quarta-feira, 30 de agosto de 2023

ROSSELLA DI PAOLO | José Watanabe y su generación

 


Equilibrar expansión emotiva y contención verbal, discursividad narrativa y síntesis poética implica gran disciplina, sobre todo si recodamos el contexto horazeriano en el que José Watanabe (Laredo, Trujillo 1946- Lima 2007) empieza a publicar. Un contexto, una generación, la de Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Tulio Mora, Enrique Verástegui, Carmen Ollé, Manuel Morales, Óscar Málaga, Abelardo Sánchez León, Jorge Nájar, Elqui Burgos, José Rosas Ribeyro, Antonio Cillóniz, entre otros, que priorizaba de manera brillante el desborde emocional y lingüístico, pues la poesía en los años setenta en el Perú “tomaba” las calles con los registros más confrontacionales, disruptivos y coloquiales del lenguaje.

Algunos poemas del primer libro de Watanabe, Álbum de familia (1971), avanzan en esa línea:

 

Pero lo que quiero decir es rata

               encorbatada rata

                         jefe rata

rata que se baña o canta bajo la ducha

haciendo inútil el excesivo perfume de las secretarias

porque el agua no ducha

           la caca del corazón de la rata.

                                        (“Sugerencias”)

 

…pero otros poemas muestran lo que habrá de desarrollar en sus siguientes libros, esto es, la búsqueda de una expresión sutil, y el paulatino diluirse del confuso escenario urbano a favor de la sensata belleza del escenario natural de Laredo:

 

Mi padre vino desde tan lejos

cruzó lo mares,

       caminó

       y se inventó caminos,

hasta terminar dejándome sólo estas manos

y enterrando las suyas

           como dos tiernísimas frutas ya apagadas. 

 

                                         (“Las manos”)

 


Sobre ese primer libro, que lo hizo merecedor del Premio Poeta Joven del Perú 1970, junto con Antonio Cillóniz, Watanabe dijo en una entrevista:

 


Escribí Álbum de familia cuando vine a estudiar a Lima. Son poemas que tienen que ver con un joven que viene de provincia y que se siente algo desorientado en una ciudad tan caótica. Y en eso coincidimos mucho en mi promoción del’ 70. Varios de nosotros, si no la mayoría, veníamos de provincia: Verástegui de Cañete, Tulio Mora de Huancayo, Jorge Nájar de Pucallpa… todos tocábamos el tema familiar. Eran los tiempos alrededor de cafés en la Plaza San Martín, épocas de efervescencia cultural y política. Todos éramos amigos al margen de los grupos, sea Hora Zero o Estación Reunida. Hasta hoy no me explico por qué no entré en uno de estos grupos si estaba tan cerca de ellos. Tal vez me dio gripe cuando había que firmar el manifiesto y no fui. (Caretas, julio 6, 2000)

 

Relacionado con esto, es importante recordar las palabras del poeta en su discurso de agradecimiento por el homenaje que le hizo la Cámara Peruana del Libro en junio del 2000:

 

Gran parte de la poesía contemporánea se desarrolla en base a una gran imaginería verbal. Los versos vuelven al creacionismo y a los caminos sorpresivos, pero muchas veces esconden la clave para comprender sus sentidos. Tal vez mi modesta inventiva verbal me llevó a un ideal que mantengo: quisiera que mis poemas tengan claridad, que ningún recurso formal los torne oscuros, por más inteligente que sea esa oscuridad. Y para mayor claridad me apoyo en una línea narrativa, que es la elevación de la anécdota al conocimiento.

 

En los poemas de Watanabe observamos cómo el pausado desarrollo de una anécdota personal se ve alzado en vuelo en los versos finales por la revelación instantánea de su universalidad. Ese vuelo se hizo posible porque desde el inicio palabras y silencios tuvieron la cantidad y la cadencia precisas de modo que no pareciera forzada moraleja aquello que quiso ser mirada esencializadora, captación súbita de la inteligencia que hay bajo todo lo que existe.

Este viene a ser el principio del haiku: el sentido de los dos primeros versos se nos revela de pronto en el tercero. Y el efecto es el de una iluminación.

 

Vuelvo irritado

pero luego, en el jardín,

el joven sauce.

                Ryata

 


Los poemas de Watanabe tienen más versos de los permitidos a un haiku, pero este género actúa como su línea directriz, y ello supone escribir en un estado muy alerta para refrenar asociaciones que pudiesen surgir de manera proliferante, y, en cambio, mantenerse disciplinadamente en el camino de decir algo que sea a la vez bello, emotivo y comprensible. Y que el estupor o la maravilla provengan de esa revelación y no del uso abracadabrante de imágenes y sentidos. En otras palabras, su poesía no se ve arrastrada por una impetuosidad beligerante y llena de hallazgos, sino que serenamente desea conducir todo hacia una conciencia reconciliadora con las cosas del mundo.

Por ejemplo, en su poema “La deshabitada”, de Historia Natural (1994), el poeta mira una casona vacía que colinda con la suya y describe con cuidado los estragos del tiempo en sus estructuras. Su imaginación alcanza a prever el inevitable y total hundimiento. El poeta se siente a salvo observándola desde el altillo de su casa, “pero mis ojos / que siempre saben más / descubrieron / que yo miraba la casona con afinidad callada / o con aquello que las imperturbables matemáticas llaman / el común denominador”. Fin del poema.

Lo que José Watanabe calificaba como “mi modesta inventiva verbal” de hecho no es tal, sino la convicción ética y estética de que la poesía es comunión. Por eso él solía recordar con frecuencia este haiku:

 

   Bajo las flores del cerezo

   nadie es

   un completo desconocido.

 

Y, al respecto, añadía: “quisiera que la poesía sea como el cerezo florido de Basho: que bajo ella, bajo su lenguaje, el poeta y el lector, nunca se miren como desconocidos”.

 

 

 


ROSSELLA DI PAOLO (Perú, 1960). Estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú y pertenece al grupo de poetas surgidos en los años ochenta. Participa en exhibiciones multidisciplinarias de poesía, pintura y fotografía. Poemarios: Prueba de galera (1985 y 2017), Continuidad de los cuadros (1988 y 2018), Piel alzada (1993 y 2019), Tablillas de San Lázaro (2001 y 2020), La silla en el mar (2016), que recibió el premio Luces de El Comercio al Mejor Libro de Poesía 2016, y Cielo a tierra (2023). Fue docente universitaria y dirige talleres de poesía. Sus poemas aparecen en antologías de poesía peruana e hispanoamericana. Fue Premio Casa de la Literatura Peruana 2020. Fue reconocida como Personalidad Meritoria de la Cultura (Ministerio de Cultura, 2020).

 

 


JAN DOCEKAL (República Tcheca, 1943). Historiador del arte, artista, publicista y profesor emérito. Se formó como metalúrgico, estudió historia del arte y la estética, fue obrero, tecnólogo de producción mecánica, diseñador publicitario, director comercial en una imprenta, propietario de una galería y de una agencia de publicidad. Organizador de numerosas exposiciones de arte, autor de varios libros en el campo del arte, colabora con Agulha Revista da Cultura, además de haber sido incluido en el libro Viajes del Surrealismo (2022), de Floriano Martins. Es miembro del grupo surrealista checo Stir up. Realizó treinta y ocho exposiciones individuales, participó en exposiciones surrealistas en Bélgica, Chile, Costa Rica, Alemania y Portugal. Jan es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 237 | agosto de 2023

Artista convidado: Jan Dočekal (República Tcheca, 1943)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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