Hablar del dolor existencial
es hablar de los golpes en la vida, del sufrimiento que sobrellevan a cuestas los
crucificados del alma y no hay imagen que simbolice más perfectamente el cúlmen
del sufrimiento humano que la figura de Cristo, ese Cristo doliente clavado en la
cruz de la desesperanza, como la imagen viva de la orfandad y el abandono en el
dolor. Un hombre abolido en su dolor, entregándose a él con los brazos abiertos,
fundiéndose con el sufrir, aceptando la pena en total desamparo, solo, olvidado
de Dios: “!Dios mio! ¡Dios mio! ¿Por qué me has abandonado? “. No hay exclamación
más humana que ésta que surge de la boca de Cristo, como un reproche, como una queja
callada, como un cuestionamiento silencioso, con ese desconcierto de quien ignora
la razón de tanta pesadumbre, igual que César Vallejo cuando exclama: “Hay golpes
en la vida, tan fuertes… Yo no sé! / Golpes como del odio Dios:/ como si ante ellos
la resaca de todo lo vivido se empozara en alma… Yo no sé!”
A través de sus palabras
Cristo manifiesta su incertidumbre y la angustia de estar vivo afrontando su destino.
Por un instante se ha quedado solo, desolado, desconsolado en la orfandad de su
propia existencia sosteniendo sobre si todo el peso de la carga existencial, igual
que cualquier hombre, exactamente igual que el último de los hombres, debatiéndose
en la miseria de ser tan sólo, para decirlo en las palabras del poeta: “un triste
barro pensativo” a cuestas con su destino.
En la poesía de Vallejo
se percibe la tétrica oscuridad del dolor que es la tragedia de la vida y la necesidad
vehemente, que en ocasiones se vuelve reclamo, de tener la certidumbre de un Dios
tangible e inmediato, un Dios de carne y hueso que sepa del dolor de la existencia,
que tenga la estatura del sufrimiento, que sea su semejante, su prójimo, su hermano.
Vallejo abraza en su
poesía al hombre que es su hermano en el dolor y en este dolor abraza la figura
de Cristo que es el culmen del dolor humano, el símbolo perfecto e inmaculado del
hombre abatido en el dolor. Cristo crucificado es para el poeta la llaga eterna
de la existencia. De ahí su reiteración alusiva y metafórica a la figura de Cristo
como símbolo.
La poesía de Vallejo,
me atrevo a decir, es en buena medida cristocéntrica, aun cuando no se haga alusión
abierta a través de las metáforas. La figura de Cristo permea la mayor parte de
su obra poética.
En este trabajo se exploran
muy brevemente tres vertientes del discurso cristocéntrico en la poética vallejiana,
donde la figura de Cristo es filtrada a la luz de tres facetas centrales: la de
orador, la de revolucionario y la de símbolo del género humano; realizando para
ello, un recorrido instantáneo por los poemarios de: Los heraldos negros, Poemas en
prosa, Poemas humanos y España aparta de mi este cáliz con la intención
de identificar las coordenadas medulares de su cartografía literaria.
La presente exposición
representa una síntesis cuyos fragmentos han sido seleccionados de un texto de mayor
envergadura.
La religiosidad de César
Vallejo manifestada en su poética es compleja y desde su primer poemario Los heraldos negros existen, aunque en forma
incipiente, una serie de símbolos religiosos ligados al catolicismo y que posteriormente
habrán de convertirse en la parte medular de su obra literaria a través de una traspolación
de índole metafórica. La inclinación del poeta hacia la religión católica tiene
sus raíces en el ámbito familiar en el que se crió, nieto de sacerdotes por parte
de padre y madre; el catolicismo es para él de un acendramiento profundo, es algo
más que una religión, un estigma, un sino con el que cargara toda su vida; es como
su segunda piel, es su propia existencia (diversas cartas y documentos personales
así lo manifiestan).
El ímpetu religioso
que contiene su poesía le imprime una vibración vigorosa y rítmica a su poética
donde el erotismo y lo místico se entremezclan a veces de manera irreverente por
la carga de furor que conllevan las palabras.
En el discurso vallejiano
la figura de Cristo se levanta como la imagen con la que se identifica el poeta,
es quizá el alter ego llevado al plano
de la poética y esto se manifiesta a través de una serie de alusiones metafóricas.
En el desarrollo de la obra literaria se pueden detectar las diversas etapas que
establecen el paulatino acercamiento con el símbolo anhelado. Estos primeros acercamientos
empiezan a manifestarse desde su primer poemario. Sirven de ilustración algunos
fragmentos de poesías que integran Los heraldos
negros.
¡Luna! Corona de una testa inmensa,
---------------------------------------------
Roja corona de un Jesús que piensa
---------------------------------------------
¡Luna! y a fuerza de volar en vano
te holocaustas en ópalos dispersos:
tú eres tal vez mi corazón gitano
que vaga en el azul llorando versos.
Aquí el poeta nos describe
la luna como esa gran corona que ciñe la cabeza del Universo, pero después esa misma
corona se torna roja sobre la cabeza de Cristo que se vuelve uno con el Universo,
para concluir diciendo que la luna se abisma en la negrura del infinito, como su
corazón doliente que vaga en el azul de ese Universo. Podríamos concluir que esa
corona que ciñe la cabeza de Cristo es el corazón del poeta y aun cuando no lo afirma
porque utiliza una hipótesis metafórica, existe la intención de vincular simbólicamente,
una parte de su ser físico con la figura de Cristo a través de la corona de espinas
que representa la crucifixión. En otro poema titulado “Nervazón de angustia” se
lee:
!Desclávame mis clavos oh nueva madre mía!
En este verso no existe
ya la intención velada, sino que lo dice abiertamente: “desclávame mis clavos”.
Más adelante, en “El poeta a su amada” expresa:
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso.
Aquí retorna a fusionar
parte de su ser físico con elementos que simbolizan la crucifixión. En este caso,
son sus labios los que se transforman en el madero, anteriormente era su corazón
la corona de espinas.
La recurrencia en torno
a Cristo en la poética vallejiana se plantea desde dos ámbitos estrechamente unidos:
el real y el metafísico. En el primero la intención es voluntaria y consciente y
se establece en el tema o argumento que desarrolla en el poema: amor, sufrimiento,
soledad, injusticia social, muerte. Y en el segundo, de índole espiritual y subjetiva,
la intención es involuntaria, subconsciente y subyace en el fondo del discurso manifestándose
paulatinamente en el tratamiento del discurso a lo largo de su obra poética en conjunto.
En diversas ocasiones
este autor se reveló también como un extraordinario crítico de arte. Los textos
en que aborda el análisis literario reflejan su profundidad intelectual y una manifiesta
preocupación por el compromiso que debe asumir el artista en relación con el momento
histórico y cultural que le haya tocado vivir, ya que la obra de creación, dice
Vallejo, incidirá tarde o temprano en la evolución social.
En un artículo publicado
en 1929 por un periódico de Lima, refiriéndose a la estrecha correspondencia que
existe entre el autor y su obra, el poeta expresa: “¿Existe un sincronismo absoluto
entre la obra y la vida del autor?. Menester sería carecer de toda facultad de examen,
para afirmar que la obra de arte es una cosa y la vida del autor es otra…El artista…concatena
las inquietudes sociales, ambientes y las suyas propias individuales, no para devolverlas
tal como las absorbió, sino para convertirlas en puras esencias revolucionarias
de su espíritu, distintas en la forma e idénticas en el fondo a las materias primas
absorbidas. Estas esencias transmutadas pasan a ser, en el seno objetivo de la obra,
gérmenes sutiles y sugestiones complejas de excitación social transformadora… La
correspondencia entre la vida individual y social del artista y su obra es, pues,
fatal y ella se opera consciente o subconscientemente y aun sin que lo quiera el
artista”
La lucidez de Vallejo
para reconocer que en la obra de creación se develan los laberintos obscuros del
subconsciente nos demuestra su racionalidad para asumir su compromiso no sólo artístico
sino existencial. Volviendo sobre el discurso poético y su recurrencia a utilizar
emblemas católicos en la poesía, y que se proyecta a través de las metáforas como
un anhelo o el reflejo de una aspiración espiritual de fusionar su ser físico a
la figura de Cristo, obedece quizá, aunque parezca aventurado decirlo, tanto a sus
convicciones de carácter político, como a su creencia religiosa. Y en este sentido
¿qué puede significar Cristo para Vallejo? ¿qué simboliza?
Hay que distinguir primero
entre lo que representa la figura de Cristo, como personaje puramente histórico,
y Cristo en tanto símbolo religioso concebido de esta manera en sus dos concepciones:
el Cristo inmanente y el Cristo trascendente.
“Me viene, hay días,
una gana ubérrima, política/ de querer, de besar al cariño en sus dos rostros…”
escribe Vallejo en su afán de abrazar al hombre en sus dos caras: ángel y demonio;
igual que Cristo cuando expresa: “no he venido a llamar a los justos sino a los
pecadores” (Marcos 2:17). Esta afinidad de aspiraciones social y ontológica viene
a desembocar en una afinidad que tal vez intensifica la atracción que ejerce el
Cristo-personaje sobre Vallejo-hombre. Por otra parte, Cristo fue un innovador,
un vanguardista, un orador excepcional cuya palabra era una espada peligrosa, cualidades
que pueden cautivar todavía más al Vallejo-escitor, ya que se vinculan a su trabajo
literario y a su compromiso con el arte.
El instrumento de trabajo
de un poeta es precisamente la palabra y a través de la obra de creación, se puede,
según Vallejo, modificar la sociedad. De aquí que en la figura de Cristo pueda descubrir
analogías y expectativas que estrechan, quizá cada vez más, su identificación, pues
de ser sólo un símbolo se convierte en un ser tangible y terreno, menos etéreo y
más accesible a su condición humana.
La repercusión metafísica
de Cristo en la vida de Vallejo encuentra sus raíces en su educación familiar. Su
madre influirá en su formación católica, forjándole esa personalidad introspectiva
con tendencia mística que lo caracterizó. Por ello, el emblema de la cruz y el momento
de la crucifixión tienen para este escritor connotaciones de índole sobrenatural.
Vallejo era, según se percibe en algunas comunicaciones epistolares, de temperamento
supersticioso, lo que tal vez agudizaba su inseguridad y su angustia existencial.
Vallejo se sentía, de algún modo, un ser predestinado, un hombre marcado por un
sino fatídico al que no podía escapar: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo…grave”
habrá de escribir en un poema, y es que quizá este temor ontológico, que además
se acendra en lo religioso, era la tragedia que estribaba en su incapacidad para
descubrir cuál era su verdadera misión en la vida, por qué y para qué había nacido.
La única seguridad que tal vez poseía era la certidumbre de su dolor existencial,
quizá por ello poco a poco se llega a convencer de que el sufrimiento es su destino
(los múltiples fragmentos de cartas que recopila Ángel Flores en su obra, son una
muestra de ello). Esta percepción proyectada al plano poético se manifiesta como
ese profundo dolor que trasciende los límites de su identidad y que abraza en su
propia agonía existencial, el dolor de todo ser viviente. Cristo crucificado simboliza
el culmen del dolor y el máximo grado de sumisión ante el sufrimiento que pueda
experimentar un hombre. Vallejo ve en Cristo al hombre que sobrelleva a cuestas
el peso del dolor humano y para ambos; el primero a través de su vida ejemplar y
su martirio; el segundo, en su obra poética asume el dolor y el sufrimiento como
la vía a través de la cual se puede elevar el espíritu por encima de sí mismo y
como el único camino hacia la redención.
Los clavos, la cruz,
la corona de espinas representan a Cristo doliente y por lo mismo, ejercen sobre
Vallejo la atracción de un imán que lo jala poderosamente hacia su centro. La mayor
parte del discurso vallejiano es cristocéntrico aun cuando en algunas poesías no
se haga referencia a algún símbolo religioso, es la figura de Cristo la que subyace
en el fondo de los poemas.
Vallejo transita en
Los heraldos negros entre fusionarse abiertamente
con la figura de Cristo o únicamente establecer algunas analogías que lo unan a
él a través de los signos que identifican la crucifixión.
Refiriéndose a la analogía
en la poesía, Octavio Paz en Los Hijos del
Limo expresa que: “la poesía es una de las manifestaciones de la analogía; las
rimas y las aliteraciones, las metáforas y las metonimias, no son sino modos de
operación del pensamiento analógico…”
Y el escritor Saúl Yurkievich,
en su artículo “César Vallejo en vivo y en vilo”, nos manifiesta: “Vallejo sitúa
su poesía en ese punto interno donde mundo y mente se topan y entraman; se coloca
como locutor lírico en esa instancia subjetiva donde se produce la intersección
e interpretación entre la experiencia exterior y la íntima…se ubica en ese cruce
donde la alteridad que aliena tropieza y contiende con toda la carga del sujeto
deseante y doliente que busca personal conciliación con lo que de fuera y de dentro
lo desasosiega”.
Para Vallejo Cristo
simboliza pues, a la humanidad doliente, al hombre que sufre, el que se entrega
con la perfección que requiere el amor de humanidad, no el amor humano, sino de
humanidad, ese amor del hombre por el hombre que no guarda para sí mismo nada y
encuentra la elevación del espíritu y el perfeccionamiento al fraccionarse en todos
y cada uno de sus semejantes, sus hermanos, y esto es precisamente a lo que aspira
en su analogía poética, ya que en la figura de Cristo confluye, pues, esa autoanulación
en el dolor por amor a la humanidad. Cristo es el símbolo que amalgama al género
humano, así es como lo presenta en su poesía. Cristo para Vallejo no es la divinidad
sino el hijo del hombre, el hombre-Dios. Cuando el poeta se refiere a Dios como
el Absoluto, su discurso cambia. Dios siempre será una entidad superior inaccesible,
misteriosa y autónoma a la cual Vallejo se somete a veces con rebeldía y otras con
resignación. En Dados eternos escribe:
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
En “Los anillos fatigados”
se lee:
La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios
curvado en tiempo, se repite y pasa, pasa
a cuestas con la espina dorsal del Universo.
Estos poemas que poseen
una gran carga de recriminación (en especial los primeros anotados) establecen la
desesperanza y el afán del poeta por asirse al Dios generador de vida y artista
supremo del Universo y, al mismo tiempo, nos devuelven la conciencia que tiene el
autor de su incapacidad para alcanzar a esa entidad superior que escapa a su comprensión
y lo ubica por consecuencia, ante sí como ser inferior, vulnerable y confuso. Dios
es esa entidad Todopoderosa y Omnipresente que descarga su furia contra el hombre
castigándolo por su incapacidad para dejar de ser un “barro pensativo” de ahí el
verso brutal de : “golpes como del odio de Dios” que abre prácticamente una herida
metafísica sobre la hoja de papel, y es que sólo Dios puede odiar con tanta Omnipotencia
y salir impune para seguir castigando al hombre hasta reventarle el lomo con los
latigazos del dolor existencial. Son pocos los poemas donde se aborda a Dios como
tema central, pero en esos pocos versos se pueden apreciar una serie de estados
anímicos contradictorios y complejos. El poeta pasa de la rebeldía a la sumisión,
de la blasfemia al arrepentimiento, y del reto abierto a la compasión. Primero se
enfrenta a Dios y le cuestiona su abandono y su silencio, le recrimina su indiferencia
y lo enfrenta inquiriéndolo a través de un duelo verbal en donde las palabras son
saetas amargas que intentan herir al oponente: “Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,/
como en un condenado, /Dios mío, prenderás todas tus velas,/ y jugaremos con el
viejo dado…” Ese viejo dado, que rueda por el infinito y que no es otro que la tierra,
como el poeta lo señala versos más abajo, establece su reclamo para con un Dios
que se nos presenta en el poema como un creador indiferente, un irresponsable jugador
de oficio que ha tomado el Universo como una mesa de juego sobre la cual ha echado
la creación en un lance y se divierte con el azar. Pero después, como si se sintiera
culpable por su osadía, intenta una reconciliación con Dios, en el poema que coincidentemente
se titula “Dios”, expresa:
Oh, Dios mío, recién a ti me llego
hoy que amo tanto en esta tarde; hoy
que en la falsa balanza de unos senos
mido y lloro una frágil creación.
Y tú, cuál llorarás…tú, enamorado
de tanto enorme seno girador…
Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.
“Yo te consagro Dios,
porque amas tanto…”, escribe Vallejo y algunos afirman que en esta expresión se
infiere un gesto inaudito de soberbia por parte del poeta, ya que sólo considerándose
por encima de Dios se puede tener la osadía de consagrarlo. Sin embargo, este verso
puede ser analizado bajo otra perspectiva, si consideramos que el único capaz de
consagrar a Dios sin que su acto implique una blasfemia es el sacerdote ungido desde
lo alto con la investidura que le permite realizar este acto ritual trascendente
en la celebración eucarística, pero además el sacerdote es al mismo tiempo el depositario
de la Palabra, el mensajero del Evangelio, el custodio del Verbo Divino. Por ello,
examinando lo anterior, es posible establecer alguna analogía con el ejercicio poético,
ya que el poeta es, aunque en otro sentido, depositario de la palabra que es verbo,
palabra viva a la cual invoca en el momento del acto de creación. En este sentido,
me parece que el verso vallejiano se aleja de connotaciones que impliquen la intencionalidad
arrogante que se le ha adjudicado algunas veces, en cambio considero que se acerca
más a la autoafirmación de la condición de poeta que en el instante supremo del
acto de creación reconoce a la Divinidad a la que alude consagrándola no con el
orgullo banal de quien se cree superior, sino con el gozo reverencial del poeta
que invoca la palabra. Por otra parte, Vallejo consagra a Dios porque ama, como
para confirmarnos que sólo es posible la sublimación a través del dolor, pues quien
ama hasta el dolor puede ser perdonado y absuelto incluso de los actos más bárbaros,
quien se duele y muere de amor se redime y se consagra hasta tocar la esencia divina,
pues sólo un Dios puede amar perfectamente, y quien ama hasta el dolor agónico trasciende
los límites de su condición humana, quien ama expone su corazón; es más, lo entrega
y al entregarlo se está dando por completo, pues el corazón es el espacio vital
del ser humano, el lugar donde se libran las pasiones, la zona donde se ubican sus
dos esencias: la luminosidad y las tinieblas, aunque después el poeta termine por
reconocerse como “un triste barro pensativo” cuyo amargo destino es seguir sufriendo.
Para César Vallejo Cristo
es el hombre-Dios y su figura es el símbolo perpetuamente latente del dolor humano,
de ese dolor existencial que el poeta experimenta en carne propia. La figura de
Cristo en la poesía es transmutada al género humano, ya que precisamente Cristo
es el hijo del hombre, símbolo de la humanidad. Tal vez por esto Vallejo escribe
en Los heraldos negros (título que además
anticipa el presagio tenebroso y fatídico de la existencia): “Son las caídas hondas
de los cristos del alma”, porque él ve en cada hombre a Cristo en la medida en que
el dolor existencial habita en cada uno, identificándose de esta manera con cada
ser humano. Cristo es el símbolo del dolor no sólo físico sino espiritual y en espíritu
Cristo habita en cada hombre a través de la tristeza, de la angustia, del desconsuelo.
La fe, la seguridad, la confianza que experimenta el poeta en Cristo como analogía
simbólica, es también su creencia en el hombre, es una fe que trasciende el sentido
de creencias en un conjunto de afirmaciones teológicas. Su fe es activa, es una
confianza absoluta en la naturaleza humana. Su fe está cifrada en la esperanza,
en la humanidad y en el dolor compasivo que se sufre al reconocerse en otros “barros
pensativos” y de esta manera el dolor es trascendente:
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Escribe el poeta en
Los nueve monstruos ante lo irremediable
del sufrimiento , pero aun en la desesperación cabe al menos la esperanza, la oración
o la súplica es el lamento que surge de lo más profundo del alma para implorar un
poco de compasión por el que sufre, pues el que ora quiere ser reconocido y consolado,
por eso levanta el corazón esperanzado como una ofrenda, ya que es lo único que
posee, pero esta esperanza es tan sólo un precario paliativo, es apenas una tregua,
un consuelo instantáneo dentro de la enormidad de la agonía existencial. El dolor
acendrado del poeta, el sufrimiento acérrimo que experimenta sobrepasa su propia
limitación de ser, el dolor es tan profundo que de tanto dolerle la existencia anhela
ser uno con el dolor para dejar de sentirlo, ser la esencia del dolor y anonadarse
en él hasta abatirse es quizá su mayor esperanza y hay momento en que toca el fondo
del dolor mismo. Tal vez por esto en “Voy a hablar de la esperanza” nos expresa:
Yo no sufro este dolor como César Vallejo.
Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera.
Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente.
Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista,
también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría.
Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro solamente.
Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni
carece de causa. Más adelante, en este mismo poema asistimos como lectores a
un parto tenebroso donde el poeta ha engendrado el dolor y lo da a luz en un extraño
alumbramiento metafísico: ¿A qué ha nacido
este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur,
como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento.
El misticismo, la espiritualidad
en la poética de César Vallejo se encuentra en un dolor de índole universal e infinito
que sólo es retenido a penas y simbolizado en la figura de Cristo, y que apenas
logra contenerse en el endeble dique de la palabra; y como ese anhelo de abandono
en el sufrimiento que se percibe en el plano poético como la vehemencia de perseguir
al hombre por ser su semejante en la miseria de existir, en ese dolor de ser. No
obstante, como expresa Miguel de Unamuno en El
sentimiento trágico de la vida: “del fondo
de esta miseria surge vida nueva, y sólo apurando las heces del dolor espiritual
puede llegarse a gustar la miel del pozo de la copa de vida…” Por eso, tal vez,
quien busca fervientemente al Cristo inmanente termina por encontrar el Cristo trascendente,
pues en alguna ocasión Cristo expresó: Yo
soy el camino, la verdad y la vida…”
En el tercer poemario
de César Vallejo Poemas en prosa que contiene
diecinueve poesías escritas entre 1924 y 1929, un hálito de amargura, pero también
de intensa vitalidad transita por sus versos. Los símbolos católicos y la alusión
a Cristo han desaparecido de su discurso poético. Esta ausencia de emblemas religiosos
igualmente se registra en el libro posterior Poemas humanos quizá porque las analogías y los acercamientos metafóricos
con la figura de Cristo han sido traspolados al plano poético de una manera distinta.
Ahora la voz del poeta adquiere en sus versos un tono viril y vigoroso y un sentido
de prédica evangélica permea su poesía, y de este modo, a través de su discurso
se revela ante el hombre presentándose como el poseedor de una Verdad Trascendente,
es como si de algún modo asumiera lo trágico de su destino y en esta aceptación
encontrara la fuerza y la vitalidad para afrontarlo hasta en sus últimas consecuencias.
De allí que el discurso adquiera un tono enérgico y sonoro:
Me dirijo, en esta forma, a las individualidades
colectivas, tanto como a las colectividades individuales y a los que, entre unas
y otras, yacen marchando al son de las fronteras o, simplemente, marcan el paso
inmóvil en el borde del mundo.
(“Algo te identifica”)
Esta estrofa de un temple
vital ofrece analogías con la voz de un líder que pretende sacudir y despertar la
conciencia social de los hombres, lo que nos lleva a recordar la faceta revolucionaria
bajo la cual se concibe también al Cristo histórico. Más adelante, en el poema
“Lomo de las Sagradas Escrituras”, expresa:
Hasta París ahora vengo a ser hijo. Escucha
Hombre, en verdad te digo que eres el hijo del
Eterno
pues para ser hermano tus brazos son escasamente
iguales
y tu malicia para ser padre, es mucha.
En buena medida los
versos anteriores nos enfrentan a una revelación: la autoridad de la voz que se
dirige al hombre para hablarle, no como su semejante sino a partir de una jerarquía
distinta. Su fuerza y el impacto verbal de apotegma se ve reforzado por el contenido
de la sentencia en donde el tono de prédica sorprende por la semejanza que ofrece
la estructura de los versos con el discurso evangélico. Además, nos permite apreciar
cómo el poeta se autoreconoce como “el hijo del Hombre”. El contenido de la estrofa
está animado por un temple de enseñanza que ofrece analogías con la figura de Cristo
en su faceta de Profeta y Maestro. Pero nada tan cercano a la dicción del Evangelio
en el “Sermón de la montaña”, que el poema “Traspié entre dos estrellas”:
!Amado sea aquel que tiene chinches
el que lleva zapato roto bajo la lluvia
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas
!Amado sea
el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed
ni sed con qué saciar todas sus hambres!
Por otra parte, en el
Evangelio según San Mateo (5:3-6) puede leerse:
“Jesús subió al monte
y se sentó. Sus discípulos se le acercaron y él comenzó a enseñarles diciendo:
Dichosos los que reconocen su necesidad espiritual,
pues el reino de Dios les pertenece.
Dichosos los que están tristes, pues Dios les
dará consuelo.
Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer
lo que Dios exige, pues El hará que se
cumplan sus deseos…
Más adelante, en “Me
viene, hay días, una gana ubérrima” el poeta exclama:
!Ah querer éste, el mío, éste, el mundial
interhumano y parroquial, provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplín, en sus hombros.
Las dos poesías antes
citadas ilustran lo que podríamos llamar ese “Sermón de las Bienaventuranzas”, ese
evangelio vallejiano donde el autor de Poemas
humanos a través de las palabras, al igual que Cristo en sus parábolas, abraza
y consuela al hombre en la pena, en el sufrimiento y dolor de la existencia.
El amor del poeta hacia
el hombre es un amor político, es un amor social en donde el individuo es considerado
como parte de una colectividad. La “ingle pública” es la metáfora, y el símbolo
de la humanidad doliente, el espacio tangible donde caen hondamente los cristos
del alma. El poeta se conduele del hombre desde un “otro colectivo” que lo remite
a la miseria de la condición humana. De la misma manera, se puede recordar, que
cuando Cristo se dirige al hombre lo hace considerándolo desde un “yo” integrado
a una comunidad. Esta concepción del autor de Poemas en prosa, por otra parte, muy Paulina, ya que San Pablo en una
de las cartas dirigida a los Romanos, escribe: “De la manera que en un cuerpo tenemos
muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros,
siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo” (Rom.12-14), así del mismo modo, aunque,
claro, el apóstol se refiere a la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo, el poeta
extiende esta concepción hacia toda la humanidad.
El género humano no
sólo simboliza, sino que prácticamente integra el cuerpo de Cristo, así se presenta
en su poética. Por ello es que la humanidad puede obrar el mayor de los milagros:
la resurrección. De esta manera, es posible asistir de nueva cuenta a la resurrección
de Lázaro, pero un Lázaro que en el plano poético se manifiesta como el hombre nuevo,
resucitado al clamor de una humanidad unida en el dolor compasivo:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “!No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver !ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitieron:
!No nos dejes! !Valor! !Vuelve a la vida!
Pero el cadáver !ay! siguió muriendo (…)
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver, triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
La hondura de su amor
por los “crucificados del alma” se traduce en un eterno desesperarse, en una infinita
condolencia, es la desnudez de su propio espíritu, es la tragedia de su vida. En
su amor no hay cuestionamientos, hay entrega. Su alma y su corazón se desbordan
generosos por las galerías de su poesía en un intento de proporcionar consuelo a
todo ser viviente. La obra poética de Vallejo es un testimonio de amor y de fe en
la humanidad, independientemente de la configuración que adopte en el discurso.
En lo que respecta a
su vida personal, el dolor de su tragedia existencial se agudiza en 1936 cuando
se entera de que ha estallado la Guerra Civil en España. Este acontecimiento irrumpe
violentamente en el ánimo del poeta, quien había establecido un estrecho vínculo
con los intelectuales españoles. Por esto, se dispone a viajar inmediatamente a
ese país y mientras tanto reanuda su militancia socialista; ayuda a formar Comités
de Defensa de la República y escribe artículos en favor de la causa revolucionaria.
A finales de 1936 ingresa a España donde permanecerá el tiempo suficiente para experimentar
el horror de la guerra; a su regreso y en el transcurso de 1937 se dedica a escribir
el poemario España aparta de mi este cáliz,
que junto con Poemas en prosa y Poemas humanos serán publicados después de
su muerte gracias a la intervención de su esposa Georgette.
Durante 1937 sólo vivirá
en función de los sucesos en España y para apoyar la causa revolucionaria, pero
¿qué puede significar este país para un hombre que como Vallejo muere pronunciando
su nombre? Tal vez, en una primera instancia, la guerra civil se le planteara como
la posibilidad más cercana de transformación social y de instauración de un régimen
más justo, aunque obtenido a costa del dolor, de la muerte y del sufrimiento, pero
sólo a través de ello, según los conceptos que nos devuelve su poesía y algunos
actos de su vida, se puede llegar a resurgir de las tinieblas y ver la luz de una
humanidad más perfecta. Por otra parte, el poeta se siente vinculado con España
a través del lenguaje y la cultura. En aquella península posee amigos intelectuales
que comparten su postura política y su preocupación de artista. El reconocimiento
y gratitud que el poeta rinde a España por su aportación a la cultura universal
es también un canto donde reconoce sus vínculos intelectuales y sociales con ese
país del cual ha abrevado parte de su ser intelectual:
El mundo exclama: “!Cosas de españoles!”
Y es verdad. Consideremos
durante una balanza, a quema ropa,
a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio
muerto
o a Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este
mundo,
pero también del otro”…
Contemplemos a Goya de hinojos
y rezando ante un espejo…
El atentado contra la
cultura llevado a cabo en España es una manera de acrecentar la desesperanza, pero
además España es un escenario dantesco, ya que es lugar donde se está manifestando
cruentamente la tragedia existencial. En España están cayendo hondamente los “cristos
del alma”; es el país donde de algún modo, el hombre está unido en una causa común,
en un deseo compartido por todos con tal vehemencia que no importa sufrir por ello
e incluso morir, ya que existe un ideal que trasciende al ser individual para convertirlo
en un sólo ser social en el que no cabe el egoísmo.
Padre polvo, compuesto de hierro
Dios te salve y te dé forma de hombre,
padre polvo que marchas ardiendo.
Padre polvo, sandalia del paria,
Dios te salve y jamás te desate,
padre polvo, sandalia del paria
Estas estrofas que integran
Redoble fúnebre a los escombros de Durango
nos ilustran hasta qué punto el poeta concibe a España como el sitio donde puede
resurgir el nuevo ser humano. De aquí que aluda metafóricamente al Génesis, pues
como la Biblia lo explica Adán fue formado con barro por el Artesano Divino,
y de esta manera, del mismo polvo que es el origen, puede moldear nueva vida. Por
ello, no es fortuito que en el poema nombre a Dios abiertamente como el dador de
vida. En este caso, hay una súplica que es el anhelo basado en la esperanza de vida:
“Dios te salve y te dé forma de hombre”, que imploran al alfarero para que forme
al nuevo ser con el polvo trágico que asciende de los escombros de la guerra. Por
otra parte, en la antigua Roma (en la época de Jesucristo), lo que establecía la
diferencia entre un esclavo y un hombre libre, era precisamente el uso de la sandalia.
Cuando un hombre dejaba de ser esclavo podía calzarse esta prenda e incorporarse
a la sociedad adquiriendo todos los derechos de cualquier ciudadano, que antes le
habían sido negados por su condición marginal. En este sentido, la alusión a la
sandalia dentro del poema viene a enfatizar el anhelo de libertad y la posibilidad
de la creación de un hombre libre de opresiones y de injusticia social. En el discurso
el poeta hace hincapié en “sandalia del paria” y enseguida agrega: “Dios te salve
y jamás te desate”.
“Recuerdo que en España”,
escribió Octavio Paz en el Laberinto de la
soledad, “durante la guerra, tuve la revelación de “otro hombre” y de otra clase
de soledad: ni cerrada, ni maquinal, sino abierta a la trascendencia. Sin duda la
cercanía de la muerte y la fraternidad de las armas producen, en todos los tiempos
y en todos los países, una atmósfera propicia a lo extraordinario, a todo aquello
que sobrepasa la condición humana y rompe el círculo de la soledad que rodea a cada
hombre…en aquellos rostros había algo como una desesperación esperanzada…No he visto
después rostros parecidos…”
Por otra parte, Miguel
de Unamuno en El sentimiento trágico de la
vida, nos dice: “los hombres se aman con amor espiritual cuando han sufrido
juntos un mismo dolor, cuando araron… la tierra pedregosa uncidos al mismo yugo
de un dolor común. Entonces se conocieron y se sintieron y se consintieron en su
común miseria, se compadecieron y se amaron” Y es que tal vez, el abrazo espiritual
con otro ser sólo pueda lograrse por medio del dolor, pues no hay cáliz más amargo
ni vínculo que estreche más las almas que el sentimiento compartido.
“No hay algo más pesado
que la compasión” expresa Milán Kundera en La
insoportable levedad del ser,
“ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por
alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos”
Las citas anteriores
nos acercan a la percepción del dolor a través de esa experiencia abierta a lo extraordinario
que se vive en una situación de guerra donde la muerte acecha a cada instante y
donde, en ocasiones, hasta un segundo de la vida de alguien depende del acto o el
gesto solidario del compañero. Por esto, me parece que Vallejo experimenta la compasión
en España. Com-padece a su hermano en la miseria de ser hombre. Com-padece: padece
en comunión, siente espiritualmente el dolor de aquellos que están sufriendo un
dolor que también es suyo. En España están matando al hombre, lo están crucificando:
!Onzas de Sangre,
metros de sangre, líquidos de sangre,
sangre a caballo, a pie, mural, sin diámetro,
sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua
y sangre muerta de la sangre viva!
Nos exclama Vallejo
desde “Batallas”, para hundirnos en este desbordante río sanguíneo que adquiere
connotaciones místicas, vinculado al símbolo eucarístico que nos recuerda la inmolación
de Cristo derramando hasta la última gota de su sangre para la redención del hombre.
En estos versos, el autor de Poemas humanos
parece gritarnos hasta qué punto en España, los “cristos” caen abatidos en el dolor
de la existencia, ese dolor que, de algún modo, lo aniquila a él también hasta dejar
de ser “un triste barro pensativo” para ser otro con otros y con todos: uno solo.
En ese mismo poema versos más abajo exclama:
!Extremeño, dejásteme
verte desde este lobo, padecer,
pelear por todos y pelear
para que el individuo sea un hombre,
para que los señores sean hombres,
para que todo el mundo sea un hombre
y para que hasta los animales sean hombres
Y así continúa el poema
hasta llevar todo lo creado a esa unicidad en donde el hombre se levanta siendo
uno Solo, con esa nueva dignidad humana que abarca y trasciende la creación entera.
En su poesía Vallejo
trasciende, pues, su identidad aislada al fraccionarse y multiplicarse en el dolor
con otros, como la vivencia trágica y profunda del culmen del dolor humano. El cáliz
es la guerra en la cual ese dolor (que ha imaginado y perseguido afanosamente a
través de las palabras, y que presintió en su vigilia existencial) se materializa
en el horror de la muerte que arrastra sangre de inocentes. En España probablemente
el poeta pudo experimentar finalmente ese dolor que tritura el espíritu: el dolor
del hombre por el hombre, el amor de humanidad.
César Vallejo muere
un viernes de abril de 1938, con su último aliento exclama: “!España!, !España!”,
tal vez para apurar el cáliz hasta la última gota, tal vez al experimentar el culmen
del dolor humano logró acercarse al símbolo de la humanidad doliente: el Cristo
trascendente en el amor. Quizá pudo entrever “los misterios del Universo” cuando
dijo: “cualquiera que sea la causa que defender ante Dios después de la muerte,
tengo un defensor. Dios”
César Vallejo muere
un viernes Santo, un viernes de dolor, un viernes de luto, un viernes de crucifixión.
Su lucha existencial había terminado:
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos
sin que él les haga nada;
le daban
duro con un palo y duro
también
con una soga; son testigos
los días
jueves y los huesos húmeros,
la soledad,
la lluvia, los caminos…
(“Piedra Negra sobre
Piedra Blanca”)
César Vallejo ha muerto. Ahora duerme en el clavo ardiente de sus versos y se ahonda en el corazón de los que comen “el pan nuestro de cada día”: los poetas.
AGLAE MARGALLI (México, 1957). Es Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Chihuahua y Máster en Letras y Humanidades Aplicadas por la Escuela Contemporánea de Humanidades de Madrid. Tiene una maestría en Comunicación de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ejerció el periodismo cultural para radio y televisión en el área editorial y entrevistó a varias personalidades de la literatura latinoamericana. Coordinó el Suplemento Cultural del diario La Voz de la Frontera durante cinco años, de 1992 a 1997, y la página cultural “Remembranzas del Viejos Mexicali” en el diario La Crónica de Baja California durante tres años, de 1997 a 2000. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, en 1995, con el libro Poemas del Claustro y el Premio Estatal de Literatura 1998 con En las Lumbrerías de la California. Representó a México en el Encuentro Internacional de Vallejistas realizado en Perú en 2001 con el ensayo “La poesía mística de César Vallejo”, y en el Festival Internacional de Arte Surrealista “Las llaves del deseo”, realizado en marzo de 2016 en la ciudad de Cartago, Costa Rica, con el libro Los delirios de la lengua, publicado por Fundación Camaleonart y Andrómeda ediciones de Costa Rica en 2016. Ha publicado (además de los mencionados anteriormente) en cuentos: Historias del lado izquierdo; en poesía, Selvarena y La llama del misterio, este última publicado por la U.N.A.M., en la colección “El ala del tigre”; en crónica, Recuerdos: crónica del viejo Mexicali; Recuerdos de papel y Dejamos Huella; en ensayo, La poesía mística de César Vallejo, publicado en España por la editorial Amargord dentro de la colección “1001 libros para cruz la noche”. Actualmente es Presidente de la Oficina de Correspondencia del Seminario de Cultura Mexicana en Mexicali, Baja California y miembro del Grupo Comunicadoras de Mexicali, A.C. desde 2010 a la fecha y miembro fundador de Semillas, A.C, asociación civil sin fines de lucro dedicada a la formación y emprendimiento social de grupos vulnerables.
ANA TISCORNIA (Uruguay, 1951). Artista plástica, su obra incluye instalación, collage, ensamblaje, pintura y fotografía. Residente en Estados Unidos desde 1991, donde se desempeña como profesora emérita de la Universidad Estatal de Nueva York. Es autora del libro Vicisitudes del Imaginario Visual: Entre la utopía y la identidad fragmentada sobre el arte uruguayo de 1959 a 1995. Entre sus muestras más recientes, encontramos: “A la Vuelta de la esquina”, Espacio Mínimo, Madrid, Spain, 2022, “Una vez más”, Galería Nora Fisch, Buenos Aires, Argentina, 2023, y “A dos voces: Ana Tiscornia y Liliana Porter”, Galeria del Paseo, Lima, Perú, 2023. Ana Tiscornia es la artista invitada en esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 239 | setembro de 2023
Artista convidada: Ana Tiscornia (Uruguay, 1951)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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