Jack London supo
contar en un reportaje que le realizaron a principios del siglo XX que la
escasa iluminación artificial de Londres se había convertido en un tormento
para los marginales que residían en todos los rincones de la ciudad. Esa
multitud de gente, que el novelista llamó “los habitantes del abismo”
representaban el diez por ciento de la población urbana. Y como las autoridades
no los dejaban dormir en los parques, en las plazas o en las recovas, tenían
que deambular toda la noche, caminando bajo una oscuridad casi total. El alba
era recibida como una bendición del cielo. Recién en esa instancia podían
ocultarse en los espacios verdes, tal vez para no afear con sus presencias la
vertiginosa vida cotidiana londinense.
Aquellos
personajes no configuraron una ficción literaria. Fueron víctimas de un
siniestro sistema de poder que fue acumulando hambre y miseria a lo largo de la
historia. Hoy, en este nuevo libro de Alejandro Cesario, titulado Una
hilacha en lo real, otros actores, más cercanos a nosotros,
vuelven a escena a representar la tragedia infinita. Para que esto ocurra, el
poeta recorrió el país en diferentes etapas y ha recogido personajes, hechos y
vivencias de parajes patagónicos, serranías, altas montañas, profundos valles
con sus ríos, tierras calientes del litoral y asolados rincones del conurbano
bonaerense. En cada lugar vio, pero no cerró los ojos. Los dejó bien abiertos y
luego escribió. Estas instantáneas de nuestra realidad son los que la
conciencia del lector debe digerir lentamente, página tras página, a través de
poemas breves y decisivos. Puros reflejos de la cruda soledad y la injusticia
social.
Cesario accede a la creación poética desde un aspecto
fenomenológico, es decir, como técnica del conocimiento y como dinámica de
reflexión sobre la condición humana. Lo que percibe presiona sobre los
estímulos del creador y lo transmite desde un sensible decir. No estamos frente
a un libro de imaginaciones fantasmales que aparecen a lo largo de un viaje por
regiones exóticas. Es el relato que advierte sobre el estado de riesgo de
tantos seres indefensos y devastados que registra en el camino: Cerquita /
del enjuto riacho, // sobre un tronquito, // manduca pan de escanda, / pimpla
el tintorro. // Lo demás es desamparo. Así habla el poema “Sólo queda”, con leve aire de
desolación y desesperanza.
“El poeta tiene por deber, por vocación, poblar con la Palabra la tierra…”
preconiza Heidegger. Expresarse poéticamente desde la concepción misma del
lenguaje es lo que ha motivado a Cesario a paliar la tristeza y la impotencia
de tantas criaturas desdichadas que resisten en los recónditos -y en los más
notorios- parajes argentinos. Soledades que no puede salvar la soledad del
poeta. Tal vez en una sociedad material y culturalmente más equilibrada, una
luz de conciencia los podría liberar de la oscuridad. Y la felicidad del poeta
resulte sembrar nuevas y viejas palabras para resistir desde una feroz
intemperie la provocación de la hibridez y la decadencia.
Dice
Cesario en el poema titulado “Confesión”:
Dijo el gurí en Lozano ///-Inhumé, / a mi yayo y a mi tatita / en
osarios comunales. /// No teníamos una moneda / donde apoquinar la propia
umbría-. Nada más terrible que no poder guarnecernos con nuestra propia
sombra. De eso trata la poesía de Cesario: desenmascarar la hipocresía.
Reflejar el momento donde emerge la miseria, la orfandad, la desolación. Cada
poema es un golpe bajo, expresado con sutileza, para que ningún detalle pase
por alto. Por eso utiliza un hablar extraído de nuestro rico vocabulario -pero
distante del discurso cotidiano- que logra impactar de manera eficaz en el
lector. Un hablar que posibilita compartir el pan de la creación y -a la vez-
humaniza al lector desde una consolidada democracia de hechos, conceptos y
sensaciones, avivando la existencia de todas las voces que se alzan por medio
de un centenar de poemas y que ofician de testigos del más trascendente y
raigal hecho del poeta: la conquista de la palabra y la vida. Ese lenguaje
genuino es un distintivo del libro. Cesario fue al rescate de vocablos en
desuso y, con cierta complicidad, nos inserta en laberintos borgianos. Uno
siente encontrarse en la casa de Asterión.
Una casa hecha para que los hombres se pierdan, como señala el
magno escritor en su libro de seres imaginarios. Pero esta casa/libro,
edificada por Cesario desde un lenguaje estrictamente personal, no permite
perdernos. Su recorrido es oscuro, pero nos lleva al encuentro luminoso con la
poesía misma.
En La Diosa Blanca, Robert Graves
afirma que “el poeta no puede seguir siendo poeta si tiene la sensación de que
ha conquistado para siempre a la Musa, de que ella está siempre a su
disposición”. Para Cesario la poesía no es seducción, es un brutal
reconocimiento del mundo que lo rodea y la continuidad del dolor. Sus poemas se leen con la sensación de estar transitando
un texto sin desbordes. Expresividad sin adornos, sin adjetivos innecesarios.
Esto define la cuidada precisión y control de emociones. Privilegia lo visible por
encima de la oscuridad. Contrasta con una sociedad cada vez más aturdida y
extraviada en las redes de la indiferencia ante el designio de ignotos
habitantes del abismo. Y se pregunta: ¿quién no quiere ver lo que el poeta ve?
3 poemas de Una hilacha de lo real
LABRADOR
De regreso a la barraca
chupa las vainas
de algarrobo maduras
y escupe el resto fibroso.
Queda un amparo,
el asilo del abrazo.
Cercano de los raíles
y las malezas.
Pibito arrapiezo
sestea sobre el vitre.
Mueca alboroza.
Aspaviento milagroso.
La grima
se convierte en
pan.
INUNDACIÓN
Algunos
trepados a los techos.
Otros,
en chalupas
con sus bebés aupados
y con sus
perros.
Y en el patio,
en la maroma,
se tamiza un
sueño,
penden los botines al sol.
WEDGWOOD STEVENTON (Inglaterra, 1955) | Começou a fotografar em 1973 passando para pintura e colagem em 1995, posteriormente descobrindo o cinema. Colabora, sempre de forma independente, no círculo do Surrealismo desde 1995. Como ele próprio declara: O espírito e o mistério da natureza ligado à existência humana é um tema importante em todos os meus trabalhos. Em uma mostra realizada em 2020, Steventon observou, acerca de sua própria obra: Pinceladas repentinas, a mistura de cores a óleo e, às vezes, a adição de colagens se unem para formar o trabalho finalizado. Nenhum primeiro pensamento, mas a pintura da mente inconsciente. Regras do automatismo. A natureza e o mundo humano se unem para contar a história. Um mundo em fluxo. Uma jornada contínua para explicar uma existência na vida em que nos encontramos.
Agulha Revista de Cultura
Número 230 | maio de 2023
Artista convidado: Wedgwood Steventon (Inglaterra, 1955)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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