Tal como lo cuento en Hendijas en el agua, relato incluido en mi
libro El huésped invisible, íbamos los
tres en busca de piedras, de guijarros. Tanto mi tía como la extraña señora que
no paraba de hablar con ella, mientras caminábamos en busca del caño, se agachaban
a recoger pequeñas piedras que yo, al recibirlas, dejaba caer en una cesta. Luego
de agarrarlas, continuaban conversando sobre algunos poemas y sobre las letras de
canciones compuestas por mi tía. En vista de que desconocía el significado de una
extraña palabra enunciada por ellas, me detuve de pronto. Entonces, me atreví a
preguntarles qué significaba “poesía”.
Sin mediar palabras, pero muy sonriente,
la señora, tomándome del brazo, luego de quitarme la cesta que llevaba conmigo para
guardar las piedras y entregarlas, luego, a mi tía Carmen me ordenó con firmeza:
– Enróllate los pantalones hasta la rodilla,
pues nos meteremos en el agua. Vamos. Caminemos sin miedo hacia el río.
Una vez que lo hice, me tomó del brazo.
Cuando estuvimos en la orilla del caño, me pidió que me agachase y metiera mis manos
en el agua. Así lo hice. Metí mis dos manos temblorosas, pero no porque sintiese
miedo, sino porque –al meterlas en el agua– empecé a sentir frío, a pesar de que,
al principio, creí que las aguas del caño estaban tibias Ella se mantuvo en silencio.
Permaneció callada por unos segundos. Pero de pronto, me habló. O, mejor dicho,
me preguntó sonriente:
– ¿Te das cuenta cuántas manos tienes?
– Dos. Claro que tengo dos.
– No. Nada que ver. Mueve las manos. ¿Te
das cuentas? Tienes cuatro o seis. Cuando mueves las manos en el agua, tienes más…Eso
es la poesía, muchacho. Ella nos cambia el sentido de las cosas reales si nosotros
aprendemos a jugar con ellas. Ahora, al yo pedírtelo, empezaste a mover tus manos
en el río. O, tal vez, digamos que las aguas del río te las movieron cuando tus
manos entraron en contacto con la luz. O una cosa o la otra. ¿Has entendido?
Lo había comprendido para siempre. Transcurrido
algún tiempo, cuando ya no vivíamos en Puerto de Nutrias, sino en Pedraza, frente
a las aguas de mi amado río Canaguá que pasaba muy cerca del patio de mi casa, repetía
el juego de las manos diariamente. Al salir de la escuela, casi todas las tardes,
metía mis manos en sus aguas por unos segundos. Luego, me daba un chapuzón en el
río. Al hacerlo, volvía a revivir la experiencia con aquella señora poeta cuyo nombre
y obra ya conocía, Enriqueta Arvelo Larriva, nacida en Barinitas. Sus libros los
empezaría a leer toda mi vida, en distintos tiempos y escenarios, tan pronto tuve
entre mis manos sus dos primeras obras Voz
Aislada y El cristal nervioso, publicados
inicialmente en los años 1939 y 1941, respectivamente, que la propia tía Carmen
me dejó en custodia, cuando se marchó de Pedraza y se fue a vivir a la muy hermosa
ciudad de Valera.
Yo también me iría a Valera, tiempo después,
al salir egresado del sexto grado de Educación Primaria que cursé, en su totalidad,
en el Grupo Escolar “José Francisco Jiménez”, llevado de las manos por mi inolvidable
maestro de Educación Primaria Félix Ernesto Osuna, con quien muchas veces leía los
poemas de Enriqueta Arvelo Larriva, a quien él había leído lo mismo que los poemas
de su hermano Alfredo Arvelo Larriva y las coplas de Alberto Arvelo Torrealba, primo
de Enriqueta:
…otro de los grandes bardos que nos ha dado
nuestra bendita tierra de Barinas, suelo de marqueses y de ángeles poetas como estos
tres Arvelo que nos enseñaron a ver y a descubrir el paisaje de esta bella
tierra a la luz de otra mirada: Alfredo desde
la óptica de la lucha social; Alberto entregándonos en sus Tonadas Galante; en
Aires Criollos y en sus hermosas Cantas, y
que alcanzaría su gran clímax en el inmortal poema Florentino y el Diablo, su visión
de los mitos del llano. Junto a ellos se erige la gran Enriqueta. Mucho más adelante,
comprenderás que no es muy difícil que, en nuestro país, tengamos un creador a la
altura suya; situada entre los grandes poetas que nos ha dado este país, Luz Machado,
Luisa del Valle Silva, Ida Gramcko, entre ellas, su voz es única. Porque, en su
poesía, Enriqueta Arvelo Larriva convirtió al paisaje llanero en un gran río tembloroso
donde se suscitan todas las experiencias humanas que vivimos acá” …expresaba
y repetía sabiamente mi amado maestro Osuna, quizá la primera persona a la cual
yo oí hablar con propiedad acerca de la poesía de los Arvelo.
Como lo contaba anteriormente, de Pedraza
me vine a Valera y de Valera me mudé a Guanare y, luego, a Barquisimeto, motivado
por los deseos de hacerme sacerdote. En estos Seminarios me consagraría al estudio
del latín y, paralelamente, junto a la dedicación desaforada al estudio del latín,
Dedicaría todas mis madrugadas al estudio de los grandes poetas universales entre
ellas la poesía de nuestra gran poeta, Enriqueta Arvelo Larriva, cuyos libros llevé
siempre conmigo. Los leía y releía, tratando de oír en aquellos textos, de nuevo,
el sonido de las aguas del río Canaguá y de todos los ríos de Barinas. Pero, también,
evocando la figura de la enigmática señora que conocí cuando era muy niño. Ella,
aquel lejano día, me dio una lección inolvidable sobre el concepto y significado
del arte poético: cómo leerlo y comprenderlo sumergiéndose, una y otra vez, en las
aguas, en su río infinito. Un río de palabras que, luego volvería a recorrer, guiado
por el maestro Osuna, sometida mi alma a un juego de espejos insondables partiendo
de la invención o reinvención de lo real que ella lograba en sus poemas.
Escuchando sonar las palabras en los distintos
versos en los cuales parecía oír de nuevo, las palabras de la enigmática poeta frente
a las aguas del río Apure, ordenándome, meter las manos en el agua, o la voz del
maestro Osuna, pidiéndome, no solo leer el siguiente poema, sino retándome a escribirlo
yo de otra manera, tratando de imitarla ella:
[TODA LA MAÑANA HA HABLADO EL VIENTO]
Toda la mañana ha
hablado el viento
una
lengua extraordinaria.
He ido hoy en el
viento.
Estremecí
los árboles.
Hice pliegues en
el río.
Alboroté
la arena.
Entré
por las más finas rendijas
y
soné largamente en los alambres.
Antes
–¿recuerdas? –
Pasaba
pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.
De las manos de mi amado maestro Félix Ernesto
Osuna, empecé a descifrar algunos códigos de la vibrante y enigmática poesía de
Enriqueta Larriva: sus mágicas, referencias al paisaje del llano convertido, gracias
a su voz, en brasa, en viento, en remolino entre esa polvareda de palabras que me
seducían. Empecé a amar de otra forma, a la luz de la palabra orientadora de mi
maestro Osuna, quien parecía estar dotado de un talento especial para leer y comprender
la poesía. Al dejar Pedraza, tan pronto egresé de sexto grado, como antes decía,
me fui a Valera, con el firme propósito de estudiar, allí, el primer año de bachillerato
en el Liceo Rafael Rangel. Por supuesto, me llevé los dos primeros libros de Enriqueta,
y tres años después, cuando me vine de Valera a Guanare y, después, a Barquisimeto,
a estudiar en los Seminarios de aquellas dos ciudades, deseando ser sacerdote y,
por supuesto, continuar, afanoso, leyendo poesía en las madrugadas: a Catulo, a
Horacio, a Safo, a Vicente Gerbasi, y cuatro nuevos libros de nuestra poeta que
mi tía Carmen me envió, a través del correo, al Seminario La Divina Pastora de Barquisimeto: Voz aislada (1930-39); Poemas
de una pena ( 1941-42; Mandato del canto
(1944-46) y Poemas perseverantes (1947-1960).
Junto a los textos de otros grandes poetas
venezolanos y universales, la obra de Enriqueta Arvelo Larriva, siempre viajaría
conmigo en pos de mantener con su obra un diálogo interminable, descifrando sus
códigos, el tramado semiológico de su obra total. De un universo fundado a partir
del viaje interior de su alma hacia las cosas y elementos que pueblan y conforman
el paisaje del llano. Esa mesa extendida al infinito que, a lo lejos, se confunde
y se integra al cielo, y que, en sus textos, conforman una sola línea, iridiscente,
temblorosa.
Una línea que deja en el alma de nosotros
los lectores el registro, la huella de ese tránsito insondable hacia la interioridad,
como ella misma lo afirmó, de manera rotunda, en una carta enviada al escritor Julián
Padrón, quien le preparó una breve antología de sus poemas en unos Cuadernos de
Poesía que él editaba:
“Aún alcanzo cosas (sin soñar ya), detrás de las
cosas, dentro de las cosas. Y lanzo mi voz, aunque no haya oídos”.
Contrariamente a lo afirmado, por la misma
poeta en dicha carta, en el sentido de que no “haya oídos” para oír el latido y
sumergirnos nosotros los lectores en el remolino de sus versos en su itinerario
hacia las cosas, a partir de la publicación de Voz aislada , en el año 1939 y, luego, El cristal nervioso, en el año 1941, los lectores y críticos que tuvieron
ante sus ojos, para el deslumbramiento del alma recién amanecida tras la experiencia
novedosa de abordar el tema del paisaje llanero y su expresión o reinvención en
el ámbito de cada poema creado. Un descubrimiento y un temblor que se trasluce en
el alma del lector, quien lo experimentaría al atravesar el espacio de un nuevo
paisaje interior inventado por ella y percibido y vivido por nosotros tras una novedosa
manera de intuir ese arquetípico, a partir de imágenes simples, elementales, como
sucede tras la reinvención de la imagen del agua, de manera transparente y diáfana,
magistralmente, logrado por esta gran poeta en:
El CRISTAL NERVIOSO
Es
clara e inquieta.
Es
clara e inquieta
y
ahueco hoy las manos para brindarla.
¡Cuánta
contienen mis manos
de
esta dulce agua!
La
cojo cuando ágil y naciente salta
– plena
de fragancia de frescor, de íris –
mojando
el follaje de mis ansias.
Vértice
de mi alma, en ti nace el agua.
Tomad
cada uno prolongado sorbo,
Los
que vais sedientos de un cristal nervioso.
Impaciencia
lucen mis manos delgadas,
vaso
que palpitan sintiéndose colmo.
Bebed,
que se apagan las burbujas pronto
y
será agua muerta
el
agua bullente que en las manos porto.
El
agua está viva. ¿Tened sed de alma?
Bebed,
que casi oigo
música,
si acerco las manos al rostro.
El
agua está viva, y es para vosotros,
los
que vais sedientos de un cristal nervioso.
El
agua está viva, y es para vosotros,
Los
que vais sedientos de un cristal nervioso.
Ese “cristal nervioso” devenido en exaltación, pero, al unísono, ofrenda
y celebración alborozada que contiene en acto festivo, no sólo el hecho de tocar
el agua y volver a las manos lecho para el tacto, sino, igualmente, para el goce
generado en el alma, como si ésta cayera en un trance místico. Tras ese roce, ese
sueño de ofrendar un poco de agua viva a
todos los sedientos que, como la poeta, seguirán el ritmo de la música creada por
el agua y las manos que la palpan y la convierten en un nido amoroso, en una dádiva,
el sueño de palpar el agua se nos torna maravilloso. mágico.
Dentro de ese juego de recibir y dar, la
poeta, ganada por la música cantarina generada en su ama el sentir del agua en las
manos y, al mismo tiempo, entregar esa agua como dádiva, (como don recibido a quienes,
como ella, estamos sedientos, de la claridad y sensualidad del agua) registra un
hecho epifánico. Un suceso que corre y se desliza por las manos, nos ofrece ese
regalo. Pero, al mismo tiempo, la palabra de la poeta en este texto nos brida las
claves para seguir gozando del placer generado en el alma por los textos que, en
esencia, constituyen el más claro y diáfano de los discursos que, en nuestro país,
se han producido en torno al tema del paisaje y de la naturaleza como gran dadora
de los elementos –aire, agua, tierra, fuego– que serán siempre dibujados desde el
fondo de un alma temblorosa al entrar en contacto con uno cualquiera de esos elementos
o sus derivaciones. Un agua cristalina, que, además, pudiese estar presente o simbolizada
en otros momentos en que el paisaje, o la naturaleza, deviene conjunción de todos
sus elementos en un solo temblor, tal como se sucede en nuestra alma, cuando volvemos
a releer el poema que tal vez sea el más paradigmático de todos sus textos, en el
cual aparecen, transmutados todos los elementos de la naturaleza:
TODA LA MAÑANA HA HABLADO EL VIENTO
Toda
la mañana ha hablado el viento
una
lengua extraordinaria,
He
ido hoy en el viento.
Estremecí
los árboles.
Hice
pliegues en el río,
Alboroté
la arena.
Entré
por las más finas rendijas.
Y
soné largamente en los alambres.
Antes
–¿recuerdas?–
Pasaba
pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.
Si antes el temblor del agua entre las manos
sostenía el temple de ánimo de la poeta en un puño de agua convertido en trozo bullente
de paisaje, en el texto anterior, uno de los poemas más citados de la autora, que,
de manera expresa y voluntaria, deseamos de nuevo hacerlo presente siempre, a cada
instante. Este texto amoroso, sensual, que por lo demás, ha estado presente en todas
las antologías editadas sobre su obra, el viento se convierte en una excitadora
ofrenda. El viento que todo lo mueve y lo sacude, penetra en el alma de la poeta,
convirtiéndola en la dueña de una explosiva voz que altera el ritmo de la naturaleza,
al estremecer fogosamente los árboles, hacer pliegues en el río y sonar, larga,
muy largamente, en los alambres.
Texto, además de explosivo cariz, por su
ritmo avasallante al convertir al viento en el propulsor de todas las acciones que
generan ritmos y ruidos. Produce, igualmente, una corriente indetenible que entra
a través de las rendijas, alterando todo el ritmo del paisaje. Un paisaje que, por
lo demás, con los árboles y el río como telón de fondo, nos dibujan las nociones
del movimiento y de la permanencia. Todo parece, al mismo tiempo, nacer en el viento:
la permanencia del ser y el recuerdo o la memoria de un ser que se busca en la alambrada:
Entré
por las más finas rendijas
Y
soné largamente en los alambres.
Antes
–¿recuerdas? –
pasaba
pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.
Tras ese vaivén entre el diálogo frente
a las formas del paisaje a las cuales la poeta da forma y, a la vez, lo convierte
en temblor, en latido, en memoria y espejo la voz original de nuestra poeta descansa
sobre la base de una continua transustanciación, un espejeo con los elementos de
la naturaleza y las formas del paisaje. Nadie, como ella, en el escenario de nuestra
poesía, nos había ofrendado semejante juego seductor y envolvente. Pero lo más hermoso,
quizá, resida en el tejido con base en vocablos claros y precisos palabras que sólo
desean crear ritmos, un contante movimiento de espejos que se cruzan para fijar
o definir un espacio oculto detrás de una rendija.
Nuestra poeta, sin embargo, nos envuelve
con ritmos avasallantes, atronadores que saludan y salmodian a todo lo que sucede
bajo el cielo llanero, a todo acontecido en nuestra tierra, desde que Dios quiso
que en ella habitasen y corriesen no sólo siete de los más hermosos de nuestro país
y del continente, sino que la madre naturaleza brinda, junto a las calamidades que
se suceden en nuestra tierra, en nuestro paisaje barinés resumido en la imagen de
una mesa en la cual conviven todas las formas de la naturaleza.
Pero. Igualmente, se anida en el alma barinesa
la férrea voluntad de volver luminoso cualquier dolor o dificultad que enfrentan
los llaneros, sobre esta tierra, bajo este cielo inmenso, tal como nos lo presenta
la poeta en el extraordinario poema Exclamaciones
para salmodiar el paisaje, poema de poemas dentro de su universo creativo y
uno de los textos más hermosos y profundos escritos en la poesía en lengua castellana
de todos los tiempos y suma total de toda su invención poética:
No
hay caballos para tirarles sillas de montar y
piernas de llaneros.
Un sol sin pautas se tiende sobre huellas
de inundaciones.
¿Dónde estará la bandera viva de los pastos?
Se maquillan los rostros para el final,
frente a espejos verduscos.
Los ganados marchan indefensos hacia paraderos
minados
y prueban la pena
de lamederos desabridos.
Están
muertos los rieles soñados estampados en las distancias.
Los
niños despiden suspiros seniles.
Los
niños no aprenden los colores en sus vestidos.
¿Dónde
estará la bandera viva de los pastos?
Un
pájaro dobla una rama con su gran anuncio de canto.
¿Por qué?
Subiré
a la empalizada borrosa
por
ver si viene lentamente una brisa.
Poema extraordinario, deslumbrante en la
plasmación del universo total de la vida en el llano, con todos sus elementos, anécdotas
e historias felices o infelices que se suceden en nuestro suelo, bajo el cielo barinés,
tierra privilegiada, bendecida y escogida por Dios para crear el paraíso a cada
amanecer, cuando al despertar el alba, muestra el sol su dominio el dibujo perfecto
de la desolación, luego de abiertas y padecidas todas las calamidades que, junto
a la abundancia, o después de ella, se instaura. La desolación y la sequía: imperan
como una certera realidad:
No hay caballos para
tirarles sillas de montar y piernas de llaneros
Un
sol sin pautas se tiende sobre huellas de inundaciones.
¿Dónde
está la bandera viva de los pastos?
La realidad impregnada de abundancia y vida,
se transmuta en muerte, en desolación, seguramente después de una sequía, de un
incendio voraz que reduce a cero la vida, pero no la férrea voluntad del llanero,
aunque la naturaleza le sea adversa a veces. Con sólo imágenes certeras espejos verduscos; lamederos desabridos; rieles
muertos se nos presenta un clímax de muerte, desolación y total desamparo para
niños, ancianos y ganados. Todos ellos buscan o se preguntan por la bandera viva de los pastos. Pero, seguramente,
y en ello, igualmente, reside la reciedumbre del alma del llanero: sabe aguardar
no sólo porque se cumpla el sueño inocente de los niños que, aunque como viejos,
suspiran y se aferra, tal vez, a la imagen del pájaro sobre una rama doblada por
él mismo:
Un pájaro dobla una rama con su gran anuncio
de canto. ¿Por qué?
El pájaro, con su canto, anuncia siendo
como es “señor” del aire, el nuevo nacimiento de la vida que viene tras el viento
que entra con sólo esperarlo y desearlo, con toda su voluntad de sueño indoblegable,
la mujer llanera que se sube a otear, desde la empalizada borrosa, la llegada de una nueva aurora traída por la brisa,
por el viento que todo lo borra menos la porfía de un ser que ame su tierra y decida,
de una vez, volver a armar sus espejos de vida, a partir de los trozos del techo
de una casa derruida tras una inundación o incendio y los troncos que, igualmente,
recoge para armar, nuevamente, el humilde establo donde, igualmente, dormirán y,
seguramente, los caballos sueñen con nuevos pastos movidos por el viento, tras otro
amanecer.
Tras la lectura de este deslumbrante texto
de nuestra gran poeta, suma tal vez, de todas sus creaciones sobre el tema del llano
interior que se padece, que se goza y sueña en las múltiples creaciones sobre el
río, como decurso y vida; del viento y del aire, como generadores de cambios o de
olvido, y del fuego que todo lo destruye o lo transforma a través de las cenizas,
del carbón que arde y espera ser soplado por la mano del campesino o el ala de un
pájaro que se levanta para anunciar un nuevo amanecer, concluye, por ahora, esta
nueva aproximación nuestra a la poeta de poetas Enriqueta Arvelo Larriva, miembro
prominente de la Generación del 18 y, sin duda alguna, una de las más excelsas creadoras
en la historia de la poesía de todos los tiempos.
JOSÉ NAPOLEÓN OROPEZA (Venezuela, 1950). Novelista, cuentista, poeta, ensayista, gerente y promotor cultural. Graduado en la Universidad de Carabobo en 1972, donde obtuvo el Título de Licenciado en Educación. Desde 1978 a 1981, cursó estudios en el King’s College de la Universidad de Londres, institución en la cual presentó su tesis de grado y obtuvo su título Mph/Phd. En la actualidad se desempeña como profesor titular de la Cátedra de Teoría y Análisis Literario en la Maestría en Literatura Venezolana de la Universidad de Carabobo y, ocasionalmente, dicta cursos de posgrado en la Universidad de los Andes. En 2015 fue elegido como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua.
JAN DOCEKAL (República Tcheca, 1943). Historiador del arte, artista, publicista y profesor emérito. Se formó como metalúrgico, estudió historia del arte y la estética, fue obrero, tecnólogo de producción mecánica, diseñador publicitario, director comercial en una imprenta, propietario de una galería y de una agencia de publicidad. Organizador de numerosas exposiciones de arte, autor de varios libros en el campo del arte, colabora con Agulha Revista da Cultura, además de haber sido incluido en el libro Viajes del Surrealismo (2022), de Floriano Martins. Es miembro del grupo surrealista checo Stir up. Realizó treinta y ocho exposiciones individuales, participó en exposiciones surrealistas en Bélgica, Chile, Costa Rica, Alemania y Portugal. Jan es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 237 | agosto de 2023
Artista convidado: Jan Dočekal (República Tcheca, 1943)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário