Sostener el lenguaje como
el arma más temible
Esta levedad que describió el formidable autor de Las ciudades invisibles
es la deseada por cada artista para vivir y para crear; la que ha buscado trabajosamente
a lo largo de la historia. El arte es un pájaro que vuela por encima de las nubes
de la pesadez, de la necedad y de la ignorancia. En su vuelo sin dirección; a través
de él se abren todos los cielos, para que la creación se pueble de soles, lunas
y lluvias. Y más pájaros.
¿Cuál es la disposición del artista ante el mundo que lo rodea? ¿Dejarse
maniatar por el rigor de un sistema político y económico cada vez más caótico o
desplegar las alas que el arte le facilita desde la creación, a fin de confrontar
una realidad social agobiante y cínica?
Durante el siglo anterior, en el período ubicado entre las dos grandes guerras,
muchos artistas enarbolaron no solo la bandera de la paz, sino las de un mundo para
todos, de un arte sin ataduras estéticas y formales y, sobre todo, de individuos
libres. La creatividad artística debía superar la omnipotencia de los totalitarismos.
El arte se manifestó a través de distintos lenguajes, interpretados desde la literatura,
la pintura, el cine, el teatro, la música, la arquitectura. Fue un intento mayúsculo,
pero no alcanzó a detener la feroz brutalidad del nazismo y del fascismo.
Ahora hemos ingresado en la sociedad del
nuevo milenio. Estamos a cien años de aquella época nefasta. Ningún artista desea
repetirla, tampoco olvidarla. Sabe que persisten grupos de poder que añoran los
años de intolerancia, de racismo, de ultraje y aniquilación de quien piensa o actúa
diferente. A partir de la experiencia cotidiana el artista ha observado la paulatina
ruptura del paradigma caracterizado por la prevalencia de sociedades cerradas por
sobre las libertades individuales. La década culturalmente revolucionaria de los
sesenta fue la máxima expresión de un cambio social que condujera a otras ideas
y valores. Una nueva era, con otros objetivos, relacionados al hombre común y sus
necesidades básicas. Incluso, los años de la guerra fría fueron absorbidos por una
sociedad hastiada de sueños imposibles. El viejo mundo de los grandes emprendimientos
colectivos se fue derrumbando ante nuestros ojos, sobreviniendo el reinado de cuerpos
híbridos dentro de otra estructura sociocultural más compleja y conflictiva. Entonces,
nos enfrentamos al fenómeno de la globalización y la fase superior del imperialismo
económico, asociada a poder supremo del lenguaje tecnológico. Y poco a poco la dispersión
masiva de las comunicaciones fue permitiendo que la dictadura de la pantalla gobierne
compulsivamente la vida de los pueblos.
Compartimos en la actualidad un sistema
social donde las redes sociales reflejan a diario nuestras vidas, no desde la magnitud
de la memoria, sino desde la tibia expresión de lo efímero. Ante el mundo en crisis,
azotado por la miserabilidad política, asoma otra clase de dinámica social. El eje
por donde giró el modernismo, sostenido por la conciencia colectiva, parece sucumbir
frente a esta revelación cultural de alternativa, que aprovecha la insuficiencia
de gobiernos generadores de acciones sociales innovadoras para predominar sobre
los individuos desde una visión solipsista de las cosas y los hechos cotidianos.
Y frente a este panorama fluctuante, el artista se siente cada vez más apegado a
desconfiar del mundo por fuera de su propio pensamiento o sus ideales y valores.
El entretenimiento de convertirnos en el centro de nuestra
Asimismo, subestimamos una suma de acontecimientos
violentos (la cruenta invasión rusa a Ucrania, entre tantos otros) que expresan
una triste y abrumadora realidad. Frente a ella, los artistas necesitamos reflexionar sobre cuál es el verdadero lugar
del arte, en un tiempo oscuro donde la condición humana ha quedado reducida a pequeños
fragmentos de esperanza. Desde nuestro pequeño rincón de la inmensa América
tenemos noticias de todos los acontecimientos mundiales que nos presentan los medios
de comunicación, pero a la vez preferimos ocultarnos tras los pliegues de
una vida que se vuelve cada vez más confusa, ambigua, desestructurada. Lamentablemente,
no todos los artistas lo ven o lo quieren ver, porque es una sucesión de emociones
que nos sirve de referencia para saber quiénes realmente somos. Así, llegamos a
la conclusión que lo que importa no es la guerra impúdica, no son las dictaduras
opresoras, no es el sistema corrupto del poder económico mundial, no son los gobiernos
subsumidos en democracias estériles o dirigidos por líderes de barro; lo importante
son los vaivenes de las redes sociales, que nos rescatan de un infierno de temores
y dudas. Con ellas nos sentimos más seguros, como cuerpos divididos, no como un
pensamiento reparador que busca refugiarse en nuevos desafíos colectivos. Entonces,
pienso, solo nos queda el arte para hacernos reaccionar. Y lo pienso desde un lenguaje
desprovisto de ataduras, no desde la palabra blindada, no desde la imagen direccionada,
no desde el pensamiento único coercitivo.
El don del “yoísmo”
En este presente incierto (¿hubo alguno que no lo fuera a lo largo de la
historia?) nuestras acciones individuales parecen estar volcadas sobre la corporalidad
del sí mismo, conformando
una identidad basada en nuestra preocupación por lo que podemos exteriorizar. De
allí deviene el reconocido culto a la belleza, el perfeccionismo exacerbado, el
hedonismo; en última instancia, la construcción de un “yoísmo” que nos aleja del otro y no nos permite identificarnos culturalmente ni reconocernos
en tanto miembros de un mismo paradigma. Un “yoísmo” que se espeja en la arrogancia,
la soberbia, el personalismo. La sociedad capitalista se legitima desde el consumo
exacerbado: la posibilidad del tener y no del hacer. El mensaje mediático penetra
asiduamente en los cuerpos reales, objetivándolos y transformándolos en un producto
social. Así como predomina un idioma por encima de otros idiomas, existe también
la idealización de un cuerpo supuestamente embellecido con cosméticos, perfumes,
ropas, masajes, gimnasia, que puede llegar a convertirse en un vehículo de poder
y de eficacia. La publicidad nos invita a ser partícipes de esta sociedad narcisista,
donde una determinada estética corporal se impone sobre otra. La pantalla es el
gran espectáculo que debe ser disfrutado sin ningún drama, aún a sabiendas que este
mundo es trágico y ya no nos ofrece modos de acercamiento a la igualdad, a la emancipación,
a la sabiduría. Tampoco nos comunica con el Otro. Y que, a pesar de la masificación
tecnológica, seguirá manteniendo irreversiblemente la asimétrica relación estructural
entre países desarrollados y subdesarrollados, entre culturas dominantes y dominadas,
entre clase explotadora y grandes sectores sociales marginados y empobrecidos.
El artista tampoco tiene que perder de vista su lugar de privilegio.
Por ejemplo, situarse en el corazón de la naturaleza, a la cual debe penetrar, absorber
y defender de la depredación humana. Pero, todo lo que le sea posible hacer y enseñar,
solo resultará eficiente cuando involucre activamente al Otro, en el intento de
producir interconexiones entre lo que ya saben del escenario real y lo que se aprehende
desde la propia imaginación. A partir de allí surgirá un saber por fuera de la injerencia
de las redes sociales -manipuladas por poder desde cualquier vector tecnológico-,
que permitirá dilucidar un espíritu crítico dispuesto a discernir entre un abordaje
autónomo al conocimiento o aceptar la tendencia de las pautas culturales dominantes.
Embestido por el incesante andar de un
mundo infame, hoy siento más que nunca la obligación de interrogarme como artista
acerca de la manera que se podría recrear una sociedad menos trágica. El eje central
de esta tarea pasa indefectiblemente por el lenguaje, en mi caso la palabra. Sólo a través de ella tendría la posibilidad
de deconstruir la vida dentro de una sociedad signada por la discontinuidad cultural
y la fragmentación social. En suma, creo que solamente el lenguaje que imperó en
las civilizaciones modernas tiene la capacidad o la eficacia simbólica de representar
todos los valores y creencias que configuran nuestra vida social. ¿Por qué? Porque
tanto el pasado, como el presente y el futuro, están contenidos en la palabra. A
través de ella se le revela al artista la continuidad histórica, la memoria colectiva,
las tradiciones culturales. La palabra le permite comunicarse e interrelacionarse
con el Otro y, al mismo tiempo, diferenciarse. Además, le ofrece la alternativa
de pergeñar su obra en el marco de una sociedad compuesta por factores y actores
ajenos a su percepción. Una duda subsiste: si el artista se ve impedido a edificar
su propio devenir ¿cómo se manifiesta esta disyuntiva en él y cómo repercutirá en
el presente y en el futuro? Me animo a presumir que la mayor eficacia simbólica
del arte surge cuando se construye desde las convicciones y necesidades del artista,
pues no solo asegura la comunicación mínima entre los actores sociales, sino que
además ofrece la posibilidad de conformar otras relaciones, otros sentidos, otras
prácticas sociales. ¿Sería ésta la forma de reconciliarnos con una sociedad
en crisis a la cuál simulamos pertenecer? O mejor: ¿cómo podemos atravesar la historia procesada desde el afuera, a veces no
reconocible, anexándola a la historia
incorporada, es decir, la que el artista elabora desde su propia conciencia?
El presagio calvinista
A causa de la fragmentación del pensamiento y la uniformidad del conocimiento,
el artista sabe -como lo supo Perseo- defenderse con las nubes y el viento frente
al arco y las flechas que el poder hegemónico construye a diario. Entre la pesadez
de las armas y la levedad de la imaginación, lo segundo resultó más contundente
en la elección del héroe mitológico para vencer a la Gorgona. También podría afirmarse
que entre la pesadez de las reglas institucionales que lo cosifican y la levedad
de la creación que lo libera, el artista debería elegir siempre lo último. Porque
su lenguaje ha sido, es y será la única herramienta que le permita transformar la
realidad objetivada que supo acosarlo a lo largo del tiempo.
¿Por
qué hacer hincapié en las reglas mercantilistas? Sabemos que cada obra depende del talento y la destreza de cada artista,
pero un alfarero no puede vender su artesanía por lo que vale como creación original,
sino competir con otros productos industrializados que simulan ser iguales y que
el consumidor adquiere porque resulta más barato. ¿Y para qué nos sirve aceptar
el precio del mercado? ¿Acaso no implica seguir sometidos a las exigencias de un
sistema injusto? Es cierto, algunos logran superar esta instancia, pero la mayoría
de los artistas quedan en el camino (músicos, escultores, pintores, bailarines,
escritores, cantantes, actores, diseñadores, etc.). Todo resulta complejo. Seguramente
muchos artistas adhieren a diversas ideologías y tendencias políticas, pero el arte
siempre será independiente y apartidario. De otra forma no habrá comunión y solo
acontecerá el oportunismo de unos pocos.
Otra duda que siempre subyace es saber hasta qué punto el
arte puede desviarse de tanto avasallamiento. En un mismo sentido, dilucidar qué
papel le corresponde al artista, en tanto hacedor de ficciones y revelador de verdades.
Esto no significa negar la preponderancia de circunstancias histórico-sociales exógenas
que preforman la conciencia de cada sujeto, pero sí implica traer a la luz la cuestión
de cómo podría el artista resistir a
las herramientas del sistema que intentan moldearlo a su imagen y semejanza. Tampoco
se trata de transformar al artista en observador pasivo de los acontecimientos políticos
y sociales, ni de intentar fugas desesperadas a los sueños esotéricos o los fundamentalismos,
sino de ejercer la propia libertad por encima de un sistema estructurado que lo
limita y lo amenaza. Se trata, en suma, de sostener la invención contra los mandatos políticos y económicos. La participación
del creador en la invención de su
propia sociedad no puede descansar sobre los mismos pilares en que se sustenta un
poder que pretende anular su individualidad a pesar de incontables ofertas de libertinaje.
En esta época donde el pensamiento parece condenado a la perdición, el artista necesita
volar a otro espacio conjetural, hacia un hábitat donde pueda mirar al mundo desde
una lógica acorde con sus propios códigos culturales, su lenguaje, su identidad
y su memoria. Recuperar la misión universal que pregona el arte desde el origen
de la historia.
A cien años del nacimiento de Calvino, las propuestas acerca
de este milenio que transitamos me siguen cautivando. Su visión como escritor no
percibe un hombre ilógico, frágil, vacilante. Simplemente observa que "todas
las ramas de la ciencia parecen querer demostrarnos que el mundo se apoya en entidades
sutilísimas" y este veloz proceso a la pesadez lo apabulla. Una pesadez que
imponen gobiernos, empresas e instituciones para racionalizar y administrar la voluntad
de la ciudadanía. Nadie duda que la irracionalidad humana no conduce a ningún camino
seguro. Calvino ni siquiera pensó en eso. Solo concibió que, si sobre el ciudadano
no pesaran tantas normas, tantas leyes, tanto poder emanado desde las esferas económicas
y políticas, su accionar sería más leve y su ímpetu creativo construiría un conocimiento
más práctico y más compasivo. La palabra, en la obra de Calvino, ha sido su herramienta
para transformar en ficción una realidad que lo abrumaba. ¿Tendremos esa misma actitud
para alcanzar nuevas formas de acceso a la creación artística? ¿Estamos dispuestos
a luchar desde el lenguaje para que nunca deje de ser el arma más temible?
¿Y cuáles son y serán mis maneras de luchar? Siendo poeta
poseo la palabra y el pensamiento. La flecha y el escudo. Con ellos construyo poemas.
Y resisto, mientras contemplo la belleza de un río y sus islas. Nunca me daré por
vencido, como Perseo. Porque preexisten el ensueño, la reparación y el milagro.
JULIA
MARGARET CAMERON (Índia, 1815-1879). Um dos melhores exemplos de acaso objetivo encontramos na biografia desta fotógrafa, a quem sua filha lhe presenteia uma câmara
quando Julia completa 48 anos. Era a sua primeira máquina e até o momento ela não
havia despertado o mínimo interesse pela fotografia. Curioso prenúncio de sua filha,
o fato é que sua imediata dedicação, ajudada por um amigo, a levou rapidamente ao
domínio do processo do colódio úmido – clássico processo fotográfico que se encontra
nos primórdios da fotografia –, começando assim a sua carreira fotográfica. De imediato
ela transformou um galinheiro em improvisado laboratório e em estúdios algumas dependências
da sua casa. O resultado dessa sua identificação foi a criação de um estilo muito
próprio baseado em longos tempos de exposição, na falta de nitidez provocada por
um rápido desfoque, assim como na supressão de detalhes, nas manchas provocadas
pelo modo irregular de como aplicava o colódio úmido e na utilização do simbolismo
da iluminação. Caracterizou-se então por sua escolha de trabalhar com retratos –
em especial os retratos de mulheres – e as cenas alegóricas, o que a situa como
uma precursora da recriação de cenas vivas aplicadas à fotografia. Acerca de seu
trabalho ela mesma diria: Eu ansiava por
prender toda a beleza que viesse até mim, e por fim o desejo foi satisfeito. Nossa homenagem a essa brilhante fotógrafa,
que é nossa artista convidada.
Agulha Revista de Cultura
Número 224 | fevereiro de 2023
Artista convidado: Julia Margaret Cameron (Índia, 1815-1879)
editor | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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