2 | A lo largo de los años, desde un primer encuentro
más o menos lejano que se sitúa por el 1968, se me han quedado grabados y se han
desarrollado vigorosamente rasgos de la poesía villaurrutiana, y más concretamente
de este libro. El primero es una voz que no hemos encontrado (no hemos oído) antes
de ese modo en poetas de nuestra lengua. Octavio Paz ha dicho que Villaurrutia,
quizá influido por el ensayo de T. S. Eliot, Music of the poetry, buscó adecuar
a su poesía el tono conversacional. Cierto, pero ese tono nos da la imagen de alguien
que habla en voz baja, y a veces al oído. Es quizá, dentro de nuestra tradición,
la más llena de silencios, de ecos, de murmullos, y en ocasiones hay el silencio
del silencio, el eco del eco y cadenas resonantes de murmullos; una poesía que nos
parece a veces –me valgo de un verso de él y lo acomodo arbitrariamente– que “el
más ligero ruido que crece de pronto” es capaz de sobresaltarnos, como si las palabras
estuvieran saliendo dramáticamente de “la prisión de la boca”, como si sólo se pudieran
decir las cosas reticente o secretamente. Oigamos, por modelo, este eco donde no
se nombra el eco:
Quieto de silencio
oí que mis pasos
pasaban.
Tengo miedo de mi voz
y busco mi sombra en vano.
¿Sería mía aquella sombra
sin cuerpo que va pasando?
¿Y mía la voz perdida
que va la calle incendiando?
El tercer perfil característico es un lenguaje
escaso, preciso y fluido. La concepción y trabajo de sus poemas –tan fríos, tan
certeros– dejan pensar en ocasiones en la prefabricación. En ese sentido descuella
particularmente “Décima muerte”, del cual dice Alí Chumacero que es, “por excelencia,
un poema de ideas resuelto con frialdad y cálculo”. Puede pensarse, dijimos, porque
es prácticamente imposible encontrar –¿cómo comprobarlo?– un poema absolutamente
puro, o que le deje todo a “la emoción de la razón”. Es la imposibilidad, por lo
menos hasta ahora, de los absolutos en poesía. “Décima muerte” es un poema del que
aprecio los giros últimos de cada estrofa, la perfección retórica, los juegos de
ideas, pero después observo que el fruto era sólo forma, que detrás de su belleza
epidérmica no se veía la pulpa.
Dentro de ese lenguaje
escaso y concentrado Villaurrutia trabajó sus famosos juegos de palabras, especies
de ajedrez verbales fragmentados, que, por desdicha, han influido tanto en poetas
posteriores, antes que nada –se quiere suponer– por lecturas superficiales. La diferencia
entre Villaurrutia y sus imitadores es que los juegos verbales del primero son,
si se quieren un principio, muestras de ingenio verbal, pero detrás o más allá de
eso, son parte viva del orbe de ecos y prolongaciones de sonidos de la poesía villaurrutiana,
y que nos producen una impresión auditiva de horror, como si nos encontráramos de
pronto en espacios falsos de la realidad, y por extensión, como complemento estilístico
para congelar sus fugitivas imágenes que parecen desdoblarse, fragmentarse, alargarse.
Él mismo decía en una carta que sus juegos de palabras “no eran inmotivados ni gratuitos”,
y le aclaraba a José Luis Martínez, en una conversación que tuvieron hacia 1940:
“Si he usado de los ‘juegos de palabras’ es porque han sido precisos para expresar
alguna idea”.
Quiero proponer esto
como aproximación: más que explorar más allá de las palabras, lo que Villaurrutia
logró un buen número de veces fue fijar la sombra de las palabras.
MARCO ANTONIO CAMPOS (México, 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1989), Los adioses del forastero (1996), Viernes en Jerusalén (2005), Dime dónde, en qué país (2010) y De lo poco de vida (2016); las novelas Que la carne es hierba (1982), Hemos perdido el reino (1987) y En recuerdo de Nezahualcóyotl (1994); los volúmenes de cuentos La desaparición de Fabricio Montesco (1977), No pasará el invierno (1985) y Joven la muerte niega el amor joven (2015); de ensayos, Señales en el camino (1984), Siga las señales (1989), Los resplandores del relámpago (2000), El café literario en ciudad de México en los siglos XIX y XX (2001), Las ciudades de los desdichados (2002) e Indicaciones (2014); los libros de entrevistas De viva voz (1986), Literatura en voz alta (1996), El poeta en un poema (1998) y Respondo por lo que digo (2011). Es autor del libro del cuaderno de aforismos Árboles (1994, 2006). Actualmente es investigador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Filológicas de la UNAM.
JAN DOCEKAL (República Tcheca, 1943). Historiador del arte, artista, publicista y profesor emérito. Se formó como metalúrgico, estudió historia del arte y la estética, fue obrero, tecnólogo de producción mecánica, diseñador publicitario, director comercial en una imprenta, propietario de una galería y de una agencia de publicidad. Organizador de numerosas exposiciones de arte, autor de varios libros en el campo del arte, colabora con Agulha Revista da Cultura, además de haber sido incluido en el libro Viajes del Surrealismo (2022), de Floriano Martins. Es miembro del grupo surrealista checo Stir up. Realizó treinta y ocho exposiciones individuales, participó en exposiciones surrealistas en Bélgica, Chile, Costa Rica, Alemania y Portugal. Jan es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 237 | agosto de 2023
Artista convidado: Jan Dočekal (República Tcheca, 1943)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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