sábado, 10 de junho de 2023

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Yolanda Pantin: Indomable poesía

 


Nuestros encuentros han sido en México, la primera vez en Villahermosa Tabasco, donde una pantera nos orinó a ambos desde su jaula porque reíamos a carcajadas mientras ella paseaba con garbo ante nosotros. Casi sin detenerse lanzó un chorro que alcanzó a rociarnos. Estupefactos corrimos a lavarnos. Luego fue en la Ciudad de México y en Aguascalientes cuando recibió junto con Antonio Deltoro el Premio Víctor Sandoval del encuentro Poetas del Mundo Latino. Grabamos un programa de radio y comencé a hurgar en sus recuerdos y sus ideas sobre la poesía y sus ideas de la realidad venezolana. En esta nueva entrevista retomo algunas de esas cuestiones. Formó parte del grupo literario Tráfico, de mucha importancia en la historia de la literatura venezolana reciente, junto con Igor Barreto, Miguel Márquez, Alberto Márquez, Armando Rojas Guardia y Rafael Castillo Zapata. Fundó y fue miembro del consejo del Fondo Editorial Pequeña Venecia entre los años ‘80 y ‘90; fundó y codirigió la revista de arte, literatura y pensamiento El puente; fue directora adjunta de la Fundación Casa de la Poesía Juan Antonio Pérez Bonalde y fue directora de museología del Museo de Arte Contemporáneo Alejandro Otero (MAO) también en Caracas.

 

JAL | Para muchos escritores y artistas infancia es lo que dijo Freud: destino ¿qué es para ti la infancia o que debía haber sido?

 

YP | Los años de infancia son la vida, y luego comienza ‘la travesía’, así que la infancia carga la gracia de la vida que se cumple a los 7 años.

 

JAL | ¿Cuál fue el poema, libro o conversación que te hizo pensar en la posibilidad de ser poeta? ¿Recuerdas esos momentos?

 

YP | El primer recuerdo es mi padre recitando de memoria “La marcha triunfal” de Rubén Darío, no todo el poema, la primera estrofa, seguramente. Fue cuando entendí que la poesía venía con la música. El segundo recuerdo en peso de importancia, fue cuando entendí con el cuerpo y no con la cabeza que la poesía es lenguaje, y eso ocurrió en un seminario que tomé sobre Cesar Vallejo en la Universidad cuando estudiaba Letras.

 

JAL | ¿Qué significaba la tradición lírica de Venezuela en el concierto universal de la poesía en la etapa en que comienzas a leer y a escribir con propósitos de hacer una obra propia?

 

YP | Significa el peso y la valoración de lo local, el aporte del dato particular, la voz cantante de nuestros pueblos, nuestras palabras, nuestra forma de ver y de organizar las frases, el fraseo, la melodía, todo lo que nos emparenta y nos da un lugar de pertenencia.

 

JAL | Te iniciaste en las artes plásticas en Aragua ¿qué pasó con esa perspectiva y oficio?

 

YP | Tuve dos pasiones en mi infancia y en mi adolescencia: los caballos y la pintura. Pasiones que fueron vocaciones y que están allí y que la escritura de alguna manera dio y permitió fluir, en mi trabajo aparecen con recurrencia los caballos y las referencias a la pintura son numerosas, cada vez más.

 

JAL | ¿Cuál de los oficios que has ejercido, el periodismo, el editorial, el académico u otros has sentido más cercanos a tu quehacer literario-poético y por qué?

 

YP | El editorial, sin duda, con el Fondo Editorial Pequeña Venecia que llevamos un grupo de amigos en los años 90’ cuando con los títulos publicados levantamos un mapa de escrituras de Latinoamérica, sobre todo, donde se cruzaban diversas propuestas con puentes a España, y con algunas traducciones. Hay en ese fondo de 99 títulos, una sensibilidad generacional que fue muy importante, que circuló en nuestros países, como circula la poesía, por debajo, una corriente poderosa que nos hizo sentir en compañía.

 

JAL | Hay tres títulos que me llaman mucho la atención en tu bibliografía poética, los libros Los bajos sentimientos, La épica del padre y El hueso pélvico. Quizás porque son los que sugieren ya de entrada un mundo muy personal, orgánico, íntimo de la poeta y que conllevan además un cierto conflicto, no explícito, no obstante, la palabra “épica”, es decir, un juego entre sustantivos y adjetivos. Háblame de esa relación entre títulos y obra, de tu obra, por supuesto.

 

YP | El trabajo se completa con el título. Se completa y se comprende. El título de un conjunto de poemas viene como una orden que es una iluminación, y viene como un golpe de lenguaje en un solo movimiento, desde adentro, cuando se puede decir: por aquí es, o ‘está terminado’. No dejo nunca de escribir, escribo y guardo lo que escribo sin orden, sin saber lo que he hecho, un poema sobre otro, pero solamente cuando tengo el título entiendo lo que he estado haciendo. Entonces, en función del título comienzo a armar la estructura. Ha sido así siempre desde Casa o Lobo hasta Bellas Ficciones.

 


JAL | Fuiste la única mujer del grupo Tráfico, ¿qué ha representado para ti ser mujer y ser poeta en Venezuela, donde al parecer es aún más escaso el reconocimiento de las poetas dentro del canon nacional?

 

YP | No sé qué significa salvo lo obvio. Ha sido para muchas de nosotras un destino aparecer en una fotografía de grupo como únicas mujeres. Pero el canon literario venezolano no puede leerse sin el aporte de nuestras madres fundacionales. La poesía moderna venezolana, la poesía entendida como lenguaje, la funda Enriqueta Arvelo Larriva en un pueblo perdido del piedemonte andino con un libro llamado La voz aislada. El siglo XX literario venezolano se sostiene en el tejido de las voces de las escritoras de mi país que invito a conocer y a valorar.

 

JAL | En muchos poetas de tu generación, de otros países, lo popular es un sustrato irrenunciable al interior de una poesía de ambiciones más complejas ¿cómo funciona y qué representa la tradición popular en tu obra?

 

YP | Son corrientes de afinidades, pero cada quien escribe desde el lugar que le pertenece. Lo otro sería una impostura. Yo escribo desde mi lugar que es el de una familia que vive en un pueblo llamado Turmero en el centro del país. Tengo lo que llaman ‘oído’ y no tengo prejuicios, pero sería incapaz de apropiarme de lo que no me pertenece, menos del lenguaje por donde pasan las vidas de las personas.

 

JAL | Me hablabas de una poesía boba, como provocación a lo solemne ¿qué debemos entender por poesía boba en tu caso y en el caso que nos refieres de Calicanto?

 

YP | Los ‘poemas bobos’ que decía entonces eran una provocación a lo que se valoraba como literatura en el Taller Calicanto, a eso que se llamaba o así le decían ‘hecho literario’ y que, de alguna manera, en esa exaltación, negaba la cotidianidad que pasaba ya no por el lujo verbal sino por el ‘fogonazo’ de las imágenes.

 

JAL | ¿Te enseñó el periodismo algo útil para la poesía, ¿qué significó además de un ingreso económico y un trabajo?

 

YP | Durante muchos años trabajé en una revista de economía llevando la agenda cultural para lo que tenía que entregar semanalmente 14 cuartillas escritas. Eso me dio disciplina, oficio, y en esas no me importaba tanto sobre lo que escribía sino cómo podía escribirlo, así que lo mío eran pequeños ejercicios literarios, la única manera que podía tolerar tanta responsabilidad y asuntos que no me interesaban para nada sino como ‘pretextos’. Además, descubrí que podía escribir retratos aprendiendo a escuchar a las personas hablar, respetando la forma como se expresaban. Tuve como maestro y lector de mi segundo libro publicado, al poeta uruguayo Carlos María Rodríguez, el jefe de redacción de esa revista que digo, Número, se llamaba, y quien muchas veces me devolvía los trabajos tachados de principio a fin con tinta roja. Fueron años de aprendizaje.

 

JAL | ¿Tienes miedo de que tu poesía se contamine de la realidad política?

 

YP | No, ¡para nada! Tengo un radar para el panfleto por lo mismo que no tengo el privilegio insoportable de saber la verdad y menos del convencimiento de mi verdad. La realidad política, además, está sembrada en la paradoja y eso te obliga a pensarla como problema.

 

JAL | Se tienen la percepción de que Venezuela vive un aislamiento cultural e intelectual con respecto a los demás países de América Latina. Se sabe y se conoce menos de la poesía y la literatura de Venezuela en estos primeros decenios del siglo XXI que a lo largo del siglo XX. ¿Tiene sentido esta apreciación?

 


YP | No sólo es una percepción, sino algo que vivimos dentro del país como certeza. Somos un cuerpo incompleto, desarticulado, fragmentado. Es muy difícil que un cuerpo en esas condiciones salga a caminar. A mí me llama la atención cuando vas a ferias internacionales del libro como me pasó cuando fui a la de Guadalajara, observar cómo los países sostienen su tradición literaria, con la exposición de autores y editoriales. Pareciera que en Venezuela no hay interés ni voluntad política, para impulsar acciones culturales de mayor alcance, amplias y generosas. Es decir, más allá de lo ideológico uno debería ver una muestra de buenos autores y de buenos libros venezolanos, de las editoriales y de sus ofertas, de sus catálogos como fue alguna vez el catálogo de Monte Ávila, ver expuesta a toda la Biblioteca Ayacucho. Quiero decir que el proyecto político-ideológico no debería de estar enfrentado tal como está planteado ahora en la ‘batalla de las ideas’, no debería competir, digo, con el cuerpo de autores que hacen la tradición literaria venezolana. Son signos muy contradictorios, porque El Perro y la Rana, el sello del Estado, publica cientos de libros dando lugar a un fondo inmanejable. Pero creo que el gobierno mismo reconoce que algo no está funcionando bien en ese aspecto, entre editar, distribuir y promover a sus autores dentro y fuera de Venezuela. Mientras se publican esos libros que circulan solo en las librerías del Estado se parte por la mitad el cuerpo literario de la nación.

 

JAL | Poetas como Juan Calzadilla y Ramón Palomares, por citar dos ejemplos de poetas identificados con el actual régimen son cuasi desconocidos en México, ¿por qué?

 

YP | Es parte de lo que digo. Hay un cuerpo nacional roto que ha sido absorbido, además, por la política y ahora con la estrechez económica, está siendo negado por las prioridades de las ‘misiones socialistas’ y por la altísima inversión en la propaganda del gobierno. Ese cuerpo del país descoyuntado lo veo no como un fracaso del proyecto político, sino como el alma del país.

 

JAL | Esa división o esa fragmentación ¿aparece también en el panorama de la poesía venezolana actual?

 

YP | ¡Sí, claro! Quizás me equivoque, pero los poetas cercanos al chavismo, hacen una poesía sin arrojo, más ‘poética’, una poesía sin preguntas. ¿Y qué es la poesía sin interrogantes si la poesía es en sí la gran pregunta? Una poesía casada con una ideología no puede dudar, no puede cuestionarse. La poesía no puede plantarse en otro terreno que no sea el de la libertad, en contra de todo dogmatismo que atente contra su naturaleza dialogante e inconforme.

En los años 80, nosotros, los del grupo Tráfico, pasamos por esa infatuación del ‘populismo literario’. Hicimos un manifiesto. “Venimos de la noche y hacia la calle vamos” decía su primera línea en alusión a la noche romántica. Era algo muy infantil y muy ingenuo, pues pretendíamos siendo tan jóvenes hacer comprensible la poesía a grandes públicos. No tengo nada en contra de eso, pero he descubierto con los años y me he convencido de que la poesía pertenece a un espacio íntimo, un espacio de complejidad que no puede ni debe simplificarse. Leer y escribir poesía es muy difícil y sin embargo, en esa intimidad que digo, en ese estar callados y solos, no en una plaza, puede ocurrir el milagro de la comprensión, también para los poetas, cuando el poema se abre.

 


JAL | El temblor de la modernidad, arquitectónica, plástica y visual de Caracas y de Venezuela ¿tuvo algún efecto en tu poesía?

 

YP | Pienso que esa modernidad caraqueña tiene muy poco que ver con mi escritura. Aunque nací en Caracas, crecí en un pueblo donde me tocó vivir el boom petrolero con el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez en los años setenta. La abundancia de dinero, entonces, comenzó a cambiar la imagen y la dinámica de los pueblos donde sólo se hablaba de progreso. Todo cambió y nos tocó a nosotros ver el derrumbe de los cascos centrales de nuestros pueblos, el desplome de nuestras casas maternas. Antes no lo entendía, pero al ver hoy a Caracas como está de herida, en ese hiriente abandono, entiendo con el cuerpo y no con la mente, entiendo cabalmente eso que se decía cuando se hablaba en el discurso teórico de ‘las ruinas’ o del ‘fracaso de la modernidad’.

 

JAL | Tu poesía es justamente lo contrario de la velocidad trepidante de una ciudad como Caracas, se encuentra más en el ámbito de la reflexión y el diálogo con la naturaleza, con el alma humana. ¿Lo ves así?

 

YP | Es interesante lo que dices. No sé si conociste al poeta venezolano Eleazar León. Asistimos al Taller Calicanto y él me decía que tenía que aprender a soltar las riendas del poema. Pero como yo viví mi infancia y mi juventud en una hacienda (en Venezuela una hacienda es una finca pequeña, no como dicen ustedes en México), y amaba montar a caballo, y fui una buena jinete, sabía que uno debe siempre llevar el caballo con la rienda corta. De algún modo me veo como un cuerpo con el caballo, llevando a ese caballo, que es el poema, con la rienda corta, por dónde sé que puede ir sin que sea peligroso o se haga daño; soy cauta, me aseguro de llegar a mi destino, no quiero que se desboque el animal. Quizás también por haber sido buena jinete respeto el miedo. Voy despacio y consiente de los peligros.

 

JAL | ¿Qué poetas venezolanos fueron tus guías en el despliegue de tu potencial poético?

 

YP | Sin duda, Luis Alberto Crespo, maestro y querido amigo entonces, no nos hemos vuelto a ver, Juan Sánchez Peláez, un autor imprescindible para nosotros, con Juan nos reunimos en su casa que quedaba justo frente a la casa de Luis Alberto, en Altamira, Eugenio Montejo era una presencia discreta y elegante, amada también por Juan y por todos, Rafael Cadenas, siempre presente, y bajo cuya sombra ahora por su fortaleza nos cobijamos, hermano y padre, a la vez, de todos los poetas venezolanos, y Ramón Palomares, que era un poeta que me tocaba de manera muy particular por su poesía ligada a la naturaleza y por lo que recogía del habla de las gentes del campo, bellos y sabios.

 

JAL | Los poetas de tu generación ¿quiénes fueron?

 

YP | Los compañeros del Taller Calicanto, primero, y luego los del grupo Tráfico, Armando Rojas Guardia, Miguel y Alberto Márquez, Rafael Castillo Zapata, e Igor Barreto que es mi más cercano amigo y que fuimos los primeros en desertar del grupo. De nosotros solo Miguel Márquez ha tenido cargos en el chavismo. Además, aquellos años surgió en Venezuela un grupo de mujeres poetas como sucedió en toda América Latina con propuestas extraordinarias, crecimos juntas. Blanca Strepponni, compañera de Calicanto, María Auxiliadora Álvarez, Edda Armas, Maritza Jiménez, Patricia Guzmán, Verónica Jaffé, Maritza Jiménez, Alicia Torres, Cecilia Ortiz, todas más o menos de la misma edad.

 

JAL | ¿Cómo surgió Tráfico?

 

YP | Se creó a partir de una escisión del Taller Calicanto que conducía la poeta y narradora Antonia Palacios hacia finales de los años ‘70, entrados los ‘80. Nos reuníamos en su casa todos los lunes por la noche. La mecánica del taller era más o menos la misma de otros talleres: se hacían rondas de lectura y comentarios con los participantes del taller que éramos muchos, unos 10 o 15 escritores de la misma edad, más o menos. Estando en Calicanto escribí los textos de mi primer libro, Casa o Lobo, que sometía al juicio del grupo, pero pronto me fui dando cuenta que esa poesía exaltada, muy de esos años, no recogía la experiencia cotidiana y eso comenzó a molestarme, me hizo sentir incómoda. Entonces, al darme cuenta, comencé a llevar poemas para molestar, para provocar. Antonia Palacios que no estaba educada para eso, llegó realmente a irritarse ante la lectura de esos textos que eran muy banales. Entonces nos separamos. Hicimos tienda aparte un grupo de compañeros y salimos con un manifiesto que buscaba cortar cabezas. Antonia nunca entendió por qué habíamos hecho eso, cuando en realidad ella nos había cobijado generosamente. los jóvenes pueden ser muy crueles. Hicimos mucho ruido por todo el país. Creo que fuimos el último grupo literario con manifiesto en Venezuela. Era una exigencia de aire, de oxígeno a la poesía, no nos interesaba el lenguaje lírico, el ‘hecho literario’, exigíamos ‘un gramo’ de realidad. Pero al poco tiempo, al sentir el peso del dogma, junto con Igor, me separé del grupo. La poesía es indomable. 

 

 


 


YOLANDA PANTIN (Venezuela, 1954). Poeta, ensayista, editora y autora de libros para niños. En poesía ha publicado más de diez títulos, entre ellos Casa o Lobo (1981), Correo del Corazón (1985), La Canción Fría (1989), El Cielo de París (1989), Los Bajos Sentimientos (1993), La Quietud (1998), Poemas Huérfanos (2002), La Épica del Padre (2002), 21 Caballos (2011). En 2014 la editorial Pre-textos publicó País, poesía reunida 1981-2011. Sus libros para niños han recibido reconocimiento dentro y fuera de Venezuela. Ha sido traducida al inglés, alemán, holandés, portugués. Su libro Los Bajos Sentimientos fue traducido al francés por Henry Deluy y publicado con el título Les Bas Sentiments por la editorial Fourbis en Paris, en 1991. En 1989 recibió en Caracas el Premio Fundarte de Poesía. Fue becaria de la Fundación Rockefeller en Bellagio Study Center. En 2004 recibió la Beca Guggenheim. Formó parte del grupo literario Tráfico de mucha importancia en la historia de la literatura venezolana reciente, junto con Igor Barreto, Miguel Márquez, Alberto Márquez, Armando Rojas Guardia y Rafael Castillo Zapata. Fundó y fue miembro del consejo del Fondo Editorial Pequeña Venecia entre los años 80´ y 90´; fundó y codirigió la revista de arte, literatura y pensamiento El puente; fue directora adjunta de la Fundación Casa de la Poesía Juan Antonio Pérez Bonalde y fue directora de museología del Museo de Arte Contemporáneo Alejandro Otero (MAO) también en Caracas.
 
 

 


JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1956). Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Fundador y director de la editorial y la revista literaria La Otra. Responsable de Publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ha publicado más de 25 libros de poesía, narrativa, divulgación de la ciencia, periodismo y ensayo. Sus obras más recientes son Voz que madura, entrevistas a poetas iberoamericanos (tres volúmenes), BUAP, 2018; Luz y cenizas, FOEM, 2019, Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler, 2020, Exorbitant, Francia, 2020 y Anacrónicas, FCE 2021. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, serbio, polaco y parcialmente al sueco, portugués, inglés y al rumano.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 231 | junho de 2023

Artista convidado: José Ángel Leyva (México, 1956)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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