sexta-feira, 29 de setembro de 2023

ADRIANO CORRALES ARIAS | Francisco “Paco” Amiguetti, un poeta andariego que, desde su ventana, concede a lo fugaz algo de eternidad



EL REGRESO

Llegaré una tarde a una ventana

con los ojos de plata y gris en el corazón,

“Vengo de otros países y tengo muchos años”,

pero ninguno sabrá quién soy.

 

Y mi nombre sonará tan lejano

como una vieja canción,

y no seré más que un fantasma

sin pasaporte ni profesión.

FRANCISCO AMIGUETTI

 

Intentar resumir, en un artículo o ensayo, la intensa vida, así como la prodigiosa obra artística, de un gran andariego por múltiples caminos, es una ardua empresa que siempre nos sobrepasa. Se trata, junto a su gran amigo y compañero mayor Max Jiménez (1900-1947), de uno de los artistas más completos de la Costa Rica del siglo XX. Ambos fueron potentes creadores visuales y escritores, mejor dicho, dos poetas que se expresaron con lucidez por diferentes medios y variados géneros artísticos. Expresado de otro modo, ambos representan la summa poética de una provincia centroamericana que, antes de su impronta, no lograba despegar del aldeanismo costumbrista tico. Y, lo paradójico y sorprendente, en el caso que nos ocupa, sin abandonar los rasgos más acusados de la autenticidad costarricense. Dichas características trataremos de desarrollarlas y detallarlas en lo que sigue.

Nació Francisco Amiguetti Ruíz un 1º. de junio de 1907 en San José y nos abandonó, en la misma ciudad, un 12 de noviembre de 1998. Hijo de Juan Amiguetti Petensi y de Ángela Ruíz Echeverría, procreó cuatro hijos; una pareja con su primera esposa, la también reconocida artista visual, escritora, investigadora de las culturas populares, recopiladora musical y cantautora, Emilia Prieto Tugores (José Pablo y Cecilia Amiguetti Prieto), y las otras dos con su segunda esposa, la también pintora Flora Luján Alvarado (Olga y Marta Amiguetti Luján). Su tercera mujer sería Isabel Vargas Facio, a quien conoce en 1976.

En 1923 ingresa a la Academia de Bellas Artes, pero su estadía en dicha institución es breve pues intuye, con tino, que el método académico limitará sus cualidades artísticas. Decide continuar al margen. Entre 1928 y 1937 participa en las exposiciones de artes plásticas auspiciadas por el Diario de Costa Rica, donde el arte académico, de tendencia europeizante, enfrenta al movimiento surgido de un grupo de artistas denominado por la crítica tradicional como Nueva Sensibilidad. Amighetti comparte con este grupo su inquietud por la temática nacional (el campesino, el hombre de la calle, las labores cotidianas, la mujer, la maternidad), misma que, a partir de ese momento, depura hasta la íntegra madurez de su obra.

En 1931 se convierte en profesor de Dibujo y Xilografía en la Escuela Normal de Costa Rica en la ciudad de Heredia. Un año después viaja, casi sin recursos y sin invitación previa, a Suramérica (Perú, Bolivia, Argentina) donde se gana la vida, en revistas y periódicos, con dibujos, xilografías y redactando crónicas. Regresa a Costa Rica dos años más tarde dedicándose a ilustrar libros de autores nacionales, así como textos educativos. A principios de la década de 1940 viaja a México a estudiar la técnica del mural en la Escuela La Esmeralda. En este período amplía sus estudios de arte en la Universidad de Nuevo México, de pintura al fresco en la ciudad de México y de grabado en la Escuela Superior de Bellas Artes de Argentina (viaja de nuevo a Argentina en 1950), así como en varias academias de arte en los Estados Unidos. A su retorno realiza su primer mural al fresco, La agricultura, en la Casa Presidencial. Después pintará murales en el Banco Nacional, Sucursal de Alajuela, en el Colegio Lincoln, en la clínica de la Caja Costarricense del Seguro Social en Tibás de San José y en la biblioteca del policlínico de la misma institución. En 1944 se le nombra profesor de Historia del Arte y Xilografía en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica, y en 1957 en la Facultad de Ciencias y Letras de dicha institución, fungiendo como catedrático de Práctica y Apreciación de Artes Plásticas. En 1960 viaja a Europa. A partir de 1968, se jubila y se dedica por entero a la creación artística. En 1979 enrumba de nuevo a América del Sur y en 1980 a Japón y Hawái; en el 81 viaja a Estados Unidos, Puerto Rico y República Dominicana.


Este viajero impenitente realizó más de quinientas obras visuales y gráficas, en su mayoría grabados; muchas de ellas recibieron importantes galardones y reconocimientos, tanto a nivel nacional como internacional; se exhiben y conservan en importantes colecciones públicas y privadas de América, Europa y Japón. Su amplia producción incluye el dibujo en grafito y en tinta china, el óleo, la acuarela, el mural, y en los últimos años de labor, la exquisitez de la xilografía, tanto en blanco y negro como a color. En Costa Rica se le considera uno de los más influyentes artistas nacionales del siglo xx, dado que su obra “retrata”, de variadas maneras, “la sociedad y cultura nacionales”. En 1970 se le otorga el reconocimiento más importante del país a nivel estatal, el Premio Nacional de Cultura. En 1993 la Universidad de Costa Rica le confiere un doctorado honoris causa. En el 2010, la Asamblea Legislativa lo declara Benemérito de la Patria, reconociéndolo como ciudadano insigne y como uno de los más destacados y emblemáticos costarricenses del siglo xx. Como se ve, su reconocimiento a nivel nacional e internacional se le brinda, en especial, por su obra visual y no exactamente por la literaria. Acá nos ocuparemos, básicamente, del gran desconocido – sobre todo a nivel internacional – Francisco Amiguetti poeta: del cronista, memorialista y, en fin, del notable escritor que fue.

Para quien esto escribe, Poeta es el artista por antonomasia. Quiero decir que el Poeta (así con mayúscula) es el creador expresándose por diferentes vías, medios, soportes y formatos: ya con la imagen, la forma, las texturas, el sonido, el ritmo, el movimiento o las palabras. Es el sentido prístino que tiene la poiesis en términos de creatividad humana: todo arte exige y expresa una poética que va más allá de la aesthesis (lo sensible/emocional) pues debe enlazarse, además, con la propuesta, con la parte racional – intelectual, teórica, si se prefiere – de todo productor artístico. Así, Francisco Amiguetti (al igual que Max Jiménez, como ya lo señalamos) es mucho más que el pintor o artista visual que escribe poesía o prosa; mucho más que el pintor/poeta. Mejor dicho, es todo eso reunido en una alta y refinada sensibilidad y en una visión de mundo meditada, forjada y formulada en la síntesis de las maderas, las líneas, los colores, las formas, los acentos, lo sonidos y las palabras. Fue un artista integral, un auténtico Poeta. De tal modo que toda la obra de este impresionante creador, es un hecho poético; son poemas elaborados con diferentes materiales y en diversos formatos.

De Amiguetti se han escrito variados textos, se le realizaron múltiples entrevistas – entre ellas la más amplia se imprime en libro: El desorden del espíritu, UCR, 1987, del filósofo y escritor Rafael Ángel Herra – así como varios documentales (sobresalen Francisco Amiguetti, grabador, del Centro Costarricense de Producción Cinematográfica, 1980; Amiguetti, El fuego del arte, de Micheline Morin, 1994). Sin embargo, tengo para mí, que el estudio más amplio y ambicioso realizado hasta ahora en torno a la obra integral de “Paco”, es el del estudioso, crítico, periodista y escritor rumano, Stefan Baciu, Francisco Amiguetti (EUNA, 1984), libro imprescindible para comprender la totalidad del universo amighettiano y ubicarlo en el contexto nacional y latinoamericano de su época. En dicho texto – ilustrado prolijamente, blanco negro y a color, con la obra del poeta – sorprende la mirada externa, tan necesaria para distanciarnos de un artista como quien nos ocupa; esa mirada, desde afuera, a la labor de un poeta en un país pequeño y prácticamente desconocido en el concierto artístico/literario del continente. Sorprende más aun que, de entrada, nos suelte lo siguiente: “También comencé a comprender que junto con su amigo, el gigante Max Jiménez, Amiguetti fue uno de los primeros que desprovincializó el arte, cambiándolo de ´tico´ en costarricense” (suerte de prólogo sin número de página, 1984). Baciu indica que el costumbrismo iniciado por los primos Aquileo Echeverría (1866-1909) y Magón (apócope de Manuel González Zeledón, 1864-1936) – oficializado como “alma nacional”, por tanto fosilizado, agrego – es lo “tico”, mientras que el arte de Jiménez y Amiguetti, entre otros, es lo auténticamente costarricense. Ello me congratula porque siempre he sostenido que lo “tico” no es lo costarricense y viceversa. Lo primero es lo conservador, mojigato, imitativo, individualista, sumiso, doble moral, fanático, “serrucha pisos” (la gran Yolanda Oreamuno, 1916-1956, lo denunció y padeció en carne propia), fachendoso, chabacano, cursi, melodrámático, folclórico, vulgar, agresivo, chauvinista y xenófobo; a cambio, lo genuino, sencillo, riguroso, sincero, crítico, rebelde, meditado, pausado, profundo, contestatario, solidario, cosmopolita e internacionalista – pero siempre respetuoso de las culturas populares, su historia y tradiciones – es lo costarricense. Así, el mundo poético de don “Paco” Amiguetti es, en efecto, auténticamente costarricense.


Subrayo: el poeta se expresaba por diferentes medios; es decir, poetizaba a través del dibujo, las aguadas, acuarelas, oleos, maderas, tintas y palabras -–ya escritas, ya orales–, puesto que hay una faceta de don “Paco” que no he mencionado aún: su sabrosa y nutritiva conversa, según variados testimonios. Quiero decir que en Amiguetti la expresión poética se armonizaba, en vasos comunicantes, por todos los medios expresivos posibles; en esa perspectiva la imagen pictórica, del dibujo, o del grabado, no ilustraban al poema, la crónica, la viñeta o las memorias; las palabras tampoco ilustraban a las imágenes; era un proceso simbiótico, dialéctico. Cada expresión guarda su autonomía sin perder las relaciones poéticas propias de un espíritu sensible e inteligente que condensaba sus percepciones, ideas, observaciones, recuerdos y pasiones, a través del medio o el formato más adecuado para su cauce. Dicho de otro modo, el poema no necesita del grabado que lo ilustre porque el grabado, en sí mismo, es un poema/grabado, igual que sus viñetas o prosemas: poesía aprosada o prosa poética: poemas en prosa. De ese modo, su Poesía partió de la sencillez de la provincia y del arrabal para universalizarse a través de diversos modos de poetizar y de expresarse con lucidez y armoniosa polifonía.

Debido a la displicencia y modestia del mismo Amiguetti – quien se mantuvo, durante toda su vida, al margen del mundo literario – y a la escasa distribución del libro en Centroamérica, su obra poética escrita continúa desconocida para el resto de América y de más allá. No contó con la plataforma de un partido político o de una industria editorial que lo apalancara y posicionara tal y como corresponde. Costa Rica tampoco ha sido objeto de atención internacional, como el resto de Centroamérica, debido a su “pacifismo” y a su modo de vida, hasta hace muy poco, retraído y desvinculado de los espectaculares dramas latinoamericanos y universales. Ello, sin duda, le ha restado y le resta interés a nuestra producción artístico/literaria. En el mismo país no se le ha estudiado ni valorado como poeta – escrito –; se ha insistido, con justa razón, en su variada y exquisita producción gráfico/visual, o en sus dotes de gran conversador. Y es que, a pesar de que iniciara muy joven (1928) sus colaboraciones para con el célebre Repertorio Americano de aquel gran polígrafo, Joaquín García Monge (1881-1958), en realidad el maestro publicó un único libro de poemas: Poesías, publicado en 1936 bajo el escueto pero contundente título de Poesía (“Círculo de Amigos del Arte”), con una segunda edición a modo de antología ampliada (Editorial Costa Rica, 1974/1983), sometida por el mismo autor al rígido ojo crítico y a la selección de uno de los grandes poetas nicaragüenses – acaso el mejor después del Príncipe –, Carlos Martínez Rivas (1924-1928), compendiando así lo más selecto de la producción poética del maestro grabador quien, en la edición de 1983, enaltece el libro con sus propias ilustraciones.

La primera edición de este compendio (1974) la ilustró, incluida la portada, el artista argentino, gran amigo de Amiguetti en sus años bonaerenses, Raúl Soldi – muy lejos, por cierto, de la médula poética de don “Paco” –, y la prologó Stefan Baciu. Podría decirse que el tema central de la poesía amiguettiana es la nostalgia, la melancolía de un mundo ido pero siempre presente como un círculo virtuoso no exento de dolor y conflicto: la niñez, el barrio, los arrabales, la provincia con sus parques, iglesias, pulperías, cantinas, cementerios, tapias, acequias, ropa tendida, la lluvia del trópico y, claro está, la siempre omnipresente o sugerida ventana con el hombre – pero donde la presencia de la mujer es vital – en sus diferentes soledades y edades como un juego “de la luz a la sombra”: “la gente que no conozco y que siempre me encuentro” (Echaré de menos la provincia). El centro semiótico y el aura de su poesía se halla en ese sentimiento de añoranza o extrañamiento de tristeza (“mal de patria”) que se concentra en palabras tan hermosas y evocadoras como saudade en portugués, o morriña, procedente del galaico/portugués. En Costa Rica contamos con la palabra cabanga, procedente al parecer, de una de nuestras lenguas ancestrales, posiblemente del Bribri o el Cabécar (¿Huetar?), la cual reúne toda esa gama de remembranzas y sentimientos tristes, evocativos, de pérdida y ausencia, en fin, “encontrados”.

Para comprender de mejor manera la “técnica poética” de Amiguetti – esa abrumadora sencillez resumida en palabras coloquiales y precisas, casi sin metáforas ni pretenciosas figuras literarias al uso – escuchemos al mismo poeta hablando de su arte poética en una entrevista concedida a Rosa Bonilla y citada por Baciu (EUNA, 1984, p. 142): “Al principio yo hacía lo que llamaban un arte de vanguardia, que era una serie de collares de metáforas, de imágenes, lo cual puede revelar cierta imaginación, cierto entrenamiento interesante, pero después descubrí que la poesía era otra cosa, a través de la poesía china y japonesa. Descubrí que se puede hacer poesía casi sin un lenguaje poético especial, como se le habla a un hermano, a un amigo, coloquial. Y así fui encontrando los motivos cerca de mí, en el corredor de mi casa, a mi alcance, y usé la metáfora o la imagen cuando me fue absolutamente necesaria. Entonces creo que la influencia fue muy importante, pues me enseñó a ver lo que antes no veía. Llegó hasta mí a los veinte-veintiún años y no me ha abandonado nunca, me formó y me ha cambiado por otra cosa”. Se nota en su poesía escrita la misma técnica negriblanca del grabado; vemos entonces cómo la poesía viaja y regresa de las palabras a las maderas, a las tintas, a las líneas e imágenes, al papel: “Dibujaba una línea horizontal / y con este elemento tan simple / nació la distancia / y reposó el mar en su inmenso lecho” (Dibujaba una línea).


La otra característica temática de la poesía amiguettiana, ya en sus poemas, ya en sus libros de “memorias” o de prosa poética (Francisco en Harlem, Galería de Arte Centroamericano, México, 1947; Francisco y los caminos, Editorial Costa Rica 1963; Francisco en Costa Rica, Editorial Costa Rica,1966) es el viaje. Tanto en versos como en prosemas, el poeta detalla sus múltiples viajes con observaciones, semblanzas, dibujos, aguadas, acuarelas, y óleos a su paso por diversas geografías, culturas y atmósferas. Es como un cronista, un andariego oriental o un viajante del arte que se detiene en los impensados detalles de caminos, aldeas, y ciudades para informarnos de su paso por esas intrincadas y maravillosas realidades con las angustias y soledades de los personajes de a pie, los anónimos, los desheredados de la tierra – para recordar al poeta martiniqués – que son, en definitiva, a quienes presta mayor atención. Todo ello sin evitar al observador, es decir, al propio artista diciente/sintiente (hablante lírico que le llaman en la academia) con su honda sensibilidad, sus penurias, asombros y soledades. Casi podría decirse que toda la obra del maestro es un viaje de lo externo a lo interno y viceversa, es decir, en la dialéctica del regreso o del “eterno retorno”. En ese sentido, también nos recuerda al célebre poema del poeta griego Constantino Cavafis, Ítaca, donde no es tanto el destino lo que cuenta, sino las múltiples peripecias y experiencias del mismo viaje. Amiguetti salió y regresó en busca de esa Ítaca homérica en su larga y prolífica peregrinación hacia sí mismo, hacia sus amores, hacia el niño interno que siempre llevaba por dentro, pobre y humilde, pero libre en su terruño o en el barrio de una patria universal.

Con Stefan Baciu, planteo que “(…) no es necesario insistir sobre el hecho de que se trata de un poeta singular, aparte que no se puede comparar con ninguno de los poetas costarricenses contemporáneos (…)”, quienes, en mucho, buscaron la imitación de Nerudas, Borges o Albertis. Nos deja un mensaje auténticamente personal y persistente con una voz rara en nuestra literatura debido a su discreción escritural que, no obstante, posee un grave acento como resultado de una profunda capacidad de observación y del dominio de un lenguaje sencillo provisto de un timbre filosófico y emocional muy propio. A pesar del escaso volumen de su producción, es una Poesía densa que resume, alude y representa, tanto a su autor, como a la época que le correspondió vivir, ya en su país, ya en la Centroamérica o el mundo que fatigó en su larga y formativa peregrinación artística. Allí continúa en su ventana atisbando y recordando con ese prodigioso quehacer que, como rezaba su credo poético, confiere algo de eternidad a lo fugaz.




ADRIANO CORRALES ARIAS (Costa Rica, 1958). Poeta, escritor y crítico. Ha publicado más de 25 libros en poesía, novela, cuento, ensayo y teatro. Fue profesor catedrático e investigador de la Escuela de Cultura del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ha sido traducido parcialmente al inglés, italiano, ruso, japonés y portugués. Colabora con varias publicaciones latinoamericanas.





ZUCA SARDAN (Brasil, 1933). Erroneamente situado no casulo que a crítica achou por bem batizar de poesia marginal, sua obra é marcada por uma fusão de linguagens, onde poemas, fábulas, sátiras, desenhos, colagens, agitam as plateias mais dispersas e distintas possíveis. Entre seus livros, estão: Aqueles papéis, poesia (1975), Os mystérios, fábulas (1979), Visões do bardo, graffitti (1980), Ás de colete, poesias, desenhos (1994). Ao lado de Floriano Martins escreveu, a quatro mãos, inúmeras peças de um teatro automático, reunidas nos livros: O Iluminismo é uma baleia (2016) e A volta da baleia Beluxa (2022). Artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.




Agulha Revista de Cultura

Número 240 | setembro de 2023

Artista convidada: Zuca Sardan (Brasil, 1933)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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