quinta-feira, 23 de fevereiro de 2023

PAULINA JUSZKO | Literatura, poesía y humor

 

Para ser algo indefinible, el humor – como el amor – tiene innumerables definiciones: desde “El humor es tragedia más tiempo” de Woody Allen hasta “El humor es una situación superior para juzgar la vida y desarmar lo alevoso” de Ramón Gómez de la Serna, pasando por la mía en forma de receta: “Tómese una sociedad, exprímasela. El jugo agridulce que se obtiene puede llamarse filosofía o humor”. Considerado como terapia, profesión o estilo de vida, el humor también constituye, desde la antigüedad, un género literario.

Pero antes de continuar, despejemos la confusión bastante común entre comicidad y humor. Lo cómico se basa en una observación exterior y un resultado generalizado, no hay que profundizar demasiado porque se puede perder lo que la cosa tiene de risible. Mientras que la intención del humor es casi siempre crítica o moral, por eso hay un dejo de amargura en la ironía; se trata de un fenómeno complejo: psicológico, estético y social al mismo tiempo. El cómico se conforma con provocar la risa; el humorista quisiera cambiar una realidad que no le agrada, apunta a la reflexión. El escritor cordobés Juan Filloy decía que el humor genuino es aquel que tiene la capacidad de hacer reír con seres o temas que no son graciosos de por sí. “El arte veraz (cito) no repta para abajo ni cava en la irrisión en pos de una risa que carece de coeficiente filosófico”.

Aunque muchas veces su intención sea simplemente lúdica, el humor también ayuda a comprender, alivia, exorciza, destruye tabúes, gratifica, replantea, critica, moraliza y contribuye en ocasiones a modificar actitudes. Durante la última dictadura militar en Argentina, la revista Humor hizo más que cualquier otro medio porque el enfoque humorístico le permitía tomarse ciertas libertades.

Por otra parte, el humor es fundamentalmente transgresor y encontramos placer en transgredir, sobre todo nosotros, los argentinos.

Un buen humorista debe poseer lucidez, ingenio, captación rápida, fantasía, libertad de criterio, unos gramos de locura, algo de crueldad, rebeldía, coraje, capacidad de distanciamiento, de análisis y síntesis, de abstracción, analogía, desestructuración y transposición de planos. Se habla también de una mirada que caracteriza al humorista: piadosa, comprensiva o filosófica en los que cultivan el humor soft; mordaz, agresiva o burlona en los que prefieren el hard.

La obra de todo gran escritor contiene elementos humorísticos y lo comprobamos leyendo, por ejemplo, a Cervantes, Dostoievski, Balzac, Flaubert o Dickens, que abundan en escenas y personajes ridículos o grotescos; hasta la Ilíada tiene su Tersites. En ocasiones estos autores considerados “serios” producen un libro decididamente humorístico, como la novelita El sueño del Príncipe de Dostoievski, que satiriza a la sociedad provinciana de Mordasov, Bouvard y Pécuchet de Flaubert, que ridiculiza la manía tecnocientificista de ciertas gentes, o la Batracomiomaquia de Homero, parodia que narra en estilo épico una guerra entre ranas y ratones.

Pero hay escritores a quienes se conoce principalmente por su producción humorística y que, sirviéndose de la ironía o el sarcasmo – en forma de sátira, parodia, pastiche, etc. – nos brindan el mejor testimonio de la vida real de su tiempo. Los que quieran saber cómo se vivía en la Atenas de los siglos V y IV antes de nuestra era, no deben limitarse a los historiadores de ese período; se informarán de un modo más placentero leyendo las comedias de Aristófanes. Aunque se dice que el humor es un vino que fácilmente pierde su sabor, todavía nos reímos con este griego genial. Y es porque supo elevarse de lo individual a lo universal sacando a la luz – además de los vicios de sus contemporáneos – los defectos de un sistema de gobierno y las debilidades de toda la nación. Su humor iconoclasta, burlón e implacable no perdonaba a nadie: satirizó a Sócrates, a Eurípides, al demagogo Cleón…

Del mismo modo, es en las Sátiras de Juvenal y en el Satiricón de Petronio donde encontramos la más vívida representación de las relajadas costumbres de la Roma imperial.

Un médico francés, François Rabelais, concibe en el siglo XVI a sus legendarios gigantes Gargantúa y Pantagruel. Su obra no es sólo un monumento de ese humor escatológico que suelen cultivar los estudiantes de Medicina, sino que se aprovecha la peregrinación de Pantagruel y sus amigos al santuario de la Divina Botella para hacer una sátira de personajes e instituciones de la época, cuyos ridículos siguen siendo actuales y es lo que hace la inmortalidad de esta obra, vgr.: el chanta Panurgo, el fraile borrachín y mujeriego, el país de los Chicaneros, etc.

Rabelais es doblemente transgresor: tanto la forma como el fondo de su obra se salen de los moldes medievales; mezcla de erudición y vulgaridad, apunta a un público mixto constituído no sólo por los humanistas, sino también por los estratos populares; el autor advierte sin embargo que no todo es frivolidad y que, al ejemplo de los perros, hay que saber roer el hueso hasta llegar a la sustanciosa médula. Extensos catálogos y letanías picarescas, groserías, obscenidades, insultos al lector, parodias de textos sagrados, Rabelais es totalmente irreverente. Su imaginación desenfrenada inventa palabras e idiomas. Su doctrina, el Pantagruelismo, rompe con todas las rutinas y formalismos hipócritas de la época.

En el Siglo de Oro español no faltó un Quevedo, maestro de la caricatura en sus punzantes sátiras políticas y literarias (estas últimas sobre todo contra Góngora), sus sonetos burlescos, letrillas, romances y jácaras. Don Francisco se atrevió a parodiar el Cantar de Mio Cid en el romance Pavura de los condes de Carrión. Debido a su Memorial al rey Felipe IV, donde pinta los desaciertos del gobierno, padeció varios años de cárcel. Con un estilo barroco, recargado y un gracejo inimitable Quevedo transgrede los cánones de la picaresca en su Vida del Buscón, por la ausencia total de intenciones moralizantes y la construcción narrativa basada en episodios independientes y a veces contradictorios.

Gulliver – personaje que se hizo legendario – es la creación de Jonathan Swift, escritor irlandés que vivió en los siglos XVII/XVIII. Considerado el más grande de los satíricos de lengua inglesa, Swift decía escribir para irritar al mundo, más que para divertirlo. Era tanta la rabia que sentía ante la esclavitud, necedad y vileza de su entorno, tanta su indignación contra sus coterráneos irlandeses por cooperar en su propia ruina, que el pobre caía en profundas crisis depresivas. Además de aludir a las luchas políticas entre whigs y thories, Los viajes de Gulliver ponen en descubierto los defectos de la naturaleza humana: autocomplacencia, orgullo desmedido, bajos instintos y prejuicios. En la ironía swiftiana hay una nota profundamente subversiva contra las jerarquías del orden establecido, las estructuras de poder y los valores morales de su época. Tales retos públicos requieren valentía y suelen pagarse caro: Swift tuvo que enfrentar procesos, lo mismo que Aristófanes, y Juvenal fue desterrado de Roma.

Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, la laberíntica novela del inglés Laurence Sterne – escritor del siglo XVIII, el siglo del enciclopedismo – marcó un punto de inflexión en la historia de la narrativa. Anticipando la literatura moderna, Sterne practica una absoluta libertad textual y son numerosas las cualidades revolucionarias de su obra, tanto en lo que respecta a la materia del relato como en lo referente al estilo. Ironizando, satirizando, parodiando, el narrador (Tristram Shandy) se burla de sí mismo y de los demás. No deja títere con cabeza: los académicos, los poetastros, los críticos, los tratados pedagógicos, los autores de mamotretos, los turistas, los relatos de viaje, las modas literarias, el trabajo de la creación, etc., nada escapa a la mirada del humorista. Ni escatológico como Rabelais ni mordaz como Swift, el humor sterniano es ligero, bonachón, algo superficial, como si procurase más que nada divertir al lector divirtiéndose él mismo.

Por su peculiaridad, el estilo mismo y la construcción del texto contribuyen al efecto humorístico, desde la dedicatoria sin destinatario y el prefacio del autor en el capítulo 39 de la segunda parte, pasando por las páginas en blanco para que las llene el lector a su gusto, los desfasajes temporales y los capítulos de teoría literaria donde se aconseja – entre otras cosas – la desobediencia a las reglas, hasta la creación de suspenso para frustrarnos luego dejando la historia inconclusa. Los capítulos brevísimos (de cuatro líneas, por ejemplo) alternan con otros de varias páginas y la sucesión es irregular: después del cap. 54 se vuelve a los caps. 47 y 48, que habían quedado en blanco. Hay continuas digresiones para formular teorías absurdas, comentarios autoriales etc. Y hasta un capítulo titulado Elogio y utilidad de las digresiones. En vida y… encontramos procedimientos que podríamos llamar “cinematográficos”: congelamiento de una situación para hacer una digresión o juego en planos simultáneos presente/pasado, como si estuviesen proyectados en una pantalla.

Ya en el siglo XX el surrealismo – transgresor por definición – consolida el rol del humor en la literatura con sus juegos de palabra, alocados contubernios de ideas y nonsenses. Se violan todas las reglas y se da libre curso al “flujo de la conciencia” (libertades que ya se había tomado Sterne en el siglo XVIII, pero llevadas al extremo). André Breton, uno de los iniciadores de esta corriente literaria y autor del Manifiesto surrealista (1924), nos dejó una interesante Antología del humor negro.

Se impone el “teatro del absurdo”, liberado de las reglas del juego dramático y que se inició con Eugène Ionesco y su obra La cantante calva en 1950. Desbordantes de situaciones y personajes bizarros (mujeres con dos narices, gente que come sin cesar, seres invisibles, sin rostro o sin cabeza, fantoches, rinocerontes, escenarios llenos de sillas vacías, cadáveres que crecen, etc.), las obras de Ionesco no se preocupan por la verosimilitud ni por la racionalidad. Son anti-piezas, farsas trágicas, seudo-dramas…Para este dramaturgo no hay verdades incontrovertibles y la risa es la única salida para la desesperanza que provoca el espectáculo de la incoherencia universal.

En Argentina Roberto Payró (1867-1928) puso de relieve “burla burlando” los burdos medios de gobernar que se estilaban en nuestro país a comienzos del siglo XX, a través de las historias de Pago Chico, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, paradigmático para aquella época. En este libro alternan los episodios satíricos con bellas descripciones e ingeniosos comentarios del autor. La obra de Payró nos brinda además un interesante testimonio de la lengua que hablaban entonces los paisanos y la gente del pueblo, cuajada de expresiones pintorescas, v.gr.: cantar pal carnero [= morir ], prenderse a la ubre, andar con muchos vulevús [= ser demasiado cortés], estar más pelado que laucha recién parida, decir ciento y la madre, echar ajos [= putear], ser mulita [= flojo], maula [= cobarde], al puro botón [= inútilmente], andate a buscar madre que te envuelva, etc.

 Pero yo creo que nuestro primer humorista con todas las letras fue Arturo Cancela (1892-1957), escritor y periodista que satirizó a la sociedad porteña de las primeras décadas del siglo XX. Excelente narrador, dueño de una vasta cultura y de un estilo elegante, Cancela supo captar y retratar con agudeza no desprovista de acidez los defectos de diversos estratos sociales, amén de algunos vicios institucionales. Su novela Historia funambulesca del profesor Landormy es una parodia del embobamiento argentino ante todo lo europeo, cuya víctima es aquí un profesor francés de arqueología griega, que integra la pléyade de visitantes ilustres invitados por el gobierno; atrapado apenas desciende del barco en una maraña de supersticiones culturales, burocracia, snobismo y prejuicios sociales, el hombre de ciencia sufre numerosas peripecias que el autor aprovecha para satirizar diversos medios y personajes: jueces, legisladores, autoridades policiales, académicos y políticos alternan con coristas y porteños del montón en situaciones hilarantes.

 Periodista también, Roberto Arlt (1900-1942), agudo observador y escritor con mucha “calle”, supo ahondar en la psicología de los marginales y la gente humilde, que retrató en numerosas notas periodísticas de tono humorístico, con un lenguaje un tanto desprolijo pero sabroso, lleno de expresiones populares: Los tomadores de sol en el Botánico, ¡Atenti, nena, que el tiempo pasa!, Psicología simple del latero, La vida contemplativa, etc.; notas reunidas en el libro Aguafuertes porteñas. He aquí un extracto del discurso que Arlt sugiere para alguien que se postula a la diputación: Aspiro a ser diputado porque aspiro a robar en grande y a “acomodarme” mejor, […] deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado.[…] Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto.[…] Yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia al Chaco […] y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ipso facto a mi candidatura. (¿Quiere ser usted diputado?)

Leopoldo Marechal inició en 1940 el realismo delirante, esa corriente literaria tan actual. Su novela Adán Buenos Ayres – obra fundamental de la literatura argentina – es caótica, desmesurada, y va del humor a la epopeya, de la tragedia al sainete, en una gran diversidad de registros. Marechal es un maestro parodiando: el último libro de su Adán…, y el más brillante, titulado Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia, parodia el Infierno dantesco. Y podríamos decir que su segunda novela, El banquete de Severo Arcángelo es una parodia de los viajes iniciáticos, tan practicados en la literatura de siglos pasados, pues se trata de una fábula de aventuras dirigida – según el autor – “a los hombres en tránsito hacia el niño”. Estas obras constituyen un buen ejemplo de ese humor con “coeficiente filosófico” del que hablaba Juan Filloy.

En El banquete… (título que alude a otro tema frecuente en la literatura, de Platón en adelante: el banquete que reúne a los protagonistas de una controversia), como en un circo, hay clowns “ridículamente siniestros o siniestramente ridículos” y Lisandro Farías – protagonista del viaje y narrador – siente ansias de liberarse “por lo absurdo”.

En la misma línea se inscribe el chileno Alejandro Jodorowsky con su novela Donde mejor canta un pájaro, publicada en las postrimerías del siglo pasado. Al estilo patafísico – la Patafísica es la ciencia de los posibles – el escritor afirma el derecho de transformar y exaltar la realidad hasta llevarla al mito y lo hace con su propia genealogía, a través de episodios disparatados donde campea una ironía comprensiva y filosófica.

Los relatos delirantes de la chileno-peruana Raquel Jodorowsky pueden encuadrarse en un surrealismo “a la criolla”, según reza la contratapa de sus Cuentos para cerebros detenidos, publicados en 1974 por Ediciones de la Flor. He aquí la declaración de principios de la autora: Toda la literatura ha sido hecha para entender. Pero ya estamos cansados de entender. No hay que entender nada más. Descubrimos que podemos ser algo más que terrestres toda la vida.[…] Siempre formando parte de un mundo ilógico sin admitirlo conscientemente, dentro del cual tratamos de proyectar nuestra lógica, que no existe.[…] Estos cuentos […] son un disparo a la razón. Un buen exponente de este credo son los relatos Corrida de toros, En todas las ocasiones existe el carbón y El Pensacola es una máquina para determinar el alcance de la frase “Murió Afrodita”.

Mezcla de Sterne, Rabelais y Lewis Carroll, el escritor y cantautor uruguayo Leo Maslíah es otro adepto del humor absurdo. Cada una de sus novelas nos zambulle en un nonsense donde vemos pulverizarse todas las estructuras narrativas tradicionales; lo disparatado de las situaciones va condimentado con múltiples contravenciones lingüísticas y el empleo de una lógica del absurdo que resulta desopilante. Y todo con ese ritmo alocado que caracteriza también sus shows: Maslíah nos lanza un chorro burbujeante que me recuerda la sidra fabricada por uno de sus personajes con compota de manzanas, alcohol etílico y detergente.

Aunque este sinsentido puede ser tomado como un mero divertimento, tiene su caracú para quien sepa llegar a él: sátira del capitalismo salvaje e hiperconsumista, problemas inherentes a la identidad y al tiempo, en la novela Ositos, por ejemplo.

Como el recientemente fallecido Roberto Fontanarrosa, Maslíah es un escritor favorito de Ediciones de la Flor, prácticamente la única editorial argentina que publica humor.

Amén de humorista excelente narrador, Fontanarrosa – que también es autor de historietas célebres en Argentina – no hace realismo delirante: su fuerte es la historia apócrifa, es decir la creación de una atmósfera seudohistórica a partir de datos reales que él deforma. Se destaca en la parodia de lenguajes (sobre todo los de la ciencia y la técnica) y recurre a menudo a la transgresión de la lógica, al anacronismo, a las explicaciones extravagantes, al doble sentido y al quiproquo, para hacer reír al lector. Pero su obra es también un interesante y divertido comentario de nuestra idiosincrasia, con sus defectos y cualidades; friso donde desfilan la barra del café, la pasión futbolera, el ingenio y la picardía popular, el alma tanguera…

Pocas mujeres en la historia de la literatura de humor. Pero en el último cuarto del siglo XX hubo una irrupción masiva de elemento femenino en las letras latinoamericanas. La producción artística y crítica de la mujer deviene crucial en la cultura de las tres últimas décadas. Los textos de estas escritoras no se ajustan a los cánones tradicionales, porque su preocupación está centrada en la capacidad comunicativa y no en las formas; se transgreden los sistemas canónicos discursivos y a menudo se desenmascaran las estructuras de poder en textos humorístico-paródicos.

El enfoque humorístico va ganando terreno en la narrativa de nuestro país. El humor se hace frecuente tanto en la temática como en el tono y proliferan escritoras y escritores que no desdeñan utilizarlo. Entre las primeras podemos mencionar a Ana María Shua, Alicia Steimberg, Angélica Gorodischer, Luisa Valenzuela, Graciela Cabal, Gabriela Acher, Ana von Rebeur…

Cargados de erotismo y humor, eminentemente transgresores, los textos de Luisa Valenzuela son un exponente de esa literatura donde la ironía, el absurdo y el grotesco desnudan los abusos del poder, en la política y en la pareja. Rebelde a las convenciones del relato tradicional, esta escritora se complace en jugar con la estructura, la lógica y el lenguaje en sus cuentos y novelas. Buenos ejemplos de su vena humorística son los relatos Sursum corda, Escaleran, Historia verdolaga, El abecedario y Carnaval campero.

Otro cabal ejemplo es la primera novela de la argentina Ana María Shua, Soy paciente, que data de 1980. En ella confluyen humor negro, grotesco y absurdo; el tema es la asimilación de un hombre a un medio adverso (el hospital), o más bien el medio que se fagocita al hombre. A través del humor la autora se sintoniza con la desproporción del poder, la exageración literaria es como un eco de la automitificación de ese poder que necesita, para afirmarse, de la involución del individuo. Aunque el desenlace parece consagrar la alienación, al mismo tiempo y a los ojos del lector ésta queda conjurada y se demuestra ad absurdum la imposibilidad de una conciliación. Así trabaja, exorcizando, lo que Martín Hopenhayn llama “la razón irónica”. Y se produce un efecto catártico, liberador, tanto en el emisor como en el receptor.

Esta novela me parece representativa de una modalidad poco practicada por las mujeres, como es el humor negro. En una entrevista Shua señaló una desventaja del humor literario: se lo ubica en un nivel más bajo, como si fuese literatura de segunda; esta escritora piensa que la excesiva solemnidad es una enfermedad de las letras argentinas.

La entrerriana Graciela Cabal (1939-2004), nos dejó Secretos de familia. Este libro de un humor tierno, no exento en ocasiones de picardía, es la autobiografía de una niña porteña desde su primera infancia hasta su egreso de la escuela primaria, en flashes que nos brindan una visión de su mundo interior y de su entorno en la década del 40. La autora adopta la mentalidad y el lenguaje que corresponden a esa edad y a esa época, y el efecto humorístico está dado principalmente por el contraste con los niños actuales.

Capítulo aparte merecerían dos SEÑORAS humoristas: Ana von Rebeur (entrevistada para mi ensayo inédito La cocina del humor) y Gabriela Acher, escritora y excelente actriz (aunque uruguaya, argentina por adopción). Ambas fervientes defensoras del género y autoras de libros exitosos. La Acher, que se proclama casada con el humor – ¡Y no es el peor marido que tuve!, aclara – realizó en 1992 el primer programa humorístico de género de la televisión argentina: Hagamos el humor, en canal 13, con personajes inolvidables como la doctora Diu. Termina su libro El amor en los tiempos del colesterol con estas palabras: Y estoy convencida de que las mujeres podemos hacer el humor tan bien como el amor. Y les aseguro que es casi…casi igual de satisfactorio.

Añadiré para terminar que el humor ocupa un lugar importante en la novela contemporánea, donde prevalece esa “razón irónica” que mencionamos antes y que es una forma de hurtarle el cuerpo a la angustia, tanto de parte del escritor cuanto del lector, que prefiere tragarse las dosis de seriedad al modo de esos comprimidos “recubiertos” en que el sabor de la medicina está disimulado por una capa ligeramente azucarada.

 

Humor argentino for export: Ana von Rebeur

Ana von Rebeur es escritora, periodista y humorista gráfica. Trabajó como guionista, columnista y conductora de radio y televisión. Obtuvo doce premios en concursos internacionales de humor gráfico y suele viajar al extranjero para actuar como jurado en certámenes del género. Su obra se está exhibiendo en foros mundiales de humor de Estados Unidos y Francia. Es una hermosa mujer, inteligente y llena de vida.

 

– En primer lugar, Ana, ¿cómo preferís que se refieran a vos?¿como humorista? ¿como escritora y humorista?¿o simplemente como escritora? Porque hay quienes se resisten – Masliah por ejemplo – a que se los denomine humoristas.

 

 Yo creo que hay mucho prejuicio en nuestra sociedad contra el humor y que no te da buena prensa decir que te dedicás al humor. De hecho, fijate que no hay premios internacionales para libros de humor, no hay galardones de ninguna índole. Muchas veces, al ofrecerme en diarios y revistas, me decían ¿Pero vos qué hacés?¿humor? Ay no, el humor es poco serio. Obviamente, se cae de maduro; pero al mismo tiempo el ser humano necesita muchísimo el humor y, aunque les cueste reconocerlo, muchos medios están buscando personas que escriban con humor, que puedan ver la vida con humor. El consumidor busca humor, por eso el humor terminó invadiendo la publicidad y hasta los noticieros, ahora se ríe hasta Santo Biassati, imaginate cómo estamos…

 

– ¿A qué atribuís la tendencia al humor de la narrativa actual, que se sirve frecuentemente de la ironía, el sarcasmo, la parodia…

 

Se tiende a que una persona lea algo divirtiéndose, pero que le quede algo de reflexión y de enseñanza. Toda mi obra literaria está basada en eso. El peor pecado que puede cometer un creador es aburrir, hay que entretener. Por otra parte, hay temas que son tan dolorosos – la infidelidad, por ejemplo, que es el tema de mi libro ¿Por qué cuernos me engañaste? –, es mejor tratarlos con humor. A veces es más eficaz, en una ocasión hice un trabajo para Comercio Interior que debía prevenir a la gente contra la venta compulsiva, tenía que inventar tips pero con humor, no se trataba de decirle al público no sea tarado, no se deje engañar cuando le pidan que vaya a una reunión de venta de tiempo compartido, no lleve a su esposa ni entregue la tarjeta de crédito, sino qué pasaría si… y chistes, retruécanos, preguntas, tests truchos… para inducir a reflexionar.

 

– Has publicado muchos libros de humor, mencioname algunos títulos.

 

Publiqué treinta y cinco, el primero en 1995: Los hombres vienen flojos, que fue un boom porque se publicó también en España y todavía sigue dando vueltas, todo el mundo me pregunta por él; yo creo que tuvo tanto éxito porque escribí de cosas muy zafadas que en esa época no se tocaban, hoy ese libro parece escrito por una monja de clausura, es bastante más light de lo que lo haría ahora. Y después los últimos, que también anduvieron muy bien y que me publicó la editorial Norma, fueron ¿Quién entiende a los hombres?, ¿Por qué cuernos me engañaste?, Leyes de Murphy sólo para mujeres y Todas brujas, las ventajas de ser mala. Justamente acabo de firmar contrato para editar estos cuatro en E- book, creo que es la tendencia que viene y eso me alegra porque cualquiera que posea una computadora tendrá acceso al libro, sin necesidad de trasladarse a una librería, es la inmediatez absoluta.

 

– Y también has escrito sobre fútbol…

 

Sobre fútbol en realidad tengo un libro inédito con la historia de River, simpatizo con River por mi abuelo y mi padre que eran hinchas, me acuerdo de mi abuelo mirando el partido en la tele, sin volumen y con la radio en la oreja. Y también tengo dos libros de humor sobre el tema: Chistes de bosteros y Chistes de gallinas, los de bosteros para que lo compren los de River y los de gallinas, para que se rían los de Boca.

 

– Y fuiste presidenta de la FECO argentina (Federation of Cartoonists Organisations).

 

Sigo siéndolo, es una cosa que funciona.

 

– Organizaste el Primer Festival Internacional de Humor Gráfico en el club Boca Juniors, en 2002…

 

Sí, fue una experiencia agotadora, porque recibimos más de 2.000 dibujos de todas partes del mundo. Conseguimos material prestado de diversas instituciones para montar esa muestra y las instalaciones que muy generosamente nos brindó Boca Juniors. Quisimos organizar un evento multimediático, así que participaron muchos comediantes, actores…fue una fiesta, pero una experiencia que yo no repetiría porque significa mucho esfuerzo, es muy estresante. Le pedimos a la gente que trajera alimentos no perecederos que donamos a un comedor de la zona. Pero pasó lo que suele pasar cuando se organiza esta clase de eventos: primero hay treinta personas que te dicen contá conmigo, después diez, después cinco, después una y al final ésa también se va y quedás sola. Y ahí sí que es agotador.

 

– ¿Pensás que el humor argentino tiene características especiales, propias?

 

Sí, somos ácidos, sarcásticos, burlones y muy pedantes; es un humor egocéntrico, del tipo me río de cualquier cosa que no sea yo. Pero también tenemos capacidad de autocrítica, eso es bueno. El humor argentino shockea en el exterior, por eso mi libro se publicó muy bien en España, aunque muchos no entienden que puedan abordarse humorísticamente ciertos temas. Yo creo que nuestro humor asusta porque somos muy irreverentes, iconoclastas, no hay valores respetabilísimos en Argentina: acá te podés reír de Dios, de Buda, de Mahoma, de la iglesia…En una ocasión hice una muestra de chistes sobre Dios en la Alianza Francesa, nadie me lo impidió… me hubiera encantado que la prohibiesen, así ganaba fama, pero no. Hacés una muestra así, no sé, en Méjico, y se arma la podrida.

 

– ¿El humor porteño difiere del humor provinciano?

 

Creo que sí. Tenemos otro gran centro de humor, que es Córdoba. Una vez que entrevisté al Negro Álvarez me dijo que esta provincia fue la que recibió más inmigrantes andaluces y éstos son muy exagerados, de ahí surgió ese humor tan particular que se plasmó en la revista Hortensia, por ejemplo, exagerando hasta el delirio, características muy cordobesas. Es un humor muy…figurativo: pesado como collar de melones, cruzado como chapa de Córdoba…hasta la palabra cruzado que la usan sólo en Córdoba con el significado de enojado, chinchudo; y la chapa, la patente de los autos antes tenía una X en esa provincia. A un porteño no le sale una cosa así, eso es muy local, típicamente cordobés. El porteño es más quejoso, tanguero, melancólico, agresivo, burlón, se divierte peleando; y esa burla, esa agresividad, a alguien que no es porteño le puede pegar muy fuerte.

 

– ¿Y qué podés decir del humor de otros países que conociste?

 


Bueno, a mí me llama mucho la atención ver de qué cosas nos reímos todos. En China, por ejemplo, el plato fuerte de la risa es ver a un occidental tratando de comer con los palitos, lloran de risa… llega un momento indigno en que el occidental termina pidiendo un tenedor… los chinos se ríen mucho con las torpezas occidentales. También se ríen cuando un extranjero habla de su música y empieza a cantar algo de su país, tal vez nosotros lo escucharíamos con mucho respeto y diríamos che, qué linda canción, pero el chino no para de reírse, no porque el otro cante mal sino por esa ruptura de solemnidad que produce el humor. En El chiste y su relación con el inconsciente Freud dice que para ser serios y solemnes debemos tener una estructura mental muy armada –imagínate un gran andamio pesado– y apenas la psiquis capta que es innecesaria, como en el caso de un embajador que resbala en una cáscara de banana y se cae y entonces la solemnidad desaparece por fuerza mayor, no gasta más energía para mantener la armadura de la solemnidad. Esa energía psíquica que uno se ahorra, se manifiesta –según Freud– en forma de carcajada: la risa sería energía de solemnidad en desuso. En general, en todo el mundo pasa lo mismo: cuando una persona se da cuenta de que ya no es necesario ser solemne, salta la risa. Por eso muchos grupos humorísticos de éxito –como Les Luthiers o CQC– afectan una solemnidad (de vestimenta, de actitud…) que se opone a los dislates que dicen o hacen. Y eso tiene un efecto cómico, el desacartonamiento siempre provoca risa.

 

– ¿Cómo caracterizarías el humor que vos hacés?

 

Creo que hago – a riesgo de sonar pedante – una especie de concientización social sobre los problemas que padecemos las mujeres en una sociedad donde seguimos siendo “el negro del mundo” como decía John Lennon; no es lo mismo ser mujer que hombre, es mucho más difícil para las mujeres, si actualmente nos resulta algo más fácil es porque nos abren las puertas por lástima, pero en realidad todo cuesta más, para llegar al mismo puesto una mujer tiene que ser tres veces mejor que un tipo. Yo intento enseñar a tratar a las mujeres y a los hombres, intento mostrar el revés de la trama, meter el dedo en la llaga, molestar y provocar tocando temas incómodos, como hacen en general los humoristas.

 

– ¿Cuáles son tus temas preferidos?

 

Hago hincapié en las cosas que andan mal en la sociedad, sobre todo en las relaciones humanas, y en cómo podrían mejorarse. Y que la gente me lea divirtiéndose, que al cerrar mi libro digan uy, esto me deja pensando. El humor por el humor, no; el humor lo uso como un recurso para contar cosas que me interesa que sean sabidas, porque soy una estudiosa permanente de la especie humana y de las relaciones de pareja. Cuando escribo, expreso mi opinión personal, por supuesto, pero después de haber leído muchísimo sobre el tema.

 

– ¿Tus escritores preferidos?

 

Soy una lectora de múltiples temas, no sé si tengo un escritor favorito. Por ejemplo, me encanta Isabel Allende cuando hace autobiografía, cuando escribe ficción me aburre; me encantó Paula: me hizo reír y llorar, La suma de los días me pareció fabuloso, muy divertido y muy trágico a la vez. Nunca pude leer a García Márquez, salvo en Vivir para contarlo. Me encantan las biografías y la gente piola que sabe hablar de sí misma. Stephen King no me gusta como novelista, pero su libro Mientras escribo es un doctorado en escritura universal, todos los escritores o aspirantes a serlo deberían leerlo; tiene pasajes desopilantes donde él cuenta, por ejemplo, cómo tiraba las botellas de whisky vacías en un container del fondo de su casa – tres o cuatro por día – para que su mujer no se diera cuenta del grado de alcoholismo en que había caído; y cómo luego acusó de hacerlo a sus vecinos, pues había olvidado totalmente sus manejos; esto sucedía en la peor época de su vida, mientras escribía El resplandor y se había entregado a las drogas y al alcohol… García Márquez durmiendo en los bancos de la plaza de Cartagena…Isabel Allende tratando de conseguir trabajo en Venezuela y haciéndose pasar por dactilógrafa cuando no había usado una máquina de escribir en su vida… Y paralelamente hay libros que no están bien escritos, pero me conmueven, como El lenguaje de los huesos de Clea Koff, una inglesa que cuenta sus experiencias como antropóloga forense en lugares donde hubo guerra y genocidios, trabajando con el equipo de antropología forense argentino, que es uno de los más prestigiosos del mundo; nada de humor, es un libro que te hiela la sangre, una mujer joven y bella que hace de tripas corazón para hacer hablar a los muertos, gracias a esas investigaciones se sabe cómo murió gente inocente, los familiares recuperan a sus desaparecidos… son cosas de la vida real que superan a la fantasía y por eso no me gusta mucho la novela.

 

– Relacionado con lo que acabás de decir, ¿te gusta el humor negro? ¿lo practicás?

 

Sí, me gusta. De hecho tengo un libro que trata de la muerte con humor, pero no logro publicarlo, parece que los editores le tienen miedo, aunque a todos nos fascina ese tema. Nos reímos de nuestros mayores miedos. Si el chiste no te pega personalmente, no te reís, nos reímos de las cosas que tienen un eco en nosotros mismos. Pero hay ciertos temas de humor negro que yo no tocaría, nunca haría chistes sobre discapacidades, enfermedades mentales, desaparecidos durante la dictadura militar, genocidios, aborto…

 

– ¿Qué pensás de los talleres de humor, que se están poniendo de moda?

 

Ah, se están poniendo de moda, buena noticia. Yo no sé si el humor es enseñable, esos talleres deberían tener una charla de admisión con los interesados, porque hay mucha gente que sabe disfrutar el humor, pero crearlo es otra cosa. Algunos se creen que contar un chiste de gallegos es hacer humor, y no… La visión humorística requiere cierto grado de vuelo intelectual, capacidad de asociación y disociación… es muy complejo. A mí a veces me cuesta, quiero poner algo gracioso y no se me ocurre nada, pasan días…se necesita training y también ayuda estar en contacto con gente que tenga buen sentido del humor y te mantenga la mente ágil.

 

– Yo creo que los argentinos diferimos del resto de los americanos por la rapidez mental en el terreno del humor, justamente.

 

Sí, por el repentismo. Por eso muchas veces no nos entienden los chistes, no hay códigos compartidos. Y un chiste explicado…

 

– Me consta que sos una laburante, o laburanta – si decimos presidenta, ¿por qué no laburanta? –, contame qué estás haciendo actualmente.

 

Estoy con muchísimas cosas en la cabeza, tengo una serie de libros inéditos que están buscando editor y me cuesta mucho encontrarlo, espero publicarlos, aunque sea como eBooks. Hay un proyecto en Ediciones B para seguir con la saga de los mitos femeninos; ya que a Brujas le fue tan bien, el próximo va a ser Sirenas. Otro proyecto con Librería de la Paz para hacer Amazonas. Y después alguien me publicará Hadas. Paralelamente estoy haciendo una campaña de publicidad para los laboratorios Boehringer Ingelheim, promocionando Buscapina Femme con chistes que se refieren a la menstruación; lo que me está dando mucho trabajo porque son unas revistitas que hago íntegramente yo, a todo color, con textos y dibujos, informando a las mujeres y haciéndolas reír sobre el tema, la idea es hacete amiga de tu menstruación, no la vivas como un castigo divino, tomate cuatro días de descanso y que se olviden de que existís. Creo que tenemos ese derecho, somos mujeres y somos las que damos vida.

 

– Los humoristas están invadiendo el terreno de la publicidad…

 

Así parece, Maitena está vendiendo el yogur Activia y Gaturro hace la publicidad de Yogs, creo.

 

– También sos autora de obras teatrales.

 

Sí, tengo tres comedias: Nadie plancha como yo, La hija de (nominadas al premio Estrella de Mar 2004 y al premio ACE 1997; la primera estuvo cinco años en cartel en una sala de la calle Corrientes) y ¡Ponete en mis zapatos! (que fue nominada como Mejor Comedia del verano pasado en Carlos Paz).

 

– ¿Querés agregar algo más?

 

A ver… me parece que el humor es un código muy interesante para comunicarse con los otros y aunque no te lleves bien con tu pareja, si los dos pueden reírse de las mismas cosas, están salvados. Y si te podés reír de vos mismo, estás salvado de la depresión. Pero creo que, a medida que el humor vaya invadiendo distintas áreas, cada vez vamos a tener menos revistas y programas de humor. ¿Te acordás de Hupumorpo, de Telecataplúm…? Me parece que se están perdiendo un negocio con esto de los programas puramente de humor. Yo extraño, como tanta gente, a Juana Molina cuando hacía Juana y sus hermanas…Ahora hay una Malena Pichot haciendo La loca de mierda, Cualca… y está bueno. Últimamente el país tuvo un boom de standuperos, el stand up en teatro, ¿viste?, eso pegó mucho y llenan las salas. Yo misma hice stand up en el 2009.

 

– Algún humorista me dijo una vez que las revistas del género tendían a desaparecer porque mirando el noticiero o leyendo el diario tenías humor de sobra…

 

Gracias al cielo yo no hago humor político, si tuviera que abrevar en la política estaría frita, porque nuestra realidad supera cualquier delirio, ¿qué más vas a inventar después de eso?, no te queda mucho para inventar, es todo muy loco.

 

Poesía y humor

La comicidad, el humor se dirigen a la inteligencia pura, según Bergson. En tanto que la poesía se dirige a la sensibilidad. ¿Será ésta la razón de que tan pocos poetas practiquen actualmente la poesía humorística, salvo como divertimento doméstico?

Antaño estaba permitido y hasta era frecuente reír en verso, porque existían géneros poéticos reservados al humor, como la sátira y el epigrama, con sus reglas propias.

La antigua Grecia nos legó una Batracomiomaquia [Guerra de las Ranas y los Ratones], poema cuyo autor – anónimo – parodia la Ilíada. Este tipo de composición, la epopeya bufa, fue muy imitada posteriormente, entre otros por Nicolas Boileau (Francia, s. XVII) con su Lutrin [El atril], que se basa en un hecho real de la época y fue el resultado de una apuesta que le hizo al escritor el Presidente de la Corte, su amigo Lamoignon. Boileau sostenía en su Arte poético que el poema épico debía tener poco argumento y dejaba librada a la imaginación del autor la invención de peripecias para prolongarlo (un poco como las telenovelas actuales). Lamoignon lo desafía entonces a escribir un poema tomando como punto de partida una querella que le había tocado dirimir en el tribunal, querella entre dos clérigos de la Sainte-Chapelle por un atril que tapaba a uno de ellos en el coro de la iglesia. Boileau gana la apuesta escribiendo un desopilante poema “heroicómico” en alejandrinos y seis cantos.

De los romanos nos quedan las Sátiras de Horacio, Persio y Juvenal y los Epigramas de Marcial, que fustigan a personajes y costumbres de la Roma imperial.

No te extrañe, Néstor, / que la oreja / de Mario huela mal: / tú le hablas en ella. [1] (Marcial)

Muchos versos de Juvenal quedaron inmortalizados en forma de máximas, v.gr.: ¿Qué importa la infamia, si se salva la bolsa?/ La virtud es la única nobleza / Cuando te hayas puesto el casco, será tarde para arrepentirte de la guerra / La censura perdona a los cuervos y sacude a las palomas.

El lírico Catulo también escribió sátiras, muchas de ellas licenciosas.

Dicho género poético siguió vigente durante siglos. En Francia lo cultivaron Mathurin Régnier en el s.XVI y Boileau en el XVII. De las doce Sátiras en alejandrinos del segundo, las más conocidas son las literarias ridiculizando a los malos escritores de la época.

En el Siglo de Oro español no faltó un Quevedo, maestro de la caricatura en sus punzantes sátiras políticas y literarias (estas últimas sobre todo contra Góngora), sus sonetos burlescos, letrillas, romances y jácaras. He aquí la primera estrofa de la letrilla cuyo refrán se hizo famoso: Madre, yo al oro me humillo; / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado / de contino ando amarillo: / que pues doblón o sencillo / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero / es don Dinero. No menos conocido su soneto A una nariz, que comienza así: Érase un hombre a una nariz pegado. / érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, / érase un peje espada muy barbado [… ]. A don Francisco le debemos asimismo una parodia del Cantar de Mio Cid, titulada Pavura de los condes de Carrión: Medio día era por filo / que rapar podía la barba / cuando, después de mascar, / el Cid sosiega la panza; / la gorra sobre los ojos / y floja la martingala, / boquiabierto y cabizbajo, / roncando como una vaca. Y un Memorial al Rey Felipe IV donde pinta los desaciertos de su gobierno y que le costó la prisión. Lo más gracioso del caso es que, si comparamos la situación de España en ese momento con la coyuntura actual de nuestro país, encontramos muchos puntos de coincidencia, lo que prueba cuán poco cambió el ser humano a lo largo de los siglos.

También Lope de Vega fue autor de muchas “letrillas jocosas” que introducía en sus comedias, y de sonetos humorísticos como el dedicado a la dama que lo toma por un mendigo, o aquel otro donde un cortesano viejo aconseja a un amigo novato, o el tan conocido que comienza diciendo: Un soneto me manda hacer Violante, / que en mi vida me he visto en tanto aprieto, / catorce versos dicen que es soneto, / burla burlando van los tres delante. Le debemos asimismo un largo poema heroicómico en siete silvas o cantos, titulado La Gatomaquia,

En la Edad Media dice el Arcipreste de Hita refiriéndose a su obra, de la que sólo se conservó el Libro de Buen Amor: Fise muchos cantares de danzas e troleras / para judías e moras, e para entendederas… / Cantares fise algunos de los que dicen ciegos, / e para escolares que andan nocherniegos, / e para otros muchos, por puestos andariegos, / cazurros e de burlas, non cabrían en diez pliegos. Y le pide a Dios: Que pueda de cantares un librete rimar. / Que los que lo oyeren puedan solaz tomar. Menéndez Pidal – que tenía al Libro de Buen Amor por una Comedia Humana del s.XIV – comenta: “La obra del Arcipreste refleja la vida entera, aunque desde sus aspectos menos serios y nobles; pero, en medio de la misma fidelidad del detalle, que en cada página hace recordar las bambochadas y los bodegones flamencos, pasa un viento de poesía entre risueña y acre que lo transforma todo y da un valor estético al nuevo realismo, haciéndonos entrever una categoría superior, cual es el mundo de lo cómicofantástico. En este género brilla principalmente el Arcipreste y es lírico a su modo, con opulencia y pompa de color, con arranque triunfal y petulante verso, sin dejar de ser fidelísimo intérprete y notador de la realidad”. Memorable el combate de don Carnal y la Cuaresma, parodiando el estilo épico en cuaderna vía (estrofas de cuatro versos alejandrinos con una sola rima consonante).

Y no podemos dejar el Medioevo sin citar a François Villon – el mayor de los poetas de este período en Francia – que tan bien supo mezclar la lírica con la sátira y el humor negro. Sin descartar las formas tradicionales de la balada, el rondó, el “lay” y la octavilla, Villon renueva la temática haciendo reír aún hoy con sus burlas, sarcasmos, chistes y zafadurías. Este “chico malo”, que conoció la prisión y hasta una condena a la horca (conmutada por destierro), hace a los treinta años un testamento literario cuyos legados están llenos de humor y picardía: a uno le deja tres fardos de paja para que le sirvan de colchón en el oficio amoroso, que es el único que conoce; a otro, el derecho de hacer el amor hasta cien veces sin pagar; al barbero, los recortes de su pelo; al zapatero, sus zapatos viejos; hasta la tierra es su heredera: Idem, mi cuerpo se lo dejo a mano / a nuestra gran madre, la Tierra; / no hallarán mucha grasa los gusanos / pues el hambre le hizo dura guerra. [2] A Villon le gustaba hacer malabarismos con las palabras, jugaba con proverbios, frases hechas, contra-verdades, oximorones… No pocos de sus versos se incorporaron al acervo popular francés, como: La danse vient de la panse [La danza viene de la panza]. Il n’y a bon bec que de Paris [Para buen pico, el de París]. Mais où sont les neiges d’antan? [¿Dónde quedaron las nieves de antaño?]. Etc. Poesía no exenta de ternura, de nostalgia y filosofía. Nunca más acertado que en este caso lo que decía Isidoro Blaisten del humor: es la penúltima etapa de la desesperación.

En cuanto a la épica, los grandes poemas clásicos no están desprovistos de pasajes cómicos y satíricos, v.gr.: la locura de Orlando en el de Ariosto, o la impotencia del viejo eremita que quiere violar a Angélica dormida, o el mundo de la Luna. En el Orlando furioso de Ariosto proliferan toquecitos de humor, cf. la muerte de Moschino, “adorador del vino”, en el foso que rodeaba a París sitiada: Y ahí fallece; y lo que más le duele / es sentir que en el agua se muere; cf. la liviandad de los cuernos: Los ve casi toda la otra gente / y el que los lleva no los siente.

Por otra parte, el teatro – como todos saben – comenzó a escribirse en verso. La comedia surgió de los himnos al gran falo que se llevaba en procesión durante las fiestas báquicas, llamadas “komos”. Podemos considerar al griego Aristófanes (s. V a.C.) como el más grande satírico de

la Antigüedad; nadie retrató mejor que él al pueblo de Atenas: frívolo, olvidadizo, venal, ignorante, impresionable y sentimental; nadie igualó su lirismo en los cantos del coro; sus comedias son obras maestras de lo que se dio en llamar “ironía ática”.

Más tarde (s. III a.C.) Plauto adaptó originales griegos al gusto romano, condimentándolos con chistes vernáculos y elementos farsescos; sus obras son una especie de operetas, con partes cantadas y recitativos. En el s. II antes de nuestra era aparece Terencio, que deleita a Roma con una comicidad más refinada.

La tradicional forma versificada se mantiene todavía en el s. XVII con Molière en Francia, Lope y Calderón en España, Shakespeare en Inglaterra. Después va cayendo en desuso. Actualmente la ha revivido un dramaturgo inglés, Steven Berkoff, cultivador del humor negro, que suele escribir sus sátiras dramáticas en verso libre o rimado, con una ferocidad raramente sobrepasada en la escena inglesa; de él vimos Decadencia en la temporada del 96 del Teatro Municipal San Martín (Bs.As.).

 

***

 

Cuántas más cosas se decían antes en verso… ¿Por qué…? Tal vez se le daba más importancia a la musicalidad de la frase, había una predilección por el sonsonete que tiene una virtud mnemónica: hay frases que quedan grabadas a fuego, gracias al ritmo y a la rima, y esto puede representar una ventaja en el caso de la poesía didáctica, por ejemplo. Pensemos en las moralejas de las fábulas de La Fontaine, ¿qué francés no es capaz de repetir algunas de ellas, por más que en su época de escolar haya detestado la lectura de ese autor?

El hecho es que, a medida que se avanza hacia los tiempos actuales, el humor se va alejando de la poesía, se va prosaizando. Salvo manifestaciones esporádicas. Ya en el s. XX, la poesía se reduce práctica-mente a la lírica. Y este género se nutre principalmente de la angustia del ser humano enfrentado a su destino, de los sufrimientos y placeres que acompañan al amor, de sensaciones estéticas, de emociones… Y si el humor funciona como un catalizador de la angustia existencial, como un exutorio, no le presta ningún servicio al poeta lírico, al contrario, porque anula el efecto que él quiere provocar. Sería como pedirle que se cure a un enfermo a quien, de alguna manera, su enfermedad le reditúa.

No hay que olvidar tampoco que en la actualidad – y sobre todo en nuestro país – la literatura humorística es considerada una literatura de segunda. No lo veía así un Rimbaud, que produjo poemas como El corazón robado, Lo que se le dice al poeta a propósito de flores, El ídolo, Lirio, Los labios cerrados, etc. Ni Alfred Jarry, el creador de la Patafísica y autor de la célebre Canción del Descerebramiento, que hace las delicias de los amantes del humor negro.

A lo largo del s. XX encontramos todavía algunos espíritus juguetones que hicieron buena poesía. En las primeras décadas Guillaume Apollinaire anticipa el surrealismo en Francia con su invención y deformación de vocablos, sus innovaciones formales, sus metáforas delirantes y sus fórmulas de hechicera musicalidad. De su Bestiario, El pavo real: Esta ave al desplegar su cola, / cuyo plumaje toca el suelo, / aparece aún más hermosa, / pero se descubre el trasero. [3] Y de Poemas reencontrados, Sombrero-tumba: Anidamos / En su tumba /El pájaro posado / En su sombrero // Él vivió / En América / Ese culito / Or / Nitológico // Pero me cansé / Voy a mear. [4] Apollinaire era muy aficionado a los caligramas y los acrósticos; entre los primeros – poemas cuya estructura gráfica responde al título – se cuentan El autito y La paloma apuñalada y el chorro de agua.

Como es de suponer, los postulados del surrealismo favorecieron la “rentrée” del humor en todos los géneros. No es casual que uno de los jefes de esta escuela literaria y autor del Manifiesto surrealista (1920), André Breton, nos haya dejado una Antología del Humor negro, en la que figuran –entre otros– Benjamin Péret con Tres cerezas y una sardina y Hans Arp con Bestiario sin nombre.

Tristan Tzara, creador del dadaísmo (movimiento que precedió en algunos años al surrealismo), reclamaba la supresión de todo lazo entre pensamiento y expresión, idea que se aproxima a la escritura automática de los surrealistas, creando así un terreno propicio al humor. Veamos, como ejemplo, su Canción dada: la canción de un dadaísta / que no estaba ni alegre ni triste / y amaba a una ciclista / que no estaba ni alegre ni triste // pero el 1º de año el marido / se entera de todo, los amasija / y los cuerpos han salido / para el Vaticano en tres valijas // amante / y ciclista / no estaban más ni alegres ni tristes [… ].

Poco después de la Segunda Guerra Mundial aparecen en Francia algunos escritores que vienen a desacralizar la poesía, ridiculizando las convenciones y los valores consagrados y dándole derecho de ciudadanía a la lengua popular. Uno de ellos es Raymond Queneau, que escribió una autobiografía en verso, Roble y perro, una Pequeña cosmogonía portátil sobre el origen del universo y un Canto del estireno que cuenta en alejandrinos el nacimiento de los plásticos. No hay transgresión que este escritor no se haya permitido, tanto de fondo como de forma: jugó con la ortografía, la gramática, la sintaxis y el vocabulario; usó rimas sincopadas, juegos de palabras y toda clase de pastiches literarios. Si alguien se divertía escribiendo, ése era Queneau. Su obra es una mezcla de seriedad y humor, que pinta un universo insólito, bizarro e irrisorio. Del poemario El perro de la mandolina, una receta que resume su arte poético: Tomen una palabra tomen dos / cocínenlas como si fueran huevos / tomen una pizca de sentido / luego un buen trozo de inocencia / calienten a fuego lento / el fuego lento de la técnica / viertan la salsa enigmática / espolvoreen con algunas estrellas / pimenten y ya pueden zarpar / ¿adónde quieren llegar?/ a escribir / ¿de veras?/ ¿a escribir?

En la misma época y con métodos parecidos manifestaba su inconformismo Jacques Prévert, pero con un fuerte matiz social. Su ironía apunta a la injusticia, al fanatismo religioso, al patrioterismo: Padre nuestro que estás en los cielos / Quedate ahí / Y nosotros nos quedaremos en la tierra / Que a veces es tan linda… [… ](Pater Noster) En lo de un escultor / donde lo encontré / se hacía tomar las medidas / para la posteridad. (El gran hombre) – […] los pies del jefe de familia están rojos / pero los zapatos bien lustrados / Es mejor dar envidia que compasión. (Día de lavado)

Otro que se rebeló contra el aparato pretencioso y soporífero que rodea a muchos poetas, fue Boris Vian, que publicó en 1949 sus Cantilenas en gelatina, donde campea un humor sarcástico, iconoclasta y que no se priva de emplear términos considerados “groseros”. Cito el final de la Cantata de las Cajas, que apareció en los Cuadernos del Colegio de Patafísica: CAJAS / Las amo a todas ustedes, las amo / Se bastan a sí mismas / Y nunca nos molestan // Pues para acomodar las CAJAS / las CAJAS / las CAJAS / las ponemos en CAJAS / Y podemos guardarlas. (Alain Goraguer le puso música a este poema, que se cantaba, salvo la palabra CAJAS que debía ser gritada).

La poesía de Charles Bukowski, en EE.UU., también es irreverente, sin pelos en la lengua, pero de un humor más negro: […] cuando pienso en mí mismo muerto / el aire se vuelve blanco // las cucarachas en mi cocina / tiemblan // y alguien tendrá que tirar / mis calzoncillos sucios / y los limpios.

Antonio Machado, en España, se recreaba inventando poetas apócrifos y sus respectivos Cancioneros. Una cuarteta de su Abel Martín: ¡Qué fácil es volar, qué fácil es! / Todo consiste en no dejar que el suelo/ se acerque a nuestros pies. / Valiente hazaña, ¡el vuelo!¡el vuelo!¡el vuelo! Un epigrama del incisivo Juan de Mairena: Pensando que no veía / porque Dios no lo miraba, / dijo Abel cuando moría: / Se acabó lo que se daba.

Y no quiero dejar de aportar un ejemplo de ironía en esa poesía nórdica que tan poco conocemos; del finlandés Claes Andersson, su poema El buen burócrata (1991): Fue el abajo firmante el que se precipitó en su ayuda. / Le lancé el salvavidas a usted y a sus hijos justo antes de que ustedes se ahogaran. / Era más pesado de lo que había calculado y le dio en la cabeza. / Usted perdió el conocimiento y arrastró a sus hijos al fondo. / Ya no se fabrican salvavidas de ese tipo. / El que la policía comenzase a disparar indiscriminadamente al agua pudo haber dependido de que alguien viese una aleta de tiburón. / No es fácil el trabajo de la policía. / La autopsia del médico forense parece indicar que usted y los niños estaban muertos antes de que los alcanzasen las balas. / No habrá pues proceso por causar la muerte a otro / Ya hay una comisión investigando el caso y se calcula que presentará su informe en breve. / Si usted y los niños viviesen todavía podrían denunciar el caso al Defensor del Pueblo.

 

***

 

¿Y en nuestro país? ¿Cómo se da esta relación entre poesía y humor? La alianza fue fructífera para la gauchesca, en el s. XIX; produjo el Fausto de Estanislao del Campo y no pocos pasajes del Martín Fierro. Del siglo pasado citaré el Soneto a tus vísceras de Baldomero Fernández Moreno, médico y poeta con una abundante producción humorística (sobre todo en su poemario Yo, médico. Yo, catedrático, de 1941): Harto ya de alabar tu piel dorada, / Tus extremas y muchas perfecciones, / Canto al jardín azul de tus pulmones / Y a tu tráquea elegante y anillada. // Canto a tu masa intestinal rosada, / Al bazo, al páncreas, a los epiplones, / Al doble filtro gris de tus riñones / Y a tu matriz profunda y renovada. // Canto al tuétano dulce de tus huesos, / A la linfa que embebe tus tejidos, / Al acre olor orgánico que exhalas. // Quiero gastar tus vísceras a besos, / Vivir dentro de ti con mis sentidos… / Yo soy un sapo negro con dos alas.

En la obra de Oliverio Girondo el humor es un rasgo permanente, y podríamos decir constitutivo. Según Enrique Molina, se trata de una manifestación paradójica del deseo de absoluto: “Un humor al que no vacilo en llamar negro – ese grado supremo del humor poético – pese a su contenido de voracidad sensual. Justamente, esa exigencia desmesurada desemboca en la fatalidad de amar sin remedio algo que jamás responde a la totalidad deseada. El humor se abre entonces como una salida de fuego de la realidad mediocre. […] Ese déficit entre el deseo y su objeto, del que nace el humor, se traduce por el sentido de lo grotesco en la poesía girondiana”. El poeta comienza jugando con el lenguaje para terminar creando un universo verbal cuyas leyes impone (En la masmédula, 1956). Veamos su poema Nubífero anhelo, de la serie Embelecos: ¿Si intentara una nube, / una pequeña nube, / modesta, / cotidiana, / transportable, / privada?// Quizás con el recuerdo, / el cansancio, / la pipa, / después de algunas noches / y de mucha paciencia. / ¡Qué alivio el de sentirla debajo del sombrero, / o saber que nos sigue / como si fuera un perro!

Si no he mencionado hasta aquí a ninguna mujer que haya practicado el humor poético, es porque sólo tengo noticia de una: la norteamericana Dorothy Parker, a quien Mirta Rosenberg llama “la lengua más rápida del verso ligero” y que, según Somerset Maugham, “descubrió una verdad devastadora pero saludable: que hay algo irresistiblemente cómico en nuestro dolor más profundo”; escribió tres libros de poemas: Suficiente soga (1926), La pistola del ocaso (1928) y La muerte y los impuestos (1931); aunque ella declaraba escribir versos y no poesía ( nuevamente la desvalorización del humor): Cuando estoy en Roma, no sé qué me pasa, / Pero daría un ojo por estar en mi casa, / Aunque siempre que estoy en mi suelo / Italia se vuelve mi mayor anhelo. // ¿Y por qué si estoy contigo, mi vida, / Me siento espectacularmente aburrida, / Pero si me dejas y te vas, después / Pido a los gritos tenerte otra vez? (Sobre ser mujer). [5]

 

***

 

¿La poesía humorística es verdaderamente de segundo orden? Pienso que la calidad de una obra literaria está determinada por el talento de quien la escribe y no por el enfoque del tema o la temática en sí. ¿Por qué sería más noble el sufrimiento que la risa? Rabelais dijo justamente lo contrario: Es mejor escribir de risas que de lágrimas / Porque la risa es lo que caracteriza al hombre. Si bien el humor tiene mucho de juego y a éste se lo desvaloriza frente al trabajo como cosa poco seria, no olvidemos que la actividad lúdica es más necesaria que las lágrimas, la tristeza y la melancolía en la formación del individuo. Que yo sepa, nadie se enfermó por exceso de risa y los neuropsiquiátricos están llenos de gente depresiva. Pero – como lo decía más arriba – tal vez esté aquí la clave: hay una tradición que exige poetas atacados del “mal de vivre” y una lírica basada casi exclusivamente en el sentimiento y la sensación. El lector está acostumbrado a eso. Traigo a colación aquel poema de Antonio Machado: Mas si digo: hay coplas / que huelen a pesca, / o el mar huele a rosas, / sus gafas más negras / se calan los doctos / y me latinean: Risum teneatis?/ con gran suficiencia. // Y las nueve musas / se ríen de veras.

Lo cierto es que, en nuestro país, el humor se fue rarificando en la poesía, en tanto que ganaba terreno en la narrativa del último cuarto del s. XX. Por mi parte, disfruto enormemente cuando doy con un poema que me provoca esa risa (o esa sonrisa) “con coeficiente filosófico”, como decía Juan Filloy hablando del arte verdadero. Y quisiera terminar estas modestas reflexiones con el interesante parangón que establece Isidoro Blaisten entre humor y poesía: ambos son inexplicables y ambos dan lugar a la metáfora, mediante la cual la poesía desgarra el velo de la belleza y el humor, el de la estupidez. Lástima que estas paralelas se cruzan cada vez menos en el infinito de la literatura.

 

NOTAS

1. Las barras de separación corresponden al final de los versos. Se utilizarán dos barras para separar las estrofas. (N.de la A.)

2. Traducción del francés: Paulina Juszko.

3. En el original rima consonante ABAB

4. En el original rima consonante ABAB // CDCD // AA.

5. Traducción: Mirta Rosenberg.

 

 

 


PAULINA JUSZKO (Argentina, 1938). Poeta, narradora, ensayista. Obra publicada: Dos poemarios: Poemas del Yo dios y Del vagar breve. Tres novelas: Te quiero solamente pa bailar la cumbia (1995), Esplendores y Miserias de Villa Teo (1999), El año del bicho bolita (2008). Un ensayo: El humor de las argentinas (2000). Una obra de carácter testimonial: Vivir en Villa Elisa (2005), declarada de interés cultural por la municipalidad de La Plata. Muchas de sus producciones figuran en antologías y blogs. Posee numerosos inéditos en los que abunda la sátira sociopolítica, el humor negro y el grotesco. Ha sido traducida al portugués, al francés y al ruso. Foto de la autora firmada por Lorena Del Río.

 

 

JULIA MARGARET CAMERON (Índia, 1815-1879). Um dos melhores exemplos de acaso objetivo encontramos na biografia desta fotógrafa, a quem sua filha lhe presenteia uma câmara quando Julia completa 48 anos. Era a sua primeira máquina e até o momento ela não havia despertado o mínimo interesse pela fotografia. Curioso prenúncio de sua filha, o fato é que sua imediata dedicação, ajudada por um amigo, a levou rapidamente ao domínio do processo do colódio úmido – clássico processo fotográfico que se encontra nos primórdios da fotografia –, começando assim a sua carreira fotográfica. De imediato ela transformou um galinheiro em improvisado laboratório e em estúdios algumas dependências da sua casa. O resultado dessa sua identificação foi a criação de um estilo muito próprio baseado em longos tempos de exposição, na falta de nitidez provocada por um rápido desfoque, assim como na supressão de detalhes, nas manchas provocadas pelo modo irregular de como aplicava o colódio úmido e na utilização do simbolismo da iluminação. Caracterizou-se então por sua escolha de trabalhar com retratos – em especial os retratos de mulheres – e as cenas alegóricas, o que a situa como uma precursora da recriação de cenas vivas aplicadas à fotografia. Acerca de seu trabalho ela mesma diria: Eu ansiava por prender toda a beleza que viesse até mim, e por fim o desejo foi satisfeito. Nossa homenagem a essa brilhante fotógrafa, que é nossa artista convidada.

 

 


 


Agulha Revista de Cultura

Número 224 | fevereiro de 2023

Artista convidado: Julia Margaret Cameron (Índia, 1815-1879)

editor | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023

 


∞ contatos

Rua Poeta Sidney Neto 143 Fortaleza CE 60811-480 BRASIL

https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/

http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/

FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário