quinta-feira, 10 de agosto de 2023

AGLAE MARGALLI | Labios pintados de azul, de Alfonso Peña

 


Hay una estética que críticos y estudiosos han denominado estética del mal y que es aquella que pondera ambientes clandestinos y situaciones vidriosas o pecaminosas. Dentro de esta vertiente podemos ubicar a un sinnúmero de artistas y creadores, en especial poetas y narradores. Nombres como Baudelaire, Marqués de Sade, Lautrémont, Bukowski, Georges Bataille, por mencionar algunos, son de sobra conocidos. No obstante, esta denominación tiende siempre al encasillamiento de una literatura que, por su originalidad, escapa a cánones establecidos y por el contrario, nos obsequia una forma distinta de belleza creativa.

En Labios pintados de azul, Alfonso Peña, escritor costarricense, nos adentra en una atmósfera donde sus personajes se mueven en ambientes sórdidos y misteriosos que los colocan al margen de una realidad social que transita al otro lado de sus vidas, y donde la cotidianidad los hace invisibles para los habitantes de una ciudad que los ignora, pero que los presiente como en un sueño. Estos seres, los de Alfonso, alcohólicos, pervertidos, voyeristas, hechiceros son testigos de la noche que se levanta puntualmente para develarnos un submundo difícil de penetrar pero que nos convoca con su misterio.

Una diversidad de situaciones apenas sospechadas por el lector se desprende del mundo literario de este escritor que nos demuestra su oficio a partir de su quehacer artístico. Pintor, editor, cuentista, promotor cultural, Alfonso Peña es poseedor de un amplio bagaje cultural y un profundo conocimiento de las tradiciones y creencias de lo que es ser centroamericano, mejor aún, de eso que denominan “tico” y que es todo aquello que está relacionado con la identidad cultural de Costa Rica. No es fortuito pues, que el universo de su narrativa esté poblado de un hálito de esoterismo y ensoñación de donde se desprende mucho de la cultura caribeña. Una cierta mixtificación de creencias, costumbre y tradiciones que permiten a sus actores filtrar la realidad desde una perspectiva alterada por la imaginación y la superchería. En estos ámbitos llevados al extremo todo puede suceder y sucede y a nosotros los lectores se nos permite asistir y mirar ese mundo sólo como si lo observáramos por detrás de un velo, ya que jamás estaremos seguros de lo que sucedió realmente, por eso es que los finales en sus cuentos no son concluyentes, sino que quedan abiertos a nuestra propia percepción.


En el cuento titulado El Affaire Bernard Ginger podemos encontrar un sinnúmero de huellas y símbolos a manera de pistas que nos permiten armar nuestra propia lectura. En un primer momento, el personaje central es contactado en un bar por una mujer llamada Alicia para posteriormente ser conducido a una especie de ceremonia clandestina o ritual de iniciación que nos descubre un submundo del cual no sabemos nada, pero que existe y se extiende como una sombra que abre sus alas para cubrirnos en solitario. Magia negra, hechicería y resabios de cultos paganos se conjuntan para crear atmósferas que nos adentran hacia visiones movedizas.

En sus cuentos los umbrales hacia otros mundos se entreabren y sus personajes nos invitan a pasar para descubrir el misterio que se cierne sobre ellos, esa otredad de la que no sabemos nada a ciencia cierta, pero que adivinamos en la penumbra y que son acaso nuestros miedos que se bosquejan y se vislumbran en los cuentos de Alfonso.

 

Frente al acantilado estaba el Gurú. Su rostro resplandecía; los adeptos lo tomaban de las manos y los brazos y fervorosamente lo besaban. El levantaba la cabeza y con sus manos señalaba la profundidad del acantilado. La aglomeración aumentaba. Me acerqué y pude ver que, hacia la parte más pronunciada del acantilado, había un tobogán metálico que se hundía en aquel precipicio. La hermandad se bamboleaba frente al tobogán. Entre la multitud emergió una desvaída mujer (…) Sin pensarlo dos veces, besó al Maestro en la boca y éste exclamó (…) Tú tienes que matar el yo… y le dio un leve empujón; la mujer abanicó los brazos, como dándole un abrazo al aire (…) Yo vi su cabello esparcido como un reflejo que se fue con gran vigor hasta el fondo del abismo…

 

No obstante, la interpretación de sus historias puede filtrarse desde distintas perspectivas, dependiendo de quién sea el lector, si es un hombre seguramente tendrá una aventura lectural distinta de la de una mujer. Y aquí, quiero detenerme en un cuento que por sus características me ha resultado particularmente interesante, se trata del que lleva por título Arañitas Verdes cuya trama tiene como narrador-personaje a una muñeca que es la representación simbólica de la mujer y en gran medida la configuración social/ sexual que muchas veces la coloca entre la marginación y la soledad. La mujer con la carga atávica de su esencia femenina, la mujer condenada al silencio y convertida en un ser pasivo víctima de la explotación y el abuso, se configura en esta muñeca-personaje del cuento de Alfonso. Este ser inanimado exteriormente, pero con un universo interior desbordante es adquirido por el personaje central masculino para satisfacer sus apetencias y sus extravíos. La cosificación de la mujer que se ha vuelto más patente en nuestros días, es retratada acertadamente en esta historia, si tomamos en cuenta, que actualmente vivimos en una sociedad devorada por el consumismo y donde las mujeres se han convertido, de alguna manera, en una mercancía para el disfrute masculino. Esta forma de violencia simbólica, que aborda Alfonso, no es en modo alguno sutil, sino que adquiere matices trágicos cuando la trama llega a su momento climático a través de los tres personajes masculinos carentes de sensibilidad que se degradan paulatinamente en el abismo de sus propias pasiones hasta llegar a la desarticulación de sus respectivas naturalezas. Ellos, los hombres, los protagonistas, tanto victimas como victimarios en su lucha por el empoderamiento masculino frente a otros, son hacia la última escena de este cuento, expulsados como lo que son: seres enfermos. No obstante, antes de concluir esta trama, la muñeca que ha quedado abandonada en su escondrijo, nos advierte:

 


Estoy convencida de su retorno. Aquí espero. No ha de ser dentro de mucho tiempo. Las señas de la espera comienzan a aparecer en mis coyunturas, en los pliegues de mi boca, en la pintura labial que ha desaparecido por completo. En las arañitas verdes que circulan por mis sienes.

 

En este compás de espera donde habita este personaje que parece haber quedado suspendido en el tiempo podemos ubicar la literatura de Alfonso Peña, que por sus características, tiende a escurrirse de corrientes literarias específicas porque se nutre de muchas voces y sonoridades tanto europeas como latinoamericanas, lo que le otorga a su narrativa matices que crean un estilo propio.

En la obra literaria del autor que nos ocupa, caben destacar también, otros aspectos: el manejo del lenguaje y la estructura narrativa.

El entrecruzamiento de historias y personajes sin orden aparente imprimen a sus historias un hálito de ensoñación, como si estuviéramos observando una fotografía deslavada por el paso del tiempo. El lector nunca logra capturar con nitidez, ni los personajes ni la sucesión de imágenes que se deslizan dentro de la vorágine de situaciones que pasan ante sus ojos. Esta impresión onírica se agudiza en el cuento “¡Corre, corre Xaravé!”, donde el protagonista nos adentra en la ciudad y nos lleva por un recorrido de calles, callejones, ambientes y personajes que desfilan en rápida sucesión ante nuestra mirada inquietante, pues mientras leemos, intentamos asir los fragmentos de una historia que se pierde dentro de nuestra imaginación. Esto imprime un ritmo muy particular a la narrativa, pues somos por un momento con el personaje central, un ojo observador que captura los instantes desde una polaroid a manera de cámara subjetiva.

 


Los observé por un interminable momento, me pareció que a lo largo y ancho de la vía se movilizaban a una velocidad inconcebible una serie de cuerpos celestes, aureolas blanquecinas, formas enyesadas, hacían giros temerarios, se balanceaban entre las aceras, casi levitaban, con las ruedas de sus máquinas a metro y medio de altura…

 

Si por una parte, intentamos hilvanar una retacería de historias que se nos presenta en el espacio de un tiempo fragmentado y que nos obliga a ser lectores activos siguiendo muy de cerca a los diversos protagonistas; por la otra, esta agitación de secuencias nos obsequia también, momentos de remanso que son como oasis en medio de tanta exaltación y locura. El manejo del lenguaje adquiere momentos poéticos.

 

Apenas tuve tiempo de mirar los celajes el atardecer, aquellos que se pasean por los cielos del oeste. Los que configuran copiosos paisajes, casi abstractos, donde los tonos rosa se entrelazan con los celestes y los grises contrapuntean con firmeza. La noche había bordeado el firmamento. Sólo algunas luces iluminaban con levedad aquellas calles…

 

Finalmente y a manera de conclusión habría que añadir que la literatura de este escritor de Costa Rica, con una sólida obra reconocida en diversos países de nuestro continente, nos aporta su visión del universo social que le ha tocado vivir desde una perspectiva contemporánea que aglutina los diversos quehaceres donde ha fincado su compromiso de artista, como un protagonista más, que desea formar conciencia insertándose en esa otra conciencia colectiva que comparte como habitante de una ciudad que habita y que lo habita con múltiples voces, dentro de una cotidianidad que lo acicatea y que le es propia, la que comparte con todos los demás compañeros de viaje y que lo colocan frente al espejo de un sólo personaje, alguien llamado: Alfonso Peña. 

 

 


AGLAE MARGALLI (México, 1957). Es Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Chihuahua y Máster en Letras y Humanidades Aplicadas por la Escuela Contemporánea de Humanidades de Madrid. Tiene una maestría en Comunicación de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ejerció el periodismo cultural para radio y televisión en el área editorial y entrevistó a varias personalidades de la literatura latinoamericana. Coordinó el Suplemento Cultural del diario La Voz de la Frontera durante cinco años, de 1992 a 1997, y la página cultural “Remembranzas del Viejos Mexicali” en el diario La Crónica de Baja California durante tres años, de 1997 a 2000. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, en 1995, con el libro Poemas del Claustro y el Premio Estatal de Literatura 1998 con En las Lumbrerías de la California. Representó a México en el Encuentro Internacional de Vallejistas realizado en Perú en 2001 con el ensayo “La poesía mística de César Vallejo”, y en el Festival Internacional de Arte Surrealista “Las llaves del deseo”, realizado en marzo de 2016 en la ciudad de Cartago, Costa Rica, con el libro Los delirios de la lengua, publicado por Fundación Camaleonart y Andrómeda ediciones de Costa Rica en 2016. Ha publicado (además de los mencionados anteriormente) en cuentos: Historias del lado izquierdo; en poesía, Selvarena y La llama del misterio, este última publicado por la U.N.A.M., en la colección “El ala del tigre”; en crónica, Recuerdos: crónica del viejo Mexicali; Recuerdos de papel y Dejamos Huella; en ensayo, La poesía mística de César Vallejo, publicado en España por la editorial Amargord dentro de la colección “1001 libros para cruz la noche”. Actualmente es Presidente de la Oficina de Correspondencia del Seminario de Cultura Mexicana en Mexicali, Baja California y miembro del Grupo Comunicadoras de Mexicali, A.C. desde 2010 a la fecha y miembro fundador de Semillas, A.C, asociación civil sin fines de lucro dedicada a la formación y emprendimiento social de grupos vulnerables.
 

 


MAX LEIVA (Guatemala, 1966). Es un artista contemporáneo conocido por sus expresivas esculturas figurativas. Estudió durante tres años en la Escuela Nacional de Artes Plásticas Rafael Rodríguez Padilla, y luego se matriculó en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Ha participado en importantes simposios de escultura en diferentes partes del mundo y con el apoyo de empresas organizó el 1er y 2do Festival Internacional de Escultura “Guatemala Inmortal”. Es participante de exposiciones colectivas y Ferias Internacionales de Arte en Miami, California, Colorado; entre otros. Sus últimas exposiciones individuales, Museo de Arte del Salvador en 2016, “Pernexus” Ciudad de Guatemala en 2018, “Sinopsis” Palm Springs, California en 2019 y “Relieves” en Ciudad de Guatemala en noviembre de 2022. Creador de varios monumentos públicos como el Monumento a Miguel Ángel Asturias en la Avenida Reforma, Ciudad de Guatemala en 1999. De acuerdo con el crítico Noël Coret, Max Leiva nos muestra que la escultura puede fusionar refinamiento y expresividad, fuerza creativa y contraste, elegancia en la forma y la sinceridad de su creador. En cada una de sus piezas plasma una imaginación inquieta, elaborando poemas visuales concebidos para reencantar nuestros sueños, sueños en un mundo donde todo es ternura y voluptuosidad. Max Leiva es nuestro artista invitado para esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 235 | agosto de 2023

Artista convidado: Max Leiva (Guatemala, 1966)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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