Vivir es muy peligroso, aunque sea solo por un día
VIRGINIA
WOOLF
Las primeras representaciones del cuerpo
femenino están en las venus esteatopígicas – estatuillas de grandes caderas –, siendo
la más famosa la figura encontrada en el Valle de Willendorf, en las cercanías del
río Danubio, por el arqueólogo Josef Szombathy, en el año de 1908. Es una figura
neolítica, cuya datación oscila entre los 20000 y 25000 años. Sin lugar a dudas
es una escultura sacra puesto que representa la creación, y nos habla de un culto
a la mujer como dadora de vida. Es una figura de escasos 20 cm y recuerda el cuerpo
de una mujer desfigurado por múltiples embarazos.
En el período que va del 5000 al 3000
ac se encuentran unas representaciones a todas luces contemporáneas, me refiero
al arte cicládico; son figuras estilizadas y de una enorme belleza. No obstante,
la imagen sagrada de la mujer tenía los días contados.
En el 460 ac vemos a la Venus de Ludovisi;
hallada en 1887 en una villa italiana que lleva ese nombre. El Trono de Ludovisi
es una laja de mármol blanco en el que se observa a Afrodita Urania emergiendo del
mar, ayudada por las Horas, diosas del orden y de la justicia. La Venus representa
la Belleza, entendida como sabiduría divina; necesaria para guiar a los hombres
en la búsqueda de la verdad y en el desvelamiento de los misterios.
La Venus de Cnido (370-330 ac), de Praxiteles,
representa no sólo a la diosa sino a la hetaira Friné; famosa por su belleza y
por su espíritu libre, y por su devoción al amor y a la pasión. Friné es procesada
por impiedad y por haber violado los misterios eleusinos; posiblemente las dos grandes
transgresiones en el mundo griego; algo parecido a la acusación que le hicieron
a Sócrates. La
leyenda dice que el acusador era un antiguo amante que no aceptaba que ella lo hubiese
abandonado; en otras palabras, no soportaba que tanta belleza ya no le perteneciese.
El orador Hipérides hace una defensa bastante original. En vez de utilizar su famoso
verbo decide quitarle su túnica. Ante su desnudez los jueces entendieron que una
belleza así era un tributo a la diosa Afrodita. A lo mejor esa fue la verdadera
razón por la que no la condenaron a una muerte segura. Este episodio fue representado
por Jean-Léon Gérôme en su pintura Friné ante el areópago (1861). En realidad, yo prefiero pensar que en el momento
en que debe responder a sus jueces, muchos de los cuales eran sus propios clientes
–y asumiendo su propia defensa– decide quitarse el quitón. Cuando su cuerpo encandiló
los ojos, más que lascivos de los hombres que querían su cabeza, su batalla estaba
ganada; unánimente decidieron que tanta belleza, forzosamente, debía pertenecerles
a todos.
Para el siglo XV, cuando ya el cristianismo
– heredero de la misoginia de las culturas griega, latina y judía- se había instalado
en Occidente, el cuerpo de la mujer fue considerado pecado, culpa, hecatombe, pérdida
de la moral de los hombres de bien. Los artistas ya no sabían cómo pintar ni como
esculpir un cuerpo femenino. No es sino mirar la Dama en el Baño, de Jean Van Eyck
(1390-1441), para darnos cuenta de lo que pasaba en el arte. Obsérvese el desnudo
femenino y el desconocimiento de las proporciones humanas. Algo muy común durante
el Medioevo, ya que la influencia del cristianismo comenzaba a hacer verdaderos
estragos en todo lo concerniente a la ciencia y ante todo en lo concerniente a la
mujer.
El oscurantismo se había instalado y
el miedo a la mujer se convertía en la nueva doctrina.
Por fortuna llegó Sandro Boticelli con
El Nacimiento de Venus. Como todas las figuras de este gran pintor, Venus, teniendo
como modelo a Sandra Lippi –hija y hermana de los pintores Lippi–, aparece alargada,
aunque su cuerpo es proporcionado. No en vano, el pintor la realizó pintándola completamente
desnuda. Lo que revelaba un cambio sustancial en la historia del arte florentino
y el cual tendría una fuerte incidencia en el arte en general. Aún no había llegado
el terrible Savanarola, por lo que Florencia aún conocía cierta libertad de pensamiento
y de creación artística.
Con Eva Prima Pandora, del pintor Jean
Cousin (1522-1595), aparece el primer desnudo del Renacimiento francés (hacia 1550).
El brazo izquierdo de Eva Prima Pandora reposa sobre una calavera mientras que en
el derecho lleva una serpiente. Ya para entonces los modelos de Eva y Pandora, símbolos
de la mujer traidora, habían penetrado el imaginario colectivo. Con este cuadro
Cousin se propuso poner en guardia al hombre del siglo XVI contra todos los males
que, según él, representa la mujer; sobre todo si es bella. Según el pintor, la
mujer genera vida, pero también muerte, desolación y pecado. Es esta idea que prevalecerá
en los siglos siguientes.
Pero no era algo nuevo.
Desde los siglos XII y XIII se había
venido rescatando el antiguo Derecho Romano; misógino por excelencia. Las escuelas
de niñas habían desaparecido y los monasterios de mujeres pasaron a ser de clausura;
mientras que los masculinos seguían siendo centros de educación y cultura e incluso
sus monjes podían llevar una vida social y sexual activa; no es sino pensar en el
Avignon de los Papas para corroborar esta idea. Cabe recordar que el celibato para
los hombres de la Iglesia solo se comienza a implementar precisamente en el siglo
XIII. Los curas tenían mujer e hijos y vivían con ellos dentro de los recintos clericales;
como es el caso de la Îsle de la Cité en París o la ciudadela de Laon (Francia).
Y si además se lee Los reyes malditos, de Maurice Druon, se podrá tener una visión
mucho más acertada de la homosexualidad de los grandes prelados de la Iglesia; lo
que corrobora que lo que tanto han condenado desde hace siglos en realidad ha sido
una práctica común dentro de su seno.
A partir del siglo XVI se observa un
cambio en la educación de las mujeres, especialmente en los países escandinavos,
donde la Iglesia Luterana había hecho un gran esfuerzo para que en todos los hogares
se pudiese leer La Biblia; en el resto de Europa la mujer pudo aprender a leer y
a escribir un poco más tarde. Este privilegio estaba reservado a las clases nobles
y burguesas. Sin embargo, en la educación de las mujeres se privilegiaba la lectura
de La Biblia, el libro de oraciones y la interpretación del piano; como es el caso
específico de España.
En las colonias españolas, ubicadas
en el territorio del Nuevo Mundo, estaba prohibido importar libros de literatura
no religiosa. Y en los Estados Unidos estaba prohibido enseñar a leer y escribir
a los esclavos; el que supiera hacerlo podía pagarlo con su vida si llegaba a ser
descubierto; situación que no difería mucho en la América Hispana.
Por su parte, Francia, desde 1627, con Mme. de Rambouillet a la cabeza, había iniciado
los salones literarios y el arte de la conversación; lo que el mundo conocería más
tarde como El círculo de las Preciosas o de las Mundanas, círculo que dio origen
a la Ilustración Francesa; y que Benedetta Craveri desarrolla muy bien en su prodigioso
libro La cultura de la conversación (en las editoriales FCE y Siruela). Estas maravillosas
mujeres solían realizar estas tertulias en sus propias habitaciones, es decir en
el mismo lugar donde dormían y amaban; aunque no hay que olvidar que eran sólo una
ínfima minoría. La gran mayoría de las mujeres seguía sin saber leer ni escribir.
La educación les estaba negada; y además consideraban que la lectura era nociva
para el cuerpo y para el alma y que sólo las conducía a su propia perdición; léase
condenación eterna. El cánon de belleza de las mujeres estaba regido por las curvas
generosas; para ello puede verse el cuadro Las tres gracias de Rubens (1577-1640).
Nada que ver con el cánon contemporáneo de mujeres escuálidas y cuasi cadavéricas
que nos legó en los años 60 la modelo Twiggy.
En el siglo XVIII el libro había ganado
un lugar importante en la vida parisina y de provincia. Las mujeres salían a pasear
con un libro en la mano, o exigían tiempo para dedicarle a la lectura. François
Boucher (1703-1770) y Fragonard (1732-1806), entre otros, entendieron este cambio
social y lo llevaron a los lienzos en obras de una gran belleza como Madame de Pompadour (1756) o La lectora (1770).
La lectora de Fragonard
SIN UN CUARTO PROPIO
El drama de muchas escritoras:
Heinzmann, un librero suizo del siglo
XIX, consideraba que después de la Revolución Francesa, la manía de leer novelas
era la segunda plaga de la época. Incluso, algunos intelectuales racionalistas consideraban
que la lectura dañaba a la sociedad. Años antes, en 1791, el pedagogo Karl G. Bauer
escribía:
“La falta total de movimiento corporal
en el momento de la lectura, unida a las diversas ideas y sensaciones violentas
que emanan de ella, no pueden sino conducir a la somnolencia, al atascamiento, a
la inflamación del vientre y a la oclusión intestinal; produciendo una incidencia
real, como ya se sabe, en la salud sexual de uno u otro género, pero sobre todo
en el género femenino”.
Ramón Casas i Carbó (1866-1932)
en su cuadro titulado “La Madeleine”, también conocido
con el nombre de “El Molino de la Galette” (1892), representó
de manera magistral el tema de la soledad. La modelo se llamaba Madeleine Boisguillaume
y había también posado para ese gran pintor de los desheredados, del pueblo trabajador,
de las prostitutas del París de finales del siglo XIX; me refiero a Henry de Toulouse-Lautrec
(1864-1901). En dicha pintura observamos a una hermosa mujer sentada en el bar del
Moulin de la Galette, en Montmartre. La acompañan un vaso de cerveza y un cigarro.
Su mirada refleja una tristeza profunda, como si a pesar de su escasa edad hubiese
recorrido siglos de pesadumbre y abandono; como si ese pasado solitario y doloroso
le impidiera algún día ver la luz. La Madeleine, me hace
pensar en esa otra obra de arte extraordinaria El ajenjo (1876) de Edgard
Degas (1834-1917).
En El ajenjo, si bien la mujer
está acompañada por un hombre, el espectador es testigo de la profunda incomunicación
que hay entre ellos dos; la mujer está ineluctablemente sola, como La Madeleine
de Ramón Casas i Carbó. Y si bien el cuadro de La Madeleine es una verdadera obra
de arte, vale la pena tener en cuenta que Casas i Carbó era un gran misógino. En
“Una joven decadente” (1899) se observa a una mujer con un libro en la mano, cuya
lectura la ha dejado exhausta. En este caso el artista hacía eco de los postulados
machistas que estaban en boga y que trataban de impedir a cualquier precio la instrucción
de las mujeres.
Por su parte, Charlotte Brönte (1816-1855)
nos relata su vida y la de sus hermanas: muy similar a la vida de Jane Austen: “Vivíamos
en un lugar alejado donde la educación había hecho pocos progresos y donde, en consecuencia,
no había ninguna tentación de buscar un trato social fuera de nuestro círculo familiar;
dependíamos por completo de nosotras mismas, y de los libros de estudio, en lo que
toca a los placeres y las ocupaciones de la vida”.
Y llegamos a Virginia Woolf quien entendió
muy bien el drama de no tener un cuarto propio. Para referirme a esta gran autora
voy a transcribir algunos apartes de mi ensayo poético titulado Náufraga Perpetua
(Premio Especial fuera de concurso Ediciones Embalaje. Encuentro de Mujeres Poetas
del Museo Rayo 2010), hélos aquí:
LEONARD
“una
ola que te arrastra consigo, te levanta y luego te deposita, de golpe, allí en la
playa”. [1]
He besado a un hombre muerto.
He besado a un hombre muerto.
He besado a un hombre muerto.
Mi vida es un fracaso,
y sin llegar jamás
a ser una verdadera escritora.
Mi libro, repleto de frases, ha caído al suelo. Está debajo de
la mesa para que la mujer que hace la limpieza lo barra en busca de trocitos de
papel… estrujados… entre los desperdicios que deben ser barridos. [2]
Llegué al borde del charco. No podía cruzarlo. La identidad me
falló. Nada somos, me dije, y caí. Como una pluma me levantó el viento y fui impulsada
a lo largo de túneles. [3]
VITA-ORLANDO
…más le (me) habría valido…nunca haber contestado esa voz, nunca
haber seguido la luz de esos ojos. [4]
Huyo del amor, prisión sin salida.
Sus cadenas destrozan mis muñecas,
me sumergen en el horror.
Antes que permitir que Orlando despierte, lo helaré hasta los
huesos. [5]
Cada verso que agregaba borraba otro… era como si a fuerza de
escribirlo, el poema se fuera convirtiendo en un poema en blanco. [6]
HIGH
PARK GATE
Las historias en las que se cuenta el vivir de la gente en la
intimidad son difíciles. [7]
Ambiente equívoco
que obliga a ser sordos y ciegos,
que ahoga y oprime.
En esos días nada era claro… Como penetraban en el fondo de mí
misma, las cosas imposibles de decir en voz alta. [8]
“Nunca se vio a nadie tan triste. Amarga y negra, a medio camino
de ese descenso que emprende la saeta desde la luz del sol a los abismos, tal vez
se formó una lágrima en plena oscuridad; cayó, las aguas se rizaron, la recibieron
y se volvieron a aquietar. Nunca se vio a nadie tan triste”. [11]
Aún hoy tiemblo de rabia, de cólera, de vergüenza.
Pero son ellos quienes deberían avergonzarse.
La casa ya no es refugio,
es una cueva de monstruos,
de hombres de otras eras,
de otros mundos,
de otras dimensiones.
Guarida de lobos hambrientos,
manada de hienas
esperando el banquete,
la carroña.
La humedad comenzó a meterse en las casas; la humedad, el enemigo
más insidioso, porque si al sol lo podemos excluir con persianas y a la helada con
un buen fuego, la humedad penetra mientras dormimos; la humedad es callada, ubicua,
invisible. [12]
….
Escribo
“La terrible tragedia de la marea de los patos”,
“las aguas furiosas
de la marea de los patos se elevaron furiosas, se abrieron y se cerraron… El cadáver
de quien escribe puede testimoniar que su primera impulsión, al emerger de la tumba
acuosa, una vez cerca de la rivera, fue de caer de nuevo en su seno de lodo”.
ATRAVIESO EL ESPEJO
Me parece increíble que no sea una gran poeta. ¿Qué era si no
poesía, lo que anoche escribí? ¿Acaso soy demasiado fácil, demasiado rápido? No
lo sé. A veces no me conozco, o no sé medir, nombrar y contar los elementos en cuyos
méritos soy quien soy. [13]
IN MEMORIAN
Me siento a la vera del lecho de mujeres agonizantes
que murmuran sus últimos terrores y me cogen la mano. [14]
(21 de enero de
1941, Harper’s Bazaar me devuelve mi historia -The legacy- y el libro titulado
Ellen Terry que me había solicitado. Diez meses antes era Leonard quien se
había vuelto contra mí, furioso, al considerar que lo que estaba escribiendo no
tenía ningún valor. No obstante, he trabajado como si hubiese sido condenada a remar
en las galeras).
El horror por los intersticios de la ventana.
Las voces están de regreso.
Mi mano tiembla, como la de Leonard.
La soledad infinita me roe los huesos
me funde la médula, me hiela la sangre.
Esta cuchilla del desespero no será capaz de engullirme,
lo juro. [15]
La depresión saca su espada y yo batallo inerme
contra ella.
Me niega una nueva primavera.
“de la misma manera que el marinero ve, no sin cierto tedio,
como el viento vuelve a henchir su vela pero no siente el deseo de irse otra vez,
y piensa que si el barco se hundiera, bajaría con él girando y girando hasta encontrar
descanso en el fondo del mar.” [16]
Leonard me vigila como a un perro cancerbero
entrenado para la caza.
Regresé muy penosamente, volviendo al interior de
mi cuerpo por el gris y cadavérico espacio del charco. [18]
-Si los muros protectores se derrumban, sólo
me queda por decir: ¡Pobre de mí!-
(20 de marzo de 1941: Nessa me visita. Su
inquietud no pasa desapercibida. Escribo :-“El horror está de regreso”. [19]
Mi camino a la locura tiene una sola dirección. No hay marcha atrás. Recuerdo el viaje a Italia que hice años antes con Nessa,
Adrian y Thoby. En la fuente de los deseos, de la Piazza Navona, lancé una moneda
y pedí un deseo: que las aguas calmas me den abrigo. Me
despierto en Monk’s House -en la región del Sussex- cerca al río Ouse.
Para
llegar hasta allí es necesario atravesar un pequeño cementerio e imagino que Leonard
no sabe, o no quiere acordarse, que se parece al cementerio ubicado detrás de la
Alcaldía donde nos casamos 29 años antes. Como tampoco quiere acordarse que es allí
donde los desesperados del pueblo desaparecen. Recuerdo a Laura y me doy cuenta
que no era ella la Dama del Lago, sino yo; me costó una vida entera el saberlo.
Pienso en Ofelia, sólo que yo no llevaré una corona de flores atada a mi cuello,
sólo algunos guijarros en el fondo de mis bolsillos. Un final menos romántico que
el imaginado por Shakespeare, pero más acorde con el tiempo que vivimos.
He aquí mi historia, la historia de la miseria
humana.
ANOTACIONES FINALES
Soy
consciente que Virginia Woolf tuvo momentos de felicidad conyugal, y que Leonard
Woolf tuvo una influencia enorme en el trabajo por ella desarrollado, quise mostrar
una faceta diferente a la que normalmente se ha descrito en sus biografías.
Virginia Woolf fue una mujer atormentada en todos los aspectos y al mismo tiempo
poesía una gran lucidez a la hora de escribir; poseía una fuerza avasalladora, como
pocos autores la han tenido; lo que no me lleva a desconocer sus crísis mentales.
Estudios contemporáneos, sobre la supuesta locura de Virginia Woolf, han tratado
de demostrar que padecía un trastorno bipolar, más conocido como psicosis maniaco
depresiva. E incluso hay un estudio titulado The Unknown Virginia Woolf, al que hace referencia Martha Robles, en
su libro Mujeres del siglo XX, investigación
realizada por Roger Pool, en el cual se afirma que la autora en cuestión poseía
“una poderosa mentalidad andrógina en acción”, aunque sin posibilidades de síntesis:
mezcla de racionalidad, intuición y sensibilidad a lo natural y lo bello como era
común que lo reflejara en sus caracteres femeninos. La dominó el miedo a asumir
lo que, con base en el prejuicio, más aún en su sociedad victoriana, se consideraba
“mente masculina”; como ella misma lo caracterizaría en Orlando (1928), su obra
maestra.” [20] Y más adelante Martha Robles afirma que su supuesta “locura”
en realidad se trataba de una catástrofe de identidad y situación frente a su ímpetu
creador. Lejos de someterla a curas de reposo, vasos de leche, exámenes médicos
y recetas absurdas, su espíritu demandaba enfrentamientos con la verdad, su verdad,
situada en la ruta de preocupaciones tales como la sensación de desconocimiento
de su propio cuerpo, que tanto la inquietara, o desajustes existenciales que dividieron
el cauce racional de sus sentimientos”.
[21]
Para nadie es
un secreto que la psiquiatría y el psicoanálisis son disciplinas de estudio muy
jóvenes, y que en la época de Virginia Woolf, sobre todo en su infancia, adolescencia
y juventud, poco o nada se sabía del funcionamiento neurológico, de sus trastornos
y de su farmacopea y tratamientos adecuados. Podría decirse que Virginia Woolf,
de haber nacido 50 o 60 años después, habría sido considerada por los críticos y
biógrafos de una manera muy distinta. No obstante, es importante recordar que tanto
ella como su marido fueron los primeros en publicar la obra de Sigmund Freud.
Hay también hay
otro aspecto que es importante resaltar. Laura, su media hermana (La Dama del lago,
como la llamaban en su casa), era considerada por su propio padre como una discapacitada
mental. Laura era hija del primer matrimonio de Leslie Stephen, y si bien él trató
durante años de enseñarle a leer y escribir con métodos que no hacían sino aterrorizarla,
terminó por rendirse a la evidencia que su hija necesitaba una ayuda que él no estaba
en condiciones de proporcionarle; así que terminó por internarla en un hospital
que debía parecerse más a lo que comúnmente conocemos como manicomio que a un hospital
psiquiátrico. Y si me refiero a Laura, es para tener en cuenta que posiblemente
algún trastorno mental podría haber estado en los genes de la familia Stephen, y
haberse manifestado también en Virginia.
Por otra parte,
Virginia fue una transgresora que iba en contra de los postulados morales y religiosos
de la sociedad de su tiempo. Fue una creadora inmensa, cuya inteligencia rayaba
en la genialidad, y poseedora de una gran erudición; elementos que no tenían nada
que ver con sus antecesoras, ni siquiera con muchos de sus homólogos masculinos
que sí habían tenido la fortuna de haber ido a la universidad. Virginia Woolf marcó
un hito en la historia de la literatura universal, rompió con los cánones decimonónicos
y abrió una nueva senda, la del monólogo interior; sin olvidar que indagó sobre
los problemas metafísicos que siempre han inquietado a los grandes pensadores.
Quisiera traer
a colación a Julia Stephen, la madre de Virginia Woolf, poseedora de una belleza
que en su tiempo llegó a ser legendaria, lo que la llevó incluso a ser modelo de
algunos pintores prerrafaelistas, entre ellos Edward Burne-Jones. No hay que olvidar
que el máximo representante de dicha hermandad era el gran pintor Millais; el mismo
que realizó el cuadro de Ofelia flotando en las aguas. La belleza de la madre fue
heredada por sus hijas, incluso en su juventud eran invitadas a todas las recepciones
sociales, no por la inteligencia y la cultura que las caracterizaba, sino por el
físico que hacía suspirar a los hombres que frecuentaban los salones de la época.
Para terminar,
sólo me resta recordar que el matrimonio de Virginia Stephen y Leonard Woolf, fue
“arreglado” por Lytton Strachey. Virginia anhelaba, como muchas mujeres de su tiempo,
tener un marido e hijos; aunque ningún hombre se atrevía a proponérselo. Sólo Lytton
osó hacerlo, pero no con mucho entusiasmo, dado que sus verdaderos intereses, sexuales
y afectivos, estaban destinados a su mismo género. Lytton pensó entonces que el
mejor candidato era Leonard y así se lo comunicó. El único problema es que él se
encontraba a varios miles de kilómetros de distancia, trabajando como funcionario
de la corona británica, en una de sus colonias, Ceylán (actual Sri Lanka). Lytton
conocía el descontento de Leonard con el trabajo, a pesar de haber recibido todos
los honores correspondientes por su notable desempeño. Es así como, vía epistolar,
decidieron que una vez Leonard obtuviera su permiso para regresar a Inglaterra,
se casaría con Virginia. Incluso la primera idea que tuvo era casarse con Vanessa,
a quien consideraba la más hermosa de las dos, aunque tuvo que renunciar a sus planes
cuando se enteró que ella había contraído matrimonio con Clive Bell. A su regreso
a Inglaterra, a mediados de 1911, se instaló en la casa que Virginia compartía con
su hermano Adrián y sus dos amantes, Duncan Grant y Maynard Keynes. Seis meses después,
en enero de 1912, Leonard le pidió a Virginia que se casara con él. Virginia dudó
y entró en una etapa crítica; al punto de haberse tenido que internar en un hospital
psiquiátrico. Leonard la visitaba poco y Virginia en una de sus cartas le escribió:
“Usted no me atrae físicamente. El otro día, cuando me besó, yo sentí lo mismo
que si hubiera sido una roca la que me hubiera besado”. [22]
No obstante, a la salida del hospital Leonard y Virginia contrajeron matrimonio.
Ella pasaría tres años enferma. No hay que olvidar que Leonard Woolf era lo que
hoy se denominaría como un trepador social. Su alianza matrimonial con Virginia
Stephen le aseguraba un lugar en la sociedad londinense que de otra forma le hubiese
sido vedado.
*1. Apartes de la conferencia VIRGINIA
EMERGIENDO DE LAS AGUAS dictada en el Encuentro de Mujeres Poetas de Roldanillo
en el 2011 y en el Encuentro Internacional de mujeres Poetas en Panamá en el 2012.
NOTAS
1. V. Woolf. Al faro, Ediciones Orbis S.A., 1988.
2. V. Woolf, Las olas, Id.
3. V. Woolf, Las olas, Ibid.
4. V. Woolf, Orlando. La primera traducción que se hizo del Orlando a la
lengua castellana, fue realizada por Jorge Luis Borges.
5. V. Woolf, Orlando, Id.
6. V. Woolf, Orlando, Ibid.
7. V. Woolf, Las olas, Ibid.
8.
V. Woolf. Journal - Citada por Viviane Forrester, Op. Cit.
9. Stella, al
igual que Georges y Gerald, era hija del primer matrimonio de Julia Stephen, la
progenitora de Virginia Woolf.
10. Idem.
11. V. Woolf, Al faro, Op. Cit.
12. V. Woolf, Orlando, Id.
13. V. Woolf,
Las olas, Ibid.
14. V. Woolf,
Las olas, Ibid.
15. V. Woolf, Journal intégral 1915-1941.
16. V. Wool, Al faro.
17. Leonard había
trabajado por espacio de tres años en Ceylán (Sri Lanka), como funcionario de la
corona británica. Allí aprendió las lenguas cingalesa y tamil (la primera es indoaria
y la segunda drávida); cuya característica común es la utilización del alfabeto
brahmí.
18. V. Woolf, Las olas.
19. V. Woolf, Journal intégral.
20. Martha Robles.
Mujeres del siglo XX. Fondo de Cultura Económica. 2005.
21. Martha Robles.
Op. Cit.
22. Viviane Forrester, Op. Cit.
Agulha Revista de Cultura
Número 226 | março de 2023
Artista convidada: Christiane Boumeester (Indonésia, 1904-1971)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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