quarta-feira, 20 de setembro de 2023

BELÉN OJEDA | Un trébol para Elizabeth Schön

 


I. Elizabeth: una línea de enlace entre el alma y la inmensidad

En el libro Aun el que no llega Elizabeth Schön nos propone la creación del mundo a partir de una imagen geométrico-auditiva, la cual se va abriendo en textos-puntos que forman parte de una sola línea: “Un solo punto un solo abismo / El abismo silencio / punto de ser. / La línea es el punto / y el punto el vacío / del primer salto original”.

El punto es el lugar de la primera caída. Punto y silencio forman la unidad a partir de la cual surge el mundo. En el punto está la génesis del tiempo y del espacio: “A través del punto/ la simple advertencia/ del primer instante puro/ del tiempo en su oscuridad”. Pero también en el punto se encuentra el origen del volumen y el sonido: “Puntos en la medida:/ hábito del volumen/ voz de los espacios”.

El poemario está construido sobre una simbología geométrica que despliega sus líneas hacia horizontes muy diversos. Así, el punto tiene una infinita capacidad creadora. Él se mueve en sí mismo y origina todo movimiento. El “guía al hombre” en la búsqueda de lo desconocido. “No toca ningún otro espacio/ que no sea el suyo propio/ de azabache solitario/ nunca alejado de sí mismo/ siempre comenzando igual al día/ a la noche”.

El punto se convierte en círculo cuando “retiene el vacío/ donde una vez hubo sol”. Siendo el vacío una presencia nostálgica que conserva memoria de luz y calor.

El punto es línea en potencia, punto-semilla, “otra línea más para brotar”.

La línea, por su parte, es creadora de ríos, horizontes, vientos. Pero también carga memoriosa que “sostiene los centros imborrables”. La línea posee la capacidad de transformarse en punto y en círculo. “Sola la piel de las piedras/ donde la línea se curvó/ hasta redondearse/ en piedra de punto/ punto de piedra.”

Esta gestación de las formas se da en un espacio de transparencia donde los opuestos se disuelven en el círculo que da origen al día y a la noche en su continua unidad.

Contrarios y límites son categorías imaginarias que nos alivian el asombro ante los precipicios originados por los cambios de movimiento y de dimensión que se dan en la unidad durante el transcurso de su devenir. Contrarios y límites son puntos de referencia que nos permiten ubicarnos ante el mundo: “El espacio de los puntos/ y de las líneas/ es igual al de la piel/ ambos tejen las distancias/ para que los límites/ no nos asombren como precipicios/ lejanos unos de los otros.”

Hasta lo impalpable, hasta lo invisible está formado por puntos: “El punto, ese, éste/ en la fragilidad del tallo/ y lo transparente de los aires/ en lo impalpable del espacio/ y el bostezo del letargo”.

Punto, línea y círculo dibujan una enorme gama de emociones y sentimientos que van desde el desconocimiento de la angustia hasta la estrecha vinculación con lo amoroso. Punto, línea y círculo son también piedra, labio, horizonte, rostro, ave que “deja caer su canto en el arenal de las espumas”, como lo ilustra hermosamente Oscar Sjöstrand.

Sólo la soledad es indivisible en este universo de constante transformación, aun en su afirmación espacial: “El relámpago no corta la soledad”.

Pero cabe la posibilidad de que esa soledad pueda ser vivida al amparo del árbol que es “comienzo, ascenso, camino, dolor”, guía y memoria.

Finalmente, en la línea reside el poder del vínculo. La línea es el puente que nos conduce a realidades de distintas dimensiones: “Un niño no desiste en halar/ la tierra intraducible de los ausentes”.

El amor es línea que vincula el alma a la tierra: “El alma descubre lo inevitable de la tierra y ama / La mano es principio de enlace/ entre el alma y la inapresable vastedad. / Así crecemos, así recogemos, / así seguimos hasta que el fin/ se nos hace punto abierto/ del otro extremo, traspasable/ continuo”.

De esta manera, se establece una línea de enlace entre el alma y la inmensidad donde el fin es un punto que se transforma en círculo para darnos paso hacia la eternidad.

 

II. Luz invisible a los ojos

Iniciamos el camino hacia la cumbre y vamos abandonando la piel. Al despojarnos de ella, una luz nos penetra íntegros. En el trayecto hemos dejado el ropaje, la cruz, el labio. También la palabra abandona su forma sonora para fundirse con la luz del espacio circular. Camino encumbrado que obliga al despojamiento y conduce a un pequeño territorio en el que sólo podemos permanecer transformados en halo. Desde allí contemplamos lo transitado, camino de polaridades, donde “el desprendimiento de lo amoroso/erige la pared que cubrirá la sombra”.


Elegimos lo amoroso para ascender. Por su presencia erguida podemos “reconocer en el fragmento/ el nacimiento de otra voz/ de otra tez/ aún de otra redonda/ inesperada cercanía”.

El pasado deja sus marcas imborrables y guarda silencio. “Calla la huella”. El movimiento le confiere sonoridad a los recuerdos. “El paso abre/ entona las rocas hundidas en la memoria”. Movimiento y acto creativo nos impulsan hacia la luz. El camino continúa.

Recorremos la sombra que proyecta la copa del árbol. Así nos vinculamos a lo elevado. Padecemos la altura, la elevación. “De las aguas al cielo/ por el paso de la noche hasta llegar/ Ningún lote/ Ninguna barca/ Sólo el relámpago de la cumbre/ a la hora en que muere la piel/ y la visión abandona”.

La travesía se hace en soledad, hasta vislumbrar la chispa que hemos presentido desde el inicio, muriendo en cada paso de vida para eternizarnos cuando abandonamos la corteza y estamos sólo con el relámpago.

Por un camino oscuro nos acercamos al árbol cuya luz es invisible a los ojos. Él está allí, abierto, mas sólo la pupila que teje constante puede aproximársele al centro y develar el misterio de su negrura.

Durante el camino, el árbol nos da la luz que nos penetra lentamente y que alcanzamos con plenitud cuando tocamos el fin que es siempre comienzo. Vida y muerte son puntos de una línea circular, donde la luz del sol gira, iluminando nuestro ser orgánico, mientras la lámpara alumbra nuestro ser intangible. Una claridad se transforma en otra y así se vuelve visible lo que antes no lo era. La luz interior nos abarca plenamente hasta convertirnos en lámpara. La cumbre le otorga esta dimensión a esa llama que siempre habita en nosotros.

Hacemos la oscuridad para que la luz no hiera la mirada.

Cruz y círculo para que el alma atraviese el camino de la vida y trascienda.

“La sombra del árbol no le impide a la vida/ pertenecer a la tierra/…El cuerpo la acoge/ El alma la traspasa/ para entablar lo nuestro/ mismo parejo de la lámpara toda”.

Prolongación del camino entre el círculo y la cruz. La oscuridad del árbol es abierta, traspasable, pero sólo con la sombra de medida adecuada.

La sombra en su paso temporal avanza silenciosamente, “diluye la piel”, hiere, arrebata. El alma no puede oponerse a su marcha frontal. Guiada por la copa, la sombra prosigue. “Preciso su rumbo de oscuridad/ Exacta en su grandeza de nunca fallar”.

El tránsito es infinitamente suave. Con textura de “seda para el abordaje de la lámpara” esperamos a “la que sin poseer distancias llega”.

Las figuras se transforman durante el camino “hasta asumir el ave/ la claridad inseparable de la cumbre”. “Esplendor que no desaparece/ ni en el fulgor/ de lo que escapándose quisiéramos retener”.

Para la lámpara no hay límites, ni espacio. No hay medida. “Se nos vuelca hacia adentro”. “Ni aun la tierra puede opacarla”.

Piel y árbol viviendo para alojar la lámpara, piel y árbol muriendo para que ella continúe su tránsito infinito.

 

III. El círculo, símbolo de lo sagrado, vínculo con lo esencial

El lenguaje de cada creador es un cuerpo vivo que cambia con el tiempo, mas, se mantiene erguido sobre sus rasgos esenciales, esos que podemos hilvanar desde la primera hasta la última obra de un artista. “Pasamos de una piel a otra/ sin repetir la figura que fuimos”, nos dice la autora en su libro Campo de resurrección (1994).

Las formas circulares giran en toda la obra de Elizabeth Schön. De ellas emana intensamente lo sagrado.

Así, encontramos el punto primordial, génesis del tiempo y del espacio; la rueda, creadora de ciclos temporales y, por lo tanto, de la renovación continua; la espiral, prolongación del movimiento circular hasta lo infinito y los círculos concéntricos, grados del ser, jerarquías creadas que constituyen la manifestación de la unidad dentro de lo diverso.


A través de la obra de esta autora recorremos en espiral un camino donde cada libro pareciera revelarnos un misterio distinto y así despojarnos del miedo a lo desconocido, abriéndonos la línea del horizonte en su infinitud.

Nos calentamos a la luz de la llama de Encendido esparcimiento (1981), cultivamos el grano Del antiguo labrador (1983). El agua se ciñe al paisaje sin cambiar lo que le es propio. El canto nos revela la materia de lo etéreo. Nos reconocemos en lo externo al mirarnos en las aguas profundas de nuestro interior. En el grano se gesta lo que pertenece a la tierra y al amor. Estamos ante los cinco elementos fundamentales, naturalezas opuestas que conviven en su infinita unidad. Cinco puntos de la cruz, alrededor de la cual gira el círculo. Alma e intemperie unidas por los elementos que las conforman.

“Piérdase el pulso, / olvídase el ritmo, / en la piel sólo agotamiento/ y sobre ella el aire,/ el sol,/ el agua,/ el hombre,/ la tierra,/ e insistiendo como si dentro hubiese/ el reposo requerido para soportarlos.”

Dentro-fuera-dentro forman la línea circular que nos devuelve el vínculo con lo esencial a lo largo de la obra de Elizabeth Schön.

El libro En el allá disparado desde ningún comienzo (1962) nos sitúa ante una aguda lucha entre “un letargo voluntario” donde “los ímpetus se niegan hacia adentro” y un “requerido volcamiento”, un “asalto silencioso y hacia afuera”.

Esta ruptura es una desesperada búsqueda de equilibrio. El alma reclama los espacios exteriores, mientras las figuras que habitan esos espacios insisten en penetrar el territorio de lo íntimo. La lucha cesa cuando se halla el unísono que nos permite vibrar libremente en ambas direcciones por las desembocaduras que han quedado abiertas para que fluya nuestra esencia vinculada a lo externo. Abierto ese espacio, permitimos que el sol entre y la claridad nos invada. Así lo expresará la autora más tarde en su libro Es oír la vertiente (1973).

Pero el círculo dentro-fuera-dentro aloja el círculo vida-muerte-vida. En el libro Campo de resurrección encontramos la presencia de ambos:

 

Nada detiene el cambio.

Lo descubrimos

al escuchar el grito del niño

que anuncia la entrada

al círculo del mundo

al de la palabra

como el mejor campo de resurrección.

 

Entramos al círculo de la vida y la palabra. Giramos en él hasta llegar a la muerte y el silencio, como nos lo revelará el libro Árbol del oscuro acercamiento (1994). De esta manera, los libros Campo de resurrección y Árbol del oscuro acercamiento conforman entre sí el círculo vida-muerte-vida, el cual se encuentra a su vez dentro de uno más amplio: dentro-fuera-dentro, constituyendo así un sistema de círculos concéntricos.

Con Árbol del oscuro acercamiento iniciamos el camino hacia la cumbre y vamos abandonando la piel. También la palabra abandona su forma sonora para fundirse con la luz del espacio circular. La travesía se hace en soledad. Durante el camino, el árbol nos da la luz que nos penetra lentamente y que alcanzamos con plenitud cuando tocamos el fin que es siempre comienzo. Vida y muerte son puntos de una línea circular.

Por un camino que pareciera describir una línea espiral, hemos llegado a otra dimensión de un mismo problema: si en el libro Es oír la vertiente la poeta clama para que permitamos la penetración de la luz solar en nosotros, en el libro Árbol del oscuro acercamiento la petición es para que nos invada una luz invisible a nuestros ojos. Hemos pasado de lo visible a lo invisible, puntos que también se tocan en un círculo.


El punto, ese pequeño círculo, será en el libro Aun el que no llega (1993) el lugar de la primera caída. En él está la génesis del tiempo y del espacio.

Este poemario está construido sobre una simbología geométrica, donde el punto tiene una infinita capacidad creadora, línea en potencia que se transforma en círculo.

Si en el libro En el allá disparado desde ningún comienzo hay predominio del blanco, Es oír la vertiente nombra lo que sugiere el verdor del árbol y del musgo, el azul de los cielos, el marrón de la tierra y la corteza, Aun el que no llega nos devela la transparencia, preparando así lo invisible que se hace presente en los libros Árbol del oscuro acercamiento y La flor, el barco, el alma (1995). En el primero de los libros nombrados la luz de la lámpara nos ilumina plenamente, mas, es invisible a nuestros ojos. En el segundo libro logramos transitar el centro cuando miramos más allá de lo visible y escuchamos más allá de lo audible.

El círculo que describen lo existente-visible y lo existente-invisible podemos apreciarlo en el siguiente fragmento:


 

De lo invisible emanan los hilos

que denuncian la voz

y lo existente es una piel

nacida de lo inexistente

para la palabra y el vínculo.

 

A lo largo de la obra de Elizabeth Schön giramos en los círculos concéntricos del adentro y el afuera, de la vida y la muerte, del día y la noche, de lo visible y lo invisible, en un movimiento que trae consigo la constante transformación.

 

 


BELÉN OJEDA (Venezuela, 1961). Música, docente y traductora. Vivió en la Unión Soviética desde 1979 hasta 1987. Realizó estudios de Dirección Coral en el Conservatorio “P.I. Chaikovsky” de Moscú bajo la tutela de Ludmila Ermakova. Egresó de esta institución con Maestría en Artes, mención honorífica Summa cum Laude. Es autora de los libros de poesía Días de solsticio, En el ojo de la cabra, Territorios y Graffiti y otros textos, premio de la Bienal Literaria “Francisco Lazo Martí”. En 2020 la Editorial LP5 publicó Obra Poética Completa. 1995-2020. Como traductora del ruso ha publicado varias antologías con textos de Anna Ajmátova, Ósip Mandelshtam, Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak, Serguéi Esenin y Vladímir Maiakovski, entre ellas la reciente reedición de Somos cuatro con LP5. Es docente de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE). Se ha desempeñado como directora de diversas agrupaciones corales.

 

 


ANA TISCORNIA (Uruguay, 1951). Artista plástica, su obra incluye instalación, collage, ensamblaje, pintura y fotografía. Residente en Estados Unidos desde 1991, donde se desempeña como profesora emérita de la Universidad Estatal de Nueva York. Es autora del libro Vicisitudes del Imaginario Visual: Entre la utopía y la identidad fragmentada sobre el arte uruguayo de 1959 a 1995. Entre sus muestras más recientes, encontramos: “A la Vuelta de la esquina”, Espacio Mínimo, Madrid, Spain, 2022, “Una vez más”, Galería Nora Fisch, Buenos Aires, Argentina, 2023, y “A dos voces: Ana Tiscornia y Liliana Porter”, Galeria del Paseo, Lima, Perú, 2023. Ana Tiscornia es la artista invitada en esta edición de Agulha Revista de Cultura.




Agulha Revista de Cultura

Número 239 | setembro de 2023

Artista convidada: Ana Tiscornia (Uruguay, 1951)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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