La
fidelidad a la idea de la poesía como forma suprema de la existencia ha sido el
atributo más acendrado y constante en la obra de Alfredo Silva Estrada, dentro y
fuera del poema. Nacido en 1933, desde comienzos de los años cincuenta dio sus primeros
pasos públicos en poemas sueltos y en artículos de crítica poética hasta alcanzar
el pleno nacimiento con el poemario De la
casa arraigada, en 1953.
El libro que hasta ahora recoge su pensamiento poético (La palabra transmutada. La poesía como existencia)
fue editado en 1989 y aparece caracterizado en el subtítulo como una Selección de textos acerca de la palabra poética
(1960-1988). En sus menos de doscientas páginas se reúnen e intercomunican escritos
acabados y publicados separadamente a lo largo de casi treinta años, todos ellos
ensayos de teoría y crítica acerca de las concepciones poéticas y obras de poesía
de autores pertenecientes a las lenguas española, francesa e italiana. Son trece
en total, aparecen en el orden cronológico de su realización y en su conjunto se
diferencian según el predominio que en ellos alcanza uno de los tres ángulos de
acercamiento a la poesía y el poeta que practican. Es decir, por una parte, los
que enfocan la singularidad poética de Jorge Guillén, Enriqueta Arvelo Larriva,
César Vallejo, Giacomo Leopardi, Pierre Reverdy y Elizabeth Schön. Luego, aquellos
que caracterizan la concepción de la poesía de Arthur Rimbaud, Francis Ponge, Jean
Paul Sartre y Paul Valéry. Y finalmente, los dos escritos en que Silva Estrada expone
más directamente su modo de pensar la poesía y el poema, o sea, “La palabra transmutada”,
de 1961 y “Existir en la duración del poema”, de 1988. Además del breve texto que
abre el volumen sirviéndole a la vez de síntesis y cuya primera frase, resaltada
en cursivas, reitera los enunciados de su título y su subtítulo: “Palabra transmutada... Poesía como existencia...”
En este último
escrito, que además constituye la más reciente expresión nuclear del pensamiento
poético de Silva Estrada, y en cierto modo su balance, la poesía es invocada como
dedicación fundamental de la existencia, es decir, como el “oficio vivenciado”,
como el “extremado ejercicio de existir (deslimitarse en cada asunción de nuestro
ser limitado)…” Aquí se concibe a la poesía como la ocupación que nos confía el
cuido de lo esencial dentro de las condiciones en que se desenvuelve la existencia,
o sea, “con todos sus riesgos y retos, obstáculos provocados o fatales, exaltaciones
en camino y repetidos enfrentamientos al fracaso.” En
su brevedad, este texto nos da a entender lo que para el pensamiento de Silva Estrada
es esencial: que la poesía constituye un acontecimiento enteramente real cuya incidencia
en el vivir solo se puede dar “como experiencia y no como la sola experimentación
formal, porque su material (el lenguaje)
solo es manipulable en la medida en que
continuará siendo naciente e incitantemente elusivo.” He aquí un predicamento característico
de la reflexión de Silva Estrada y que veremos reiterarse en diferentes contextos,
luego de reafirmado en estas otras palabras del mismo texto: “Dicción de lo que
se ha llamado ‘los grandes lugares comunes del ser humano’: el amor, el dolor, el
júbilo, la conciencia de la muerte... sentimientos universales que desde siempre
han sido dichos, que siempre quedan por decir y que cada poeta, individualizándolos,
los pronuncia con la intensidad de una primera vez.” He aquí un pensamiento en consonancia
con la responsabilidad que algunas de las poéticas afianzadas entre finales del
siglo XIX y comienzos del XX le definieron al poema cuando lo identificaron con
el decir más pleno que nos puede dar el encuentro de la voz y la palabra.
Al mismo tiempo, a los textos de La palabra transmutada los envuelve una palpable homogeneidad de tono,
planteamiento, y decisión reflexiva. Todos ellos se despliegan cual momentos insustituibles
del recorrido único de una misma actitud y un mismo pensamiento; o también podría
decirse, como la única respuesta concebible a una convicción que durante más de
cincuenta años él se ha consagrado a mantener a salvo de toda inconsecuencia y de
toda conmoción que hubiera podido descentrarlo o sacarlo de quicio. Ya el primero
de ellos, “El canto como fidelidad y acorde”, anunciado como un “fragmento del libro
inédito Unidad de la luz, el espacio y el
tiempo en el ‘Cántico’ de Jorge Guillén”,
no solo enuncia las primeras proclamaciones del autor acerca de la existencia
y el acto poético, sino que sus enunciados valen también como anticipaciones de
lo que se nos da a leer sobre estos dos grandes temas en el volumen entero de La palabra transmutada.
No escogemos nuestra existencia, y en ella,
mientras somos en ella, no podemos hacerle oposición y hacer que no sea. Quedan
el consentir, o el suicidio, como únicos caminos. Y entonces, si tal actitud de
consentir se produce sin otra alternativa, por una total ausencia de libertad ante
el hecho de existir, ¿cómo semejante consentir, que está condicionado por la limitación
extrema existencial, podría, a su vez, condicionar este vivir, y, específicamente,
condicionarlo como vivir para la poesía? El poema que es resultado de una ausencia
de libertad ¿podría considerarse como la proyección de un acto libre? Tal vez el
poeta mismo que dice el Ser en el lenguaje, y que dice su ser como fidelidad y acorde
nos insinúe o nos dé extensamente la respuesta en las palabras de sus poemas.
A su vez,
respecto de las palabras que constituyen el poema así concebido se comienza diciendo
que ellas derivan su existencia y su valía de la fidelidad del poeta a la existencia
y a la poesía; y enseguida se insiste en que esta fidelidad es inherente a la experiencia
privilegiada del acto poético en sí mismo:
Paradójicamente, la libertad del acto poético
consistiría en el descubrimiento de una obediencia; residiría en una correspondencia,
una concordancia con el Ser que se revela en el lenguaje. Nuestro ser, como fidelidad
y acorde se dice en el lenguaje en obediencia al Ser, diciendo en el lenguaje el
Ser al que somos fielmente acordes.
Mas no se trata aquí de una libertad de libre
arbitrio individual, ni de un ser personal que se expresa por su propia cuenta y
riesgo. Trátase de una libertad más profunda. El ser del poeta es interpelado por
el Ser mismo, y él responde al Ser, le corresponde “con fidelidad de criatura humildemente
acorde.” Y con su única manera de ser libre: con el poema. El poema que en CÁNTICO
es un querer-ser, ser más, un acopio de ser.
***
Según
estos fragmentos de la lectura de Jorge Guillén por Silva Estrada, nuestro vivir
transcurre sumergido en una existencia que no escogemos y que se rige por esta alternativa
primordial: o consentimos en la existencia, o nos desentendemos de ella mediante
la renuncia a vivir. Ahora bien, el caso es que si realmente optamos por lo primero,
el acceso a la existencia pasa a depender de nuestra decisión ante un segundo dilema,
que nos obliga a optar entre estas dos consecuencias: o se escoge la posibilidad
de vivir de acuerdo con el valor de la libertad pero, desde luego, en las condiciones
planteadas por la existencia misma, o, como parece ser la decisión del poeta, se
prescinde de esa posibilidad siguiendo el principio de que la libertad solo es concebible
frente a la existencia y no puede ser
garantizada sino por la poesía.
Es tanto como decir que al no postularse la libertad en la existencia y como asunto suyo o del
vivir, sino frente a ella y al vivir en
cuanto tal, la libertad solamente puede ser vivida en la medida en que al vivir
se lo destine y modele, precisamente, “como vivir para la poesía”. En todo caso,
lo que con mayor firmeza e insistencia postula a este respecto el pensamiento poético
de Silva Estrada, es que al poeta le corresponde hacerse cargo de semejante responsabilidad,
“en las palabras de sus poemas”, pues es el poema el que “dice el Ser en el lenguaje,
y que dice su ser como fidelidad y acorde…”
De manera que el pensamiento poético de Silva Estrada, al
tener siempre como centro de atención a la poesía y el poema, y dirigirse en todo
momento al poeta como su responsable ante el Ser, surge y se sostiene sin desvío
frente a las entidades esenciales que, en sus términos y en los de la opción filosófica
en que este pensamiento se inscribe, vienen a ser la existencia y su consentimiento,
el lenguaje, el Ser, y el poeta. Es lo que se afirma en el otro fragmento conservado
(“El más allá en el ‘Cántico’ de Jorge
Guillén”) del ensayo inaugural (hasta ahora no publicado en su totalidad) que en
1960 le dedicara, como su Tesis de Licenciatura en Filosofía, a la obra del poeta
español. Y es esto lo que se confirma, primeramente, al relacionar explícitamente
el sentido y la textualidad de esta poesía con la noción del Ser:
Para Jorge Guillén el acorde que dice su lenguaje
–y hemos de percibirlo así en sus poemas- es un estar a tono con la corriente de
la vida, con la corriente del Ser, pues ambos términos se identifican en el pensamiento
del poeta.
Y luego, en la remisión de la idea del Ser al pensamiento
de Martin Heidegger, fuente desde la cual el siglo XX filosófico le aportó sus más
clamorosas expresiones a esta noción:
Ahora bien, esta relación del Ser con la esencia
del hombre que se realiza a través del lenguaje es una relación creada, según Heidegger,
por el Ser mismo, ‘el trascendente puro y simple’, el cual es misterioso aun en
su revelación en el lenguaje. Cuando el pensador piensa, no es su pensamiento el
que provoca la relación del Ser con la esencia del hombre.
Así como también al relacionar el sentido primordial de
dicha concepción del Ser, tanto con la poesía de Jorge Guillén como con la de Arthur
Rimbaud, a pesar de las notorias diferencias que destaca entre ellas:
Rimbaud, por ejemplo, expresa la relación de
su ser-poeta con el Ser en aquella famosa frase: ‘Yo es otro… Se me piensa, en lugar
de yo me pienso.’ Y este ‘yo’ que es ‘otro’, este ‘cobre’ que un día ‘se despierta
clarín’, es ‘otro’ y es ‘clarín’ y no por ‘culpa suya’, no por propia y arbitraria
decisión. El yo se reconoce otro. Y este reconocerse otro, lejos de determinar un
abandono pasivo a este-ser-otro, provoca la actividad, la conducta, el método poético.
Podríamos comparar, teniendo en cuenta, precisamente,
sus enormes distancias, ‘la voluntad placentera’ de Guillén, su búsqueda de serenidad
y equilibrio con ‘el desarreglo de todos los sentidos’ que se propone Rimbaud como
método poético; ambas actitudes buscan, en el fondo, la misma cosa. Ambas son vías
de tensión hacia el Ser. Se trata, en los dos casos, de hallar el acorde con el
Ser en el poema, o de ser pensado por el Ser mismo en el acto poético.
no es la metáfora inmóvil sino la acción transmutante
del hacer poético en el tiempo, suscitando sus propios esplendores y desastres,
provocando la acción mediante su fuerza, a la vez creadora y destructora.
***
Precisamente, la genealogía de esta acción transmutante constituye la materia
del libro que estamos comentando, el único de Silva Estrada que no está hecho de
poemas. Como veremos de inmediato, dicha materia se corresponde con la vertiente
del proceso poético post-romántico que hizo del poetizar un hacer, y como tal lo
inscribió en el campo de las fuerzas tenidas por creadoras en tanto que destructivas
del tiempo. Se trata de la genealogía cuyo primer origen el siglo XX no dejó de
reconocer y celebrar en Jean Arthur Rimbaud:
Cuando Rimbaud se reconoció y se pensó poeta,
era lo otro pensando y siendo el yo, lo otro adviniendo en el yo, habitándolo, activándose
en él.
Y fue a partir de allí que
su poesía se encaminó hacia un tiempo de la
acción, del pensar y del poetizar que difícilmente podía aceptar las fronteras y
demarcaciones convencionales.
Es en tal sentido, insiste Silva Estrada, que “la palabra
poética de Rimbaud brota y se inscribe hondamente en la historia de la palabra transmutada”;
y esta razón explica que su poesía, para una posteridad que ya ha tenido tiempo
de atravesar el último trecho del siglo XIX y todo el siglo XX, no sea “ni objetiva
ni subjetiva” sino una poesía “sin centro en el sujeto ni en el objeto. Poesía a
través de un yo que no es el yo. De un yo que es otro. Y otro que es a través de
un yo que deja pensarse activamente: a través
sostenido, sin mediaciones ni extremos opuestos.”
Por obra de esta hazaña y de la consecuente responsabilidad
del espíritu para con ella, la experiencia poética alcanzó su primera gran transmutación
moderna: esa que le infligieron al unísono la experiencia del poema, el pensamiento
poético y la poesía de Arthur Rimbaud.
Si algo se conoce en el acto poético (acto creador
y acto contemplativo –en la medida en que la contemplación es participación sin
reservas, en la medida en que el contemplador se olvida de sí mismo para concordar
con lo abierto de y por la obra-), ese algo conocido se implanta y se mantiene en
una zona de encuentros donde las realidades encontradas, concordando, absorbiéndose
mutuamente, dejan de ser y de sentirse como opuestos.
Gracias a esta espléndida resolución, pasan a ser otras
las implicaciones y consecuencias que habrán de definir las nuevas tareas del poeta
y los nuevos alcances de su experiencia como tal. En virtud de esta fatalidad, no
solo nueva sino además deliberada, el poeta mismo resulta transmutado por la hazaña
de que fue capaz y que ahora lo define en su pacto renovado con la facultad de decir:
Los ojos del vidente van a descubrir lo que
está en la realidad y, sin embargo, nunca había sido visto. Y en el mismo instante
de la revelación, lo revelado va a decirse en el lenguaje. Se trata de un acto que
casi linda con lo imposible: distender hasta el extremo la limitación de los sentidos
y dejar que aparezca lo oculto, lo que surge desde el fondo.
En cuanto
a la creación misma:
Aquí lo que podríamos llamar voluntad de creación
no es nada previo a la creación misma ni dominado por una posición teórica. (…)
Escuchar y dejar que ascienda el sonido que se escucha. Ver y dejar que lo visto
aparezca en escena. Y todo esto en un solo movimiento.
Y en lo que
tiene que ver con la convalidación de la poesía a que todo esto conduce, he aquí
que los rasgos de su nueva entidad nos la revelan como
Poesía del alma para el alma. Del alma cultivada
en el tiempo de una existencia, atenta a lo desconocido del alma universal.
El cultivo era, pues, dejarse invadir por eso-otro
que pensaba al yo, rompiendo la distancia entre el yo y lo otro en oleajes sinfónicos,
en irrupción de imágenes, ritmos, colores, sonidos, apuntes sincopados y vértigos
absortos.
Hasta el
punto en que los dos extremos de la transmutación llegaron a tocarse, a mantenerse
en contacto, a fundirse en la gestación de una nueva era de la experiencia poética:
Y Rimbaud fue aún más lejos… En los albores
de su trabajo de vidente, sintió que lo desconocido reclamaba formas nuevas. Se
entregó entonces a ‘la alquimia del verbo’. Inventaba el color de las vocales, escribía
silencios, noches; anotaba lo indecible, fijaba vértigos. (…) Y, un poco irónicamente,
se reservaba la traducción, quizás porque nunca ignoró que toda su poesía, ‘literalmente
y en todos los sentidos’, estaba hecha precisamente de lo intraductible. (…)
Y Rimbaud fue aún más lejos… Al final de su
trayectoria incontenible, osó renunciar a su propia empresa y burlarse de ésta.
(…) El ‘amo del silencio’ supo encontrar una lengua y propiciar el tremendo silencio
para una nueva vía.
***
Dos incitantes preocupaciones marcan el punto de partida
de Silva Estrada hacia su síntesis de la teoría poética de Paul Valéry. La primera,
que toma en cuenta tanto la complejidad paradójica de la personalidad creadora del
poeta, como la infecundidad de los malentendidos de doctrina esgrimidos alrededor
de su obra, lo conduce a enarbolar una pregunta para él ineludible: “¿Dónde está
el verdadero Valéry?” La otra desemboca en una afirmación sobremanera expresiva
de la convicción personal de Silva Estrada, y característica del pensamiento poético
surgido en el tránsito entre los siglos XIX y XX por obra y gracia, entre otros,
del propio Valéry. Dice así: “Toda teoría poética enunciada por un poeta, partidario
o no de la inspiración, es una posición consciente, una toma de conciencia ante
su propia actividad.” Vale decir: no solamente el poema es inconcebible sin su gestación
incalculable en el poeta; también lo es su propio pensamiento acerca de la poesía,
por ser éste a la vez pensamiento de la poesía y de su nexo oscuro pero iluminante
con la experiencia en que tanto la poesía como su pensamiento se realizan. En tal
sentido, cabe la insistencia:
Tan consciente y deliberado es el propósito
de los surrealistas de esforzarse en acceder ‘al dictado del pensamiento en ausencia
de todo control ejercido por la razón’ para alcanzar el máximo posible de inconsciente,
como el designio de Valéry de excitar ‘el trabajo más consciente a partir de una
estructura vacía’, el deseo de realizar su obra con ‘el máximo posible de conciencia’
y ‘tratar de encontrar con voluntad de conciencia algunos resultados análogos a
los resultados interesantes o utilizables que nos libra (entre mil giros cualesquiera)
el azar mental’.
Ya que, en efecto:
Los procedimientos que pueden defenderse teóricamente
fuera del poema, acerca del poema, son siempre volitivos y conscientes. Para lograr
‘la pérdida casi total de la conciencia’ o ‘el máximo posible de conciencia’, cada
poeta es libre de darse a sí mismo sus propias normas.
Y puesto
que de normas para la libertad poética se trata, ¿cómo tendrían que ser semejantes
directrices para que ellas, más allá de la pertinente paradoja, no incurran de entrada
en mera contradicción? ¿Qué facultad del entendimiento poético las hace posibles,
y qué posibilidad efectiva las faculta para contribuir al acuerdo entre necesidad
y libertad que la realización poética supone? Se trata, como cabe imaginar en vista
de lo que hasta ahora hemos dado a leer, de
Normas que son, en todo caso, intransferibles
en el fondo y en el extremo de cada subjetividad… Normas que resultan auténticamente
poéticas si han sido impuestas desde adentro, en obediencia no sólo a una situación
del devenir histórico de la poesía, sino también a las inclinaciones temperamentales
más arraigadas y casi simultáneamente con las imponderables urgencias expresivas.
Se trata
de unas normas ajenas a la mera reglamentación, hondamente ancladas en cada quien,
surgidas de fueros entrañables por virtud del temple poético e inseparables de él.
Ahora bien: puesto que en esta invocación
del pensamiento poético de Valéry la palabra teoría vale como un recurso ineludible,
surge además la pregunta, capaz de mantener su vigencia aun cuando no se insista
en ella, de si las normas a que Silva Estrada se refiere lo son para la realización
inmediata del poema, para la conceptualización genérica de la poesía, o para ambas
cosas a la vez. ¿Con cuál de estas instancias del pensamiento poético dichas normas
celebrarían su acuerdo? Los elementos de respuesta, puesto que se nos dan puntualmente,
habría que buscarlos atendiendo a otros aspectos de la manera como Silva Estrada
concibe la relación de lo poético con la teoría. En efecto:
Por otra parte, no hay teoría poética que no
lleve implícita su capacidad de movimiento y de transformación. (Cada surrealista,
llámese Desnos, Eluard o Cesaire, ¿no es acaso poeta en la medida en que su inevitable
originalidad, su subjetividad única, le obliga a transgredir o a transformar toda
ortodoxia, toda generalización?).
Por eso la teoría que nos confía un poeta no
es reflexión previa ni plan trazado de antemano (sólo en prosa ‘uno puede trazarse
un plan y seguirlo’, sostiene Valéry), sino el testimonio de una toma de conciencia
en ebullición, latente en el advenir del poema y en la carne misma del poema, indicios
que pueden ayudarnos, hasta cierto punto solamente, para ahondar en la comprensión
de la obra. Hasta cierto punto solamente, porque nada puede reemplazar esa relación
directa con la obra, ese contacto insustituible e insaciable, esa lectura y relecturas
ritmadas por aquel inolvidable péndulo de Valéry, cuya oscilación entre sonido y
sentido, cuyo vaivén entre la Voz y el Pensamiento, cuyo ir y venir entre la Presencia
y la Ausencia, restituyen cada vez la materia del poema en su misterio, en su potencialidad
infinita.
Recordemos
que estos pasos los ha dado Silva Estrada con el fin de afianzar su aproximación
al pensamiento o teoría poética de Paul Valéry. Sobre todo, no dejemos de tomar
en cuenta que esta teorización nos interesa también como parte del despliegue de
la noción de “palabra transmutada”, y que esta noción la postula Silva Estrada como
recurso de su comprensión de las experiencias poéticas que lo han ocupado y como
cifra de su propio pensamiento poético. En tal sentido, el siguiente paso de nuestro
autor ya nos sitúa del todo en la trama del pensamiento de Valéry.
Según Valéry, el poeta trabaja con un instrumento
ingrato: las palabras. Son proverbiales sus comparaciones entre el estado desventajoso
de la poesía y la situación privilegiada de la música. El músico (al menos el músico
tradicional occidental aquí aludido) encuentra un instrumento ya decantado y depurado:
los sonidos ordenados, bien diferenciados del mundo de los ruidos. El poeta, en
cambio, tendrá que luchar con las palabras y, en cierto modo, tendrá que inventar
una técnica para cada poema. Las palabras del poema esperado no han sido escuchadas
todavía…
En consecuencia,
la tarea del poeta quizás podría resumirse en
estos términos: cambiar la palabra de su función de para utilitario a un orden completamente
otro, pasar desde el uso práctico del lenguaje hasta el dominio inusual de lo poético.
El poeta efectúa un décodage, una descodificación:
el vuelco decidido de un orden a otro orden. Forcejea con las palabras, entre las
palabras, contra su condición de medios que se anulan u olvidan al transmitirnos
un fin, hasta crear, según Valéry, una ilusión de coincidencia entre sonido y sentido:
esa misma doble relación recíproca de semejanza mágica y de significación que se
establece, de acuerdo con la perspectiva que apunta Sartre, entre la palabra y la
cosa significada. La riqueza fluyente del poema, consecuencia de los esfuerzos y
de la destreza del poeta, deberá recrear esta ilusión de feliz coincidencia en la
conciencia imaginante del lector y resistir, no agotarse al transmitir su pensamiento
oculto.”
Por otra
parte, ¿qué le atribuye al poeta la teoría valeriana del poema? O más bien, ¿cómo
aparece la entidad del poeta en esta especificación teórica del poema? La respuesta
es neta: “Es aquí donde tienen que intervenir la voluntad y el arte del poeta para
salvar la inspiración y los frágiles estados poéticos, sustrayéndolos de la ‘disipación
natural de las cosas’.” Una respuesta tan decidida como precavida ante el oscurecimiento
y los malentendidos con frecuencia suscitados por esta clase de cuestiones. De allí
que en un primer enunciado tomen cuerpo, en forma de preguntas, estos otros predicamentos:
“¿Pudor, quizás, de quien se niega a ostentar sus sentimientos como un privilegio?
¿O discreción de quien ha sabido definir la emoción poética por haberla sentido
hasta corporalmente desde sus primeros braceos entre los oleajes de las playas de
Sete?” Dejando la eventual aclaratoria en suspenso, he aquí el hecho impostergable:
El poeta no se conforma entonces con el instante
feliz ni con la suma de felices instantes distanciados. Insatisfecho hasta del generoso
exceso de lo real, tenderá con sostenido ahínco desde el discontinuo de lo vivido
al continuo o discontinuo trascendido, puesto que el ritmo poemático mismo no está
exento de rupturas, fisuras o quiebres interiores. El poema no será, pues, una suma
de propicios instantes fortuitos, sino el logro paciente y dilatado de una duración
que se conquista: un placer sin mezcla.
¿Cómo piensa
Silva Estrada que Paul Valéry se encarga de las reservas que este aserto pudiera
suscitar? Pues enfrentándolas con el rigor esclarecido de una reflexión que no se
ahorra esfuerzo, que no deja cabo suelto, que sabe adónde quiere llegar y cuál ha
de ser su ruta. Este rasgo, tan propio del modo como Valéry concibe y sostiene los
motivos de su pensamiento, Silva Estrada lo contempla en relación con las resonancias
del azar, entre ellas la contradicción que otras miradas pudieran señalar en la
admisión del azar por la concepción valeriana de la poesía, el poeta y el poema.
Así como hay un azar adverso a la poesía (‘el
desorden monótono de la vida exterior’ … ‘la corriente impura de las cosas mentales’),
hay otro azar que es su aliado: a veces, ‘un sonido puro suena en medio de los ruidos’.
O, lo que
es lo mismo:
Hay, pues, un azar oportuno, un azar que no
es desorden: instantes preciosos entre las otras circunstancias. Disciplinarse para
salvaguardar estos instantes, para rescatarlos del tiempo desordenado de la existencia
y organizarlos en una nueva duración deliciosa y concertada, será el trabajo del
poeta.
Es obvio
que todo esto no puede dejar de tener implicaciones y consecuencias decisivas, tanto
para el poeta como para la poesía que él hace posible cual ofrenda máxima a sus
prójimos. En cuanto responsable de la palabra creadora en las lides de la existencia,
“el poeta debe estar a la escucha. Nuevamente: su oído le habla. Hablar, escuchar.
Escuchar, hablar… Pronunciar la palabra inesperada, la palabra inescuchada. (Nada
interesa tanto a Valéry como ‘un acontecimiento inédito’)”. Este es el destino del
poeta, y por eso de su tránsito terrestre es inseparable el destino de la poesía.
Y esto es precisamente lo que Silva Estrada insiste en recalcar:
Compartiendo la convicción de que la poesía
de nuestro tiempo, lejos de ser un puro juego estético o una fácil evasión, tiene,
en su dimensión de tiempo haciéndose, un alcance ontológico, cabe entonces preguntarnos:
¿qué linaje ontológico puede haber en ese ‘placer sin mezcla’, en esas deliciosas
‘lagunas calculadas’ de Valéry que parecen denotar, por lo contrario, una actitud
hedonista? (…) Distingamos con Valéry dos pensamientos: el pensamiento racional
utilitario circulando entre ‘el desorden monótono de la vida exterior’ e inmerso
en ‘la corriente impura de las cosas mentales’ y el pensamiento desconocido integrado
al yo universal de donde surgen las instancias rítmicas del poema que habrá de ser
interminablemente naciente.
***
A
fin de completar este recorrido por el sentido y los significados del pensamiento
poético de Alfredo Silva Estrada, lleguemos hasta encarar directamente la noción
en que se alcanza su concepto y toma cuerpo su aporte: la palabra transmutada. Al desplegarla en el ensayo cuyo título es a
la vez su tema (precisamente, “La palabra transmutada”), el primer cuidado del autor
se dirige a diferenciar entre poesía y prosa.
Los límites entre poesía y prosa no son rígidos
ni dogmáticos, no están decretados por ninguna ley. Existen, sí, fluidos y libres.
Pero, ¿quién negaría que un poema en prosa debe ser plenamente un poema, y que una
narración, por poética que pueda parecernos, sigue siendo narrativa? Trátase de
dos maneras radicalmente diferentes de afrontar y asumir el lenguaje.
El resultado
es que a ambas, poesía y prosa, las toma como inherentes
a un ámbito mayor configurado por el lenguaje, y sobre todo, por la palabra creada
en su seno por el prosista y el poeta. En esta pertenencia virtual radica la generalidad
humana que las dos constituyen y solo en relación con ella es posible calibrar sus
respectivas especificidades. Solamente en esta perspectiva es posible apreciar la
poesía como aquella modalidad de la creación “que se prolonga en sus ansias de no
estar concluida, de no circunscribir jamás su dinámica esencia y, a la vez, de no
conformarse con ser un simple medio, una mera forma que se invalida al comunicar
su contenido.” Siendo estas ansias, por supuesto y tal como ya leímos en sus textos
anteriores, “de revelación y no, artificialmente, de novedad formal. Ansias de decir
de alguna manera –en cada caso y cada vez la única manera posible y, sin embargo,
nada concluyente- esa interioridad y constantes humanas que quedan siempre por decir.”
Ahora bien,
la poesía así diferenciada genéricamente de la prosa, ¿cómo se caracteriza en sí
misma?
La poesía se encuentra en camino y a su esencia
es indispensable cada poema por venir. La poesía que salió agolpada, dando tumbos
por la puerta ancha que le abrió el surrealismo. La poesía que se ha nutrido de
todos los derrumbes, de todas las crisis y esplendores humanos. La poesía que probó
decirlo todo, aullando, balbuceando, dislocando sus propias fronteras, al extremo
de toda expansión sólo renovó un límite dinámico: el que ella levanta frente a su
propio instrumento que es a la vez su propio obstáculo. La poesía que en su límite
en devenir absorbe el lenguaje de la prosa, íntegramente transmutado.
Es obvio
que la palabra de este modo transmutada “no obedece a un engaño artificioso ni a
un afán de novedad formal.” Lejos de eso, se debe decir con riguroso énfasis: la
“palabra transmutada es la que fluye hacia un nuevo orden o hacia un nuevo laberinto
para poder decir lo que a la prosa resulta inaccesible.” Pero el poeta que así piensa
no nos dice desde el principio qué es, en qué consiste eso a lo cual la prosa no
tiene acceso; prefiere desplegar la constelación de los rasgos para él inseparables
de la poesía como acontecimiento del lenguaje.
La poesía no re-presenta ya ningún objeto. La
poesía presenta un objeto único (el poema) –¿real o imaginario?– que, enfrentándonos,
deberá revelarnos acaso lo que no nos hace frente en forma alguna.
¿Qué quiere
decir esto? Quiere decir, primeramente, que si “la palabra transmutada descubre,
y como tal responde a las exigencias espirituales de nuestro tiempo”, entonces la
transmutación poética no es una entelequia sino una potencialidad siempre viva y
eficiente. Quiere decir también, y lo dice con toda firmeza y nitidez, nada menos
que esto:
Lo que la palabra transmutada descubre, es acción
que responde a las exigencias espirituales de nuestro tiempo y que no puede argumentarse
ni explicarse en definitiva. Lo que la palabra transmutada descubre, es indecible
fuera de ella misma.
Y esto otro,
¿qué significa? En la respuesta está la clave de lo que Silva Estrada piensa acerca
de la poesía, el poeta y el poema.
Toda palabra, la más vulgar y corriente, es
poética en su origen. La palabra abre la realidad y la hace mundo. La palabra: un
abriente que es revelación y no medio que apunta hacia lo ya conocido. Es éste su
origen que se pierde luego en el lenguaje convencional donde la palabra se torna
mera significación. La misión de la poesía, su destino, será entonces restituir
la palabra a ése origen que se pierde en el manoseado lenguaje utilitario. ¿Podrá
cumplirse el destino de la poesía sin la transmutación del lenguaje, sin arrancarlo
de sus pautados ejes, sin hacer que la palabra, otra vez, como en su origen, sea
abertura y abriente de una realidad desconocida? Dentro de la palabra transmutada,
origen y destino coinciden en un solo movimiento.
***
Llegados a este punto
solo hace falta alcanzar el final del recorrido por el pensamiento poético de Alfredo
Silva Estrada, y en lo que resta de camino retomar desde el principio lo esencial
de unas instancias que ahora nos parecen intermedias. A este efecto tengamos presente
el más valioso de sus requisitos: “La palabra transmutada no cree en la representación.
La palabra transmutada crea una presencia que, sin ella, no es nada.” Vale decir: “La poesía de la palabra transmutada no narra,
no sentencia, no confiesa nada personal, precisamente por considerar que otros dominios
dan más amplio margen a semejantes menesteres. Se trata de una poesía que quiere
residir íntegra en la efusión de lo que ella nos descubre, sin quedar sujeta, no
obstante, ni a la palabra ni al individuo. Todo aquí se halla trascendido, desde
la escritura verbal hacia lo que nos enfrenta en forma alguna.” Es el momento de
desplazarnos por entre las líneas de “Existir en la duración del poema”, el penúltimo
de sus tres escritos más decididamente personales y a la vez caracterizadamente
teóricos acerca de la poesía.
¿Cómo se
nos aparece el poema, cuál es su entidad humana, cómo se relaciona él y nos vincula
a nosotros con la existencia y con la creación verbal en esta definición de la poesía
como palabra transmutada?
… el poema no resume, no refiere, no conforma
ni traduce ninguna acción anterior a sí mismo: el poema constituye, es su propia
acción, impulsada desde y hacia ese desconocido que se despierta (y despierta al
poeta hasta en los estratos más oscuros de las ‘profundidades’) en cada éxtasis,
en cada estancia y transición temporales.
Así concebido,
el poema no sólo lo es del poeta y de la poesía a los que ofrece albergue; lo es
también, a través de la peculiar historicidad instaurada por su verbalidad, de la
existencia que hace posible o impide el sumo acontecimiento de la experiencia poética.
Tal vez la única historicidad de la poesía sea
esa continuidad profunda –no exenta de disensiones y hasta de rechazos- que, de
siglo en siglo, a través de legados sin estricta ordenación cronológica, traspasa
de poeta a poeta en fulgurantes tomas de conciencia de la incontenible y a menudo
contradictoria expansión que echa los fundamentos y suscita las resurgencias de
una solidaridad poética universal.
En fin, que
al hacer patente y salvaguardar la posibilidad de nuestra plena relación con la
potencialidad realizadora del lenguaje, el poema pide que se lo aborde como la constante
promesa y el prodigioso don que la imaginación confiere a la existencia. “En este
sentido”, culmina Silva Estrada, “la creación poética se identifica con la libertad
trascendental del hombre como ente temporal.” Quiere decir:
Lejos de la evasión y del puro juego estético,
el poema, en su carácter de proyección temporal, tiene una dimensión, una gravedad
y gravitación ontológicas: es tiempo haciéndose, constituyéndose en la conciencia
imaginante con la materialidad díscola de las palabras, -imágenes y ritmos entrelazados
en esa fusión de hombre y mundo, de sujeto y objeto, de nombre y cosa. Según este
enfoque teórico, no podríamos confundir, sin más, tiempo existencial con tiempo
del poema. Pero es preciso agregar que éste no tendría sentido sin aquél. Y, es
más, a nuestro juicio, el tiempo poemático aparecería como otro grado de existencia
diversamente intensificado y modulado. El ritmo poético tiene que ver profundamente
con la existencia, por ser el resultado de los esfuerzos del poeta para intimarse
con el mundo dentro de un sentido quizás más medular de la palabra.
II. El poeta en la poesía
Y la palabra
del poeta…
Mirada esclarecida entre las otras
del pasadizo pisoteado
Milagro de tiempo facetando en memoria
sus más deseadas luces
Y la palabra del poeta traspasando el tráfago:
Surcar, osar, empujar los rompientes caminos
Así está bien.
La continuidad
sin desvío, el haber sido consecuente con un solo modo de concebir la poesía y de
realizar el poema, es uno de los rasgos esenciales de la obra poética de Alfredo
Silva Estrada. Con excepción de los aleatorios Transverbales y el excepcionalmente referencial De bichos exaltados, los poemas de sus otros
libros, si bien han cambiado con los años de acuerdo a un innegable dinamismo interno
que podríamos calificar de armónico, son rigurosamente fieles a la misma opción
de poética y escritura que el poeta erigió desde el comienzo como su razón de ser.
Unamos a esto que en Silva Estrada la propia escritura del poema ha sido una dedicación
compartida con el pensamiento reflexivo acerca de la poesía y con la traducción
de poetas contemporáneos de la lengua francesa; pero sobre todo prestemos atención
al hecho de que para él la poesía es “palabra transmutada”, quiere decir, palabra
“enraizada en la existencia misma”, y en cuanto tal, “recurso extralimitado de existir:
transgresión de límites.”
Así, solícitamente
atento a la poesía como auspicio venturoso del sentido de la existencia, el poetizar
de Silva Estrada se funda precisamente en la posibilidad y en la tentación de que
el poema vaya por vía distinta a la del trato maquinal con el lenguaje, así como
en el reconocimiento del lenguaje como ámbito esencial del nacimiento y la pervivencia
de las posibilidades inventivas del decir. Por supuesto, de allí no puede resultar
sino una poesía que se precia de responder al doble reto de adentrarse lo más vivazmente
posible en el reino de la experiencia, y de postular una relación de analogía entre
existencia y lenguaje, una analogía que los invoca a ambos como inseparables de
la imaginación y de la imagen en que se afianza su vocación de trascendencia. Es
decir, una poesía que se destina a valorar, más que las obligaciones derivadas de
la lucha por el reconocimiento cultural, los pasos inauditos que se alcancen a dar
en la tierra virtual donde arraiga su esfuerzo de decir.
De tal manera
que el decir poemático silvaestradiano comienza y culmina siempre al margen del
estancamiento de la relación entre lo real y lo posible. Lo que su palabra busca
significar no es solamente una supuesta evidencia de lo real que de hecho ya ha
sido establecida por la convención cultural. Lo que ella se propone decir no es
sólo algo que no se haya dicho dentro de estos límites, sino rebasarlos, pues su
vitalidad radica y su destino depende de la aptitud para significar lo real sólo
en la medida en que lo crea, es decir, haciéndolo verosímil en la palabra que lo
dice.
En consecuencia,
la experiencia del lenguaje con que la poesía de Silva Estrada se conecta, no es
la que repite lo ya dicho acerca de lo realizado, sino aquella que, al fundarse
en el reconocimiento de la indeterminación existencial y de la virtualidad del lenguaje,
se acoge al decir poético como la más plena de las aptitudes realizantes. Tal como
ha sido desde De la casa arraigada, su
libro inaugural de 1953. “Extensión circundada,
/ sin salida de ríos. // ¿Permanece aún el eco?” Al dar inicio de este modo
al primer poema, denominado “Reconstrucción”, estas dos líneas lo fundan, no lo
anuncian. Y en cuanto tales ellas instauran un ámbito no solo autosuficiente, sino
además propicio a que las otras instancias del poema se vayan desplegando junto
con las intensidades expresivas que surgen de las correspondientes significaciones.
“¿Cuándo cayó el incendio en las cenizas?
// ¿Cuándo la reciedumbre fue una columna aislada, / padeciendo? En los libros
que se fueron formando dentro de los más de treinta años siguientes, los poemas
de Silva Estrada han experimentado sólo las transformaciones inherentes a la lectura
en orden aleatorio de breves unidades textuales, la eliminación del poema determinado
por su título como célula del conjunto en que aparece, el despliegue de los poemas
en amplias instancias textuales caracterizadas por diferentes principios de disposición
en la página, así como de tipografía y de conexión entre unos y otros.
[Y la palabra del poeta], el texto que aquí
hemos escogido para darlo a leer, es uno de los que prescinden del título al mismo
tiempo que reivindican su función denominativa trasladándolo al cuerpo poemático
y resaltándolo en otra tipografía. Si en este poema algo ha cambiado dentro de lo
que acabamos de apuntar sobre el modo en que se resuelve la conciencia poética de
Silva Estrada, es para aplicarle al tema del poeta la radicalidad de una visión aún más fluida y natural: para que
todo consista en el fluir de la evidencia que el poema se propone dar.
Mirada esclarecida entre las otras
del pasadizo pisoteado
Y esta evidencia
es nada menos que la palabra del poeta,
una palabra tan inabarcable como el sentido del poema mismo la concibe; pero que
a la vez es tangible y se transfigura para transcurrir sin tropiezos por entre las
cosas imbuídas en el trance de llegar a ser. Ahora que la palabra del poeta ya no
es simplemente dicha, sino que se pronuncia para decir acerca de sí misma, vemos
que su dicción no es la de una voluntad que aspire a esconder su propia pequeñez
detrás de alguna de las arbitrariedades que abundan.
Milagro de tiempo facetando en memoria
sus más deseadas luces
Y la palabra del poeta traspasando el tráfago:
A esta palabra,
nada la pone por encima del curso difícil de los dichos y los hechos: la única definición
que de ella se consigna no está aquí presente para facilitarle al poema la tarea
de significar y expresar lo que sólo a él compete: está para reafirmar la palabra
del poeta nada menos que como cumplimiento de su cometido esencial: “Surcar, osar, empujar los rompientes caminos.”
Y, entonces sí, para darlo por cumplido: “Así
está bien.”
NOTA
Textos procedentes de
mi libro Ser al decir. El pensamiento de la poesía y siete poetas latinoamericanos,
publicado en Caracas por Oscar Todman Editores el año 2014.
ALFREDO
CHACÓN (Venezuela, 1937). Poeta, ensayista. Premio Anual a la Mejor Investigación
en Ciencias Sociales, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas
(CONICIT): por el libro Curiepe, Ensayo sobre
la realización del sentido en la actividad mágico-religiosa de un pueblo venezolano,
en 1980; y Premio de Poesía, Bienal Literaria Mariano Picón Salas: por el libro
Palabras asaltantes, en 1991. Entre otras
actividades, fue Director General de la Fundación CELARG (1987-1991), y Presidente
de la Fundación Biblioteca Ayacucho (2001-2003). Entre sus libros más recientes,
se encuentran La voz y la palabra (Lecturas
de poesía venezolana: 1986-1998) (1999); Se solicita pensamiento para esta realidad. Tres volúmenes (2005), y
Ser al decir. El pensamiento de la poesía
en siete poetas latinoamericanos (2014).
Para los lectores que quieran leer poemas de este poeta en portugués, sugerimos
visitar el proyecto “Atlas Lírico da América Hispânica”, de la revista Acrobata:
Número 34 | julho de 2023
Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Número 23 | julho de 2023
Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)
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