quinta-feira, 10 de agosto de 2023

ADRIANO CORRALES ARIAS | Alfonso Peña: prestigitador de las corrientes subterráneas

 


Me ha llevado mucho tiempo lograr sentarme a pergeñar algo sobre este grande amigo ya escapado de nuestra encarnación. Porque escribir sobre Alfonso Peña (1951-2022) se me dificulta demasiado. Una serie de sentimientos apoyados en disímiles recuerdos entreverados con largas conversas, viajes – reales/oníricos/alucinógenos – proyectos, eventos, reuniones, andanzas diurnas y noctámbulas, ediciones, fiestas, discusiones, disgustos… planean y danzan en la memoria cual extraño calidoscopio cada vez que lo rememoro o he intentado agrupar tanta imagen y energía en un texto. Debí esperar un año para lograr la distancia necesaria.

Lo conocí a inicios de los años ochenta. Un par de incursiones en la cueva del Lobo Púrpura, en barrio Arajuez, bastaron para calibrar al personaje que se movía como pez en el agua por el underground josefino. Yo estaba muy pollito, literaria y artísticamente hablando; venía saliendo de la guerra y de la caída estrepitosa de los proyectos de izquierda. Allí convivían e interactuaban, entre muchos otros personajes de variados y novelescos perfiles, Rodolfo Cerdeño, escritor, editor, artista y socio de Alfonso tanto en la “administración” del Lobo, como en la redacción y edición de la reconocida revista Andrómeda; el artista, escritor y crítico, Otto Apuy; el escritor, periodista y editor argentino Tomás Saraví, todo un maestro en el arte de la amistad, la conversa y el re/conocimiento de las sectas urbanas, entre otros variados saberes; y los inefables poetas Guillermo “Billy” Sáenz Paterson y Carlos de la Ossa. Casi de inmediato marché a estudiar a la desaparecida Unión Soviética.

A mi regreso, tratando de adaptarme a la nueva realidad nacional signada por la contrarreforma neoliberal, deambulaba con aquel extraordinario poeta ido tan pronto, Jorge Arturo, y a veces con el rayo de la época, el combativo David Maradiaga, también ido pronto (posiblemente asesinado por bestias de la oscuridad) y otros jóvenes que nos iniciábamos en el arduo oficio de las letras prestos a darle vida a lo que se conoció como el cooperativo y fugaz grupo editorial Alambique. Y allí estaba Alfonso con su sempiterna boina vasca y su mostacho de la belle époque, en la esquina trasera del Instituto Nacional de Seguros – entre los barrios Amón y Otoya, avenida 9/calle 9, colindante con el Café Cultural del nunca bien ponderado escritor y promotor poético Francisco “Chico” Zúñiga – ya con su flamante galería Andrómeda, nombre proveniente de la revista que editara con gran suceso y que partiera las aguas del arte y la cultura costarricenses. Para entonces se había separado de su socio Rodolfo Cerdeño, quien iniciaría la edición de la revista Graphitti.


Conseguí trabajo en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, Sede San Carlos y hasta allá marché. Pero no descuidé mi relación con Alfonso. Al contrario, se estrechó. Iniciamos la coordinación de una serie de proyectos. Con ayuda del gran amigo, el escritor Francisco Rodríguez Barrientos, habíamos creado en San Carlos la revista Fronteras; pronto concretamos una suerte de alianza con Andrómeda potenciando la edición de la primera. Igual coordinamos exposiciones de arte, lecturas, conferencias, talleres, visitas de escritores internacionales; entre las más sonadas anoto la presencia del poeta y editor brasileño Floriano Martins – acompañado de la poeta panameña Consuelo Thomas – con quien, desde entonces, he forjado una amistad cómplice en el terreno literario/artístico/editorial.

El proyecto Andrómeda, o movimiento cultural latinoamericano, como solía denominarlo Alfonso, estaba sostenido por cuatro patas: la galería, la revista, la editorial (las tres del mismo nombre) y el Taller de la Imaginación, instalado en casa de Alfonso en el barrio Aranjuez y dedicado a la gráfica nacional y latinoamericana. La galería era el centro principal de la movida: allí se montaban e inauguraban las exposiciones, se lanzaban libros, se ofrecían conferencias, se realizaban tertulias, se presentaban cantantes, y hasta se bailaba en noches de fiesta andromediana. En el taller se laboraba en silencio, aunque a veces se celebraban fiestas lunares con invitados especiales y música de vanguardia en vivo. Sí, esas patas se complementaban de maravilla. Por ejemplo: cada libro que editaba la editorial iba acompañado de una carpeta con un grabado de un artista nacional e internacional. O el maravilloso desplegable que ideamos junto a Tomás Saraví, denominado Manija, instrumento de difusión poética y gráfica, con el “propósito de sintetizar propuestas que están en los límites del pensamiento creativo” tal y como la presentábamos, el cual combinaba poemas de un autor con la obra gráfica de un artista invitado. La misma se distribuía gratuitamente en ferias de arte o del libro, festivales, encuentros y otros eventos. Era perseguida por decenas de jóvenes y coleccionistas. Se editaron cincuenta y dos números desde el año 2001 hasta el 2010, aproximadamente. Por cierto, proyectamos realizar una antología en libro de Manija, pero no lo logramos, en parte por mi dispersión (entonces andaba muy cargado de trabajo) dado que era el responsable de la edición. Es una labor pendiente.

Pero Alfonso iba siempre más allá; también incursionó en el terreno de la televisión y la radio. Creamos un espacio cultural en el Canal 38 de la televisión nacional denominado Artificios y palabras. (Yo venía de la experiencia de El reino de los libros en Canal 14 de Ciudad Quesada, programa que había producido y conducido) De dicho espacio – una hora con una entrevista central, sección de crítica, video clips, agenda cultural y más – recuerdo valiosas entrevistas como las realizadas al cantautor, músico y guitarrista Ray Tico (cuando casi nadie lo conocía en su propio país), con el reconocido artista visual Rafael “Felo” García y con la escultora y pintora Leda Astorga, entre otras memorables. Y aquí resalta una de las facetas más interesantes de Alfonso: su pasión y amplio conocimiento de la música latinoamericana, especialmente de la cubana –es célebre su entrevista a Compay Segundo en el Callejón de Hamel en La Habana– y la brasileña; pero, además, su interés en dar a conocer artistas importantes que no habían tenido presencia en la farándula o el canon comercial, caso de Ray Tico a quien relanzó, prácticamente, en el ámbito nacional. Otro artista a quien tendió manos y se convirtió, en sus tiempos de lucidez y sobriedad, en un gran colaborador de Andrómeda, fue el brillante músico y cantautor Al Robinson, de quien se hicieron grabaciones que pretendía prensar en disco, labor que no se pudo concretar. Esa acción también la realizó con jóvenes artistas visuales y poetas a quienes ofreció espacio siempre, tanto en la revista Andrómeda –devenida en su segunda etapa en Matérika, física y virtual– así como en su galería, en el taller o en artefactos de promoción tales como Manija.


Mención especial merece el trabajo de Alfonso Peña como creador, tanto a nivel literario como visual y gráfico. Poseía una sólida formación literaria, era un gran lector y una persona muy inquieta y atenta a las principales expresiones y movimientos literarios y artísticos de vanguardia, especialmente latinoamericanos. Por demás, era un observador agudo de la realidad sociocultural y de su entorno, un verdadero voyeur. Contaba con una fisga muy especial y era un tremendo y refinado fabulador. Se solazaba con los personajes y acciones dramáticas que le rodeaban y participaban de su intensa vida laboral y social. Todo ello lo utilizó, de manera singular, en su labor de escritura creativa y en su propio taller de la imaginación donde, en silencio, desarrollaba sus dotes pictóricas y de grabador. Muchas veces me pregunté de dónde sacaba y sostenía esa vitalidad y el tiempo necesarios para la actividad creativa y periodística, considerando una agenda de vida agitada y cargada de compromisos como la suya. En ese plano era un productor disciplinado e insigne.

Publicó los libros de relatos Noches de celofán (1987); La novena generación (1997); Desde el centro (2002); la novela Labios pintados de azul (2006), editada en versión bilingüe en Brasil; Cartografía de la imaginación (Conversas con diez artistas latinoamericanos) (2008); Conversas – entrevistas con once escritores y artistas latinoamericanos – (2014); Paralelo/centrífugo (2016), poesía visual, en colaboración con Amirah Gazel. Fue incluido en la antología Versos Comunicantes III, sobre Poetas Iberoamericanos (México, 2008) y en el volumen colectivo Cuentos del San José Oculto (2002) y en la antología Cuentos del San José Oculto, otra vuelta de tuerca (2007), compilados y editados por Tomás Saraví con ayuda del mismo Alfonso. Igual fue incluido en Anthologie de la Nouvelle Latinoamericane, de la Editorial Belfond/Unesco, en París. Para el escritor Guillermo Fernández, otro asiduo colaborador del proyecto Andrómeda/Matérika, y afectuoso amigo de Alfonso, en términos literarios “Peña fue un innovador silencioso (…) probablemente uno de los autores que inauguran el underground literario en Costa Rica, ya que su vertiente se opone por completo al canon (…) que ha primado en muchos de los escritores dominantes”.

Alfonso también fue un viajero consuetudinario por lo ancho y largo del continente americano. Estuvo constantemente invitado a diversos eventos tales como conferencias, charlas, lecturas, ferias de libros, bienales y festivales de poesía en diversas latitudes. Además, colaboraba con otras publicaciones, revistas y suplementos literarios importantes, tales como: Agulha Revista de Cultura de Brasil, La Otra de México, Triplo V e Incomunidade de Portugal, Punto Seguido de Colombia. Y, por si fuera poco, Alfonso Peña, fue un verdadero promotor artístico y cultural desplegando sus dotes organizativas en variados eventos nacionales e internacionales con sigilo y prudencia, pero con sobrada energía y compromiso. Su última gran actividad, como coproductor y co-organizador, fue la exposición surrealista internacional Las llaves del deseo (2016), compuesta por ciento siete artistas de veinte y siete países, con trescientas cincuenta obras. La muestra se desplegó en el Museo Municipal de Cartago y en la Biblioteca Nacional en San José, Costa Rica, pero también se presentó en la casa cultural La Guaricha de David, Panamá.

Otra de las características sobresalientes del escritor, editor, artista visual, galerista y promotor sociocultural costarricense, era su capacidad para compartir con los demás, sin egoísmo y con humildad. Logró tender puentes entre diversos creadores, proyectos y espacios, tanto a nivel nacional como internacional. Visitaba talleres de artistas, asistía a conciertos o tocadas urbanas de garaje y sótano o en populares cantinas, bares y cafés, intercambiaba publicaciones y se interesaba por las producciones de jóvenes poetas y narradores. Por ello logró tejer y mantener una amplia red de contactos con autores, publicaciones, emprendimientos y organizaciones nativas y de diversos orígenes y países. Su visión ácrata y ecuménica, más su militancia anti militante en términos políticos, le permitieron urdir un entramado de relaciones cómplices a través de la creación artística y de la distribución autónoma de esas producciones, fuera de los circuitos comerciales o del mainstream de instituciones o academias con sus recolonizaciones simbólicas. Esa entereza ideológica le ganó no pocos detractores, especialmente en las esferas oficiales, pero, a su vez, le permitió fortalecer su labor con una conciencia y energía harto poderosas. Ello confirió dignidad y coherencia a sus quehaceres en todas las esferas artísticas, así como la legitimidad necesaria entre sus pares, logrando atraer voluntades a sus objetivos y propósitos, no como un ego grandilocuente y necesitado de admiración y culto, sino como un generoso compañero de viaje.


Lo anterior no indica que todo se le presentara fácil. Le tocó lidiar con la incomprensión, el aldeanismo y la chatura de muchos funcionarios, politicastros, arribistas, académicos, seudo escritores y seudo artistas. Muchas veces fue asediado y hasta atacado por esos personajes de medio pelo que pululan en el medio y circulan “por siniestros ministerios haciendo la parodia del artista”, como diría el rockero argentino Fito Páez. Lo que no le amilanó, sino que le fortaleció tanto en sus convicciones como en sus quehaceres y relaciones. Fue muy generoso y debido a ello cayó en trampas y emboscadas. Algunos malévolos allegados y colaboradores quisieron birlarle sus pertenencias, insumos y obras de arte (una colección notable), fraguando triquiñuelas y tendiéndole celadas amatorias o festivas. Como todo ser humano, finalmente cayó encajando el golpe para atravesar un período de tinieblas en cuanto al deterioro de su salud psíquica y, por ende, física. Pero, con una pequeña ayuda de amigos y familiares, logró levantarse para continuar con el mismo espíritu combativo y con la lucidez de la que siempre hiciese gala. Hasta que ya no pudo más.

Alfonso Peña era un espíritu libre con luz propia combatiendo en la oscuridad de una provincia centroamericana cooptada por el gran capital y la narcopolítica. Trabajador infatigable del arte y la cultura, de lo amistoso y lo fraterno, de lo innovador y de sus riesgos, su legado ya se hace sentir en decenas de jóvenes creadores y en la impronta de sus creaciones. Queda como un ejemplo a visitar e imitar en tiempos oscuros donde el poder neoliberal se aferra con un discurso único e intoxicante, el cual pretende hacer tabula rasa para imponer su proyecto privatizador y anti humanista. Un ejemplo a tener presente ante tanta farsa y espectáculo deplorables que se nos presentan como lo nuevo en arte y literatura. Un ejemplo para desenmascarar a tanto diletante y “gestor” coludidos con las industrias culturales y los poderes fácticos, quienes desean, a toda costa, figurar, ascender y ostentar sin que importen los demás. Algo que él siempre esquivó manteniéndose al margen de la farándula que, cual jauría posmoderna, ofrece, negocia, intercambia y persigue lisonjas, becas, premios, puestos e imágenes de primera plana. 

Alfonso Peña es un fuerte eslabón en la alta cadena de la producción artística costarricense, latinoamericana y de más allá. Su ardua y polifacética labor en silencio y al margen de grupúsculos, instituciones y academias, le sobrevive. Me congratulo por haber gozado de su amistad y de su compañerismo, y por haber compartido y laborado en diversos tramos de su agitada y productiva vida. De esa grata, a veces surrealista, pero siempre nutritiva experiencia, salí ganancioso en términos de aprendizaje y de ampliación de mi universo. De allí mi eterno agradecimiento.

 

 


ADRIANO CORRALES ARIAS (Costa Rica, 1958). Poeta, escritor y crítico. Ha publicado más de 25 libros en poesía, novela, cuento, ensayo y teatro. Fue profesor catedrático e investigador de la Escuela de Cultura del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ha sido traducido parcialmente al inglés, italiano, ruso, japonés y portugués. Colabora con varias publicaciones latinoamericanas.
 

 

 


MAX LEIVA (Guatemala, 1966). Es un artista contemporáneo conocido por sus expresivas esculturas figurativas. Estudió durante tres años en la Escuela Nacional de Artes Plásticas Rafael Rodríguez Padilla, y luego se matriculó en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Ha participado en importantes simposios de escultura en diferentes partes del mundo y con el apoyo de empresas organizó el 1er y 2do Festival Internacional de Escultura “Guatemala Inmortal”. Es participante de exposiciones colectivas y Ferias Internacionales de Arte en Miami, California, Colorado; entre otros. Sus últimas exposiciones individuales, Museo de Arte del Salvador en 2016, “Pernexus” Ciudad de Guatemala en 2018, “Sinopsis” Palm Springs, California en 2019 y “Relieves” en Ciudad de Guatemala en noviembre de 2022. Creador de varios monumentos públicos como el Monumento a Miguel Ángel Asturias en la Avenida Reforma, Ciudad de Guatemala en 1999. De acuerdo con el crítico Noël Coret, Max Leiva nos muestra que la escultura puede fusionar refinamiento y expresividad, fuerza creativa y contraste, elegancia en la forma y la sinceridad de su creador. En cada una de sus piezas plasma una imaginación inquieta, elaborando poemas visuales concebidos para reencantar nuestros sueños, sueños en un mundo donde todo es ternura y voluptuosidad. Max Leiva es nuestro artista invitado para esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 235 | agosto de 2023

Artista convidado: Max Leiva (Guatemala, 1966)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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