sábado, 25 de março de 2023

BERTA LUCÍA ESTRADA | Virginia Woolf emergiendo de las aguas

 

Vivir es muy peligroso, aunque sea solo por un día

VIRGINIA WOOLF

 

El cuerpo de la mujer ha sido un campo de batalla desde hace más de dos mil años. Nos han impuesto cánones que hemos debido seguir aún en contra de nuestros propios deseos e intereses, pero no siempre fue así. Hubo una época, de milenios, en que la mujer fue considerada una diosa, y su cuerpo un objeto sagrado. Al menos ésto es lo que podemos corroborar cuando hacemos un viaje a través del tiempo. Me refiero al legado de la historia del arte y de sus Venus.

Las primeras representaciones del cuerpo femenino están en las venus esteatopígicas – estatuillas de grandes caderas –, siendo la más famosa la figura encontrada en el Valle de Willendorf, en las cercanías del río Danubio, por el arqueólogo Josef Szombathy, en el año de 1908. Es una figura neolítica, cuya datación oscila entre los 20000 y 25000 años. Sin lugar a dudas es una escultura sacra puesto que representa la creación, y nos habla de un culto a la mujer como dadora de vida. Es una figura de escasos 20 cm y recuerda el cuerpo de una mujer desfigurado por múltiples embarazos.

En el período que va del 5000 al 3000 ac se encuentran unas representaciones a todas luces contemporáneas, me refiero al arte cicládico; son figuras estilizadas y de una enorme belleza. No obstante, la imagen sagrada de la mujer tenía los días contados.

En el 460 ac vemos a la Venus de Ludovisi; hallada en 1887 en una villa italiana que lleva ese nombre. El Trono de Ludovisi es una laja de mármol blanco en el que se observa a Afrodita Urania emergiendo del mar, ayudada por las Horas, diosas del orden y de la justicia. La Venus representa la Belleza, entendida como sabiduría divina; necesaria para guiar a los hombres en la búsqueda de la verdad y en el desvelamiento de los misterios.

La Venus de Cnido (370-330 ac), de Praxiteles, representa no sólo a la diosa sino a la hetaira Friné; famosa por su belleza y por su espíritu libre, y por su devoción al amor y a la pasión. Friné es procesada por impiedad y por haber violado los misterios eleusinos; posiblemente las dos grandes transgresiones en el mundo griego; algo parecido a la acusación que le hicieron a Sócrates. La leyenda dice que el acusador era un antiguo amante que no aceptaba que ella lo hubiese abandonado; en otras palabras, no soportaba que tanta belleza ya no le perteneciese. El orador Hipérides hace una defensa bastante original. En vez de utilizar su famoso verbo decide quitarle su túnica. Ante su desnudez los jueces entendieron que una belleza así era un tributo a la diosa Afrodita. A lo mejor esa fue la verdadera razón por la que no la condenaron a una muerte segura. Este episodio fue representado por Jean-Léon Gérôme en su pintura Friné ante el areópago (1861). En realidad, yo prefiero pensar que en el momento en que debe responder a sus jueces, muchos de los cuales eran sus propios clientes –y asumiendo su propia defensa– decide quitarse el quitón. Cuando su cuerpo encandiló los ojos, más que lascivos de los hombres que querían su cabeza, su batalla estaba ganada; unánimente decidieron que tanta belleza, forzosamente, debía pertenecerles a todos.

Para el siglo XV, cuando ya el cristianismo – heredero de la misoginia de las culturas griega, latina y judía- se había instalado en Occidente, el cuerpo de la mujer fue considerado pecado, culpa, hecatombe, pérdida de la moral de los hombres de bien. Los artistas ya no sabían cómo pintar ni como esculpir un cuerpo femenino. No es sino mirar la Dama en el Baño, de Jean Van Eyck (1390-1441), para darnos cuenta de lo que pasaba en el arte. Obsérvese el desnudo femenino y el desconocimiento de las proporciones humanas. Algo muy común durante el Medioevo, ya que la influencia del cristianismo comenzaba a hacer verdaderos estragos en todo lo concerniente a la ciencia y ante todo en lo concerniente a la mujer.

El oscurantismo se había instalado y el miedo a la mujer se convertía en la nueva doctrina.

Por fortuna llegó Sandro Boticelli con El Nacimiento de Venus. Como todas las figuras de este gran pintor, Venus, teniendo como modelo a Sandra Lippi –hija y hermana de los pintores Lippi–, aparece alargada, aunque su cuerpo es proporcionado. No en vano, el pintor la realizó pintándola completamente desnuda. Lo que revelaba un cambio sustancial en la historia del arte florentino y el cual tendría una fuerte incidencia en el arte en general. Aún no había llegado el terrible Savanarola, por lo que Florencia aún conocía cierta libertad de pensamiento y de creación artística.

Con Eva Prima Pandora, del pintor Jean Cousin (1522-1595), aparece el primer desnudo del Renacimiento francés (hacia 1550). El brazo izquierdo de Eva Prima Pandora reposa sobre una calavera mientras que en el derecho lleva una serpiente. Ya para entonces los modelos de Eva y Pandora, símbolos de la mujer traidora, habían penetrado el imaginario colectivo. Con este cuadro Cousin se propuso poner en guardia al hombre del siglo XVI contra todos los males que, según él, representa la mujer; sobre todo si es bella. Según el pintor, la mujer genera vida, pero también muerte, desolación y pecado. Es esta idea que prevalecerá en los siglos siguientes.

Pero no era algo nuevo.

Desde los siglos XII y XIII se había venido rescatando el antiguo Derecho Romano; misógino por excelencia. Las escuelas de niñas habían desaparecido y los monasterios de mujeres pasaron a ser de clausura; mientras que los masculinos seguían siendo centros de educación y cultura e incluso sus monjes podían llevar una vida social y sexual activa; no es sino pensar en el Avignon de los Papas para corroborar esta idea. Cabe recordar que el celibato para los hombres de la Iglesia solo se comienza a implementar precisamente en el siglo XIII. Los curas tenían mujer e hijos y vivían con ellos dentro de los recintos clericales; como es el caso de la Îsle de la Cité en París o la ciudadela de Laon (Francia). Y si además se lee Los reyes malditos, de Maurice Druon, se podrá tener una visión mucho más acertada de la homosexualidad de los grandes prelados de la Iglesia; lo que corrobora que lo que tanto han condenado desde hace siglos en realidad ha sido una práctica común dentro de su seno.

A partir del siglo XVI se observa un cambio en la educación de las mujeres, especialmente en los países escandinavos, donde la Iglesia Luterana había hecho un gran esfuerzo para que en todos los hogares se pudiese leer La Biblia; en el resto de Europa la mujer pudo aprender a leer y a escribir un poco más tarde. Este privilegio estaba reservado a las clases nobles y burguesas. Sin embargo, en la educación de las mujeres se privilegiaba la lectura de La Biblia, el libro de oraciones y la interpretación del piano; como es el caso específico de España.

En las colonias españolas, ubicadas en el territorio del Nuevo Mundo, estaba prohibido importar libros de literatura no religiosa. Y en los Estados Unidos estaba prohibido enseñar a leer y escribir a los esclavos; el que supiera hacerlo podía pagarlo con su vida si llegaba a ser descubierto; situación que no difería mucho en la América Hispana.
Por su parte, Francia, desde 1627, con Mme. de Rambouillet a la cabeza, había iniciado los salones literarios y el arte de la conversación; lo que el mundo conocería más tarde como El círculo de las Preciosas o de las Mundanas, círculo que dio origen a la Ilustración Francesa; y que Benedetta Craveri desarrolla muy bien en su prodigioso libro La cultura de la conversación (en las editoriales FCE y Siruela). Estas maravillosas mujeres solían realizar estas tertulias en sus propias habitaciones, es decir en el mismo lugar donde dormían y amaban; aunque no hay que olvidar que eran sólo una ínfima minoría. La gran mayoría de las mujeres seguía sin saber leer ni escribir. La educación les estaba negada; y además consideraban que la lectura era nociva para el cuerpo y para el alma y que sólo las conducía a su propia perdición; léase condenación eterna. El cánon de belleza de las mujeres estaba regido por las curvas generosas; para ello puede verse el cuadro Las tres gracias de Rubens (1577-1640). Nada que ver con el cánon contemporáneo de mujeres escuálidas y cuasi cadavéricas que nos legó en los años 60 la modelo Twiggy.

En el siglo XVIII el libro había ganado un lugar importante en la vida parisina y de provincia. Las mujeres salían a pasear con un libro en la mano, o exigían tiempo para dedicarle a la lectura. François Boucher (1703-1770) y Fragonard (1732-1806), entre otros, entendieron este cambio social y lo llevaron a los lienzos en obras de una gran belleza como Madame de Pompadour (1756) o La lectora (1770).


La lectora de Fragonard


Como el libro comenzó a ganar un lugar importante, y la lectura se hacía cada vez más popular, los hombres
comenzaron a inquietarse por este fenómeno, al que llamaban “la furia de la lectura”, fenómeno que amenazaba con salirse de sus manos; lo que significaba perder el poder ancestral que siempre habían tenido sobre las mujeres. Así que los ríos de tinta no se hicieron esperar, con el único fin de luchar contra lo que se consideraba una verdadera pandemia. Las primeras teorías de la importancia de “una lectura dirigida”, aparecen con el fin de hacer énfasis en la educación católica y todo lo que pudiese interpretarse como virtud femenina: sumisión, obediencia, recato, silencio, prudencia. Virtudes netamente marianas y que tanto daño nos han hecho a las mujeres occidentales. Es decir, todos los elementos que le garantizan al hombre el control absoluto de la mujer; pero ante todo, que no quebranten el orden establecido por ellos.

 

SIN UN CUARTO PROPIO

El drama de muchas escritoras:

Heinzmann, un librero suizo del siglo XIX, consideraba que después de la Revolución Francesa, la manía de leer novelas era la segunda plaga de la época. Incluso, algunos intelectuales racionalistas consideraban que la lectura dañaba a la sociedad. Años antes, en 1791, el pedagogo Karl G. Bauer escribía:

“La falta total de movimiento corporal en el momento de la lectura, unida a las diversas ideas y sensaciones violentas que emanan de ella, no pueden sino conducir a la somnolencia, al atascamiento, a la inflamación del vientre y a la oclusión intestinal; produciendo una incidencia real, como ya se sabe, en la salud sexual de uno u otro género, pero sobre todo en el género femenino”.

Ramón Casas i Carbó (1866-1932) en su cuadro titulado “La Madeleine”, también conocido con el nombre de “El Molino de la Galette” (1892), representó de manera magistral el tema de la soledad. La modelo se llamaba Madeleine Boisguillaume y había también posado para ese gran pintor de los desheredados, del pueblo trabajador, de las prostitutas del París de finales del siglo XIX; me refiero a Henry de Toulouse-Lautrec (1864-1901). En dicha pintura observamos a una hermosa mujer sentada en el bar del Moulin de la Galette, en Montmartre. La acompañan un vaso de cerveza y un cigarro. Su mirada refleja una tristeza profunda, como si a pesar de su escasa edad hubiese recorrido siglos de pesadumbre y abandono; como si ese pasado solitario y doloroso le impidiera algún día ver la luz. La Madeleine, me hace pensar en esa otra obra de arte extraordinaria El ajenjo (1876) de Edgard Degas (1834-1917).

En El ajenjo, si bien la mujer está acompañada por un hombre, el espectador es testigo de la profunda incomunicación que hay entre ellos dos; la mujer está ineluctablemente sola, como La Madeleine de Ramón Casas i Carbó. Y si bien el cuadro de La Madeleine es una verdadera obra de arte, vale la pena tener en cuenta que Casas i Carbó era un gran misógino. En “Una joven decadente” (1899) se observa a una mujer con un libro en la mano, cuya lectura la ha dejado exhausta. En este caso el artista hacía eco de los postulados machistas que estaban en boga y que trataban de impedir a cualquier precio la instrucción de las mujeres.

Por su parte, Charlotte Brönte (1816-1855) nos relata su vida y la de sus hermanas: muy similar a la vida de Jane Austen: “Vivíamos en un lugar alejado donde la educación había hecho pocos progresos y donde, en consecuencia, no había ninguna tentación de buscar un trato social fuera de nuestro círculo familiar; dependíamos por completo de nosotras mismas, y de los libros de estudio, en lo que toca a los placeres y las ocupaciones de la vida”.

Y llegamos a Virginia Woolf quien entendió muy bien el drama de no tener un cuarto propio. Para referirme a esta gran autora voy a transcribir algunos apartes de mi ensayo poético titulado Náufraga Perpetua (Premio Especial fuera de concurso Ediciones Embalaje. Encuentro de Mujeres Poetas del Museo Rayo 2010), hélos aquí:

 

LEONARD

He perdido mi barco.
El timonel está hecho trizas,
la quilla tiene inmensas grietas,
la arena se lo traga poco a poco.

“una ola que te arrastra consigo, te levanta y luego te deposita, de golpe, allí en la playa”. [1]

Estoy en el límite de mí misma,
en la frontera de lo desconocido,
en el delirio de la nada;
como si abrazase un cadáver,
el contacto de mis labios con sus labios
produce el más violento de los tumores.

He besado a un hombre muerto.
He besado a un hombre muerto.
He besado a un hombre muerto.

He aquí mi letanía.

Estoy devastada, presa en mí misma.
De nuevo me dirijo al Ouse, deambulo hacia la nada.
Me alejo de una existencia hueca
.

Atrás quedará la violencia, de la guerra, los aviones, las bombas,
el ruido infernal, las llamas, el hambre,
la pesadilla de sentirme viva siendo un cadáver.

Mi vida es un fracaso,
y sin llegar jamás
a ser una verdadera escritora.

Mi libro, repleto de frases, ha caído al suelo. Está debajo de la mesa para que la mujer que hace la limpieza lo barra en busca de trocitos de papel… estrujados… entre los desperdicios que deben ser barridos. [2]

Poseída por mil demonios,
termino en cavernas habitadas por murciélagos;
allí donde los astros no llegan.

Llegué al borde del charco. No podía cruzarlo. La identidad me falló. Nada somos, me dije, y caí. Como una pluma me levantó el viento y fui impulsada a lo largo de túneles. [3]

 

VITA-ORLANDO

…más le (me) habría valido…nunca haber contestado esa voz, nunca haber seguido la luz de esos ojos. [4]

Huyo del amor, prisión sin salida.
Sus cadenas destrozan mis muñecas,
me sumergen en el horror.

Antes que permitir que Orlando despierte, lo helaré hasta los huesos. [5]

Su olvido me cubrirá la faz como delicado velo.
En vano le escribiré poemas, la hoja siempre estará limpia.

Cada verso que agregaba borraba otro… era como si a fuerza de escribirlo, el poema se fuera convirtiendo en un poema en blanco. [6]

Oculta tras la niebla espesa,
con la humedad adherida a mi cuerpo,
me hago a un lado del camino,
 la-lo veo seguir su propio destino,
reír con otros amores,
gozar en otras camas,
llorar otras desventuras.

Y yo, Virginia, iré lo más lejos que pueda.
Allí donde me conduzca el camino de niebla
-aunque mis pies se hayan quedado incrustados al lado de su cama-.
Yo, Virginia,
iré detrás del último soplo de vida, allí donde
anidan mis sueños, al encuentro del fin.

 

HIGH PARK GATE

Las historias en las que se cuenta el vivir de la gente en la intimidad son difíciles. [7]

Fuera de la biblioteca, toda la casa es un infierno,
una trampa para gacelas indefensas.
El aire que se respira está envenenado.
La atmósfera huele a incesto.

Ambiente equívoco
que obliga a ser sordos y ciegos,
que ahoga y oprime
.

En esos días nada era claro… Como penetraban en el fondo de mí misma, las cosas imposibles de decir en voz alta. [8]

Mi padre –el gran Leslie Stephen-
el filósofo, el intelectual, anda enamorado de Stella [9] –mi media hermana-.
Le escribe cartas y la cela como un adolescente.
(Mi padre escribe que sólo espera de ella “un abandono y una sumisión total”. [10] Stella le recuerda a mi madre, su “Amada Julia”).

Clima malsano que atrapa sentidos, vidas.
Damos vueltas en redondo.
No hay salida posible.
Los puentes se han elevado,
las puertas están cerradas con cerrojo;
y nosotras - las mujeres de la casa-,
no tenemos la llave,
Los héroes de la infancia
nos han abandonado.

“Nunca se vio a nadie tan triste. Amarga y negra, a medio camino de ese descenso que emprende la saeta desde la luz del sol a los abismos, tal vez se formó una lágrima en plena oscuridad; cayó, las aguas se rizaron, la recibieron y se volvieron a aquietar. Nunca se vio a nadie tan triste”. [11]

Nessa y yo no podemos escapar
a las visitas nocturnas de George.
Como tampoco pudimos escapar doce años antes,
a las de Gerald, el otro medio hermano.

Aún hoy tiemblo de rabia, de cólera, de vergüenza.
Pero son ellos quienes deberían avergonzarse.

La casa ya no es refugio,
es una cueva de monstruos,
de hombres de otras eras,
de otros mundos,
de otras dimensiones.

Guarida de lobos hambrientos,
manada de hienas
esperando el banquete,
la carroña.

La humedad comenzó a meterse en las casas; la humedad, el enemigo más insidioso, porque si al sol lo podemos excluir con persianas y a la helada con un buen fuego, la humedad penetra mientras dormimos; la humedad es callada, ubicua, invisible. [12]

….

Escribo

“La terrible tragedia de la marea de los patos”,

“las aguas furiosas de la marea de los patos se elevaron furiosas, se abrieron y se cerraron… El cadáver de quien escribe puede testimoniar que su primera impulsión, al emerger de la tumba acuosa, una vez cerca de la rivera, fue de caer de nuevo en su seno de lodo”.

(Fue la primera vez que penetré en el Ouse, aunque todos crean que lo hice más tarde, cuando tenía 59 años).

 

ATRAVIESO EL ESPEJO

Me parece increíble que no sea una gran poeta. ¿Qué era si no poesía, lo que anoche escribí? ¿Acaso soy demasiado fácil, demasiado rápido? No lo sé. A veces no me conozco, o no sé medir, nombrar y contar los elementos en cuyos méritos soy quien soy. [13]

Escribir, escribir, escribir,
como si fuese un torrente de agua no canalizado,
cuya furia busca salidas aún en la roca más dura.
Luego encuentra el valle apacible, tranquilo.

No puedo parar de escribir,
esa es mi realidad, mi única certeza.
Descubro los vocablos escondidos en las rendijas.
Las palabras se acumulan
en mi mente, en mi boca, en mis manos.
Se apoderan de mis dedos y de mi existencia toda.
A nadie le he pertenecido como le pertenezco a la pluma.

 

IN MEMORIAN

Me siento a la vera del lecho de mujeres agonizantes que murmuran sus últimos terrores y me cogen la mano. [14]

Tengo 59 años y otra vez la locura llama a mi puerta.
Grito, tiro la comida, insulto, injurio,
termino postrada, arrinconada en la oscuridad,
oculta detrás de puertas tapiadas,
encerrada a cal y canto,
sumida en un mutismo feroz que cose mis labios días enteros.

(21 de enero de 1941, Harper’s Bazaar me devuelve mi historia -The legacy- y el libro titulado Ellen Terry que me había solicitado. Diez meses antes era Leonard quien se había vuelto contra mí, furioso, al considerar que lo que estaba escribiendo no tenía ningún valor. No obstante, he trabajado como si hubiese sido condenada a remar en las galeras).

El horror por los intersticios de la ventana.

Las voces están de regreso.
Mi mano tiembla, como la de Leonard.

La soledad infinita me roe los huesos
me funde la médula, me hiela la sangre.

Esta cuchilla del desespero no será capaz de engullirme, lo juro. [15]

La depresión saca su espada y yo batallo inerme contra ella.
Me niega una nueva primavera.

“de la misma manera que el marinero ve, no sin cierto tedio, como el viento vuelve a henchir su vela pero no siente el deseo de irse otra vez, y piensa que si el barco se hundiera, bajaría con él girando y girando hasta encontrar descanso en el fondo del mar.” [16]

En esta hora gélida, que precede a la oscuridad,
arrastro los pies hacia un no-futuro.
Mi nariz se golpea contra la puerta cerrada.
Mi sangre se convirtió en escarcha.

Ya no hay marcha atrás,
la nieve y la sal cubren mis huellas
y ya no puedo encontrar el camino de retorno.

Leonard me vigila como a un perro cancerbero entrenado para la caza.

Mi peso,
el tamaño de mis ojeras,
el color de mis mejillas o de mis ojos acuosos,
el olor de mi aliento,
el sudor de mi cama vacía o el tamaño de mis huellas,
todo, todo, todo
es anotado por él en una agenda
con signos brahmí.
[17]

Regresé muy penosamente, volviendo al interior de mi cuerpo por el gris y cadavérico espacio del charco. [18]

-Si los muros protectores se derrumban, sólo me queda por decir: ¡Pobre de mí!-

(20 de marzo de 1941: Nessa me visita. Su inquietud no pasa desapercibida. Escribo :-“El horror está de regreso”. [19] Mi camino a la locura tiene una sola dirección. No hay marcha atrás. Recuerdo el viaje a Italia que hice años antes con Nessa, Adrian y Thoby. En la fuente de los deseos, de la Piazza Navona, lancé una moneda y pedí un deseo: que las aguas calmas me den abrigo. Me despierto en Monk’s House -en la región del Sussex- cerca al río Ouse.

Para llegar hasta allí es necesario atravesar un pequeño cementerio e imagino que Leonard no sabe, o no quiere acordarse, que se parece al cementerio ubicado detrás de la Alcaldía donde nos casamos 29 años antes. Como tampoco quiere acordarse que es allí donde los desesperados del pueblo desaparecen. Recuerdo a Laura y me doy cuenta que no era ella la Dama del Lago, sino yo; me costó una vida entera el saberlo. Pienso en Ofelia, sólo que yo no llevaré una corona de flores atada a mi cuello, sólo algunos guijarros en el fondo de mis bolsillos. Un final menos romántico que el imaginado por Shakespeare, pero más acorde con el tiempo que vivimos.

He aquí mi historia, la historia de la miseria humana.

 

ANOTACIONES FINALES

Soy consciente que Virginia Woolf tuvo momentos de felicidad conyugal, y que Leonard Woolf tuvo una influencia enorme en el trabajo por ella desarrollado, quise mostrar una faceta diferente a la que normalmente se ha descrito en sus biografías.


Su diario, escrito en el período que va desde 1915 a 1941, es un testimonio que no debe pasarse por alto dada su carga de elocuencia, ya que nos muestra sus verdaderos sentimientos, sus ideas y sus reflexiones. Además, la biografía de Viviane Forrester, Virginia Woolf (Albin Michel-París 2009), me aclaró muchos interrogantes que tenía sobre su vida y sobre la leyenda tejida durante toda su vida y después de su muerte, especialmente por Leonard, Vanessa y Clive Bell, con respecto a su alienación mental. La obra de Virginia Woolf es monumental, nos dejó un legado literario difícil de emular; herencia que tuvo una influencia enorme en autores como Faulkner o Gabriel García Márquez.

Virginia Woolf fue una mujer atormentada en todos los aspectos y al mismo tiempo poesía una gran lucidez a la hora de escribir; poseía una fuerza avasalladora, como pocos autores la han tenido; lo que no me lleva a desconocer sus crísis mentales. Estudios contemporáneos, sobre la supuesta locura de Virginia Woolf, han tratado de demostrar que padecía un trastorno bipolar, más conocido como psicosis maniaco depresiva. E incluso hay un estudio titulado The Unknown Virginia Woolf, al que hace referencia Martha Robles, en su libro Mujeres del siglo XX, investigación realizada por Roger Pool, en el cual se afirma que la autora en cuestión poseía “una poderosa mentalidad andrógina en acción”, aunque sin posibilidades de síntesis: mezcla de racionalidad, intuición y sensibilidad a lo natural y lo bello como era común que lo reflejara en sus caracteres femeninos. La dominó el miedo a asumir lo que, con base en el prejuicio, más aún en su sociedad victoriana, se consideraba “mente masculina”; como ella misma lo caracterizaría en Orlando (1928), su obra maestra.” [20] Y más adelante Martha Robles afirma que su supuesta “locura” en realidad se trataba de una catástrofe de identidad y situación frente a su ímpetu creador. Lejos de someterla a curas de reposo, vasos de leche, exámenes médicos y recetas absurdas, su espíritu demandaba enfrentamientos con la verdad, su verdad, situada en la ruta de preocupaciones tales como la sensación de desconocimiento de su propio cuerpo, que tanto la inquietara, o desajustes existenciales que dividieron el cauce racional de sus sentimientos”. [21]

Para nadie es un secreto que la psiquiatría y el psicoanálisis son disciplinas de estudio muy jóvenes, y que en la época de Virginia Woolf, sobre todo en su infancia, adolescencia y juventud, poco o nada se sabía del funcionamiento neurológico, de sus trastornos y de su farmacopea y tratamientos adecuados. Podría decirse que Virginia Woolf, de haber nacido 50 o 60 años después, habría sido considerada por los críticos y biógrafos de una manera muy distinta. No obstante, es importante recordar que tanto ella como su marido fueron los primeros en publicar la obra de Sigmund Freud.

Hay también hay otro aspecto que es importante resaltar. Laura, su media hermana (La Dama del lago, como la llamaban en su casa), era considerada por su propio padre como una discapacitada mental. Laura era hija del primer matrimonio de Leslie Stephen, y si bien él trató durante años de enseñarle a leer y escribir con métodos que no hacían sino aterrorizarla, terminó por rendirse a la evidencia que su hija necesitaba una ayuda que él no estaba en condiciones de proporcionarle; así que terminó por internarla en un hospital que debía parecerse más a lo que comúnmente conocemos como manicomio que a un hospital psiquiátrico. Y si me refiero a Laura, es para tener en cuenta que posiblemente algún trastorno mental podría haber estado en los genes de la familia Stephen, y haberse manifestado también en Virginia.

Por otra parte, Virginia fue una transgresora que iba en contra de los postulados morales y religiosos de la sociedad de su tiempo. Fue una creadora inmensa, cuya inteligencia rayaba en la genialidad, y poseedora de una gran erudición; elementos que no tenían nada que ver con sus antecesoras, ni siquiera con muchos de sus homólogos masculinos que sí habían tenido la fortuna de haber ido a la universidad. Virginia Woolf marcó un hito en la historia de la literatura universal, rompió con los cánones decimonónicos y abrió una nueva senda, la del monólogo interior; sin olvidar que indagó sobre los problemas metafísicos que siempre han inquietado a los grandes pensadores.

Quisiera traer a colación a Julia Stephen, la madre de Virginia Woolf, poseedora de una belleza que en su tiempo llegó a ser legendaria, lo que la llevó incluso a ser modelo de algunos pintores prerrafaelistas, entre ellos Edward Burne-Jones. No hay que olvidar que el máximo representante de dicha hermandad era el gran pintor Millais; el mismo que realizó el cuadro de Ofelia flotando en las aguas. La belleza de la madre fue heredada por sus hijas, incluso en su juventud eran invitadas a todas las recepciones sociales, no por la inteligencia y la cultura que las caracterizaba, sino por el físico que hacía suspirar a los hombres que frecuentaban los salones de la época.

Para terminar, sólo me resta recordar que el matrimonio de Virginia Stephen y Leonard Woolf, fue “arreglado” por Lytton Strachey. Virginia anhelaba, como muchas mujeres de su tiempo, tener un marido e hijos; aunque ningún hombre se atrevía a proponérselo. Sólo Lytton osó hacerlo, pero no con mucho entusiasmo, dado que sus verdaderos intereses, sexuales y afectivos, estaban destinados a su mismo género. Lytton pensó entonces que el mejor candidato era Leonard y así se lo comunicó. El único problema es que él se encontraba a varios miles de kilómetros de distancia, trabajando como funcionario de la corona británica, en una de sus colonias, Ceylán (actual Sri Lanka). Lytton conocía el descontento de Leonard con el trabajo, a pesar de haber recibido todos los honores correspondientes por su notable desempeño. Es así como, vía epistolar, decidieron que una vez Leonard obtuviera su permiso para regresar a Inglaterra, se casaría con Virginia. Incluso la primera idea que tuvo era casarse con Vanessa, a quien consideraba la más hermosa de las dos, aunque tuvo que renunciar a sus planes cuando se enteró que ella había contraído matrimonio con Clive Bell. A su regreso a Inglaterra, a mediados de 1911, se instaló en la casa que Virginia compartía con su hermano Adrián y sus dos amantes, Duncan Grant y Maynard Keynes. Seis meses después, en enero de 1912, Leonard le pidió a Virginia que se casara con él. Virginia dudó y entró en una etapa crítica; al punto de haberse tenido que internar en un hospital psiquiátrico. Leonard la visitaba poco y Virginia en una de sus cartas le escribió: “Usted no me atrae físicamente. El otro día, cuando me besó, yo sentí lo mismo que si hubiera sido una roca la que me hubiera besado”. [22] No obstante, a la salida del hospital Leonard y Virginia contrajeron matrimonio. Ella pasaría tres años enferma. No hay que olvidar que Leonard Woolf era lo que hoy se denominaría como un trepador social. Su alianza matrimonial con Virginia Stephen le aseguraba un lugar en la sociedad londinense que de otra forma le hubiese sido vedado.


Algunos meses después del suicidio de Virginia Woolf, Leonard dio inicio a una relación amorosa con Trekkie
Parson, esposa de Ian Parson, dueño de una de las mejores editoriales inglesas, Chato&Windus; cuyo deseo más preciado era comprar la Hogarth Press, lo que efectivamente logró. Sin embargo, aún después de la venta Leonard siguió siendo el responsable de la editorial por bastante tiempo. Es de anotar que este triángulo amoroso contaba con toda la aprobación de Ian Parson, al punto que finalmente terminaron por comprar una casa en un pueblo cerca a Londres, Rodmell, para vivir los tres juntos. Trekkie fue el gran amor de Leonard y aparentemente fue un amor platónico; dado que la larga abstinencia sexual vivida con Virginia, sumada a su aversión hacia el acto en sí mismo, había dejado huellas imborrables en su desempeño sexual. Este arreglo, muy al estilo del grupo de Bloombsury, se dio por el resto de sus vidas.

*1. Apartes de la conferencia VIRGINIA EMERGIENDO DE LAS AGUAS dictada en el Encuentro de Mujeres Poetas de Roldanillo en el 2011 y en el Encuentro Internacional de mujeres Poetas en Panamá en el 2012.

 

NOTAS

1. V. Woolf. Al faro, Ediciones Orbis S.A., 1988.

2. V. Woolf, Las olas, Id.

3. V. Woolf, Las olas, Ibid.

4. V. Woolf, Orlando. La primera traducción que se hizo del Orlando a la lengua castellana, fue realizada por Jorge Luis Borges.

5. V. Woolf, Orlando, Id.

6. V. Woolf, Orlando, Ibid.

7. V. Woolf, Las olas, Ibid.

8. V. Woolf. Journal - Citada por Viviane Forrester, Op. Cit.

9. Stella, al igual que Georges y Gerald, era hija del primer matrimonio de Julia Stephen, la progenitora de Virginia Woolf.

10. Idem.

11. V. Woolf, Al faro, Op. Cit.

12. V. Woolf, Orlando, Id.

13. V. Woolf, Las olas, Ibid.

14. V. Woolf, Las olas, Ibid.

15. V. Woolf, Journal intégral 1915-1941.

16. V. Wool, Al faro.

17. Leonard había trabajado por espacio de tres años en Ceylán (Sri Lanka), como funcionario de la corona británica. Allí aprendió las lenguas cingalesa y tamil (la primera es indoaria y la segunda drávida); cuya característica común es la utilización del alfabeto brahmí.

18. V. Woolf, Las olas.

19. V. Woolf, Journal intégral.

20. Martha Robles. Mujeres del siglo XX. Fondo de Cultura Económica. 2005.

21. Martha Robles. Op. Cit.

22. Viviane Forrester, Op. Cit.

 


BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, ensayista, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte. Integrante del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Cuenta con catorce libros publicados y ha recibido seis premios de poesía. Tiene tres obras de teatro y una nouvelle al alimón con el poeta Floriano Martins. Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en las revistas Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura (Brasil) y en publicaciones de la Universidade Estadual do Oeste do Paraná – UNIOESTE (Brasil), Esteros (Uruguay), Revista Crear en Salamanca (España), Blanco Móvil (México), Nueva York Poetry y Aleph (Colombia).  En el 2022 y 2023 dos de sus poemas fueron escogidos para formar parte de una Antología de ONU MUJERES. En la Feria de Madrid 2022 se lanzó Vástagos del Tiempo, con la Editorial Diwan Mayrit; y en el mes de julio se presentó Naufragios, la obra ganadora del XXXVII del Concurso de Mujeres Poetas del Museo Rayo 2021.  Ha sido traducida al francés, portugués, rumano, griego e inglés. Naufragios es un poemario sobre Alejandría e Hipatía, y puede escucharse en el siguiente vínculo (minuto 0.43):
https://www.facebook.com/museorayo1981/videos/1377419932741996

 

CHRISTINE BOUMEESTER (Indonésia, 1904-1971). Nossa artista convidada se expressou através de colagens, óleos, litografias, desenhos, aquarelas. O ritmo de sua plástica define a presença de modulações sugestivas, delicadas passagens de cores e formas, em atmosfera quase onírica. Casada com o gravador Henri Goetz – que ela conheceu em Paris, para onde se mudou, em meados dos anos 1930, após residência em Amsterdã, cidade onde realizou sua primeira individual–, o casal descobre no Surrealismo uma significativa afinidade que definiria sua linguagem. As relações resplandeciam: Picasso, Breton, Éluard, Wilfredo Lam, Hans Arp. Com a chegada da 2ª Guerra Mundial, Christine e Henri se recolhem na pequena Carcassonne, ao sul da França, e ali se encontram com alguns integrantes do grupo surrealista belga (Raoul Ubac, René Magritte, Louis Scutenaire) e, juntos, fundam a revista La main à plume, que resistirá de 1941 a 1944. Após este período Christine realiza uma série de exposições e é celebrada pela crítica como uma relevante artista abstrata, embora essa abstração seja fruto não de uma evasão de sentido, mas antes do recorte de uma paisagem onírica onde a artista busca precisar novos valores imaginários.

 

 


 


Agulha Revista de Cultura

Número 226 | março de 2023

Artista convidada: Christiane Boumeester (Indonésia, 1904-1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023

 


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