domingo, 23 de julho de 2023

CÉSAR EDUARDO CARRIÓN | La palabra perdida de César Dávila Andrade o sobre cómo leer su poesía hermética

 


 Cerca de la mitad de la obra poética de César Dávila Andrade (Cuenca, 1918-Caracas, 1967) ha sido calificada de hermética y, con ese adjetivo, marginada del canon de la poesía ecuatoriana: de un conjunto total conformado por 170 poemas conocidos, 69 constan en las últimas cuatro colecciones (los denominados libros herméticos). A estos textos se pueden sumar otros 19 anteriores (que conforman el libro Arco de instantes, de 1959), porque prefiguran la poética hermetizante y han sido objeto de similar indiferencia: no existen artículos o ensayos dedicados exclusivamente a ellos, como sí existen (aunque no en abundancia) trabajos interpretativos sobre Boletín y elegía de las mitas (1959) o Catedral salvaje (1951), pertenecientes a etapas anteriores de su poesía. Incluso algunos de los primeros poemas (si es que no muchos de ellos) podrían entrar en el corpus hermético, debido a sus características textuales. Casi la mitad de la poesía completa de este autor continúa en la penumbra, a la espera de lectores generosos y severos que la saquen a la luz. Salvo unos cuantos poemas consagrados por los comentaristas y críticos (Oda al arquitecto. Canción a Teresita, de 1946 y Catedral…, Boletín…, entre otros), la obra poética de Dávila Andrade sigue siendo tarea pendiente para la crítica literaria, sobre todo, ecuatoriana.


Hermes inventó la lira, no Apolo

Cuando la poesía hermética de Dávila Andrade no suscita la mudez del lector estupefacto, motiva la desaprobación de quien se siente decepcionado frente a una poesía que no le ha brindado lo que esperaba: luz, reposo, calma… No ha faltado el crítico que asegure que la última lírica de Dávila Andrade es poesía menor, obra de decadencia o mera antesala del suicidio. Incluso este breve ensayo es poco más que una peroración (quizás en su acepción más patética). Acaso el destino de la palabra hermética del gran poeta cuencano sea el olvido, iniciado el día en que se quitó la vida y dejó de escribir. Con todo, y a pesar de su cariz heterogéneo, el abandono que padece la poesía hermética de Dávila Andrade emana de un continuo de pocas ideas: se ha dicho que esta última obra lírica no se puede interpretar, debido a su contenido esotérico, su constitución textual disparatada y sus referencias confusas o dislocadas. Si a un pensamiento débil o inconsistente correspondiera, sin excepción, un lenguaje subitáneo u oscuro, no habría nada más que decir acerca de la poesía hermética de César Dávila Andrade. Pero no es así. Estoy convencido de que este hermetismo proviene, en gran medida, de lecturas mendaces, que ocultan detrás de supuestas incompetencias, intereses y posturas ideológicas, muchas veces ajenas a la poesía de Dávila Andrade.

Es por esto que, para valorar la lírica hermética daviliana, urge describir un proceso histórico, compuesto de al menos tres estadios: génesis, recepción y proyección. Esta línea causal comprende, respectivamente: ubicar los orígenes textuales y contextuales de la obra hermética daviliana; agrupar y analizar las lecturas de la crítica, conforme preferencias epistemológicas; y, a partir de este último examen, proponer vías de interpretación, que permitan disipar el silencio que han dejado otras lecturas. De estas tres faenas pendientes, la segunda (el análisis de la recepción) es la más complicada, porque el acceso a las fuentes supone un trabajo minucioso, que no le corresponde al lector promedio; en el presente ensayo, ofrezco un brevísimo resumen. [1] La primera tarea (el análisis del origen del hermetismo) es más sencilla, aunque más extensa: a las relaciones inter-textuales e intra-textuales de la obra daviliana se puede acceder con relativa facilidad, pues, apenas se requiere de herramientas filológicas elementales; plantearé sólo el más obvio de los innumerables caminos posibles. La tercera actividad (la proyección de futuras lecturas) se desprende del contraste entre las dos anteriores e informa el objetivo central de la presente propuesta.

El hermetismo daviliano se ha entendido de varias maneras: como producto de un orientalismo, cuyos referentes enrarecen el contenido temático de los poemas a los ojos de un lector occidental no iniciado, hasta el punto de volverlos crípticos (Jorge Dávila Vázquez); [2] como resultado de un lenguaje “diacrítico” motivado, en parte, por intereses esotéricos, que con frecuencia termina en aparentes dislates (Gustavo Alfredo Jácome); [3] como manifestación de una circunstancia psíquica, transida por el alcoholismo, que terminaría poco después con el suicidio (Gonzalo Ramón); [4] como consecuencia de la mala lectura de ciertos poetas hispanoamericanos, de dudosa trascendencia (G. H. Mata); [5] como la transubstanciación poética de ciertos postulados filosóficos y religiosos, ajenos al entorno social e histórico ecuatoriano (Gonzalo Ramón, María Rosa Crespo, [6] Xavier Michelena); [7] o como la combinación inextricable de varios o todos estos factores, en una suerte de tejido fragmentario y, en ocasiones, contradictorio. Sin embargo, todas estas explicaciones comparten la noción de que el hermetismo daviliano es menos una secuela de las búsquedas estéticas del poeta, que un efecto de agentes externos a la poesía misma.

Y todas ellas podrían tener parte de razón, si no se negaran a valorar estos poemas de Dávila Andrade y, en vez de pretextos, hubieran brindado lecturas desprejuiciadas, aun con el riesgo de rozar la arbitrariedad interpretativa, porque este es el máximo peligro de toda exégesis: caer en el equívoco. La mayoría de comentaristas y lectores se ha lavado las manos y ha evitado el problema. Para ellos, no se puede decir nada definitivo acerca de los poemas herméticos davilianos, sin antes instruirse en artes ocultas o disciplinas misteriosas, que les doten de herramientas hermenéuticas adecuadas. Para estos lectores, hermético es sinónimo de esotérico. Sabiéndolo o ignorándolo, todos recuerdan a Hermes Trismegisto, nombre griego de la divinidad egipcia Tot, a quien se le atribuyó poderes mágicos y conocimientos de ultratumba (asequibles solo para los iniciados). Pero, ante todo, Hermes es el mensajero de los dioses, la divinidad de los viajeros, los comerciantes y los ladrones. Es el dios de las fronteras: habita las lindes de cualquier espacio que se delimite; invita a disolver la univocidad de significados y sentidos. Hermes también es el dios de la comunicación: tiene la responsabilidad de revelar los secretos y la facultad de ocultarlos.

Es Hermes quien inventa la lira y se la cede a Apolo, a cambio del cayado de oro, que luego se transformará en el caduceo. La lírica fue primero hermética y después, y solo después de un intercambio divino, apolínea. Quizá, por esta razón, César Dávila se remita con sus versos a este sentido primitivo (hermético) de la poesía. Un poema no tiene por qué ser necesariamente diáfano y fácilmente inteligible (apolíneo). Pero siempre debe apelar a cierto sentido oculto para el sentido común: su significado último es siempre patético, emocional, afectivo. Aquellos lectores que reclaman claridad de los poemas últimos de César Dávila olvidaron que durante las fiestas en honor a Hermes (que se celebraban en la Antigüedad europea en Argólide y Creta), los papeles entre amos y esclavos se intercambiaban. En aquellos rituales de carácter saturnal, seguramente era difícil reconocer quién estaba originalmente al mando (¿el poema o el lector?). No hay lecturas seguras ni definitivas para los textos herméticos (para casi ningún poema importante). No existe criterio de autoridad al que se pueda acudir fácilmente, cuando se lee los desconcertantes versos de Dávila Andrade. La poesía daviliana es hermética por estas razones, no porque las escribiera un suicida desesperado (encima alcohólico), lleno de ideas religiosas orientales. Si algún rapto místico existe en los poemas de Dávila Andrade (emanado de sus intereses religiosos), es aquel que invita a la “Consagración de los instantes”, como sugiere el título de uno de sus poemas.

Quienes aseguran que el sentido de la poesía hermética daviliana es inexpugnable y quienes proponen que sobre un poema se puede decir casi cualquier cosa confiesan exactamente el mismo principio: el significado de la poesía es etéreo e inaprensible. Pero el sentido y significado de toda poesía son humanos, aunque la fe los contamine con divinidad. La indiferencia de la crítica hacia la poesía hermética es tan irresponsable como la invitación a la infinita deriva interpretativa. El origen del hermetismo daviliano empieza y termina en la poesía que escribió su autor, aunque posea conexiones literarias e ideológicas que, por otro lado, son inevitables y constituyen indicios de cierta salud creativa: Dávila era un poeta muy culto, consciente de su peculiar situación histórica y, ante todo, comprometido con su labor de poeta; por estas razones escribió poesía hermética, y no por ingenuidades evasivas o egotistas.

 

El hermetismo daviliano es centrífugo


Con excepción de ciertos poemas canónicos, la poesía de Dávila Andrade resulta hermética para la  mayor parte de comentaristas, porque su constitución es excéntrica: fuga de dos de los centros articuladores del discurso de la crítica ecuatoriana dedicada a la lírica: cierta idea de nacionalidad y cierta noción decimonónica de poesía. La lírica daviliana fuga del primero de estos centros de sentido, porque no contiene argumentos que se ajusten al discurso de la nación (la construcción de un canon literario nacional), como sí lo tuvieron, en su momento, poemas como “Canto a Guayaquil”, Catedral salvaje o Boletín y elegía de las mitas (enfocados en la historia y la geografía del país). Incluso cuando el interés sobre estos temas (la geografía nacional, por ejemplo) se vuelve el centro del discurso poético de Dávila Andrade, se enrarecen tanto que apenas se pueden reconocer: si Catedral salvaje no empezara con ese famoso verso (“Y vi toda la tierra de Tomebamba, florecida”), ¿se podría decir que su tema poético es exclusivamente telúrico? ¿Acaso las referencias nacionales no son lo menos importante de este poema? La poesía daviliana fuga del segundo centro de sentido que he nombrado, porque no responde al estatuto (apolíneo) de poesía lírica que manejan sus críticos: unidad, equilibrio, coherencia… Los exegetas que esperaban encontrar poemas que restituyeran las diferencias y contrariedades de la vida cotidiana, mediante la anulación metafórica, encontraron la fragmentariedad, las contradicciones y aporías propias de la poesía occidental contemporánea (no solamente la hermética), posterior al simbolismo francés. El hermetismo daviliano empieza por esta doble fuga de los centros articuladores del discurso crítico literario ecuatoriano.

El primer núcleo del que fuga la poesía de César Dávila es el discurso de la nación. Se ha visto en Catedral salvaje un interés del poeta sobre la geografía y en Boletín y elegía de las mitas, similar actitud sobre la historia del Ecuador. Quienes han escrito sobre estos libros desconocen deliberadamente que la poeticidad del discurso lírico daviliano niega el determinismo de los referentes nacionales. No son grandes poemas, precisamente porque hablen del país. El principio de totalización del lenguaje de la poesía la diferencia de la simple prosa: la Tomebamba de Catedral salvaje es, en ese específico poema, toda la tierra conocida por el hombre que habla en el texto, quien es el único habitante de ese mundo lírico: la voz poética. No se trata de la geografía nacional (no solamente, y solo de forma tangencial), sino de una visión sublime, similar a la que Juan el evangelista (uno de los vocativos del narrador lírico) padeció en Patmos (el lugar del destierro, la utopía del poema), donde escribió el libro del Apocalipsis. Catedral salvaje se encuentra más cerca de referentes bíblicos que de las tan mentadas “Alturas de Macchu Picchu”, célebre poema del Canto general (1950) de Pablo Neruda (Parral, 1904-Santiago, 1973). Pero esta vía de lectura requiere de muchos matices y es muy compleja para explicarla aquí.

Por el momento, llamo la atención sobre el facilismo de ciertas lecturas: se han conformado con parafrasear el sentido de estos poemas, reduciéndolos a la ubicación de contenidos geográficos e históricos. Pero el sentido de lo poético no es parafraseable; el poema no se puede decir de otro modo del que está dicho en el poema mismo. Cuando los versos davilianos se han podido comentar en relación con sus referentes históricos y geográficos (o incluso biográficos), han sido aceptados y celebrados por la crítica. Cuando los referentes se han extrañado en el poema, de forma tal que no se han podido parafrasear, han perdido validez para los comentaristas, porque “no se entienden”. ¿Pero esta presunta incompetencia de los lectores es honesta o pretende justificar su postura ideológica? ¿No es todo entendimiento, en mayor o menor medida, resultado de una ubicación ideológica? En todo caso, parece que el hermetismo daviliano resulta inconveniente, precisamente porque no se ajusta a determinadas líneas discursivas de la historia de la literatura ecuatoriana.

El segundo núcleo del que fuga la poesía daviliana es la noción que sus lectores parecen compartir sobre lo que debe ser un poema lírico. Si estas condiciones no se cumplen, el texto en cuestión parece perder validez frente a sus ojos. Se trata nuevamente de una mirada interesada en establecer pautas y construir cánones. Mientras la poesía de César Dávila se manifiesta en imágenes decodificables, mediante las herramientas estilísticas, biografistas o historicistas que utilizan los exegetas, merece largos y minuciosos comentarios. En cuanto fuga de estas formas metafóricas, estróficas y temáticas, los críticos esgrimen un doble argumento para evadir el asunto: aquellos poemas no se pueden leer sin un aparato crítico construido sobre la base del conocimiento de los referentes puestos en juego, a saber: orientalismos y esoterismos diversos. Este argumento sintetiza una doble proposición: el poema no se puede leer, porque sus temas son desconocidos para un lector occidental; el poema no se puede leer, porque su estructura lingüística no se puede deconstruir. Sin embargo, estos mismos lectores sugieren con frecuencia una solución para entender el hermetismo daviliano: intentan reconocer en el intrincado tejido de imágenes desconcertantes, la constitución de un mundo simbólico de matices mágicos y mistéricos. Buena sugerencia, excepto porque sigue siendo, en el fondo, la misma excusa: los poemas herméticos se podrían parafrasear, si el lector fuera un iniciado en artes ocultas, y, por lo tanto, conocedor de los códigos fuente puestos en movimiento.

A pesar de todo lo dicho, el lector contemporáneo se puede acercar a la poesía hermética de Dávila Andrade teniendo en cuenta este mismo movimiento excéntrico, que podría describirse brevemente del siguiente modo. César Dávila empieza escribiendo poemas influidos por una doble vertiente literaria (el modernismo y las vanguardias). Esta influencia es simultánea, aunque en principio sea evidente el mayor peso de la escuela de Rubén Darío. Los temas y formas de espíritu modernista van cediendo paso a los procedimientos vanguardistas, presentes incluso en poemas tan tempranos como “Oda al Arquitecto” y “Canción a Teresita”. De las metáforas tradicionales y sinestesias, el poeta pasa a las imágenes visionarias y, de éstas, a las imágenes oníricas (estas últimas dos no son lo mismo, a pesar de lo que digan algunos lectores despistados). El crecimiento de la arbitrariedad imaginaria es inversamente proporcional al grado de referencialidad. Cuanto más avanza Dávila Andrade en su aventura poética, más arriesgadas son sus realizaciones morfológicas y sintácticas y, por lo tanto, sus valores semánticos se van ampliando. De los símbolos de valor monosémico y disémico, pasa a los símbolos autárquicos y, con ellos, a la polisemia infinita. Este movimiento resulta excéntrico, porque la crítica ha pretendido encontrar una línea de continuidad histórica desde el llamado modernismo ecuatoriano, hasta la poesía de fines del siglo XX. La poesía hermética de Dávila no se articula en torno a este centro. Está dislocada históricamente, respecto de la tradición poética ecuatoriana y respecto de los afanes de la crítica de crear una tradición literaria nacional.

Esa solución de continuidad que buscan los historiadores de la literatura ecuatoriana puede resultar artificiosa, al menos en el caso de la poesía: a diferencia de los narradores, los mejores poetas ecuatorianos son excéntricos, en su mayoría. No existe una línea literaria que siga los tempranísimos balbuceos vanguardistas de Hugo Mayo, por ejemplo, pues él mismo prefirió callar toda su vida y publicar sus únicos dos libros apenas unos años antes de su muerte; Gonzalo Escudero escribió una poesía pretendidamente pura, después de haber sido adalid de las vanguardias y atrevido innovador… Sus fórmulas poéticas se repiten durante más de veinte años: sus últimos poemas son la realización repetitiva de una poética virtuosa, pero monocorde, redundante. El hermetismo daviliano es parte de este ambiente de poetas que se aíslan y no hallan eco en sus contemporáneos ni en sus generaciones sucesoras. En contraste, Jorge Carrera Andrade representa otra línea, esta sí, de epígonos inmediatos y tardíos (Dávila Andrade fugó temprano de su égida). Así, el tránsito del trabajo imaginario de César Dávila va de la imagen a la visión y de ella, al símbolo. No es raro que se haya visto en este desplazamiento de lo imaginario a lo conceptual, la manifestación de una renuncia vital del poeta: el desarraigo que lo llevó a radicarse en Caracas, donde escribió la mayor parte del corpus hermético. En este desplazamiento geográfico sí se puede encontrar un paralelismo o correlato biográfico. Como se ve, no deslegitimo las herramientas de los críticos de Dávila Andrade, pero pretendo llamar la atención sobre determinados usos políticos de la producción literaria y sus implicaciones históricas.

 

El hermetismo daviliano es también centrípeto


Ahora bien: toda fuga de un centro supone la trayectoria hacia otra dirección. En el caso de Dávila Andrade, la excentricidad proviene también del ensimismamiento. Su poesía se vuelve paulatinamente autorreferente. Si bien abandona los temas nacionales y ciertos motivos típicamente líricos, su hermetismo no consiste en la mera adopción de referentes exóticos. Cualquier símbolo de tono religioso o metafísico de los últimos poemas está prefigurado ya en textos considerados no herméticos (sobre todo en el libro Arco de instantes). La poesía daviliana se concentra paulatinamente en un conjunto limitado de temas, que se expresan con un grupo recurrente de motivos. Para entender los poemas herméticos de Dávila Andrade, es indispensable realizar una lectura retrospectiva, que ponga en relación los símbolos supuestamente esotéricos de los últimos libros con otros, posiblemente, más legibles. Esta progresiva concentración, que inicia con Arco de instantes, engendra abundantes poemas dedicados a la reflexión sobre el sentido y significado de la escritura lírica. Pero la última lírica daviliana no es puramente metapoética. Dávila Andrade define sus intereses sobre tres núcleos principales: la búsqueda y encuentro con el Absoluto, el significado de la vida y la inminencia de la muerte, y, por supuesto, el sentido de la escritura misma. Esta obcecación domina la mitad de su obra lírica (por lo menos 88 de 170 poemas). Desde este punto de vista, no existe un cambio abrupto, sino una decisión valiente y definitiva, anunciada incluso en Catedral salvaje y prefigurada en “Oda al Arquitecto”. Así, Boletín y elegía de las mitas y otros poemas anteriores informan una primera etapa poética de aprendizaje, brillante y valiosa; en tanto Arco de instantes, y los poemas escritos después, constituyen la obra de madurez ideológica, biográfica y estética.

Los metapoemas davilianos empiezan por marcar un distanciamiento respecto de la poética anterior. El poemario En un lugar no identificado (1962) determina la decisión del poeta de alejarse de aquellas preocupaciones. Los poemas “Funerales del pez insumergible”, “Poesía quemada”, “Aquí nomás” y, en especial, “Origen II” y aquel que da título al libro (“En un lugar no identificado”) ubican la nueva posición desde la cual la voz lírica enuncia sus inquietudes. Funcionan como los manifiestos del nuevo poeta en el que se convirtió César Dávila después de escribir Arco de instantes. La profusión de referencias geográficas e históricas queda relegada definitivamente, como se puede ver en el poema “Origen II”, de Arco de instantes: “Ya no soy, pues, el que escondíais en el Ovario / de la Gran Estatua Sentada / durante las lluviosas tardes del Sur Ecuatoriano!” [8] Si este poema hermético puede interpretarse con la ayuda de referencias biográficas, como sugiere Dávila Vázquez (1998), también puede leerse a la luz de sus relaciones con otros poemas de la obra daviliana. Si antes era Tomebamba (Ecuador) el sitio referido en el poema daviliano, en tanto lugar desde donde hablaba la voz poética, ahora es el lugar no identificado del enunciado lírico el que habita la voz del poeta: “Aquí nomás está todo. Aquí. La extremidad / de cada cosa, unida a su interior, que vuelve / a repetirse” (Dávila Andrade, 2007). De la misma manera que otros temas, esta nueva posición lírica está anunciada ya en Arco de instantes, años antes de la publicación de los primeros poemas considerados convencionalmente como herméticos. Aquel libro comienza con un poema titulado, precisamente, “Advertencia del desterrado” (Dávila Andrade, 2007).

La nueva relación que el hablante lírico (imagen del poeta) establece con su propia poesía funciona como base del tratamiento de los otros núcleos temáticos y simbólicos. El lector puede remitirse a la recopilación de los últimos poemas, titulada Poesía de el Gran Todo en polvo (1967). En ellos el arte poética postulada en el libro En un lugar no identificado y matizada en Conexiones de tierra (1964) se resume y completa en cuatro nociones más o menos claras:

 

1) la escritura poética es un ejercicio tormentoso (similar al sacrificio del mártir), mediante el cual el oficiante pretende alcanzar la sabiduría (“Tarea poética”; “Profesión de fe”);

2) ese conocimiento se alcanza gracias al aislamiento e introspección, que disipa de la conciencia la percepción de los fenómenos de la realidad y la sensación del transcurso del tiempo, como anuncio de la muerte presentida e inminente (“Tarea poética; “En el fondo de la mano”);

3) en este camino, que es otra forma de la búsqueda del Absoluto, la palabra poética se contamina de todo lo mundano que le rodea y, sin embargo, la Poesía (la Palabra, el Logos) subyace en los versos, incorruptible, porque su esencia no es accesible para nadie, ni siquiera para quien la cultiva y busca obsesivamente, como el poeta (“Tarea poética”; “Profesión de fe”);

y 4) como consecuencia de los anteriores postulados, la palabra poética resulta ser una expresión parcial y sesgada del Absoluto, una manifestación fugaz del Ser que llega como sospecha, y como conexión íntima, individual e incomunicable con la Tierra, cuyo sentido solamente el poeta (y el lector predispuesto) logra vislumbrar, gracias a su ardua voluntad de observación meditativa (“Tarea poética”; “Centinela”; “Profesión de fe”). De este conjunto de premisas se desprenden las demás, referidas a la relación del poeta con la idea de Dios, la búsqueda del sentido de la existencia y la muerte.

 

Es así que aquel dios organizador del universo presente en “Oda al arquitecto” termina en una idea de divinidad no distinta del Gran Todo de los últimos poemas, pero cuyo contacto y conocimiento se lleva a cabo exclusivamente en el fuero interior del individuo, sin mediación eclesial ni intervención social de otro tipo. Así las cosas, el panteísmo de Dávila Andrade sugiere una idea amorosa de la muerte, cuya función no es otra que la devolución del individuo a su estado original de identificación plena con el Universo. Esta noción panteísta de la vida supone una concepción cíclica del tiempo (presente también en Arco de instantes, mediante el símbolo de la serpiente Ouroboros). Para la voz poética, el encuentro místico, la constatación de lo inefable a través de la meditación que brinda el ejercicio de la escritura poética, y la consagración del instante, son el entrenamiento idóneo para el encuentro verdadero y definitivo con el Gran Todo: el misterio de la muerte. Estas pocas ideas, extraídas mediante el análisis de referencias internas, cuyos matices y complejidades escapan a los objetivos de este breve ensayo, pueden convertirse en un instrumento de iniciación (tan solicitado por los críticos de Dávila Andrade). Para leer la poesía hermética daviliana, el lector debe estar dispuesto a volver sobre sus pasos: una y otra vez, deberá buscar las conexiones que determinados símbolos e imágenes tienen con otros similares en la misma obra lírica. Solo después de esta lectura detenida, llena de las naturales interferencias de los intereses y competencias particulares de cada lector, cada uno podrá acudir (si le hace falta) a las famosas referencias esotéricas. Pero, para entonces, ningún descubrimiento podrá rebatir de forma categórica las primeras observaciones. La búsqueda del Absoluto, la muerte como retorno a la Nada, y el destino (mortal) del ser humano, que se impone a pesar de su voluntad de trascendencia, componen el núcleo temático del corpus hermético daviliano. No hace falta ser sacerdote ni aprendiz para saberlo. El lector de Dávila Andrade no necesita ser iniciado en ninguna arte esotérica, en ninguna cofradía, en ningún sistema de referencias ajeno a la poesía misma.

Con todo lo dicho se confirma que el desentendimiento de la crítica respecto de la poesía hermética de Dávila Andrade responde a sus preferencias políticas e ideológicas, antes que a su imposibilidad de análisis e interpretación. La excentricidad de la poesía hermética daviliana ha determinado su reclusión y esa condena no se debe directamente a razones lingüísticas ni plenamente estéticas. La actitud de muchos críticos aparece, desde este punto de vista, como una impostura o un ejercicio evasivo, que oculta las verdaderas razones por las cuales no han leído esta poesía. Si en verdad la lírica hermética de Dávila Andrade debe leerse como un fracaso o como un periodo de decadencia de su labor poética, desde los parámetros adoptados por algunos de sus críticos, en esa poesía fracasada se encuentra también el agotamiento de una forma literaria que acompaña la modernidad ecuatoriana y con ella la construcción de un proyecto literario nacional. Acaso aquel proyecto (la nación chica de Benjamín Carrión) llegaba a su final con la poesía hermética de Dávila Andrade. El hermetismo daviliano no se ha leído como un gesto crítico, sino como un ademán de ruptura absolutamente individual y abrupta. Sin embargo, detrás de la decisión del poeta de desmarcarse de todos los referentes contingentes se halla, además de su búsqueda poética personal, una realidad social que lo confinó a ser, ante todo, el poeta que escribió sobre la geografía y la historia nacionales. La palabra de César Dávila Andrade es, por esta razón, una palabra perdida. Sobre todo, aquella consagrada a sus búsquedas postreras, las más intensas, las más consecuentes con su trayectoria poética.

El último poema que consta en la edición de su poesía completa, “Palabra perdida” (Dávila Andrade, 2007) llama la atención sobre un problema de valoración que apenas he pretendido iniciar. Aquel texto señala con precisión, sin mayores ambigüedades que los lectores puedan pretextar, una declaración de principios que se han confirmado como proposiciones centrales de su poética. Si existe el hermetismo en la lírica daviliana, existen también herramientas que el mismo poeta dejó escritas: registro de códigos con los cuales se puede reducir la ininteligibilidad de los últimos poemas escritos por el autor. El poema “Palabra perdida” propone “Embrujar el Poema de modo que todas sus palabras / (…) / se conviertan en la / PALABRA”. Dávila Andrade se proponía buscar aquella palabra (total, mística, alquímica) que le posibilitara el acceso al Logos (al conocimiento del Absoluto). Sabía, sin embargo, que sus pretensiones estaban destinadas al fracaso, debido a la cercanía de la muerte. Todo el tiempo no es suficiente para encontrar la PALABRA: “Mas, apenas has escrito la primera palabra / cuando ya sobreviene la muerte de los párpados”. El objeto de las búsquedas poéticas de Dávila se esfuma detrás de cada verso: “Pero AQUELLO ha desaparecido / Irremisiblemente”. Si el acceso al conocimiento de lo Absoluto se revela parcial, precario, imposible, la labor del poeta consiste, finalmente, en recuperar ese mínimo contacto posible: “el Poema puede estallar al otro lado de su rostro / Procura entonces / retirar delicadamente de entre sus labios / la diminuta flecha envenenada”. Esa diminuta flecha envenenada de enigmas seguirá intrigando a los lectores de su poesía lírica. El hermetismo daviliano continuará invitando al lector avezado a sumergirse en su complicada lírica, para encontrar las formas de pronunciar lo inefable.

 

 

NOTAS

Versión corregida y aumentada del ensayo titulado “La palabra perdida de César Dávila Andrade”, epílogo a César Dávila Andrade, César Dávila Andrade, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2007, y publicada en el libro titulado El deseo es una pregunta. Ensayos sobre poesía latinoamericana, Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2008.

1. Realizo un examen a fondo de la recepción de la poesía daviliana hasta la primera década del siglo XXI, y a continuación profundizo en el tema de este breve ensayo, en el libro titulado ‘La diminuta flecha envenenada’: en torno de la poesía hermética de César Dávila Andrade, Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2007.

2. Jorge Dávila Vázquez, César Dávila Andrade. Combate poético y suicidio, Cuenca, Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Cuenca, 1998.

3. Gustavo Alfredo Jácome, “César Dávila Andrade: ¿Luzbel o Lucifer?”, en Gustavo Alfredo Jácome, op. cit.

4. Gonzalo Ramón, “César Dávila Andrade. Mago de la poesía”, en La poesía ecuatoriana. Ensayos sobre César Dávila Andrade, Miguel Ángel Zambrano y notas sobre varios poetas ecuatorianos, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1969.

5. Gonzalo Humberto Mata, Psicografía de César Dávila Andrade, Cuenca, Cénit, 1981.

6. María Rosa Crespo, “El hombre claroscuro de la noche”, en Revista de la Universidad-Verdad No. 4, Cuenca, 1989.

7. Javier Michelena, “El pez sólo puede salvarse en el relámpago”, en Cultura. Revista del Banco Central del Ecuador No. 26, Quito, Banco Central del Ecuador, septiembre-diciembre de 1986.

8. César Dávila Andrade, César Dávila Andrade, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2007.

 

 

CÉSAR EDUARDO CARRIÓN (Ecuador, 1976). Poeta, ensayista. Escritor prolífico con un repertorio literario diverso. Doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad Andina Simón Bolívar, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. César se ha consolidado como una figura respetada en el panorama literario ecuatoriano, con una notable lista de obras publicadas. Sus libros de poesía incluyen Revés de luz (2006), Pirografías (2008), Limalla babélica (2009), Poemas en una Jaula de Faraday (2010), Cinco maneras de armar un travesti (2011), Emboscada (2017), Es lodo y es polvo y es humo y es nada (2018) y Emboscada / Ambush (traducido por Kimrey Anna Batts, 2019). Adicionalmente, César ha contribuido al campo del ensayo con varios trabajos, profundizando en diversos temas. A través de sus contribuciones literarias y experiencia académica, César Eduardo Carrión ha tenido un impacto significativo en la literatura ecuatoriana.

 

 

ABY RUIZ (Puerto Rico 1971). Artista visual que trabaja con pintura al óleo, dibujo e instalaciones. Su obra explora la naturaleza humana en diferentes situaciones en las que se expone el comportamiento de cada individuo. El cuerpo es la principal fuente de expresión en composiciones muy intensas donde en ocasiones aparece algún elemento de humor. Los temas más desarrollados por el artista están relacionados con la infancia, la sexualidad, la mortalidad, la inocencia, la violencia y la ternura, y son abordados en espacios indefinidos e imágenes recortadas. Ruiz se involucró en las artes desde temprana edad, tomó clases de pintura con Pablo San Segundo y estudió pintura, dibujo y grabado en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo bajo la tutela del profesor y artista Rolando Borges Soto. Su obra ha sido presentada en numerosas exposiciones internacionales en Estados Unidos, Panamá, Canadá y República Dominicana. Aby Ruiz es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.





Agulha Revista de Cultura

Número 34 | julho de 2023

Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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