quarta-feira, 30 de agosto de 2023

JOSÉ ANTONIO FUNES| Clementina Suárez, cuando la poesía se hace mujer en Honduras

 


Clementina Suárez nació en la ciudad de Juticalpa el 12 de mayo de 1902. Sus padres, Amelia Zelaya Bustillo y Luis Suárez formaban parte de una familia de latifundistas y ganaderos. Juticalpa era para entonces una ciudad donde no había ni hospital, ni agua potable ni electricidad, y el trayecto a la capital –Tegucigalpa– podía durar entre cinco y ocho días a lomo de mula. La sociedad en la que crece Clementina seguía conservando su estructura semifeudal donde la mujer debía dedicarse a los quehaceres domésticos, a criar hijos y, con un poco de tiempo, a bordar o a ejecutar algún instrumento.

A comienzos de la década de 1920 se traslada a la capital hondureña. Desprovista de la ayuda económica de sus padres, por haber hecho lo que ninguna joven de su edad y de su clase social hubiera hecho antes, se ve obligada a realizar trabajos para sobrevivir: empleada de tienda, vendedora de libros, mesera. La libertad tenía un precio y Clementina lo tenía claro. Es con tal entereza que a comienzos de los años 30 irrumpe con su poesía en un contexto dominado por hombres, algunos de ellos tan prominentes como Jacobo Cárcamo, Claudio Barrera y Alfonso Guillén Zelaya. Y no sólo irrumpe, sino que se instala con valor, con dignidad y, lo que es también admirable, con calidad, y logra el reconocimiento de hombres y mujeres.

Otro desafío que enfrentó a Clementina con los valores de su círculo social fue el haber establecido unión libre con el escritor Marco Antonio Rosa hacia 1927. De esa relación nacen dos hijas, Alba y Silvia. El hogar no es el mejor espacio para la poeta, dedicar su vida a un hombre acostumbrado a que se le sirva y se le espere no es lo suyo. Ella se siente una reina, una libélula que ha conquistado sus alas a golpe de viento. La poeta abandona el hogar en 1930 y se dirige a México, el país que había imaginado en los relatos de su padre, el viaje imprescindible al encuentro de ella misma. El México de la efervescencia cultural impulsada desde el Estado y atizada por la llegada de exiliados de España y del mundo entero. El México del muralismo y las banderas del arte revolucionario; de Diego Rivera y Frida Kahlo amándose escandalosamente, pintando escandalosamente. Rivera retrata a Clementina; no se sabe quién buscó a quien, pero el encuentro fue inevitable. Clementina atesora ese retrato, lo guarda hasta finales de la década de 1960, cuando alguien lo roba de la casa de un amigo junto a más de una treintena de obras.

A su regreso del breve viaje a México, publica Corazón sangrante (1930) en Tegucigalpa, el primer libro de poemas publicado por una mujer en Honduras. En el prólogo, el poeta post-modernista Alfonso Guillén Zelaya, destaca que “el verso de Clementina es un verso sin restricciones, poblado de un dolor hondamente vivido, y en el que fulgura con espontánea limpidez, con rigor legítimo, un numen auténtico…”. Todavía con el peso de la poesía romántica, Clementina reconoce que Corazón sangrante es una obra en la que ha influido mucho la vida familiar, sobre todo el afecto a su madre. Así lo evidencia el poema que precisamente lleva por título “Madre”:

 

Fui la muñequita de tus sueños.

La rosa que se abrió una noche temblorosa

en el rosal que germinó en tu vida.

Fui también lirio que reventó en la calma

angustiosa que envolvió tu alma

cuando esperabas del cielo mi venida.

 

Pero en estos primeros poemas va a aparecer también la vertiente erótica, unida a su afán de libertad, de fugarse del mundo estrecho contra el que chocan sus alas, de volar lo más alto posible, de ir siempre más allá. En el poema “Ala”, expresa:

 

Loco deseo de alzarse, florecer,

de ser perfume que se lo lleve el viento,

de ser tarde, ser noche, amanecer

y amplio, como el amplio firmamento (…).

Ala que suba, que el infinito hienda (…)

que escale en cada esfuerzo nueva cumbre,

que se sienta fuerte, que se sienta libre,

que se haga llama y que el espacio alumbre.

 

Erotismo, libertad, rebeldía serán los distintivos insoslayables en la poética de Clementina. Ninguna mujer hasta entonces escribía poesía abordando esos temas y mucho menos con ese nivel estético. “El estilo es el hombre”, dicen, pero en Clementina el estilo era la mujer, esa mujer que ella fue construyendo desde que abandona el ámbito patriarcal y provinciano del departamento de Olancho y se abre paso a puño firme en el salón masculinista de la poesía de Tegucigalpa.


Ella era una poeta rebelde, combativa, inconforme, que se consideraba a sí misma revolucionaria, aunque no aceptaba etiquetas que la identificaran con una ideología en particular. A ella le costó mucho construir un estilo de vida muy diferente al de la mujer convencional de su época, porque su desafío no fue sólo social en el sentido de asumir un comportamiento irreverente y juzgado muchas veces como “inmoral” por la sociedad hipócrita y mojigata de su tiempo. Su desafío fue también cultural, al incursionar en un espacio reservado entonces al género masculino con una poesía donde habla libremente del amor y del sexo. “Sexo”, precisamente, se titula uno de los poemas de su libro Templos de fuego (1931). Nadie, ni un hombre, ni una mujer, se había atrevido a emplear un título como tal para un poema, solo Clementina que escribe sin temores, sin pudores, con la voluptuosidad y frescura de sus años:

 

Sexo,

encarnada rosa,

flor de luxuria

por donde salta mi juventud.

 

En el contexto nacional, el país venía de recuperarse de las heridas de las guerras civiles, pero seguía siendo vulnerable al caudillismo, al tiempo que ya se anunciaba el arribo de una de las dictaduras más feroces: la de Tiburcio Carías (1932-1949). Durante esos oscuros años la vida de Clementina fue un ir y venir entre muchos países: México, Costa Rica, Estados Unidos, Cuba, El Salvador, Nicaragua y Panamá. Regresa a México en 1931, donde publica dos poemarios: Iniciales y Templos de Fuego, obras en las que se evidencia el contacto con la corriente vanguardista mexicana; pero ahí también conoce al poeta español León Felipe, de quien guarda la imagen de un poeta visionario, comprometido con la justicia.

En Clementina, la publicación de sus libros y su gestión en el mundo del arte están muy vinculados con su vida itinerante en América, en busca de mundo y de posibilidades que no le eran permitidas en su patria. México fue el país donde ella encontró el ambiente más propicio para desarrollar su obra y para convivir con el mundo del arte y los artistas sin que mediaran los prejuicios de la provinciana Tegucigalpa de donde escapaba.

En 1935 reside en Costa Rica y publica el poemario en prosa Engranajes. Se traslada unos meses a Nueva York, donde no logra adaptarse a la vida de esa ciudad; todo le parece ajeno, deprimente, apenas se relaciona con los habitantes de esa trepidante metrópoli. Fue así que decide trasladarse a Cuba, donde consigue calentar sus alas. En ese país soplaban ya los aires libertarios contra la dictadura de Machado, la poesía se enfilaba contra la opresión, los intelectuales asumían su puesto de combate en la lucha republicana y antiimperialista. Esa estadía en Cuba estremeció para siempre la poética de Clementina. Su poesía se vuelca al compromiso social, la poeta abandona ese yo, hasta entonces tan presente, para encontrarse con los otros, con el pueblo, esa fuerza que impulsa los engranajes de una nueva conciencia, del único viaje, del rio al mar, que faltaba en la mujer nueva que ya era, como lo proclama en el poema “En los brazos del nuevo viento”, del libro Veleros, publicado en la Habana en 1937:

 

Las cosas se han dado vuelta

y es crimen hablar de estrellas

cuando hay que limar cadenas.

Ahora, si regresara, no podría reconocerme,

adelante voy con todos,

buscando la luz redonda.

¡No me duele la carne!

¡No me duele mi llanto!

La gran masa grita y avanza

terrible y multiplicada,

y yo avanzo, avanzo también

en brazos del nuevo viento.

 

De regreso a Tegucigalpa, en 1944, publica De la desilusión a la esperanza. Para entonces ya se le reconoce como poeta vanguardista, su poesía encaja perfectamente con las aspiraciones de su pueblo oprimido por una dictadura que dicta los miedos y los silencios. Muchos de los poetas de la “Generación de la Dictadura”, como Jacobo Cárcamo y Claudio Barrera, abandonan el país. Clementina decide resistir, se hace más fuerte, más desafiante. Contrae matrimonio con el poeta Guillermo Bustillo Reina (1898-1964), pero tampoco acepta las reglas de esa relación y opta por la libertad de ser ella misma y su poesía.


La mayor parte de los poemas de Clementina Suárez son intimistas, pero es un intimismo que busca también lo colectivo en lo amoroso y en lo social, como puede advertirse en el poema “Lamentos en el espacio”, donde hombre y mujer comparten el mismo plano –sin subordinaciones– ante todos los elementos que los reúnen en el universo:

 

Amor. Tú estás dormido,

sin darte prisa por salir de la noche

mientras yo atajo lamentos

de madres y de niños.

 

Su visión estaba dirigida a un cambio de la sociedad que consideraba construida sobre las bases de la injusticia. Sin embargo, en el fondo, ella se sentía parte de una colectividad que iba más allá del territorio nacional, su pueblo eran todos los pueblos, su destinatario la humanidad. Por eso, en cualquier parte del mundo donde ella estuviera, nunca se consideraba una extranjera, como lo expresa en el poema “Sin residencia”, que merece leerse íntegramente:

 

Voy,

vengo.

Y luego pienso

que lo mismo

aquí que allá,

 no hay

un lugar

conseguido.

Que aquí, como allá,

soy lo que

las gentes llaman

“un extranjero”.

Y como un extranjero

iré y vendré.

Hasta que aquí

como allá

ni yo

 ni nadie

 lo sea.

 

A finales de los años 40 vuelve a México. Ahí funda la Galería de Arte Centroamericano, la primera galería que permite al público mexicano apreciar en conjunto las obras de los mejores artistas centroamericanos de la época. En ese contexto conoció a su tercero y último esposo, el pintor salvadoreño José Mejía Vides (1903-1993), con quien decide trasladarse en 1949 a El Salvador, luego que éste fuera nombrado en su país director de la Escuela Nacional de Artes Gráficas. Ella, por su parte, funda en los años 50 “El Rancho del Artista”, desde donde impulsa el arte centroamericano.

Clementina fue también una apasionada por la pintura, una gran coleccionista de arte y una guía imprescindible en el ámbito de escritores y artistas. Su propia casa era una galería donde sobresalían los mejores artistas de América. En 1982, la Universidad Nacional Autónoma de Honduras dio a conocer un libro-homenaje con 100 retratos que pintores de Honduras y del extranjero dedicaron a la poeta.

Entre 1955 y 1957, precisamente durante la breve dictadura de Julio Lozano Díaz (1885-1957), la poeta se desempeñó como Agregada Cultural de la Embajada de Honduras en El Salvador. En el último año de su misión como diplomática obtiene el premio de poesía otorgado por el Ministerio de Cultura salvadoreño, con el poemario Creciendo con la hierba (1957).

En 1958 toma la dolorosa decisión de separarse del pintor Mejía Vides. La devoción que su cónyuge deparaba a la pintura no pudo superar el amor a la poeta. Ese mismo año regresa a Tegucigalpa, motivada por la apertura democrática del gobierno de Ramón Villeda Morales (1908-1971). El país avanza en sus instituciones, se crea una ley de trabajo, una ley de la seguridad social, se construyen puentes, se abren carreteras. Clementina se une al tren del progreso, el gobierno la nombra directora en el Ministerio de Cultura. La poeta organiza exposiciones de libros, incluyendo su propia biblioteca, funda galerías de arte y clubes de lectura. Además, este retorno le inspira la obra Canto a la encontrada patria y a su héroe (1958), texto que reúne un extenso poema dividido en trece estrofas que poseen también un valor autónomo, donde sale a relucir la figura emblemática de la unión centroamericana: Francisco Morazán (1792-1842):

 

Me intriga tu corazón

hermoseado en la historia.

¡Qué inexplorado mundo

en tu limitada pupila!

Hay que sobrevivirse

pero en la espina dorsal de tu cuerpo.

En tu fabulosa estructura,

habitante de mar y tierra.

Un pueblo de erguidos pinos

te sostiene la cabeza.

 

Lamentablemente en 1963 sobreviene un golpe de Estado contra Villeda Morales y se implanta el régimen militar de Oswaldo López Arellano (1921-2010). En el continente fracasa el modelo de la “Alianza para el Progreso” propugnado por los Estados Unidos para detener la influencia de la Revolución Cubana. Clementina resiste, no se humilla, no huye, se fortalece, sale al frente, hombro a hombro con los estudiantes y el pueblo indignado, y recita en el Teatro Nacional uno de sus poemas más conocidos, “Combate”:

 

Yo soy un poeta,

un ejército de poetas.

Y hoy quiero escribir un poema,

un poema silbatos

un poema fusiles

Para pegarlos en las puertas,

en las celdas de las prisiones

en los muros de las escuelas.

Hoy quiero construir y destruir,

levantar en andamios la esperanza.

Despertar al niño,

arcángel de las espadas,

ser relámpago, trueno,

con estatura de héroe

para talar, arrasar,

las podridas raíces de mi pueblo.

 


La poeta es valiente, pero la situación del país se vuelve cada vez más asfixiante. Intentó muchas veces montar en Honduras una versión de El Rancho, tal como lo había logrado en El Salvador, pero le fue imposible. No había en su país una expresión artística que provocara asimismo un mercado del arte y motivara a un público a asistir a exposiciones y comprar obras. Es así que en 1965 decide regresar a El Salvador para revivir El Rancho. En el vecino país contaba con el apoyo del Ministerio de Cultura, de personalidades del mundo del arte y hasta de un amigo empresario, Francisco Núñez Arrué, quien le ofrece un terreno para instalar el proyectado centro cultural. En una carta fechada en 1965 confiesa a su amigo, el dramaturgo Francisco Salvador, las razones que la obligan a dejar su patria: “Dejo Honduras no por no quererla, sino porque la mejor forma de hacerlo es realizando mi obra y estoy convencida de que esto me es absolutamente imposible aquí. No quiero ser una más de la infinidad de valores hondureños defraudados”. [1]

Desgraciadamente, en julio de 1969 acontece una guerra entre Honduras y El Salvador, conocida como “La Guerra del Futbol”, ya que un partido entre ambos países para las eliminatorias que conducían al Mundial de 1970 en México fue el detonante del conflicto. Sin embargo, la verdadera causa de la guerra fue la lucha regional de mercados, la incapacidad de ambos gobiernos de resolver los problemas internos de desempleo y la demanda de adjudicación de tierras de parte de los sectores campesinos. Apenas un mes duró esta guerra, pero la exaltación del nacionalismo en ambas partes hizo que el odio, como una peste, causara la muerte y la persecución despiadada de ciudadanos salvadoreños en Honduras y de ciudadanos hondureños en El Salvador. Años más tarde, el poeta salvadoreño Roque Dalton (1935-1975) se burlaba de esa guerra con un breve poema donde expresa: “Mi verdadero conflicto honduro-salvadoreño fue con una muchacha”, incluido en su libro Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974).

Clementina se vio obligada a regresar a Honduras, donde sus amigos más queridos le preparan un homenaje en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), que incluía presentaciones musicales y lectura de ensayos en su honor, además de la publicación de varios libros, entre ellos El poeta y sus señales (1969). Para entonces ya era una poeta reconocida en Honduras, no para de recibir distinciones y homenajes dentro y fuera del país. No obstante, la distinción más importante le vino de parte del gobierno hondureño: en 1970 recibe el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa. En su discurso de aceptación, expresó: “…No he de decir que no merezco esta distinción, porque esto sería una falsa modestia; sí la merezco, porque he sido leal a mi vocación y la he mantenido con la más alta dignidad…” [2]

Las décadas de 1970 y de 1980, a pesar de las dictaduras militares, fueron más propicias para el desarrollo de la vida cultural de Honduras, sobre todo en Tegucigalpa donde, teniendo como centro la Escuela Nacional de Bellas Artes, surgen importantes talentos de la pintura que provocan la creación de galerías de arte y el impulso de la compra de piezas artísticas, principalmente de parte de banqueros y empresarios. El gobierno de López Arellano deviene populista y emprende reformas en el sector agrario; sin embargo, en 1975 es expulsado del poder por estar involucrado en un escándalo de sobornos de parte de la transnacional bananera United Brands Company.

En 1975, cuando la poeta compra una casa en el antiguo barrio La Hoya de Tegucigalpa, ya se le considera un mito viviente. Alrededor de ella se congregan escritores, poetas y artistas; los medios de comunicación se desviven por entrevistar a esta mujer que hablaba con franqueza y valentía, que detesta que la llamen “poetisa”. A finales de 1970 Centroamérica deviene un territorio bastante convulso. En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional derroca la dictadura de Anastasio Somoza (1925-1980). Los movimientos guerrilleros en El Salvador y Guatemala cobran fuerza. En 1981, después de 18 años de dictaduras militares, Honduras recupera la vida democrática a través de un proceso electoral, pero los Estados Unidos convierten al país en una plataforma contrarrevolucionaria de la región. Es la tenebrosa década de 1980. Para entonces Clementina es ya una mujer mayor, pero su voz sigue siendo firme contra la represión y las injusticias, un símbolo de la reivindicación femenina y la defensa de los derechos humanos.

En 1988 publica su último libro en vida: Con mis versos saludo a las generaciones futuras. El editor, Rigoberto Paredes, manifiesta en el prefacio de la obra, refiriéndose a Clementina: “Si hubiera una sola palabra para extraer su dilatada trayectoria vital, yo propondría intensidad. Años y años vividos segundo tras segundo, escanciándoles hasta la última gota de luz que fuere posible”. La poeta parece eterna, sigue guardando el humor de sus años juveniles, la satisfacción de haber vivido más de lo que la vida le ha ofrecido. A menudo se le ve en las recepciones, celebrando la vida con una copa de vino, tomándose fotos con los jóvenes, sonriendo a la prensa. Vive sola en su universo y sus pequeñas cosas. Parece eterna Clementina. Llega a los 89 años, pero no más. En 1991, alguien, no se sabe quién, nunca se supo qué sombra cobarde irrumpe en la casa donde “Clemen” soñaba que la muerte tardaba. El asesino se ensaña brutalmente contra la mejor poeta que tuvo, que ha tenido Honduras, roba lo que puede y huye para siempre.


 

NOTAS

Ensayo generosamente cedido por el autor, originalmente publicado en el libro Mujeres de América Latina y el Caribe, GRULAC-UNESCO, París, 2017.

[1]. Janet Gold, El retrato en el espejo: una biografía de Clementina Suarez, Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, 2002.

2. Oscar Acosta, ed., Los premios nacionales de literatura Ramón Rosa 1951-1972, Tegucigalpa, Ministerio de Educación Pública, 1973.

 

 

 


JOSÉ ANTONIO FUNES (Honduras, 1963). Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, España. Ha sido Vice-ministro de Cultura y Ministro Consejero en la Misión de Honduras ante la UNESCO, París. Como Profesor de Literatura, ha trabajado en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en el Instituto Católico de Toulouse y en la Universidad Católica del Oeste, en Angers, Francia. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Modo de Ser, Editorial de la UNAH, 1989; A quien Corresponda, Centro Editorial de San Pedro Sula, 1995; Agua del tiempo, Centro Editorial de la Diputación de Málaga, 1999; Ardientes postales, Proyecto Editorial La Chifurnia, San Salvador, 2021; y Balance previo, Editorial Efímera 2022. Asimismo, ha participado en más de 25 antologías de poesía en Latinoamérica y Europa. Es Miembro correspondiente de la Academia Hondureña de la Lengua. En 2004 obtuvo el Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I con la obra Froylán Turcios y el modernismo en Honduras [Banco Central de Honduras, 2006]. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa.

 

 

 


JAN DOCEKAL (República Tcheca, 1943). Historiador del arte, artista, publicista y profesor emérito. Se formó como metalúrgico, estudió historia del arte y la estética, fue obrero, tecnólogo de producción mecánica, diseñador publicitario, director comercial en una imprenta, propietario de una galería y de una agencia de publicidad. Organizador de numerosas exposiciones de arte, autor de varios libros en el campo del arte, colabora con Agulha Revista da Cultura, además de haber sido incluido en el libro Viajes del Surrealismo (2022), de Floriano Martins. Es miembro del grupo surrealista checo Stir up. Realizó treinta y ocho exposiciones individuales, participó en exposiciones surrealistas en Bélgica, Chile, Costa Rica, Alemania y Portugal. Jan es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 

 



Agulha Revista de Cultura

Número 237 | agosto de 2023

Artista convidado: Jan Dočekal (República Tcheca, 1943)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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