quarta-feira, 20 de setembro de 2023

BERTA LUCÍA ESTRADA | Raúl Gómez Jattin, el poeta torero



Los Poetas Malditos han existido en todas las épocas y en todas las sociedades; pienso en Malcolm Lowry, en Rimbaud, en Baudelaire y en tantos otros poetas como es el caso del colombiano Raúl Gómez Jattin; el poeta que vivió en los límites, en un eterno vértigo; su vida fue una montaña rusa de la que no pudo o no quiso escapar. Decidió ser el último tripulante de ese barco ebrio que un siglo antes abandonase Rimbaud y viajó a la última estación del infierno –la droga se transformó en óbolos y allí se quedó…; a veces mudo, y otras aullando de dolor, de hambre y de soledad. Fue un excluido entre los excluidos; fue un paria en una sociedad pacata y supuestamente muy católica; tan católica que deja a sus más insignes hijos morirse en las cloacas donde va a parar toda su podredumbre; no la podredumbre del poeta sino de esa sociedad que se considera libre de toda culpa; así por las noches salga a las calles en busca de prostitutas o de menores de edad para solazarse en todos los vicios que trata de ocultar apenas sale el sol. Gómez Jattin, en cambio, vivió su vida licenciosa, al menos así la consideran muchos de sus contemporáneos, a la luz de ese sol fulgurante del trópico colombiano.


Cuando llegas a mi cielo estoy desnudo

y te gustan las columnas de mis piernas

para reposar en ellas. Y te asombra

mi centro con su ímpetu y su flor erecta

y mi caverna de Platón carnal y gnóstica

por donde te escapas hacia la otra vida. (El disparo final en la vía láctea)


En una entrevista que le hiciera el poeta Harold Alvarado Tenorio en 1988, para la revista Arquitrave, Raúl Gomez Jattin le dice lo siguiente:


Me encerré en una pequeña finca que tenía mi padre en los umbrales del pueblo, con una biblioteca donde ante todo estaba la poesía, casi toda la poesía universal y perdí la relación coherente que había tenido con la vida y el arte. Mi imaginación poética empezó a nacer, dolorosamente. Lloré casi dos años mi infortunio mientras cultivaba mangos, calabazas y berenjenas. Me cuidaban mis sobrinos. Enloquecí totalmente, encerrado en la pequeña heredad. Mi padre comprendió. Mi madre sufrió. Mi hermano no entendió, él y su esposa me despojaron de los bienes que me dejó mi padre, incluso del seguro de pensionado de que yo disfrutaba a causa de mi enfermedad y de algunos solares en mi pueblo.

Los alucinógenos dieron alas y aire a mi imaginación de artista pero saturaron, de una manera mortalmente negativa, mis emociones. La muerte de mi padre fue seguida de un delirio mortal que me llevó a estar encerrado en un hospital mental durante cincuenta y seis días sin probar alimentos, sin acostarme, sin siquiera tomar agua. Pero ahí nació mi coherencia poética. Al salir escribí en unas semanas un pequeño libro que nunca publiqué. Humor negro liberándome de la tragedia de la locura.

Siguieron nueve años, que han oscilado entre la mendicidad en las calles, el domicilio de aceras y parques y estancias más o menos prolongados durante once ocasiones en diferentes clínicas psiquiátricas, pero no he dejado de escribir. La publicación, en mil novecientos ochenta, de un pequeño libro, promovida y realizada por mi amigo Juan Manuel Ponce, le dio un piso algo sólido a mi existencia. He trabajado en las clínicas siempre, he escrito por lo menos una tercera parte en las clínicas, si se me pidiera repetir la experiencia me negaría horrorizado, pero si me dijeran que renunciara a ella lo negaría rotundamente. La alquimia entre el dolor de la locura, mi frustración personal, el duro trabajo de leerme tantos libros, ver tantas películas y de escuchar al amado y difícil Joan Manuel Serrat que me enseñó a entender a Machado, y el duro esfuerzo de escribir diariamente quince o veinte páginas, dieron como resultado una cogida a mi obra poética, sobre todo de parte de los poetas Jaime Jaramillo Agudelo, y el difusor de la cultura y escritor Milciades Arévalo.



Raúl Gómez Jattin se transformó en un poeta de culto; hasta el punto que hoy en día los poetas jóvenes colombianos se refieren a él como una de las influencias más importantes en su proceso creador. Raúl Gómez Jattin sigue vivo y lo seguirá estando en la memoria de los miles de lectores que lo leen con reverencia; así la sombra siniestra del hermano haya querido sepultarlo en el último círculo dantesco, en el más inaccesible; y si bien lo despojó de sus bienes materiales y de la seguridad económica con la que su padre previó arroparlo lo que significa que en cierta forma también lo despojó de la memoria del padre, no pudo despojarlo de su papel en la historia de la literatura. A veces el descenso al averno abre las puertas de la eternidad. Ese fue el caso de Raúl Gómez Jattin; el poeta maldito de Cereté.

El poeta Rómulo Bustos lo recuerda así:


Yo tuve la suerte –dice Rómulo– de apreciar al doctor Jekyll de Raúl y no a su mister Hyde. El Raúl que yo conocí tenía un sentido muy sabio de la vida. Un sentido de la pobreza, de saber que llevaba un tesoro de poesía dentro de él y una relación como despojamiento de las cosas. Siempre vi en él una actitud estoica. Jamás supe de sus alucinaciones. Encuentro en su poesía un misticismo de fondo y una relación intensa con el cosmos y la naturaleza. Para mí fue mesurado, medido y con un extraordinario y profundo ego, como una coraza. Ese ego, en mi opinión, le alimentaba la certeza de ser superior, un ser de extremos, un gran poeta.


Y el poeta Jaime Jaramillo lo describe de la siguiente forma:


…tú eres territorio libre del poema. Todos los demás estamos maniatados por la crítica, los reglamentos del verso, los corsés de la gramática, las normas de la sociedad, los preceptos religiosos, las jaulas políticas, los considerandos utilitaristas, las órdenes de los diáconos, la urbanidad, los regaños de la familia, las conveniencias del matrimonio, los impedimentos del trabajo, los rezagos burgueses. Pero tú eres el viento, eres un potrillo, eres el río que arrasa, no limitas con nada, no tienes cuñados en el cielo, no tienes participación en la bolsa de valores, eres un bruto, eres Atila, eres el mismísimo Adán, Dios en persona completamente loco deshojando los bosques y tirando las hojas al aire, eres el ciclón, la barriga pelada, el escándalo furioso, todo lo que yo no soy ni hay aquí poeta que lo sea, eres el fauno, el unicornio, el centauro, el volcán, eres el putas!


Raúl Gómez Jattin antes de ser poeta fue actor y director de teatro; incluso estuvo dos veces en el Festival Internacional de Teatro de Manizales; la primera vez con una obra que fue el hazmerreír del público y la segunda con la adaptación de Los acarnienses, de Aristófanes; y esta vez fue aclamado por el público y la obra se presentó luego en las salas alternas del Festival.


Con Los Acarnienses, dos años después, fue la vencida: esta vez la crítica al poder se logró con esa espléndida puesta en escena de la obra de Aristófanes adaptada y dirigida por Raúl, con episodios sacados de las escenas de las bacantes de El origen de la tragedia, en el espíritu de la música, de Nietzsche, que leímos juntos durante varias noches. En la obra, el tiempo siniestro del poder y de sus escenas en penumbras es subvertido por la irrupción de la recitación de Amén, el poema de Álvaro Mutis, que parten el tiempo y desgarran el espacio escénico, y destapan una luz plena sobre la fiesta de innumerables faunos y danzantes con sus falos erectos al aire correteando al tenor de la flauta de Silvia Mejía, quien con cabeza de ciervo y torso descubierto despejó el camino del desquite de los trabajadores cansados de la guerra, y dejó en el aire el sentido de la sentencia del poeta: Que te acoja la muerte con todos tus sueños intactos./ Al retorno de una furiosa adolescencia,/ al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,/ la muerte te distinguirá con su primer aviso,/ te iniciará en su constante brisa de otro mundo./ La muerte se confundirá con tus sueños,/ y en ellos reconocerá los signos que antaño fue dejando,/ como el cazador que a su regreso,/ reconoce sus marcas en la brecha. (Hernán Darío Correa, Recordando a Raúl Gómez Jattin)



El éxito de la obra desató la ira de la élite manizaleña; y el diario La Patria -un diario conservador como pocos- y el arzobispo de la época, maldijeron al grupo de teatro y por ende a su director Raúl Gómez Jattin; el que sería posteriormente uno de los mejores poetas de Colombia. Años después, la Iglesia seguía persiguiendo al Festival y condenando a sus actores. Raúl Gómez Jattin pasó sus últimos años en la indigencia más absoluta; entraba y salía de las clínicas psiquiátricas, como quien entra y sale del mar. Entre tanto había acabado con la casona familiar; su presencia en ella fue el equivalente a uno de los huracanes que azotan cada año al mar Caribe. Tal vez el dejarla en ruinas fue su forma de acabar consigo mismo; una especie de harakiri con el que buscaba una posible redención; no en el sentido judeocristiano sino metafísico.


Vida triste la de Raúl Gómez Jattin, entre la cúspide de la euforia y los bajos fondos de la melancolía, sin capacidad para conocer y, de conocerlos, respetar los límites de los demás. Sus deseos, por supuesto, carecían de límites. En esta situación resulta poco menos que ilusorio el imaginar que gracias a la locura accedió a la libertad poética. Más bien digamos que la más honda poesía de Gómez Jattin fue escrita a pesar de la locura y a pesar del conflicto que surge de no vivir en un mundo en el que la identidad sexual sea un mero detalle. Entre otros de la persona que anhela realizarse a plenitud. (Arde Raúl. La terrible y asombrosa historia del poeta Raúl Gómez Jattin, edición trilingüe: español, inglés, francés. Humberto Fiorillo, Editorial Heriberto Fiorillo, Bogotá. 2003.)


Raúl Gómez Jattin murió atropellado por un bus de transporte público, aunque mucho se ha dicho que no fue un accidente sino un suicidio; no en vano muchas veces había toreado los carros en las avenidas cartageneras. Algún día tenía que llegar la última corrida. Según testigos ese día había salido temprano, estaba limpio y bien vestido. Una forma de recibir la muerte –la eterna amada– con la que se sueña desde hace mucho tiempo.

El poeta Jotaele Andrade le escribió este poema:



A RAÚL GÓMEZ JATTIN

(De, Canto popular de los pájaros IV)

 

En el Valle de Sinú crecen los locos boca abajo.

Son el árbol que canta y levanta al pájaro del planeta.

Cada poeta pone una oreja en la tierra y escucha y traduce.

A veces loco y poeta son lo mismo.

Ese crea otra tierra debajo de ésta,

otro mundo dentro de éste,

dice: este huevo está embarazado de universo. Yo lo enclueco y enclueco el infinito,

las acequias con olor a ron, el bigote tanático del führer, los obituarios de las mariposas

clavadas

en el sexo

Luego se echa en la reposera y fuma como un dios en su hora de descanso.

Todos los poetas son locos en el Valle de Sinú.

Todos los poetas son Jattín.

marihuano, carnavalero, corazón con frío,

mi hermano

de la dulce boca herida.


Y en uno de sus comentarios en Facebook escribió lo siguiente:


Jattin fue un golpe en el esternón, dado con una perfumada flor de hierro. Un viaje de hongos sin saber que uno comió esos hongos. Un descarrilarse en el acantilado. 

 


BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.

 

 


ANA TISCORNIA (Uruguay, 1951). Artista plástica, su obra incluye instalación, collage, ensamblaje, pintura y fotografía. Residente en Estados Unidos desde 1991, donde se desempeña como profesora emérita de la Universidad Estatal de Nueva York. Es autora del libro Vicisitudes del Imaginario Visual: Entre la utopía y la identidad fragmentada sobre el arte uruguayo de 1959 a 1995. Entre sus muestras más recientes, encontramos: “A la Vuelta de la esquina”, Espacio Mínimo, Madrid, Spain, 2022, “Una vez más”, Galería Nora Fisch, Buenos Aires, Argentina, 2023, y “A dos voces: Ana Tiscornia y Liliana Porter”, Galeria del Paseo, Lima, Perú, 2023. Ana Tiscornia es la artista invitada en esta edición de Agulha Revista de Cultura.




Agulha Revista de Cultura

Número 239 | setembro de 2023

Artista convidada: Ana Tiscornia (Uruguay, 1951)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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