Lo conocí a inicios de los años ochenta. Un par de incursiones
en la cueva del Lobo Púrpura, en barrio Arajuez, bastaron para calibrar al
personaje que se movía como pez en el agua por el underground josefino. Yo
estaba muy pollito, literaria y artísticamente hablando; venía saliendo de la guerra
y de la caída estrepitosa de los proyectos de izquierda. Allí convivían e interactuaban,
entre muchos otros personajes de variados y novelescos perfiles, Rodolfo Cerdeño,
escritor, editor, artista y socio de Alfonso tanto en la “administración” del Lobo,
como en la redacción y edición de la reconocida revista Andrómeda; el artista,
escritor y crítico, Otto Apuy; el escritor, periodista y editor argentino Tomás
Saraví, todo un maestro en el arte de la amistad, la conversa y el re/conocimiento
de las sectas urbanas, entre otros variados saberes; y los inefables poetas Guillermo
“Billy” Sáenz Paterson y Carlos de la Ossa. Casi de inmediato marché a estudiar
a la desaparecida Unión Soviética.
A mi regreso, tratando de adaptarme a la nueva realidad nacional
signada por la contrarreforma neoliberal, deambulaba con aquel extraordinario poeta
ido tan pronto, Jorge Arturo, y a veces con el rayo de la época, el combativo David
Maradiaga, también ido pronto (posiblemente asesinado por bestias de la oscuridad)
y otros jóvenes que nos iniciábamos en el arduo oficio de las letras prestos a darle
vida a lo que se conoció como el cooperativo y fugaz grupo editorial Alambique.
Y allí estaba Alfonso con su sempiterna boina vasca y su mostacho de la belle
époque, en la esquina trasera del Instituto Nacional de Seguros – entre los
barrios Amón y Otoya, avenida 9/calle 9, colindante con el Café Cultural del
nunca bien ponderado escritor y promotor poético Francisco “Chico” Zúñiga – ya con
su flamante galería Andrómeda, nombre proveniente de la revista que editara
con gran suceso y que partiera las aguas del arte y la cultura costarricenses. Para
entonces se había separado de su socio Rodolfo Cerdeño, quien iniciaría la edición
de la revista Graphitti.
El proyecto Andrómeda, o movimiento cultural latinoamericano,
como solía denominarlo Alfonso, estaba sostenido por cuatro patas: la galería, la
revista, la editorial (las tres del mismo nombre) y el Taller de la Imaginación,
instalado en casa de Alfonso en el barrio Aranjuez y dedicado a la gráfica nacional
y latinoamericana. La galería era el centro principal de la movida: allí se montaban
e inauguraban las exposiciones, se lanzaban libros, se ofrecían conferencias, se
realizaban tertulias, se presentaban cantantes, y hasta se bailaba en noches de
fiesta andromediana. En el taller se laboraba en silencio, aunque a veces se celebraban
fiestas lunares con invitados especiales y música de vanguardia en vivo. Sí, esas
patas se complementaban de maravilla. Por ejemplo: cada libro que editaba la editorial
iba acompañado de una carpeta con un grabado de un artista nacional e internacional.
O el maravilloso desplegable que ideamos junto a Tomás Saraví, denominado Manija,
instrumento de difusión poética y gráfica, con el “propósito de sintetizar propuestas
que están en los límites del pensamiento creativo” tal y como la presentábamos,
el cual combinaba poemas de un autor con la obra gráfica de un artista invitado.
La misma se distribuía gratuitamente en ferias de arte o del libro, festivales,
encuentros y otros eventos. Era perseguida por decenas de jóvenes y coleccionistas.
Se editaron cincuenta y dos números desde el año 2001 hasta el 2010, aproximadamente.
Por cierto, proyectamos realizar una antología en libro de Manija, pero no
lo logramos, en parte por mi dispersión (entonces andaba muy cargado de trabajo)
dado que era el responsable de la edición. Es una labor pendiente.
Pero Alfonso iba siempre más allá; también incursionó en el terreno
de la televisión y la radio. Creamos un espacio cultural en el Canal 38 de la televisión
nacional denominado Artificios y palabras. (Yo venía de la experiencia de
El reino de los libros en Canal 14 de Ciudad Quesada, programa que había
producido y conducido) De dicho espacio – una hora con una entrevista central, sección
de crítica, video clips, agenda cultural y más – recuerdo valiosas entrevistas como
las realizadas al cantautor, músico y guitarrista Ray Tico (cuando casi nadie lo
conocía en su propio país), con el reconocido artista visual Rafael “Felo” García
y con la escultora y pintora Leda Astorga, entre otras memorables. Y aquí resalta
una de las facetas más interesantes de Alfonso: su pasión y amplio conocimiento
de la música latinoamericana, especialmente de la cubana –es célebre su entrevista
a Compay Segundo en el Callejón de Hamel en La Habana– y la brasileña; pero, además,
su interés en dar a conocer artistas importantes que no habían tenido presencia
en la farándula o el canon comercial, caso de Ray Tico a quien relanzó, prácticamente,
en el ámbito nacional. Otro artista a quien tendió manos y se convirtió, en sus
tiempos de lucidez y sobriedad, en un gran colaborador de Andrómeda, fue
el brillante músico y cantautor Al Robinson, de quien se hicieron grabaciones que
pretendía prensar en disco, labor que no se pudo concretar. Esa acción también la
realizó con jóvenes artistas visuales y poetas a quienes ofreció espacio siempre,
tanto en la revista Andrómeda –devenida en su segunda etapa en Matérika,
física y virtual– así como en su galería, en el taller o en artefactos de promoción
tales como Manija.
Publicó los libros de relatos Noches de celofán (1987);
La novena generación (1997); Desde el centro (2002); la novela Labios
pintados de azul (2006), editada en versión bilingüe en Brasil; Cartografía
de la imaginación (Conversas con diez artistas latinoamericanos) (2008); Conversas
– entrevistas con once escritores y artistas latinoamericanos – (2014); Paralelo/centrífugo
(2016), poesía visual, en colaboración con Amirah Gazel. Fue incluido en la
antología Versos Comunicantes III, sobre Poetas Iberoamericanos (México,
2008) y en el volumen colectivo Cuentos del San José Oculto (2002) y en la
antología Cuentos del San José Oculto, otra vuelta de tuerca (2007),
compilados y editados por Tomás Saraví con ayuda del mismo Alfonso. Igual fue incluido
en Anthologie de la Nouvelle Latinoamericane, de la Editorial Belfond/Unesco,
en París. Para el escritor Guillermo Fernández, otro asiduo colaborador del proyecto
Andrómeda/Matérika, y afectuoso amigo de Alfonso, en términos literarios
“Peña fue un innovador silencioso (…) probablemente uno de los autores que inauguran
el underground literario en Costa Rica, ya que su vertiente se opone por completo
al canon (…) que ha primado en muchos de los escritores dominantes”.
Alfonso también fue un viajero consuetudinario por lo ancho y
largo del continente americano. Estuvo constantemente invitado a diversos eventos
tales como conferencias, charlas, lecturas, ferias de libros, bienales y festivales
de poesía en diversas latitudes. Además, colaboraba con otras publicaciones, revistas
y suplementos literarios importantes, tales como: Agulha Revista de Cultura
de Brasil, La Otra de México, Triplo V e Incomunidade de Portugal,
Punto Seguido de Colombia. Y, por si fuera poco, Alfonso Peña, fue un verdadero
promotor artístico y cultural desplegando sus dotes organizativas en variados eventos
nacionales e internacionales con sigilo y prudencia, pero con sobrada energía y
compromiso. Su última gran actividad, como coproductor y co-organizador, fue la
exposición surrealista internacional Las llaves del deseo (2016), compuesta
por ciento siete artistas de veinte y siete países, con trescientas cincuenta obras.
La muestra se desplegó en el Museo Municipal de Cartago y en la Biblioteca
Nacional en San José, Costa Rica, pero también se presentó en la casa cultural
La Guaricha de David, Panamá.
Otra de las características sobresalientes del escritor, editor,
artista visual, galerista y promotor sociocultural costarricense, era su capacidad
para compartir con los demás, sin egoísmo y con humildad. Logró tender puentes entre
diversos creadores, proyectos y espacios, tanto a nivel nacional como internacional.
Visitaba talleres de artistas, asistía a conciertos o tocadas urbanas de garaje
y sótano o en populares cantinas, bares y cafés, intercambiaba publicaciones y se
interesaba por las producciones de jóvenes poetas y narradores. Por ello logró tejer
y mantener una amplia red de contactos con autores, publicaciones, emprendimientos
y organizaciones nativas y de diversos orígenes y países. Su visión ácrata y ecuménica,
más su militancia anti militante en términos políticos, le permitieron urdir un
entramado de relaciones cómplices a través de la creación artística y de la distribución
autónoma de esas producciones, fuera de los circuitos comerciales o del mainstream
de instituciones o academias con sus recolonizaciones simbólicas. Esa entereza ideológica
le ganó no pocos detractores, especialmente en las esferas oficiales, pero, a su
vez, le permitió fortalecer su labor con una conciencia y energía harto poderosas.
Ello confirió dignidad y coherencia a sus quehaceres en todas las esferas artísticas,
así como la legitimidad necesaria entre sus pares, logrando atraer voluntades a
sus objetivos y propósitos, no como un ego grandilocuente y necesitado de admiración
y culto, sino como un generoso compañero de viaje.
Alfonso Peña era un espíritu libre con luz propia combatiendo
en la oscuridad de una provincia centroamericana cooptada por el gran capital y
la narcopolítica. Trabajador infatigable del arte y la cultura, de lo amistoso y
lo fraterno, de lo innovador y de sus riesgos, su legado ya se hace sentir en decenas
de jóvenes creadores y en la impronta de sus creaciones. Queda como un ejemplo a
visitar e imitar en tiempos oscuros donde el poder neoliberal se aferra con un discurso
único e intoxicante, el cual pretende hacer tabula rasa para imponer su proyecto
privatizador y anti humanista. Un ejemplo a tener presente ante tanta farsa y espectáculo
deplorables que se nos presentan como lo nuevo en arte y literatura. Un ejemplo
para desenmascarar a tanto diletante y “gestor” coludidos con las industrias culturales
y los poderes fácticos, quienes desean, a toda costa, figurar, ascender y ostentar
sin que importen los demás. Algo que él siempre esquivó manteniéndose al margen
de la farándula que, cual jauría posmoderna, ofrece, negocia, intercambia y persigue
lisonjas, becas, premios, puestos e imágenes de primera plana.
Alfonso Peña es un fuerte eslabón en la alta cadena de la producción
artística costarricense, latinoamericana y de más allá. Su ardua y polifacética
labor en silencio y al margen de grupúsculos, instituciones y academias, le sobrevive.
Me congratulo por haber gozado de su amistad y de su compañerismo, y por haber compartido
y laborado en diversos tramos de su agitada y productiva vida. De esa grata, a veces
surrealista, pero siempre nutritiva experiencia, salí ganancioso en términos de
aprendizaje y de ampliación de mi universo. De allí mi eterno agradecimiento.
ADRIANO CORRALES ARIAS (Costa Rica, 1958). Poeta, escritor y crítico. Ha publicado más de 25 libros en poesía, novela, cuento, ensayo y teatro. Fue profesor catedrático e investigador de la Escuela de Cultura del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ha sido traducido parcialmente al inglés, italiano, ruso, japonés y portugués. Colabora con varias publicaciones latinoamericanas.
MAX LEIVA (Guatemala, 1966). Es un artista contemporáneo conocido por sus expresivas esculturas figurativas. Estudió durante tres años en la Escuela Nacional de Artes Plásticas Rafael Rodríguez Padilla, y luego se matriculó en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Ha participado en importantes simposios de escultura en diferentes partes del mundo y con el apoyo de empresas organizó el 1er y 2do Festival Internacional de Escultura “Guatemala Inmortal”. Es participante de exposiciones colectivas y Ferias Internacionales de Arte en Miami, California, Colorado; entre otros. Sus últimas exposiciones individuales, Museo de Arte del Salvador en 2016, “Pernexus” Ciudad de Guatemala en 2018, “Sinopsis” Palm Springs, California en 2019 y “Relieves” en Ciudad de Guatemala en noviembre de 2022. Creador de varios monumentos públicos como el Monumento a Miguel Ángel Asturias en la Avenida Reforma, Ciudad de Guatemala en 1999. De acuerdo con el crítico Noël Coret, Max Leiva nos muestra que la escultura puede fusionar refinamiento y expresividad, fuerza creativa y contraste, elegancia en la forma y la sinceridad de su creador. En cada una de sus piezas plasma una imaginación inquieta, elaborando poemas visuales concebidos para reencantar nuestros sueños, sueños en un mundo donde todo es ternura y voluptuosidad. Max Leiva es nuestro artista invitado para esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 235 | agosto de 2023
Artista convidado: Max Leiva (Guatemala, 1966)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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