La
verdadera tarea no es la identificación de la realidad como ficción simbólica,
sino
mostrar que hay algo en la ficción simbólica que es más que ficción.
SLAVOJ ŽIŽEK
1.- Sujeto, subjetividad e intersubjetividad. Lazo social
Hablar de “lazo social” no
es lo mismo que referirse a la “sociedad”. El primer término, de origen lacaniano,
responde a una visión psicoanalítica que no es paradigmática sino que se sustenta
en el analizante uno-a-uno. Esto no ha impedido que, durante los años sesenta, Jacques
Lacan aludiera al ascenso de un nuevo amo (“el mercado”) y a la burocracia tecnológica
que iba a sostenerlo. Fue en 1967 cuando, en vísperas de la crisis de 1968, manifestó
que constituía un grave error pretender la expansión, sin restricciones, de lo universal
como episteme porque ello equivalía prácticamente
a ignorar el retorno del goce. [1]
Es apresurado
considerar que la hermenéutica del psicoanálisis puede incluirse en las teorías
filosóficas de la subjetividad, pues si hay algo que ha roto todas las reglas lógicas
del racionalismo ha sido, por caso, el descentramiento del sujeto cuando Freud estudia
el inconsciente; por tanto, la comprensión del mundo no se localiza en tal sujeto,
el sujeto está incluso más allá del estatuto de ese inconsciente. En otras palabras:
el inconsciente no lo descubre Freud (como la gravedad no fue “descubierta” por
Newton) – debe distinguirse entre lo epistémico y lo ontológico-, pero el hallazgo
consistió, aun distintivamente de la psicología, en afirmar que la representación
del pensamiento antecede al sujeto, existe por fuera de él y se halla en un real,
todavía sin saber y, por tanto, no dicho. [2]
Una visión como
la que se viene exponiendo puede parecer en principio incompatible con las ciencias
sociales, ya que toda teorización objetiva de la sociedad no se aviene con una hermenéutica
del sujeto para quien esta solo puede imaginarse como una ficción – el otro es fantasma-.
Sin embargo, hablar de “sociedad” implica comprender las funciones de interacción
que subyacen a toda relación humana. Claro que puede incluso pensarse en el motivo
de hacer un cruce tal y en la esterilidad de su aporte a los estudios sociológicos.
Este trabajo
intenta disipar esas dudas e ir hacia las coincidencias en vez de agudizar una (sempiterna)
controversia cuando la propia Escuela de Frankfurt no encontró en la sociología
una disciplina irreconciliable con otras descripciones interdisciplinarias. En efecto,
Adorno y Horkheimer centraron su mirada en un relacionamiento dinámico e inacabado,
en vez de adoptar las visiones del contrato social, del conjunto o del grupo. Se
llegó a vincular a la sociología de Comte con una enseñanza a histórica. [3] Si bien la sociedad presupone una mediación
a través de diferentes representaciones que consisten en un distanciamiento humano
del estímulo fenoménico por la recreación en sistemas o relatos, que a su vez constituyen
el soporte de la cultura y funda la comunicación social, Adorno y Horkheimer no
se olvidaron de precisar que cuando “la reflexión acerca de lo que se considera
“sociedad” pierde de vista la tensión entre vida e instituciones y trata de resolver,
por ejemplo, lo social en lo meramente natural, no orienta un esfuerzo de liberación
respecto del apremio de tales instituciones, sino que, por el contrario, corrobora
una (…) mitología, la ilusión idealizada de cualidades originales, que se remontaría
precisamente a lo que surge a través de las instituciones sociales”. [4]
En un tiempo
en el que la globalización del postcapitalismo parece poner en riesgo la base indiscutible
de toda sociedad como es el sujeto, no parece inconveniente conocer algunas enseñanzas
sobre su aparato psíquico a fin de desmontar la cadena significante de una apariencia
que se fue pergeñando lentamente hasta transformarse en una gran ilusión social.
El sujeto ve
al otro no solamente como una figura contra yoica, por decirlo de alguna manera,
porque ese otro también está mediatizado por los sistemas o relatos sociales, además
de los propios y familiares. Hay algo que lo vincula y es lo que Lacan denominara
“lazo social”. De su parte, Freud consideró el malestar en la cultura. Filósofo
de la sospecha como Nietzsche, para el padre del psicoanálisis subyace en ésta una
hostilidad primaria, que se atribuye a la pulsión de muerte, la cual nos condiciona
desde el nacimiento. Hay un sobrante, plus de goce, en ese malestar que no debe
desatender la sociología, puesto que la pulsión siempre está como montaje, [5] y todo lo pulsional es la contracara
de lo instituido - su falta-. Por fin, Freud se refirió al narcisismo “de las pequeñas
diferencias” como el mecanismo fundante de la intersubjetividad social. Esta cuestión
aparece, antes que el malestar, en 1917, en su libro “El tabú de la virginidad”
(cito el título de las obras completas de Freud, traducción de Luis López Ballesteros
y De Torres, revisión dr. Germain, Madrid: 1968) para aludir a la obsesión por acentuar
las pequeñas diferencias que nos distinguen de las personas (sociedades, edificios,
espacios,…) a las que más nos parecemos. Dijo textualmente: “No es fácil para los seres humanos evidentemente
renunciar a satisfacer ésta su inclinación agresiva; no se sienten bien en esa renuncia.
No debe menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural más pequeño: ofrecer
un escape a la pulsión en la hostilización a los extraños. Siempre es posible ligar
en el amor a una multitud mayor de seres humanos con tal que otros queden fuera
para manifestarles la agresión. En una ocasión me ocupé del fenómeno de que justamente
comunidades vecinas y aun muy próximas en todos los aspectos se hostilizan y escarnecen:
así españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses,
etc. Le di el nombre de “narcisismo de las pequeñas diferencias”. A
mi juicio, Freud no desaprovechó el papel de la ideología, aunque no se concentró
en la coyuntura política porque para él ese malestar nos pertenece como sujetos,
por más que se sirva, para manifestarse, de los significantes políticos de la época.
Lacan va más
allá y permite lecturas distintas del inconsciente freudiano, considera que la tensión
en el sujeto se produce entre el deseo y el goce. Por decirlo suscintamente, como
el deseo retoma lo que se eclipsó a nivel de la necesidad del sujeto, éste introduce
una condición de superación del vacío propio de la demanda del goce, que solo genera
una reproducción “bulímica”, interminable, de la necesidad y retroalimenta ese vacío,
que es a su vez el sobrante social y de la inconsistencia, del que hablara Lipovetsky.
[6]
La cuestión
a abordar es si con la globalización del postcapitalismo (capitalismo extremo) el
sujeto se relaciona con el otro o se está asistiendo, en cambio, a un simulacro
relacional sólo mediado por los objetos – la mercancía-, que lo incluye al sujeto.
2.-
La intersubjetividad en la globalización: una vida reificada.
Para el psicoanálisis es
posible dejar de decir lo que se ignora, es más: se está autorizado a ello, y siempre
el objeto del deseo no es el objeto mismo sino el objeto del deseo del otro. Es
decir, para el decir lacaniano, lo que se desea siempre es la falta. En la sociedad
globalizada hay un sobrante. Y si el inconsciente nunca interrumpe su decir, la
articulación entre falta humana y sobrante social ya puede atisbarse sin demasiado
razonamiento. El tema es que restituir al sujeto en su decir verdad no es sinónimo,
precisamente, de taparle la falta agregando lo que necesita ni tampoco de quitarle
lo que le sobra. He ahí la ética del psiconálisis: hacerse responsable.
No hay un sujeto
sin un otro, ni subjetividad sin intersubjetividad.
Y estos no existen sino mediados por el lenguaje, ese Otro del que habla Lacan. Lo que revelan los sujetos cuando se comportan
en sociedad, sin embargo, es que el otro parece haberse extinguido, en tanto el
sujeto ha quedado remitido al individuo-resorte de una cadena de consumo que pasó
a reificar su vida cotidiana. Con la globalización advino una nueva sociedad que
no abolió los relatos modernos y sus instituciones, simplemente los multiplicó.
Ese fenómeno de duplicación provocó la mutua anulación porque cuando se sobredimensionan
los poderes y supuestos controles el efecto que se logra es el contrario. Se trata
de una sociedad “líquida” [8] en la que
ha forcluido el nombre-del-padre, la ley, y en la que no se han previsto suficientes
redes sociales (no me refiero desde luego al Instagram, al Tuiter, Toc toc, Facebook
utilizados individualmente o para facilitar negocios) y escasean los órganos de
mediación y centros educativos que posibiliten un reacomodamiento a los interrogantes
de la nueva época. La falta de legitimación de una justicia fundada en la equidad
y la costumbre - no sólo en los sistemas deónticos y positivistas - como base fundamental
para la convivencia agravó la crisis de las democracias representativas, por lo
que hoy parece haberse producido un desplazamiento de la universalidad de la ley
a la omnipresencia del entretenimiento formal, del que no se sustraen el ciudadano
– convertido en un potencial elector y visto como tal - ni las autoridades políticas
– reducidas al discurso del espectáculo, a las estadísticas y a la ilusión del “mercado”-.
“Justicia” en la época es la sumatoria discursiva de los medios masivos, que solo
visibilizan la rabia de las víctimas como verdadero espectáculo sin comprender la
complejidad de los sistemas jurídicos.
Problema no
tan irresoluto el de quién está primero si el huevo o la gallina, pero metáfora
al fin para señalar que por concentrarnos en las representaciones colectivas y olvidarnos
del sujeto, hemos terminado por abandonar al ser humano, aun desde lo epistemológico.
El sujeto si bien continúa atravesado por el lenguaje y el tejido social, que siempre
impone un renunciamiento al goce – la ley está para distribuir el goce -, no deja
de reproducir las ilusiones sociales de tal tejido, y lo hace a toda velocidad bajo
idénticos paradigmas convirtiéndose en un agente publicitario más de una vida que
le ha dejado de pertenecer porque la palabra habla por él en lugar de él hacerlo
por la palabra.
La publicidad,
lenguaje de la eficacia de los resultados – cuyo objetivo declarado es el colocar
un bien, un servicio o una imagen en la plaza -, necesita con desespero de la imposición
de un nombre. Ese nombre es la marca. La marca es vulnerable, pues debido al excedente
monstruoso de bienes en la economía post capitalista, tiene que asegurar la calidad
y consistencia del producto para asegurar una apariencia de resultados rápidos y
satisfactorios. Asimismo, la venta.
Péninou afirma:
“Por ello, el estatus de las marcas es siempre un estatus amenazado y la “conciencia
de marca” más pasiva que activa; al actuar en un clima de inconsciencia […] la publicidad
está obligada a propagar el Nombre”. [9]
Esa promoción, competitiva al extremo, ha distanciado al consumidor del objeto promovido
y lo instó a identificarse con la marca, mediante la creación de un mundo edénico
y perfecto, como en un relato perteneciente al género de lo maravilloso.
La función social
del nombre hoy la cumple la marca. Su ícono, el logo. Del caos de la oferta, pasamos
al orden retórico de la publicidad. Los escritores nos medimos por la cantidad de
seguidores en el Instagram, y, así, hay escritores-marca y escritores…
El nombre de
la marca ha posibilitado que el consumidor pudiera ver reordenado el mundo de los
objetos o servicios puestos a la venta o a la prestación. El caos, debido a una
sobreoferta, no solo se vio superado, dialécticamente hablando, merced a la marca,
sino que provocó una trasformación cultural: los objetos pasaron a ocupar el lugar
del espíritu, de los valores modernos y del propio sujeto.
La publicidad construyó un universo de orden, aunque
a simple vista aquella pareciera un mero lenguaje de entretenimiento, y logró instalar
en el imaginario social un valor distinto a los bienes. El de uso se convirtió en
el de cambio y pasó a re- presentar prácticamente la conciencia misma del sujeto.
Ya nadie está fuera de la publicidad. Hasta las distintas iglesias se valen de ella.
La marca comenzó
a significar y les concedió a los objetos una vida propia. Hoy asistimos sin culpa
al gran espectáculo de la prosopopeya – figura retórica que coloca al producto en
el lugar del sujeto enunciador del mensaje publicitario y hasta de nosotros mismos:
llevas una cartera Chanel, eres elegante y
rica. Conduces un Mercedes Benz, tienes potencia y éxito. Para las personas
de menor poder adquisitivo hay un abanico de marcas falsificadas a disposición,
que incluso generan delitos, como los de la usurpación de la marca y el contrabando,
además de los “sweat shops” - talleres clandestinos de personas que trabajan como
esclavos, que subyacen ocultos detrás de la marca, la moda y la publicidad-.
La cuestión
radica en que la organización de esa apariencia, como un sistema del vacío que pone
en pugna la distinción entre lo privado y lo público y ficción y realidad no ha
quedado solamente como patrimonio exclusivo del lenguaje publicitario. Sería maledicente
considerar que la culpa la tienen la publicidad, el mercadeo y el diseño, pues el
conjunto de relaciones que imbrica esta nueva lógica del sujeto como mero objeto
es compleja. La reificación pasó a dirigir la vida cotidiana, de modo que no es
fácil desmontar el abrochamiento de los significantes que hacen que el sujeto esté
listo-para-gozar, convertido en un “sujeto prêt à porter”, al decir de Eric Laurent.
[10]
3.-
El sujeto como objeto: el consumidor. El doble fetichismo de la mercancía.
Con la aparición de la marca
en el mundo de los negocios comienza a pergeñarse un doble fetichismo de la mercancía.
El furor de la marca es concomitante a la globalización. Este fenómeno tiene su
raíz histórica en el nuevo modo neoliberal de producción capitalista de los bienes
y servicios, cuya expansión industrial y a gran escala fue tal, que obligó a imponer
(más que a sugerir) la ubicación del sobrante de producción en los mercados mediante
un consumo sin fronteras. El consumo sin fronteras obligó prácticamente a comprometer
los sistemas culturales y de representación social de los distintos países, lo que
posibilitó la generalización mundial de la racionalidad capitalista, cuyo máximo
exponente es la mercancía y el conocimiento basado en el principio del cálculo y
del resultado.
La globalización
espiritualizó el capitalismo ocultando sus orígenes. Calidad y cantidad deben formar
parte, entonces, de un orden sígnico análogo, en el que el consumidor de cualquier
parte del mundo se encuentre compelido a aceptar lo que se le ofrece y a hacerlo
parte de su mundo simbólico. Con lo cual ya no se está en presencia de un proceso
meramente económico sino de una cosmovisión mundializada, es decir de signos compartidos
y engendrados por las necesidades del sistema de sobreproducción que terminan por
cumplir una función social “docente” y por erigirse en matriz comunicadora en la
vida de los sujetos. Esto no mejoró pese a la pandemia provocada en el mundo por
la Covid 19. Todo lo contrario, se potencializó: vender a toda costa, reducir los
costes, sobrevivir económicamente…
Asimismo, la
marca re-presenta el producto sustituyendo la relación del mercadeo y la publicidad
que lo posicionan en el mercado, ocultando el fenómeno social inserto en la cadena
significante: se van lentamente imponiendo estilos de vida, como si las mercancías
fueran un manual de instrucciones. Nadie puede quedar fuera, de hecho nadie quiere
estarlo.
En pocas palabras,
la historia de las mercancías – ora vgr. del jean, ora del logo y la marca coca
cola, es decir de cualquier objeto puesto en la comercialización del mercado-,
tal historia queda postergada a la luz del consumidor y pierde visibilidad social
como consecuencia del juego significativo que genera el desarrollo mercantil.
La palabra “fetiche”,
que refiere al “fetichismo” fue utilizada por Sigmund Freud [11] para referirse específicamente a los
supuestos en los que la relación sexual es posibilitada a través de un objeto que
sustituye al falo y, en el particular caso del hombre (Freud no alude al fetichismo
femenino y analiza el caso del suspensor y el rito chino del pie), el fetiche tapa
u oculta de ese modo la falta: la castración, concepto freudiano que debe considerarse
más allá de su época y con referencia indistinta a los dos géneros humanos: mujer/hombre
etc. (Por traslación, el fetiche tapa también la falta masculina de la propia castración).
Es decir que
referirse al “fetiche” o al “fetichismo” implica dos cuestiones, a saber: a) la
sustitución; b) el ocultamiento de una falta. Por “sustitución” ha de entenderse
el mecanismo por el cual en un lenguaje (entendido como cadena significante y significativa),
cualquiera fuere su naturaleza (gestual, escrita, oral, indicial o conductual) reemplaza
a otro. Por “ocultamiento de una falta”, se entiende el mecanismo por el cual se
vela aquello que ni siquiera nos es he dicho (Lacan, op. cit., Seminario 7, “Das
Ding”/ la cosa), pues de alguna manera el principio del placer gobierna el aparato
psíquico en la búsqueda del objeto.
Atento a lo
expuesto resulta que en ese mecanismo de sustitución y ocultamiento, aparece otro
concepto, hoy en crisis, que no se puede soslayar: el de “representación”.
La “representación”,
considerada como un fenómeno social, es aquel movimiento por el que el ser humano
se distancia del estímulo que recibe (sea visual, indicial, auditivo etc.) construyendo
concomitantemente un modo de renovada presentación. Las representaciones son casi
fundantes de la comunicación humana y median al hombre con la naturaleza. El problema
es que la fusión entre realidad y ficción y el haberse prácticamente abrogado la
línea divisoria entre lo íntimo y lo público - lo que es del sujeto y lo que puede
compartirse con el otro y es común-, producen una confusión tal en el
sujeto que ni siquiera participa conscientemente
del mundo de los objetos – signos, vaciados de contenido-, y sí se convierte en
un elemento más de la cadena significante. Es que la sustitución y el ocultamiento
abrogan la representación al no persistir la mediación.
Para analizar
lo que se ha dado en llamar el “doble fetichismo de la mercancía” hemos de conciliar
lo aparentemente inconciliable: la versión subjetiva del “lazo social” (Jacques
Lacan) y la objetiva y sociológica de “sociedad” porque no es casual que los dos
pensadores que han reparado en esta cuestión del fetichismo de la mercancía hayan
sido, primigeniamente, Carlos Marx y Sigmund Freud.
La mercancía
es una creación humana y ha sufrido una trasformación histórica importante a partir
de la revolución industrial y la división del trabajo: de valor de uso pasó a tener
valor de cambio. La mercadería dejó de ser objeto de permutación o trueque y se
sofisticó, por decirlo de alguna manera.
La economía
del trueque –valor de uso de la mercancía-, que tenía sustento en la necesidad más
primaria del sujeto, pasó a ser con la revolución industrial, la economía capitalista
–valor de cambio de la mercancía- en la que los sujetos detentadores de los medios
de producción imponen sus necesidades de lucro a través de las ventas posibilitadas
por la acumulación de la mercancía, que no son las necesidades a las que pueden
aspirar los que participan en la fabricación con su trabajo – único medio de vida-.
El trabajo comienza, así, a ser naturalizado para ocultar ese proceso acumulativo
de la mercancía, y se idealiza todo el sistema, pues el capitalismo temprano se
asocia a una ética de carácter universal y pretendidamente a-histórica.
Es este el momento en que el eje del proceso industrial
queda fijado en el fetiche de la mercadería: el dinero. La base de la ilusión social
que empieza a construirse radica en la estructura del valor de uso/valor de cambio,
que a su vez remite al juego de los pares: calidad/cantidad; concreto/abstracto,
y de algún modo es el pilar de todo el simulacro social, pues se ataca la diferencia
(entre calidad y cantidad) imponiendo una suerte de democratización o igualdad abstracta
universal, ya que el dinero supera toda diferencia y aunque no se lo tenga (en igual
cantidad), persiste la analogía simbólica a través de los objetos. Tengo un Mercedes Benz, soy rico (aunque me haya endeudado
de por vida para comprar un automóvil de esa marca).
Dice Marx en
“Das Kapital”: “A primera vista una mercancía parece algo trivial y que se entiende
por sí mismo. Nuestro análisis mostró, por el contrario, que se trata de una cosa
muy compleja, henchida de sutilezas metafísicas y de argucias teológicas. Como valor
de uso, nada tiene de misterioso, ya sea que satisfaga las necesidades del hombre
por medio de sus propiedades, o que éstas sean producidas por el trabajo humano.
Resulta evidente que la actividad del hombre trasforma las materias que proporciona
la naturaleza, de modo de hacerlas útiles. Se modifica, por ejemplo, la forma de
la madera si se hace con ella una mesa. Pero la mesa sigue siendo madera, una cosa
corriente, perceptible por todos los sentidos. Pero las cosas cambian en cuanto
se presentan como mercancía. A la vez aprehensible e inaprensible, no le basta con
apoyar las patas sobre el suelo. Se yergue, por así decirlo, con la cabeza de madera
frente a las otras mercancías y se entrega a caprichos más extravagantes que si
se pusiera a bailar. El carácter místico de la mercancía no proviene, entonces,
de su valor de uso. (…) ¿De dónde proviene, entonces, el carácter enigmático del
producto del trabajo, en cuanto adopta la forma de una mercancía? Sin duda alguna,
de esta forma misma”. [12]
Cuando Marx
refiere al carácter “enigmático” de los objetos como productos del trabajo, aunque
filósofo y economista, ya hace alusión a un velo misterioso. Es que el valor se
expresa en dinero (en la época marxista, en el oro) y lo particular de la mercancía
es que ha sido susceptible de representar. La representación social siempre se realiza
sobre la base de la metonimia, aunque puede estar presente también la metáfora,
que lejos de ser un “tropos” retórico constituye la base misma del pensamiento humano.
La metonimia,
en cambio, operación presente en la globalización que vació de contenido a la palabra,
se vale de una parte - no cualquiera, sino la elegida por su valor significante
al todo -, pero termina, por vía reduccionista, haciendo las veces del conjunto,
y ya no se puede distinguir la operación lingüística de la fuente. He ahí el riesgo
de esta cultura metonímica, cuya “doble fetichización” consiste en ocultar doblemente,
pues el fetiche del fetiche consiste en que si la mercancía oculta los procesos
de producción, al decir marxiano, los objetos de la globalización ocultan el proceso
de subjetivación, por lo que la mercancía –convertida en fetiche- se cierra en su
propio orden y hace para el sujeto las veces de imagen autorreferente: una suerte
de espejo narcisista, siempre a la mano, listo para el goce que lo aliena eliminando
toda diferenciación y ambivalencia. (Hay más metonimia que representación.)
La palabra “metonimia”
es un término de la Retórica. (Obvio aquí la debatida distinción entre “sinécdoque”
y “metonimia”.) Si bien esta, al igual que la metáfora, proporciona en la lengua
un cambio de sentido o de nombre, el cambio de la metonimia es mucho menos visible
y engañoso que el de la metáfora. Subrepticiamente, la metonimia reemplaza, solo
que lo hace por razones de contigüidad material o figurada y no, de semejanzas.
La metonimia es mucho más económica que la metáfora, en la que subyacen un proceso
de simbolización y el esfuerzo cognitivo de la asociación. La metáfora ayuda a crear
nuevas palabras y sentidos, puede ser performativa. La metonimia, por el contrario,
tiende a hacernos creer que estamos hablando de lo mismo que representa este “tropos”,
cuando en verdad hemos comenzado a referirnos a algo distinto. Un caso típico, la
palabra “ciencia”: si la consideramos en su origen, la palabra designa una disciplina
que se vale de un método abductivo y racional de falseación, es en esencia instrumental.
Si en el lenguaje coloquial hablamos de “la ciencia”, por el contrario, es común
atribuirle a estos términos el sentido del único conocimiento posible, teoría pura,
como si el positivismo creara una nueva religión.
4.-
La construcción de la apariencia. De la compra al consumo.
El viraje de un capitalismo
rudimentario y temprano hacia la globalización soberana del neoliberalismo post
capitalista se produce, como dije, cuando la sobreproducción de los objetos es tal
que la mercancía no se basta a sí misma y necesita de un nombre para seducir: recurre
a la marca.
A fines de 1880,
en Norteamérica, el mercadeo se vinculaba a la comercialización física de los productos
sin marca, en barriles y cajones. El consumidor (o más bien, “el comprador”), por
esa época, vivía en un mundo de productos, no de marcas. Durante los años sesenta
del siglo pasado, en cambio, una explosión de los sistemas de comercialización,
trasformó el mercado en una competencia feroz por las marcas, pues estas representaban
el producto. Es decir, de la economía del trueque (valor de uso), se pasó a la economía
de cambio (valor de cambio), y con la economía globalizada el comprador pasó a formar
parte de una cadena de sobreproducción de la mercancía (signo). Por tanto, de comprador,
el sujeto pasó a ser mero consumidor.
Ehrenberg, estadístico
de la Escuela Comercial de Londres, decía: “lo único importante es lo que hacen
concretamente los consumidores” [13]
y Weilbacher, catedrático de las Universidades de Columbia y Nueva York concluía
en 1999: “[…]los consumidores tienden a seguir las mismas pautas de conducta adquisitiva,
no importa dónde vivan, no importa qué idioma hablen y no importa por qué cultura
estén rodeados”.Debería pensarse que el consumidor de hoy no constituye una entidad
abstracta. Es el sujeto que viene a sostener la trama compleja del sistema de simulacros
sociales que impone la retórica publicitaria, hasta el punto de que podría hablarse
sin tapujos de una tiranía de las marcas y los productos y servicios, que reduce
a su mínima expresión las posibilidades de elegir. La publicidad parece pasar a
ser una manera metonímica de referirnos a unos persuasores que buscan captar al
comprador masivo, el que va perdiendo de a poco su corporeidad para identificarse
con una masa de objetos que lo distinguen o identifican.
Caro y Vergara se ocupan del lenguaje publicitario,
el primero estudiando la relación semiótica entre marca y publicidad, y publicidad
y producto; el segundo, con sustento en el deseo, el clima de la época y la lógica
de los objetos - de la que hablara Baudrillard en su clásico texto “El sistema de
los objetos”. [14]
La influencia
dramática de este fenómeno de venta y simulacro, a punto de que parece haberse erigido
en una especie de matriz comunicadora y docente en la sociedad, ha sido estudiada
desde distintas visiones: semiolingüísticas, semióticas estructuralistas, deconstructivistas
y cognitivas, retóricas y sociológicas, estadísticas y antropológicas, y semánticas
y psicológicas.
El doble fetichismo
de la mercancía es directamente proporcional al simulacro. Tal operación de eludir
lo real y simular la experiencia, fue intuida por Benjamin en su llamada “fantasmagoría”.
Decía Walter Benjamin: “(...) la característica, el rasgo que se adviene a la mercancía
en cuanto tal y por el carácter de fetiche que le es propio impregna a la misma
sociedad productora de mercancías, pero no tal y como ella es en sí, sino tal y
como se representa y cree comprenderse siempre cuando hace abstracción del hecho
de producir precisamente mercancías”. [15]
Benjamin no siguió al materialismo histórico, incluso Adorno llegó epistolarmente
a criticar su heterodoxia en “Pasajes”, pero no hay más que leer la figura del otrora
“flâneur” para encontrarse con un anticipo del actual consumidor.
La figura del
“flâneur” de la París moderna supone una relación táctil con los objetos, propia
del coleccionista. Ese forastero, peregrino, comprador ambulante prefiere vagar
sin destino y dejarse atrapar por lo que se le muestra. El consumidor contemporáneo
circula en los no lugares, esas grandes tiendas con abundancia a la vista. No toca,
incluso a veces no compra (o compra una imitación). Lo que lo diferencia del comprador
es que ya no elige, ni siquiera la oportunidad de la compra, porque consume simbólicamente.
Vale decir, consume lo que consume en tanto su necesidad de consumo constituye lo
que podría denominarse “demanda automática”.
Benjamin asoció a la moda y las tendencias de ésta
con la muerte (no hablaba de “pulsión”). Así, la mujer supra moderna, obligada a
renovarse constantemente, se vuelve también estática. El ser eternamente joven,
dentro del sistema y como a la venta, constituye la lógica actual del cuerpo. Walter
Benjamin realizó estudios desde la corporalidad e identidad del sujeto social y
pudo prever lo que sucedería.
La pregunta
que subsiste es si el consumidor es el sujeto que analizaron Freud y Lacan o si
se está presenciando en el lazo social una relación dialógica perversa entre marca
y marca, marca y objeto, marca y diseño, la que a su vez remite a mercancías que
remiten a su vez a un dinero no habido, que a su vez tapa una falta, que nos invita
a su vez a la omnipotencia narcisista, la que a su vez nos ofrece una lógica de
la apariencia inmediata y eficaz, que nos mantiene convenientemente diluidos.
Relaciones trabajo/
producción
↕
Dinero
↕
Mercancía
↔Mercancía/
mercancía/marca
↕
Marca ↔Marca/
marca/ diseño/ moda/tendencia
↕
Estilos de vida
cotidiana
Los elementos
interaccionan en una suerte de relación participativa y dialógica sin que aparezca
el sujeto en el discurso (Si lo hace, es a través del signo, es decir de una relación
construida por la marca, en la que la relación del significado/ significante/ representamen
se encuentra cosificada por el mero “número estadístico” de la tendencia, que lo
“representa” metonímicamente para venderle).
Así, los estilos
de la vida cotidiana han camuflado la realidad, puesto que la alienación que le
hace ver al sujeto una fusión con el objeto, le oculta que éste se encuentra desposeído
del mismo, con lo cual se reproduce al infinito el vacío de la inconsistencia, lo
que vuelve a colocar al sujeto en la falta y a situarlo exactamente en el lugar
del goce y de la pulsión.
5.-
La supuesta restauración del yo a través del consumo.
La convivencia no puede hacerse
sin el otro. Esto que parece una perogrullada pretende advertir que la imagen del
yo ideal que se le proporciona al sujeto en la globalización finalmente lo lanza
a continuar atravesado en lo real a través del trauma y sin el enriquecimiento posible
del amor al otro, ese que está fuera del yo y que asegura su libertad al limitarlo.
Si todo está permitido ¿qué libertad ejercer? Si no hay ley confiable que distribuya
el goce, ¿qué es el sujeto? La libertad, jurídicamente hablando, no se concibe sin
responsabilidad. A un derecho se contrapone una obligación. Se es libre para vivir
siempre que la prohibición del parricidio continúe vigente. Y en todas las sociedades
hay una distribución del goce.
Es común que
para evitar dolor o privaciones aparezcan defensas que refuerzan el yo, el tema
es que se instaura en el aparato psíquico una compulsión a la reducción, propia
de la metonimia. Cuando un programa no precisamente de divulgación científica televisa
un cuerpo degradado o que está siendo objeto de alguna cirugía que se está filmando,
no se advierte que con este hecho se anula la metáfora. El hiperrealismo no ha aparecido
en la supra modernidad de pura casualidad. Como la idealización lleva implícita
siempre una devaluación, que acusa dependencia, si el objeto o la mercancía se situaron
en la sociedad para ocupar el lugar del yo, ya podrán extraerse las consecuencias.
Contrariamente
a lo que podría suponerse, el narcisismo en el que se funda la lógica social del
consumidor – sujeto/individuo – significa una pérdida del yo y no, su autoafirmación.
En la cultura de la inmediatez, la eficacia y de la celeridad el yo retrocede ante
sí para reforzar su psiquis, repite en el síntoma lo que no alcanza a poder nombrar
ni decir, no registra al otro, se encuentra recluido en sí mismo y desde allí intenta
evitar la falta, con lo cual su plus de goce es funcional al sobrante del malestar
social. La sociedad desquicia: adicciones, delitos, violencia doméstica, abusos,
femicidios. Porque el narcisismo, que inviste al cuerpo de hermosura y es fuente
de eliminación del tiempo, no hace que el sujeto retome ese cuerpo para liberarlo
– en todo caso [16] como objeto de deseo-
sino que ese cuerpo opera al fin como territorio en el que se inscribe la cadena
significante del consumo: se exacerban, proyectados, los deseos propios, los cuales
en su amplificación se reproducen al infinito y ya no son deseos, sino puro goce
tanático, pulsión. (Recuérdese a Umberto Eco, que bien describió el fenómeno.)
La construcción
de la apariencia pone en riesgo al sujeto, minimiza el drama doméstico que nos concierne
como sujetos y hace una industria de ello. La única fascinación que perdura es la
de la literatura fantástica o maravillosa, la distópica, por eso todo lo que se
oculta o sustituye, reaparece. Una forma disciplinar de comprenderlo es a través
de las enseñanzas que deja el psicoanálisis, que no es una ciencia, no es un saber
terminado, tampoco una hermenéutica controlada como la del Derecho. El saber psicoanalítico
si algo puede hacer aún es descentralizar la producción social de la subjetividad
acuñada en años y mantener un espacio propio para cada sujeto en el que se lo autorice
a no gozar y se revalorice la palabra con la que todavía el poeta puede esperanzarse
en la metáfora. ¡Vivan los poetas! Hay distintas maneras de reflexión para que se
restaure al sujeto del dolor y se lo lleve al espacio de su propio relato. Uno-a-uno.
Vincular lenguajes y disciplinas constituye una tarea necesaria en la época para
liberar a los seres humanos de la carga de un mundo que hace tiempo se olvidó de
ellos. La ciencia ha tratado de humanizarse mediante los paradigmas de la complejidad
y el concepto de “autopoiesis” de Edgar Morin y Humberto Maturana; el Derecho está
tratando también, se despoja para ello de su concepción de universalidad y se atreve
a mirar sus propias falacias, aunque sean legislativas, reúne a expertos en derecho
continental y del common law en los tribunales penales internacionales. Intentan
estos tribunales hoy juzgar trasnacionalmente a los criminales de lesa humanidad,
no para reparar lo irreparable que han dejado como lastre las guerras pasadas y
posmodernas, las que hoy en 2023 subsisten, sino para hacer un corte ético y dar
a cada uno lo suyo. Si el mundo se ha globalizado, debería poder interrelacionarse
la episteme. La técnica jurídica, la técnica
cognitiva son instrumentales, un modo tal vez de reafirmarlo es fomentando la repregunta
y el pensamiento.
Es la palabra la que debe reestablecerse en su
riqueza y para ello no se puede bucear sino en el sujeto que se debe a su lengua
y a la lalengua, al habla, a lo social, a la ética y la esperanza.
NOTAS
Este artículo, revisado a
2023, ha sido publicado en su primera versión en la revista crítica de las artes
y el pensamiento, Youkali.
1. LACAN, J. (1976), Discurso de clausura de las jornadas sobre psicosis
infantil. Nueva Visión, Buenos Aires.
2. Lo expuesto no implica caer en el
reduccionismo tan común de reificar al inconsciente como el único posible que enuncia
(una) verdad. Se trata, al decir de Bleichmar, de un sobrante material con el que
una verdad, no la verdad-toda, puede ser articulada por el sujeto. BLEICHMAR, S.
(2009). La subjetividad en riesgo. Buenos
Aires, Topía.
3. ADORNO, T. y HORKHEIMER, M. (1971),
Soziologische Exkurse. Frankfurt am M.
4. Op. Cit.
5. LACAN, J. (1973) El Seminario XI. Edición consultada: 2005,
Buenos Aires, Paidós.
6.
LIPOVETSKY, G. (1990): La era del vacío. Ensayos
sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona, Anagrama.
7. PEIRCE, CH. (1969): Collected Papers, Cambridge, Harvard University, VIII volúmenes, Volumen
IV.
8. Este término es acuñado por Bauman.
BAUMAN, Z (2003). Modernidad líquida. BuenosAires,
Fondo de cultura económica.
9.
PÉNINOU, G. (1976). Semiótica de la Publicidad,
Barcelona, Gustavo Gilli S.A.
10. LAURENT, E. (2005). La sociedad del síntoma, Lacanian Journal,#
2, AMP, Asociación mundial de Psicoanálisis.
11. FREUD, S. Obras Completas, versión compilada y traducida por
Ballesteros, especialmente volumen 21. Buenos Aires, Amorrortu, 1984.
12. MARX, K. (1875) Das Kapital, La riqueza de las sociedades…, Libro I, Cap. IV. Buenos Aires, Edit.
Cartago, 1973, Traducción y nota de Floreal Mazia.
13. EHRENBERG, A.S.C. (1978), Understanding Buyer Behavior: Market Segmentation, Nueva York, J.W.T.C.,
410.
14.
CARO, A. (2006), “Marca y publicidad: un matrimonio por amor”, Trípodos – Llenguatge-Pensament-Comunicació,
18, Barcelona, Facultat de Ciències de la Comunicació Blanquerna, 9-21 VERGARA
L., E. (2006) “Publicidad: ¿la “zanahoria metafísica” que mueve al burro o el color
de
nuestro tiempo?” Op. cit.
15. BENJAMIN, W. (1933/1940) “Gesammelte Schriften”, Volumen 2. Verlag:
Berlin. V. tb.: “Correspondencia” (1928-1940).
Theodor W. Adorno y Walter Benjamín. Valladolid, editorial Trotta, con la ayuda
de Inter Naciones, Bonn, República Federal de Alemania, 1998.
16. El debate acerca de un buen narcisismo
o un mal narcisismo, narcisismo “dirigido” o “trascendente” excede el marco de este
trabajo. No obstante, dígase que hay un narcisismo en el cual el sujeto puede retomar
al otro a través del amor y el deseo y que posee una energía no despreciable. (V.
Bleichmar, Silvia en op. cit.). No se trata, pues, del narcisismo de época en el
que ni siquiera el otro subsumido en el Otro opera cínicamente en una cultura del
“Als ob” (del “como si”), sino de una especie de querencia en uno mismo, imprescindible
para reconocer y amar al próximo. Es decir, al más cercano a una y no, al estigmatizado
por la metonimia, abstracto y devaluado por la palabra de hoy; al solo visibilizado
en los medios masivos de comunicación en una suerte de comunión colectiva ingenua.
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Ballesteros, especialmente volumen 21. Buenos Aires, Amorrortu, 1984. Ver tb. texto
original citado en el texto.
LACAN, J. a) (1973) El Seminario XI. Edición consultada: 2005,
Buenos Aires, Paidós.
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MARX, K. (1875) Das Kapital, La riqueza de las sociedades…, Libro I, Cap. IV. Buenos Aires, Edit.
Cartago, 1973, Traducción y nota de Floreal Mazia.
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Papers, Cambridge, Harvard University, VIII volúmenes, Volumen IV.
Autor
considerado específicamente en cuanto a las relaciones intrínsecas del signo semiótico.
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de nuestro tiempo? Trípodos – Facultat de Ciènces de la Comunicació Blanquerna 9-
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ŽIŽEK, S. (2004)
Violencia en acto. Buenos Aires, Paidós.
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Número 224 | fevereiro de 2023
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