1. Introducción
En 2017, Claribel Alegría fue merecedora
del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Este galardón reconocía setenta
años de escritura de una autora prolífica, que se adentró en el ensayo, el testimonio,
el cuento y la traducción, pero que se consideraba, ante todo, poeta (Berasátegui
2017). Se vanagloriaba de que tenía patria y matria, y de que era nicaragüense y
salvadoreña, doble nacionalidad que adoptó por los vínculos con el lugar de origen
de su madre. Entre los lugares en los que vivió y los vínculos personales que desarrolló
debemos destacar Deiá, en Mallorca, donde fue vecina y amiga de Robert Graves y,
en su juventud, Washington, donde conoció a su marido, Darwin J. Flakoll (Ambroggio
2012). Cuando “Bud”, como ella siempre lo llamó, murió en 1995, la soledad sumió
a esta autora en una profunda depresión, de la que empezó a salir volviendo a la
escritura (McGowan 2004). La ausencia interminable e irrevocable de su compañero
se fue transformando, contra sus propios pronósticos, en poesía, en la que siguió
reflexionando sobre los temas de la muerte y el amor, que ya habían sido claves
en su poesía anterior (Canfield 2019).
Los conocimientos literarios
y culturales, las conversaciones con Robert Graves y la constante búsqueda de la
exactitud en la expresión llevaron a esta autora, en sus últimos años, a reiterar
en su obra la exploración de diversos mitos. La máscara del mito le permite esconderse
e identificarse, explorar estados de ánimo y dolores del alma ajenos hasta convertirlos
en propios y reconocerse en ellos. Normalmente emplea el monólogo dramático lírico,
esto es, el poema que se construye en una primera persona ficticia, a semejanza
de los monólogos donde los héroes y las heroínas de la tragedia dirimían sus acciones
posteriores. Este medio permite un nuevo punto de vista, un alejamiento cultural
que proporciona un acercamiento posterior a través de la empatía que el lector siente
hacia las razones del protagonista. Los personajes bajan del pedestal del mito para
humanizarse. Como bien ha enunciado Dorde Cuvardic García: “Una de las ventajas
del monólogo dramático […] es que permite ampliar el espectro moral de voces que
tradicionalmente se han empleado en la poesía, más allá del lirismo sentimental”
(Cuvardic García 2016). Gracias a esto, el yo lírico se permite emplear una máscara
que reescribe tradiciones ya conocidas.
Examinamos qué visión nos ha
transmitido Claribel Alegría sobre algunas mujeres de la mitología grecolatina y
sus altibajos amorosos. Los textos poéticos analizados demostrarán el interés de
este tema, ya que se alejan significativamente de los paradigmas femeninos negativos
difundidos por una sólida tradición literaria, lo cual permite su relectura. Aún
existe un vacío en el análisis de la obra de Claribel Alegría, en general (Guerrero Guerrero 2017), y de su reescritura
de la mitología grecolatina, en particular (ejemplos de este ámbito son Chem Sham
2017 y Fernández Zambudio 2021), aunque algunos autores se han acercado a aspectos
parciales relacionados con nuestro objetivo, como Andrea Parada, que ha analizado
algunos mitos a la luz de las teorías feministas sobre el silencio impuesto (Parada
2018), y Auxiliadora Balladares, que ha tratado la génesis de algunos poemas de
tema mítico (Balladares 2014). La presente contribución completa estos trabajos,
mientras proporciona una mirada significativa sobre la búsqueda de la identidad
femenina a través de la creación de nuevos paradigmas, que disocian a la mujer de
la brujería y la locura y, por tanto, nos permite acercarnos a reescrituras significativas
contemporáneas de los mitos de Circe, Fedra y Medea, que forman parte de la recepción
de las historias de estos personajes en la literatura y la tradición cultural actual.
2. Reescribiendo
a la mujer enamorada
La tradición ha transmitido reiteradas
percepciones negativas sobre la mujer enamorada. Así, es peligrosa por ser fría,
calculadora e inmoral (Cruzado Rodríguez 2004), o es despreciable por ser una loca
irracional que no atiende al decoro, en relación con la histeria femenina (Duce
Pastor 2017). Desde la Antigüedad, se ha considerado a las mujeres hechiceras y
brujas, a partir de una concepción religiosa (Carranco 2020) que las define por
su propensión al pecado (Ortiz 2019). Alegría busca nuevas miradas sobre diversos
mitos que representan esa negatividad para otorgarle voz a sus protagonistas. El
mito es, como hemos señalado, un elemento clave para entender su escritura. Podemos
tomar como ejemplo el poemario en el que encontramos un catálogo más extenso de
mitos, Mitos y delitos (2008), donde encontramos
a Pandora, (Alegría 2008), Hécate, (Alegría 2008), o Clitemnestra, (Alegría 2008),
junto a una Penélope que en “Carta a un desterrado” le suplica a Ulises que no vuelva
(Alegría 2008). Algunos de estos poemas habían sido publicados en libros anteriores,
pero aquí tienen su versión definitiva (Balladares 2014) y van creando una serie
de imágenes en las que las máscaras míticas permiten una multiplicidad de visiones
(Chem Sham 2017). La identificación personal y la cotidianeidad que se busca con
el tratamiento de estos mitos se confirma en “Despertar”, donde el espejo constata
que no es Afrodita, sino Medusa (Alegría 2008). Lo monstruoso es asimilado con una
naturalidad alejada de todo artificio, y la aparente sencillez conversacional convierte
a los personajes mitológicos en mujeres, de manera que lo particular se transforma,
como comprobaremos en las próximas páginas, en paradigma de lo universal. Pero,
sobre todo, las mujeres pueden alzar la voz y clamar sus razones, sus verdades.
Aunque en Claribel Alegría aparecen
algunos personajes mitológicos masculinos, como “Faetón” (Alegría 2008), “Eros”
(Alegría 2008) o “Prometeo encadenado” (Alegría 2008), nos centraremos en nuestro
estudio en los personajes femeninos porque son mayoría, demostrando la autora una
clara predilección hacia estos y porque la relación entre la mujer y el amor, que
es la protagonista de los mitos que hemos escogido, bien por ser estos personajes
incapaces de amar, bien por ser demasiado pasionales en su amor. Las tres heroínas
elegidas, además, están vinculadas genealógicamente: Circe es tía de Fedra y Medea.
Recordemos que también son familia de Pasífae, mujer que demostró su apasionado
enamoramiento buscando un ingenio para poder unirse a un toro (Grimal 1981). Estas
tres mujeres míticas nos permitirán estudiar los estereotipos de la bruja y la loca
o, mejor, alejarnos de ellos a través de los versos de Alegría, que renuevan las
concepciones tradicionales asociadas a los mitos de estas tres enamoradas.
2.1. La bruja: Circe
En la Odisea, Circe es uno de los amores pasajeros de Ulises y, por tanto,
pone en peligro o, al menos, retrasa su vuelta a la patria. Representa a la mujer
que desestructura la familia, convirtiéndose en antagonista de Penélope. Si Penélope
es caracterizada por su paciente espera y por engañar a sus pretendientes —no dejando
nunca de desear el reencuentro con su marido—, Circe es una de las mujeres que pueden
impedir que logre volver a reunirse con él. Esta era, al menos, la tradición del
poema homérico (Grimal 1981), pues para Alegría, Penélope ya no necesita al héroe,
de modo que le escribe una carta para suplicarle que no vuelva (Balladares 2014),
e incluso le anima con gran ironía a quedarse con Calipso o Circe (Alegría 2008).
Así, no solo las mujeres toman protagonismo frente a Ulises, sino que también la
esposa reescribe su amor hacia él. Penélope ha dejado de estar celosa, de modo que
Circe deja de ser una enemiga. Esta visión pertenece a una tradición de reescrituras
sobre la fidelidad de Penélope (López López 1998), que abarcan desde la castidad
del personaje homérico hasta las lecturas más feministas, en las que la esposa debería
hacerse también a la mar o perder la esperanza del regreso y tomar las riendas (González
Delgado 2005).
Siguiendo con estas ideas, Circe
ya no necesita utilizar malas artes ni ser destructora de la familia del héroe.
La tradición literaria ya se había percatado de su papel como ayudante de Ulises,
de la veracidad de sus sentimientos amorosos y de su situación de abandono, y va
perfilando su punto de vista y sus razones (Galindo Esparza 2015; Gómez Jiménez
2019). Claribel Alegría nos presenta en el poema “Circe”, dos tiempos diferenciados:
el pasado y el presente (Alegría 1999). El pasado está vinculado a la tradición
literaria, y describe a una mujer entregada a amores pasajeros; el presente supone
un contraste, pues explica su decisión de entregarse a la soledad. La primera mitad
del poema nos cuenta su falta de compromiso. La isla donde vive era, en aquel entonces,
un lugar para el hedonismo absoluto, donde los amantes pasaban sin mayor interés
para ella, incluyendo a Ulises. Hombres transformados en bestias y luego devueltos
a su condición humana caprichosamente, que tejen guirnaldas en su honor, son la
imagen de una sexualidad sin pretensiones, sin el marco de la familia ni el deseo
de la estabilidad. Circe reconoce “me gusta lo fugaz […]/ el encuentro fortuito
/ sin adioses” (Alegría 1999). La falta de enamoramiento, que dista de la entrega
femenina, y la afirmación de que “jugaba con los hombres” (Alegría 1999) suponen
el reconocimiento desafiante de su marginalidad de las estructuras establecidas,
en las que la existencia de la mujer gira en torno al hombre, esto es, la heroína
lo es por su relación con un héroe.
Ha sido discutido si Circe, que
efectivamente tiene en un primer momento un comportamiento maligno metamorfoseando
en cerdos a los compañeros de Ulises, luego se redime por su admiración hacia el
héroe y se convierte en ayudante del mismo (Aguirre 1999). Existe, incluso, una
tradición que recoge la soledad de la hechicera y las consecuencias de su abandono
por parte del héroe (Hernández Muñoz 2000). De esta manera, no siempre Circe se
convierte en la destructora de la familia perfecta de Ulises, y no siempre ha sido
una malvada que retrasa su viaje, sino que también lo habría ayudado. Claribel Alegría
da un paso más: le otorga una voz que la desvincula del héroe de la guerra de Troya.
Y también recordemos que este poema se encuentra en la desgarradora elegía desplegada
en el poemario de Saudade (1999), escrito
tras el fallecimiento del marido de la autora (Huete 2015), y Alegría habría podido
incidir en la idea de una Circe abandonada que echara de menos a ese Ulises que
volvió con su esposa. Sin embargo, escoge presentarnos a una Circe que decide dejar
sus juegos amorosos en la segunda parte del poema, que dialoga con la introducción
del personaje que ha tenido lugar en la primera parte: “Me cansé de mi juego / era
pueril” (Alegría 1999). La conciencia de entretenimiento infantil obedece no a una
moralidad, sino al reconocimiento de la vacuidad de sus devaneos. En consecuencia,
con esa percepción de que esa vida es huera, se impone a sí misma la expulsión de
todos los que la sirven, “condenada a mí misma / y a la paz” (Alegría 1999). Soledad
y paz son buscadas, escogidas, pero eso no impide que en el poema se refleje un
desamparo que contrasta con la presentación que la relacionaba con el poder de sus
malas artes.
La superficialidad de sus relaciones
le impone la soledad, la dureza de su “mirada de gaviota / o de albatros” (Alegría
1999). Esto completa el paisaje de la isla: mar, rocas, viento, aves y una paz deseada,
pero no deseable. Ya nos había advertido de que ni siquiera amó a Ulises, de que
nada daba sentido a esa vida superficial de amores frívolos. El poema se cierra
con una duda, con una posibilidad no cumplida que completa la desolación: “Quizá
si hubiese amado / algún dardo heriría mi memoria” (Alegría 1999). La falta de dolor,
por tanto, es deplorada porque incide en que ni siquiera rememorar el amor le es
posible, pues nunca lo sintió. Muy lejos queda esa peligrosidad asociada a sus conocimientos
mágicos, el poder maléfico que domina los acontecimientos. La isla paradisíaca se
ha transformado en una “isla sepulcral” (Alegría 1999). Así, la soledad acentuada
por la falta de heridas amorosas se asocia a una muerte en vida, donde los fantasmas
de los recuerdos no pueden siquiera acompañarla, y se echa de menos tener cicatrices.
Bien lo expresa la misma autora en el poema que dedica a “Galatea ante el espejo”:
“no te amo, Pigmalión / no despertaste en mi/ la chispa del amor” (Alegría 2008),
o en el que dedica a “Palas Atenea”, donde la diosa señala que repite la letanía
de sus logros “para no hundirme en la tristeza / porque el amor / pasó de largo”
(Alegría 1999). Es terrible sufrir, pero más terrible es no amar.
Dos Circes ha querido traernos
Alegría en su poema. La primera es la que los demás cuentan, quizá la que la tradición
literaria desde Homero representa como capaz de embrujar a los hombres, aunque no
siempre sea maléfica. Pero, a continuación, en la segunda parte de “Circe” se nos
descubre en el relato en primera persona cuál es la verdadera Circe. Ella no es
la mujer enamorada, enamoradiza ni enamoradora, sino aquella que ha jugado, pero
se ha cansado, es decir, la que vive en el vacío y la soledad absolutas, porque
se ha hartado de la apariencia sofisticada que nada era. La esterilidad del amor
intrascendente la condena a una isla, que es tumba. Hay, por ello, dos Circes, la
bruja y la sola, y dos islas, la del paraíso y la del aislamiento. Atrás queda la
todopoderosa bruja homérica: su paraíso era pueril; su verdad es la soledad.
Desde el punto de vista de la
estructura de Saudade (1999), el poema
dedicado a Circe se encuentra justo después del que da título al libro, “Saudade”,
que resulta una inquisición sobre si será posible el reencuentro con el amado. Más
allá de la nostalgia, se deplora su ausencia (Alegría 1999), en consonancia con
un momento vital vivido por la autora, pues se ha quedado viuda. La máscara de Circe
permite profundizar en la soledad y en el dolor asociado al verdadero amor, que
la diosa no ha podido experimentar. En cuanto al alejamiento de la bruja, maga y
hechicera, Circe no demuestra tener más poder que el que le permitía transformar
a los hombres en bestias, pero incluso ese elemento sobrenatural formaba parte de
un erotismo lúdico intrascendente. El poema se convierte, así, en una contrapartida
de la elegía amorosa que se desarrolla en este poemario, representada por la idea
de “Saudade”, en una visión que la completa y enriquece. El alejamiento proporcionado
por los juegos de Circe termina en empatía con su autoimpuesto aislamiento. Y, lo
más importante, la magia no atenúa su soledad. La bruja que utiliza sus malas artes
para atraer a los hombres se ha desdibujado para universalizarse en la mujer que
se ha cansado de los amores esporádicos. Óscar Lapeña Marchena advierte, a propósito
de la película basada en un cuento de Cortázar sobre nuestra bruja, que tiene una
cara negativa y otra positiva, pero, en todo caso, “ambas hablan de una mujer que
con su aislamiento elegido parece rehuir de los estereotipos y los modelos propuestos
por la sociedad patriarcal” (Lapeña Marchena 2017: 93-106). Las heroínas que revisaremos
ahora, Fedra y Medea, sobrinas de Circe, tampoco encuentran su lugar en la sociedad,
ni en las estructuras familiares que ellas destruyen violentamente, quizá porque
forman parte también de los poderes patriarcales. No es tan importante dirimir si
Circe es una bruja malvada como establecer que en la reescritura de Claribel Alegría
representa la subversión del paradigma femenino asociado a la bruja.
2.2. La loca: Fedra
Fedra es sobrina de Circe e hija de Pasífae,
la que se enamoró de un toro y, tras unirse con él, engendró al Minotauro (Grimal
1981). Es también la mujer que se entrega a su pasión sin pensar en las consecuencias,
representante de los prejuicios relacionados con la idea de la histérica sin autocontrol
(Weschler 2001). Su enamoramiento de su hijastro tiene terribles consecuencias,
pues, ante su rechazo, toma la determinación de acusarlo de haberla violado. En
contraste con la frialdad de Circe, Fedra se deja llevar por su pasión y planea
una venganza para no ser acusada a su vez. La tradición literaria de este mito parte
de la tragedia y tiene su mayor relevancia, en consecuencia, en el teatro (Pociña
y López 2016). Conservamos sus orígenes en el Hipólito de Eurípides y en
la Fedra de Séneca (Grimal 1981). Pero Eurípides escribió dos Hipólitos,
pues se vio obligado a corregir a una primera Fedra que fue considerada desenfrenada,
que expresaba su amor sin tapujos, a la que Aristófanes denominó “prostituta” (Aristófanes,
Ranas). Este hecho demuestra la condena social hacia las muestras de amor
de la madrastra por el joven: ya terrible resulta que lo haya sentido, pero peor
es que lo haya manifestado. Séneca, que se basó en las versiones anteriores para
su Fedra, reflejó bien el conflicto al que se enfrentaba la heroína entre
razón y pasión, de raíz filosófica (Cortés Tovar 2013). El pudor aconseja el silencio,
pero el amor lo impide, y el rechazo determina la precipitación en el final trágico.
La Fedra de Séneca, antes de morir, exclama: “¡Oh, muerte, alivio único de mi amor!
¡Oh, muerte, suprema honra para el pudor ultrajado!” (Seneca, Fedra 1189-1190;
traducción propia). La conciencia de que ha de lavar su honra establece que ha superado
los límites del pudor.
En la resolución mostrada, no
existe el conflicto antes señalado entre razón y pasión. La Fedra de Claribel Alegría
se deja llevar totalmente por la pasión, y no muestra dudas. El orden de los acontecimientos
está claro para ella: el enamoramiento conducía a la confesión, y el rechazo a la
muerte propia, pero también a maquinar que el propio Teseo ejecute la venganza sobre
su hijo. Esta pasión desatada se resuelve en amor y odio hacia Hipólito: “Te amo
/ y te maldigo” (Alegría 2008). Los diversos tiempos de la historia van entremezclándose:
primero, el poema nos sitúa en la preparación del suicidio; luego, se retrotrae
al enamoramiento mientras veía los ejercicios del joven; a continuación, a la confesión
de su amor y el rechazo; finalmente, la venganza, y por qué la única solución será
la muerte. Pero hay, además, un final feliz que se hubiera deseado y que ya no se
producirá: Fedra, en su discurso, aventura qué hubiera podido pasar si Hipólito
hubiera aceptado su amor, y consigna que podrían “haber sido felices / no importa
si un instante / aún soy bella” (Alegría 2008).
No busca Fedra un amor eterno,
sino que se conforma con el instante fugaz que gustaba también a la bruja Circe.
Frente a la lectura de los trágicos grecolatinos, en la que su traición era múltiple
porque era mala esposa y, además, pretendía un amor prohibido, de la que se ha hecho
eco una parte de la tradición posterior, estos versos inciden en la mezcla de amor
y odio que la llevan al suicidio. No es la desvergonzada, sino la enamorada que
podría haber tenido un final feliz. La tragedia no está en la mentira maquinada,
a la que le han arrastrado los acontecimientos, sino en esa negativa innecesaria,
pues ella aún es bella, y no son la diferencia de edad ni la fidelidad hacia un
esposo orgulloso impedimentos para la unión con Hipólito. No era, para ella, un
amor imposible, por tanto. Podría no haber sido rechazada, pero el rechazo ha desencadenado
su crueldad. Está segura de que su amado morirá, por el carácter de su marido, y
ella se dispone a ahorcarse. De hecho, una parte de la tradición reivindica que
Fedra es una mujer que se enamora ante el abandono de su legítima pareja (Harto
Trujillo 1995).
La resolución de Fedra como víctima
es paralela a la de Circe: aquella, escogió su soledad, esta, las dos muertes. No
hay culpabilidad, ni en el juego de Circe ni en el amor de Fedra: sus tristes finales
no están determinados por la expiación de sus pecados, como la tragedia antigua
y su recepción establecían (Pérez Lambás 2018).
2.3. La bruja loca: Medea
El misterio preside en los saberes de
las hechiceras, relacionándolas con el misticismo (Vázquez Alba 2020), pero también
con lo peligroso, inesperado y fuera de los límites sociales. En el siglo XX, ha
habido un progresivo interés por el personaje de Medea desde los más diversos ámbitos,
y, al igual que con Fedra, se construye una historia de redención. Ya en Eurípides
exclamaba la madre asesina de sus hijos: “Oh hijos, cómo habéis perecido por la
locura de vuestro padre” (Eurípides, Medea
1364; traducción propia). El objetivo de Medea con su acción era causarle dolor
a Jasón, que ha traicionado su amor, y para ello no duda en matar a los hijos comunes.
Su tradición es amplia tanto en el mundo griego (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Apolonio
de Rodas) como en el romano (Enio, Acio, Ovidio, Séneca) (Grimal 1981) y con un
recorrido significativo también en las literaturas hispanas (Pociña y López 2002;
Pociña y López 2007). Quizá ello se deba a que “Medea encarna la dimensión maléfica
del amor” (Lara Alberola 2010), pues su determinación como bruja permite la distancia
necesaria para atribuir su acción a su maldad, pero la estructura familiar rota,
esto es, sus papeles de esposa y madre destruidos, la convierten en un personaje
digno de relacionarse con la construcción de la subjetividad femenina (Pavez Verdugo
2012).
Claribel Alegría, en el poema
titulado “Medea” (Alegría 2005), crea un grito desgarrador que acusa a Jasón y que
demuestra su dolor de madre. No existe victimismo, pero sí un razonamiento de lo
ocurrido, que va convirtiendo a la protagonista en víctima de los acontecimientos,
de modo similar a lo que hemos podido observar en Circe y Fedra. Con un lirismo
doloroso, eleva su voz para explicarnos lo ocurrido, para demostrar que su amor
por sus hijos era grande, pero el amor traicionado por Jasón quizá era mayor: “Me
abandonó Jasón / y los maté por él” (Alegría 2005). Jasón, que no ha preservado
su amor, es el culpable de la pérdida de la estructura familiar: ya que no puede
ser esposa, tampoco ha de ser madre. El deseo de venganza le ha llevado a un acto
extremo que ella misma sufre y, por eso, sigue intentando proteger a los niños asesinados,
sigue abrazándolos en su pecho. Los arrulla y su canción de cuna es el nombre del
padre traidor, verdadero culpable de lo sucedido (Alegría 2005). Por eso no solo
es un grito, sino también un aullido animal. Hace sufrir, pero ella también sufre.
Medea no es en la versión de Alegría la hechicera triunfadora que se regodea de
su venganza. La magia no atenúa su soledad y, además, su condición de bruja que
marcha volando no supone una despedida triunfante, sino una condena impuesta por
ella misma al destierro. La esterilidad de las relaciones familiares, la imposibilidad
de tener en el futuro el amor de su marido y, sobre todo, el de sus hijos conduce
a una conclusión de soledad absoluta, paralela a la de Circe en su isla. Pero no
se puede castigar a sí misma con la muerte, como hizo Fedra, porque considera que
su acción merece que se perpetúe su sufrimiento: “Nada me queda / […] es más cruel
el destierro / que la muerte” (Alegría 2005).
La vacuidad de su futuro sin
los mimos de los hijos se concreta en el rigor con el que se castiga. El dolor del
triunfo conseguido se despliega en los versos en los que se promete ser una eterna
plañidera sin lágrimas (Alegría 2005). La fiereza de Medea, su locura amorosa excesiva,
su deseo de venganza desmedida, su desproporcionada acción, todo ello se va desdibujando
en favor de la madre que sufre la pérdida. En cierto modo, va pasando de ejecutora
a víctima, aunque sea víctima de sí misma. Una vez más, la magia nada soluciona
para Medea. A Circe no le había permitido amar, y Fedra ni siquiera la usa, aunque
sí emplea un ardid que la conduce a su propia muerte; también Medea es artífice
de su propia destrucción. El dolor de la pérdida se trasluce en las palabras del
monólogo. El amor ha sido arrebatado, dejando sin vínculos familiares, sin vínculos
sociales y sin vínculos amorosos a una Medea que parte hacia una soledad que es
un castigo.
Claribel Alegría, con buen humor,
advertía que se identificaba con todos los mitos, “incluso con Medea” (Huete 2015).
Medea, en este monólogo lírico, ha dejado de ser la temible bruja destructora para
narrarnos el dolor por su pérdida. En este proceso de humanización, es fácil identificarse
con ella.
A propósito de la relectura de los mitos
de Penélope, Ariadna y Galatea por Claribel Alegría, Andrea Parada nos hablaba de
“una voz lírica indudablemente femenina que insiste en la urgencia de transformar
paradigmas culturales que relegan a la mujer a un espacio de subordinación y silencio”
(Parada 2018). En este caso, hemos comprobado cómo transforma el paradigma de la
mujer enamorada, considerada como bruja, loca, o ambas cosas. Para ello, ha llevado
cada uno de los mitos a la cercanía de una sororidad femenina que por fin entiende
las razones de una serie de mujeres a las que la tradición presentaba de forma negativa.
La poeta nos desvela algunas verdades en la revisión de sus versos: Circe, a la
que se tachaba de hechicera, la tentación que alejaba a los hombres de su familia,
termina en soledad en su isla, sin recuerdos siquiera; Fedra, la desbocada vengativa,
deplora no haber podido encontrar la felicidad al lado de su amado, de modo que
ha tenido que provocar su muerte mediante el suicidio; Medea, la asesina de sus
hijos para herir a Jasón, sufre su pérdida y se condena al destierro, que considera
peor que la muerte, pues los recuerdos y ausencias la acompañarán. Soledad, vacuidad
y muerte son las consecuencias de la falta de amor, de no amar o no ser amadas.
Sin embargo, a pesar de la dureza del final de cada una de las historias, la sensibilidad
de Alegría nos traslada a la humanidad de cada personaje.
La humanización y concreción
del personaje mítico y sus vivencias permiten una revisión del paradigma que representan.
Claribel Alegría se aparta manifiestamente de una serie de prejuicios contra la
mujer en general, y contra la mujer enamorada en particular, que debemos recordar
para entender la intención de sus textos. Circe y sus sobrinas Fedra y Medea comparten
el destino de la falta de amor y la soledad que ni su sus conocimientos de brujería
ni sus ardides remedian. Aunque la poeta no se ha hecho eco de sus relaciones familiares,
las presenta desde perspectivas consonantes con las que profundiza en sus razones
y las exonera de culpa. Las mujeres enamoradas forman parte del catálogo poliédrico
de personajes de la mitología grecolatina a los que se acerca Claribel Alegría,
y que recorre su obra para relacionar amor y muerte, pasión y pérdida. El amor hacia
“Bud”, siempre presente, y aún más desde su ausencia en 1995, explica su capacidad
para explorar la pérdida con comprensión y para alejarse de la estigmatización tradicional
de los personajes femeninos enamorados. Proporcionar voz a estas mujeres ha permitido
conocer sus razones, y la humanización de estos personajes mitológicos a través
de la visualización de sus carencias permite una desestigmatización de la mujer
enamorada como bruja y loca. Gracias a ello, cambia los parámetros del juicio moral
hacia estos personajes y los paradigmas que representan.
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JOSEFA FERNÁNDEZ ZAMBUDIO (España, 1981). Profesora del área de Latín del Departamento de Filología Clásica de la Universidad de Murcia (España). Es Secretaria de Departamento y Subdirectora del CEPOAT (Centro de Estudios del Próximo Oriente y la Antigüedad Tardía). Sus investigaciones abarcan la vigencia del legado clásico en la literatura hispanoamericana, con especial atención a la recepción de la Mitología grecolatina en la literatura femenina y la recepción clásica en la cultura audiovisual. Es autora de El sueño de la razón produce mitos: Sor Juana Inés de la Cruz y la tradición clásica (2019) y ha publicado capítulos de libro y artículos en revistas especializadas, como Evphrosyne, Mitologías hoy, Synthesis, Codex, Revista de Humanidades y Moenia.
VERÓNICA CABANILLAS SAMANIEGO (Perú, 1981), es poeta y artista visual. Ha expuesto individualmente en Lima y colectivamente en Europa y Latinoamérica: El surrealismo hoy, homenaje a Eugenio Granell, Museo Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España (2012), El asombro del colmillo, Le Petit Canibaal, Valencia (2014); Ludwig Zeller, componiendo la ilusión, Galería Taller de Rokha, Santiago de Chile (2017); Cien años de Surrealismo, Centro Cultural Espacio Matta, Santiago de Chile (2019-2020), International exhibition of surrealism, Galería Kudak, El Cairo-Egipto (2022), Eco del surrealismo contemporáneo, Instituto francés de Alexandria, Egipto (2022). Verónica es la artista invitada de este número de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 238 | setembro de 2023
Artista convidada: Verónica Cabanillas Samaniego (Perú, 1981)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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