quarta-feira, 30 de agosto de 2023

MARCO ANTONIO CAMPOS | Una lectura de Nostalgia de la muerte, de Xavier Villaurrutia

 


1 | Hay poetas que quedan por unas líneas, por un poema, por un conjunto de poemas o de libros, por algo que es difícil explicar estéticamente, que es esa impresión que tenemos frente a la obra, como si las partes no fueran necesariamente satisfactorias y sólo la iluminación total nos diera la imagen. Xavier Villaurrutia publicó tres libros en el curso de su vida: Reflejos (1926), Nostalgia de la muerte (1938) y Canto a la primavera (1948). Mientras el primero y el último parecen –salvo instantes y poemas de excepción– irse desgastando y maltratando con el tiempo, Nostalgia de la muerte, por el contrario, resiste y gana: cada lectura y recuerdo afirman y afinan la impresión. Hay libros o poemas que se nos imponen desde el principio; otros se deslavan en mayor o menor medida; otros, como Nostalgia de la muerte, van adquiriendo nuevo brillo –o mejor: nuevas opacidades–, nuevas cadenas de sonidos, poemas que nos hacen entrar a un mundo donde el hombre parece encontrar sólo respuestas angustiosas, lúgubres: un mundo de sueños, de sombras, de ecos, de silencios, “un mundo en el que todo ha muerto”.

 

2 | A lo largo de los años, desde un primer encuentro más o menos lejano que se sitúa por el 1968, se me han quedado grabados y se han desarrollado vigorosamente rasgos de la poesía villaurrutiana, y más concretamente de este libro. El primero es una voz que no hemos encontrado (no hemos oído) antes de ese modo en poetas de nuestra lengua. Octavio Paz ha dicho que Villaurrutia, quizá influido por el ensayo de T. S. Eliot, Music of the poetry, buscó adecuar a su poesía el tono conversacional. Cierto, pero ese tono nos da la imagen de alguien que habla en voz baja, y a veces al oído. Es quizá, dentro de nuestra tradición, la más llena de silencios, de ecos, de murmullos, y en ocasiones hay el silencio del silencio, el eco del eco y cadenas resonantes de murmullos; una poesía que nos parece a veces –me valgo de un verso de él y lo acomodo arbitrariamente– que “el más ligero ruido que crece de pronto” es capaz de sobresaltarnos, como si las palabras estuvieran saliendo dramáticamente de “la prisión de la boca”, como si sólo se pudieran decir las cosas reticente o secretamente. Oigamos, por modelo, este eco donde no se nombra el eco:

 

Quieto de silencio

oí que mis pasos

pasaban.

 


El segundo rasgo –muy comentado por sus mejores críticos– es la viveza visual de sus imágenes. Villaurrutia traza líneas móviles sobre el óleo del poema –aunque cabe añadir que XV también graba imágenes hasta detenerlas y estallarlas en la vista. Su poesía, y más concretamente Nostalgia de la muerte, parece llegar casi a la negación del color: un largo y dinámico cuadro de sombras y opacidades, donde fulgen de pronto fragmentos, cadenas, hojas de luz. Se puede decir que Villaurrutia consigue construir con piedras y fragmentos verbales del sueño y la irracionalidad palacios espléndidos y trasladarlos en líneas magistrales a ese esmerado óleo chiriquiano que es Nostalgia de la muerte. Cito estos versos –los dos últimos parecen quemarnos– donde impetra la fijación de la fugacidad, visual y auditiva:

 

Tengo miedo de mi voz

y busco mi sombra en vano.

 

¿Sería mía aquella sombra

sin cuerpo que va pasando?

¿Y mía la voz perdida

que va la calle incendiando?

 


Quizá de los mejores momentos de Villaurrutia en este sentido estén precisamente en “Nocturno sueño”, donde la sombra devora a la sombra y la muerte espera para dar muerte y es él mismo quien se mata y es él mismo quien lleva su cuerpo “sin gota de sangre” a su lecho y el sueño cierra entonces sus “alas profundas”.

  El tercer perfil característico es un lenguaje escaso, preciso y fluido. La concepción y trabajo de sus poemas –tan fríos, tan certeros– dejan pensar en ocasiones en la prefabricación. En ese sentido descuella particularmente “Décima muerte”, del cual dice Alí Chumacero que es, “por excelencia, un poema de ideas resuelto con frialdad y cálculo”. Puede pensarse, dijimos, porque es prácticamente imposible encontrar –¿cómo comprobarlo?– un poema absolutamente puro, o que le deje todo a “la emoción de la razón”. Es la imposibilidad, por lo menos hasta ahora, de los absolutos en poesía. “Décima muerte” es un poema del que aprecio los giros últimos de cada estrofa, la perfección retórica, los juegos de ideas, pero después observo que el fruto era sólo forma, que detrás de su belleza epidérmica no se veía la pulpa.

Dentro de ese lenguaje escaso y concentrado Villaurrutia trabajó sus famosos juegos de palabras, especies de ajedrez verbales fragmentados, que, por desdicha, han influido tanto en poetas posteriores, antes que nada –se quiere suponer– por lecturas superficiales. La diferencia entre Villaurrutia y sus imitadores es que los juegos verbales del primero son, si se quieren un principio, muestras de ingenio verbal, pero detrás o más allá de eso, son parte viva del orbe de ecos y prolongaciones de sonidos de la poesía villaurrutiana, y que nos producen una impresión auditiva de horror, como si nos encontráramos de pronto en espacios falsos de la realidad, y por extensión, como complemento estilístico para congelar sus fugitivas imágenes que parecen desdoblarse, fragmentarse, alargarse. Él mismo decía en una carta que sus juegos de palabras “no eran inmotivados ni gratuitos”, y le aclaraba a José Luis Martínez, en una conversación que tuvieron hacia 1940: “Si he usado de los ‘juegos de palabras’ es porque han sido precisos para expresar alguna idea”.

Quiero proponer esto como aproximación: más que explorar más allá de las palabras, lo que Villaurrutia logró un buen número de veces fue fijar la sombra de las palabras.

 


3 | Cuando un lector ha seguido con los años a un poeta tiende, de una u otra forma, a recordar con más aprecio poemas o versos, a hablar del mejor o los mejores poemas. En el caso de Xavier Villaurrutia hay quienes eligen mejor poema “Décima muerte” o “Nocturno mar”, por ejemplo. En lo particular, me resultaría difícil hacer una selección apretada dentro de un libro del que estimo o admiro la gran mayoría de los poemas. Elijo aquellos que he aprobado y señalado una y otra vez a lo largo de los años: “Nocturno en que nada se oye”, “Nocturno sueño”, “Nocturno mar”, “Nocturno de la alcoba”, “Estancias nocturnas”, “Cementerio en la nieve”, “Muerte en el frío” y “Paradoja del miedo”. La obra parca de un poeta que no era “de todos los días”; un libro, como Nostalgia de la muerte, que ha resistido los golpes del paso del tiempo, y más, en momentos, el olvido, la ignorancia o el cuchillo de críticos y poetas.

 

 


MARCO ANTONIO CAMPOS (México, 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1989), Los adioses del forastero (1996), Viernes en Jerusalén (2005), Dime dónde, en qué país (2010) y De lo poco de vida (2016); las novelas Que la carne es hierba (1982), Hemos perdido el reino (1987) y En recuerdo de Nezahualcóyotl (1994); los volúmenes de cuentos La desaparición de Fabricio Montesco (1977), No pasará el invierno (1985) y Joven la muerte niega el amor joven (2015); de ensayos, Señales en el camino (1984), Siga las señales (1989), Los resplandores del relámpago (2000), El café literario en ciudad de México en los siglos XIX y XX (2001), Las ciudades de los desdichados (2002) e Indicaciones (2014); los libros de entrevistas De viva voz (1986), Literatura en voz alta (1996), El poeta en un poema (1998) y Respondo por lo que digo (2011). Es autor del libro del cuaderno de aforismos Árboles (1994, 2006). Actualmente es investigador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Filológicas de la UNAM.
 

 


JAN DOCEKAL (República Tcheca, 1943). Historiador del arte, artista, publicista y profesor emérito. Se formó como metalúrgico, estudió historia del arte y la estética, fue obrero, tecnólogo de producción mecánica, diseñador publicitario, director comercial en una imprenta, propietario de una galería y de una agencia de publicidad. Organizador de numerosas exposiciones de arte, autor de varios libros en el campo del arte, colabora con Agulha Revista da Cultura, además de haber sido incluido en el libro Viajes del Surrealismo (2022), de Floriano Martins. Es miembro del grupo surrealista checo Stir up. Realizó treinta y ocho exposiciones individuales, participó en exposiciones surrealistas en Bélgica, Chile, Costa Rica, Alemania y Portugal. Jan es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 237 | agosto de 2023

Artista convidado: Jan Dočekal (República Tcheca, 1943)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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