domingo, 23 de julho de 2023

ALFREDO CHACÓN | Ser al decir – En Alfredo Silva Estrada

 


I. La poesía en el poeta

La fidelidad a la idea de la poesía como forma suprema de la existencia ha sido el atributo más acendrado y constante en la obra de Alfredo Silva Estrada, dentro y fuera del poema. Nacido en 1933, desde comienzos de los años cincuenta dio sus primeros pasos públicos en poemas sueltos y en artículos de crítica poética hasta alcanzar el pleno nacimiento con el poemario De la casa arraigada, en 1953.

El libro que hasta ahora recoge su pensamiento poético (La palabra transmutada. La poesía como existencia) fue editado en 1989 y aparece caracterizado en el subtítulo como una Selección de textos acerca de la palabra poética (1960-1988). En sus menos de doscientas páginas se reúnen e intercomunican escritos acabados y publicados separadamente a lo largo de casi treinta años, todos ellos ensayos de teoría y crítica acerca de las concepciones poéticas y obras de poesía de autores pertenecientes a las lenguas española, francesa e italiana. Son trece en total, aparecen en el orden cronológico de su realización y en su conjunto se diferencian según el predominio que en ellos alcanza uno de los tres ángulos de acercamiento a la poesía y el poeta que practican. Es decir, por una parte, los que enfocan la singularidad poética de Jorge Guillén, Enriqueta Arvelo Larriva, César Vallejo, Giacomo Leopardi, Pierre Reverdy y Elizabeth Schön. Luego, aquellos que caracterizan la concepción de la poesía de Arthur Rimbaud, Francis Ponge, Jean Paul Sartre y Paul Valéry. Y finalmente, los dos escritos en que Silva Estrada expone más directamente su modo de pensar la poesía y el poema, o sea, “La palabra transmutada”, de 1961 y “Existir en la duración del poema”, de 1988. Además del breve texto que abre el volumen sirviéndole a la vez de síntesis y cuya primera frase, resaltada en cursivas, reitera los enunciados de su título y su subtítulo: “Palabra transmutada... Poesía como existencia...”

En este último escrito, que además constituye la más reciente expresión nuclear del pensamiento poético de Silva Estrada, y en cierto modo su balance, la poesía es invocada como dedicación fundamental de la existencia, es decir, como el “oficio vivenciado”, como el “extremado ejercicio de existir (deslimitarse en cada asunción de nuestro ser limitado)…” Aquí se concibe a la poesía como la ocupación que nos confía el cuido de lo esencial dentro de las condiciones en que se desenvuelve la existencia, o sea, “con todos sus riesgos y retos, obstáculos provocados o fatales, exaltaciones en camino y repetidos enfrentamientos al fracaso.” En su brevedad, este texto nos da a entender lo que para el pensamiento de Silva Estrada es esencial: que la poesía constituye un acontecimiento enteramente real cuya incidencia en el vivir solo se puede dar “como experiencia y no como la sola experimentación formal, porque su material (el lenguaje) solo es manipulable en la medida en que continuará siendo naciente e incitantemente elusivo.” He aquí un predicamento característico de la reflexión de Silva Estrada y que veremos reiterarse en diferentes contextos, luego de reafirmado en estas otras palabras del mismo texto: “Dicción de lo que se ha llamado ‘los grandes lugares comunes del ser humano’: el amor, el dolor, el júbilo, la conciencia de la muerte... sentimientos universales que desde siempre han sido dichos, que siempre quedan por decir y que cada poeta, individualizándolos, los pronuncia con la intensidad de una primera vez.” He aquí un pensamiento en consonancia con la responsabilidad que algunas de las poéticas afianzadas entre finales del siglo XIX y comienzos del XX le definieron al poema cuando lo identificaron con el decir más pleno que nos puede dar el encuentro de la voz y la palabra.

Al mismo tiempo, a los textos de La palabra transmutada los envuelve una palpable homogeneidad de tono, planteamiento, y decisión reflexiva. Todos ellos se despliegan cual momentos insustituibles del recorrido único de una misma actitud y un mismo pensamiento; o también podría decirse, como la única respuesta concebible a una convicción que durante más de cincuenta años él se ha consagrado a mantener a salvo de toda inconsecuencia y de toda conmoción que hubiera podido descentrarlo o sacarlo de quicio. Ya el primero de ellos, “El canto como fidelidad y acorde”, anunciado como un “fragmento del libro inédito Unidad de la luz, el espacio y el tiempo en el ‘Cántico’ de Jorge Guillén, no solo enuncia las primeras proclamaciones del autor acerca de la existencia y el acto poético, sino que sus enunciados valen también como anticipaciones de lo que se nos da a leer sobre estos dos grandes temas en el volumen entero de La palabra transmutada.

 

No escogemos nuestra existencia, y en ella, mientras somos en ella, no podemos hacerle oposición y hacer que no sea. Quedan el consentir, o el suicidio, como únicos caminos. Y entonces, si tal actitud de consentir se produce sin otra alternativa, por una total ausencia de libertad ante el hecho de existir, ¿cómo semejante consentir, que está condicionado por la limitación extrema existencial, podría, a su vez, condicionar este vivir, y, específicamente, condicionarlo como vivir para la poesía? El poema que es resultado de una ausencia de libertad ¿podría considerarse como la proyección de un acto libre? Tal vez el poeta mismo que dice el Ser en el lenguaje, y que dice su ser como fidelidad y acorde nos insinúe o nos dé extensamente la respuesta en las palabras de sus poemas.

 

A su vez, respecto de las palabras que constituyen el poema así concebido se comienza diciendo que ellas derivan su existencia y su valía de la fidelidad del poeta a la existencia y a la poesía; y enseguida se insiste en que esta fidelidad es inherente a la experiencia privilegiada del acto poético en sí mismo:

 

Paradójicamente, la libertad del acto poético consistiría en el descubrimiento de una obediencia; residiría en una correspondencia, una concordancia con el Ser que se revela en el lenguaje. Nuestro ser, como fidelidad y acorde se dice en el lenguaje en obediencia al Ser, diciendo en el lenguaje el Ser al que somos fielmente acordes.

Mas no se trata aquí de una libertad de libre arbitrio individual, ni de un ser personal que se expresa por su propia cuenta y riesgo. Trátase de una libertad más profunda. El ser del poeta es interpelado por el Ser mismo, y él responde al Ser, le corresponde “con fidelidad de criatura humildemente acorde.” Y con su única manera de ser libre: con el poema. El poema que en CÁNTICO es un querer-ser, ser más, un acopio de ser.

 

***

 

Según estos fragmentos de la lectura de Jorge Guillén por Silva Estrada, nuestro vivir transcurre sumergido en una existencia que no escogemos y que se rige por esta alternativa primordial: o consentimos en la existencia, o nos desentendemos de ella mediante la renuncia a vivir. Ahora bien, el caso es que si realmente optamos por lo primero, el acceso a la existencia pasa a depender de nuestra decisión ante un segundo dilema, que nos obliga a optar entre estas dos consecuencias: o se escoge la posibilidad de vivir de acuerdo con el valor de la libertad pero, desde luego, en las condiciones planteadas por la existencia misma, o, como parece ser la decisión del poeta, se prescinde de esa posibilidad siguiendo el principio de que la libertad solo es concebible frente a la existencia y no puede ser garantizada sino por la poesía.

Es tanto como decir que al no postularse la libertad en la existencia y como asunto suyo o del vivir, sino frente a ella y al vivir en cuanto tal, la libertad solamente puede ser vivida en la medida en que al vivir se lo destine y modele, precisamente, “como vivir para la poesía”. En todo caso, lo que con mayor firmeza e insistencia postula a este respecto el pensamiento poético de Silva Estrada, es que al poeta le corresponde hacerse cargo de semejante responsabilidad, “en las palabras de sus poemas”, pues es el poema el que “dice el Ser en el lenguaje, y que dice su ser como fidelidad y acorde…”

De manera que el pensamiento poético de Silva Estrada, al tener siempre como centro de atención a la poesía y el poema, y dirigirse en todo momento al poeta como su responsable ante el Ser, surge y se sostiene sin desvío frente a las entidades esenciales que, en sus términos y en los de la opción filosófica en que este pensamiento se inscribe, vienen a ser la existencia y su consentimiento, el lenguaje, el Ser, y el poeta. Es lo que se afirma en el otro fragmento conservado (“El más allá en el ‘Cántico’ de Jorge Guillén”) del ensayo inaugural (hasta ahora no publicado en su totalidad) que en 1960 le dedicara, como su Tesis de Licenciatura en Filosofía, a la obra del poeta español. Y es esto lo que se confirma, primeramente, al relacionar explícitamente el sentido y la textualidad de esta poesía con la noción del Ser:

 

Para Jorge Guillén el acorde que dice su lenguaje –y hemos de percibirlo así en sus poemas- es un estar a tono con la corriente de la vida, con la corriente del Ser, pues ambos términos se identifican en el pensamiento del poeta.

 

Y luego, en la remisión de la idea del Ser al pensamiento de Martin Heidegger, fuente desde la cual el siglo XX filosófico le aportó sus más clamorosas expresiones a esta noción:

 

Ahora bien, esta relación del Ser con la esencia del hombre que se realiza a través del lenguaje es una relación creada, según Heidegger, por el Ser mismo, ‘el trascendente puro y simple’, el cual es misterioso aun en su revelación en el lenguaje. Cuando el pensador piensa, no es su pensamiento el que provoca la relación del Ser con la esencia del hombre.

 

Así como también al relacionar el sentido primordial de dicha concepción del Ser, tanto con la poesía de Jorge Guillén como con la de Arthur Rimbaud, a pesar de las notorias diferencias que destaca entre ellas:

 

Rimbaud, por ejemplo, expresa la relación de su ser-poeta con el Ser en aquella famosa frase: ‘Yo es otro… Se me piensa, en lugar de yo me pienso.’ Y este ‘yo’ que es ‘otro’, este ‘cobre’ que un día ‘se despierta clarín’, es ‘otro’ y es ‘clarín’ y no por ‘culpa suya’, no por propia y arbitraria decisión. El yo se reconoce otro. Y este reconocerse otro, lejos de determinar un abandono pasivo a este-ser-otro, provoca la actividad, la conducta, el método poético.

Podríamos comparar, teniendo en cuenta, precisamente, sus enormes distancias, ‘la voluntad placentera’ de Guillén, su búsqueda de serenidad y equilibrio con ‘el desarreglo de todos los sentidos’ que se propone Rimbaud como método poético; ambas actitudes buscan, en el fondo, la misma cosa. Ambas son vías de tensión hacia el Ser. Se trata, en los dos casos, de hallar el acorde con el Ser en el poema, o de ser pensado por el Ser mismo en el acto poético.

 

Desde luego, el movimiento reflexivo consecuente a semejante impulso no lo emprende Silva Estrada como un
ejercicio de especulación o reflexión pura, ni mucho menos como un gesto complaciente con la idea, tan falsa como próspera en los bajos fondos de la cultura literaria, de que es posible referirse a “la poesía” desde fuera de ella, a prudente distancia de la experiencia poética misma. Por el contrario, la disposición y la aptitud para hacerse cargo del pensamiento entrañado en la palabra transmutada son características de su trato con el pensamiento cifrado en esta especie de frase/manifiesto que ya en su primera aparición se hace constar en los siguientes términos:

 

no es la metáfora inmóvil sino la acción transmutante del hacer poético en el tiempo, suscitando sus propios esplendores y desastres, provocando la acción mediante su fuerza, a la vez creadora y destructora.

 

***

 

Precisamente, la genealogía de esta acción transmutante constituye la materia del libro que estamos comentando, el único de Silva Estrada que no está hecho de poemas. Como veremos de inmediato, dicha materia se corresponde con la vertiente del proceso poético post-romántico que hizo del poetizar un hacer, y como tal lo inscribió en el campo de las fuerzas tenidas por creadoras en tanto que destructivas del tiempo. Se trata de la genealogía cuyo primer origen el siglo XX no dejó de reconocer y celebrar en Jean Arthur Rimbaud:

 

Cuando Rimbaud se reconoció y se pensó poeta, era lo otro pensando y siendo el yo, lo otro adviniendo en el yo, habitándolo, activándose en él.

 

Y fue a partir de allí que

 

su poesía se encaminó hacia un tiempo de la acción, del pensar y del poetizar que difícilmente podía aceptar las fronteras y demarcaciones convencionales.

 

Es en tal sentido, insiste Silva Estrada, que “la palabra poética de Rimbaud brota y se inscribe hondamente en la historia de la palabra transmutada”; y esta razón explica que su poesía, para una posteridad que ya ha tenido tiempo de atravesar el último trecho del siglo XIX y todo el siglo XX, no sea “ni objetiva ni subjetiva” sino una poesía “sin centro en el sujeto ni en el objeto. Poesía a través de un yo que no es el yo. De un yo que es otro. Y otro que es a través de un yo que deja pensarse activamente: a través sostenido, sin mediaciones ni extremos opuestos.”

Por obra de esta hazaña y de la consecuente responsabilidad del espíritu para con ella, la experiencia poética alcanzó su primera gran transmutación moderna: esa que le infligieron al unísono la experiencia del poema, el pensamiento poético y la poesía de Arthur Rimbaud.

 

Si algo se conoce en el acto poético (acto creador y acto contemplativo –en la medida en que la contemplación es participación sin reservas, en la medida en que el contemplador se olvida de sí mismo para concordar con lo abierto de y por la obra-), ese algo conocido se implanta y se mantiene en una zona de encuentros donde las realidades encontradas, concordando, absorbiéndose mutuamente, dejan de ser y de sentirse como opuestos.

 

Gracias a esta espléndida resolución, pasan a ser otras las implicaciones y consecuencias que habrán de definir las nuevas tareas del poeta y los nuevos alcances de su experiencia como tal. En virtud de esta fatalidad, no solo nueva sino además deliberada, el poeta mismo resulta transmutado por la hazaña de que fue capaz y que ahora lo define en su pacto renovado con la facultad de decir:

 

Los ojos del vidente van a descubrir lo que está en la realidad y, sin embargo, nunca había sido visto. Y en el mismo instante de la revelación, lo revelado va a decirse en el lenguaje. Se trata de un acto que casi linda con lo imposible: distender hasta el extremo la limitación de los sentidos y dejar que aparezca lo oculto, lo que surge desde el fondo.

 

En cuanto a la creación misma:

 

Aquí lo que podríamos llamar voluntad de creación no es nada previo a la creación misma ni dominado por una posición teórica. (…) Escuchar y dejar que ascienda el sonido que se escucha. Ver y dejar que lo visto aparezca en escena. Y todo esto en un solo movimiento.

 

Y en lo que tiene que ver con la convalidación de la poesía a que todo esto conduce, he aquí que los rasgos de su nueva entidad nos la revelan como

 

Poesía del alma para el alma. Del alma cultivada en el tiempo de una existencia, atenta a lo desconocido del alma universal.

El cultivo era, pues, dejarse invadir por eso-otro que pensaba al yo, rompiendo la distancia entre el yo y lo otro en oleajes sinfónicos, en irrupción de imágenes, ritmos, colores, sonidos, apuntes sincopados y vértigos absortos.

 

Hasta el punto en que los dos extremos de la transmutación llegaron a tocarse, a mantenerse en contacto, a fundirse en la gestación de una nueva era de la experiencia poética:

 

Y Rimbaud fue aún más lejos… En los albores de su trabajo de vidente, sintió que lo desconocido reclamaba formas nuevas. Se entregó entonces a ‘la alquimia del verbo’. Inventaba el color de las vocales, escribía silencios, noches; anotaba lo indecible, fijaba vértigos. (…) Y, un poco irónicamente, se reservaba la traducción, quizás porque nunca ignoró que toda su poesía, ‘literalmente y en todos los sentidos’, estaba hecha precisamente de lo intraductible. (…)

Y Rimbaud fue aún más lejos… Al final de su trayectoria incontenible, osó renunciar a su propia empresa y burlarse de ésta. (…) El ‘amo del silencio’ supo encontrar una lengua y propiciar el tremendo silencio para una nueva vía.

 

***

 


Además de su fundación en el acontecimiento rimbaudiano, la genealogía de la palabra poética como transmutación de la palabra genérica comprende otras dos instancias relevantes en los escritos de Silva Estrada. Una, que la confirma y acentúa, remite al pensamiento poético de Paul Valéry; la otra, que le sirve más bien de punto de referencia o aliciente para la confrontación, proviene del pensamiento estético de Jean Paul Sartre. Aunque igualmente es cierto que en este transcurso genealógico Silva Estrada también hace intervenir correlaciones menos evidentes, pero a su modo significativas, con las poéticas implícitas en las obras de los poetas Pierre Reverdy y Francis Ponge. Lo que sigue se detiene a considerar solamente el aporte de la primera de las instancias mencionadas.

Dos incitantes preocupaciones marcan el punto de partida de Silva Estrada hacia su síntesis de la teoría poética de Paul Valéry. La primera, que toma en cuenta tanto la complejidad paradójica de la personalidad creadora del poeta, como la infecundidad de los malentendidos de doctrina esgrimidos alrededor de su obra, lo conduce a enarbolar una pregunta para él ineludible: “¿Dónde está el verdadero Valéry?” La otra desemboca en una afirmación sobremanera expresiva de la convicción personal de Silva Estrada, y característica del pensamiento poético surgido en el tránsito entre los siglos XIX y XX por obra y gracia, entre otros, del propio Valéry. Dice así: “Toda teoría poética enunciada por un poeta, partidario o no de la inspiración, es una posición consciente, una toma de conciencia ante su propia actividad.” Vale decir: no solamente el poema es inconcebible sin su gestación incalculable en el poeta; también lo es su propio pensamiento acerca de la poesía, por ser éste a la vez pensamiento de la poesía y de su nexo oscuro pero iluminante con la experiencia en que tanto la poesía como su pensamiento se realizan. En tal sentido, cabe la insistencia:

 

Tan consciente y deliberado es el propósito de los surrealistas de esforzarse en acceder ‘al dictado del pensamiento en ausencia de todo control ejercido por la razón’ para alcanzar el máximo posible de inconsciente, como el designio de Valéry de excitar ‘el trabajo más consciente a partir de una estructura vacía’, el deseo de realizar su obra con ‘el máximo posible de conciencia’ y ‘tratar de encontrar con voluntad de conciencia algunos resultados análogos a los resultados interesantes o utilizables que nos libra (entre mil giros cualesquiera) el azar mental’.

 

Ya que, en efecto:

 

Los procedimientos que pueden defenderse teóricamente fuera del poema, acerca del poema, son siempre volitivos y conscientes. Para lograr ‘la pérdida casi total de la conciencia’ o ‘el máximo posible de conciencia’, cada poeta es libre de darse a sí mismo sus propias normas.

 

Y puesto que de normas para la libertad poética se trata, ¿cómo tendrían que ser semejantes directrices para que ellas, más allá de la pertinente paradoja, no incurran de entrada en mera contradicción? ¿Qué facultad del entendimiento poético las hace posibles, y qué posibilidad efectiva las faculta para contribuir al acuerdo entre necesidad y libertad que la realización poética supone? Se trata, como cabe imaginar en vista de lo que hasta ahora hemos dado a leer, de

 

Normas que son, en todo caso, intransferibles en el fondo y en el extremo de cada subjetividad… Normas que resultan auténticamente poéticas si han sido impuestas desde adentro, en obediencia no sólo a una situación del devenir histórico de la poesía, sino también a las inclinaciones temperamentales más arraigadas y casi simultáneamente con las imponderables urgencias expresivas.

 

Se trata de unas normas ajenas a la mera reglamentación, hondamente ancladas en cada quien, surgidas de fueros entrañables por virtud del temple poético e inseparables de él. Ahora bien: puesto que en esta invocación del pensamiento poético de Valéry la palabra teoría vale como un recurso ineludible, surge además la pregunta, capaz de mantener su vigencia aun cuando no se insista en ella, de si las normas a que Silva Estrada se refiere lo son para la realización inmediata del poema, para la conceptualización genérica de la poesía, o para ambas cosas a la vez. ¿Con cuál de estas instancias del pensamiento poético dichas normas celebrarían su acuerdo? Los elementos de respuesta, puesto que se nos dan puntualmente, habría que buscarlos atendiendo a otros aspectos de la manera como Silva Estrada concibe la relación de lo poético con la teoría. En efecto:

 

Por otra parte, no hay teoría poética que no lleve implícita su capacidad de movimiento y de transformación. (Cada surrealista, llámese Desnos, Eluard o Cesaire, ¿no es acaso poeta en la medida en que su inevitable originalidad, su subjetividad única, le obliga a transgredir o a transformar toda ortodoxia, toda generalización?).

Por eso la teoría que nos confía un poeta no es reflexión previa ni plan trazado de antemano (sólo en prosa ‘uno puede trazarse un plan y seguirlo’, sostiene Valéry), sino el testimonio de una toma de conciencia en ebullición, latente en el advenir del poema y en la carne misma del poema, indicios que pueden ayudarnos, hasta cierto punto solamente, para ahondar en la comprensión de la obra. Hasta cierto punto solamente, porque nada puede reemplazar esa relación directa con la obra, ese contacto insustituible e insaciable, esa lectura y relecturas ritmadas por aquel inolvidable péndulo de Valéry, cuya oscilación entre sonido y sentido, cuyo vaivén entre la Voz y el Pensamiento, cuyo ir y venir entre la Presencia y la Ausencia, restituyen cada vez la materia del poema en su misterio, en su potencialidad infinita.

 

Recordemos que estos pasos los ha dado Silva Estrada con el fin de afianzar su aproximación al pensamiento o teoría poética de Paul Valéry. Sobre todo, no dejemos de tomar en cuenta que esta teorización nos interesa también como parte del despliegue de la noción de “palabra transmutada”, y que esta noción la postula Silva Estrada como recurso de su comprensión de las experiencias poéticas que lo han ocupado y como cifra de su propio pensamiento poético. En tal sentido, el siguiente paso de nuestro autor ya nos sitúa del todo en la trama del pensamiento de Valéry.

 

Según Valéry, el poeta trabaja con un instrumento ingrato: las palabras. Son proverbiales sus comparaciones entre el estado desventajoso de la poesía y la situación privilegiada de la música. El músico (al menos el músico tradicional occidental aquí aludido) encuentra un instrumento ya decantado y depurado: los sonidos ordenados, bien diferenciados del mundo de los ruidos. El poeta, en cambio, tendrá que luchar con las palabras y, en cierto modo, tendrá que inventar una técnica para cada poema. Las palabras del poema esperado no han sido escuchadas todavía…

En consecuencia,

la tarea del poeta quizás podría resumirse en estos términos: cambiar la palabra de su función de para utilitario a un orden completamente otro, pasar desde el uso práctico del lenguaje hasta el dominio inusual de lo poético.

El poeta efectúa un décodage, una descodificación: el vuelco decidido de un orden a otro orden. Forcejea con las palabras, entre las palabras, contra su condición de medios que se anulan u olvidan al transmitirnos un fin, hasta crear, según Valéry, una ilusión de coincidencia entre sonido y sentido: esa misma doble relación recíproca de semejanza mágica y de significación que se establece, de acuerdo con la perspectiva que apunta Sartre, entre la palabra y la cosa significada. La riqueza fluyente del poema, consecuencia de los esfuerzos y de la destreza del poeta, deberá recrear esta ilusión de feliz coincidencia en la conciencia imaginante del lector y resistir, no agotarse al transmitir su pensamiento oculto.”

 

Con esto ya se alcanzan los elementos necesarios para adentrarse en la especificidad de la concepción valeriana del poetizar, de la responsabilidad del poeta y de la entidad del poema. En cuanto a éste, lo esencial es admitir la difícil diferencia que lo relaciona con sus fuentes primarias, con las inmediaciones que le son más entrañables. Vale decir, que “ni la emoción poética ni el sueño ni la inspiración azarosos son ya por sí mismos el poema…”, pues el poema no es sino “la poesía entendida como obra de arte…”. El poema no se confunde ni se agota en las efusiones que acompañan su advenimiento al nuevo mundo creado por él partiendo de la palabra genérica; por el contrario, el poema “deberá resistir, con su textura estética resumante, todas las lecturas posibles y restituirse cada vez a sí mismo en su integridad interminable, en cada nueva lectura.”

Por otra parte, ¿qué le atribuye al poeta la teoría valeriana del poema? O más bien, ¿cómo aparece la entidad del poeta en esta especificación teórica del poema? La respuesta es neta: “Es aquí donde tienen que intervenir la voluntad y el arte del poeta para salvar la inspiración y los frágiles estados poéticos, sustrayéndolos de la ‘disipación natural de las cosas’.” Una respuesta tan decidida como precavida ante el oscurecimiento y los malentendidos con frecuencia suscitados por esta clase de cuestiones. De allí que en un primer enunciado tomen cuerpo, en forma de preguntas, estos otros predicamentos: “¿Pudor, quizás, de quien se niega a ostentar sus sentimientos como un privilegio? ¿O discreción de quien ha sabido definir la emoción poética por haberla sentido hasta corporalmente desde sus primeros braceos entre los oleajes de las playas de Sete?” Dejando la eventual aclaratoria en suspenso, he aquí el hecho impostergable:

 

El poeta no se conforma entonces con el instante feliz ni con la suma de felices instantes distanciados. Insatisfecho hasta del generoso exceso de lo real, tenderá con sostenido ahínco desde el discontinuo de lo vivido al continuo o discontinuo trascendido, puesto que el ritmo poemático mismo no está exento de rupturas, fisuras o quiebres interiores. El poema no será, pues, una suma de propicios instantes fortuitos, sino el logro paciente y dilatado de una duración que se conquista: un placer sin mezcla.

 

¿Cómo piensa Silva Estrada que Paul Valéry se encarga de las reservas que este aserto pudiera suscitar? Pues enfrentándolas con el rigor esclarecido de una reflexión que no se ahorra esfuerzo, que no deja cabo suelto, que sabe adónde quiere llegar y cuál ha de ser su ruta. Este rasgo, tan propio del modo como Valéry concibe y sostiene los motivos de su pensamiento, Silva Estrada lo contempla en relación con las resonancias del azar, entre ellas la contradicción que otras miradas pudieran señalar en la admisión del azar por la concepción valeriana de la poesía, el poeta y el poema.

 

Así como hay un azar adverso a la poesía (‘el desorden monótono de la vida exterior’ … ‘la corriente impura de las cosas mentales’), hay otro azar que es su aliado: a veces, ‘un sonido puro suena en medio de los ruidos’.

 

O, lo que es lo mismo:

 

Hay, pues, un azar oportuno, un azar que no es desorden: instantes preciosos entre las otras circunstancias. Disciplinarse para salvaguardar estos instantes, para rescatarlos del tiempo desordenado de la existencia y organizarlos en una nueva duración deliciosa y concertada, será el trabajo del poeta.

 

Es obvio que todo esto no puede dejar de tener implicaciones y consecuencias decisivas, tanto para el poeta como para la poesía que él hace posible cual ofrenda máxima a sus prójimos. En cuanto responsable de la palabra creadora en las lides de la existencia, “el poeta debe estar a la escucha. Nuevamente: su oído le habla. Hablar, escuchar. Escuchar, hablar… Pronunciar la palabra inesperada, la palabra inescuchada. (Nada interesa tanto a Valéry como ‘un acontecimiento inédito’)”. Este es el destino del poeta, y por eso de su tránsito terrestre es inseparable el destino de la poesía. Y esto es precisamente lo que Silva Estrada insiste en recalcar:

 

Compartiendo la convicción de que la poesía de nuestro tiempo, lejos de ser un puro juego estético o una fácil evasión, tiene, en su dimensión de tiempo haciéndose, un alcance ontológico, cabe entonces preguntarnos: ¿qué linaje ontológico puede haber en ese ‘placer sin mezcla’, en esas deliciosas ‘lagunas calculadas’ de Valéry que parecen denotar, por lo contrario, una actitud hedonista? (…) Distingamos con Valéry dos pensamientos: el pensamiento racional utilitario circulando entre ‘el desorden monótono de la vida exterior’ e inmerso en ‘la corriente impura de las cosas mentales’ y el pensamiento desconocido integrado al yo universal de donde surgen las instancias rítmicas del poema que habrá de ser interminablemente naciente.

 

***

 

A fin de completar este recorrido por el sentido y los significados del pensamiento poético de Alfredo Silva Estrada, lleguemos hasta encarar directamente la noción en que se alcanza su concepto y toma cuerpo su aporte: la palabra transmutada. Al desplegarla en el ensayo cuyo título es a la vez su tema (precisamente, “La palabra transmutada”), el primer cuidado del autor se dirige a diferenciar entre poesía y prosa.

 

Los límites entre poesía y prosa no son rígidos ni dogmáticos, no están decretados por ninguna ley. Existen, sí, fluidos y libres. Pero, ¿quién negaría que un poema en prosa debe ser plenamente un poema, y que una narración, por poética que pueda parecernos, sigue siendo narrativa? Trátase de dos maneras radicalmente diferentes de afrontar y asumir el lenguaje.

 

El resultado es que a ambas, poesía y prosa, las toma como inherentes a un ámbito mayor configurado por el lenguaje, y sobre todo, por la palabra creada en su seno por el prosista y el poeta. En esta pertenencia virtual radica la generalidad humana que las dos constituyen y solo en relación con ella es posible calibrar sus respectivas especificidades. Solamente en esta perspectiva es posible apreciar la poesía como aquella modalidad de la creación “que se prolonga en sus ansias de no estar concluida, de no circunscribir jamás su dinámica esencia y, a la vez, de no conformarse con ser un simple medio, una mera forma que se invalida al comunicar su contenido.” Siendo estas ansias, por supuesto y tal como ya leímos en sus textos anteriores, “de revelación y no, artificialmente, de novedad formal. Ansias de decir de alguna manera –en cada caso y cada vez la única manera posible y, sin embargo, nada concluyente- esa interioridad y constantes humanas que quedan siempre por decir.”

Ahora bien, la poesía así diferenciada genéricamente de la prosa, ¿cómo se caracteriza en sí misma?

 

La poesía se encuentra en camino y a su esencia es indispensable cada poema por venir. La poesía que salió agolpada, dando tumbos por la puerta ancha que le abrió el surrealismo. La poesía que se ha nutrido de todos los derrumbes, de todas las crisis y esplendores humanos. La poesía que probó decirlo todo, aullando, balbuceando, dislocando sus propias fronteras, al extremo de toda expansión sólo renovó un límite dinámico: el que ella levanta frente a su propio instrumento que es a la vez su propio obstáculo. La poesía que en su límite en devenir absorbe el lenguaje de la prosa, íntegramente transmutado.

 

Es obvio que la palabra de este modo transmutada “no obedece a un engaño artificioso ni a un afán de novedad formal.” Lejos de eso, se debe decir con riguroso énfasis: la “palabra transmutada es la que fluye hacia un nuevo orden o hacia un nuevo laberinto para poder decir lo que a la prosa resulta inaccesible.” Pero el poeta que así piensa no nos dice desde el principio qué es, en qué consiste eso a lo cual la prosa no tiene acceso; prefiere desplegar la constelación de los rasgos para él inseparables de la poesía como acontecimiento del lenguaje.

 

La poesía no re-presenta ya ningún objeto. La poesía presenta un objeto único (el poema) –¿real o imaginario?– que, enfrentándonos, deberá revelarnos acaso lo que no nos hace frente en forma alguna.

 

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, primeramente, que si “la palabra transmutada descubre, y como tal responde a las exigencias espirituales de nuestro tiempo”, entonces la transmutación poética no es una entelequia sino una potencialidad siempre viva y eficiente. Quiere decir también, y lo dice con toda firmeza y nitidez, nada menos que esto:

 

Lo que la palabra transmutada descubre, es acción que responde a las exigencias espirituales de nuestro tiempo y que no puede argumentarse ni explicarse en definitiva. Lo que la palabra transmutada descubre, es indecible fuera de ella misma.

 

Y esto otro, ¿qué significa? En la respuesta está la clave de lo que Silva Estrada piensa acerca de la poesía, el poeta y el poema.

 

Toda palabra, la más vulgar y corriente, es poética en su origen. La palabra abre la realidad y la hace mundo. La palabra: un abriente que es revelación y no medio que apunta hacia lo ya conocido. Es éste su origen que se pierde luego en el lenguaje convencional donde la palabra se torna mera significación. La misión de la poesía, su destino, será entonces restituir la palabra a ése origen que se pierde en el manoseado lenguaje utilitario. ¿Podrá cumplirse el destino de la poesía sin la transmutación del lenguaje, sin arrancarlo de sus pautados ejes, sin hacer que la palabra, otra vez, como en su origen, sea abertura y abriente de una realidad desconocida? Dentro de la palabra transmutada, origen y destino coinciden en un solo movimiento.

 

***

 

Llegados a este punto solo hace falta alcanzar el final del recorrido por el pensamiento poético de Alfredo Silva Estrada, y en lo que resta de camino retomar desde el principio lo esencial de unas instancias que ahora nos parecen intermedias. A este efecto tengamos presente el más valioso de sus requisitos: “La palabra transmutada no cree en la representación. La palabra transmutada crea una presencia que, sin ella, no es nada.” Vale decir: “La poesía de la palabra transmutada no narra, no sentencia, no confiesa nada personal, precisamente por considerar que otros dominios dan más amplio margen a semejantes menesteres. Se trata de una poesía que quiere residir íntegra en la efusión de lo que ella nos descubre, sin quedar sujeta, no obstante, ni a la palabra ni al individuo. Todo aquí se halla trascendido, desde la escritura verbal hacia lo que nos enfrenta en forma alguna.” Es el momento de desplazarnos por entre las líneas de “Existir en la duración del poema”, el penúltimo de sus tres escritos más decididamente personales y a la vez caracterizadamente teóricos acerca de la poesía.

¿Cómo se nos aparece el poema, cuál es su entidad humana, cómo se relaciona él y nos vincula a nosotros con la existencia y con la creación verbal en esta definición de la poesía como palabra transmutada?

 

… el poema no resume, no refiere, no conforma ni traduce ninguna acción anterior a sí mismo: el poema constituye, es su propia acción, impulsada desde y hacia ese desconocido que se despierta (y despierta al poeta hasta en los estratos más oscuros de las ‘profundidades’) en cada éxtasis, en cada estancia y transición temporales.

 

Así concebido, el poema no sólo lo es del poeta y de la poesía a los que ofrece albergue; lo es también, a través de la peculiar historicidad instaurada por su verbalidad, de la existencia que hace posible o impide el sumo acontecimiento de la experiencia poética.

 

Tal vez la única historicidad de la poesía sea esa continuidad profunda –no exenta de disensiones y hasta de rechazos- que, de siglo en siglo, a través de legados sin estricta ordenación cronológica, traspasa de poeta a poeta en fulgurantes tomas de conciencia de la incontenible y a menudo contradictoria expansión que echa los fundamentos y suscita las resurgencias de una solidaridad poética universal.

 

En fin, que al hacer patente y salvaguardar la posibilidad de nuestra plena relación con la potencialidad realizadora del lenguaje, el poema pide que se lo aborde como la constante promesa y el prodigioso don que la imaginación confiere a la existencia. “En este sentido”, culmina Silva Estrada, “la creación poética se identifica con la libertad trascendental del hombre como ente temporal.” Quiere decir:

 

Lejos de la evasión y del puro juego estético, el poema, en su carácter de proyección temporal, tiene una dimensión, una gravedad y gravitación ontológicas: es tiempo haciéndose, constituyéndose en la conciencia imaginante con la materialidad díscola de las palabras, -imágenes y ritmos entrelazados en esa fusión de hombre y mundo, de sujeto y objeto, de nombre y cosa. Según este enfoque teórico, no podríamos confundir, sin más, tiempo existencial con tiempo del poema. Pero es preciso agregar que éste no tendría sentido sin aquél. Y, es más, a nuestro juicio, el tiempo poemático aparecería como otro grado de existencia diversamente intensificado y modulado. El ritmo poético tiene que ver profundamente con la existencia, por ser el resultado de los esfuerzos del poeta para intimarse con el mundo dentro de un sentido quizás más medular de la palabra.

 

II. El poeta en la poesía

 

Y la palabra del poeta…

 

Mirada esclarecida entre las otras

del pasadizo pisoteado

 

Milagro de tiempo facetando en memoria

sus más deseadas luces

 

Y la palabra del poeta traspasando el tráfago:

 

Surcar, osar, empujar los rompientes caminos

Así está bien.

 

La continuidad sin desvío, el haber sido consecuente con un solo modo de concebir la poesía y de realizar el poema, es uno de los rasgos esenciales de la obra poética de Alfredo Silva Estrada. Con excepción de los aleatorios Transverbales y el excepcionalmente referencial De bichos exaltados, los poemas de sus otros libros, si bien han cambiado con los años de acuerdo a un innegable dinamismo interno que podríamos calificar de armónico, son rigurosamente fieles a la misma opción de poética y escritura que el poeta erigió desde el comienzo como su razón de ser. Unamos a esto que en Silva Estrada la propia escritura del poema ha sido una dedicación compartida con el pensamiento reflexivo acerca de la poesía y con la traducción de poetas contemporáneos de la lengua francesa; pero sobre todo prestemos atención al hecho de que para él la poesía es “palabra transmutada”, quiere decir, palabra “enraizada en la existencia misma”, y en cuanto tal, “recurso extralimitado de existir: transgresión de límites.”

Así, solícitamente atento a la poesía como auspicio venturoso del sentido de la existencia, el poetizar de Silva Estrada se funda precisamente en la posibilidad y en la tentación de que el poema vaya por vía distinta a la del trato maquinal con el lenguaje, así como en el reconocimiento del lenguaje como ámbito esencial del nacimiento y la pervivencia de las posibilidades inventivas del decir. Por supuesto, de allí no puede resultar sino una poesía que se precia de responder al doble reto de adentrarse lo más vivazmente posible en el reino de la experiencia, y de postular una relación de analogía entre existencia y lenguaje, una analogía que los invoca a ambos como inseparables de la imaginación y de la imagen en que se afianza su vocación de trascendencia. Es decir, una poesía que se destina a valorar, más que las obligaciones derivadas de la lucha por el reconocimiento cultural, los pasos inauditos que se alcancen a dar en la tierra virtual donde arraiga su esfuerzo de decir.

De tal manera que el decir poemático silvaestradiano comienza y culmina siempre al margen del estancamiento de la relación entre lo real y lo posible. Lo que su palabra busca significar no es solamente una supuesta evidencia de lo real que de hecho ya ha sido establecida por la convención cultural. Lo que ella se propone decir no es sólo algo que no se haya dicho dentro de estos límites, sino rebasarlos, pues su vitalidad radica y su destino depende de la aptitud para significar lo real sólo en la medida en que lo crea, es decir, haciéndolo verosímil en la palabra que lo dice.

En consecuencia, la experiencia del lenguaje con que la poesía de Silva Estrada se conecta, no es la que repite lo ya dicho acerca de lo realizado, sino aquella que, al fundarse en el reconocimiento de la indeterminación existencial y de la virtualidad del lenguaje, se acoge al decir poético como la más plena de las aptitudes realizantes. Tal como ha sido desde De la casa arraigada, su libro inaugural de 1953. “Extensión circundada, / sin salida de ríos. // ¿Permanece aún el eco?” Al dar inicio de este modo al primer poema, denominado “Reconstrucción”, estas dos líneas lo fundan, no lo anuncian. Y en cuanto tales ellas instauran un ámbito no solo autosuficiente, sino además propicio a que las otras instancias del poema se vayan desplegando junto con las intensidades expresivas que surgen de las correspondientes significaciones. “¿Cuándo cayó el incendio en las cenizas? // ¿Cuándo la reciedumbre fue una columna aislada, / padeciendo? En los libros que se fueron formando dentro de los más de treinta años siguientes, los poemas de Silva Estrada han experimentado sólo las transformaciones inherentes a la lectura en orden aleatorio de breves unidades textuales, la eliminación del poema determinado por su título como célula del conjunto en que aparece, el despliegue de los poemas en amplias instancias textuales caracterizadas por diferentes principios de disposición en la página, así como de tipografía y de conexión entre unos y otros.

[Y la palabra del poeta], el texto que aquí hemos escogido para darlo a leer, es uno de los que prescinden del título al mismo tiempo que reivindican su función denominativa trasladándolo al cuerpo poemático y resaltándolo en otra tipografía. Si en este poema algo ha cambiado dentro de lo que acabamos de apuntar sobre el modo en que se resuelve la conciencia poética de Silva Estrada, es para aplicarle al tema del poeta la radicalidad de una visión aún más fluida y natural: para que todo consista en el fluir de la evidencia que el poema se propone dar.

 

Mirada esclarecida entre las otras

del pasadizo pisoteado

 

Y esta evidencia es nada menos que la palabra del poeta, una palabra tan inabarcable como el sentido del poema mismo la concibe; pero que a la vez es tangible y se transfigura para transcurrir sin tropiezos por entre las cosas imbuídas en el trance de llegar a ser. Ahora que la palabra del poeta ya no es simplemente dicha, sino que se pronuncia para decir acerca de sí misma, vemos que su dicción no es la de una voluntad que aspire a esconder su propia pequeñez detrás de alguna de las arbitrariedades que abundan.

 

Milagro de tiempo facetando en memoria

sus más deseadas luces

 

Y la palabra del poeta traspasando el tráfago:

 

A esta palabra, nada la pone por encima del curso difícil de los dichos y los hechos: la única definición que de ella se consigna no está aquí presente para facilitarle al poema la tarea de significar y expresar lo que sólo a él compete: está para reafirmar la palabra del poeta nada menos que como cumplimiento de su cometido esencial: “Surcar, osar, empujar los rompientes caminos.” Y, entonces sí, para darlo por cumplido: “Así está bien.”

 

 

NOTA

Textos procedentes de mi libro Ser al decir. El pensamiento de la poesía y siete poetas latinoamericanos, publicado en Caracas por Oscar Todman Editores el año 2014.

 


ALFREDO CHACÓN (Venezuela, 1937). Poeta, ensayista. Premio Anual a la Mejor Investigación en Ciencias Sociales, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT): por el libro Curiepe, Ensayo sobre la realización del sentido en la actividad mágico-religiosa de un pueblo venezolano, en 1980; y Premio de Poesía, Bienal Literaria Mariano Picón Salas: por el libro Palabras asaltantes, en 1991. Entre otras actividades, fue Director General de la Fundación CELARG (1987-1991), y Presidente de la Fundación Biblioteca Ayacucho (2001-2003). Entre sus libros más recientes, se encuentran La voz y la palabra (Lecturas de poesía venezolana: 1986-1998) (1999); Se solicita pensamiento para esta realidad. Tres volúmenes (2005), y Ser al decir. El pensamiento de la poesía en siete poetas latinoamericanos (2014).

 

 

ABY RUIZ (Puerto Rico 1971). Artista visual que trabaja con pintura al óleo, dibujo e instalaciones. Su obra explora la naturaleza humana en diferentes situaciones en las que se expone el comportamiento de cada individuo. El cuerpo es la principal fuente de expresión en composiciones muy intensas donde en ocasiones aparece algún elemento de humor. Los temas más desarrollados por el artista están relacionados con la infancia, la sexualidad, la mortalidad, la inocencia, la violencia y la ternura, y son abordados en espacios indefinidos e imágenes recortadas. Ruiz se involucró en las artes desde temprana edad, tomó clases de pintura con Pablo San Segundo y estudió pintura, dibujo y grabado en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo bajo la tutela del profesor y artista Rolando Borges Soto. Su obra ha sido presentada en numerosas exposiciones internacionales en Estados Unidos, Panamá, Canadá y República Dominicana. Aby Ruiz es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 

 

Para los lectores que quieran leer poemas de este poeta en portugués, sugerimos visitar el proyecto “Atlas Lírico da América Hispânica”, de la revista Acrobata:

https://revistaacrobata.com.br/florianomartin/atlas-lirico-da-america-hispanica/alfredo-silva-estrada-venezuela-1933-2009/

 




 Agulha Revista de Cultura

Número 34 | julho de 2023

Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


∞ contatos

https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/

http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/

ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

 

 



Número 23 | julho de 2023

Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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