desmarcan desde la decolonialidad, sin desdeñar los aportes de las culturas metropolitanas,
tanto técnicos como conceptuales, pero desde sus propias vivencias antropocósmicas.
Se trata de una especie de arte fronterizo que comprende a cabalidad el intercambio
y la simbiosis entre lo euro/usamericano/occidental y lo propio, entre lo impuesto
y lo renovado, sin perder sus esencias, sus vigorosas raíces.
Ya
esa visión fronteriza había sido vislumbrada por la “antropofagia” brasileña expuesta
por el poeta Oswald de Andrade en 1928 [4]
y desarrollada por el modernismo brasileño como una forma de apropiación crítica
y metabólica de las tendencias artísticas europeas, occidentales. El concepto se
ha convertido en fórmula para apuntalar la siempre esquiva resistencia anticolonial
de la cultura latinoamericana, con su proclividad a imitar para “ser” y “estar”
en la movida del occidente hegemónico. De tal modo que la antropofagia brasileña
supone una estrategia ofensiva descolonizadora y paradójica: engullir la cultura
dominante en beneficio de la propia. Luego del manifiesto poético, la interesante
metáfora antropofágica ha sido desarrollada por la crítica como concepto central
en la dinámica sociocultural del continente. Su novedad consiste en que, además
de describir una tendencia ya presente desde los primeros días de la colonia, propuso
una línea de acción. Por otra parte, se vigorizó con el auge de las ideas posestructuralistas
y posmodernas acerca de la apropiación, la resignificación y la validación de la
copia, que subrayan las tácticas antropofágicas de resignificación, transformación
y sincretismo.
Hacia falta,
sin embargo, ampliar la discusión sobre los aportes del arte “latinoamericano” a
las múltiples tendencias “internacionales” como parte de un proceso de intercambios
globales o de un diálogo inter y transcultural. Es claro que la globalización capitalista
acarrea elementos socioculturales y trasiega objetos artísticos, de tal modo que
la proliferación de instituciones, eventos, publicaciones y empresas que promueven
el arte, diseñan sus hojas de ruta dentro del marco de la desigualdad que dicha
globalización dispone en términos de poder real, fáctico. Dicho de otro modo, se
visibiliza lo que le conviene a los grandes mercados, tales como las mega galerías
y museos, las ferias o las subastas, pero se dejan de lado las expresiones artísticas
incómodas y críticas que aún se niegan a funcionar e intercambiarse como simples
mercancías.
En el fondo,
el concepto de Marta Traba sobre la “resistencia” continúa vigente, pero sin negar
ni rechazar las matrices occidentales hegemónicas, más bien aprovechándolas en beneficio
propio. La resistencia es más dúctil: se encaja el golpe con harta flexibilidad
(como los largos y cimbreantes troncos del bambú), pero se retorna un producto desde
lo local con una perspectiva internacional. La obra de muchos artistas “más que
nombrar, describir, analizar, expresar o construir contextos”, se realiza desde
sus intersticios y posibilidades en términos internacionales. “El contexto
deja así de ser un locus `cerrado`, relacionado con un concepto reductor
de lo local, para proyectarse como un lugar de enunciación desde el que se
crean las obras, un espacio desde donde se construye naturalmente la cultura
internacional”. [5]
Es
patente, sin embargo, que la globalización neoliberal, con toda la parafernalia
de la cultura masiva y del discurso único en sus provocativas tecnologías, plantea
problemas también globales, entonces el artista latinoamericano debe asumirlos desde
su propio devenir con rasgos propios, aunque se exprese en lenguajes metropolitanos
o procedentes de las culturas hegemónicas. Esas propuestas poseen, más bien, un
carácter marcadamente contra hegemónico y de esfuerzo heterogéneo. Los lenguajes
se pluralizan y adquieren connotaciones propias en una suerte de “nacionalización”
artística o de empoderamiento étnico. Muchos artistas se atreven a participar, desde
el aquí, en las dinámicas de los lenguajes artísticos internacionales, tratando
de re/significar las complejidades socioculturales del subcontinente con su pluralidad
de contrastes y desigualdades, para intentar comprender las contradicciones y los
matices de sus intensas realidades. Ya no se trata de construir un “lenguaje latinoamericano”
distintivo, sino de incidir, desde sus propias raíces, con los debidos intercambios
y apropiaciones, en los lenguajes internacionales sin nacionalismos, quejas o acusaciones
sobre la subalternidad.
Lo anterior debe precisarse, dado que no se trata de una simple asimilación de lenguajes hegemónicos, como en la antropofagia. Más bien se trata de revalorizar Latinoamérica como un amplio espacio/tiempo de asimilaciones, confrontaciones, resistencias, aperturas, tradiciones, traiciones [6] y cierres al paradigma moderno central o metropolitano, es decir, a la modernidad/colonialidad y su “colonialidad del poder”. [7] En ese amplio cronotopo hay una lógica de inclusiones y exclusiones, de desprendimientos y disidencias, incluso de migraciones e inmigraciones, que marcan la movilidad del arte latinoamericano del siglo XX como puntos de llegada (¿o de salida?) al siglo XXI.
Para que
el arte latinoamericano se situé en el horizonte de expectativas del denominado
“arte internacional”, debe comprender que se trata de cambiar los términos de la
conversación: no insistir más en mirarse a los espejos de la modernidad, sino de
voltearlos para que la modernidad logre difractar y contemplar la colonialidad,
parte oculta en el anverso del azogue. Para producir otro arte es necesario
el desprendimiento epistemológico desde la pluralidad de puntos de enunciación geo/históricamente
situados. En una palabra, abrir el pensamiento a otros saberes, prácticas,
estéticas y tecnologías, especialmente olvidados por la estrategia colonial de la
modernidad. Esa apertura del pensamiento ya no se correspondería con las disciplinas
del arte y la imagen eurocéntricas, sino que, a partir de un enfoque inter y transdisciplinario,
abordaría la propia constitución de estos campos del saber articulados al surgimiento
de la modernidad/colonialidad. Para ello se precisa de un diálogo inter/epistémico
con saberes, imágenes, escrituras y visualidades otras, producidas por movimientos,
grupos y culturas subalternos que desobedecen la autoridad cultural del mundo occidental
y que se expresan por fuera de las instituciones de producción de saberes establecidas.
El desprendimiento
decolonial, junto a la apertura a nuevas formas de pensamiento y de producción,
no debe ser privativo de los artistas sino que, también de la crítica, de los modelos
de enseñanza artística y de sus agentes, en fin, de toda la institución arte. Se
abrirían nuevos campos de investigación para ampliar las consideraciones sobre el
papel de las imágenes y de la aiesthesis en la producción y reproducción
de “la diferencia colonial”, aunados al análisis geopolítico de la función que cumplen
dispositivos, instituciones y saberes de las artes en la reproducción de la colonialidad
del poder. En esa perspectiva, ya no solo la producción artística, sino la docencia,
la crítica del arte y de la visualidad en general, adquieren nuevos relieves y pertinencias.
Frente al
mito universalista y eurocéntrico de la modernidad, se debe operar un cambio radical
en la conversación y un reposicionamiento de la mirada y lo mirado con una doble
situación geopolítica y de la “corpopolítica”, [8] asunto central para la poiesis planteada. De este modo se
comprenderá la profunda imbricación que tienen la sensibilidad y la producción simbólica
y reflexiva con las jerarquías no sólo geográficas, espirituales, étnicas, lingüísticas,
sino también raciales, de clase, de género y sexuales. A partir de la indagación
de la relación de los dispositivos estéticos con la colonialidad del poder, permanentemente
negada por el eurocentrismo y el occidentalismo, será posible entender las diversas
jerarquías producidas en la época de la reproductibilidad técnica de la imagen y
de las diversas tecnologías de producción audiovisual.
Finalmente, debe puntualizarse que tanto los artefactos artísticos como los dispositivos audiovisuales, operan a partir de una red de mediaciones que actualizan la capacidad de recepción en su doble mirada (la del artista y el espectador, mediados por el crítico, curador, galerista, o profesor) en un momento caracterizado por el capitalismo cognitivo, la era de las comunicaciones, las novísimas tecnologías de la imagen y el sonido, la cultura audiovisual, las industrias culturales y la incorporación occidental del otro en el contexto de la globalización. Dicho de otro modo, que existe una colonialidad del sentir, del hacer, del ver, del oír, del degustar, que, tanto el artista como el receptor, deben superar para liberarse de jerarquías y linealidades en el amplio espectro del arte contemporáneo y sus circuitos de producción, circulación y consumo.
NOTAS
1. Según Walter
Mignolo la aeshtesis, la cual
podemos entender como naturaleza de los sentidos o de la “percepción”, de la “sensibilidad”,
fue apropiada por el pensamiento imperial a partir del siglo XVIII y transformada
en aestética, estética: sentimiento de lo
bello y lo sublime. Con el correr del tiempo lo sublime pasó a segundo plano y lo
bello encadenó la estética la cual quedó limitada al concepto occidental de arte. (Mignolo, Walter. 2009: Desobediencia
epistémica: Retórica de la modernidad, lógica de la colonialidad y gramática de
la decolonialidad. Buenos Aires, Argentina: Ediciones del signo).
2. Ardao, Arturo. (1991).
Nuestra América Latina, Ediciones
de la Banda Oriental, Montevideo, 1986; Lulú Jiménez: Caribe y América Latina, Monte Ávila Editores y Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Caracas.
3. Mosquera, Gerardo. (1996). “El arte latinoamericano deja de serlo”,
en ARCO Latino, Madrid.
4. de Andrade, Oswald. (1928). “Manifiesto antropófago”, en Revista de Antropofagia, Sao Paulo, año
1, Nro. 1, mayo de 1928.
5. Mosquera, Gerardo. “Arte `desde´ América Latina. Identidad,
globalización y dinámicas culturales”. Versión
escrita de la conferencia impartida el 7 de octubre de 2019 en el Museo Nacional
Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, como parte del curso Atlas portátil del arte en Latinoamérica,
organizado por la Fundación Amigos Museo Reina Sofía, y dirigido por Estrella de Diego. Publicada con autorización
del autor y Fundación Amigos Museo Reina Sofía en la revista de arte contemporáneo
ARTISHOCK.
6. Paz, Octavio. (1990). Los hijos del limo. Barcelona, España: Biblioteca
de Bolsillo.
7. Según Aníbal Quijano (2000. Colonialidad del Poder,
Eurocentrismo y América Latina. En: Edgardo Lander, comp. Colonialidad del Saber,
Eurocentrismo y Ciencias Sociales. CLACSO-UNESCO), colonialidad del poder es un concepto que da cuenta de uno de los elementos
fundacionales del actual sistema de poder global: la clasificación social básica
y universal de la población del planeta en torno a la idea de “raza”; las “razas
superiores” ocupan los mejores puestos en la cadena productiva, las inferiores los
marginales. Esta noción y la clasificación social que comporta se originan, junto
con los conceptos de América, Europa y el capitalismo, hace quinientos años. Son
la más profunda y perdurable expresión de la dominación colonial impuesta en el
curso de la expansión del colonialismo europeo. Desde entonces, en el actual patrón
mundial de poder, impregnan todas y cada una de las áreas de la vida social y constituyen
la más profunda y eficaz forma de dominación sociocultural, material e intersubjetiva,
y son, por eso mismo, la base universal de dominación política dentro en el actual
sistema-mundo. Es útil subrayar que los términos “colonialidad” y “colonialismo”
dan cuenta de fenómenos y de cuestiones diferentes. El “colonialismo” no se refiere
a la clasificación social universalmente básica que existe en el mundo desde hace
quinientos años, sino a la dominación político-económica de unos pueblos sobre otros
y es miles de años anterior a la colonialidad. Ambos términos están relacionados:
la colonialidad del poder no habría sido posible, por supuesto, sin el específico
colonialismo europeo. Es decir, la colonialidad del poder tiene origen y carácter
colonial y es el rostro oculto de la modernidad capitalista, pero ha probado ser
más duradera y estable que el colonialismo, en cuya matriz fue establecida. Implica
un elemento en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico. Se trata de una perspectiva
del mundo, la especie y la historia que, elaborada sistemáticamente en Europa desde
el siglo XVII, logró ser impuesta en el “centro” y “las periferias”, como racionalidad
única, y logró hegemonía en el mundo como resultado de la misma colonialidad del
poder.
8. Grosfoguel, Ramón. (2007). “Implicaciones de las alteridades epistemológicas
en la redefinición del capitalismo global: transmodernidad, pensamiento fronterizo
y colonialidad global”. Uno solo o varios
mundos. Diferencia, subjetividad y conocimientos en las ciencias sociales contemporáneas.
Eds. Mónica Zuleta et al. Bogotá: Siglo del Hombre Editores y Santiago: Universidad
Central. Medio impreso.
Agulha Revista de Cultura
Número 224 | fevereiro de 2023
Artista convidado: Julia Margaret Cameron (Índia, 1815-1879)
editor | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
Rua Poeta Sidney Neto 143 Fortaleza CE 60811-480 BRASIL
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário