A comienzos de
la década de 1920 se traslada a la capital hondureña. Desprovista de la ayuda económica
de sus padres, por haber hecho lo que ninguna joven de su edad y de su clase social
hubiera hecho antes, se ve obligada a realizar trabajos para sobrevivir: empleada
de tienda, vendedora de libros, mesera. La libertad tenía un precio y Clementina
lo tenía claro. Es con tal entereza que a comienzos de los años 30 irrumpe con su
poesía en un contexto dominado por hombres, algunos de ellos tan prominentes como
Jacobo Cárcamo, Claudio Barrera y Alfonso Guillén Zelaya. Y no sólo irrumpe, sino
que se instala con valor, con dignidad y, lo que es también admirable, con calidad,
y logra el reconocimiento de hombres y mujeres.
Otro desafío que
enfrentó a Clementina con los valores de su círculo social fue el haber establecido
unión libre con el escritor Marco Antonio Rosa hacia 1927. De esa relación nacen
dos hijas, Alba y Silvia. El hogar no es el mejor espacio para la poeta, dedicar
su vida a un hombre acostumbrado a que se le sirva y se le espere no es lo suyo.
Ella se siente una reina, una libélula que ha conquistado sus alas a golpe de viento.
La poeta abandona el hogar en 1930 y se dirige a México, el país que había imaginado
en los relatos de su padre, el viaje imprescindible al encuentro de ella misma.
El México de la efervescencia cultural impulsada desde el Estado y atizada por la
llegada de exiliados de España y del mundo entero. El México del muralismo y las
banderas del arte revolucionario; de Diego Rivera y Frida Kahlo amándose escandalosamente,
pintando escandalosamente. Rivera retrata a Clementina; no se sabe quién buscó a
quien, pero el encuentro fue inevitable. Clementina atesora ese retrato, lo guarda
hasta finales de la década de 1960, cuando alguien lo roba de la casa de un amigo
junto a más de una treintena de obras.
A su regreso del
breve viaje a México, publica Corazón sangrante
(1930) en Tegucigalpa, el primer libro de poemas publicado por una mujer en Honduras.
En el prólogo, el poeta post-modernista Alfonso Guillén Zelaya, destaca que “el
verso de Clementina es un verso sin restricciones, poblado de un dolor hondamente
vivido, y en el que fulgura con espontánea limpidez, con rigor legítimo, un numen
auténtico…”. Todavía con el peso de la poesía romántica, Clementina reconoce que
Corazón sangrante es una obra en la que
ha influido mucho la vida familiar, sobre todo el afecto a su madre. Así lo evidencia
el poema que precisamente lleva por título “Madre”:
Fui la muñequita de tus sueños.
La rosa que se abrió una noche temblorosa
en el rosal que germinó en tu vida.
Fui también lirio que reventó en la calma
angustiosa que envolvió tu alma
cuando esperabas del cielo mi venida.
Pero en estos
primeros poemas va a aparecer también la vertiente erótica, unida a su afán de libertad,
de fugarse del mundo estrecho contra el que chocan sus alas, de volar lo más alto
posible, de ir siempre más allá. En el poema “Ala”, expresa:
Loco deseo de alzarse, florecer,
de ser perfume que se lo lleve el viento,
de ser tarde, ser noche, amanecer
y amplio, como el amplio firmamento (…).
Ala que suba, que el infinito hienda (…)
que escale en cada esfuerzo nueva cumbre,
que se sienta fuerte, que se sienta libre,
que se haga llama y que el espacio alumbre.
Erotismo, libertad,
rebeldía serán los distintivos insoslayables en la poética de Clementina. Ninguna
mujer hasta entonces escribía poesía abordando esos temas y mucho menos con ese
nivel estético. “El estilo es el hombre”, dicen, pero en Clementina el estilo era
la mujer, esa mujer que ella fue construyendo desde que abandona el ámbito patriarcal
y provinciano del departamento de Olancho y se abre paso a puño firme en el salón
masculinista de la poesía de Tegucigalpa.
Sexo,
encarnada rosa,
flor de luxuria
por donde salta mi juventud.
En el contexto
nacional, el país venía de recuperarse de las heridas de las guerras civiles, pero
seguía siendo vulnerable al caudillismo, al tiempo que ya se anunciaba el arribo
de una de las dictaduras más feroces: la de Tiburcio Carías (1932-1949). Durante
esos oscuros años la vida de Clementina fue un ir y venir entre muchos países: México,
Costa Rica, Estados Unidos, Cuba, El Salvador, Nicaragua y Panamá. Regresa a México
en 1931, donde publica dos poemarios: Iniciales
y Templos de Fuego, obras en las que se
evidencia el contacto con la corriente vanguardista mexicana; pero ahí también conoce
al poeta español León Felipe, de quien guarda la imagen de un poeta visionario,
comprometido con la justicia.
En Clementina,
la publicación de sus libros y su gestión en el mundo del arte están muy vinculados
con su vida itinerante en América, en busca de mundo y de posibilidades que no le
eran permitidas en su patria. México fue el país donde ella encontró el ambiente
más propicio para desarrollar su obra y para convivir con el mundo del arte y los
artistas sin que mediaran los prejuicios de la provinciana Tegucigalpa de donde
escapaba.
En 1935 reside
en Costa Rica y publica el poemario en prosa Engranajes. Se traslada unos meses a Nueva York, donde no logra adaptarse
a la vida de esa ciudad; todo le parece ajeno, deprimente, apenas se relaciona con
los habitantes de esa trepidante metrópoli. Fue así que decide trasladarse a Cuba,
donde consigue calentar sus alas. En ese país soplaban ya los aires libertarios
contra la dictadura de Machado, la poesía se enfilaba contra la opresión, los intelectuales
asumían su puesto de combate en la lucha republicana y antiimperialista. Esa estadía
en Cuba estremeció para siempre la poética de Clementina. Su poesía se vuelca al
compromiso social, la poeta abandona ese yo, hasta entonces tan presente, para encontrarse
con los otros, con el pueblo, esa fuerza que impulsa los engranajes de una nueva
conciencia, del único viaje, del rio al mar, que faltaba en la mujer nueva que ya
era, como lo proclama en el poema “En los brazos del nuevo viento”, del libro Veleros, publicado en la Habana en 1937:
Las cosas se han dado vuelta
y es crimen hablar de estrellas
cuando hay que limar cadenas.
Ahora, si regresara, no podría reconocerme,
adelante voy con todos,
buscando la luz redonda.
¡No me duele la carne!
¡No me duele mi llanto!
La gran masa grita y avanza
terrible y multiplicada,
y yo avanzo, avanzo también
en brazos del nuevo viento.
De regreso a Tegucigalpa,
en 1944, publica De la desilusión a la esperanza.
Para entonces ya se le reconoce como poeta vanguardista, su poesía encaja perfectamente
con las aspiraciones de su pueblo oprimido por una dictadura que dicta los miedos
y los silencios. Muchos de los poetas de la “Generación de la Dictadura”, como Jacobo
Cárcamo y Claudio Barrera, abandonan el país. Clementina decide resistir, se hace
más fuerte, más desafiante. Contrae matrimonio con el poeta Guillermo Bustillo Reina
(1898-1964), pero tampoco acepta las reglas de esa relación y opta por la libertad
de ser ella misma y su poesía.
Amor. Tú estás dormido,
–sin
darte prisa por salir de la noche
mientras yo atajo lamentos
de madres y de niños.
Su visión estaba
dirigida a un cambio de la sociedad que consideraba construida sobre las bases de
la injusticia. Sin embargo, en el fondo, ella se sentía parte de una colectividad
que iba más allá del territorio nacional, su pueblo eran todos los pueblos, su destinatario
la humanidad. Por eso, en cualquier parte del mundo donde ella estuviera, nunca
se consideraba una extranjera, como lo expresa en el poema “Sin residencia”, que
merece leerse íntegramente:
Voy,
vengo.
Y luego pienso
que lo mismo
aquí que allá,
no hay
un lugar
conseguido.
Que aquí, como allá,
soy lo que
las gentes llaman
“un extranjero”.
Y como un extranjero
iré y vendré.
Hasta que aquí
como allá
ni yo
ni nadie
lo sea.
A finales de los
años 40 vuelve a México. Ahí funda la Galería de Arte Centroamericano, la primera
galería que permite al público mexicano apreciar en conjunto las obras de los mejores
artistas centroamericanos de la época. En ese contexto conoció a su tercero y último
esposo, el pintor salvadoreño José Mejía Vides (1903-1993), con quien decide trasladarse
en 1949 a El Salvador, luego que éste fuera nombrado en su país director de la Escuela
Nacional de Artes Gráficas. Ella, por su parte, funda en los años 50 “El Rancho
del Artista”, desde donde impulsa el arte centroamericano.
Clementina fue
también una apasionada por la pintura, una gran coleccionista de arte y una guía
imprescindible en el ámbito de escritores y artistas. Su propia casa era una galería
donde sobresalían los mejores artistas de América. En 1982, la Universidad Nacional
Autónoma de Honduras dio a conocer un libro-homenaje con 100 retratos que pintores
de Honduras y del extranjero dedicaron a la poeta.
Entre 1955 y 1957,
precisamente durante la breve dictadura de Julio Lozano Díaz (1885-1957), la poeta
se desempeñó como Agregada Cultural de la Embajada de Honduras en El Salvador. En
el último año de su misión como diplomática obtiene el premio de poesía otorgado
por el Ministerio de Cultura salvadoreño, con el poemario Creciendo con la hierba
(1957).
En 1958 toma la
dolorosa decisión de separarse del pintor Mejía Vides. La devoción que su cónyuge
deparaba a la pintura no pudo superar el amor a la poeta. Ese mismo año regresa
a Tegucigalpa, motivada por la apertura democrática del gobierno de Ramón Villeda
Morales (1908-1971). El país avanza en sus instituciones, se crea una ley de trabajo,
una ley de la seguridad social, se construyen puentes, se abren carreteras. Clementina
se une al tren del progreso, el gobierno la nombra directora en el Ministerio de
Cultura. La poeta organiza exposiciones de libros, incluyendo su propia biblioteca,
funda galerías de arte y clubes de lectura. Además, este retorno le inspira la obra
Canto a la encontrada patria y a su héroe
(1958), texto que reúne un extenso poema dividido en trece estrofas que poseen también
un valor autónomo, donde sale a relucir la figura emblemática de la unión centroamericana:
Francisco Morazán (1792-1842):
Me intriga tu corazón
hermoseado en la historia.
¡Qué inexplorado mundo
en tu limitada pupila!
Hay que sobrevivirse
pero en la espina dorsal de tu cuerpo.
En tu fabulosa estructura,
habitante de mar y tierra.
Un pueblo de erguidos pinos
te sostiene la cabeza.
Lamentablemente
en 1963 sobreviene un golpe de Estado contra Villeda Morales y se implanta el régimen
militar de Oswaldo López Arellano (1921-2010). En el continente fracasa el modelo
de la “Alianza para el Progreso” propugnado por los Estados Unidos para detener
la influencia de la Revolución Cubana. Clementina resiste, no se humilla, no huye,
se fortalece, sale al frente, hombro a hombro con los estudiantes y el pueblo indignado,
y recita en el Teatro Nacional uno de sus poemas más conocidos, “Combate”:
Yo soy un poeta,
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema,
un poema silbatos
un poema fusiles
Para pegarlos en las puertas,
en las celdas de las prisiones
en los muros de las escuelas.
Hoy quiero construir y destruir,
levantar en andamios la esperanza.
Despertar al niño,
arcángel de las espadas,
ser relámpago, trueno,
con estatura de héroe
para talar, arrasar,
las podridas raíces de mi pueblo.
Desgraciadamente,
en julio de 1969 acontece una guerra entre Honduras y El Salvador, conocida como
“La Guerra del Futbol”, ya que un partido entre ambos países para las eliminatorias
que conducían al Mundial de 1970 en México fue el detonante del conflicto. Sin embargo,
la verdadera causa de la guerra fue la lucha regional de mercados, la incapacidad
de ambos gobiernos de resolver los problemas internos de desempleo y la demanda
de adjudicación de tierras de parte de los sectores campesinos. Apenas un mes duró
esta guerra, pero la exaltación del nacionalismo en ambas partes hizo que el odio,
como una peste, causara la muerte y la persecución despiadada de ciudadanos salvadoreños
en Honduras y de ciudadanos hondureños en El Salvador. Años más tarde, el poeta
salvadoreño Roque Dalton (1935-1975) se burlaba de esa guerra con un breve poema
donde expresa: “Mi verdadero conflicto honduro-salvadoreño fue con una muchacha”,
incluido en su libro Las historias prohibidas
del Pulgarcito (1974).
Clementina se
vio obligada a regresar a Honduras, donde sus amigos más queridos le preparan un
homenaje en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), que incluía presentaciones
musicales y lectura de ensayos en su honor, además de la publicación de varios libros,
entre ellos El poeta y sus señales (1969).
Para entonces ya era una poeta reconocida en Honduras, no para de recibir distinciones
y homenajes dentro y fuera del país. No obstante, la distinción más importante le
vino de parte del gobierno hondureño: en 1970 recibe el Premio Nacional de Literatura
Ramón Rosa. En su discurso de aceptación, expresó: “…No he de decir que no merezco
esta distinción, porque esto sería una falsa modestia; sí la merezco, porque he
sido leal a mi vocación y la he mantenido con la más alta dignidad…” [2]
Las décadas de
1970 y de 1980, a pesar de las dictaduras militares, fueron más propicias para el
desarrollo de la vida cultural de Honduras, sobre todo en Tegucigalpa donde, teniendo
como centro la Escuela Nacional de Bellas Artes, surgen importantes talentos de
la pintura que provocan la creación de galerías de arte y el impulso de la compra
de piezas artísticas, principalmente de parte de banqueros y empresarios. El gobierno
de López Arellano deviene populista y emprende reformas en el sector agrario; sin
embargo, en 1975 es expulsado del poder por estar involucrado en un escándalo de
sobornos de parte de la transnacional bananera United Brands Company.
En 1975, cuando
la poeta compra una casa en el antiguo barrio La Hoya de Tegucigalpa, ya se le considera
un mito viviente. Alrededor de ella se congregan escritores, poetas y artistas;
los medios de comunicación se desviven por entrevistar a esta mujer que hablaba
con franqueza y valentía, que detesta que la llamen “poetisa”. A finales de 1970
Centroamérica deviene un territorio bastante convulso. En Nicaragua, el Frente Sandinista
de Liberación Nacional derroca la dictadura de Anastasio Somoza (1925-1980). Los
movimientos guerrilleros en El Salvador y Guatemala cobran fuerza. En 1981, después
de 18 años de dictaduras militares, Honduras recupera la vida democrática a través
de un proceso electoral, pero los Estados Unidos convierten al país en una plataforma
contrarrevolucionaria de la región. Es la tenebrosa década de 1980. Para entonces
Clementina es ya una mujer mayor, pero su voz sigue siendo firme contra la represión
y las injusticias, un símbolo de la reivindicación femenina y la defensa de los
derechos humanos.
En 1988 publica
su último libro en vida: Con mis versos saludo a las generaciones futuras. El editor,
Rigoberto Paredes, manifiesta en el prefacio de la obra, refiriéndose a Clementina:
“Si hubiera una sola palabra para extraer su dilatada trayectoria vital, yo propondría
intensidad. Años y años vividos segundo tras segundo, escanciándoles hasta la última
gota de luz que fuere posible”. La poeta parece eterna, sigue guardando el humor
de sus años juveniles, la satisfacción de haber vivido más de lo que la vida le
ha ofrecido. A menudo se le ve en las recepciones, celebrando la vida con una copa
de vino, tomándose fotos con los jóvenes, sonriendo a la prensa. Vive sola en su
universo y sus pequeñas cosas. Parece eterna Clementina. Llega a los 89 años, pero
no más. En 1991, alguien, no se sabe quién, nunca se supo qué sombra cobarde irrumpe
en la casa donde “Clemen” soñaba que la muerte tardaba. El asesino se ensaña brutalmente
contra la mejor poeta que tuvo, que ha tenido Honduras, roba lo que puede y huye
para siempre.
NOTAS
Ensayo generosamente
cedido por el autor, originalmente publicado en el libro Mujeres de América Latina y el Caribe, GRULAC-UNESCO, París, 2017.
[1]. Janet Gold, El retrato en el espejo: una biografía de Clementina
Suarez, Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, 2002.
2. Oscar Acosta, ed., Los premios nacionales
de literatura Ramón Rosa 1951-1972, Tegucigalpa, Ministerio de Educación Pública,
1973.
JOSÉ ANTONIO FUNES (Honduras, 1963). Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, España. Ha sido Vice-ministro de Cultura y Ministro Consejero en la Misión de Honduras ante la UNESCO, París. Como Profesor de Literatura, ha trabajado en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en el Instituto Católico de Toulouse y en la Universidad Católica del Oeste, en Angers, Francia. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Modo de Ser, Editorial de la UNAH, 1989; A quien Corresponda, Centro Editorial de San Pedro Sula, 1995; Agua del tiempo, Centro Editorial de la Diputación de Málaga, 1999; Ardientes postales, Proyecto Editorial La Chifurnia, San Salvador, 2021; y Balance previo, Editorial Efímera 2022. Asimismo, ha participado en más de 25 antologías de poesía en Latinoamérica y Europa. Es Miembro correspondiente de la Academia Hondureña de la Lengua. En 2004 obtuvo el Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I con la obra Froylán Turcios y el modernismo en Honduras [Banco Central de Honduras, 2006]. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa.
JAN DOCEKAL (República Tcheca, 1943). Historiador del arte, artista, publicista y profesor emérito. Se formó como metalúrgico, estudió historia del arte y la estética, fue obrero, tecnólogo de producción mecánica, diseñador publicitario, director comercial en una imprenta, propietario de una galería y de una agencia de publicidad. Organizador de numerosas exposiciones de arte, autor de varios libros en el campo del arte, colabora con Agulha Revista da Cultura, además de haber sido incluido en el libro Viajes del Surrealismo (2022), de Floriano Martins. Es miembro del grupo surrealista checo Stir up. Realizó treinta y ocho exposiciones individuales, participó en exposiciones surrealistas en Bélgica, Chile, Costa Rica, Alemania y Portugal. Jan es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 237 | agosto de 2023
Artista convidado: Jan Dočekal (República Tcheca, 1943)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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