quarta-feira, 30 de agosto de 2023

JOSÉ NAPOLEÓN OROPEZA | Enriqueta Arvelo Larriva: espejos y ritmos de un paisaje

 


Jamás imaginé que el niño que fui, ése que gustaba andar en alpargatas, chapaleando agua, haciendo pelotas de barro con sus manos, a orillas del caño formado por las aguas del río Apure, frente a Puerto de Nutrias, un día ya muy lejano de los años cincuenta, recibiría una lección inolvidable, durante uno de aquellos paseos a ese sitio, cuando fui acompañado por mi tía Carmen González Flores y de una extraña señora, de ceño fruncido, de frente amplia, quien no paraba de conversar con ella, mientras, a paso lento, nos dirigíamos al caño.

Tal como lo cuento en Hendijas en el agua, relato incluido en mi libro El huésped invisible, íbamos los tres en busca de piedras, de guijarros. Tanto mi tía como la extraña señora que no paraba de hablar con ella, mientras caminábamos en busca del caño, se agachaban a recoger pequeñas piedras que yo, al recibirlas, dejaba caer en una cesta. Luego de agarrarlas, continuaban conversando sobre algunos poemas y sobre las letras de canciones compuestas por mi tía. En vista de que desconocía el significado de una extraña palabra enunciada por ellas, me detuve de pronto. Entonces, me atreví a preguntarles qué significaba “poesía”.

Sin mediar palabras, pero muy sonriente, la señora, tomándome del brazo, luego de quitarme la cesta que llevaba conmigo para guardar las piedras y entregarlas, luego, a mi tía Carmen me ordenó con firmeza:

– Enróllate los pantalones hasta la rodilla, pues nos meteremos en el agua. Vamos. Caminemos sin miedo hacia el río.

Una vez que lo hice, me tomó del brazo. Cuando estuvimos en la orilla del caño, me pidió que me agachase y metiera mis manos en el agua. Así lo hice. Metí mis dos manos temblorosas, pero no porque sintiese miedo, sino porque –al meterlas en el agua– empecé a sentir frío, a pesar de que, al principio, creí que las aguas del caño estaban tibias Ella se mantuvo en silencio. Permaneció callada por unos segundos. Pero de pronto, me habló. O, mejor dicho, me preguntó sonriente:

– ¿Te das cuenta cuántas manos tienes?

– Dos. Claro que tengo dos.

– No. Nada que ver. Mueve las manos. ¿Te das cuentas? Tienes cuatro o seis. Cuando mueves las manos en el agua, tienes más…Eso es la poesía, muchacho. Ella nos cambia el sentido de las cosas reales si nosotros aprendemos a jugar con ellas. Ahora, al yo pedírtelo, empezaste a mover tus manos en el río. O, tal vez, digamos que las aguas del río te las movieron cuando tus manos entraron en contacto con la luz. O una cosa o la otra. ¿Has entendido?

Lo había comprendido para siempre. Transcurrido algún tiempo, cuando ya no vivíamos en Puerto de Nutrias, sino en Pedraza, frente a las aguas de mi amado río Canaguá que pasaba muy cerca del patio de mi casa, repetía el juego de las manos diariamente. Al salir de la escuela, casi todas las tardes, metía mis manos en sus aguas por unos segundos. Luego, me daba un chapuzón en el río. Al hacerlo, volvía a revivir la experiencia con aquella señora poeta cuyo nombre y obra ya conocía, Enriqueta Arvelo Larriva, nacida en Barinitas. Sus libros los empezaría a leer toda mi vida, en distintos tiempos y escenarios, tan pronto tuve entre mis manos sus dos primeras obras Voz Aislada y El cristal nervioso, publicados inicialmente en los años 1939 y 1941, respectivamente, que la propia tía Carmen me dejó en custodia, cuando se marchó de Pedraza y se fue a vivir a la muy hermosa ciudad de Valera.

Yo también me iría a Valera, tiempo después, al salir egresado del sexto grado de Educación Primaria que cursé, en su totalidad, en el Grupo Escolar “José Francisco Jiménez”, llevado de las manos por mi inolvidable maestro de Educación Primaria Félix Ernesto Osuna, con quien muchas veces leía los poemas de Enriqueta Arvelo Larriva, a quien él había leído lo mismo que los poemas de su hermano Alfredo Arvelo Larriva y las coplas de Alberto Arvelo Torrealba, primo de Enriqueta:

 

…otro de los grandes bardos que nos ha dado nuestra bendita tierra de Barinas, suelo de marqueses y de ángeles poetas como estos tres Arvelo que nos enseñaron a ver y a descubrir el paisaje de esta bella tierra a la luz de otra mirada: Alfredo desde la óptica de la lucha social; Alberto entregándonos en sus Tonadas Galante; en Aires Criollos y en sus hermosas Cantas, y que alcanzaría su gran clímax en el inmortal poema Florentino y el Diablo, su visión de los mitos del llano. Junto a ellos se erige la gran Enriqueta. Mucho más adelante, comprenderás que no es muy difícil que, en nuestro país, tengamos un creador a la altura suya; situada entre los grandes poetas que nos ha dado este país, Luz Machado, Luisa del Valle Silva, Ida Gramcko, entre ellas, su voz es única. Porque, en su poesía, Enriqueta Arvelo Larriva convirtió al paisaje llanero en un gran río tembloroso donde se suscitan todas las experiencias humanas que vivimos acá” …expresaba y repetía sabiamente mi amado maestro Osuna, quizá la primera persona a la cual yo oí hablar con propiedad acerca de la poesía de los Arvelo.

 

Como lo contaba anteriormente, de Pedraza me vine a Valera y de Valera me mudé a Guanare y, luego, a Barquisimeto, motivado por los deseos de hacerme sacerdote. En estos Seminarios me consagraría al estudio del latín y, paralelamente, junto a la dedicación desaforada al estudio del latín, Dedicaría todas mis madrugadas al estudio de los grandes poetas universales entre ellas la poesía de nuestra gran poeta, Enriqueta Arvelo Larriva, cuyos libros llevé siempre conmigo. Los leía y releía, tratando de oír en aquellos textos, de nuevo, el sonido de las aguas del río Canaguá y de todos los ríos de Barinas. Pero, también, evocando la figura de la enigmática señora que conocí cuando era muy niño. Ella, aquel lejano día, me dio una lección inolvidable sobre el concepto y significado del arte poético: cómo leerlo y comprenderlo sumergiéndose, una y otra vez, en las aguas, en su río infinito. Un río de palabras que, luego volvería a recorrer, guiado por el maestro Osuna, sometida mi alma a un juego de espejos insondables partiendo de la invención o reinvención de lo real que ella lograba en sus poemas.

Escuchando sonar las palabras en los distintos versos en los cuales parecía oír de nuevo, las palabras de la enigmática poeta frente a las aguas del río Apure, ordenándome, meter las manos en el agua, o la voz del maestro Osuna, pidiéndome, no solo leer el siguiente poema, sino retándome a escribirlo yo de otra manera, tratando de imitarla ella:

 

[TODA LA MAÑANA HA HABLADO EL VIENTO]

 

Toda la mañana ha hablado el viento

una lengua extraordinaria.

 

He ido hoy en el viento.

 

Estremecí los árboles.

Hice pliegues en el río.

 

Alboroté la arena.

 

Entré por las más finas rendijas

y soné largamente en los alambres.

 

Antes ¿recuerdas?

Pasaba pálida por la orilla del viento. Y  aplaudías.

 


Este poema que, en distintos tiempos y espacios –guiado por el maestro Osuna– leí en mi Escuela “José Francisco Jiménez”, en Pedraza y, luego, repetidas veces en Valera, en Valencia, en Londres, releído con fascinación desde aquella lejana madrugada en que, motivado o impulsado por el ruido de la lluvia al caer sobre el techo de mi humilde casa de infancia en Puerto de Nutrias, lo leí por vez primera. Jamás dejaré de leerlo. Lo llevé al Seminario de Guanare y lo releí, a medianoche, muchas veces, tratando de dormir, o de comprender cómo yo también soné largamente en los alambres, escuchando la lluvia caer sobre el techo, o cuando, viviendo en Londres, me iba a orillas del río Támesis a meter, de nuevo, las manos en el agua, mientras imaginaba ver a la poeta, bajando los escalones que conducían a las orillas del río Támesis, y haciendo escuchar su voz entre el viento, mientras yo agitaba las aguas de aquel hermoso río.

De las manos de mi amado maestro Félix Ernesto Osuna, empecé a descifrar algunos códigos de la vibrante y enigmática poesía de Enriqueta Larriva: sus mágicas, referencias al paisaje del llano convertido, gracias a su voz, en brasa, en viento, en remolino entre esa polvareda de palabras que me seducían. Empecé a amar de otra forma, a la luz de la palabra orientadora de mi maestro Osuna, quien parecía estar dotado de un talento especial para leer y comprender la poesía. Al dejar Pedraza, tan pronto egresé de sexto grado, como antes decía, me fui a Valera, con el firme propósito de estudiar, allí, el primer año de bachillerato en el Liceo Rafael Rangel. Por supuesto, me llevé los dos primeros libros de Enriqueta, y tres años después, cuando me vine de Valera a Guanare y, después, a Barquisimeto, a estudiar en los Seminarios de aquellas dos ciudades, deseando ser sacerdote y, por supuesto, continuar, afanoso, leyendo poesía en las madrugadas: a Catulo, a Horacio, a Safo, a Vicente Gerbasi, y cuatro nuevos libros de nuestra poeta que mi tía Carmen me envió, a través del correo, al Seminario La Divina Pastora de Barquisimeto: Voz aislada (1930-39); Poemas de una pena ( 1941-42; Mandato del canto (1944-46) y Poemas perseverantes (1947-1960).

Junto a los textos de otros grandes poetas venezolanos y universales, la obra de Enriqueta Arvelo Larriva, siempre viajaría conmigo en pos de mantener con su obra un diálogo interminable, descifrando sus códigos, el tramado semiológico de su obra total. De un universo fundado a partir del viaje interior de su alma hacia las cosas y elementos que pueblan y conforman el paisaje del llano. Esa mesa extendida al infinito que, a lo lejos, se confunde y se integra al cielo, y que, en sus textos, conforman una sola línea, iridiscente, temblorosa.

Una línea que deja en el alma de nosotros los lectores el registro, la huella de ese tránsito insondable hacia la interioridad, como ella misma lo afirmó, de manera rotunda, en una carta enviada al escritor Julián Padrón, quien le preparó una breve antología de sus poemas en unos Cuadernos de Poesía que él editaba:

 

Aún alcanzo cosas (sin soñar ya), detrás de las cosas, dentro de las cosas. Y lanzo mi voz, aunque no haya oídos”.

 

Contrariamente a lo afirmado, por la misma poeta en dicha carta, en el sentido de que no “haya oídos” para oír el latido y sumergirnos nosotros los lectores en el remolino de sus versos en su itinerario hacia las cosas, a partir de la publicación de Voz aislada , en el año 1939 y, luego, El cristal nervioso, en el año 1941, los lectores y críticos que tuvieron ante sus ojos, para el deslumbramiento del alma recién amanecida tras la experiencia novedosa de abordar el tema del paisaje llanero y su expresión o reinvención en el ámbito de cada poema creado. Un descubrimiento y un temblor que se trasluce en el alma del lector, quien lo experimentaría al atravesar el espacio de un nuevo paisaje interior inventado por ella y percibido y vivido por nosotros tras una novedosa manera de intuir ese arquetípico, a partir de imágenes simples, elementales, como sucede tras la reinvención de la imagen del agua, de manera transparente y diáfana, magistralmente, logrado por esta gran poeta en:

 

El CRISTAL NERVIOSO

 

Es clara e inquieta.

Es clara e inquieta

y ahueco hoy las manos para brindarla.

¡Cuánta contienen mis manos

de esta dulce agua!

La cojo cuando ágil y naciente salta

plena de fragancia de frescor, de íris

mojando el follaje de mis ansias.

 

Vértice de mi alma, en ti nace el agua.

 

Tomad cada uno prolongado sorbo,

Los que vais sedientos de un cristal nervioso.

 

Impaciencia lucen mis manos delgadas,

vaso que palpitan sintiéndose colmo.

Bebed, que se apagan las burbujas pronto

y será agua muerta

el agua bullente que en las manos porto.

 

El agua está viva. ¿Tened sed de alma?

Bebed, que casi oigo

música, si acerco las manos al rostro.

 

El agua está viva, y es para vosotros,

los que vais sedientos de un cristal nervioso.

 


A partir de este canto, o himno bullente y cristalino al agua, uno de los cuatro elementos de la naturaleza, presente como gota y río, ala y moriencia, nuestra poeta inicia, de nuevo, el recorrido por el tema del paisaje y sus distintas máscaras, las diferentes maneras de dar forma a un latido que, lentamente, se irá tornando en remolino, en ofrenda:

 

El agua está viva, y es para vosotros,

Los que vais sedientos de un cristal nervioso.

 

Ese “cristal nervioso” devenido en exaltación, pero, al unísono, ofrenda y celebración alborozada que contiene en acto festivo, no sólo el hecho de tocar el agua y volver a las manos lecho para el tacto, sino, igualmente, para el goce generado en el alma, como si ésta cayera en un trance místico. Tras ese roce, ese sueño de ofrendar un poco de agua viva a todos los sedientos que, como la poeta, seguirán el ritmo de la música creada por el agua y las manos que la palpan y la convierten en un nido amoroso, en una dádiva, el sueño de palpar el agua se nos torna maravilloso. mágico.

Dentro de ese juego de recibir y dar, la poeta, ganada por la música cantarina generada en su ama el sentir del agua en las manos y, al mismo tiempo, entregar esa agua como dádiva, (como don recibido a quienes, como ella, estamos sedientos, de la claridad y sensualidad del agua) registra un hecho epifánico. Un suceso que corre y se desliza por las manos, nos ofrece ese regalo. Pero, al mismo tiempo, la palabra de la poeta en este texto nos brida las claves para seguir gozando del placer generado en el alma por los textos que, en esencia, constituyen el más claro y diáfano de los discursos que, en nuestro país, se han producido en torno al tema del paisaje y de la naturaleza como gran dadora de los elementos –aire, agua, tierra, fuego– que serán siempre dibujados desde el fondo de un alma temblorosa al entrar en contacto con uno cualquiera de esos elementos o sus derivaciones. Un agua cristalina, que, además, pudiese estar presente o simbolizada en otros momentos en que el paisaje, o la naturaleza, deviene conjunción de todos sus elementos en un solo temblor, tal como se sucede en nuestra alma, cuando volvemos a releer el poema que tal vez sea el más paradigmático de todos sus textos, en el cual aparecen, transmutados todos los elementos de la naturaleza:

 

TODA LA MAÑANA HA HABLADO EL VIENTO

 

Toda la mañana ha hablado el viento

una lengua extraordinaria,

He ido hoy en el viento.

Estremecí los árboles.

Hice pliegues en el río,

Alboroté la arena.

Entré por las más finas rendijas.

Y soné largamente en los alambres.

 

Antes ¿recuerdas?

Pasaba pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.

 

Si antes el temblor del agua entre las manos sostenía el temple de ánimo de la poeta en un puño de agua convertido en trozo bullente de paisaje, en el texto anterior, uno de los poemas más citados de la autora, que, de manera expresa y voluntaria, deseamos de nuevo hacerlo presente siempre, a cada instante. Este texto amoroso, sensual, que por lo demás, ha estado presente en todas las antologías editadas sobre su obra, el viento se convierte en una excitadora ofrenda. El viento que todo lo mueve y lo sacude, penetra en el alma de la poeta, convirtiéndola en la dueña de una explosiva voz que altera el ritmo de la naturaleza, al estremecer fogosamente los árboles, hacer pliegues en el río y sonar, larga, muy largamente, en los alambres.

Texto, además de explosivo cariz, por su ritmo avasallante al convertir al viento en el propulsor de todas las acciones que generan ritmos y ruidos. Produce, igualmente, una corriente indetenible que entra a través de las rendijas, alterando todo el ritmo del paisaje. Un paisaje que, por lo demás, con los árboles y el río como telón de fondo, nos dibujan las nociones del movimiento y de la permanencia. Todo parece, al mismo tiempo, nacer en el viento: la permanencia del ser y el recuerdo o la memoria de un ser que se busca en la alambrada:

 

Entré por las más finas rendijas

Y soné largamente en los alambres.

 

Antes ¿recuerdas?

pasaba pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.

 

Tras ese vaivén entre el diálogo frente a las formas del paisaje a las cuales la poeta da forma y, a la vez, lo convierte en temblor, en latido, en memoria y espejo la voz original de nuestra poeta descansa sobre la base de una continua transustanciación, un espejeo con los elementos de la naturaleza y las formas del paisaje. Nadie, como ella, en el escenario de nuestra poesía, nos había ofrendado semejante juego seductor y envolvente. Pero lo más hermoso, quizá, resida en el tejido con base en vocablos claros y precisos palabras que sólo desean crear ritmos, un contante movimiento de espejos que se cruzan para fijar o definir un espacio oculto detrás de una rendija.


Enriqueta nunca se propuso describir o intentar “copiar” el paisaje (no ideó describirlo ni ofrecer, literalmente, su impresión sobre él, su goce momentáneo, sino, por el contrario, enriquecerlo al descubrir perfiles ocultos de ese paisaje, vértices que sin su poesía, nunca hubiéramos contemplado), ni mucho menos sintió la necesidad de tomar o imitar el habla o la espontánea actitud cantarina y dicharachera del hombre común frente a su llano, como fue el caso del poeta Alberto Arvelo Torrealba, ganado para esas lides, como reinventor de sus tonadas y coplas e inmerso definitiva y magistralmente en un profundo aliento épico.

Nuestra poeta, sin embargo, nos envuelve con ritmos avasallantes, atronadores que saludan y salmodian a todo lo que sucede bajo el cielo llanero, a todo acontecido en nuestra tierra, desde que Dios quiso que en ella habitasen y corriesen no sólo siete de los más hermosos de nuestro país y del continente, sino que la madre naturaleza brinda, junto a las calamidades que se suceden en nuestra tierra, en nuestro paisaje barinés resumido en la imagen de una mesa en la cual conviven todas las formas de la naturaleza.

Pero. Igualmente, se anida en el alma barinesa la férrea voluntad de volver luminoso cualquier dolor o dificultad que enfrentan los llaneros, sobre esta tierra, bajo este cielo inmenso, tal como nos lo presenta la poeta en el extraordinario poema Exclamaciones para salmodiar el paisaje, poema de poemas dentro de su universo creativo y uno de los textos más hermosos y profundos escritos en la poesía en lengua castellana de todos los tiempos y suma total de toda su invención poética:

 

No hay caballos para tirarles sillas de montar y

piernas de llaneros.

Un sol sin pautas se tiende sobre huellas de inundaciones.

¿Dónde estará la bandera viva de los pastos?

Se maquillan los rostros para el final, frente a espejos verduscos.

Los ganados marchan indefensos hacia paraderos minados

y prueban la pena de lamederos desabridos.

Están muertos los rieles soñados estampados en las distancias.

Los niños despiden suspiros seniles.

Los niños no aprenden los colores en sus vestidos.

¿Dónde estará la bandera viva de los pastos?

Un pájaro dobla una rama con su gran anuncio de canto.

¿Por qué?

Subiré a la empalizada borrosa

por ver si viene lentamente una brisa.

 

Poema extraordinario, deslumbrante en la plasmación del universo total de la vida en el llano, con todos sus elementos, anécdotas e historias felices o infelices que se suceden en nuestro suelo, bajo el cielo barinés, tierra privilegiada, bendecida y escogida por Dios para crear el paraíso a cada amanecer, cuando al despertar el alba, muestra el sol su dominio el dibujo perfecto de la desolación, luego de abiertas y padecidas todas las calamidades que, junto a la abundancia, o después de ella, se instaura. La desolación y la sequía: imperan como una certera realidad:

 

No hay caballos para tirarles sillas de montar y piernas de llaneros

Un sol sin pautas se tiende sobre huellas de inundaciones.

¿Dónde está la bandera viva de los pastos?

 

La realidad impregnada de abundancia y vida, se transmuta en muerte, en desolación, seguramente después de una sequía, de un incendio voraz que reduce a cero la vida, pero no la férrea voluntad del llanero, aunque la naturaleza le sea adversa a veces. Con sólo imágenes certeras espejos verduscos; lamederos desabridos; rieles muertos se nos presenta un clímax de muerte, desolación y total desamparo para niños, ancianos y ganados. Todos ellos buscan o se preguntan por la bandera viva de los pastos. Pero, seguramente, y en ello, igualmente, reside la reciedumbre del alma del llanero: sabe aguardar no sólo porque se cumpla el sueño inocente de los niños que, aunque como viejos, suspiran y se aferra, tal vez, a la imagen del pájaro sobre una rama doblada por él mismo:

 

Un pájaro dobla una rama con su gran anuncio de canto. ¿Por qué?

 

El pájaro, con su canto, anuncia siendo como es “señor” del aire, el nuevo nacimiento de la vida que viene tras el viento que entra con sólo esperarlo y desearlo, con toda su voluntad de sueño indoblegable, la mujer llanera que se sube a otear, desde la empalizada borrosa, la llegada de una nueva aurora traída por la brisa, por el viento que todo lo borra menos la porfía de un ser que ame su tierra y decida, de una vez, volver a armar sus espejos de vida, a partir de los trozos del techo de una casa derruida tras una inundación o incendio y los troncos que, igualmente, recoge para armar, nuevamente, el humilde establo donde, igualmente, dormirán y, seguramente, los caballos sueñen con nuevos pastos movidos por el viento, tras otro amanecer.

Tras la lectura de este deslumbrante texto de nuestra gran poeta, suma tal vez, de todas sus creaciones sobre el tema del llano interior que se padece, que se goza y sueña en las múltiples creaciones sobre el río, como decurso y vida; del viento y del aire, como generadores de cambios o de olvido, y del fuego que todo lo destruye o lo transforma a través de las cenizas, del carbón que arde y espera ser soplado por la mano del campesino o el ala de un pájaro que se levanta para anunciar un nuevo amanecer, concluye, por ahora, esta nueva aproximación nuestra a la poeta de poetas Enriqueta Arvelo Larriva, miembro prominente de la Generación del 18 y, sin duda alguna, una de las más excelsas creadoras en la historia de la poesía de todos los tiempos.

 

 

 


JOSÉ NAPOLEÓN OROPEZA (Venezuela, 1950). Novelista, cuentista, poeta, ensayista, gerente y promotor cultural. Graduado en la Universidad de Carabobo en 1972, donde obtuvo el Título de Licenciado en Educación. Desde 1978 a 1981, cursó estudios en el King’s College de la Universidad de Londres, institución en la cual presentó su tesis de grado y obtuvo su título Mph/Phd. En la actualidad se desempeña como profesor titular de la Cátedra de Teoría y Análisis Literario en la Maestría en Literatura Venezolana de la Universidad de Carabobo y, ocasionalmente, dicta cursos de posgrado en la Universidad de los Andes. En 2015 fue elegido como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua.

 

 


JAN DOCEKAL (República Tcheca, 1943). Historiador del arte, artista, publicista y profesor emérito. Se formó como metalúrgico, estudió historia del arte y la estética, fue obrero, tecnólogo de producción mecánica, diseñador publicitario, director comercial en una imprenta, propietario de una galería y de una agencia de publicidad. Organizador de numerosas exposiciones de arte, autor de varios libros en el campo del arte, colabora con Agulha Revista da Cultura, además de haber sido incluido en el libro Viajes del Surrealismo (2022), de Floriano Martins. Es miembro del grupo surrealista checo Stir up. Realizó treinta y ocho exposiciones individuales, participó en exposiciones surrealistas en Bélgica, Chile, Costa Rica, Alemania y Portugal. Jan es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 237 | agosto de 2023

Artista convidado: Jan Dočekal (República Tcheca, 1943)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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